La preocupación
por seguir una alimentación adecuada es un hecho constante en nuestros
días. Multitud de personas se cuestionan si el modo de alimentarse
heredado de sus mayores es conveniente. Los medios de comunicación
social divulgan constantemente mensajes que nos hablan de los peligros
de una dieta desequilibrada, del colesterol, de la obesidad.
Los buenos hábitos alimenticios,
para escoger bien los alimentos que ingerimos, deben empezar en la infancia,
los trastornos por exceso o defecto de nutrientes tienen su origen casi
siempre en edades tempranas. He ahí uno de los retos más
importantes para los padres y los educadores, que el niño o niña
avance en su alimentación por los caminos del equilibrio, al mismo
tiempo que satisface su natural y conveniente goce en el acto de comer.
Entre los errores más frecuentes
en la alimentación de los niños y niñas de 0 a 6
años está la sobrealimentación. Esta es muy frecuente
entre los 2 y los 4 años de vida. El niño o niña
pasa de una fase de crecimiento rápido, y de necesidades energéticas
incrementadas durante el primer año de vida, a una etapa de crecimiento
lento y estable, en la que, lógicamente, las necesidades son menores,
razón por la que el niño o niña "come menos". Si
no tenemos en cuenta esta situación, podemos intentar forzar la
alimentación del niño o niña, lo que condiciona:
Reforzamiento del comportamiento negativo
frente a la comida, con rechazo crónico a los alimentos.
Intolerancias alimenticias.
Obesidad.
Es por ello, que para proveer
una adecuada nutrición, siempre hay que tener en cuenta:
El gasto metabólico (En función
de talla, peso y actividad ).
Las pérdidas calóricas
(Piel, orina, heces).
La edad.
La obesidad se define como el
exceso de grasa corporal. Tanto en el niño o niña como en
el adulto es el resultado de un balance positivo de energía, es
decir, del consumo de una dieta de valor calórico superior a las
necesidades del sujeto.
Solamente en un número
muy reducido de casos (inferiores al 5 por 100) es debida a enfermedades
genéticas o endocrinas. El resto responde a lo denominado obesidad
exógena o nutricional, ligada a la ingesta de dietas hipercalóricas,
en menor proporción a la escasa actividad física y quizás
a una predisposición genética para conservar y almacenar
la energía. Según esta hipótesis que es la más
amplia aceptada, la obesidad dependería de factores dietéticos
actuando sobre individuos predispuestos genéticamente al cúmulo
excesivo de tejido adiposo.
Durante la infancia, el exceso
de peso, constituye una sobre carga sobre el aparato locomotor, siendo
anormalmente elevados entre los obesos trastornos ortopédicos.
Las repercusiones sobre el aparato
respiratorio son también importantes y van desde la disnea de esfuerzo
ante el ejercicio físico moderado hasta la insuficiencia respiratoria
con intoxicación por CO2, que se observa en los casos extremos
de obesidad.
Mucho más importante es,
sin embargo, la repercusión sobre el desarrollo psicológico
y la adaptación social. Se ha comprobado que estos niños
y niñas pueden llegar a tener una pobre imagen de sí mismos
y expresar sensaciones de inferioridad y rechazo. La discriminación
por parte de los adultos o los compañeros desencadenan actitudes
antisociales, que les conducen al aislamiento, depresión e inactividad,
y frecuentemente producen aumento de la ingestión de alimentos,
lo que a su vez agrava o perpetua el cuadro de obesidad.
La otra consecuencia de la obesidad
infantil es que con frecuencia persiste en la edad adulta.
No obstante, parece demostrado
que, aún cuando los lactantes muy obesos tienden a seguir siendolo,
no se puede preveer con seguridad el peso a la edad de cinco años
a partir del peso a lo largo de los primeros años de vida, y la
obesidad que aparece antes de los dos años de vida tiene un pronóstico
más favorable, mientras que a partir de los cinco años el
niño o niña tiene un elevado riesgo de seguir siendo obeso
en la adolescencia y, a su vez, el adolescente obeso de llegar a serlo
de adulto.
Aunque la obesidad se acompaña
siempre de un aumento de peso, ambos conceptos no son intercambiables,
ya que el peso es un parámetro poco preciso que incluye tanto la
grasa como los tejidos no grasos, y en los niños y niñas
menores de seis años la simple estimación del peso para
la edad subestima la adiposidad real. Por eso para valorar la obesidad
de una forma más aproximada es necesario correlacionar el peso
con la talla.
Debemos dirigir los esfuerzos
hacia la prevención de la obesidad, ya que es el mecanismo más
eficaz para evitar este desequilibrio nutritivo.
Se basa en la vigilancia periódica
de la ganancia de peso, especialmente en aquellos niños y niñas
que tienen factores de riesgo como son los hijos de padres obesos, los
hijos de madres diabéticas, los recién nacidos de peso elevado
y aquellos afectos de una enfermedad crónica que limite la actividad
física.
Los principios en que ha de basarse
cualquier programa de prevención de la obesidad son los siguientes:
1. Control del peso y dieta de la
embarazada en el tercer trimestre.
2. Orientación, educación
dietética y vigilancia para que no se produzca un aumento excesivo
de peso desde los primeros meses. Para ello es importante, estimular la
lactancia materna, y, en caso de lactancia artificial, usar una fórmula
adaptada a concentración correcta y evitar el uso de azúcares.
3. Educación nutricional del
niño o niña y de la familia.
4. A partir de los tres o cuatro años,
fomentar la actividad física.
En cualquier caso debe consultar
con su pediatra, el cual le aconsejará y orientará acerca
de la composición, valor nutritivo, cantidad aproximada de cada
tipo de alimento para confeccionar la dieta y lograr que ésta sea
equilibrada y no se sobrepasen los requerimientos calóricos adecuados
para cada edad.