Los padres tenemos que aprender a decir lo siento y a pedir perdón

Tras el éxito de ‘El cerebro de los niños explicado a los padres’, que ya va por 34 ediciones, el divulgador Alvaro Bilbao publica ‘¡Hola, familia!’, un diccionario ilustrado que pretende traducir de forma sencilla las emociones y las sensaciones de los niños al idioma de los adultos. Citamos una entrevista con el autor.

PREGUNTA. Con el concepto de vínculo hace una invitación a la figura paterna para que se implique en la crianza de sus hijos.

RESPUESTA. Así como la madre va creando el vínculo durante el embarazo, el padre (y también muchas madres) no empieza a crearlo hasta que el bebé nace. De forma que el niño se encuentra con un hombre al que no conoce. Y el padre con un recién nacido con el que no tiene un afecto inmediato.

P: “Un hijo cualquiera”, que escribe el profesor y escritor Eduardo Halfon.

R A muchos padres les extraña esto y a muchas madres, también. Pero no es algo raro. El vínculo hay que currárselo día a día. Son lazos que no vienen construidos tanto por la sangre como por el tiempo que dedicamos, por los momentos de conexión que tenemos con nuestros hijos.

P: Además del formato diccionario, otro aspecto que llama la atención en ¡Hola, familia! es que, en el segundo nivel de lectura, el que marcan las ilustraciones, es el niño el que lleva la voz cantante. ¿Los adultos escuchan poco a los niños?

R: Yo te diría que hoy en día, a veces, les escuchamos demasiado [risas]. Con esto me refiero a que en la actualidad hay padres que parece que todo lo tienen que consultar con los niños, que todo tienen que razonarlo con ellos. Por ejemplo, algunos me dicen que no montan a sus hijos en la sillita del coche porque a los pequeños no les gusta. Bueno, puede no gustarles, pero no puedes hacer un viaje de 400 kilómetros con el bebé en brazos de la madre porque no le guste. Entre otras cosas porque es muy peligroso. Creo que más bien lo que pasa es que muchas veces no sabemos escuchar a los niños.

P: Supongo que de ese no saber escuchar deriva que también a los padres y madres les cueste empatizar con ellos. Empatía es, precisamente, otra de las entradas de su diccionario.

R: Realmente nos cuesta empatizar porque los niños tienen un cerebro muy distinto al de los adultos. El cerebro adulto está muy mediatizado por la lógica, la racionalidad y el lenguaje, mientras que el de los niños está totalmente mediatizado por la intuición, por las emociones y por las sensaciones. Nos cuesta ponernos en el lugar de los niños porque hace muchos años que dejamos de ser niños.

P: Hablemos de malcriar, otro de los conceptos que aborda en el libro.

R: Malcriar es un término que se originó en Inglaterra en el siglo XIX para definir a niños que pedían constantemente estar en brazos de sus padres, algo que chocaba con la disciplina británica, con esa tendencia a mostrar poco afecto, que era lo que en esa época pensaban que era más adecuado. Inglaterra participó en dos guerras mundiales a principios del siglo XX, y puede ser que esa crianza ruda permitiese a algún soldado sobrevivir. Pero, en general, todos los estudios lo que nos dicen es que en esas y otras guerras los niños que las viven y se quedan huérfanos tienen menos problemas de salud mental si han tenido unos padres afectuosos o si han sido acogidos por familias más afectuosas.

P: La idea de manipular está muy vinculada a este concepto de malcriar.

R: Estos conceptos, como el de pequeño tirano, están muy vinculados a la primera infancia. A mí siempre me gusta explicar que los niños pequeños no tienen la capacidad cognitiva necesaria para ponerse en el lugar del padre o de la madre para manipularle y hacerle el lío. Es inviable. Lo que sí que pasa es que, a veces, los padres no sabemos poner límites, no sabemos hacer cumplir las normas, y en ese sentido sí que quedamos un poco a merced del llanto o la rabieta del niño. Más bien a merced de la culpa que nos embarga por ese llanto y esa rabieta.

P: Con los límites, los padres y madres han topado.

R: Los límites no están en una lista que te da Álvaro Bilbao o que te dan en el cole. Siempre digo que lo ideal es que en casa haya muy poquitas normas y que cada familia establezca las que considere más importantes. Cuando yo era pequeño, en casa de mis padres la norma más importante era que no se podía jugar en el salón. En mi casa, ahora, la más importante es que no podemos pegar o hacer sentir mal a los demás. Lo más importante es el respeto. En ese sentido, también me parece importante como límite el respeto al tiempo de los padres. Muchas veces los niños te piden, te piden y te piden, y los padres que no saben decir que no son los que muchas veces acaban gritando o perdiendo los nervios.

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