La sobreprotección no implica proteger exageradamente

No debemos confundir la protección con la sobreprotección. Todos nuestros hijos necesitan ser protegidos; es una necesidad básica de contenido emocional. Nos guste o no, todos necesitamos esa protección. En cambio, la sobreprotección es una manera de relacionarnos con nuestros hijos que se basa en los miedos que tenemos los adultos y que, por lo tanto, afecta a la autonomía, desarrollo y curiosidad del niño. El padre sobreprotector o la madre sobreprotectora, debido al miedo que tiene a que le pase algo a su hijo, no va “soltando la cuerda” y no se va adaptando a sus peticiones de hacer las cosas de manera autónoma. Como bien dice Francesco Tonucci, “no es que no haya niños en las calles porque sean peligrosas, sino que las calles son peligrosas porque no hay niños en ellas”.

Denominamos a un acto sobreprotector en función de la respuesta que dé un padre o una madre ante la necesidad del menor. Los padres sobreprotectores son permisivos, poco o nada exigentes con sus hijos y tienden a hacerles todo. Y todo ello como consecuencia del miedo que sienten a su crecimiento, desarrollo y autonomía. El adulto no conecta con las necesidades del niño porque proyecta sus miedos sobre su hijo, creyendo que le protege al niño, pero en realidad se está protegiendo él mismo.

Como bien señala Mario Marrone, la sobreprotección no es un exceso de protección, más bien es una protección mal aportada. Si antes hablábamos de proteger a nuestros hijos, esto exige tener en cuenta las necesidades que presenta el menor para aportarle seguridad y protección. Como en la sobreprotección tengo más en cuenta mis miedos o necesidades que los de mi hijo, no protejo a quien debe ser protegido (mi hijo) y, por lo tanto, género en él todo lo contrario: desprotección, inseguridad y desconfianza.

Un estilo parental sobreprotector tiene consecuencias importantes para los niños, como por ejemplo, baja autoestima, pobre capacidad de la responsabilidad, ausencia de pensamiento crítico, mala gestión emocional, tienden a la dependencia, ansiedad, miedo, falta de confianza en sus capacidades, mayor probabilidad de desarrollar adicciones, baja tolerancia a la frustración y tendencia a percibir a los demás y el mundo como un lugar peligroso que no conviene explorar. Por lo tanto, seamos conscientes de nuestros miedos para no transmitírselos a nuestros hijos y hagamos lo posible por equilibrar protección y autonomía, la clave de un vínculo sano.

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