La paisana
Allá abajo, al pie del barranco, en la mata de Guineo, brincaba un animal. - ¡Mira, mira! ¿Qué animal es ese? ¿Será ardilla o gato sólo? - le preguntó 'Ña María a Clemencia. Después de mucho mirar, Clemencia dijo: - ¡Es una paisana como la que teníamos en mi casa! Y comenzó Clemencia a contar su historia. Un día lluvioso, Tío Jacinto encontró en el bejucal, tres huevos de paisana abandonados dentro de un nido y se los llevó a Mamá Gallina para que los empollara. Al tiempo, salieron todos los pollitos y, además, dos pichones de paisana. Uno de los tres huevos nunca empolló; otro nació, pero a los pocos días, Mamá Gallina lo aplastó por torpe y mal pensada, y el tercero sobrevivió gracias al cuidado de Mamá Gallina y Tío Jacinto. A veces, Mamá Gallina le daba de comer gusanos, maíz, grillos y cucarachas; a veces, Tío Jacinto le daba arroz cocido con pepas de canelo. Creció fuerte, cariñoso y leal. Le llamábamos Piti, pues resultó ser macho. Cuando en la solera el arroz estaba a punto de secar, Piti se acercaba a la paila, porque sabía que le servirían arroz a él primero. Vivía entre nosotros, pero nunca ensució la casa. Un buen día, Tío Jacinto oyó un escandaloso llamado de paisanas: guío, guío, guío, y dijo: "se van a llevar a Piti, las paisanas parecen andar buscándolo". Nos fuimos al río, llamándolo, Piti, Piti, y bajó de lo más alto de un palo a comer yuca de nuestras manos. De ahí, Piti nos siguió hasta la casa. Así pasaron muchos meses. Piti se iba de paseo, pero siempre, siempre regresaba.Piti se iba de paseo, pero siempre regresaba. Y cuando nosotros íbamos a la quebrada, Piti nos seguía entre el monte. Asomaba la cabeza, nos aguaitaba y se escondía. Cuando íbamos al trabajo, Piti siempre nos seguía entre el monte. Asomaba la cabeza, nos aguaitaba y se escondía. Cuando íbamos a misa, Piti nos seguía entre el monte. Asomaba la cabeza, nos aguaitaba y se escondía. Luego, nos seguía como fiel guardián, pero sin que ningún extraño de mala fe se diera cuenta que nos escoltaba. Un buen día, de repente y sin aviso, no volvió más. Tío Jacinto, mucho tiempo después, regresando de su trabajo, en el camino vio una paisana que se le quedaba mirando como queriendo decirle: "soy yo" pero ni la paisana ni Tío Jacinto se atrevían a hablar porque había extraños alrededor. Una cosa si notó Tío Jacinto con honda tristeza: por primera vez, Piti tenía las alas cortadas. Cora Herrera Godnic |
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