Las enseñanzas
del Maestro Pérez

 

"Hoy es sábado 20, mañana es domingo 21, día del nacimiento del maestro Pérez. Si estuviera vivo, tendría ciento cinco años bien cumplidos" - dijo la abuela Toña a sus nietos que la rodeaban y miraban en todo lo que hacía.

Los reunía los sábados y domingos, día libre de las labores escolares de los que ya estaban en la escuela y los de edad pre-escolar, para saber como andaban en sus andanzas y deberes de la semana, de su vida y del enamoramiento de los mayores, pero más de las núbiles jovenzuelas, a quienes siempre les pedía que se cuidaran pues ya los tiempos han cambiado.

-"Tu maestro, abuela" - preguntó Pablo, quien por primera vez ingresaba a la escuela el próximo año.

- "No Pablito, Él era el maestro de todos, de las muchachas y de los muchachos y de los mayores de la época. En aquel tiempo no había escuela ni él era maestro graduado, todo lo aprendió de la vida, de la naturaleza y de lo que oía en la radio, era muy curioso y prestaba atención a todo, con la inclinación innata de darse cuenta de todo.

Terminada la frase, la abuela se levantó, quien se preparaba para arreglar las cosas pendientes para el día de mañana. Tomó sus anteojos, se los caló ante sus pesados ojos; los había comprado en la buhonería cerca del mercado que ella conocía tan bien. Mientras leía recordó que la misa empezaría al día siguiente a las once de la mañana, más tarde, por ser novena de San José, para que todos los religiosos de los diversos pueblos llegaran a tiempo, pues vendría el obispo. Tomó el Rosario y el Misal, echó una mirada a su traje estampado preferido y al único paraguas de la casa, que con urgencia lo requería sobre todo para hacer los mandados a la tienda de escaso surtido, apenas los necesarios para las dieras de sus habitantes. Sacudió la cama y notó que la lámpara quedaba con poco keroseno, por lo que habría que comprar una botella en la única tienda adyacente a la escuela y dijo: -"ya estoy lista para ir mañana a la misa, donde rezarán por el alma del maestro Pérez. ¿Cuántos de ustedes me acompañarán?"- preguntó.

- Su nieto Pablo la llamó, mientras ella esperaba que alguien dijera "yo abuela, yo voy" pues no fue así.

- "¡Abuela!"- gritó alguien. Se volvió con cierto asombro, buscando respuesta.

- Tú siempre te acuerdas del maestro Pérez. Lo mencionas y lo tienes presente en tus rezos pero no nos has dicho cómo es que él sabía tanto.

- Pensé que era para otra cosa. Bueno, - dejó ver su acostumbrada sonrisa y dijo - yo misma se lo pregunté y él me lo relató.

- Cuéntanoslo - pidió Pablo.

- Él siempre decía que no dejemos a ningún niño sin respuesta, que aunque aquí en Alto Artiga no hubiese escuela como no había en aquella época, deberíamos de dar la respuesta al menos más cercana a la verdad. Cuando no lo sabíamos y cuando fuéramos a la ciudad, le preguntáramos sin pena, ni temor al maestro del pueblo, al padre o a los dueños de la tienda o al alcalde, aunque pasados los días le trajéramos la respuesta al niño, escrita en un papel, para decir bien las cosas, para que no se nos olvide y no sólo al niño sino también a todos en la comunidad. Cuando nos reuníamos para discutir nuestras necesidades y quejas, cuando las había, así no sólo el niño sabía sino que todos los adultos también; cómo el sabía leer y escribir lo hacía en un cuaderno, que siempre repasaba, nosotros llamábamos ese cuaderno "el cuaderno que todo lo sabe" porque todo lo que nos inquietaba y no sabíamos lo averiguábamos, y el maestro Pérez lo escribía a conciencia. También nos decía que el daño más grande a un niño es no enseñarle cosas buenas.

-¿Y donde aprendía tanto? - preguntaba el niño con ojos vivaces. La abuela lo percibió a las pocas semanas de nacida, por eso, la señora les respondió.

- Ya le dije. Lo que él no sabía nos lo preguntaba para saber si alguno lo sabía y si no, lo averiguábamos, como ya le dije. Él era muy curioso; aprendía de los viajes que hacía a la ciudad, era muy curioso, aprendía del lugar, de los animales, de las plantas, de la gente del lugar y del forastero que nos visitaba y del que pasaba por aquí de paso, tenía una radio donde escuchaba emisoras colombianas y de aquí de Panamá; se quedaba tarde oyendo música, noticias y programas de agricultura, de alfabetización de adultos, de los inventos y de las curas de algunas enfermedades, y en aquella época escuchamos por la radio la ida del hombre a la luna.. Al día siguiente nos relataba todas las cosas que había oído y aprendido; compartía todo su conocimiento.

La anciana hizo una larga pausa y prosiguió: - "y es verdad que el hombre fue a la luna un día como hoy, 20 de julio; de eso hace más de treinta años". - Y continuó: "muchos no creyeron a pesar de lo que oían y empezaron a mirar para arriba y decían que no veían nada, pero ahora se comprende todo eso, porque la mente de la gente también va comprendiendo a medida que más se aprende. El maestro Pérez nos explicó en una de las preguntas que le hicimos después de la transmisión que no había vida porque la luna era de roca y no tenía aire para respirar, como en la tierra. Todo nos lo enseñaba, no era egoísta, todo lo aprendía - decía pensativa, como quien ve el rostro de un hombre bueno, pero su nieto la volvió a sacar de su pensamiento con otra pregunta:

- Abuela Toña, aprendiste de él cómo es que los niños aprenden?

- Sí hijo, sí, los niños aprenden con amor y respeto, de esa manera tienen el afecto que tanto necesitan para su crecimiento en general.. Hizo una pausa mirándolos a todos con ternura y agregó: - aprenden con todo lo que tienen y con lo que les rodea, aprenden con los ojos, aprenden con los oídos, con la nariz, con la piel, con el paladar cuando preguntan y escuchan, - hizo otra pausa para gritar llena de emoción que aprende con todo el cuerpo y explicó: - si ustedes toman una flor y la huelen y cierran los ojos me dirán a qué huele y también por su paladar me dirán si les gusta o no les gusta si toman una fruta, lo harán con sus manos y si toman una flor bastarán sus dedos. Al ver la fruta notarán las delicadezas en sus dedos y se darán cuenta de sus tamaños, colores y si están maduras o no y de la flor sentirán delicadeza; viendo las cosas podrán contar las hojas de una rama, los pétalos de las flores, distinguir las frutas y comiéndolas conocerán su sabor que sé que todas les gustarán por su gran apetito y enseñándoles a orientarse como ya les dije, el sol sale por el este; miren dónde está y aprendan que este dedo se llama índice. - Levantó el brazo y con el índice señaló el sol, hacia el este. - Delante de la casa está el bello jardín, detrás el maizal, a la izquierda los árboles de mango, a la derecha, la llanura y más allá el río Hortiga, y hasta vamos al bosque. Aprenderemos a contar y me dirán cuántas flores vieron, cuántas mariposas y picaflores que van de flor en flor y al sumar flores, aves y frutas, verán cuántas cosas bellas hay en este lugar que es tu escuela. Y tú, Pablito, el gran muchacho que quiere aprender, escucha el viento en la llanura y también en el bosque y notarás las diferencias; y al meter la mano en las aguas, notarás que es diferente al golpearla con la piedra; si te acaricio tu piel, sentirás nuestra emoción, pero si te pellizco, cosa que nunca se debe hacer a otras personas, sentirás enojos, como es natural. - Y continuaba a ritmo de ronda, tocándolo para hacer el aprendizaje lo más agradable posible, cosa que a todos los hacia reír y cantar a la vez que aprendían. Y prosiguiendo, hizo su pantomima para hacerse entender y continuó - Si vas al riachuelo, oirás las ranas croar, presta tus oídos para escuchar al ruiseñor, notarás que no canta como la rana, tampoco como la paloma y sin ver aprenderás a distinguir a quién pertenece el canto de cualquier ave; si te zambulles en el río y aprendes a nadar, no temerás al río, luego al gran océano, llegarás a ser un gran pescador conocedor de los habitantes del río o del mar o serás oficial de marina. Con las mismas manos que nadas y pescas si cultivas con cuidado todas las plantas, te encontrarás con cogollos para hacer sombreros típicos que regalarás a todos los niños del mundo que visiten nuestro Canal de Panamá.

Y el niño entusiasmado, sollozó de alegría, interrumpió a la abuela Toña con gritos "¡Sí, abuela! ¡sí, yo quiero cuidar de todas las plantas, flores y ríos, la arena y el mar y tocar con alegría a todos los niños de Panamá y enseñarlos a nadar, quiero ser capitán de barco, hacer sombreros para regalárselos a todos los niños que visiten nuestro Canal, como recuerdo del maestro Pérez; y todas las mañanas izar nuestra hermosa bandera Panameña, con la misma mano con que te regalo esta bella flor, a ti, abuelita, por lo mucho que nos has enseñado esta mañana en presencia de este bello sol…"

Llenos de emoción, cada uno tomó una flor que llevaría a la mañana siguiente a la misa en recuerdo del Maestro Pérez, por que así lo pidió la agradecida abuela Toña; y mientras guardaban las flores, les aconsejaba: - Nunca dejen de aprender y nunca se olviden de sus maestros.

Max Pérez Silva


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