Cocuchita
Mamá cocotera y papá cocotero vivían felices en una playa preciosa, donde la arena jugaba con el viento y construía castillitos. Los caracoles bailaban sobre las olas azules del mar y sus vecinas las palmeras del cocotal lo saludaban todos los días al despertar. -¡Buenos días, don Coco! ....... ¡Buenos días doña Cocucha! ... les decían sonriendo los bananeros. Hoy lucen hermosísimos vestidos con tantos coquitos. Mamá Cocucha se sentía enormemente orgullosa cuando todos admiraban maravillados a sus hijitos tan blancos y sabrositos por dentro. De pronto todos se quedaban muy callados cuando el mar cantaba la canción que tanto asustaba a la familia cocotera. "Coco
viene...
Los cocoteros miraban entonces muy ofendidos al mar. Pero las olas haciéndose las distraídas, se acercaban cada vez mas a la orilla y distraidamente repetían. "Coco
viene...
Una mañana mamá cocotera se levantó perezosa y el mar muy enojado. Fue entonces cuando una de sus semillitas fue arrastrada por las olas quienes riendo cantaban. "Coco
viene... Así fue como la pequeña Cocuchita se sintió sacudida. Las olas la mareaban. Subía y bajaba. Bajaba y subía, una y mil veces. Hasta que al fin se quedó dormida. La despertó el sol una mañana. Cocuchita miró a un lado, miró al otro y no vió ni a su mamá ni a su papá. Tampoco a los vecinos y ni siquiera a un pariente que se le pareciera. Sintió un poco de frío y mucho miedo. Esa no era su playa. ¿Dónde se habían ido las grandes olas .. y los cocotero y las palmeras?. Todo era muy extraño. Unos altos pinos, que parecían soldados listos a combatir, la miraban con frialdad. Amenazantes, unos roble gordos y gigantes, la tapaban con su sombra. Cocuchita temblando cerró los ojos y se quedó dormida. Durmió, durmió y un día se despertó. Sintió que estaba hinchada y que su piel se había puesto muy blandita. ¿Me estaré resfriando? –se preguntó Cocuchita, mientras que se asomaba para ver que pasaba. Unas voces de trueno la asustaron. -Miren ....¿y esto tan raro que es? – decía el viejo roble, mientras la apuntaba con sus agujas. Los pinos enojados agitaban sus ramas y gritaban... -¡Saquen eso de aquí, es horrible, tan flaco y tan feo. Arbol no puede ser! Los loros curiosos y metidos repetían .... -¡Saquen eso de aquí! Flaco ... feo. Flaco...feo. Una abeja que pasaba ante tanto alboroto se acercó. Voló dos veces alrededor de Cocuchita y señaló: -Yo soy experta en platas. Y como si fuera un doctor, la miró y la examinó. Se hizo un gran silencio, todos esperaban su palabra. Raro ... raro ... –dijo- Nunca he visto algo así. Raro ... raro –repitieron los loros. Hay que llamar al tambaqui –dijo la abeja. El es un pez muy sabio y conoce a las semillas que trae el mar. Cuando llegó el tambaqui asomó su cabeza del mar y con cara de sabelotodo sentenció: -¡Planta desconocida! Pero es horripilante –dijo el laurel. Cocuchita se sentía muy infeliz y lloraba desconsoladamente. Tanta lágrima mojaba la tierra y la hacía crecer rápidamente. Miren... ahora tiene un tronco flaco y espinoso. Cada vez mas fea e inservible –cuchi- cheó un pino. -Debiéramos convocar una asamblea para ver cómo sacarla de aquí –le contestó el arbusto. De pronto Cocuchita se vistió de frutos y se sintió feliz porque sus cocoteros parecían adornitos en un árbol de Navidad. El loro los picoteó y casi se rompe el pico –no sirve. Es duro. No se puede comer. Seguro que lo que tendrá adentro será tan inservible como lo de afuera. Una tarde en el mar se produjo una gran tormenta. Cocuchita escuchó un gran alboroto. Los arboles sacudían sus melenas y murmuraban entre sí, pero como a Cocuchita no le daban ni entrada ni salida no podía saber que pasaba. De pronto el cedro gritó: -loro verde sube a mi rama más alta para contarme que pasa con el barco hundido. Desde lo alto del árbol el loro señaló: -Dos marineros nadan hacia aquí. -Vuela, vuela, a ver si puedes hacer algo –gritaron todos a la vez. ¿Pero que podía hacer un loro en este caso mas que informar?. Brazada va y brazada viene los marineros cansados y sin fuerzas lograron llegar a la orilla. Pobres se van a morir –decían todos preocupados. Aquí no hay nada para comer y el agua no sirve para beber. Se morirán...se morirán –repetía el loro .... –agua no, comida no. Cocuchita también quiso ver a los pobres marineritos y se estiró como pudo, en el preciso momento en que estos habrían sus ojos. Y varios cocos cayeron al suelo. ¡Casi los mata! -gritó el pino. Los marineros al ver a los cocos empezaron a aplaudir –estamos salvados, los cocos nos darán agua dulce y sabrosa comida. Y mirando a Cocuchita le dieron contentos las gracias. Todos miraban asombrados mientras los marineros cantaban: "Fruta
rica y sabrosita,
Qué feliz se sintió Cocuchita quien desde ese momento fue querida y respetada por los demás. Todos habían aceptado y reconocido que Cocuchita por ser diferente, había logrado lo que ellos no pudieron. Y colorín colorado, a partir de entonces supieron vivir juntos por siempre. Susana T. Sánchez |
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