VII. A MODO DE CONCLUSIONES
Los enfoques y problemáticas tratados en el transcurso de los capítulos anteriores revelan una diversidad de puntos de vista respecto a como concebir la formación de profesionales para la educación de la primera infancia, y alerta sobre la necesidad de señalar algunas pautas generales que pudieran ser tomadas en cuenta para la elaboración de su perfil, de los planes de estudios para dicha formación, y de los criterios para valorar dicha profesionalidad, tratando de adscribirse a la manera más científica de enfocar esta formación.
En este sentido, la propuesta a analizar ahora no pretende adscribirse a una línea conceptual específica, sino tomar de todas aquellas que ofrecen puntos de vista que a un juicio general son extensibles a tales diferentes concepciones, pues se concretan básicamente a lo que se considere lo más apropiado para la formación de un educador que ha de dedicarse a los niños que se encuentran en la etapa más significativa de la formación del ser humano, y que requieren de un profesional técnicamente capaz y con particularidades de su personalidad que lo hagan idóneo para formar y educar a estos niños.
Por supuesto que ahora no se pretende volver a transcribir lo que ya está de una forma u otra ampliamente expresado en los capítulos anteriores, sino resumir en ideas centrales y fundamentales, lo que a nuestro juicio son los criterios básicos que han de caracterizar la formación de un educador para la primera infancia, seleccionado aquellas ideas y principios que se consideran esenciales para la concepción de dicha formación.
Tales pautas esenciales pueden resumirse en las siguientes:
1. La formación de un educador para la primera infancia ha de concebirse con un perfil amplio
Dado el actual desarrollo de la educación de la primera infancia y de la situación en el mundo presente, es que cualquier plan de formación moderno ha de ir a la creación de un profesional de perfil amplio, capaz de cumplir tareas complejas e inmediatas en un mundo social carente de especialistas de este nivel.
En el caso específico del educador de la primera infancia se plantea entonces un profesional capaz de atender a niños de edades muy tempranas y de edades preescolares mayores, capaces de trabajar en un centro infantil o una vía de la educación no formal, poder actuar con niños de las zonas urbanas pero también con aquellos de las rurales, ejercer su profesión en medios “normales” y en medios carenciados, marginados, en zonas indígenas y zonas citadinas.
Un profesional capaz de trabajar con la familia en las condiciones del centro infantil pero a su vez en el propio medio familiar, en la comunidad y con la comunidad.
2. La formación del educador ha de ser de nivel universitario y responder a la concepción de este perfil amplio
La significación e importancia de la educación de la primera infancia para el desarrollo del individuo implica la necesidad de un profesional de alta calificación capaz de responder a las necesidades del desarrollo actual. Tal grado de calificación no puede ser resuelto con personas que no posean una sólida formación técnica, lo cual solo es adquirible cuando se posee un nivel superior de profesionalización.
Esta formación superior conlleva el estructurar un plan de estudios con enfoque de sistema, estableciendo de manera precisa sus elementos componentes: objetivos, contenidos, formas organizativas, entre otros, así como caracterizar los objetivos generales de este plan, estableciendo la unidad y diferencia dialéctica entre los objetivos generales educativos y los instructivos, destacando los rasgos propios de cada uno, y como interactúan a los fines de dirigir apropiadamente el proceso educativo con los niños, en todas las formas y alternativas, así como las condiciones, en que tal proceso educativo pueda llevarse a cabo.
Por ello, solo cuando ese perfil sea un modelo generalizador, que contiene las exigencias fundamentales y necesidades que la sociedad plantea a la actividad profesional pedagógica en estas edades sólo entonces se puede hablar de una formación actualizada de profesionales de la primera infancia y que esté a la altura de las actuales circunstancias.
3. Además de nivel universitario, la formación ha de ser amplia y comprender el tiempo suficiente para un sólido proceso de profesionalización
En este sentido, la formación universitaria del educador de la primera infancia ha de ser concebida a partir de tres áreas fundamentales de formación:
Un área de formación académica, cuyo objetivo fundamental es garantizar que el estudiante se apropie de los conocimientos y habilidades que son básicos para caracterizar el modo de actuación profesional, y que le posibilite actuar en todas las áreas de formación y desarrollo de los niños, en todas las condiciones y particularidades, con eficiencia, seguridad y buenos resultados.
Un área de formación práctico-laboral, o practicum, cuyo objetivo fundamental es que el estudiante se apropie de las habilidades y destrezas que caracterizan su actividad profesional, y que manifiesta su lógica de pensar y actuar en las distintas alternativas que se ofrecen en su quehacer pedagógico. Esta actividad práctico-laboral ha de ocupar un tiempo importante de la formación y ha de tener la misma importancia que se le concede al área académica o de formación técnica.
Naturalmente que una formación con estas características no puede concebirse para unos pocos años, por lo que la formación universitaria de estos educadores para la primera infancia ha de tener una temporalidad semejante a las de las carreras más complejas del ámbito superior de formación.
4. El plan de estudios para la formación del educador de la primera infancia ha de abarcar todas las áreas de desarrollo de los niños con los cuales ha de trabajar.
La educación de un niño en las primeras edades, en que la mayoría de las estructuras biofisiológicas y psíquicas están en plena formación y maduración requiere de un educador capaz de atenderlo en todas sus necesidades y requerimientos, con una concepción holística del desarrollo infantil.
Esto quiere decir que este profesional no solo ha de conocer como se educa al niño e impartir un programa educativo, como se le enseñan los conocimientos, hábitos y habilidades, como se forman sus capacidades cognoscitivas, sino también como atender a su salud, como valorar su actividad nerviosa superior, como concebir su alimentación y nutrición apropiadas, como atenderle en sus necesidades básicas fundamentales, como resolver las problemáticas que puedan presentarse en su conducta, como juzgar la acción de los componentes sociales del desarrollo, para actuar en su orientación y solución, por la incidencia que todo ello tiene en el proceso educativo del niño.
Por supuesto, esto no quiere decir que el educador ha de convertirse en un especialista médico, nutricionista, clínico o psicológico, sino que posea las capacidades y habilidades necesarias para poder asumir hasta determinado nivel la atención de estos niños en su sentido más global y general
5. El perfil del profesional ha de constituir el documento rector y la guía para la elaboración del diseño curricular de la formación del educador de la primera infancia
El perfil de un profesional de la educación, y particularmente para la primera infancia, ha de reflejar, de la manera más precisa posible, las exigencias fundamentales que la sociedad plantea al educador para que pueda dar cumplimiento a su actividad profesional, con la calidad que esto requiere, y con las expectativas que se derivan de su rol social, pero a su vez ha de establecer las condiciones personales que se requieren para poder ejercer dicha profesión.
Este perfil del profesional es un patrón que debe modelar todas las actividades inherentes a la formación del educador, y a partir de su concepción se ha de derivar la estrategia para la formación, la superación, la investigación y la actividad laboral de tales especialistas, y constituye el punto de referencia en el proceso de formación de los docentes
El modelo del profesional ha de ser el punto de partida de toda la elaboración curricular de la formación del educador y ha de transitar de las condiciones iniciales de la formación a las condiciones con las que deben egresar los docentes.
Los objetivos generales de este perfil concebidos particularmente en función de un profesional de la educación de la primera infancia han de estar enmarcados en tres direcciones fundamentales: una dirección ético- social, una dirección cultural y una dirección profesional, que se han de derivar de los principios y de los objetivos más generales de la formación de personal planteados por el sistema social.
Todo lo anterior ha de concretarse en los objetivos generales educativos que han de conformar el perfil o modelo ideal del profesional, objetivos que definen las particularidades de la personalidad y del comportamiento ético-profesional del educador, así como en los objetivos generales instructivos, que le permiten adquirir las destrezas, capacidades, hábitos y habilidades, que le van a posibilitar su desempeño profesional y solución a los problemas que la práctica pedagógica les ha de plantear en su quehacer laboral. Estos objetivos generales educativos e instructivos han de aparecer definidos en el tema referente a la concepción curricular del plan de formación y en las funciones del educador para la educación de la primera infancia.
De esta manera, han de garantizar una sólida y consecuente preparación social e ideológica que se sustente en la propia preparación académica y en una sistemática práctica ciudadana; la formación y reforzamiento de la motivación profesional; una formación en el trabajo y para el trabajo; lograr una preparación pedagógica y psicológica sólidas que le permitan conocer con profundidad y abordar integralmente todo el trabajo a realizar con los niños, la familia, la comunidad y las instituciones docentes y poder plantearse y resolver con métodos científicos los problemas profesionales que se les presenten; ser capaces de determinar sus propias necesidades de superación y enfrentarlas, tomando en consideración las mejores tradiciones pedagógicas de su entorno social y de otras latitudes para tomar de la práctica y la investigación pedagógica todo lo que permita la actualización e introducción de los mejores resultados en su quehacer profesional; y lograr una formación profesional que le posibilite su actualización y modificación cuando resulte necesario, en la medida en que cambien las condiciones sociales y se le planteen nuevas metas sociales a alcanzar.
Estos objetivos más generales posibilitan elaborar un perfil del profesional cualitativamente diferente, que toma como antecedente la experiencia acumulada de los modelos anteriores, incorpora los criterios en que se sustenta la política educacional para la formación del personal pedagógico vigente para la sociedad en cuestión y retoma, en nuevas condiciones, lo mejor de los fundamentos y proyecciones acumulados en la formación de los educadores de la primera infancia.
Finalmente, en el momento actual del desarrollo de la formación de los profesionales, y particularmente de los de la educación, se ha de concebir esta formación con un enfoque de profesionalidad temprana, que ha de comprender por tanto, no solamente los objetivos y contenidos educativos e instructivos generales que forman el ideal del profesional que se quiere formar, sino, de igual manera, la nueva concepción de la profesionalidad, para atemperarlo a los enfoques más actuales y modernos.
Estas ideas centrales han de caracterizar la formación de un educador para la primera infancia, un profesional capaz de entender, amar y conducir al niño que ha de formar y educar, y cuya impronta puede ser determinante en el sano desarrollo de su personalidad y de su proyección social como ser humano y ciudadano.
A todo esto que se ha señalado como pautas más generales ha de unirse todo aquello que en todo el contenido del material lo particularizan como quizás el profesional de mayor responsabilidad y encargo social, porque es aquel que ha de formar a los niños en los momentos más críticos y significativos de su todo su desarrollo como ser humano, como sujeto, y como ser social.