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La tolerancia es un valor muy amplio y que abarca diversas esferas de la vida y comportamiento humanos, así se puede ser tolerante a la diversidad, al sexo opuesto, a las corrientes sociales o religiosas, entre otras.

La Real Academia de la Lengua define a la tolerancia como el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, o el reconocimiento de inmunidad política para quienes profesan religiones distintas de la admitida oficialmente, entre las concepciones relacionadas con el género humano, y que implica la tolerancia de cultos.

Otros diccionarios plantean como una noción que define el grado de aceptación frente a un elemento contrario a una regla moral, civil o física, y la capacidad de un individuo de aceptar una cosa con la que no está de acuerdo. Ello conduce a definirla como la actitud de un individuo frente a lo que es diferente de sus valores.

En este sentido se habla de tolerancia social cuando una persona o un grupo social acepta lo diferente de sus valores morales o sus normas; tolerancia civil, referida  a la distancia entre las leyes y sus aplicaciones y la impunidad; etc.

La tolerancia es la capacidad de conceder la misma importancia a la forma de ser, de pensar y de vivir de los demás que a la propia. Es saber respetar a los demás, en su forma de pensar, de ver las cosas, de sentir, y discernir en lo que no se está de acuerdo de modo pacífico; es el respeto con igualdad sin distinciones de ningún tipo, el es aceptarse unos a otros, la aceptación, respeto y consideración hacia otras ideas y criterios, reconociendo así las libertades y los derechos fundamentales del individuo y la dignidad humana.

En suma, la tolerancia se puede definir como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona. Entendida como virtud, implica la consideración a sus opiniones, creencias o prácticas aunque no se compartan.

Finalmente, consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la diversidad de las culturas, de las formas de expresión y medios de ser humano, y constituye no solo un deber moral, sino también una exigencia política y jurídica. Es un valor que hace posible la paz, y contribuye enfáticamente a crear una cultura de paz.