El fin de la educación no puede ser otro que no sea desarrollar la personalidad, las inteligencias y los talentos, que todos los niños y jóvenes poseen. Por otra parte, este es el fin que la CONVENCIÓN DE LOS DERECHOS DEL NIÑO le asigna en su artículo 29 a la educación. Es evidente que todos los niños poseen alguna inteligencia y algún talento, que nosotros debemos de descubrir y potenciar.
En cualquier Estado, podrán cambiar los gobiernos, las leyes, los currículos, pero nunca cambiará que nuestra labor como maestros sea desarrollar toda la inteligencia, todo el talento que los niños poseen. Desarrollar las múltiples inteligencias es sin duda el fin de nuestro trabajo.