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NUESTRO MODELO DE CENTRO
CAPITULO 6
DE LOS NUEVOS CENTROS DE EDUCACIÓN DE LA PRIMERA
INFANCIA
Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores,
tendremos que estructurar las bases del nuevo centro, piedra angular
de todo el sistema.
Educación de la primera infancia la hemos definido
como aquella ofrecida al niño para su desarrollo integral en los aspectos
biológico, cognitivo, psicomotriz, socio-afectivo y espiritual, a través de
experiencias de socialización pedagógica y recreativa. Ahora bien, la
educación así entendida hemos de sustentarla en los siguientes pilares:
Hay que encauzar el desarrollo de una
manera lo más adecuada posible. Si al niño le dejamos brotar de manera
espontanea, no va a hacer lo que sea mejor para él, ni como niño, ni mucho menos
como adulto. Hará lo que en cada momento le sea más cómodo. Por ello, es responsabilidad de los educadores y los padres ir aportando al niño,
en cada momento, aquello que exige o necesita. De este modo, en ningún momento,
se sentirá oprimido. Hay que ir aportando en cada instante una educación
acorde a sus necesidades, respetando siempre el momento evolutivo de cada niño
o niña.
Para educar, es necesario que exista un
modelo a imitar, alguien que sirva al niño de ejemplo en su proceso educativo.
Asimismo, todo el proceso debe darse en
un contexto de afectividad de modo que el niño se encuentre, en cada momento,
inmerso en un mundo amoroso y cariñoso para él, que motive y estimule sus capacidades
potenciales.
Si analizamos cada uno de los pilares en los
que ha de sustentarse la educación de los más pequeños encontraremos los elementos
del nuevo centro de educación de la primera infancia.
El primer pilar, encauzar el desarrollo, es
la base en que ha de fundamentarse el nuevo centro, siendo los otros dos elementos
que han de quedar recogidos en el mismo. Este primer pilar implicará:
- Analizar al niño, sus posibilidades y limitaciones.
- Marcar los objetivos a conseguir.
- Estudiar y adoptar una metodología de trabajo.
- Evaluar que los objetivos conseguidos por
los niños son los esperados, para, si no, adoptar las medidas oportunas.
Esta nueva idea o manera de entender la educación
de la primera infancia nos llevará a la conformación del nuevo centro.
6.1.-Analizar al niño.
Resulta evidente que no es lo mismo un niño
que vive en una ciudad que en el campo, el que vive en la periferia de la ciudad
que el que vive en el centro. El que vive en una gran mansión que el que vive
en una fabela. Obviamente el nivel de lenguaje, de inquietudes, intereses
y expectativas va a ser distinto. Es pues necesario que para elaborar el
proyecto educativo y después curricular de cualquier centro este ha de ser el
punto de partida: el estudio del niño y su entorno. La misma consideración
de que no hay dos niños iguales, nos tiene forzosamente que llevar a que no
pueden existir dos centros iguales. Todos serán parecidos o muy parecidos,
pero nunca iguales.
Plantear que un programa es pertinente es que
esté concebido de manera apropiada para el grupo poblacional para el cual se
dirige, sin traspolación de patrones foráneos desacertados, sin una errada concepción
de la edad, sin métodos, medios y procedimientos no apropiados en la etapa de
desarrollo, entre otros factores.
El currículo tiene que ser pertinente antropológica,
psicológica, pedagógica, ecológica, social y culturalmente. Una pertinencia
que puede ser general, como concebir programas para una cultura latinoamericana
o una cultura europea; y que debe ser particular, para cada tipo de sociedad,
región o grupo específico de población. Esto plantea distintos niveles de pertinencia,
entre los cuales ha de existir la natural correspondencia.
Hay un primer nivel de pertinencia, dado por
las particulares propias que la edad y los logros de la ciencia pedagógica y
psicológica ha establecido para esta etapa del desarrollo del individuo. Luego
se sucede un nivel de pertinencia siguiente, en la que ya entran a jugar de
manera más directa los elementos de la cultura y la idiosincrasia de una cultura
general regional (en su sentido más amplio) y que son consustanciales a diversos
grupos o sociedades, y finalmente, un nivel de pertinencia dado por la propia
cultura del pueblo o país, que puede tener variaciones internas de acuerdo con
sus diferentes regiones, provincias o estados. Incluso hasta pudiera hablarse
de una pertinencia local, cuando las particularidades regionales sean muy disímiles
a las que constituyen la generalidad. Entre estos niveles de pertinencia hay
una interrelación interna, que posibilita su transformación dialéctica en determinados
casos o condiciones.
Del punto que hay diferentes niveles de pertinencia,
hay cuestiones dentro de la ciencia pedagógica que son generales a un nivel
(lo que posibilita la asimilación dialéctica de los hallazgos técnicos de una
sociedad a otra), y cuestiones que son pertinentes a un nivel particular y que
programa debe contemplar. Al considerar la pertinencia del programa, se evita
la asimilación mecánica de objetivos, contenidos, métodos, procedimientos, medios
y recursos, formas organizativas y evaluativas, procedentes de una cultura a
otra, que puede ser muy efectiva en aquella, pero inoperante en la propia. Esto
es extensible a las ideas teóricas, que suelen incorporarse a veces de manera
automática, en ocasiones porque están “en la onda” o es lo que se
supone es más nuevo, abandonando lo que hasta ese momento era lo aceptado conceptualmente.
En estos “booms” de las ideas teóricas pueden darse muchos problemas
que afecten directamente al niño a los cuales el programa dirige. Claro está,
esto no implica que lo nuevo no se asimile, si, como ya se dijo en algún momento,
es dialécticamente incorporado.
La pertinencia en ningún momento invalida que
puedan haber programas que los sean para niños de muy diversas sociedades, esto
pertenece al primer nivel de la pertinencia pedagógica o psicológica como tal.
Pero luego, este programa común a varias culturas tiene que ser decantado dialécticamente
en la propia cultura. Por lo tanto, no deben existir programas “generales”
que se apliquen indistintamente en cualquier sociedad o grupo social, sino programas
que tienen mucho en común, pero también diferencias determinadas por su pertinencia.
El instrumento más apropiado para poder convertir
un programa “general” en uno pertinente a una sociedad dada, es
su experimentación, su comprobación experimental en las nuevas condiciones y
la inclusión de todo aquello que, para la sociedad dada, es pertinente.
De esta manera un programa de educación de la
primera infancia científicamente concebido, un programa verdaderamente científico,
tiene que tener en cuenta muchos aspectos de la realidad, comprobarlos y aplicarse
con una concepción propia del desarrollo, que en esta etapa es única y que no
es, en ningún modo, parte de algo mayor, sino algo en sí misma, precisamente:
la etapa más importante de todo el desarrollo.
6.2.-Marcar objetivos
Sin duda es la parte más compleja y que requiere
una mayor esfuerzo de abstracción mental y conocimiento de los educadores.
El concepto de objetivos, donde encontramos
también distinta terminología, se refiere a las capacidades que los niños han
de alcanzar. Estos objetivos, de acuerdo con lo actual en educación de la primera
infancia, han de expresarse en términos de desarrollo de los niños. Las metas
fundamentales hacia las cuales se ha de dirigir la labor educativa, y no tanto
ya en el sentido de las acciones pedagógicas a realizar, lo cual, por supuesto,
queda en manos del educador. Atendiendo a las características del niño en esta
etapa, los objetivos expresan las aspiraciones que se plantean en cuanto al
desarrollo multilateral y armónico, lo cual ha de realizarse dentro del marco
de la interacción y el conocimiento del mundo natural y social, de los objetos
y sus cualidades, en los diferentes tipos de actividad, y a través de la comunicación
oral y afectiva, de los adultos con los niños, y de estos entre sí.
Los objetivos en un programa de educación de
la primera infancia pueden abarcar desde los más generales que se plantean para
todo el programa educativo, y hasta otros menos generales o más específicos,
correspondientes a ciclos, años de vida, e incluso períodos que se consideren
procedentes.
Si somos capaces de fijar adecuadamente los
objetivos y logros para nuestros niños, podremos elaborar el programa de actividades
a demás de poder realizar una labor eminentemente preventiva, al comprobar posteriormente,
mediante la correspondiente evaluación de los mismos, si el desarrollo del niño
va discurriendo por los cauces adecuados y esperados.
Casi todos los gobiernos suelen incluir los
objetivos o capacidades que los niños han de alcanzar una vez finalizada la
etapa de educación de la primera infancia. Ahora bien su enunciado suele ser
excesivamente genérico y difuso, y ello al margen de ser objetivos finales una
vez terminada la etapa. De acuerdo a la legislación del país, si existe, y si
no a los generales que marca la psicología evolutiva, tendremos que ir marcando
los objetivos para realizar la planificación del proceso educativo. Ahora bien,
si partimos de la base de que cada niño es cada niño y cada centro distinto
al los demás en función de su entorno, estos objetivos hemos de adecuarlos a
su realidad y necesidades, reformulándolos de nuevo con nuestras propias palabras
de manera que los reconozcamos cómo propios y no como algo lejano que propone
la Administración Educativa.
6.3.-Fijar metodología
El eje central de todo el proceso educativo
en la educación de la primera infancia lo constituyen el niño, los cuales han
de apropiarse por sí mismos de las relaciones esenciales del mundo objetal y
espiritual que les rodea, bajo la orientación de sus educadores, en interrelación
dialéctica con la educación familiar, pues los padres son los primeros y principales
educadores de sus hijos. Es por eso que se hace necesario determinar una metodología
de trabajo en la que se conjuguen los objetivos del desarrollo personalizado
de cada niño, con los intereses sociales.
Por ello, como se ha expuesto en el apartado
anterior, es imprescindible la existencia de un currículo científicamente concebido,
que desde el punto de vista educativo promueva el más sano desarrollo de la
personalidad, promueva la formación de capacidades físicas e intelectuales,
la creatividad y la capacidad de expresión, de la educación de su sentido crítico,
de su apreciación literaria, plástica, musical, de su proyección y actuación
social, de la asimilación de las nuevas tecnologías y el desarrollo de un pensamiento
tecnológico, del cuidado y amor hacia el medio ambiente que le rodea, y de sentimientos
de amistad y cooperación solidaria hacia otros niños y pueblos del mundo, entre
otras muchas cosas mas.
Al educador le corresponde asegurar que se produzcan
los aprendizajes necesarios para vivir en sociedad mediante una intervención
activa, planificada e intencional, a partir de principios tales como el partir del nivel de desarrollo de cada uno de los niños, y de los conocimientos
y experiencia anterior con que llegan al centro, a fin de desarrollar las estrategias
didácticas que posibiliten la consecución de los objetivos anteriormente
planteados, en un clima de seguridad y confianza, en el que los niños y niñas
sienten que se les respeta y considera.
De inicio, se plantea la necesidad de concebir un plan de adaptación al ingreso del niño en el centro, que les permita
su ajuste mas adecuado a las nuevas condiciones, el cual es condición indispensable
para un feliz desarrollo y asimilación del proceso educativo que se lleva a
cabo en el centro, con la colaboración de los padres y demás agentes educativos,
y donde se sigan principios como el de la individualidad, el de la incorporación
paulatina de actividades y procesos de satisfacción de necesidades básicas.
Una vez adaptado el niño se hace imprescindible
que el proceso educativo promueva aprendizajes significativos, en los
que la presencia del conflicto cognitivo y de sus relaciones con la estructura
psicológica del pequeño y de las correspondientes a las diversas áreas del conocimiento,
constituya un motor del desarrollo y del conocimiento por sí mismos. Esto requiere
de un enfoque globalizador, en el cual se les presente la realidad, no
de manera fragmentada como en la educación tradicional, sino como esta se presenta
objetivamente, de manera total, lo cual es el fundamento de una apropiada preparación
para la vida.
En la práctica pedagógica cotidiana esto se
materializa en actividades, experiencias y procedimientos, que, conectando
al máximo con las necesidades, intereses y motivaciones de los niños, les
ayuden a aprender y desarrollarse. Para esto el educador debe asegurar que la actividad del niño sea una de las fuentes principales de sus aprendizajes
y su desarrollo, teniendo un carácter realmente constructivo en la medida en
que es a través de la acción y la experimentación cómo ellos expresan sus intereses
y motivaciones y, por otro, descubren las propiedades de los objetos,
relaciones, del mundo que les rodea.
Todo ello hace que el juego, y particularmente
el juego de roles, como la actividad más importante de su desarrollo en el período,
y el recurso metodológico por excelencia para la realización de las actividades.
Se requiere de una organización de la vida de los niños, que se expresa en el seguimiento de un buen horario y régimen
diario de vida, en el cual los tiempos y actividades a realizar se estructuren
acorde con sus necesidades físicas, fisiológicas y psicológicas, que garantice
un tiempo libre, uno de rutinas y otro de actividades científicamente conjugados,
para la acción individual de cada niño, y grupal de todos ellos en su conjunto.
El espacio tampoco es neutro, ha de ser
tomado en cuenta. Por una parte ha de cumplir la necesidad de una superficie
vital para cada niño, y por otra su estructuración y los elementos que lo configuran,
han de coadyuvar a la satisfacción de las necesidades de juego, autonomía, de
movimiento, de socialización, entre otras. Para ello se requiere, además,
un uso apropiado de los materiales, de diseño y propiedades apropiadas
para estos niños, y que sirvan al educador de recursos para propiciar una mejor
educación.
Ello implica, no un centro de educación de
la primera infancia volcado en sí mismo, sino revertido hacia el entorno,
en interrelación con otros agentes educativos como la familia, la comunidad,
el medio circundante, de modo tal que cumpla cabalmente la función social que
tiene asignada: Coadyuvar a la educación y el desarrollo de los miembros más
pequeños de la sociedad.
6.4.-Evaluar objetivos.
Definimos evaluación como un proceso continuo
sistemático y flexible que se orienta a seguir la evolución de los procesos
de desarrollo de los niños y a la toma de las decisiones necesarias para adecuar
el diseño del proceso educativo y el desarrollo de nuestra acción educativa
a las necesidades y logros detectados en los niños en sus procesos de aprendizaje.
Podemos decir que, la actividad evaluadora así
entendida contribuye de manera decisiva a la mejora de nuestra actividad como
educadores así como que nos sirve como observatorio permanente del desarrollo
del niño.
Evaluar a un niño por tanto, no supondrá
sólo ayudar a mejorar su rendimiento sino que también afectará a los educadores,
a la organización del Centro, a los métodos y al mismo proceso educativo. En el centro de educación de la primera infancia que todos debemos perseguir
e implantar, el concepto evaluación mas allá de la simple evaluación de los
logros. Lo más importante es considerar que el proceso de evaluación siempre
debe implicar de una forma comprensiva, a todos los elementos y procesos. Los centros han de evaluar:
· Los logros
· El proceso educativo en su conjunto
· La propia practica docente del educador,
por parte del mismo y de la comunidad educativa
Ahora bien, difícilmente se puede progresar
y evaluar los resultados sino se establecen unas metas u objetivos muy concretos
y expresados en términos de comportamientos observables, de ahí la importancia
de una correcta definición de los objetivos educativos que antes hablábamos
Los objetivos no solo clarifican el camino a recorrer y anticipan en forma de
pronóstico los resultados o productos a conseguir, sino que además sientan las
bases de una evaluación objetiva y coherente, una evaluación que se fundamente
en una comparación: lo que se pretende (propósitos) y lo que realmente se consigue
(resultados). Permite no sólo establecer el nivel de éxito alcanzado desde la
perspectiva de los propósitos sino también un feed-back, una constante concreción
en la dirección del proceso y en todos sus elementos integrantes (objetivos,
estrategias, etc.).
Así pues, la evaluación no es algo aislado y
ajeno al proceso educativo sino que forma parte integrante de él y como tal
contribuye decididamente a corregirlo y mejorarlo para obtener cada vez mayores
rendimientos y óptimos resultados. Ello quiere decir que la evaluación es también
un factor importante en el proceso educativo ya que se preocupa en cada momento
de analizar todas y cada una de las variables educativas y de hacer una estimación
precisa de los resultados.
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