Dado que
el individuo se desarrolla inicialmente en una familia, es obvio que al surgir
la situación de migración, que puede afectar a la familia como
unidad fundamental, la misma sea conmovida en sus basamentos e incida sobre
la estabilidad emocional de sus integrantes, particularmente los niños
que en ella se forman.
La situación
de migración comienza, por lo tanto, desde el mismo momento que se
toma la decisión de emigrar, y va a alterar la dinámica interna
de la familia, sus interrelaciones y los objetivos que, a corto y a largo
plazo se ha impuesto como metas a alcanzar. Es por ello que se hace necesario
realizar un análisis de la familia previo a entrar en las consecuencias
que en los niños significa el hecho de abandonar lo que hasta ese instante
constituía su mundo propio y su fuente de seguridad.
La familia
constituye la célula fundamental de la sociedad, y es el grupo humano
primario más importante en la vida del hombre, la institución
más estable de la historia de la humanidad.
Desde
tiempos inmemoriales el hombre ha vivido en familia, tanto aquella en la que
nace, como en la que más tarde crea. El hombre y la mujer, al unirse
como pareja, fundan una pequeña unidad que constituye el núcleo
formativo y educativo básico de toda la sociedad, y en la que aportan
y transmiten a su descendencia su manera de pensar, sus valores y actitudes;
los modos de actuar con los objetos, las formas de relación con las
personas y las normas de comportamiento social, que reflejan lo que ellos
mismos aprendieron inicialmente en sus respectivas familias.
Cada familia
tiene un modo de vida propio que depende de sus particulares condiciones de
vida, de sus actividades sociales específicas, y de las relaciones
sociales que se dan entre sus miembros, no obstante todas las familias de
un mismo conglomerado social tienen puntos de contacto que las identifican
como semejantes dentro de cada singularidad.
La familia
tiene funciones, dirigidas a la satisfacción de las necesidades más
importantes de sus integrantes, pero no como individuos aislados, sino como
partes constituyentes de una misma unidad social en estrecha interdependencia.
La formación
y transformación de la personalidad de los miembros de una familia
se produce en la realización de estas acciones y actividades familiares.
Esto implica que las actividades y relaciones que se dan dentro del seno familiar
tienen la propiedad de actuar en los hijos para la formación de sus
primeros rasgos y cualidades de personalidad, y de trasmitirles los valores
y conocimientos iniciales que son condiciones para la asimilación ulterior
de las demás relaciones sociales.
Desde
este punto de vista la familia no es una estructura cerrada, sino que a través
de ella se filtra, por así decirlo, el sistema de influencias sociales
del medio que la rodea. Así, la familia trasmite a cada uno de sus
miembros la experiencia social que la humanidad ha acumulado en su devenir
histórico, y va formando a sus integrantes de acuerdo con las particularidades
de dicha experiencia social.
Las funciones
de la familia se expresan en las actividades y en las relaciones concretas
que se establecen entre sus miembros, y que se asocian también a los
más diversos vínculos y relaciones extrafamiliares. Las funciones
constituyen un grupo de complejos condicionamientos internos que constituyen
un sistema en sí mismo, de esta manera la familia requiere de una cierta
armonía entre ellas, y una disfunción en una de estas funciones
altera al sistema como un todo.
La función
afectiva de la familia es una de las que más colabora a la estabilidad
y sano desarrollo emocional de la personalidad, pues en el seno del medio
familiar el niño encuentra apoyo, seguridad y bienestar emocional,
si la misma es una familia sana. Pero, incluso, aunque la misma pueda tener
una dinámica insatisfactoria, el hecho de contar con una familia es
un paliativo importante ante las vicisitudes que el medio pueda generar.
La familia
desempeña una función económica que históricamente
la ha caracterizado como célula básica de la sociedad. Esta
función económica abarca las actividades relacionadas con la
reposición de la fuerza de trabajo de sus integrantes; el presupuesto
de los gastos de la familia sobre la base de sus ingresos; las tareas domésticas
del abastecimiento; el consumo; la satisfacción de necesidades materiales
individuales, entre otras. Aquí resultan importantes las acciones dirigidas
a asegurar la salud y el bienestar de sus miembros.
La función
biosocial de la familia comprende la procreación y crianza de los hijos,
así como las relaciones sexuales y afectivas de la pareja. Estas actividades
e interrelaciones son significativas para la estabilidad familiar y la formación
emocional de los hijos. En esta función también se incluyen
las relaciones que dan lugar a la seguridad emocional de los miembros y su
identificación con la familia. La identificación emocional con
el hogar es un importante factor de estabilidad.
La función
espiritual-cultural comprende, entre otros aspectos, la satisfacción
de las necesidades culturales de sus miembros, la superación y esparcimiento
cultural, así como la educación de los hijos. Algunos autores
plantean, además, la función educativa que se realiza a través
de las otras funciones, pues todas, a la vez que satisfacen las necesidades
correspondientes de los integrantes del núcleo familiar, educan a la
descendencia, y de esta manera garantizan la reproducción social.
La función
educativa de la familia es quizás su más importante función.
Partiendo del hecho de que en el transcurso de la actividad y la comunicación
con los que le rodean, el ser humano hace suya la experiencia histórico
- social, es obvio suponer el papel que la familia asume como mediador y facilitador
de esa apropiación. En este sentido la familia influye desde muy temprano
en el desarrollo social, físico, intelectual y moral de los hijos,
y que se apoya en una base emocional muy fuerte.
Esto lleva
a reconocer la existencia de la influencia educativa de la familia, que está
caracterizada por su continuidad y duración. La familia es la primera
escuela del hombre y son los padres los primeros educadores de sus hijos.
Mas, ¿qué
sucede en la familia cuando de pronto, aunque estén sumergidos en situaciones
precarias de vida y las condiciones de supervivencia sean difíciles
la familia decide emigrar, o mejor dicho, los mayores del núcleo familiar
toman la decisión de emigrar?
2.1.
Problemática social y psicológica de la familia del niño
inmigrante.
La familia
que emigra se convierte en una problemática psicológica y social
que comienza desde mucho antes que se toma la decisión de partir. Esto
puede implicar incluso un desmembramiento de la propia familia, de la transformación
de la unidad que la había caracterizado, pues no siempre todo el núcleo
familiar puede acompañar a aquellos que juegan los roles principales
en tal decisión.
Así,
no es infrecuente que sea el padre, quizás acompañado de alguno
de los hermanos mayores, el que inicialmente emigre, dejando detrás
a su familia en espera de condiciones para poder traerla consigo. Esto, por
supuesto, va a tener efectos sobre la dinámica interna, que van desde
el cambio de la autoridad (hasta el momento recayendo fundamentalmente en
la figura del padre) hasta un descenso notable de los ingresos familiares,
y que van a afectar todo la dinámica e interrelaciones previamente
establecidas. Esto va a incidir sobre los niños con un peso considerable,
fundamentalmente en los más pequeños, que tienen, de la noche
a la mañana, que acostumbrarse a un nuevo sistema de relaciones, a
un régimen de vida diferente, a un proceso de socialización
distinto. Esto tiene en ocasiones una fuerza disruptiva tan fuerte que desorganiza
el comportamiento de los niños, los cuales pueden volverse rebeldes,
o taciturnos, o agresivos, al enfrentarse a una situación que no llegan
muy bien a comprender.
La decisión
de partir puede ser un proyecto largamente meditado y valorado, o puede ser
una súbita idea que irrumpe con fuerza en aquellos que tienen la decisión
de emigrar. En el primer caso esto puede haber originado transformaciones
en el modo de vida de la familia ("¿Para qué vamos a hacer
esto si en definitiva nos vamos a ir?") que pueden incluso determinar
relajamiento de las costumbres que eran habituales, modificación de
los comportamientos, valoración diferente de los hechos concomitantes,
en el segundo, el cambio puede ser mucho más brusco aún, y significar
una variación considerable de lo que anteriormente estaba establecido,
con sus consecuentes resultados en la dinámica interna.
Por supuesto,
esto va a tener una relación directa con la causa que determina el
emigrar, pues no pasa lo mismo en una familia que tiene que abandonar su país
por ir en busca de mejores condiciones económicas de vida, que aquella
que lo tiene que hacer porque peligra la vida de alguno de sus integrantes,
como puede darse en el caso de las persecuciones políticas o religiosas.
En un caso puede afectarse el sistema de relaciones o los modos de socialización,
en el otro puede significar incluso una amenaza de desintegración de
la familia.
El niño
sufre estos cambios, sin saber a ciencia cierta porqué se suceden,
y puede reaccionar de forma negativa ante los mismos.
Como toda
situación de emigración implica la pérdida masiva de
numerosos elementos que le daban estabilidad a la familia (relaciones, amistades,
fuentes de trabajo, lugares, clima, a veces idioma, condiciones habituales
de vida, etc.), se da la posibilidad de pérdida de valores en la familia,
y consecuentemente, de su propia identidad, lo que conduce a desorganización
en su dinámica interna, y el surgimiento de un estado de ansiedad característico
de la familia emigrante, que permea todas sus relaciones y sistemas de equilibrio
emocional. Esto va a tener una consecuencia en la intensidad de las reacciones,
en los mecanismos de defensa para compensar estos problemas, y en los medios
y posibilidades de elaborar respuestas que impidan la desintegración
familiar.
La familia
en situación de emigración se enfrenta a temores referidos a
la pérdida de su estructura ya establecida, y al sistema de interrelaciones
que han sido previamente conformados en su interior, lo cual tiene sus altas
y bajas en la medida en que se llega a la decisión final de emigrar.
Esto conlleva
una situación característica en la familia emigrante; la escisión
interna de sus componentes. Como la decisión de emigrar suele recaer
en los que ejercen la mayor autoridad en la familia, el resto de sus integrantes,
hijos y otros familiares asume posiciones diversas que están dadas
por sus criterios respecto al hecho de emigrar: mientras que unos apoyan la
decisión tomada, otros la rechazan, y se suceden relaciones diversas
de oposición, no solo contra los que toman la decisión sino
entre las facciones que se mueven en la familia, con frecuentes disputas,
altercados, agresiones físicas y verbales, etc., que socavan la unidad
familiar.
Los niños
son notablemente afectados por este estado ansioso y sistema conflictivo de
relaciones, y no es raro que sufran pesadillas, o se presenten dificultades
en la formación de hábitos, o se manifiesten conductas regresivas
(como volver a mojar la cama) que son directamente atribuibles a la situación
de migración.
Al ser
una decisión que toman los mayores, en los que casi nunca se consulta
o toman en cuenta la opinión de los niños y otros miembros de
la familia, se suceden situaciones de hostilidad en de los niños hacia
sus padres. Para el niño emigrar significa la pérdida de sus
amigos, de lo conocido, de su centro infantil o escuela, y no comprende el
porqué de esta pérdida anunciada. Ello crea conductas de rebeldía
y de menoscabo de los patrones que antes regulaban su conducta, que inciden
en sus reacciones emocionales y en contradicciones afectivas, pues aunque
los padres continúan siendo su fuente de afecto y seguridad, sin embargo,
son los culpables de la decisión de emigrar.
De igual
manera otros miembros de la familia pueden ser afectados por la decisión,
que en cierta medida modifica su proyecto de vida presente y futuro, por lo
que son frecuentes, como ya se refirió, los reproches, las discusiones
y la hostilidad de unos con otros. Esto trasciende a la comunidad inmediata,
que puede aprobar o desaprobar la decisión tomada, y actuar de acuerdo
con lo que considera debiera ser lo correcto.
Es decir,
la decisión de emigrar no solamente influye sobre la dinámica
interna de la familia, sino que incide, a veces de forma muy manifiesta sobre
la comunidad inmediata, lo cual se relaciona de manera directa con la vinculación
que esta familia ha tenido con las de su entorno cercano. Si estos vínculos
han sido positivos, se da una ambivalencia afectiva con respecto a su decisión:
por una parte, pena por la pérdida futura, y alegría por reconocer
que marchan a un futuro quizás mejor, a lo que se unen ocasionalmente
sentimientos de envidia por no poder hacer lo mismo; si los vínculos
han sido negativos, esto puede conllevar una mayor intensidad de la hostilidad
previa, incluso llegar a conductas abiertamente agresivas, lo cual se expresa
de forma mucho mas evidente cuando hay componentes de tipo político
o de intolerancia religiosa condicionantes de estos comportamientos antagónicos.
De igual
manera, la familia se enfrenta a sentimientos marcados de inseguridad, que
le hacen muchas verse aislarse del medio que le rodea, situación anímica
que debilita el sentimiento de pertenencia al grupo social que pertenece,
y que le hace rehuir el contacto habitual con las otras familias con las que
solían tener una relación adecuada. Esto también tiene
su contrapartida en dichas familias que, de acuerdo con su proyección
anterior, van a actuar de manera diferente a como solían hacerlo.
Así,
si el caso tenía connotaciones políticas o religiosas previas,
es frecuente que el conocimiento por estas familias de la decisión
de emigrar de aquella, extreme sus posiciones y comportamientos, y si bien
antes hasta cierto punto "toleraban" la disidencia política
o religiosa, ahora agudizan su rechazo, que en ocasiones llega a cristalizar
en agresiones verbales, cuando no físicas. Como la familia emigrante
tiene a aislarse del contacto social con las otras, por el sentido de pertenencia
que comienza a perderse desde el momento de la decisión, este aislamiento
concita mayor aprehensión y rechazo, y suele generar situaciones difíciles
para la misma.
Esto va
a determinar una dinámica social patológica que incide grandemente
en la estructura interna de la familia, partiendo del criterio de que el agravamiento
de las condiciones externas repercute desfavorablemente en la dinámica
interna de esta familia emigrante, factores que conllevan a una alteración
mas o menos severa de su equilibrio emocional.
Es decir,
la situación de emigración tiene implicaciones psicológicas
y sociales que aparecen desde el propio momento que se toma la decisión
de partir, y que van a tener efectos sobre las reacciones que en la familia
se den en el nuevo país. Por eso es que no es posible achacar los desórdenes
de tipo psicológico o social que pueden aparecer en la familia (y en
cada uno de sus integrantes) en la nueva vida como consecuencias exclusivas
de la propia situación de inmigración, sino que la calidad e
intensidad de los síntomas también están relacionados
con las experiencias previas al momento de partir, con lo que fue la dinámica
interna y externa de la familia en su anterior hábitat.
Esto es
importante de reconocer, porque a veces puede parecer inexplicable que a pesar
de ser recibidos de forma positiva en el país receptor, y contar con
medios y posibilidades para su desenvolvimiento, se manifiesten en la familia
problemas de inadaptación y dificultades de integración al nuevo
medio.
Esto es
muy significativo en aquellas familias que han sufrido acoso político
o religioso en su comunidad de origen, y cuyas huellas y heridas no cierran
convenientemente en el nuevo lugar, aunque reciban un trato humanitario y
sean aceptados socialmente, y donde es harto frecuente la existencia de rasgos
paranoides en sus relaciones sociales con la nueva comunidad.
Dentro
de esta dinámica psicológica y social también es de tomar
en cuenta las reacciones y relaciones que se dan entre aquellos que parten
y los que se quedan, en la que los sentimientos de pérdida, desencanto,
temor, suelen aflorar con fuerza. Es harto frecuente que el que parte suele
no poder llevar a todos consigo, pues para la busca de modos más amplios
de supervivencia y en los que las situaciones iniciales pueden ser bien difíciles,
traer a todos puede significar una carga económica imposible de sostener.
Por lo
general el adulto, o los adultos que parten, salen con la idea firme de "traer
después a los demás" en la medida en que progresan, y seleccionar
quienes se van y quienes quedan detrás puede generar posturas y actitudes
encontradas en el seno familiar. Los miembros de la familia del que emigra
pasan así por estados emocionales diversos, que pueden llegar a un
clímax, en relación con las motivaciones de la partida, las
condiciones en que la misma se han de dar, de la actitud del contexto social
que les rodea, y de las relaciones afectivas que prevalecen en el núcleo
familiar, tanto de sus integrantes entre sí como de ellos hacia el
que se va y que usualmente ha sido el que ha tomado la decisión que
ha de afectarlos a todos.
Todo esto,
por supuesto, tendrá una menor o mayor intensidad, un mayor o menor
efecto disruptivo en relación con la etapa del ciclo de vida de la
familia en que la misma se encuentre.
Es sabido
que todas las familias en su devenir como célula básica de la
sociedad, atraviesan un ciclo de vida o desarrollo secuencial que comprende
un número de etapas que difieren entre sí por la naturaleza
de las transformaciones estructurales que se suceden en la misma, las actividades
familiares que se desarrollan, el curso evolutivo de sus integrantes.
Estas
etapas (formación, extensión, contracción y disolución)
tiene un ordenamiento inherente a su propio desarrollo, y plantea tareas a
la familia dentro de un proceso continuo de cambio, que varía en relación
con las necesidades de la pareja que la ha creado y la época dada.
Cada etapa se caracteriza por tareas principales que se gestan en las etapas
que la preceden, que tienen un sentido jerárquico y sucesivo, aunque
cada una de ellas es autónoma, completa y distintiva, no obstante su
condicionamiento anterior.
Dentro
de cada etapa los distintos miembros de la familia asumen determinados comportamientos
que les sirven para cumplir funciones específicas dentro de un período
dado.
R. Macías
plantea que las etapas fundamentales son: los antecedentes, el inicio, el
desarrollo y la declinación.
Los antecedentes
implican el desprendimiento de la familia anterior, el proyecto de la pareja
de crear una nueva familia y la decisión de serlo.
El inicio,
comprende la creación de la familia mediante la constitución
de la pareja, su integración, el nacimiento de los hijos, su infancia.
El desarrollo,
que pasa por varias fases intermedias, implica la atención y formación
de los hijos hasta su juventud, y el establecimiento de roles de subordinación
hacia las figuras centrales de la familia, los padres.
Finalmente,
la declinación (que también comprende varias etapas), conduce
a la disolución de la familia nuclear por la partida de los hijos,
el envejecimiento, la muerte, y la creación de nuevas familias a partir
de esta que se va.
La decisión
de emigración tiene entonces, una particularidad distintiva en la medida
en que se toma en una etapa u otra del desarrollo de la familia, y ha de tener
menores o mayores implicaciones para todos sus miembros de acuerdo con el
momento en que se toma esta decisión. Así, para un niño
de esta familia no es lo mismo que la decisión de emigrar se tome cuando
se es un párvulo, a que se haga cuando ya es un escolar, o comienza
en la enseñanza secundaria, pudiendo en uno u otro caso, tener efectos
muy distintos, en el primer caso la familia constituye la casi totalidad del
mundo de interacción del niño (a menos que asista a un centro
infantil), en el segundo, sus funciones psicosociales son compartidas con
el resto de las instituciones de la sociedad, y la envergadura de las reacciones
y situaciones que se derivan de la decisión de emigrar es bien distinta.
Por supuesto,
toda y cada una de estas etapas implica una dinámica interna diferente
en la familia, y tiene efectos distintos en cada uno de sus integrantes, que
pueden ser mas o menos críticos en relación con la calidad de
esa dinámica interna: si es una familia disfuncional los efectos pueden
ser demoledores, si es una familia funcional, su grado de cohesión
puede preservar que la misma no se desintegre en el tránsito migratorio,
y en cierta medida preserve a sus miembros de las inevitables consecuencias que se derivan de
la situación de migración.
2.2.
La aceptación social general del inmigrante y su efecto en la familia.
La aceptación
por el grupo social de la familia inmigrante que se inserta en la comunidad,
juega un papel importante en sus posibilidades de la integración y
la paulatina incorporación de la misma, y el tipo de reacciones que
asuman los miembros de la comunidad ha de influir de manera decisiva en el
transcurso de su adaptación y asentamiento. Sin embargo, esto no suele
ser un proceso fácil y que responda a un análisis intelectual
solamente, sino que se imbrica con el plano afectivo, que en ocasiones determina
los comportamientos a seguir por la comunidad respecto a los que llegan
Los sentimientos
de inseguridad que experimentan los que arriban, no solo dependen de su desconocimiento
del nuevo medio, sino también de lo que han asumido mental y emocionalmente
respecto al mismo. Esto determina que pueden sentirse cohibidos de entablar
de inmediato nuevos nexos con los residentes, los cuales pueden interpretar
estas acciones y comportamientos como una suerte de rechazo hacia ellos. Esto
entra en abierta contradicción con la necesidad de sentirse acogido,
de palpar cordialidad y empatía de los que viven en la localidad, de
comunicarse. Pero, el sentimiento de duelo por la pérdida de todo lo
que han dejado atrás suele ser tan fuerte, que muchas veces requiere
un largo período de compensación y superación.
Pero a
su vez, no solo la familia inmigrante sufre un proceso de adaptación
a las nuevas condiciones, sino que la comunidad residente también siente
el impacto de su arribo, que con la presencia de los nuevos miembros de la
localidad, puede sentir modificada su estructura grupal, cuestionados sus
modos de conducta (en el plano moral, político, estético o religioso,
entre otros), valoradas sus costumbres, lo que puede causar problemas en la
estabilidad de la organización existente.
Ello implica
que para la nueva comunidad la situación de inmigración es también
significativa, y no pasa inadvertida a sus integrantes. Esto es mas o menos
intenso en la medida en que la comunidad se enfrenta quizás a una o
dos familias inmigrantes, a cuando un grupo más considerable aparece
en su vecindad. Es por eso que la comunidad receptora también teme
por su identidad, por sus valores y hábitos sociales, por su forma
de hablar, por sus creencias, y todo aquello que compone su identidad como
grupo social.
El equilibrio
entonces entre una postura de aceptación por parte de la comunidad
o de rechazo hacia los recientes pobladores es bien precario, y va a depender
de numerosos factores concomitantes. Es por ello que la relación de
la comunidad hacia la familia inmigrante puede asumir tres posiciones fundamentales:
1. Una
postura de aceptación externa y sutil, que va a depender en mucho de
cómo los nuevos miembros de la comunidad reaccionan ante el patrón
habitual y característico de dicha comunidad, y lo aceptan como se
les impone.
2. Una
posición de absoluto rechazo, que puede conllevar a situaciones conflictivas
y asunción de comportamientos hostiles hacia los inmigrantes.
3. Una
posición intermedia, en que, conociendo las dificultades que conlleva
la inserción de los inmigrantes, posibilita una cierta flexibilidad
de ambas partes, lo que permite su integración real con beneficio para
ambos.
Realmente
la posición intermedia es la de mejores resultados, tanto para la comunidad
como para aquellos que se integran, pues implica la inserción dentro
de la cosmovisión general que tiene la comunidad, sin que los nuevos
miembros pierdan su propia cosmovisión. Desde este punto de vista se
enfoca la inserción dentro de un enfoque multicultural, que posibilita
la interrelación entre las dos culturas sin que ninguna de ellas pierda
su propia esencia como tal.
Pero,
la incidencia de factores adversos que actúen sobre esta relación,
puede hacer que la tercera vía, que es la más efectiva para
una adecuada integración, no sea precisamente la que usualmente la
que más se propicia.
En primer
lugar, no hay que olvidar que la familia inmigrante está en una fase
de duelo, por todo lo que ha dejado atrás y perdido, y esto puede permear
su conducta, que puede interpretarse por el grupo social receptor de diversas
maneras.
En segundo
término, se ha de valorar hasta que punto la comunidad tiene una información
de la familia o el grupo que se ha de asentar en ella, o haya participado
en la preparación de condiciones para su inserción. Cuando esto
se da, están creadas condiciones para una mejor aceptación de
los inmigrantes, porque la comunidad no es "sorprendida de repente"
por el arribo de estas familias.
En tercer
término, la existencia de estereotipos sociales presentes en la comunidad
respecto a la etnia, los hábitos, las costumbres o las ideas, juega
también un papel, como posteriormente se ha de analizar.
En cuarto
lugar, la propia actitud que asumen los que llegan, que puede convertirse
en un elemento significativo en el establecimiento de las relaciones.
Quinto,
la propia situación socioeconómica de la comunidad, que puede
llegar al criterio de que los nuevos pobladores pueden constituir un elemento
que agrave su actual status y afecte sus medios de supervivencia, interferir
con sus posibilidades de trabajo, sus prerrogativas sociales y laborales,
sus capacidades adquisitivas, etc.
El manejo
no adecuado de estos elementos puede llevar a posiciones irreconciliables,
y afectar la dinámica de la propia comunidad, que puede asumir posturas
xenófobas hacia los inmigrantes, independientemente de que la procedencia
de los mismos puede también significar un elemento de contradicción
dados los condicionantes sociales presentes en ese momento.
Este rechazo
puede ser abierto, mediante acciones que la comunidad realiza en contra de
los inmigrantes, y que pueden llegar incluso hasta la violencia y la agresión;
o solapada o sutil, mediante el uso de chistes denigrantes de la cultura,
la raza o la lengua de los que han llegado, el uso de un lenguaje rebuscado
que resulta incomprensible e inaccesible a estos, los apodos peyorativos al
referirse a ellos, la referencia marcada a los rasgos negativos de su identidad,
y mil y otras formas variadas de hacer patente su antagonismo hacia dichos
inmigrantes.
En ocasiones,
las menos, la comunidad que recibe reacciona de manera positiva, tratándolos
con cordialidad y benevolencia, y ofreciéndole colaboración
para una eficaz integración al nuevo medio, a partir de expectativas
que previamente se han hecho de los que han de llegar, expectativas que de
no cumplirse pueden transformar la postura inicialmente asumida, y reaccionar
posteriormente con hostilidad y rechazo.
En este
sentido, la Declaración Universal de la UNESCO sobre la diversidad
cultural, es enfática al plantear e su artículo 2 que "En
nuestras sociedades cada vez mas diversificadas, resulta indispensable garantizar
una interacción armoniosa y una voluntad de convivir de personas y
grupos con identidades culturales a un tiempo plurales, variadas y dinámicas...."
y en el artículo 3 "La diversidad cultural amplía las posibilidades
de elección que se brindan a todos; es una fuente de las fuentes del
desarrollo, entendido no solamente en términos de crecimiento económico,
sino también como medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva,
moral y espiritual satisfactoria"
Ello quiere
decir que la aceptación del grupo que se integra a la comunidad que
los recibe, no solamente actúa sobre el inmigrante sino también
sobre aquella comunidad que los recibe, y que todo ello implica un crecimiento
de cada uno, constituye un factor de desarrollo de ambos grupos sociales.
Esto se
imbrica incluso con los derechos humanos. Así la Resolución
continúa diciendo en su artículo 4 referente a los derechos
humanos como garantía de la diversidad cultural: " La defensa
de la diversidad cultural es un imperativo ético inseparable del respeto
de la dignidad de la persona humana. Ella supone el compromiso de respetar
los derechos humanos y las libertades fundamentales, en particular los derechos
de las personas que pertenecen a minorías y los de los pueblos autóctonos.
Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos
garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance"
(el subrayado es nuestro).
Esto plantea
que la aceptación de los inmigrantes no solamente es un derecho social
que tienen los mismos, sino también un derecho humano.
En aquellos
países en los que las necesidades de inmigrantes son un elemento significativo
para su desarrollo, como sucede en el caso de Israel, las autoridades crean
instituciones y centros para atender a los que pretenden asentarse, para "entrenarlos"
en el idioma, las costumbres, los modos de vida de las comunidades en que
han de ser ubicados, a la vez que sientan condiciones previas en tales comunidades,
para garantizar de esta manera que su inserción sea satisfactoria.
Pero el
proceso de inserción de la familia en el nuevo medio no es nunca fácil,
aunque algunos de sus miembros se adapte mejor que otros. El hecho de que
se mezclen culturas, lenguas, lugares y costumbres, puede causar un estado
de confusión en la familia inmigrante, que agudiza el duelo que siente
por todo lo que ha dejado atrás, y puede, como se dijo en algún
momento antes, en convertirse en una crisis que incluso puede asumir en algunos
casos ribetes patológicos.
La pérdida
de la identidad, o de parte de su identidad, es un elemento que no todas las
familias asumen de igual manera, puesto que el inmigrante para poder integrarse
al medio que lo recibe, tiene indefectiblemente que perder parte de su individualidad,
lo cual se agrava por la dificultad que puede existir en algunos de los miembros
de la familia inmigrante de volver a tener el status que antes poseían
en su lugar de origen. No es infrecuente encontrarse que el chofer de taxi,
el mandadero o el que lleva las maletas en un hotel, era antes médico,
abogado o ingeniero en su lugar de origen, y que ahora, por no poder resolver
su posición social o status profesional, se ve obligado a realizar
estos menesteres, ello causa una agudo sentido de no pertenencia y de inseguridad,
que dificulta su incorporación real a la nueva comunidad.
Por eso,
suele decirse que los inmigrantes de menor escolarización y menor status
en sus países originales, se adaptan mas rápidamente que aquellos
que gozaban previamente de ciertos privilegios por su profesión, nivel
económico o status social, aunque haya casos aislados en que tales
individuos sean capaces de recuperar su anterior nivel, e incluso llegar a
un pináculo superior.
Por supuesto,
la intensidad del duelo y las posibilidades de integración de la familia,
y de su aceptación por el nuevo medio social, va a depender grandemente
de su historia previa, de su dinámica interna anterior, de la solidez
de los lazos afectivos precedentes, de la sanidad de su estructura existente
antes de la decisión de emigrar y luego de asumir esta, de la cohesión
de los lazos familiares. Esto hace que el duelo que sufre toda familia que
abandona su lugar de origen sea más llevadero, le permita mantener
una postura más realista y asimilar de mejor manera las nuevas experiencias,
lo que paulatinamente ha de posibilitar un mejor ajuste e integración
al medio.
Analizando
entonces el proceso de toma de decisiones en su propio lugar de origen y de
incorporación al país receptor, pueden definirse cuatro etapas
básicas en el proceso migratorio de la familia:
Una primera
etapa, que se sucede aún estando en el país de origen, que incluye
el proceso de toma de decisiones respecto a emigrar y que conlleva un reajuste
del sistema de relaciones en la dinámica de la familia, que puede o
no asumir un carácter conflictivo y desintegrador del equilibrio emocional
en la medida en que los fundamentos previos de la estructura y dinámica
de la familia eran o no sanos y adecuados.
Pero,
aún en el mejor de los casos, y donde la familia muestre los índices
de mayor salud mental y estabilidad interna, siempre han de sucederse situaciones
de stress acumulativo que han de ejercer un efecto desestabilizador de la
dinámica interior de la familia.
Una segunda
etapa, que sucede ya en la llegada al país receptor, en que se da la
presencia manifiesta de duelo, de intenso dolor por la pérdida de todo
lo que ha quedado detrás, que suele acompañarse de estados negativos
emocionales muy severos y que pueden llevar a la total desintegración
de la estabilidad de la dinámica familiar.
Esta es
la etapa más aguda de la situación de inmigración, que
incluso puede devenir en una crisis de inadaptación y en algunos individuos,
y por circunstancias específicas, devenir en una psicosis o enfermedad
mental.
Una tercera
etapa, en la que la familia comienza a abrirse a la acción del nuevo
medio y la nueva cultura, lo que lleva aparejado una reducción de la
intensidad de los síntomas de inadaptación, lo que permite una
interacción más efectiva entre las dos realidades de la familia,
la interna condicionada por todo lo anterior, y la externa, que comienza a
transformar dicha realidad interior para ajustarla a las nuevas condiciones.
Una cuarta
y final etapa de recuperación, en la que se empieza a vivenciar lo
anterior como una parte de la vida previa, y no como algo que se anhela volver
a tener, lo cual posibilita la inserción apropiada en el nuevo medio
y formar parte consustancial de la nueva comunidad.
Ello no
quiere decir que el duelo se supere de manera absoluta, no al menos en aquellos
que tenían posibilidades intelectuales y emocionales para analizar
su situación de emigración y de inmigración, pues el
proceso de multiculturalización mantiene la cultura de procedencia
junto a la nueva cultura, sin que una haga desaparecer la otra. Esto, en suma,
transforma la identidad previa, y conforma una nueva manera de ser de la misma,
que permite la real adaptación del sujeto al nuevo medio que ha escogido
para vivir.
De esta
manera, lentamente, y directamente relacionado con las particularidades de
cómo la familia ha elaborado la etapa de duelo, sus integrantes comienzan
a sentirse parte de la nueva comunidad, asimilando sus características
fundamentales (lengua, valores y costumbres, comportamientos sociales y culturales,
etc.) manteniendo de manera simultánea una relación estable
y positiva con el lugar de origen, con su propia cultura y lengua, sin rechazarlo
como condición para su aceptación en el que los recibe. Este
proceso de integración es largo y trabajoso, y siempre implica un tránsito
gradual del proceso migratorio hasta la integración definitiva.
Este tránsito
ha de ser mas o menos violento y dramático en relación con la
causa que ha promovido la decisión de emigrar, y en el modelo anterior
se ha reflejado la mas característica de la época actual: aquella
en la que la familia de motu propio decide abandonar el país en que
ha transcurrido toda su existencia para probar suerte en uno nuevo, en busca
de una mejoría económica que le permita resolver o mejorar sus
condiciones de supervivencia. Tránsito que, acompañado de toda
la constelación social y psicológica que le acompaña,
porque la migración implica siempre un proceso difícil y traumático,
es siempre menos agudo que cuando las motivaciones y decisiones dependen de
agentes o hechos ajenos a la voluntad de la familia o condicionados por factores
que pueden llevar a su desintegración, como puede ser la guerra, la
persecución política o la intolerancia religiosa, los desastres
naturales, las hambrunas o epidemias, las luchas civiles, etc.
2.3.
Etnia e inmigración, efectos en la familia.
La problemática
social y cultural de las minorías étnicas y de las etnias como
tal en el proceso migratorio y sus efectos en la familia, es un aspecto de
importancia relevante a considerar en el análisis general de la situación
de migración.
El quid
de esta cuestión radica en que el problema étnico es una cuestión
que se sobreañade a la ya conocida de la xenofobia o rechazo al extranjero,
y se mezcla con los estereotipos sociales que muchas veces forman parte de
la identidad de la comunidad receptora. Si para algunas localidades es difícil
aceptar a los inmigrantes por su condición de extranjeros, esta problemática
se agudiza si intervienen elementos de racismo o antisemitismo, y hace mucho
mas complicado el proceso de aceptación de dichos inmigrantes.
Cuando
la comunidad se enfrenta a una inmigración que no coincide con sus
estereotipos o arquetipos habituales, ello conlleva siempre un proceso de
asimilación más complejo y, consecuentemente, una acomodación
o integración de los nuevos conceptos para ajustarlos a los ya asimilados,
mucho más difícil. Si, por el contrario, los inmigrantes pertenecen
a los cánones que desde el punto de vista étnico para esa comunidad
son aceptados, entonces el proceso se facilita dentro de los límites
que la integración impone.
De esta
manera la inmigración proveniente de los países asiáticos
y africanos, incluso latinoamericanos, que busca instalarse en los países
altamente industrializados de población mayoritariamente blanca, suele
ser mas rechazada que aquella que proviene de países donde la raza
blanca es prioritaria, como sucedió con la proveniente de Europa del
Este que, durante la desintegración de sus antiguos regímenes
sociopolíticos, constituyeron un flujo masivo hacia estos países
mas desarrollados.
Sin embargo,
la realidad es que son precisamente estas regiones en las que predominan etnias
diferentes a la de los países receptores las que más depauperadas
económicamente se encuentran y las que generan un mayor número
de emigrantes, situación que se incrementa en la misma medida en que
los procesos globalizadores de la economía mundial agudizan las contradicciones
entre los países ricos y los pobres.
El problema
de las etnias se conjuga con la existencia de los arquetipos raciales y sociales,
haciendo más fácil o difícil la aceptación de
las mismas. Criterios tales como "los negros son vagos y ladrones, los
árabes ladinos, los judíos avaros, los latinos desorganizados
y revoltosos", entre otros referidos al origen étnico, se unen
a otros peyorativos referentes a las nacionalidades "los italianos son
mafiosos, los mejicanos y chicanos buscapleitos, los argentinos esnobistas
y autosobreestimados, los colombianos violentos", etc., para crear disposiciones
negativas en los grupos receptores hacia la aceptación de los inmigrantes,
y prevalecen muy por encima de los arquetipos positivos: "los alemanes
son organizados, los chinos laboriosos, los españoles trabajadores,
los ingleses metódicos", y por el estilo. Llama la atención
que estos arquetipos positivos, cuando existen, se refieren mayoritariamente
a composiciones étnicas y procedencias nacionales que coinciden con
la mayoría de la composición étnica de los países
receptores.
Pero aún
así, hay lugares donde incluso el factor étnico se acompaña
obligatoriamente de componentes sociales y religiosos que ejercen una discriminación
sobre aquellos que no poseen esos rasgos, como es el criterio prevaleciente
en muchas zonas de los Estados Unidos en que las etnias aceptadas pertenecen
a la categoría WASP (white, anglosaxon, protestant: blanco, anglosajón,
protestante) y su aceptación es muy diferente a la de aquellos que
no cumplimentan estos cánones.
La Resolución
de la UNESCO ya citada es bien definitoria al respecto, y en las orientaciones
principales del plan de acción para la aplicación de dicha resolución,
establece que se ha de "Desarrollar la definición de principios,
normas y prácticas en los planos nacional e internacional, así
como en los medios de sensibilización y las formas de cooperación
más propicios a la salvaguarda y a la promoción de la diversidad
cultural", agregando mas adelante "Favorecer el intercambio de conocimientos
y de las prácticas recomendables en materias de pluralismo cultural
con miras a facilitar, en sociedades diversificadas, la inclusión y
la participación de las personas y de los grupos que proceden de horizontes
culturales diversos". (el subrayado es nuestro).
Al problema
étnico se suma con mucha fuerza la cuestión del idioma que,
como norma mas general, es diferente a la de los países usualmente
receptores. La imposibilidad de una comunicación abierta se convierte
en un obstáculo para la facilitación de los procesos de integración,
y en muchas comunidades genera un rechazo a los inmigrantes que por su parte
encuentran mucho más compleja sus posibilidades de inserción
al no poder expresarse en cada momento como desearían, conducta que
puede ser interpretada como reluctancia a utilizar la lengua de la comunidad
que los recibe.
En ocasiones,
y como contrapartida psicológica antagónica, en los propios
emigrantes se genera una resistencia a usar la otra lengua, y se refugian
en la propia como forma de salvaguardar su identidad, dándose el caso
de que hay individuos que incluso nunca llegan a apropiarse del nuevo idioma,
y requieren de familiares para poder comunicarse con los vecinos y otros miembros
de la comunidad inmediata.
Al respecto
la citada Resolución establece en su inciso 5 "Salvaguardar el
patrimonio lingüístico de la humanidad y apoyar la expresión,
la creación y la difusión en el mayor número posible
de lenguas", para lo cual es indispensable "fomentar la diversidad
lingüística -respetando la lengua materna- en todos los niveles
de educación, dondequiera que sea posible, y estimular el aprendizaje
del plurilingüismo desde la más temprana edad" (reforzamiento
es nuestro).
Esto implica
que la cuestión no es tan solo comunicarse, sino poder hacerlo en las
lenguas que entran en contacto.
La etnia
se une también con frecuencia a la problemática religiosa, y
añade un mayor grado de dificultad a los procesos de integración,
pues implican sentimientos muy enraizados en la propia identidad y en la identificación
con el nuevo medio. Este es quizás el elemento más complejo
y difícil de resolver, pues se puede aceptar la raza o el idioma y,
sin embargo, no ser así con las ideas religiosas, que suelen ser bastante
rígidas e intolerantes.
Esto hace
que los inmigrantes, en lugar de apropiarse de los elementos de la cultura
de la comunidad que los recibe, y de integrarse adecuadamente sin perder su
propia identidad, se refugien en comarcas cerradas, en ghettos, en zonas restringidas
que por propia voluntad seleccionan, dándose así los barrios
chinos o judíos, las comunidades religiosas como los mormones, la latinización
de estados (como sucede en los Estados Unidos), y otros ejemplos que indican
la presencia inmigrante pero sin un verdadero proceso de multiculturalización,
pues esta siempre implica una mutua aceptación de las culturas, y no
la presencia cultural separada y sin verdadera interrelación.
La familia,
como célula básica del individuo, es seriamente afectada por
los factores étnicos, promoviendo una dinámica familiar interna
que es reflejo de la dinámica comunitaria externa. El elemento étnico,
al entrar en contradicción con el medio circundante, constituye casi
siempre un factor desintegrador de la unidad interna de la familia, y promueve
conflictos que tienden a la patologización de las relaciones. Esto
es mucho más marcado entre los miembros jóvenes de la familia
que, luego de superada la etapa inicial de duelo terminan por integrarse a
la comunidad, y sus mayores, para quienes a veces el duelo los acompaña
toda la vida y no logran jamás incorporarse verdaderamente a la nueva
comunidad. A ello se une una problemática que en ocasiones no es bien
concienciada: El choque de las minorías étnicas autóctonas
en el país receptor con los inmigrantes, aunque coincidan en raza o
religión.
Suele
ser bastante frecuente que las minorías étnicas autóctonas
sean rechazadas por la gran mayoría poblacional que pertenece a otra
etnia, o que tiene un nivel de vida superior. Esta es una situación
típica de los indígenas, aunque también se sucede con
minorías pertenecientes a la misma etnia, pero que tienen ideas religiosas
distintas, o una cosmovisión diferente, o una lengua que difiere de
la oficial. Estas minorías étnicas suelen tener ideas de identidad
muy marcadas, que han determinado históricamente su no integración
real a la macrosociedad a la cual pertenecen y de la que son ciudadanos aparentemente
con iguales derechos y oportunidades que la mayoría dominante, pero
que en la práctica son discriminados, relegados, rechazados.
Esto determina
un menor nivel de vida de estas comunidades minoritarias, y que, al agudizarse
su cuadro de supervivencia por la inclusión de otras nacionalidades,
a veces mejor preparadas profesional y laboralmente, las rechazan a su vez
y se refugian mas en sus propias creencias y tradiciones, en lugar de unir
fuerzas con los que llegan. Ello determina un panorama harto complejo en algunos
países receptores respecto a la inmigración, que promueve en
ocasiones situaciones de crisis.
Todo esto
repercute sobre la familia, y promueve a su desestabilización, agudizando
las etapas de duelo e interfiriendo con las posibilidades de adaptación
a las nuevas condiciones.
El predominio
de las etnias inmigrantes en el país receptor también significa
un factor que incide sobre el proceso de integración de las mismas
y de su aceptación social. En este sentido las inmigraciones históricas
anteriores juegan un papel importante, pues las comunidades que reciben ya
"se han acostumbrado" a tener estos individuos en su comunidad y
aceptan a los nuevos de mejor manera (siempre y cuando no pongan en peligro
su status o nivel de vida). Las familias italianas que llegan hoy día
a Estados Unidos suelen ser mejor recibidas que aquellas que iniciaron el
flujo migratorio típico de los italianos a principios del pasado siglo,
por haberse transformado en comunidades importantes y significativas dentro
del desarrollo de la nación norteamericana.
La distribución
geográfica de estas etnias también es un elemento importante
de la aceptación, porque al poblar las etnias determinadas zonas, pueden
incluso en convertirse en mayoritarias o iguales en presencia que las que
originalmente se asentaban en dichas comunidades. Esto es lo que ha sucedido
en los estados colindantes de Estados Unidos con México, que han ido
progresivamente latinizando estas zonas (que los mejicanos jocosamente llaman
"la venganza de Moctezuma", es decir, la recuperación de
los territorios que fueron originalmente pertenecientes a México y
que perdieron por la anexión norteamericana) y que han promovido un
tipo de etnia singular "los chicanos" o norteamericanos de ascendencia
mexicana, o como ha sucedido en La Florida con la presencia de los inmigrantes
cubanos.
En ocasiones
el problema étnico es imposible de resolver, por los antecedentes históricos
que han consolidado el tipo de identidad de los emigrantes. Tal es el caso
de los gitanos que, secularmente excluidos y segregados, se convierten en
itinerantes que nunca logran asentarse, y si lo son, sufren marginaciones
que determinan que, por ejemplo, en Hungría cerca de un 70% de los
gitanos carece de empleo, o en Rumania en que un 60% está por debajo
del umbral de pobreza extrema, O Bulgaria con un cuadro semejante.
Sin entrar
a analizar las razones históricas que han obligado a los gitanos a
ser como son, lo cierto es que su nomadismo no es producto de una carencia
total de adaptación a los nuevos territorios, sino consecuencia de
políticas discriminatorias que en los poderes públicos de Europa
Occidental y de Europa Central se empeñaron en presentarlos como una
etnia asocial, sin identidad ni cultura propia, sin preceptos ni valores humanos.
Esto creó estereotipos sociales ("los gitanos son ladrones, holgazanes,
errantes y peligrosos"), que impidieron su inserción real en las
comunidades a las que llegaban, y que hacen que las comunidades que pueden
aceptarlos al enterarse que son gitanos los rechacen e impidan su integración,
e incluso como sucedió en Bosnia y Kosovo, a finales del siglo veinte,
conduzca al real aniquilamiento físico de sus comunidades. Por supuesto,
para la familia gitana que pretende establecerse en una nueva región,
las posibilidades de integración son a veces nulas, lo que refuerza
entonces su segregación y su autoidentidad como diferentes.
En otras
ocasiones la necesidad de fuerza de trabajo inmigrante es tan acuciante, que
se promueve estatalmente la inmigración aplicando rígidos controles
para impedir su integración definitiva. Tal es el caso de Shangai,
en China, primer puerto y centro financiero del país, que con una población
calculada en algo mas de 13 millones de habitantes, cuenta con mas de tres
millones de inmigrantes que, sin embargo, son "flotantes", porque
no pueden por disposición oficial integrarse a la comunidad como quisieran
que, además, los rechaza terminantemente, fundamentalmente por pertenecer
a otras etnias diferentes, generalmente con una lengua distinta, y con comportamientos
que no encajan dentro de lo que los residentes shangaineses consideran apropiados.
Se destaca
así que el elemento étnico constituye un factor condicionante
de mayor importancia en el proceso de migración, y uno de los más
complejos y problemáticos para las familias que pretenden asentarse
en un nuevo territorio, lo cual no puede dejar de ser tomado en consideración
en el estudio de las particularidades del mismo, y
de sus implicaciones para la integración efectiva de tales familias
en el seno de las nuevas comunidades.
2.4.
La integración del niño inmigrante en su contexto social inmediato.
Es obvio
que la problemática social y psicológica que se ha analizado
sucede en la familia que emigra, la influencia del contexto social y los factores
étnicos, se reflejan de distinta manera en sus integrantes, de acuerdo
con la edad, el nivel de desarrollo, el grado de formación de la personalidad.
Unos son mas afectados que otros, si bien siempre hay un impacto interno directamente
relacionado con la situación de migración.
Los niños
son siempre la parte más vulnerable de este proceso, y los que sufren
de manera más aguda sus embates. Esto está condicionado, entre
tantos factores, porque para la mayoría de los niños la situación
de migración es incomprensible desde todo punto de vista, ya que deben
enfrentarse a algo para lo cual generalmente no se les ha tenido en cuenta,
donde no han participado en modo alguno en la decisión de emigrar,
en la que no comprende las motivaciones que sus mayores tienen para hacerlo,
y donde tampoco se les ha preparado para ese momento.
Así,
de la noche a la mañana, se les comunica que han de partir, a veces
sin siquiera poder despedirse, y donde lo han de abandonar todo: sus amigos,
su escuela, su comunidad inmediata, sus actividades, sus objetos preferidos
(porque como norma sólo pueden llevarse unos pocos), sus otros parientes
cercanos, quizás su perro o mascota favorita, sus rincones de juego,
sus escondites, en pos de algo que se le dice es lo mejor para todos.
Es por
ello que, aunque la primera etapa del proceso de migración suele ser
para los niños quizás la menos conflictiva (porque para nada
ha sido tomado en cuenta en la toma de decisiones aunque haya sufrido la transformación
de la dinámica interna habitual de la familia por este motivo), la
segunda, que inicia el duelo por todo lo que se ha perdido, suele ser mas
crítica y dolorosa que para los mayores, por enfrentarse a una situación
que a todas luces les resulta incomprensible.
Por supuesto
que la edad del niño es un factor importante a tomar en cuenta, porque
para un parvulito que apenas habla y camina, ¿qué puede significar
la migración? Un cambio de costumbres, de horario de vida, de ausencia
de personas, de movimiento y acciones que, aunque no pasan inadvertidos y
puede conllevar reacciones emocionales negativas, no existe un desarrollo
intelectual que le permita hacer reflexiones o análisis, o estar en
un medio, como puede ser el centro infantil o la escuela, totalmente nuevo
para él, que le conduzcan a percatarse de algo que ha perdido, de algo
nuevo y amenazante a lo que ha de adaptarse.
Sin embargo,
para los niños de edad preescolar en adelante, a partir de los 3-4
años, y alcanzando un pico en los años escolares, el fenómeno
de la migración a los que han sido expuestos, y que están expuestos,
puede provocar reacciones catastróficas, que pueden llevarlos a una
total desorganización de su conducta y el surgimiento de alteraciones
en su comportamiento que pueden alcanzar diversos grados de intensidad, en
dependencia de los factores internos previos y las condiciones actuales externas
a las que se enfrenta.
Es decir,
que la experiencia migratoria, que siempre produce un impacto en cualquier
edad de la vida, es incorporada de forma diferente en función de la
edad.
Esto en
el mejor de los casos, es decir, referentes a los niños que se encuentran
en familias que emigran por razones económicas y que no han sido forzadas
a abandonar su país de origen. Cuando han existido condiciones traumáticas
previas, que a veces alcanzan niveles insospechados de patología política
y social, y que han determinado una reacción emocional negativa muy
severa, este cuadro reactivo en el nuevo medio puede alcanzar grados muy intensos
de alteración psicológica.
El autor
recuerda el caso de una niña de tres años que atendió
en la década de los setenta, hija de una militante tupamara (guerrilla
urbana uruguaya), cuya madre había sido salvajemente torturada y violada
en su presencia y ella misma obligada a ingerir grandes cantidades de vinagre
para "aflojar" a la madre, y que, a pesar de estar en un nuevo medio
que la aceptaba y procuraba ayudarle, caía en crisis severísimas
de llanto y gritos cuando veía a un agente uniformado, o entraba a
un cuarto con pobre iluminación, o sentía el ruido de golpes,
entre tantos otros estímulos que desencadenaban estas respuestas. Fue
obvio que el proceso de integración al nuevo medio fue harto difícil
y prolongado, y provocó que la fase de duelo fuera singularmente traumática,
a pesar de que, de manera paradójica, había dejado atrás
solamente malos momentos y recuerdos.
Esto demuestra
que al determinar como el proceso migratorio influye en los niños,
se dan problemáticas más complicadas de las que se muestran
en la fase adulta, pues a los efectos que son consustanciales a la situación
de migración, se añaden las propias particularidades de la edad
y de la manera en que han actuado los factores condicionantes.
En la
situación del ejemplo anterior parecía lógico que el
cambio a condiciones más favorables del medio hiciera un efecto aliviador
de la problemática psicopatológica presente (como sucedió
en la madre que se recuperó rápidamente y cuya fase de duelo
fue bien breve) y que, sin embargo, en la niña intensificó la
patología previamente instaurada, algo psicológicamente explicable,
pero externamente incongruente.
Comúnmente
se piensa que el niño, por su menor desarrollo intelectual y desarrollo
de su personalidad, cuenta con condiciones internas más ventajosas
para asimilar de manera menos traumática la situación migratoria,
que está mas protegido ante los embates del medio por ser su radio
de acción mas limitado y estar bajo la protección directa de
su familia, y, sin embargo, la experiencia clínica demuestra que no
es así, y que realmente constituye la parte mas vulnerable de toda
la constelación familiar implicada en el proceso migratorio.
Esto es
tanto así, que muchos migrantes que realizaron este proceso en etapas
muy tempranas de la vida, reconocen como dicho momento significó un
shock traumático que superaron con gran dificultad en años posteriores,
o que incluso nunca habían superado del todo.
Otras
veces, en la etapa previa a la partida hacia el país receptor, el sistema
de relaciones internas en la familia cambia tan radicalmente que los niños
son expuestos a situaciones conflictivas que los marcan por largo tiempo,
como presenciar graves disputas familiares, compartir con sus mayores situaciones
de gran angustia o pánico, incluso ser blanco de agresiones físicas
y verbales serias al descargar en ellos su angustia los adultos, entre otras
reacciones psicotraumatizantes.
La incidencia
entonces de estos factores psicotraumatizantes una vez en el país receptor,
no encuentra fácilmente en el hogar una dinámica que lo ayude
a superar sus problemas, porque la propia familia y sus integrantes adultos
están también en situación de crisis, en la fase de duelo
típica de la situación de migración. Así, sin
el apoyo verdadero de la familia el niño se siente perdido, confundido,
y suele entonces sufrir de manera más intensa su drama de integración.
La aceptación
que el medio pueda ejercer sobre este niño cobra entonces una especial
importancia, y puede colaborar grandemente a ayudarle a superar su inadaptación
e incorporarse poco a poco a la nueva vida, pero, aunque esto es algo que
parece una lógica aplastante, sin embargo, no funciona así,
y la aceptación por el medio no garantiza por sí sola la eliminación
de los síntomas y la integración del niño a la nueva
realidad, es un factor que ayuda, pero que no resuelve por sí solo.
De ser
así bastaría con darle a los niños una comunidad que
los acepte, una escuela o centro infantil que los quisiera, y la satisfacción
plena de sus necesidades básicas para resolver su crisis de inadaptación,
mas, sin embargo, a pesar de propiciar estas condiciones, no se integran,
se aíslan y refugian en un mundo interno inaccesible a los demás,
y no participan de manera apropiada en las actividades y desarrollo del proceso
educativo al cual están sometidos. Se hace necesario hacer algo mas,
tanto desde el punto de vista clínico-psicológico como educativo
y social, para romper sus mecanismos de defensa y reorganizarlos de una manera
sana y adecuada.
J. Cummins
señala que un mensaje importante que se deriva del estudio de esta
problemática por C. Igoa, es que los maestros de los niños inmigrantes
que provienen de medios culturales diversos han de convertirse en investigadores
si piensan enseñar de manera efectiva, pues no existe una teoría
que suministre las respuestas al rango de cuestiones con las que tienen que
enfrentarse en las escuelas, cada vez mas diversificadas y multiculturales.
En este
sentido, dicha autora afirma que los adultos planean la difícil y a
veces riesgosa decisión de emigrar, a veces para escapar de la guerra
y el hambre, otras para huir de la persecución política, y otras,
para tratar de encontrar mejores niveles de supervivencia. En todo caso, su
gran esperanza es que sus hijos tengan un mejor futuro, y confían en
que la resiliencia y flexibilidad de la edad infantil los ha de ayudar para
no sufrir mucho a consecuencia del desarraigo. Esto parte del hecho de que
hay una acepción común de "que los niños se adaptan
fácilmente". En realidad la falta de una literatura que relate
las serias dificultades por las que atraviesan los niños y la ausencia
de servicios especializados para atenderlos, sugieren que la gente no está
consciente o tiene poco concernimiento de lo realmente traumática que
puede ser la situación de migración para los niños y
de las dificultades de sus familias.
Sin embargo,
otra cosa piensan los maestros que día a día tienen que trabajar
con estos niños, que observan su silencio, su reluctancia, su timidez
y sus temores. Saben que dentro de esos niños está pasando mucho
más de lo que el ojo alcanza a observar, y que cuando esos niños
abandonan el país que fue su hogar, han perdido mucho mas que un lenguaje
familiar, una cultura, una comunidad y un sistema social, para ir a un lugar
desconocido y poco familiar que les puede lucir amenazante, pierden una parte
de su yo que no saben luego como reparar. Pierden su identidad y su mundo
de sueños y recuerdos.
Es por
ello que no basta la aceptación social, el simple recibimiento positivo
de los que les rodean, hay que hacer algo mas, en un aula multicultural donde
la mayoría de los niños pueden estar en idéntica situación
de desarraigo. Ello plantea varias cuestiones importantes a dilucidar para
los maestros y educadores:
¿Es
importante conocer que está sucediendo en el mundo interno de esos
niños?
¿Les puede ayudar que el educador sepa lo que les sucede?
¿Cuáles pueden ser los métodos más efectivos
para el trabajo educativo con estos niños?
¿Debe ser diferente la aproximación y las metodologías
que utilice el educador o el maestro, o debe utilizar las mismas pero con
un propósito diferente?
El aula multicultural, ¿requiere de una organización distinta
del proyecto educativo y curricular?
¿Cómo saber que estos niños realmente han superado
su problemática emocional?
Estas
y otras preguntas requieren de un conocimiento cabal de la psicología
de estos niños, de las particularidades de su desarrollo, de las características
de su problemática, y de los métodos y medios a utilizar para
resolverla, y de cómo lograr su verdadera integración a un medio
social que no tuvieron oportunidad de elegir.