Capítulo
3 EL
NIÑO, LA NIÑA Y LA SITUACIÓN DE INMIGRACIÓN, PROBLEMÁTICA
PSICOLÓGICA
La migración
tiene efectos significativos en los individuos que, por propia voluntad o
por circunstancias ajenas se ven ante la situación de tener que abandonar
su lugar de origen, sus costumbres, sus medios y formas de vida, sus relaciones,
amigos y parientes, a veces hasta su propia identidad, cambios externos que
causan modificaciones en su mundo interno, y que se generalizan a todos los
miembros de la familia, que es a su vez transformada por los cambios que se
suceden en sus integrantes.
Si esto
es un hecho incontrastable en todos los miembros adultos del grupo familiar,
es inconmensurablemente mucho mas agudo en aquellos que son la parte más
vulnerable de toda la constelación familiar: los niños que forman
parte de ella, y que sufren de manera mucho más intensa la pérdida
de todo aquello que para ellos tenía la mayor significación:
su casa, su escuela, sus amigos, sus lugares de juego, quizás hasta
sus mascotas (que no pueden a veces llevar consigo), incluso en ocasiones
hasta sus objetos mas preciados. Sobre todo ante el hecho de que les resulta
un hecho incomprensible y donde generalmente poco o nada han tenido que ver
con la toma de decisiones respecto a emigrar.
Así,
de la noche a la mañana, a veces el día anterior o unos pocos
días antes, los niños son alertados de que se ha de emigrar,
y que esto es algo que no tiene vuelta de hoja: hay que emigrar y, todo lo
que puedan alegar en contra de ello, o requerir explicaciones de porqué
hay que hacerlo, generalmente encuentra una respuesta evasiva, drástica
o impositiva de parte de los adultos. Y comienzan así, ya desde un
primer momento, y cuando aún no se ha iniciado el proceso de migración,
a darse consecuencias en su conducta, que ha de estar mas o menos afectada
en la medida en que otros factores, previos y actuales, incidan sobre la misma.
3.1.
Caracterización psicológica del niño y la niña
inmigrantes
En realidad
muy pocas personas están conscientes, o muestran preocupación,
por las dificultades que implica la transición o el drama de las familias
inmigrantes, si bien para el psicólogo que tiene que atender a estas
familias, o los maestros que tienen que tratar con los niños que provienen
de estas familias, esto sea algo de capital importancia.
Tanto
el educador como el psicólogo se percatan de que estos niños
no hablan, que se esconden y se retraen del contacto con los compañeros,
que se observan reluctantes a participar en actividades con los demás,
cuando en realidad ocultan bajo esa fachada de incomunicación y no
contacto grupal, un tremendo dolor interno en el que el desarraigo y el choque
cultural juegan un rol principal, y que conforma una determinada psicología
de este tipo de niños, que se asemeja bastante a la de aquellos procedentes
de minorías étnicas y que se ven forzados de pronto a integrarse
en un medio social y educacional que no es el propio.
De esta
manera, esto, que es bien frecuente y presente en el niño inmigrante,
es también generalizable a aquel de una minoría étnica,
o de incluso una región específica del mismo país, que
tienen que integrarse a un medio a veces totalmente desconocido, con hábitos
y costumbres muy diferentes a los que hasta el momento se les había
enseñado, y donde se encuentra con otros niños en situaciones
similares pero de procedencias diversas. Este galimatías multicultural
que se presenta en el aula de hoy día en gran parte del mundo crea
situaciones particulares y conlleva condiciones significativas que hacen a
estos niños, inmigrantes y procedentes de minorías étnicas,
muy característicos en sus comportamientos y en sus reacciones psicológicas
que, de no ser adecuadamente atendidas, pueden llevar incluso a manifestaciones
psicopatológicas en su conducta.
Así,
la situación de migración ha cobrado un papel tan común
la sociedad actual que muchos maestros se enfrentan a un aula en la que existe
una significativa diversidad de etnias, identidades y procedencias que la
hacen un crisol de diferentes culturas, y en la que los niños que la
integran presentan particularidades psicológicas y comportamientos
que muchas veces son resaltantes por su grado de complejidad. Algunos de estos
niños presentan ya un cuadro definido de una alteración de conducta
en la que la situación de migración ha sido el factor precipitante
del cuadro, mientras que otros, sin aún llegar al grado de tener una
perturbación psicopatológica, muestran una forma de ser que
los caracteriza y los asemeja dentro de su diversidad. Esto ha permitido conformar
una psicología del niño inmigrante y de minorías étnicas,
que requiere de su conocimiento y dinámica para luego plantearse que
hacer, desde el punto de vista social y pedagógico con los mismos para
posibilitar su integración social y escolar al medio en que viven.
En realidad
una cuestión importante a dilucidar es si la conducta observable es
la que se pudiera llamar típica o habitual del niño en situación
de inmigración, o si lo que se contempla es ya realmente una alteración
de conducta que, aunque causada o asociada a la situación de migración,
no puede ser realmente atribuida a la misma, sino a otros factores condicionantes
en los cuales la actual condición es tan solo un factor precipitante
de algo que ya estaba gestado, o se estaba gestando debido a causas anteriores.
De igual
manera, en el niño de minoría étnica puede ser también
harto complejo delimitar si su problemática psicológica es efecto
de su reciente inserción en el nuevo medio, o ya de antes existían
factores patologizadores condicionantes de su presente condición.
Diferenciarlo
es realmente difícil, y quizás solo sea importante desde el
punto de vista teórico, porque en la práctica pedagógica
habitual del educador, o en la práctica clínica del psicólogo,
lo fundamental es la superación de la problemática observada
y la integración cabal del niño a su entorno. De todas maneras
profundizar en esta diferenciación no está de más, y
puede arrojar elementos clarificadores que sirvan para una mejor comprensión
de estos niños.
Por supuesto
que un dato importante dentro de esta caracterización psicológica
del niño inmigrante está relacionado con la edad en la cual
se produce la situación de migración, pues ello determinará
que unos comportamientos sean más relevantes que otros, afecten a unas
áreas del desarrollo mas que a otras, o tengan un tiempo de latencia
y permanencia distintos.
Por ejemplo,
es muy típico que en los niños en la primera infancia se den
síntomas principales que afectan la formación y manifestación
de los hábitos, tales como rechazar los alimentos, perder el control
de esfínteres ya adquirido, tener pesadillas y terrores nocturnos,
es decir, una gama de reacciones estrechamente relacionada con los hábitos
ya adquiridos, en este caso respecto a la alimentación, los hábitos
higiénico-sanitarios o el sueño. Sin embargo, en un niño
de edad escolar, si bien en algunos casos puede observarse una afectación
de sus hábitos, por lo general la mayoría no lo presenta de
forma aguda, mientras que otros comportamientos como puede ser el aislamiento
o la manifestación de síntomas ansiosos son más habituales
que se presenten.
Otro factor
importante radica en la causa que determinó el hecho de emigrar. Si
la migración fue debida a un proceso largamente elaborado en la familia,
con valoraciones temporales diversas, y donde los elementos de un cambio en
las condiciones de vida funcionaron como la razón determinante de la
emigración, y a lo cual el niño, fuera advertido o no con tiempo,
se percatara o no de la problemática, en cierta medida se enfrentó
a dicha situación sin una carga traumática anexa, sus reacciones
en el nuevo medio tendrán una característica, o una forma de
manifestarse. Sin embargo, si el motivo de la migración fue violento,
drástico, súbito, y en el cual se dieron factores de una carga
traumática considerable, como pudo haber sido una persecución
política o religiosa que hubiera sufrido la familia, los efectos en
la conducta, una vez en el nuevo medio, podrían ser totalmente distintos,
e incluso acompañarse de condiciones que en el otro caso estarían
ausentes, como puede ser un cierto regocijo por haber "logrado escapar"
de aquel lugar amenazante.
Un tercer
elemento es la propia dinámica interna de la familia antes del proceso
de la migración. Si el niño que emigra procede de un medio familiar
en el que reinaba la comprensión, el afecto y la satisfacción
plena de sus necesidades básicas, ello conllevará una manifestación
diferente de su comportamiento en el nuevo lugar, a que si el niño
procediera de una familia disfuncional, en la que sus necesidades básicas
de supervivencia y psicológicas de afecto, exploración y socialización
no eran apropiadamente satisfechas. Incluso, puede darse que la situación
de inmigración no sea la causante principal de la problemática
observada, sino tan solo un elemento precipitante de dichas alteraciones,
y cuya causa radica mas en la dinámica familiar que en la propia desestabilización
que origina la migración.
A ello
se une el grado de aceptación en el nuevo medio, que de ser favorable
y tendiente a posibilitar la inserción adecuada del niño, puede
determinar una manifestación conductual totalmente distinta a la aquel
que se enfrenta a un medio rechazante y excluyente, que dificulta su adaptación
eficiente a las nuevas condiciones.
Dentro
de la aceptación en este nuevo medio, un lugar importante lo ocupa
la incorporación al centro infantil o la escuela, que forma un micromundo
que puede estar, o no, en correspondencia con las particularidades del medio
social general.
En este
sentido, aunque la comunidad en la que se asienta en la familia no reciba
a esta con una actitud positiva, si el centro infantil o la escuela muestra
una postura radicalmente diferente, esto es un elemento importante diferenciador
para la manifestación de las reacciones conductuales del niño.
En este
micromundo, un rol de enorme importancia lo juega el educador y su conocimiento
de la problemática psicológica y pedagógica del niño
inmigrante o procedente de minorías étnicas. Por tanto, el conocimiento
de la dinámica psicológica del niño inmigrante, y consecuentemente
de la evolución y particularidades de la situación de inmigración
es un quinto factor que tiene incidencia sobre la manifestación del
comportamiento del niño, y de que esta se ubique dentro de un tipo
de reacción habitual y en cierta medida "normal", o cobre
la condición de una alteración de conducta diagnosticada como
tal.
Claro
está, y aunque en el tercer acápite de este capítulo
se ha de profundizar en la diferenciación que puede existir entre un
comportamiento conflictivo no habitual y una verdadera reacción clasificable
como una alteración de conducta (lo cual es indispensable que el educador
conozca para poder diferenciar cabalmente entre un comportamiento y otro),
el lector puede profundizar en este aspecto en los documentos anexos que se
adjuntan en este material (En este caso ver "La valoración de
la conducta de los niños y niñas", de F. Martínez,
en Biblioteca AMEI).
Tomando
en consideración los factores anteriormente señalados, es pertinente
entonces hablar de una "psicología" o manifestaciones psicológicas
del niño inmigrante, y que se manifiestan de igual manera en aquel
de minorías étnicas que se enfrenta a la situación de
incorporación a un medio social o escolar totalmente diferente al siempre
conocido, y que están determinadas por la doble faceta de este proceso:
por una parte la adaptación a nuevas condiciones, que de por sí
implica un ajuste psicológico que es imprescindible alcanzar, y por
la otra, las propias consecuencias derivadas del proceso de migración,
que hace mucho más compleja la urdimbre psicológica.. En este
sentido se habrá de generalizar, para luego incluir algunas diferenciaciones
producto de la edad o la diferenciación étnica.
Una primera
manifestación psicológica característica del niño
inmigrante o de minorías étnicas que se incorpora a un medio
lo constituye el silencio. Este es un síntoma que suele aparecer en
prácticamente todos los niños en estas condiciones, independientemente
de su nacionalidad, status socioeconómico, estabilidad familiar, u
otros elementos definitorios. Es una etapa crucial en la que los niños
sienten la cultura que les rodea como diferente a la propia, y donde su inhabilidad
para comunicarse está aparentemente causada por la diferencia cultural
o lingüística.
Sin embargo,
se observa que aunque los niños que se insertan tengan la misma lengua
que se habla en el contexto nacional, y teóricamente debieran comunicarse
de forma apropiada y sin que mediara la incomprensión de significados,
lo cierto es que aún así en las diferentes regiones de un país
(lo cual es más extensible a países de la misma lengua) se suele
hablar de manera distinta a como se habla en el lugar de inserción,
diferenciándose por el tono, la cadencia, e incluso por una diferenciación
semántica de objetos, acciones y cualidades. Esto hace que el niño
inmigrante, o el procedente de una región diferente del mismo país,
se enfrente a una situación lingüística distinta que psicológicamente
funciona como un elemento perturbador, y se dé también la fase
del silencio.
No obstante,
es obvio que cuando el niño inmigrante se incorpora a un medio que
habla una lengua totalmente diferente, y que le resulta incomprensible, la
fase del silencio se manifiesta con mayor agudeza.
En esta
etapa del silencio los niños inmigrantes pueden retraerse, volverse
ensoñadores, temerosos, e incluso aterrorizados. Sin embargo, el hecho
de que se refugien en el silencio no quiere decir que interiormente no quisieran
cooperar o integrarse, tan solo que su dilema interno les impide cooperar
y socializarse. En este caso la fase del silencio actúa como un mecanismo
de defensa el cual el niño asume para lidiar con sus miedos y aprehensiones
en su proceso de ajuste a las nuevas condiciones. Para el maestro, o para
el psicólogo, se abre entonces el cómo ayudar al niño
a comunicarse, de lo cual se ha de tratar mas adelante.
La fase
del silencio no solamente puede manifestarse por una real actitud de no comunicación,
de no hablar, sino también operar de manera que el niño se vuelve
taciturno y, aunque puede hablar, solo lo hace de forma muy esporádica
y ante situaciones muy significativas, aunque siempre con monosílabos
o frases bien cortas. Es clásico el "No" en estos niños,
que a veces pasan meses y es solo el único vocablo que se les escucha.
Esta etapa
del silencio es típica también en otro tipo de problemas, y
no exclusivamente achacable a la situación de migración. El
autor recuerda el caso de un niño de cuatro años que le fue
remitido porque dicho menor jamás había hablado una palabra
en su centro infantil, a pesar de sido matriculado en el mismo desde dos años
atrás. En las sesiones de terapia grupal a las que se incorporó
a este niño, jamás se hizo alusión al hecho de que no
hablaba, y aunque se le preguntaban cosas como parte del plan terapéutico,
si no respondía se pasaba la pregunta al niño siguiente sin
llamar la atención al respecto. Un buen día, al hacer la ronda
de preguntas el niño respondió con un monosílabo, ante
lo cual tampoco se llamó la atención. En unos días Abelito,
que así se llamaba el menor, siguió respondiendo como si nada
a las preguntas que se hacían dentro de la situación del juego
terapéutico, y solo cuando se confirmó que había superado
el síntoma es que se organizó una fiesta "para celebrar
el hecho de que Abelito ya había empezado a hablar".
Esta anécdota
se refiere básicamente con la intención de que el acontecimiento
de que un niño inmigrante o de minoría étnica no hable,
no es consecuencia unívoca de la situación de inmigración,
sino que puede obedecer a otros factores mucho más relacionados con
la dinámica emocional previa vivida por el menor. Pero, independientemente
de ello, este silencio es característico de los niños en esta
situación, y por lo tanto, puede ser, hasta cierto punto, visto como
una manifestación habitual de la misma.
Hay autores
que incluso consideran que la etapa del silencio tiene también sus
aspectos positivos, en este sentido relatan que cuando el niño se involucra
en el silencio por su inhabilidad de comunicarse en la otra lengua, desarrolla
una percepción interna muy profunda de su condición humana y
de la vida que le rodea. En ese silencio desarrollan habilidades de escuchar
muy consolidadas, y llegan al criterio de que el lenguaje es un valioso medio
de expresión, sin darlo como algo sentado, y que cuando rompen su mutismo
esto causa un gran placer interno. Es decir, estos autores valoran a la etapa
del silencio como un medio de profundización en la inteligencia intrapersonal
del niño, y de su interpersonal, aunque en menor grado, y que el colapso
en su inteligencia lingüística ha de ser superado cuando comprendan
que pueden usar el lenguaje como un medio para desarrollarse en la oratoria,
la escritura o el arte, una vez sobrepasada la etapa del silencio.
Otra manifestación
psicológica típica es el sentimiento de desarraigo. En el desarraigo
hay una hiperbolización de los aspectos positivos del medio anterior,
y donde entre más diferentes sean las actitudes culturales, costumbres
y valores del medio anterior del niño y el actual, más agudas
son las reacciones emocionales negativas que caracterizan al desarraigo.
Las reacciones
y reacciones traumáticas causadas por el desarraigo no son fácilmente
perceptibles, y aunque el niño haya perdido sus antiguas formas de
comunicación, sus creencias culturales y la identidad que le permitía
dar significado a su vida, el educador o el psicólogo tienden mas a
valorar su eficiencia escolar o su problemática lingüística
mas que el dilema causado por su desarraigo.
En realidad,
cuando un niño es desarraigado de aquellas cosas que les eran familiares
y trasladado a un medio que no le es familiar, esto puede causar un shock
emocional que puede alcanzar diversos grados en la medida en que se relaciona
con su dinámica emocional interna. Pasa, como refiere C. Igoa, como
cuando se trasplanta una bella flor de un suelo a otro y, aunque se acepta
el shock que este trasplante causa en el vegetal, sin embargo, no siempre
se está consciente de que esto mismo sucede en el niño que se
"trasplanta" de una tierra a otra, y que puede o no sobrevivir a
esa agresión.
El desarraigo
se manifiesta de muchas maneras en el comportamiento emocional del niño
inmigrante o de minoría étnica, por lo que la fase de silencio
que se dá como consecuencia del choque cultural, tiene su origen consecuentemente
en el sentimiento de desarraigo.
El desarraigo
puede a su vez manifestarse en síntomas que suelen a veces tener un
carácter o componente neurótico, como son la ansiedad, los trastornos
del sueño, la alimentación o el sueño, el surgimiento
de miedos y temores irracionales, el retraimiento, episodios de enuresis y
encopresis, la presencia de regresiones en la lengua materna original, entre
otros tantos, siendo poco frecuentes las manifestaciones de otra naturaleza,
como son la agresividad o la hiperactividad.
La ansiedad
producto del choque cultural aparece con frecuencia como manifestación
psicológica en estos niños, lo cual es causa de la pérdida
de los signos y símbolos representativos del intercambio social anterior.
Según K. Oberg, esta merma de cosas que eran parte de la vida habitual
precedente, suele causar intranquilidad, fatiga mental y desajustes emocionales
severos, que están en relación directa con el grado en que impactan
al niño, al no haber un fundamento familiar en que apoyarse al haberse
eliminado todo aquello que era la base de sustentación anterior. El
niño, al no tener estructurados sólidamente sus mecanismos de
defensa como el adulto, y sobre todo en las edades menores, recibe este impacto
de manera más intensa y reacciona ante el mismo de forma mas desorganizada.
Por eso
es tan recomendable que los lazos con la cultura anterior no sean disueltos
en la nueva integración, sino que coexistan con la nueva, en un proceso
multicultural de aceptación de ambos modos de vida.
La ansiedad
también se expresa en desorientación, nostalgia, pena y temor
al futuro, lo cual se une a la frustración que provoca el no poder
lograr un estado emocional favorable en corto tiempo. Es típico en
estos niños que obliguen a sus padres a repetir incansablemente los
cuentos e historietas que les solían hacer cuando vivían en
el país o región anterior, los cuales funcionan como medios
de enlace emocional con aquello que han perdido.
El cuadro
se agudiza si el niño no tiene el apoyo en su familia que le ayude
a superar estas dificultades, lo cual no siempre está causado por dejadez
paterna sino porque los adultos deben trabajar interminables jornadas para
garantizar el sustento, con su consecuente falta de atención de los
pequeños, que tienen con lidiar solos con su problemática interna.
Esto les hace sentir doblemente abandonados e inseguros. Si el adulto a su
vez está deprimido o desasosegado por las circunstancias físicas
y materiales negativas, con frecuencia traslada de manera inconsciente su
ansiedad a los niños, en los cuales consecuentemente, surgen reacciones
emocionales negativas.
F. G.
Wickes señala que los niños están profundamente involucrados
en la actitud psicológica de sus padres, y cuando el lenguaje de estos,
sus valores, su cultura y tradiciones son diferentes del lenguaje, cultura
y tradiciones del país receptor, se da una contradicción muy
chocante para los menores, al percatarse de la inseguridad de los padres,
de su lucha ansiosa por sobrevivir, de la imposibilidad de encontrar tiempo
para su crianza, de que incluso conozcan de que en el medio los valores de
sus padres son considerados inferiores, cuando no ellos mismos como personas.
Todo esto gravita para provocar reacciones emocionales negativas en los niños
y el sentimiento de haber perdido su principal modelo y fuente de seguridad.
El aislamiento
y el retraimiento suelen ser comportamientos emocionales muy característicos
en estos niños inmigrantes o de minorías étnicas en situación
de integración, lo cual es consecuencia de los factores anteriormente
mencionados.
Así,
aunque interiormente tienen o sienten grandes deseos de participar, no lo
hacen, refugiándose en sí mismos como forma de preservar su
integridad. En esto colabora la dificultad de la comunicación, el temor
a ser agredidos, la burla o el rechazo por su hábito externo, su raza
o su forma de ser.
Aunque
se mencionan a la vez, el aislamiento y el retraimiento no son idénticos,
ni tienen la misma connotación psicológica. El niño que
se retrae lo hace en el medio no familiar, como puede ser el centro infantil
o la escuela, pero en el hogar, si este es funcional, no muestra estas conductas
tímidas; por el contrario, en el caso del aislamiento la conducta de
no participación y de exclusión se generaliza también
en el medio familiar, y el niño no se comunica tampoco con los que
allí le rodean. Desde este punto de vista es un comportamiento mucho
mas negativo y lesivo al sano desarrollo de la personalidad que el retraimiento,
y el psicólogo o educador que atiende un aula multicultural ha de inquirir
sobre el comportamiento del niño retraído en su medio hogareño,
para valorar de forma mas apropiada esta manifestación conductual.
Algunos
autores señalan la presencia de un sentimiento de agotamiento físico
y psíquico en estos niños inmigrantes, lo cual puede ser causa
del stress continuado que sufren, no solo por la incomprensión del
lenguaje, sino además por el desfile continuado de símbolos
y hechos de la nueva cultura. L. Grinberg ha señalado que la situación
de migración puede valorarse como una de stress continuado y acumulativo
que, necesariamente debe causar un debilitamiento general del organismo. Esto
hace que estos niños siempre estén "cansados" o "agotados"
para participar en juegos, hacer las tareas escolares, realizar actividades
físicas, que a veces los padres piensan se deben a factores de tipo
orgánico, o por falta de los necesarios nutrientes. Ello, por supuesto,
gravita sobre la resistencia del niño ante los esfuerzos físicos
y mentales, haciendo que se retraigan cada vez mas de las actividades grupales,
lo que refuerza su conducta de retraimiento.
Finalmente,
tal parece que en estos niños prima un sentimiento marcado de soledad,
entendida como una vivencia profunda de sentirse distinto, separado, sin nadie,
y que los hace refugiarse en sí mismos, buscar escape en ensoñaciones,
diurnas y nocturnas, recurrir a manipulaciones diversas del cuerpo y en ocasiones
a la masturbación, y en casos mas serios, a la creación de personajes
imaginarios que los acompañan en su soledad y que suelen hablarle de
su vida anterior.
La soledad
suele acompañarse de sentimientos marcados de tristeza, infelicidad
y deseos de conectarse con uno mismo con la propia vida, lo que agrava su
cuadro, siendo uno de los sentimientos más devastadores en los niños
pequeños, tan necesitados de contacto afectivo y social.
Así,
puede darse una constelación psicopatológica de síntomas
que tienen en la situación de migración unas veces el factor
causal y en otras el condicionante, pero que siempre están presentes
en alguna medida, por lo cual es importante a los fines del trabajo terapéutico
del psicólogo y del pedagógico del educador, poder diferenciar
entre una causa y otra, para entonces organizar un proceso de adaptación
a las nuevas condiciones que conlleve el menor esfuerzo fisiológico
y menor gasto psíquico.
Estas
manifestaciones psicológicas del niño en situación de
inmigración y de aquel de minoría étnica en integración
a un nuevo medio, caracterizan a un cuadro general, sin que sea necesario
que en todos los niños se presenten, pudiendo en unos y otros haber
diferencias en cuanto a presencia, intensidad y frecuencia de las manifestaciones.
Sin embargo, no hay dudas de que el proceso migratorio implica y engendra
cambios que tienen necesariamente que ser atendidos para posibilitar una integración satisfactoria del niño
a su nuevo ambiente.
3.2.
La incomunicación del niño inmigrante y de minorías étnicas,
implicaciones en el desarrollo.
En las características psicológicas del niño en situación
de inmigración se habló de la etapa del silencio como una de
las mas características, por su importancia se hace necesario profundizar
en la misma desde el punto de vista del proceso de comunicación y de
sus implicaciones para el desarrollo.
La falta
de comunicación que se produce durante la etapa del silencio, en la
cual el niño se retrae y refugia en el no hablar, sucede por muchos
motivos, todos generalmente asociados a la situación de migración:
Temor
a no ser capaz de expresar los sentimientos y emociones de manera apropiada,
y por lo tanto ser incomprendido.
Temor
a ser objeto de burla por sus iguales, por no tener un dominio eficiente
de las estructuras lingüísticas del nuevo idioma.
Desconocimiento
de los términos de la nueva lengua, lo cual recrudece la dificultad
de comunicación.
Surgimiento
de la interlingüa, o presencia de un habla caracterizada por componentes
de varias lenguas, lo cual hace mucho más difícil el proceso
de comunicación oral.
Así,
la problemática del lenguaje del niño inmigrante es consecuencia
de una situación particular de bilingüismo que se da cuando éste
tiene que enfrentarse a la asimilación de una lengua extranjera que
le es totalmente desconocida. Desde este punto de vista las situaciones que
se derivan de esta problemática son semejantes a aquellas que se dan
en los niños que tienen que apropiarse de una lengua extranjera que
resulta dominante, para lo cual es importante para el lector estudiar esta
problemática y para lo cual se recomienda la lectura de: "El aprendizaje
de un segundo idioma".
Ello hace
que estos niños se sientan diferentes y sin posibilidades de compartir
con otros, porque los otros no los entenderían ni ellos podrían
hacerse entender. Así, al no poder decirles a los demás lo que
sienten, se incomunican, y guardan las cosas solo para sí.
Esta problemática
de la lengua va a ser mas o menos aguda en la medida en que el idioma que
habla el niño inmigrante o de minoría étnica es valorado
por la comunidad, es decir, si el mismo es connotado peyorativa o positivamente.
Si la lengua dominante del niño o la niña es bien vista por
el entorno social al cual se integra, esto puede facilitar la comunicación
y el contacto con los demás, pero si es una lengua negativamente considerada,
esto con mucha seguridad tendrá repercusiones desfavorables sobre el
desarrollo no solo de la propia comunicación del niño, sino
también para su desarrollo emocional, social y de la personalidad.
Smith
refiere entonces que el bilingüismo por sí mismo no es lo que
determina la situación problemática del niño, sino que
esto está en dependencia de las condiciones en que una lengua se relaciona
con la otra, y de su conexión con la que se habla en el hogar, la comunidad
inmediata, la escuela y el grupo de condiscípulos, y el contexto social
más extenso.
En este
sentido, la relación con el prestigio o nivel de aceptación
que la lengua del niño inmigrante tenga en la comunidad, y la manera
que los niños aprenden los prejuicios y estereotipos existentes en
el grupo social respecto a la raza, los rasgos faciales e incluso la religión,
se incorporan con respecto a la forma de hablar de los demás. Esto
es significativo en toda la etapa infantil, pero se vuelve particularmente
importante a los cuatro a cinco años, en que por el surgimiento del
"sentido" del idioma en esta edad, el lenguaje se hace consciente
por primera vez, y donde la forma de hablar de los demás se vuelve
significativa y permite hacer el análisis de los sonidos y las palabras,
y reflexionar sobre las particularidades en que se expresan sus coetáneos.
De esta
manera, los niños pueden asimilar conceptos sociales negativos sobre
la lengua que hablan los otros, las que se derivan de criterios xenófobos
en muchos casos. Así, si los niños inmigrantes hablan idiomas
"diferentes" como el polaco, el ruso, el hebreo o el albanés,
que suelen tener una connotación negativa en muchos lugares por extensión
de los prejuicios y estereotipos que existen sobre los nacionales que hablan
esas lenguas, estos niños pueden encontrar situaciones de rechazo que
afectan su comunicación, Por el contrario, si el niño inmigrante
o de minoría étnica habla una lengua que para los demás
tiene una connotación social favorable, como los que hablan el inglés
o el francés, los clichés y estereotipos suelen ser en gran
medida propicios para una mejor comunicación, no tanto por sus particularidades
lingüísticas sino por lo que representan socialmente en algunos
lugares.
Si la
lengua dominante del niño inmigrante se corresponde entonces con la
de los grupos desfavorecidos, es muy probable que pueda tener situaciones
de rechazo o burla que les provoquen inadaptación social y desajustes
emocionales. Si tienen la suerte de que su idioma predominante es socialmente
favorecido, es muy probable que sea aceptado en el grupo y se creen condiciones
más favorables para adaptarse y comunicarse mejor. En este último
caso, si habla el idioma del grupo social con acento de su lengua natal o
de su región, esto lo puede marcar como "distinto" y contribuir
a su deficiente desarrollo social y escolar.
El grado
en que el niño inmigrante es "diferente" también constituye
un elemento a considerar. No es lo mismo un niño que su diferencia
se concrete al lenguaje, a que también lo sea por su forma de vestir,
de actuar, de conducirse ante los otros, de comer, etc. Esto es particularmente
relevante en aquellos niños cuyos padres se esfuerzan por mantener
las mismas costumbres y formas de vestir y hacer que solían tener en
su país de origen, o de otros que siendo del mismo país se diferencian
notablemente en sus hábitos y costumbres, como sucede con los mormones
o ciertos grupos de judíos en Estados Unidos. En tal caso a la problemática
del lenguaje se unen las de las estereotipias sociales desfavorables, y que
entre ambas obstaculizan la apropiada comunicación del niño
inmigrante.
Esto implica
el analizar de manera apropiada hábitos y costumbres del menor inmigrante
o de minoría étnica que ha de ingresar al jardín, la
escuela infantil o la básica, para no añadir a sus probables
dificultades de comunicación por tener una lengua dominante que no
es la del grupo, aquellas que se derivan de estereotipos y prejuicios de tipo
social. En este sentido, los educadores han de actuar consecuentemente junto
con la familia para evitar la instauración de estos prejuicios étnicos,
raciales y sociales, como reza en los apartados Vi y VII de la Recomendación
de la Organización de las Naciones Unidas para lka Educación,
la Ciencia y la Cultura, de noviembre de 1974.
Como se
ve, se considera que el bilingüismo es más una desventaja que
una condición favorable para el desarrollo de la personalidad de los
niños y niñas que puedan estar sometidos a esta particular situación,
en especial en los años de la primera infancia en que aún pueden
no estar conformadas las estructuras básicas de la lengua original
o materna, y que en el caso de los niños inmigrantes o de minorías
étnicas, es muy relevante. Afamados autores como Thompson, Jersild
o Hurlock se encuentran entre los que, de una forma u otra, apoyan este criterio
que, por ende, se hace extensivo al aprendizaje de un segundo idioma, que
es el caso más típico del niño inmigrante, que por lo
general procede de países de una lengua diferente al país receptor.
A su vez,
como ya se señaló anteriormente los efectos del bilingüismo
a que se ve sometido el niño inmigrante no dependen de esta situación
por sí misma, sino de las condiciones y de la relación existente
entre su lengua y la del entorno social en que se ha de integrar, posición
que, con sus variantes, sustentan autores como Smith, Haymes, Spolsky, entre
otros.
En el
caso del niño inmigrante o de minorías étnicas esta problemática
se recrudece al estar la incorporación de la lengua extranjera determinada
por las condiciones de la situación psicológica desfavorable
en que se encuentran inmersos.
Las manifestaciones
clínicas que se observan en los niños inmigrantes y de minorías
étnicas, además de la incomunicación, se remite a que,
cuando lo hacen, se suelen presentar trastornos del lenguaje, tales como la
tartamudez, "confusión" para expresar su pensamiento, dislalias,
hasta llegar incluso a la mudez absoluta de tipo psicológico.
En estudios
realizados sobre bilingüismo en comunidades en las que existe un gran
número de niños procedentes de otros países o de gran
densidad de minorías étnicas diversas, se revela que cuando
el niño habla la nueva lengua dominante adquiere un acento que suele
permanecer toda la vida, presenta más errores gramaticales que sus
coetáneos de la misma edad y, consecuentemente vacila en usar este
idioma que le causa problemas de comunicación y aceptación en
su pequeño grupo. Esto conlleva a que, si el menor inmigrante o de
minoría étnica es un niño impresionable y "nervioso",
la tensión emocional que siente le compele a tartamudear, lo cual agudiza
su problema general de expresión en la nueva lengua.
El niño
inmigrante con dificultades en su comunicación a consecuencia de su
bilingüismo, se percata de que su manera de hablar provoca murmuraciones,
risas o rechazo en los otros niños, lo cual puede volverse un problema
tan agudo que le haga rechazar a su vez comunicarse de manera verbal, conducir
fácilmente a aislarse de los demás, refugiarse en sí
mismo, y no participar de las actividades comunes, lo cual refuerza entonces
la propia problemática de su integración que se vuelve más
aguda y resistente a la acción educativa.
En el
caso de los niños inmigrantes más pequeñitos, y en los
cuales pueden no haberse conformado aún las estructuras básicas
de su propio idioma, no es infrecuente el surgimiento de la interlingüa,
o creación de una lengua especial producto de la mezcla de su idioma
con el del medio al cual ha de integrarse, lo que muchas veces hace incomprensible
lo que dice y agudiza sus problemas emocionales al percatarse de que los demás
no entienden lo que pretende decir. En algunos niños de edad escolar
también aparece en ocasiones la interlingüa como mecanismo de
defensa, es decir, no se integra "porque no lo entienden", y esto
justifica el silencio.
Es precisamente
en la esfera afectivo-motivacional donde las alteraciones del comportamiento
suelen ser más significativas y asiduas, y hace que los niños
de edad escolar no se comuniquen con sus coetáneos. En los años
más tempranos, por una menor posibilidad de discernimiento intelectual
y de contacto grupal, estos problemas suelen concentrarse en el marco familiar,
pero ya cuando el niño se integra a un grupo en el centro infantil,
sobre todo a partir de los cuatro años, se ve envuelto en el intercambio
comunicativo y de actividad con los otros niños, y los problemas surgen
con mayor intensidad, porque se unen a factores de aceptación social,
de autoestima y de conciencia de las propias posibilidades. Esto puede tener
un efecto sobre sus posibilidades intelectuales y su capacidad de trabajo
mental, por lo que no es raro que en los niños inmigrantes y de minorías
étnicas aquejados de esta problemática se den dificultades en
su rendimiento en las actividades pedagógicas y en el proceso de aprendizaje.
Esto implica,
por lo tanto, el concebir como afrontar estas alteraciones del comportamiento
y como encauzar la más apropiada orientación psicológica
para resolverlas en los niños en situación de migración
o integración étnica, lo que se dificulta por la falta extrema
de bibliografía especializada, y que conlleva que la orientación
psicológica y pedagógica descanse básicamente en la experiencia
clínica de aquellos que han tenido que resolver estos problemas en
su práctica pedagógica o asistencial.
Esta situación
de incomunicación del niño inmigrante se refuerza por el hecho
de que la familia suele continuar comunicándose en la lengua original
mientras que todo el entorno habla la otra, lo cual incide sobre el niño
que asume que solo es comprendido "cuando habla en su casa", y agudiza
su incomunicación externa. Sin embargo, el hecho de que se reciba información
mediante los medios de comunicación masiva que penetran en el hogar
(radio, televisión, prensa escrita) y que le llega en la lengua dominante
de la comunidad, logra mantener un vínculo con la lengua en la que
necesaria e indefectiblemente está obligado a dominar para poder comunicarse.
Desde
este punto de vista, la etapa del silencio, además de una connotación
psicológica emocional muy importante, tiene una connotación
cognoscitiva relevante, pues la lengua es el fundamento de la asimilación
de los conocimientos, de la apropiación de los valores, de la asimilación
de las normas y hábitos de convivencia social. De no superarse este
estadio, el niño inmigrante se enfrenta a una situación de inadaptación
social que puede perdurar toda su vida, y gravitar sobre sí mismo como
adulto.
Los factores
de índole socioeconómica y cultural particulares de la familia
del niño inmigrante son también elementos que inciden sobre
su comunicación y aceptación, y en este sentido si estos pequeños
provienen de hogares cultos de los niveles sociales superiores, y en los cuales
la lengua es deliberadamente preservada por motivos culturales, o por el contrario,
si son de niveles socioeconómicos bajos, donde la familia no tiene
una escolarización y cultura suficiente como para adquirir un segundo
idioma y hablarlo con propiedad, la diferente atmósfera lingüística
de cada tipo de familia, derivada de sus status socioeconómicos, determina
efectos distintos en los hijos respectivos, que pueden sentirse mas o menos
dispuestos a establecer
una comunicación con los que les rodean.
3.3
Alteraciones de conducta más frecuentes producto de la situación
de inmigración.
Los niños inmigrantes o de minorías étnicas en situación
de integración suelen mantener una conexión interna con su lugar
de origen, la cual es mas manifiesta en la medida en que aumenta la edad.
Esto hace que, al enfrentarse la tarea de integrarse a un nuevo medio social,
se den particularidades psicológicas que los caracterizan, y que hemos
analizado al inicio de este capítulo. Estas manifestaciones psicológicas
(silencio, desarraigo, ansiedad, etc.) señalan un cuadro general de
"normalidad o tipicidad" de comportamientos, que requieren una atención
psicológica o educativa específica, con vista a posibilitar
su paulatina integración a la comunidad que los acoge, de manera mas
o menos efectiva, en un plazo mas o menos común.
Sin embargo,
hay niños que presentan mayores dificultades que otros para poder integrarse,
y algunos desafortunadamente nunca llegan a hacerlo, lo cual marca sus vidas
para siempre y los singulariza como inadaptados en el mejor de los casos,
y en otros puede conducir incluso al surgimiento de episodios psicóticos
de carácter temporal o permanente.
Esto hace
indispensable que el educador que labora en la condición de un aula
multicultural sea capaz de diferenciar cuando el comportamiento que presentan
sus niños corresponde a las manifestaciones típicas o significativas
de la situación de migración, o ya está enfrentado a
una verdadera alteración de conducta en alguno de sus alumnos.
Por lo
tanto, y aunque sea de manera somera, es imprescindible decir algo sobre lo
que constituye el criterio de "normalidad" en el comportamiento
infantil.
Es difícil
poder definir qué constituye la normalidad en un individuo, pues al
respecto existen muchos criterios, y lo que es normal en una persona puede
no serlo en otra, e incluso una misma conducta puede ser normal o no de acuerdo
con la circunstancia, el lugar o la época. Lo anterior nos lleva a
la necesidad de tratar de definir la normalidad desde un enfoque operativo,
en un sentido práctico asequible a un educador infantil que labora
en un aula multicultural.
Si se
tratara de definir a un niño normal, se diría que es aquel que,
por lo general, es activo, juega, corre, salta, brinca, que mantiene un estado
de ánimo estable, alegre y feliz, que ingiere sus alimentos con satisfacción
y en la cantidad necesaria de acuerdo con sus particularidades individuales,
que duerme bien y en los períodos establecidos, y que asimila sin dificultad
el proceso educativo en que se forma, bien sea una institución infantil
o el medio familiar.
Este es
un criterio operativo, elaborado fundamentalmente sobre comportamientos ostensibles
y fácilmente registrables, lo cual lo hace extraordinariamente útil
para los que trabajan directamente con los niños: educadores, auxiliares
pedagógicos, maestras, psicólogos, entre otros.
En el
caso del niño inmigrante o de minorías en proceso de integración
esto no son comportamientos habituales, sino, por el contrario, prácticamente
en todos ellos hay dificultades, entonces, ¿no son niños normales?
Por supuesto
que sí, pero dentro de este criterio operativo puede haber variaciones,
y aun así la conducta seguirá siendo normal, no es de olvidar
que estos niños están sometidos a una situación de stress
acumulativo que tiene necesariamente que afectar toda su conducta.
Para valorar
la conducta de un niño en estas condiciones lo primero a hacer es comparar
este comportamiento con su propia conducta habitual, lo cual, de no tener
el educador elementos directamente comparables, le obliga a buscar la información
por otras fuentes, la familia principalmente. Esto quiere decir que si el
pequeño era muy activo, una reducción apreciable de su actividad
acostumbrada tendrá una mayor significación si fuera un niño
pasivo o que no se caracteriza por un gran dinamismo; asimismo, si se trata
de uno que suele comer mucho, una manifestación de rechazo a la comida
o una menor ingestión de alimentos que lo habitual, sería también
una conducta a considerar. Por tanto, una conducta aislada no ha de ser tenida
en cuenta si no se relaciona con el niño en particular.
Otro aspecto
que se ha de tener en cuenta es la relación del comportamiento observado
con las características del desarrollo propias de la edad. Así,
si se observa que este niño inmigrante simplemente no habla, en una
etapa de la vida que se caracteriza por una gran comunicación, este
mutismo es indicatorio de que algo no anda del todo bien, lo que sucede durante
la etapa del silencio, que se convierte así en un elemento diferenciador.
Es decir,
para evaluar bien la conducta de estos niños y definir adecuadamente
los conceptos de normalidad, hay que conocer profundamente las características
del desarrollo, sus manifestaciones, sus problemáticas, para no incurrir
en el error de considerar patológico un comportamiento explicable,
y por lo tanto normal, en ese momento de la vida, así como las particularidades
psicológicas del propio proceso de integración.
De igual
manera es importante, valorar la intensidad y la permanencia de los comportamientos
observados, y que constituyen, quizás, los índices más
significativos para un diagnóstico acertado.
Es característico
que el estrés emocional al que está sometido el niño
que se integra redunde en una modificación de su conducta habitual.
Es posible que la misma sea muy intensa y llame poderosamente la atención.
En este caso la lógica indica la necesidad de aplicar métodos
educativos específicos para ayudar a sobrepasar estas manifestaciones.
Pero, si a pesar de ello la conducta continúa siendo intensa y sin
signos de desaparecer, esto nos alerta sobre la posibilidad de que más
que un comportamiento característico se está ya frente a un
problema mucho mas serio en el niño.
Lo significativo
a comprender en este caso es que la conducta típica del niño
inmigrante puede ser muy relevante, pero si se mantiene inalterable o se agudiza,
se vuelve permanente y muy frecuente, y sin visos de ceder, es probable que
constituya un problema, y ya no solo no obedezca a los factores situacionales
temporales que son habituales en tal situación, y constituyan ya una
verdadera alteración de conducta en el menor.
A veces
la intensidad no es muy relevante, pero la permanencia de la conducta se vuelve
muy significativa para el diagnóstico tales comportamientos. En este
caso la frecuencia, y no tanto la intensidad, constituye un elemento principal
para la valoración de esta conducta.
En resumen,
la intensidad, permanencia y la frecuencia de las manifestaciones conductuales
en los niños inmigrantes, son indicadores diferenciales para valorar
si un comportamiento característico del niño sometido a este
tipo de situación, constituye ya de hecho un problema de su conducta.
Estos tres factores se interrelacionan estrechamente, y sirven para definir,
en muchas ocasiones, lo que realmente está pasando en el niño.
Esto,
por supuesto, hay que correlacionarlo con las condiciones educativas y de
organización del centro infantil en el cual el niño inmigrante
se inserta, de la acción psicológica y pedagógica que
se ha realizado con el mismo, y con la atmósfera de aceptación
social o de rechazo que le ha rodeado desde el primer momento de su incorporación
al grupo.
Es por
ello que a la hora de considerar cualquier criterio de normalidad para la
valoración del comportamiento de un niño inmigrante o de minoría
étnica, el educador ha de hacerlo desde la óptica particular
de cada caso, y considerando el conjunto de factores que pueden estar ejerciendo
una influencia.
Bajo este
criterio, una alteración de conducta se considerará como tal
cuando el comportamiento del niño se desvíe ostensiblemente
de lo que el resultado del análisis de todos estos factores y condiciones
previamente estudiados evalúa como un comportamiento habitual o "típico"
en este tipo de niños, y luego de que todas las medidas de tipo educativo
para su integración real se hayan tomado para resolverla, y resultaran
infructuosas o el cambio obtenido no sea realmente significativo, en las condiciones
cotidianas comunes de la labor docente-educativa que se realiza con estos
menores.
Es decir,
solamente después que las acciones educativas realizadas para resolver
la problemática en el niño inmigrante o de minoría étnica
hayan resultado inoperantes, es que se puede valorar que se está frente
a una real alteración de conducta, no importa lo significativo que
sea su comportamiento. Al considerar de esta manera la valoración de
las manifestaciones conductuales del niño, se sabe entonces que se
está frente a una alteración clínica propiamente dicha,
lo cual requiere entonces la intervención de un especialista, como
puede ser un psicólogo, para que de conjunto con el educador se encaminen
a resolver la problemática ya instaurada.
Así,
si el educador que labora en un aula multicultural ha tratado de resolver
la problemática emocional y de integración del niño inmigrante
al grupo, si ha logrado que sus coetáneos lo acepten y tengan aptitudes
de apoyo y cooperación hacia el mismo, si ha tratado de conciliar el
tipo de socialización que se da en el hogar con la que realiza en el
centro infantil o la escuela, entre otras acciones de atención educativa,
y no hay cambios en su comportamiento o son apenas perceptibles, entonces
es muy probable que ya no esté frente a manifestaciones psicológicas
características de la situación de migración, sino que
se está ahora ante un niño inmigrante o de minorías étnicas
que presenta una alteración de conducta, que necesita, como ya se dijo,
de tratamiento especializado por parte de un psicólogo conocedor de
esta problemática de la migración.
Alteraciones
que se han ido gestando desde etapas anteriores a la llegada del niño
a la nueva localidad, desde antes de asistir al nuevo centro infantil, y que
ahora se expresan con mayor crudeza, y se han estructurado como una conducta
que ya no es íntegramente explicable por la situación de inmigración,
sino que tiene sus raíces en períodos anteriores de la vida
y que la nueva situación ha precipitado.
No es
de olvidar al hacer este análisis que al valorar el origen de las alteraciones
de la conducta en un niño en las primeras edades, hay que tomar en
cuenta tres aspectos fundamentales:
Factores
internos, cuando la problemática observada es achacable a partir fundamentalmente
de limitaciones, consecuencias o derivaciones de particularidades individuales
de tipo constitucional, biológico o genético.
Tal es
el caso, por ejemplo, de un niño que presenta un Síndrome de
Down, retraso mental que está determinado por una malformación
genética, la trisomía 21, o como sucede en los niños
que son portadores de una disfunción cerebral mínima, en los
que el daño cerebral difuso es el causante principal de sus dificultades
conductuales.
En este
sentido la problemática conductual del niño inmigrante o de
minoría étnica puede ser atribuible a estas condiciones, y no
realmente a la situación de migración.
Factores
educativos, en los que las condiciones de vida y educación donde se
desenvuelve el niño, juegan el rol principal en la génesis de
sus alteraciones del comportamiento.
Aquí
se incluyen prácticamente la mayor parte de los problemas que presentan
los niños en la primera infancia, debido al uso de métodos incorrectos
de tipo educativos o por acciones que atentan contra la satisfacción
adecuada de sus necesidades básicas, y que pueden haber sido significativos
en la historia previa del niño inmigrante o de minoría étnica.
Factores
de la actividad y propia experiencia personal del niño, y que no dependen
de los factores internos ni de las condiciones de vida y educación,
sino de los eventos que le suceden en su vida cotidiana, a veces incluso,
producto del azar.
En el
caso de los niños inmigrantes, particularmente de aquellos que han
emigrado de situaciones críticas en su tierra natal, pueden haberse
sucedido hechos que los hayan marcado psicológicamente, y que incluso
pueden hasta ser desconocidos por sus propios padres. Esto sucede con frecuencia
en los campamentos de refugiados, en que a veces los niños, aún
desde edades muy tempranas, deambulan por la localidad, y en ocasiones se
enfrentan solos ante situaciones traumáticas que luego afectan su equilibrio
mental.
Esto explica
el por qué los padres de estos niños inmigrantes se sienten
a veces muy atribulados al detectar ciertos problemas en sus hijos, y donde
no encuentran motivos lógicos que los justifiquen en las condiciones
de vida y educación previamente vividas.
El desarraigo
como tal es un factor condicionante, y su evolución está relacionada
de manera estrecha con las etapas por las que transita la situación
de migración, y que se expresa en el plano psicológico del niño
de diferentes formas.
En un
primer estadio, y que se desenvuelve aún estando el niño en
su país de origen, se le comunica que ha de partir (en ocasiones un
día antes de la salida), lo cual lo sume en un sentimiento de tristeza,
al saber que tiene que abandonar sus amigos, parientes y conocidos, mezclado
con una cierta excitación por el hecho de realizar el viaje, pero donde
todavía no ha tenido tiempo de tratar con sus emociones y sentimientos
de manera profunda, ya que los preparativos de la familia para partir generalmente
ocupan todo el tiempo, y lo mantienen en un estado de cierta actividad. Esto
cuando se le informa de improviso, porque si la comunicación se hace
desde mucho tiempo antes, puede que la dinámica familiar se vuelva
disfuncional tempranamente y esto cause ya desórdenes en la conducta
del niño.
Luego
viene un segundo estadio que se da en el propio tránsito del niño
al nuevo país o región, marcada por mucha excitación
y aventura de conocer lo nuevo, y que puede o no ser extenso en la medida
en que se vaya directamente al país que se dirigen, o se hagan escalas
intermedias que a veces implican una permanencia temporal en dichos lugares.
Ya aquí
la situación emocional del niño empieza a deteriorarse, porque
la excitación inicial de realizar el viaje empieza a ceder a una elaboración
mental, al comenzar a extrañar las cosas que le eran familiares. Esto
se une a que, por lo general, la familia en tránsito discute mucho
sobre lo que le sucede, los planes, los inconvenientes que se presentan, y
que hacen que el niño se percate de la carga emocional que todo eso
implica.
Las escalas
intermedias suelen agravar la dinámica familiar, que puede volverse
disfuncional en un corto plazo de tiempo.
Una tercera
etapa se sucede cuando se llega al lugar definitivo, al país en el
cual definitivamente se han de ubicar, y su efecto en el niño ha de
depender de las condiciones del arribo, que de inicio le despierta una gran
curiosidad por lo nuevo que observa, la gente diferente, los lugares desconocidos,
incluso, como pasa en ocasiones, el deslumbramiento por aquellas cosas que
no tenía en su lugar de origen y que ahora aparentemente están
aguardando por él (juguetes diferentes, parques de diversiones extraordinarios,
zoológicos con animales nunca vistos, etc.
Si la
familia del pequeño tiene las posibilidades de ir a una casa (porque
se la han facilitado parientes que pueden haber llegado antes o la comunidad
receptora) el niño todavía se siente resguardado en el seno
hogareño, porque aún no se ha planteado la necesidad de integrarse
al nuevo medio, y hasta el momento todo sigue mas o menos igual con cambios
de las condiciones exteriores, que le afectan pero que todavía no son
significativos.
Si la
familia del niño se ve obligada a incorporarse a un campamento de refugiados,
en los que generalmente las condiciones de vida son precarias, y donde la
mezcla de culturas y situaciones personales es muy diversa, el sentimiento
de curiosidad intelectual se desvanece y comienzan a manifestarse de manera
solapada los primeros embates del desarraigo.
El cuarto
período es un momento muy cargado de impacto emocional, porque significa
el inicio de la integración al nuevo medio, generalmente expresado
en la incorporación a un centro infantil o una escuela. Así,
de pronto, tiene que dejar el refugio que implica el hogar y la familia, que
hasta ese momento han tratado de protegerle y mostrarle el lado bueno del
éxodo, para enfrentarse a la verdadera situación de inmigración,
y en la que afloran todas las problemáticas anteriormente señaladas,
a veces de forma muy dramática e impactante.
Es la
etapa del choque cultural, de la depresión y la confusión, de
contrastación con el nuevo medio, que puede recibirle de forma negativa.
Es el momento del surgimiento de la fase del silencio y de la ocultación
de sus emociones, de las manifestaciones psicológicas más adversas.
Es una etapa crucial, que define la posibilidad de integración o no
del niño a las nuevas condiciones.
Esto se
concatena con las particularidades que cobra el proceso educativo de estos
niños inmigrantes, lo cual puede hasta cierto punto ser extensible
al niño de minorías étnicas, y donde una característica
diferencial es que, por lo general presentan un proceso de escolarización
muy fragmentado, ya que la mayoría presenta baches o lagunas a consecuencia
de no haber podido seguir un tránsito continuo por el centro infantil
y la escuela, a causa de la longitud de los viajes, el tiempo dedicado a actualizar
sus documentos legales, la búsqueda de un lugar apropiado para vivir,
la no aceptación en diversos centros educacionales, entre otros tantos
factores.
Los niños
inmigrantes, mas que un problema lingüístico en su proceso educativo,
son niños desarraigados de su ambiente cultural y educativo, que necesitan
una guía estrecha para poder asimilar las nuevas formas del aprendizaje,
que casi siempre se acompaña de un nuevo idioma, todo ello causa dificultades
en su integración escolar, y tener bajos rendimientos aunque posean
un buen nivel intelectual.
Así,
el proceso de escolarización suele ser conflictivo, en particular en
aquellos niños que asisten a la escuela primaria, y esto engendra reacciones
emocionales muy severas. No obstante, la experiencia revela que la respuesta
y el comportamiento de cada niño en su medio escolar y extraescolar,
es un resultado de una interacción compleja de su background cultural,
sus características individuales, y el tiempo que el niño lleve
ya en el país receptor.
Luego
de esta conflictiva etapa, sobreviene un quinto estadio de integración,
en el cual el niño siente la presión que se le ejerce para asimilar
la nueva cultura. En este sentido se pueden dar dos procesos antagónicos:
La asimilación,
en la que se exige la renuncia de su cultura anterior y el aceptar la nueva
sin discusión para ser admitido en la nueva comunidad, o
La culturalización,
típica del enfoque multicultural, en la que se le hace presión
para incorporar la nueva cultura pero sin descartar los valores y aspectos
esenciales de la anterior.
Cada uno
de estos procedimientos ha de conllevar consecuencias diferentes en los niños
inmigrantes, y posibilitarán la integración al nuevo medio de
manera mas o menos traumática, lo cual está concatenado a numerosos
factores, algunos de ellos ya señalados:
Las
condiciones previas de vida y educación, la dinámica familiar
anterior, el desarrollo de la personalidad alcanzado hasta el momento de
la migración, la edad que tiene el niño cuando se decide el
éxodo, entre otros.
La
transformación de la dinámica familiar a consecuencia del
periplo que se realiza, los hechos concomitantes positivos o negativos que
se suceden durante el viaje, las situaciones a las que se enfrentan en las
escalas que realizan.
La
similitud o disimilitud de las condiciones materiales de vida entre la forma
como se vivía en el país de origen, y a las que tiene que
acomodarse la familia en su nuevo hábitat.
El
grado de correlación entre la cultura que se ha dejado detrás
(idioma, valores, costumbres, modos de vida, relaciones interfamiliares,
intercambio comunitario, etc.), y la que ahora hay que asimilar.
El
nivel de aceptación por parte de la nueva comunidad de la familia
inmigrante, y de las posibilidades de comunicación e intercambio
con la misma.
El
conocimiento que los educadores tengan de la situación de inmigración,
y que determine la aplicación de acciones y procedimientos apropiados
para facilitar la integración del niño.
Finalmente,
una sexta etapa o período de integración a la nueva cultura,
como resumen de las etapas anteriores y que se expresa en dos resultados significativos:
1. El
niño ha tenido éxito en integrarse, o está abierto a
la integración, y que a pesar de haber sufrido grandes embates psicológicos,
ha logrado combinar su pasado cultural con la nueva proyección, y en
términos generales se ha ajustado a la vida diferente que su actual
localidad le impone,
2. La
integración es solamente externa, dándose grandes contradicciones
entre su comportamiento externo y su interior, lo que conlleva problemas de
desajuste severos que pueden manifestarse como alteraciones de conducta. Esta
falsa integración puede mantenerse hasta la etapa adulta y caracterizar
la personalidad del individuo.
En cada
una de estas etapas o estadios aparecen sentimientos diversos, que pueden
cobrar un carácter mas o menos patológico en la medida en que
los factores incidentes y condicionantes provocan una determinada reacción
en el niño, constituyendo un arduo camino que siempre lleva implícito
un severo costo psicológico.
Este costo
psicológico puede afectar considerablemente la integridad emocional
del niño, e imposibilitarle su adaptación, y que muchas veces
no se relaciona realmente con la adversidad de los factores actuantes. Así,
para un niño que va por este camino, una "invitación a
participar en un juego" por parte de sus coetáneos en la escuela,
en lugar de valorarla como una actitud cooperadora y de amistad, lo analiza
como "una oportunidad para que quede demostrada su incompetencia para
jugar bien", disposición mental que le limita cualquier acercamiento
a una posibilidad de integración.
En sentido
general, desde el punto de vista psicológico al niño inmigrante
o de minorías étnicas se le plantean numerosos estados internos,
que gravitan sobre su estabilidad emocional y su comunicación social,
entre las que se encuentran:
Resistencia
al cambio, que como condición psicológica se esgrime interiormente
como medio de vinculación con el medio anterior
Vulnerabilidad,
temor a ser afectado psicológicamente, que determina el encerramiento
en sí mismo
Pérdida
de la cultura nacional y el lenguaje, que provoca el desarraigo, la incomunicación
Necesidad
de relación con educadores, maestros y amigos, que constituye una aguda
carencia en estos niños
Integración
de dos culturas, que provoca el choque cultural característico de la
situación de inmigración.
Problemas
académicos, particularmente en la edad escolar, y que conlleva por
lo general baja en el rendimiento e inadaptación escolar
Presión
para la integración, que provoca un estado emocional muy negativo,
en particular si el método implica la supresión de los valores
culturales anteriores
Necesidad
de refugio, de ser comprendido, y que generalmente el niño inmigrante
no es capaz de lograr
Necesidad
de afirmación y de reconocimiento, en particular en los niños
mayores.
Estos
y muchos mas estados internos se instauran en el niño inmigrante o
aquel de minorías étnicas que está en la situación
de integración, los que, a pesar de su distinto origen, tienen características
psicológicas y situaciones sociales muy semejantes. Incluso puede darse
el caso de que la problemática del niño de minorías étnicas
sea mucho más aguda que la de aquel que proviene de un país
extranjero, en el que pueden darse sentimientos de aceptación más
diáfanos por el hecho de ser gente distinta, de otro mundo, que pueden
concitar la curiosidad social y, por lo tanto, promover una mayor tolerancia.
El niño
de minoría étnica proveniente de su propio país, puede
estar su aceptación influenciada por factores históricos, sociales
y culturales que hagan que se le rechace por esa simple condición,
casi como sucede con los gitanos, que son rechazados solo por el hecho de
ser gitanos, sin un análisis particular de cada grupo social.
Pero,
tanto unos como otros, en particular en las sociedades altamente industrializadas
que requieren de la inmigración para su desarrollo, la educación
de estos niños se va convirtiendo cada día en un hecho más
significativo, y ya no es inusual que el educador tenga en su grupo en el
centro infantil, o el maestro en la escuela, un aula en la que proliferen
estos niños y para cuya educación, como norma, no han sido suficientemente
preparados, ni en el conocimiento de la psicología de estos niños,
ni de los métodos pedagógicos para garantizar su educación,
esto plantea una situación educativa bien compleja a la que hay que
dar una solución inmediata.
Por supuesto
que los métodos y las formas de aproximación van a variar en
dependencia de la edad de los niños y de los requisitos sociales para
su escolarización. Así, puede pensarse que los niños
en la primera infancia están exentos de esta problemática y
se ajustan mas fácilmente por su menor desarrollo, y sin embargo, la
experiencia demuestra que por tener menos recursos mentales y expresivos que
los niños de edad escolar, sufren en grado mas profundo los embates
de la situación de migración, y pueden tener consecuencias mas
lesivas para el desarrollo de su personalidad.
Por ejemplo,
la etapa del silencio, que afecta a muchos niños, encuentra en los
niños de edad escolar que todas sus estructuras básicas de la
lengua están formadas, y lo que se sucede es un retraimiento de la
comunicación oral, pero, si la experiencia migratoria resulta traumática
en un niño preescolar cuando aún no están conformadas
esas estructuras básicas y el niño se retrae hacia un mutismo,
entonces, ¿cómo podrán ser los efectos en el lenguaje
de esos niños que aún no han formado dichas estructuras? Decididamente
esta respuesta sólo lo puede dar la investigación, pero la experiencia
clínica revela que los efectos pueden ser devastadores y causar una
secuela que no sea superada nunca.
Es por
eso que la atención al aula multicultural, en la que se encuentran
niños provenientes de muchas culturas, con lenguas y hábitos
distintos, de etnias diversas, constituye en la actualidad una de las problemáticas
educativas más serias y complejas a las que se enfrenta un educador
moderno.
Esta no
es una problemática exclusiva de los países altamente desarrollados,
aunque son por mucho, los que monopolizan el flujo migratorio, sino también
de los menos industrializados, entre los cuales hay notables diferencias de
nivel y desarrollo sociocultural dentro de sus limitaciones. Ello hace que
la tarea de cualquier educador en el presente no está exenta de esta
realidad, y obliga a formular una preparación efectiva para que sean
capaces de afrontar esta particular situación.
Además,
la problemática de las minorías étnicas es acuciante
en muchos países, industrializados o no, y en muchos es fuente de conflictos
sociales, los que se reflejan, por supuesto, en la esfera educacional.