Capítulo
1 SOBRE EL CONCEPTO DE EDUCACIÓN PARA LA PAZ
1.1
Sobre la definición de la paz
Con el
término de “Paz” sucede lo que muchos otros conceptos usualmente
utilizados en la práctica social, psicológica y pedagógica:
Todo el mundo sabe lo que es, pero nadie se pone de acuerdo en como definirla.
En esto
juegan muchos factores diferentes, desde aquellos referidos al contexto geográfico,
económico y social, hasta los concernientes a la conciencia social,
el desarrollo de la personalidad, el pensamiento, por nombrar solamente algunos.
En esta
unidad se ha de tratar de valorar todos esos criterios, sin querer llegar
a establecer una definición universal de lo que es la paz que sea aceptada
por todos, pero sí al menos sopesar lo que se ha planteado al respecto
y tratar de unificar ideas y concepciones, de modo que la relación
entre lo que es la paz, una cultura de la paz, y una educación para
la paz, sea distinguible y permita entonces saber que es necesario hacer para
lograr que nuestros niños amen la paz, tengan comportamientos tendientes
a una postura de paz, y podamos educarlos para que ello sea posible en las
condiciones del mundo actual.
Por lo
tanto, antes de comenzar a plantear como se puede concebir una educación
para la paz desde las más tempranas edades, como puede ser un currículo
de la misma, y que componentes o contenidos deben estar presentes, se hace
indispensable tratar de alcanzar una idea definida de lo que en definitiva
puede adscribirse al término de “Paz”.
Una primera
definición, quizás la más comúnmente extendida
y popular sería la que plantea la vinculación de la misma con
la ausencia de guerra, ignorando en este caso una idea más global y
profunda de paz. Desde este punto de vista, la paz es sencillamente que no
haya guerra.
Sin embargo,
esta definición simple no toma en cuenta que hay violencias inherentes
en las estructuras de los sistemas sociales que, sin reflejarse como un estado
de guerra, de la misma manera niegan los derechos humanos, y consecuentemente
niegan también un concepto más amplio de paz en el que se enmarcan
normalmente las acciones en materia de educación para la paz o de dichos
derechos humanos.
Este concepto
de paz como la ausencia de guerra ha sido un concepto dominante durante muchos
años, por lo que se ha solido dar el apelativo de “tradicional”
y fue heredado del concepto de Pax romana, que es aquel que la identifica
como una simple inexistencia de conflictos bélicos, y, que en nuestra
sociedad actual, tiende a valorarse por algunos estudiosos del tema como la
ausencia en general de todo tipo de conflictos.
Esta definición
es a todas luces insuficiente, claramente restrictiva, e incluso muy estrechamente
relacionada con un enfoque político. Ello ha derivado en que poco a
poco el concepto de paz ha sido progresivamente valorado no como un término
solamente referido a la antítesis de la guerra, sino al de la violencia,
de la cual la propia guerra no deja de ser un tipo de violencia organizada.
En este
sentido algunos autores como J. Galtung han señalado que existe violencia
cuando los seres humanos están influenciados de una manera tal que
sus realizaciones afectivas, somáticas y mentales, están por
debajo de sus realizaciones potenciales, lo que asume implícitamente
que existe una concepción más amplia de la violencia que conduce
a una concepción más extensa de lo que es la paz.
Ampliando
en este sentido se plantea entonces que existe una violencia directa, que
se expresa como la agresión física directa, que es la violencia
que pudiera llamarse tradicional y que es más fácilmente reconocible
(como es la guerra en sí misma), y una violencia indirecta y más
oculta, que está presente en determinadas estructuras sociales, que
recibe el nombre de violencia estructural, y que es un concepto sinónimo
de injusticia social.
Este tipo
de violencia se define en primera instancia como un tipo de violencia que
está imbricada dentro de las particularidades de la estructura social,
y que se manifiesta como un poder desigual y, consiguientemente, como oportunidades
de vida distintas, tal como sucede cuando las personas que viven en una sociedad
tienen los recursos desigualmente distribuidos, o las posibilidades de escolarización
son distintas de acuerdo con el estrato social, o cuando el acceso a los servicios
médicos existentes en determinadas zonas no son iguales para todos,
sino solamente para determinados grupos, entre otros posibles ejemplos.
Ello hace
que bajo el término de violencia puedan agruparse la guerra como tal,
el homicidio, la pobreza y la falta de medios de subsistencia, la represión,
la persecución y violación de los derechos humanos, la alienación
y negación de las necesidades superiores del hombre, entre otros.
Esta concepción
de la violencia ha tenido su expresión en el plano educacional, y la
violencia física directa caracterizó durante muchos años
a la escuela tradicional, que hizo uso extendido y aprobado del castigo corporal
en el proceso de enseñanza y aprendizaje, desde el simple “reglazo”
en el dorso de las manos, hasta agresiones mucho más explícitas
y manifiestas por parte de los maestros. Afortunadamente lemas tales como
“la letra con sangre entra" y que encierra en si mismo todo un
tratado de pedagogía violenta, han sido afortunadamente superados,
o bastante sobrepasados, en la pedagogía moderna actual, en la que
se han impuesto concepciones más humanistas y personalizadas dentro
del proceso educativo.
No obstante,
aún sucede así con la violencia verbal y psicológica
que, aunque muchos menos manifiesta que en la época predominante de
la escuela tradicional, todavía las investigaciones educativas revelan
que existe como algo que se arrastra del antiguo enfoque escolar y que no
ha sido totalmente superado.
Es significativo
que para definir el concepto de paz se haga necesario establecer primero el
de la violencia, y de ahí partir a una posible conceptualización
del de la paz, ello nos demuestra que el viejo concepto de agresión
directa no está aún bien eliminado de nuestra conciencia.
Ello
nos lleva a intuir que el concepto de paz está muy relacionado con
los factores sociales y externos del desarrollo del individuo, y en cierta
medida es el enfoque predominante aunque, sin embargo, existan definiciones
que la correlacionen con los factores internos, y ven así a la paz
como un estado mental, psicológico, propio de la dinámica y
estructura interna del sujeto.
Es así
que definen a la paz como un “estado de ánimo de la persona”
que a su vez se trasmite a su forma de ser y actuar.
Desde
este punto de vista, la paz constituye un estado interior, que posteriormente
se plantea (en algunos casos) se trasmite al resto de la sociedad. Así,
para este tipo de concepción la paz en la sociedad es en última
instancia un producto último de la mente humana, que se generaliza
al medio social.
Cabría
preguntarse entonces si todos los estados internos serían semejantes
como para que existiera una concepción general de la paz en la sociedad,
o multitud de estados de paz que convivirán en medio de las más
disímiles condiciones sociales.
No obstante,
y a pesar de su evidente inconsistencia este concepto de paz como un producto
interno está bastante generalizado, y en una encuesta que se realizó
con educadores de un buen número de países y a los que se les
preguntó que entendían por paz, un porcentaje considerable la
definió como “armonía y bienestar interior de la persona”,
lo que demuestra que esta definición está bien extendida, al
menos entre los educadores. Esta investigación ha de ser analizada
con mayor profundidad en la unidad siguiente.
Conceptos
más elaborados de este estado de paz interior se encuentran en la obra
de diversos autores. Así plantean que “en su forma más
pura la paz es el silencio interno lleno del poder de la verdad, la paz es
la principal característica de una “sociedad civilizada”
y el carecer de esta sociedad puede verse a través de la conciencia
colectiva de sus miembros” (sic).
Ahondando
en este criterio se observa que llega un momento en que se niega toda relación
de la paz con el mundo exterior. Así, por ejemplo, se agrega “La
paz es energía, una energía cualitativa que emana constantemente
de la única Fuente eterna. Es una fuerza pura que penetra en el caparazón
del caos y por su propia naturaleza, automáticamente pone a las personas
y las cosas en un orden equilibrado. El propio ser contiene un depósito
de recursos vitales, uno de los cuales es la paz. Reconocer que la cualidad
original del alma humana es la paz, significa dejar de buscarla en el exterior.
Mediante la conexión con la única Fuente eterna e ilimitada
de paz, nuestros propios recursos desbordan con fortaleza silenciosa. La paz,
en su forma más pura, es silencio interno lleno del poder de la verdad.”
(el subrayado es nuestro).
Como se
vé, para este tipo de concepción de la paz los factores externos,
sociales, geopolíticos, que han sido la causa predominante de la guerra
y los conflictos bélicos desde que el mundo es mundo, y por tanto,
de la ausencia de paz, no parecen ser importantes y consustanciales a una
definición de la paz, y por lo tanto, la misma puede ser conseguida
sin tomar en consideración dichos factores. Evidentemente es por eso
que algunos detractores de esta posición arguyen que la misma tiene
un trasfondo político, al plantear la pasividad y la no búsqueda
de la misma en los factores externos causales.
Lo anterior
se denota claramente en los planteamientos siguientes cuando se expresa: “La
paz está compuesta de pensamientos puros, sentimientos puros y buenos
deseos. Cuando las energías del pensamiento, de la palabra y de la
acción están en equilibrio, estables y libres de violencia,
la persona está en paz consigo misma, con sus relaciones y con el mundo.
Ejercitar el poder de la paz abarca el principio fundamental de la espiritualidad:
mirar hacia adentro para después mirar hacia fuera con valor, determinación
y propósito. El primer paso en este proceso requiere un examen cuidadoso
de los propios pensamientos, sentimientos y motivaciones. Al abrir la ventana
del ser interno, las personas pueden clarificar y determinar las actitudes
y patrones de conducta que son destructivos y que causan caos e intranquilidad.”
Esta
definición, con todo el valor que tiene, y donde se asume el hecho
de que “los buenos deseos” son consustanciales al concepto de
paz, recuerda un poco el refrán que dice “De buenas intenciones
está empedrado el camino del infierno”, y donde la no consideración
de los factores externos puede convertir en adoquines a las mejores intenciones
dentro del plano interno del sujeto.
Si bien
denominar como “paz” a este estado de sosiego, de tranquilidad
y beatitud interna, es algo humanamente deseable y positivo desde el punto
de vista personal, no creemos que nos ayude mucho a definir un concepto mucho
más integral y abarcador de lo que es la paz, y donde los factores
externos juegan decididamente un rol fundamental.
Pero hay
definiciones que buscan relacionar ambos tipos de factores, y así encontramos
una definición que plantea que la paz es el estado activo de la sociedad
que busca la justicia, y donde los inevitables conflictos entre los grupos
humanos se intentan resolver mediante el ejercicio de las facultades distintivas
de las personas, la capacidad de comunicación, el diálogo y
finalmente la cooperación. Como se vé, hay un enlace entre lo
social y lo individual, aunque en última instancia haya un desbalance
hacia lo relativo al sujeto.
O bien,
sin omitir la búsqueda de la paz en el plano externo como primera causal,
se vuelve a plantear indirectamente que la misma surge a partir del individuo,
como sucede en la proposición de F. Pérez de Cuellar: “La
paz debe comenzar en cada uno de nosotros. A través de una reflexión
introspectiva y seria sobre su significado, se pueden encontrar formas nuevas
y creativas de promover el entendimiento, la amistad y la cooperación
entre todos los pueblos”.
Todo esto
ha incidido en la existencia de múltiples definiciones de lo que es
la paz, tanto es así que la mayoría de los autores ya no plantean
un concepto único de paz, sino que asumen el que existen diversas concepciones
estrechamente interrelacionadas, y que todas ellas están en concordancia
con los factores sociales externos y la presencia o no de la violencia. Así,
se habla entonces de una paz negativa y una paz positiva, conceptos ambos
que se van a relacionar estrechamente con algo que se define como la violencia
estructural.
Por paz
negativa, la definición mas generalizada en el mundo occidental, se
entiende a la misma como la ausencia de guerra, de la violencia directamente
expresada, que va desde la agresión física hasta el desarrollo
de los conflictos bélicos. Desde este punto de vista la paz es la antítesis
de la presencia de la guerra, y puede hablarse de la misma cuando se evitan
los conflictos armados.
Por paz
positiva se entendería entonces no lo contrario de la guerra, sino
de la ausencia de la violencia estructural. La misma supone incluso un nivel
reducido de violencia directa y un nivel elevado de justicia., y persigue
la armonía social, la igualdad, la justicia y, por tanto, el cambio
radical de la sociedad.
Este concepto
no elimina el anteriormente expuesto de la paz como resultado de lo interno
del sujeto, y presupone también la armonía del ser humano consigo
mismo, con los demás y con la naturaleza.
Pero tampoco
asume una total ausencia del conflicto ni su rechazo, sino que dentro de este
concepto se valora el aprender a afrontar los conflictos que puedan darse,
y a resolverlos de manera justa y pacífica.
Como se
expresó anteriormente esta definición se relaciona con la de
la concepción de la violencia estructural, mencionada someramente en
páginas atrás, y que merece un análisis pormenorizado,
por las implicaciones que la misma puede tener para una posterior consideración
de cual debe ser el contenido de una educación para la paz.
Por violencia
estructural se considera a aquellas formas de la violencia y desigualdad que
son generadas por las diversas estructuras sociales, y que implican la desigualdad
de oportunidades de vida entre los individuos, los grupos sociales, e incluso
las sociedades entre sí, que impiden y obstaculizan a los seres humanos
el satisfacer sus necesidades básicas fundamentales, tanto materiales
como espirituales.
Es decir,
se asume que la estructura de una sociedad puede ser, y de hecho lo es, engendradora
de violencia en sí misma, por las particularidades que tiene su base
(el modo de producción) y las características de su superestructura
(conjunto de ideas, instituciones y conciencia social).
Así,
una sociedad en la que se niegue el derecho de la mujer a su plena libertad
ciudadana, o haga obligatoria una pertenencia religiosa dada, o discrimine
a los hombres por el color de su piel, implica una violencia estructural que
niega el concepto verdadero de paz.
Por lo
tanto, en el concepto de la paz positiva estaría el de la reducción
de la violencia estructural, y la búsqueda de la armonía social,
la igualdad, la justicia general, lo que a todos luces implicaría el
cambio radical de la sociedad actual, que no se caracteriza por tales condiciones.
Jares
plantea que esta violencia estructural abarca incluso el sistema educativo
general, y por lo tanto, el de cada centro escolar, cuya estructura organizativa
constituye un impedimento serio para una verdadera educación para la
paz.
Curle
a su vez señala que la paz afecta a todas las dimensiones de la vida,
por lo que hace referencia a una estructura social en que exista una amplia
justicia social y una reducida violencia.
Hoy día
en que el mundo vive la mayor ola de violencia directa y estructural que ha
conocido, por lo que lo referente a la paz no puede concretarse al estudio
jurídico de las relaciones internacionales o el establecimiento de
regulaciones generales para preservar la paz, sino también estudiar
los componentes que desatan la agresividad en los individuos y enseñarles
habilidades que permitan disminuir el uso de la violencia en sus diferentes
manifestaciones, para buscar la solución pacífica de los conflictos
entre los hombres, las sociedades y las naciones.
Este
criterio de la paz unido al concepto de justicia social está muy extendido
en la actualidad, tal como señala Paulo Freire, para quien la paz se
crea y se construye eliminando las realidades sociales que atentan contra
dicha justicia social y se construye en la medida en que se edifica aquella,
lo que relaciona su concepto de paz con la teoría del desarrollo y
la de los derechos humanos. Esto queda bien claro cuando Freire afirma “….
Sin embargo, la paz no precede a la justicia. Por eso, la mejor manera de
hablar a favor de la paz es hacer justicia.”
Por lo
tanto, denominar como paz a una situación en que imperen la injusticia
social, la represión, la pobreza y el analfabetismo, la falta de asistencia
médica, el hambre, la persecución religiosa, étnica o
política, entre otros muchos males sociales, y tan solo porque no haya
guerra, es contraproducente y paródico. Y cabría preguntarse
si alcanzarla no sería si no más que una simple utopía.
En nuestra
consideración la paz no es una meta utópica, es un proceso en
el que intervienen numerosos factores, internos y externos, y que comienza
desde la formación inicial en los niños de normas, valores,
comportamientos, actitudes y sentimientos cuya interdependencia va estructurando
una formación de la personalidad proclive a la paz, hasta la realización
a nivel micro y macro-social de acciones diversas a favor de la consecución
y consolidación de dicha paz, y que se va a reflejar tanto en el plano
interno del individuo como en de la sociedad en su conjunto.
Pero
si se habla de surgimiento de la personalidad en los niños se está
hablando entonces de desarrollo psíquico y de educación, una
enfocada al desarrollo de la formación psicológica mas importante
del individuo y que constituye su máximo nivel de regulación,
la otra enfocada a como posibilitar que dicha formación se lleve a
cabo de acuerdo con los mejores y más nobles principios del ser humano
y de la sociedad en general. Se habla entonces de una educación para
la paz.
1.2.
Concepto de Educación para la paz
Plantear
en que consiste la Educación para la paz implica las mismas dificultades
de cuando se trataba de definir que cosa era la paz, pues el espectro que
la misma abarque va a guardar una estrecha relación con lo que cada
autor o sistema educativo considera que engloba el término paz.
Para
algunos como Jares, la Educación para la paz es “un proceso educativo,
continuo y permanente, fundamentado en los conceptos definidores de paz positiva,
la perspectiva creativa del conflicto, la concepción amplia del desarrollo
y en los derechos humanos-democracia, y que a través de la aplicación
de métodos problematizantes pretende desarrollar un nuevo tipo de cultura,
la cultura de la paz, que ayude a las personas a desvelar críticamente
la realidad, desigual, violenta, compleja y conflictiva, para poder situarse
ante ella y actuar en consecuencia.”
Según
se observa en esta amplia definición que categoriza a la Educación
para la paz como un proceso educativo se incluyen términos como paz
positiva, conflicto, cultura de paz, derechos humanos, democracia. Desde este
punto de vista es bien significativa la inclusión de diversos contenidos
dentro de un currículo de Educación para la paz.
En realidad
no resulta fácil definir el término que implica la existencia
de dos términos realmente complejos: educar y paz.
El concepto
más amplio del término educación ya ha sido planteado,
como aquel dirigido a la formación de una personalidad integral, armónica,
y multilateralmente desarrollada, y no a la simple transmisión de conocimientos,
lo que la igualaría al concepto de enseñanza. Educación
y enseñanza constituyen una unidad dialéctica, son términos
inseparables pero no idénticos, y cada una tiene sus propias especificidades.
Pero el objetivo rector es la formación del individuo como un todo,
como personalidad.
Como
proceso de socialización la educación no es neutra, y responde
a los intereses de la clase dominante de la sociedad en cuestión, y
juega un papel trascendental en la formación de valores, normas y comportamientos
que son significativos dentro de ese grupo social, por lo que presupone un
proceso de socialización que no es neutro, sino que intenta acomodar
y perpetuar en los individuos tales valores predominantes de su sociedad.
En algunas
sociedades, por tanto, los valores y normas sociales pueden ser antagónicos,
y mientras en una algunos de estos valores fomentan el respeto, la cooperación
o la solidaridad, en la otra se contribuye a interiorizar el individualismo,
la competencia, el autoritarismo. Incluso dentro de una misma sociedad, de
acuerdo con la época, la educación puede aupar valores contradictorios,
como sucedió con la violencia antisemítica de la Alemania nazi
en el pasado siglo.
El otro
término como vimos es el de “paz”, que puede ser entendida
de diversas maneras en las distintas sociedades, aunque en el acápite
anterior se pudo modelar algunas ideas de generalización.
Por lo
tanto, la educación para la paz no se comprende de manera semejante
en todos los contextos sociales, ya que es influenciada por la diversidad
socio política y cultural.
En este
sentido O. Chaloupka señala que la Educación para la paz debe
concebirse como parte de la educación integral, y debe dirigirse en
principio a inculcar en niños y jóvenes actitudes, principios
y valores contra la guerra, y la solución de los conflictos por vía
pacífica. No obstante, denota que la misma está vinculada a
la concepción de la educación de cada país, a su realidad
y sistema sociales, a su política de gobierno y otros factores.
Esta
concepción de Chaloupka se inscribe conceptualmente dentro del enfoque
más abarcador de la educación para la paz, en oposición
a aquellos que le confieren una proyección limitada a la subjetividad
del individuo.
Tomando
como base estos planteamientos se plantea entonces que la Educación
para la paz puede ser considerada como búsqueda de la armonía
y estímulo para estudiar las crisis, los conflictos y la violencia
como proceso mental que tributa a la transformación personal y social.
Así,
la misma se concibe como un proceso social que prepara al individuo para la
vida en el momento histórico que le ha tocado vivir, en armonía
consigo mismo y con los demás, y que le han de permitir alcanzar un
compromiso ético y humanista de contribuir con su actividad en la práctica
social a construir la paz en su grupo social, en su sociedad en general, entre
los países y el mundo.
Es fácilmente
discernible a partir de la anterior definición que la Educación
para la paz ha de comenzar desde la más temprana edad, en la cual se
formen un conjunto de valores, normas y comportamientos orientados hacia la
aceptación de los demás, tanto en lo que respecta al sexo, raza,
cultura y procedencia, entre otros elementos, y que en la medida en que se
dé el desarrollo de su personalidad le permita su participación
social para la búsqueda de una justicia para todos, conseguida mediante
vías pacíficas de solución, dentro de un contexto de
solidaridad humana.
Que esto
sea posible en un mundo actual tan impregnado y caracterizado por la violencia
(en el momento en que se escribe esta unidad se contabilizan más de
60 confrontaciones armadas en diversas partes del mundo) pueda ser quizá
visto como una utopía como refiere J. Palos que algunos consideran,
pero es un recurso al cual el hombre no puede renunciar.
No obstante,
algunos apologistas de la violencia (como tantos en el mundo han sido) han
llegado a afirmar que el ser humano ha heredado de sus antepasados la propensión
de hacer la guerra, puesto que es un fenómeno específicamente
humano, producto de la cultura; pero que ha sido heredado genéticamente.
Esto, además de ser una gran trapisonda política, es una enorme
aberración científica: Afirmar que la neurología y la
fisiología del cerebro obligan al hombre a actuar violentamente, y
que la guerra es un fenómeno instintivo, es a todas luces aberrante
y poco creíble, puesto que olvidan que la personalidad está
determinada por el entorno social y ecológico, en el que lo biológico
tiene un peso importante pero no es lo determinante.
La violencia,
según el Manifiesto de Sevilla como producto de la cultura humana es
evitable, y debe ser combatida en sus causas económicas, sociales y
culturales, pues el comportamiento del hombre es modelado por el condicionamiento
y los modos de socialización en que se encuentre inmerso, (además
de que es darle al concepto freudiano del niño como un “perverso
polimorfo” un rol que está muy lejos de lo que la ciencia ha
podido hoy día comprobar).
Esta
Educación para la paz se inscribe relacionada con una Cultura de la
paz, lo cual se ha de desarrollar en acápites posteriores en esta unidad.
1.3
Desarrollo histórico de la Educación para la Paz
Al igual
que ha sucedido con la mayoría de las ciencias sociales o de sus ramas,
la concepción de una Educación para la paz ha llevado un largo
proceso de conformación. En realidad, la educación para la paz
identificada como una corriente del pensamiento socio pedagógico moderno,
es relativamente nueva, y ha sido el Siglo XX cuando la misma cobró
carta de existencia y permanencia.
El concepto
de paz surge subordinado en sus inicios al de la guerra, lo cual los hace
identificables en el tiempo. Una muestra de ellos son, por nombrar algunas,
las propuestas chinas de desarme, que datan según documentos, del año
546 A. C. o las griegas de la misma época de usar alianzas para terminar
con las guerras internas y contener las externas. Si bien es cierto que la
historia de la humanidad está jalonada de hechos y documentos, e hitos
del pensamiento universal que han ido constituyendo un cúmulo de ideas
a favor de la paz, por el contrario, fueron pocos los grandes pensadores del
pasado, filósofos, teólogos, juristas, tanto orientales como
occidentales, que dedicaran gran atención a dichos problemas desde
un punto visto de una paz abierta y positiva.
Según
las circunstancias de la época, los desafíos presentes, las
fuerzas dominantes o la dirección de las tendencias del pensamiento
religioso, filosófico o político, entre otros, la humanidad
fue construyendo una concepción de la paz, que en la actualidad está
estrechamente unida a los procesos de cambio y transformación en el
orden personal, social y estructural, que están implícitos en
el traspaso de una cultura de violencia a una cultura de paz.
Sin embargo,
en una etapa más moderna, la misma posee antecedentes históricos
bien definidos de estudiosos que se han ocupado de precisar ideas y concepciones
al respecto, estando entre ellos Jan Amos Comenio como una de sus figuras
más relevantes.
Para
Comenio el hecho de educar implicaba un criterio universal: enseñar
a todos: niños y jóvenes, ricos y pobres, hombres y mujeres,
adultos normales y discapacitados, que eso era una función del Estado,
y que ello implicaría una reducción de la violencia y la guerra,
pues para Comenio gran parte de ello radicaba en la ignorancia, la falta de
escolarización, la no asequibilidad a la cultura, entre otros muchos
factores.
En América
Latina durante el siglo XIX descollaron eminentes figuras que vieron en la
educación universal la fórmula principal para erradicar la guerra
y preservar la paz. Así figuras tales como Simón Rodríguez,
preceptor de Bolívar, Benito Juárez, y José Martí,
constituyen ejemplos de ello. Juárez incluso da una definición
de la paz que ha trascendido el tiempo: “El respeto al derecho ajeno
es la paz”, que ha constituido incluso un principio del Estado mejicano
como nación.
José
Martí por su parte señala en uno de sus escritos “la condición
única de paz es aquella en la que no haya un solo derecho mermado”,
relacionando desde época tan temprana la existencia de la paz a los
derechos humanos, algo que con el tiempo se ha convertido en una díada
inseparable.
Sin embargo,
es en realidad en el pasado siglo cuando toma auge a nivel mundial una concepción
orgánica de la Educación para la paz, que tiene un factor desencadenante
histórico en la Primera Guerra Mundial y sus consecuentes efectos socioeconómicos
y morales, ello hace que sea concebida inicialmente desde el prisma de la
paz como la ausencia de guerra.
Consecuentemente,
en una fecha tan temprana como1927 se celebra en Praga la Conferencia Internacional
por la Paz en la Escuela que, ligada al movimiento naciente de la Escuela
Nueva, va a centrar su enfoque en el ser humano y plantea la revisión
humanista de las metodologías del trabajo en los centros escolares,
ampliamente dominadas en aquel entonces por el autoritarismo, la violencia,
la reproducción, típicas de la llamada escuela tradicional.
Las líneas
conceptuales en la pedagogía de la Escuela para la vida y la libertad,
la Escuela activa, y la pedagogía experimental, entre cuyas figuras
estuvieron nombres como los de María Montessori y John Dewey, difundieron
una concepción positiva de la educación para la paz en la escuela
que influyó considerablemente en la primera mitad del siglo. Otros
nombres menos conocidos en el contexto occidental como el de Krupskaia en
la entonces Rusia soviética también tuvieron consecuencias en
la transformación de la escuela tradicional y del enfoque de la educación
dirigida a la paz.
Es a
partir del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Educación
y la Cultura para la paz comienzan a tomar su forma contemporánea como
concreción de un pensamiento social más o menos organizado,
al calor del desarrollo del movimiento democrático internacional y
la derrota del fascismo, que da como resultado la creación de un movimiento
mundial a favor de la paz, que va a tener numerosas expresiones en los distintos
sistemas sociales.
Ello
hace que el concepto siga evolucionando al proseguir los estudios de la educación
para la comprensión internacional, y se le integran nuevos contenidos,
tales como la Educación para los Derechos Humanos y luego, la Educación
para el desarme como consecuencia de la Guerra Fría, que va a caracterizar
el período histórico luego del final de dicha conflagración
mundial.
A partir
de 1945, con la creación de la UNESCO, que plantea como su ulterior
finalidad el utilizar, proteger, aumentar y difundir la educación,
la cultura y la ciencia para contribuir significativamente a la paz y la seguridad,
estas concepciones de una cultura y una educación para la paz cobran
carácter fundacional y muchas personalidades van a asumir esta proyección
en su vida y su obra.
Al calor
de estas ideas van a surgir instituciones o reuniones internacionales que
se van a plantear como meta primaria la consecución de la paz, como
en 1951 el Instituto Internacional para el Mejoramiento de los manuales escolares,
que se inició con una proyección a la revisión de los
libros de textos escolares, y derivó hacia una importante labor en
la educación para la comprensión internacional; la Academia
internacional de la Paz en 1970 dirigida a adiestrar a las personas en las
vías y contenidos de la educación para la paz, y otras instituciones
y reuniones sobre los derechos humanos como la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre en 1948, y los convenios de Ginebra de 1949, ampliados
y completados con los protocolos I y II sobre Derecho Internacional humanitario,
van a estar estrechamente ligados a la educación para la paz.
Finalmente,
durante el transcurso de los años sesenta y setenta, se amplían
los contenidos de la educación para la paz, reformulándose su
concepto con la Educación para el Desarrollo, siendo principales exponentes
la figura de Paulo Freire.
Es a
partir de los años ochenta cuando se sistematizan de forma más
orgánica las ideas relacionadas con la educación de la paz en
sus versiones más recientes, si bien enfocada desde diversos ángulos
y posiciones en consonancia con las diversas corrientes que asume el pensamiento
social.
Con el
nuevo milenio que se caracteriza por una extraordinaria ola de violencia,
la misma ya no solo se concreta al plano internacional y las relaciones entre
los Estados, sino que se observa su extensión a diversos componentes
de la vida social: la familia, la escuela, las ciudades, y su comercialización
en libros, juegos, vídeos, que ponen de manifiesto de manera explícita
o implícita la vinculación de esta violencia como expresión
de la vida cotidiana, con la violencia como recurso de los Estados para solucionar
sus conflictos. Ello determina que se extiendan los componentes de la educación
para la paz como objeto de estudio de las ciencias sociales, principalmente
la Psicología y la Pedagogía, y concatena su contenido a la
formación del individuo, y a la educación de las nuevas generaciones.
Resumiendo,
la evolución del contenido de la educación y la cultura para
la paz dejan de ser materia exclusiva para la regularización de las
relaciones entre los Estados y la solución de los problemas jurídicos
derivados de dichas relaciones, sino que se convierten en fundamentos de la
formación de la propia personalidad, y obviamente, de la formación
y educación del niño, el cual desde etapas muy tempranas ha
de aprender a convivir en paz con sus iguales, y desarrollar habilidades que
le permitan resolver de forma pacífica sus conflictos, lo cual ha de
evolucionar para que en la etapa adulta posea los mecanismos internos que
le proyecten a un comportamiento no hostil, de solidaridad y relación
social adecuada, y de enfrentamiento pacífico a las adversidades que
surjan en su vida como ser humano y como ciudadano.
1.4
Educación para la Paz y Cultura de la Paz
Los términos
de educación y cultura para la paz o de la paz aparecen asociados con
relativa frecuencia en la bibliografía, y cabría preguntarse
si significan lo mismo, si son excluyentes, o por el contrario, tan estrechamente
interrelacionados que no es posible hablar de uno sin mencionar al otro.
La educación,
al igual que ha sucedido con la cultura, ha estado impregnada históricamente
de la intención de alcanzar la paz entre los seres humanos. A partir
de principios establecidos por la UNESCO desde su fundación, la interrelación
cultura-educación ha tenido la intención de servir a la paz
a través de la educación, destacando el hecho de concebir la
cultura como un objetivo de la educación en la promoción de
la paz como valor humano.
Esta concepción
de Cultura de la Paz ha estado presente en dichos principios fundacionales
de la UNESCO, y ha sido desarrollada por muchas instituciones y personalidades
durante muchos años.
En este
sentido, y en su enfoque más general, no se trata de acrecentar o difundir
el conocimiento de la paz por el conocimiento en sí mismo (lo que lo
remitiría a la enseñanza de los principios, bases, etc. sobre
la paz), sino la formación en los individuos de particularidades de
la personalidad que fueran proclives a una conducta apropiada respecto a la
paz (lo que la identificaría con la educación), y que a su vez
estuviera impresa en el comportamiento social y la superestructura de la sociedad
(lo que implicaría una cultura). De esta manera, enseñanza,
educación y cultura de la paz marchan al unísono, pero no son
identificables o reducibles uno a otro.
Así,
un enfoque actual de la Cultura de la Paz presupone una forma de convivencia
socio-cultural que se caracterice por la vigencia de los derechos humanos,
el desarrollo sustentable, la justicia, el respeto a las diferencias y a la
diversidad cultural, la democracia, el enfoque ecológico, la superación
de los males sociales (pobreza, analfabetismo, hambre, enfermedad, etc.) y
la solidaridad de las relaciones humanas, que vinculen de manera estrecha
los componentes locales, nacionales y universales.
En este
sentido la cultura de la paz no proclama la homogeneización social,
ni la absoluta erradicación de diferencias y conflictos, sino difundir
y expandir una cultura de las diferencias, de la tolerancia, de la negociación,
de la concertación, del diálogo, conciencia de esto que encuentra
su mejor cauce a través de un proceso educativo desde las edades más
tempranas.
Así,
la Cultura de la Paz se crea a través de la educación y la ciencia,
sobre la base de la solidaridad humana.
La Educación
para la Paz se concibe como un proceso social que prepara al individuo para
la vida en el momento histórico que le ha tocado vivir, en armonía
consigo mismo y los demás, que le permite contribuir en la práctica
social a construir la paz, y puede entenderse en sentido general como un proceso
interactivo, reflexivo y crítico, que a través de su participación
social interioriza un conjunto de valores humanos en búsqueda de una
justicia social, en la cual la igualdad de posibilidades en lo económico,
lo social y lo cultural es el punto de partida para la libertad social, individual
y política, dentro de un contexto social históricamente condicionado,
y que se expresa en la cultura de dicha sociedad. Desde este punto de vista,
educación y cultura de la paz constituyen una unidad dialéctica.
Es decir,
la educación constituye la vía más apropiada para construir
una cultura de la paz, pero a su vez, las normas, valores y comportamientos
que esta propugna han de significar los objetivos, propósitos y contenidos
de dicha educación.
De esta
manera si la cultura de la paz significa que el conjunto de valores, actitudes,
tradiciones, comportamientos y estilos de vida son el nódulo central
para alcanzar una paz generalizada, la educación es el proceso que
puede conducir y coadyuvar a su consecución, y orientarla por vías
adecuadas para su desarrollo. Es así como Educación para la
Paz y Cultura de Paz mantienen una interrelación permanente, en la
que la primera señala, orienta, determina objetivos y proyectos educativos,
y la segunda es la que posibilita la formación de modelos y significados
culturales nuevos, y constituye el agente más importante para el cambio
cultural y el progreso social. La educación como tal posibilita entonces
el desarrollo integral del individuo y su concientización de las problemáticas
sociales, y la búsqueda de las soluciones a dichos problemas,
La Cultura
de Paz no es un concepto abstracto, sino que es consecuencia de una actividad
histórica en favor de la paz en diferentes contextos sociales, en este
proceso la educación ocupa el papel más importante papel, puesto
que debido a su relación con la Cultura de paz favorece su desarrollo.
Es mediante la educación que la sociedad alcanza su mayor desarrollo
humano, superando prejuicios y estereotipos que segregan y separan a unos
seres humanos de otros, se establecen relaciones basadas en la cooperación
y la participación, se asume y comprende la diversidad cultural, y
se desarrollan las habilidades y capacidades necesarias para la comunicación
grupal, el fomento del respeto de los derechos humanos, y se enseñan
y aprenden las estrategias para resolver los conflictos de manera pacífica.
La propia
definición de la Cultura de Paz establece el modo y los niveles de
análisis de las relaciones entre la educación y la cultura,
y que incluye la dimensión cultural de un modelo de desarrollo que
debe ser compatible tanto con el derecho humano a la paz como el derecho a
un desarrollo humano general. Esta relación señala no sólo
las finalidades de la educación sino las metas de la sociedad, que
se expresa entre otras vías mediante la cultura.
La educación,
por lo tanto, ha de preparar al individuo para su desenvolvimiento social,
hacerle apto para realizar su papel de ciudadano y desarrollarle como ser
humano, lo que implica que en la actualidad la misma no puede solamente quedar
circunscrita al ámbito del sistema educativo, ya que los objetivos
de la educación y el proceso educativo que requieren la sociedad y
la propia cultura de la paz son tan complejos que ninguna institución
escolar podría ser suficiente para realizar por sí sola esta
tarea. La solución implica involucrar a todos sus componentes e instituciones
en este proceso: medios de comunicación y difusión masivos,
administraciones públicas, asociaciones sindicales, colectivos ciudadanos,
organizaciones no-gubernamentales, entre otras.
En decir,
el establecimiento de una Cultura de paz como objetivo priorizado de la educación
no es labor exclusiva del sistema educativo en cuestión, sino que,
sino que esta labor corresponde al conjunto de la sociedad, por lo que una
vez más se destaca la unidad indisoluble entre cultura y educación
para la paz.
Fomentar
los valores, normas y los comportamientos en que se basa la Cultura de paz
es una finalidad educativa que supone un proceso de enseñanza y aprendizaje
capaz de crear ciudadanos aptos para afrontar las situaciones difíciles
e inciertas en el plano individual y social, y donde la autonomía y
la responsabilidad personal juegan un rol principal.
La Cultura
de la paz se centra en particular en los procesos y métodos para solucionar
dichos problemas, y supone generar estructuras y mecanismos que posibiliten
al individuo el poder llevarlo a cabo. Su generalización persigue la
erradicación de la violencia estructural y de la violencia directa,
mediante el uso de procedimientos no violentos en la resolución de
los conflictos y mediante la asunción de acciones preventivas.
La construcción
de una cultura de la paz es un proceso lento que supone un cambio de mentalidad
individual, grupal y social, en el cual la educación tiene el papel
principal por su incidencia en la formación de la personalidad de las
nuevas generaciones en la construcción de los valores de los futuros
ciudadanos, lo que ha de permitir consecuentemente una evolución del
pensamiento social, en la medida en que dichos valores promuevan una cultura
de paz. Este cambio, aunque lento, ha de promover la construcción de
nuevas formas de pensar, y la consecución de los objetivos de la paz.
Obviamente
esto requiere de una acción multilateral, y como ya se expresó,
la escuela por sí misma, no puede alcanzar ese cambio sin el apoyo
de los más diversos agentes educativos y sociales.
1.5
Educación para la Paz y Derechos Humanos
Una de
las muchas definiciones de los derechos humanos los establece como exigencias
elementales que puede plantear cualquier ser humano por el hecho de serlo,
y que tienen que ser satisfechas porque se refieren a unas necesidades básicas,
cuya satisfacción es indispensable para que puedan desarrollarse como
individuos aptos y capaces. Son unos derechos tan básicos y primarios
que sin ellos resulta difícil llevar una vida digna. Son universales,
prioritarios e innegociables.
Los derechos
humanos son universales porque corresponden a todos los seres humanos, sin
exclusión de ninguno, ni diferencian tampoco por razones sociales,
étnicas, culturales, religiosas, o cualesquiera otras condiciones.
Son prioritarios
en el sentido de que si entran en conflicto o contradicción con otros
derechos, tienen que ser protegidos de una manera prioritaria.
Finalmente
son innegociables porque ninguna sociedad puede negar la protección
de esos derechos a sus miembros, y procurar satisfacerlos cuando por algún
motivo sean lesionados o disminuidos.
Los términos
de Educación para la Paz y Educación de los Derechos Humanos
son frecuentemente utilizados como conceptos sinónimos. Así
se observa que algunos autores en textos referidos a estos contenidos, unas
veces inician sus trabajos con una de las dos denominaciones, y otros, con
la otra. En algunas ocasiones la Educación para la Paz se presenta
como una parte de la Educación en Derechos Humanos, como puede ser
el derecho a vivir en un mundo libre de agresiones y violencia, a que los
problemas se resuelvan de forma pacífica, a la aceptación de
la diversidad étnica y cultural, etc.), y en otras a la inversa, la
Educación en Derechos Humanos como una parte integral de la Educación
para la Paz, como cuando se establece que la existencia de una cultura de
la paz es la condición imprescindible para que se desarrollen los derechos
humanos.
Incluso,
en alguna que otra ocasión se destaca “Educación para
la Paz y Educación en los Derechos Humanos”. Como si fueran dos
contenidos distintos, con muchas aristas de contacto, pero diferentes.
Existen
organizaciones, como Amnistía Internacional que asumen en sus manifiestos
el término de “educación en derechos humanos”, mientras
que otras se centran en la de la paz.
Esto
quizás tenga que ver más con el tratamiento de los contenidos
que se pretendan abarcar, si más generales y atribuibles a cualquiera
de las dos, como puede ser el de la aceptación de la multiculturalidad
o de acciones de paz para evitar los conflictos étnicos o culturales,
o más específicos, como pueden ser el análisis de los
derechos civiles y políticos, o el enfoque transversal curricular de
la paz, que de elementos teóricos diferentes. En todo caso, a veces
impresiona más como una cuestión de forma que de esencia.
Lo que
algunos llaman como Cultura de los Derechos Humanos surge en la palestra social
luego de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre en diciembre de 1948, si bien la interrelación
Paz-Derechos Humanos se había previamente identificado como una constante
en el quehacer político y pensamiento social en América Latina.
Esta
Educación de los Derechos Humanos han sido definida por la Oficina
del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos como “el
conjunto de actividades de capacitación, difusión e información,
orientado a crear una cultura universal en la esfera de los derechos humanos,
actividades que se realizan trasmitiendo conocimientos y moldeando actitudes…”
Esta
Educación de los Derechos Humanos tiene muchas vías de expresión,
y en algunos sistemas educativos ocupa un espacio significativo, ubicándose
como un contenido dirigido a la solución de los problemas derivados
de la diversidad y el tratamiento de las diferencias, y también como
mediación y solución de conflictos en el plano interpersonal
e internacional, para crear una mentalidad dirigida contra el abuso del poder,
de dondequiera que este proceda.
Ello
hace que se dé frecuentemente un vínculo muy estrecho entre
la educación para la paz y la de los derechos humanos, si bien no exenta
de polémicas en torno a si deben o no una o la otra, o ambas, formar
parte del currículo formal, o si se concretan solamente a la paz interna
o deben incluir de igual manera la paz externa, entre otras diatribas, todas
ellas matizadas por las diferentes definiciones que se puedan tener de la,
paz, la violencia y el conflicto.
A pesar
de esta diversidad conceptual, se identifican componentes comunes, como son
las bases teóricas, filosóficas y socio políticas, el
sistema de categorías, los contenidos y métodos, el, tratamiento
en los distintos niveles de enseñanza y contextos sociales, los problemas
comunes que afectan tanto a la paz como a los derechos humanos, como pueden
ser la desigualdad económica y social, la discriminación `étnica
u cultural, la pobreza y la marginalidad, entre otros.
En líneas
generales se puede afirmar que constituyen un gran campo que contiene muchos
aspectos diferentes, pero interrelacionados, al cual es posible acceder a
través de una u otra, y así, la gran mayoría de los autores,
independientemente del campo inicialmente seleccionado, se mueven en una y
la otra sin mucha preocupación semántica o conceptual.
Ello
ha hecho que muchas cátedras de la UNESCO existentes en los diversos
países asuman el nombre de “sobre la paz y los derechos humanos”,
que integran en una sola cátedra ambas denominaciones.
Al respecto
tanto el concepto de paz positiva como el de desarrollo humano llevan implícita
la idea de los derechos humanos, y éstos el de democracia. De tal forma
que no puede haber paz sin desarrollo y justicia social, sin democracia y
sin el cumplimiento de todos y cada uno de los derechos humanos.
Los derechos
humanos tienen tres características fundamentales que los definen:
la dignidad, su universalidad e indivisibilidad, y el ser un proceso construido
históricamente
La dignidad
se refiere al hecho de que cualquier formulación jurídica o
política, es una condición moral inherente a todo ser humano
sin ningún tipo de distinción, sean éstas por razones
económicas, físicas, culturales, raciales, sexuales, etc.
La universalidad
e indivisibilidad de los derechos humanos plantea que todos los derechos deben
ser desarrollados y protegidos, por lo que no puede haber derechos civiles
y políticos si los derechos económicos, sociales y culturales
no existen, y a la inversa, en una unidad indivisible y diversa.
Estas
características se han ido formando no de la noche a la mañana
sino en un proceso condicionado históricamente, por lo que no constituyen
un hecho social aislado, aleatorio o reciente.
Derechos
humanos y Democracia son expresiones de un mismo universo conceptual y valorativo,
de tal forma que no puede haber democracia sin derechos humanos y viceversa.
La educación
y los derechos humanos están estrechamente relacionados con los procesos
de formación de la cultura, y las nuevas perspectivas de la educación
requieren no solo la preparación del niño en los saberes que
el desarrollo técnico-económico le exige sino, también,
la formación en los valores que la democracia requiere.
Todos
los Estados tienen que contribuir en el contexto mundial para lograr que se
respeten los derechos de todas las personas, sea cual fuera la sociedad concreta
a la que pertenezcan.
En resumen,
los derechos humanos son unos conceptos morales de justicia social que deben
ser satisfechos, porque sin ellos no se puede construir una sociedad justa
ni un mundo en paz y en armonía.
Estos
derechos humanos son inherentes a las personas por su naturaleza humana, indispensables
para el disfrute de una vida digna; lo cual supone respetar a todos los individuos
y garantizarles educación, salud, trabajo, justicia, seguridad, libertad,
con un respaldo jurídico que sirva de apoyo para la protección
y defensa de esos derechos y para castigar las violaciones de los mismos.
En tanto satisfacen necesidades materiales y espirituales de los seres humanos,
son susceptibles de ser interiorizados por ellos y convertidos en motivos
que orienten su actividad en las diversas esferas de la vida, en lo personal
y en lo social.
Los derechos
humanos son expresión de valores humanos, y no se circunscriben a la
moral individual, sino igualmente a la social. Los educadores tienen entonces
la función de influir en la formación de las nuevas generaciones,
para garantizar la satisfacción de las más elementales necesidades
de las personas, entre las cuales por su importancia descuella la paz. La
educación es un elemento clave en este proceso, pues es a través
de la misma que se hace posible la formación integral de individuos
capaces de asimilar los contenidos esenciales de la educación para
la paz y la de los propios derechos humanos.
Esta educación
de los derechos humanos debe considerar la diversidad humana, y tomar en cuenta
el contexto social y la complejidad de los regímenes socio –
políticos que coexisten en la actualidad y de las sociedades en las
cuales se entremezclan culturas, etnias, tradiciones, religiones. Ello también
implica las diferencias entre los individuos, las cuales son reflejo de las
significaciones sociales que los rodean, pero con significados personales,
vinculando así ambos elementos: sociedades y seres humanos, y donde
la garantía de la paz pasa por el respeto a los derechos humanos.
1.6
Educación para la Paz y formación ciudadana
No es
posible concebir el concepto de Educación para la Paz sin considerar
a los individuos que han de ponerla en práctica, a los ciudadanos que
componen la sociedad en cuestión. Y ello implica la formación
de estos ciudadanos para un comportamiento ajustado a los objetivos, propósitos
y proyecciones de la misma. Por eso se habla de una formación ciudadana
como uno de los elementos indispensables para una cultura de la paz y un respeto
y defensa de los derechos humanos.
Pero la
formación ciudadana es algo más que preparar al ser humano para
respetar y desarrollar una conducta pacífica, sino que implica formarlo
para que viva de manera tal que disminuya la posibilidad de surgimiento de
las crisis sociales, y de saber como afrontarlas caso de que se presenten.
Esta formación tiene un carácter preventivo, y promueve valores
que permiten la interrelación adecuada entre los intereses personales
y los de los demás.
De esta
manera la formación de valores tales como la solidaridad, la cooperación
y la ayuda mutua, el colectivismo, la igualdad, la convivencia social, la
honestidad, entre otros, ha de ser consustancial en la formación de
los ciudadanos de cualquier sociedad. De esta manera la formación ciudadana
es un proceso integrado en la formación de una educación y una
cultura para la paz.
Así,
en la sociedad actual, la educación ha de contribuir a formar personas
que puedan convivir en un clima de respeto, tolerancia, participación
y libertad, y que creen una concepción de la realidad en la que el
conocimiento esté integrado a la valoración ética y moral.
Muchos
documentos y declaraciones internacionales plantean que corresponde a la educación,
a la escuela, el promover la ciudadanía activa y de la cohesión
social, mediante la enseñanza de los valores cívicos, que constituyen
el núcleo central de la formación ciudadana.
La vida
en el grupo social demanda acciones y conductas concretas que exigen a los
individuos la consideración de los otros, el derecho de todos a ser
tenidos en cuenta y la necesidad de cumplir determinadas reglas de convivencia.
Los niños y los jóvenes han de aprender que el hecho de pertenecer
a una sociedad democrática es formar parte de una colectividad con
valores y normas que expresan el consenso, la racionalidad, la libertad, el
respeto a los demás y la solidaridad que constituyen los cimientos
de la misma. Cuando esto se consigue de manera plena decididamente conduce
a la paz ciudadana.
En la
sociedad actual la educación en valores debe referirse necesariamente
a aquellos que capacitan para el desarrollo de la ciudadanía. La formación
de actitudes y comportamientos de respeto, tolerancia, solidaridad, participación
o libertad, debe figurar entre los objetivos y las tareas del sistema educativo.
Es por
ello que garantizar el derecho a una educación de calidad para todos,
es un objetivo social primario, si se desea desarrollar una formación
ciudadana acorde con las necesidades y problemáticas del mundo actual
y futuro. De no hacerse así se incumple un rasgo fundamental, el de
la igualdad, inscrito en la propia noción de ciudadanía. La
educación ha de promover la enseñanza y la reflexión
necesarias para que puedan convertirse en personas libres y honestas, y en
ciudadanos activos, y favorecer la adquisición de hábitos de
convivencia y de respeto mutuo, y desarrollar actitudes solidarias.
La formación
ciudadana comienza desde la más temprana edad y coloca los cimientos
para que los menores aprendan que son miembros de grupos en los que deben
mostrar respeto, amor, orden, cuidado hacia las demás personas y también
a los objetos.
Para
lograr los propósitos de la formación ciudadana, es necesario
considerar los aspectos de vivir en sociedad, la convivencia, la participación
y las estrategias educativas. La tolerancia, la cooperación, la reciprocidad,
la consideración, la responsabilidad y el aprecio a la diversidad,
son elementos indispensables para vivir en armonía, logrando objetivos
individuales y comunes.
La escuela
infantil constituye un espacio donde se ha de favorecer que los niños
aprendan a resolver conflictos de manera pacífica, y tener la posibilidad
de reconocer, valorar y respetar distintas formas de pensar, sentir y actuar.
Asimismo desarrollarán actitudes de ayuda y cooperación tomando
en cuenta las diferencias individuales y colectivas.
Educar
para la vida en sociedad a través de la formación ciudadana
en las primeras edades es brindar a los niños experiencias significativas
que favorezcan el desarrollo de actitudes en bien de sí mismos y de
los demás.
Todo lo
anterior determina que en la formación de una cultura de la paz y como
parte integral de la educación para la paz, esté presente de
manera significativa todo aquello que implique una formación ciudadana,
puesto que de nada vale que se eduque un niño para no ser agresivo
y para convivir en paz con los demás, sino se le enseñan y forman
los valores, normas, actitudes y comportamientos para una apropiada convivencia
social, en la que ser un buen ciudadano es condición básica
para posibilitar dicha convivencia.
De igual
manera la formación ciudadana se vincula con los derechos humanos,
pues no puede haber un ciudadano justo y cabal, si no se respetan y hacen
cumplir los derechos de los demás, y no solo los propios.
1.7
Principios, objetivos, niveles y estrategias de la Educación para la
paz
Lo visto
anteriormente nos lleva a la conclusión de que la Educación
para la paz no se concreta solamente a una formación de valores, como
a veces estrechamente se considera, sino que implica un espectro más
grande que incluye la cultura de la paz, los derechos humanos, la formación
ciudadana, incluso aspectos no valorados anteriormente como es la proyección
ecológica, pues la depredación y sobreexplotación de
los recursos naturales ha sido muchas veces fuente de conflictos entre localidades,
regiones, e inclusive países. No es posible dañar el medio ambiente
sin dañar a las personas que en él conviven, y ya eso es una
vulneración de sus derechos humanos, una muestra de una deficiente
formación ciudadana, y una falta de cultura y educación de la
paz.
La literatura
especializada generalmente aborda precisiones teóricas acerca del vínculo
entre los conceptos de paz, derechos y valores humanos, aún cuando
los criterios difieran. Esta trilogía se enfoca, por supuesto, según
la concepción que se sostenga sobre los valores, si estos se ven restringidos
a una ética estrictamente individual, no se verán reflejados
en los derechos humanos, dado el carácter socio-político de
estos últimos.
Los derechos
humanos son inherentes a las personas por su naturaleza humana, indispensables
para el disfrute de una vida digna; lo cual supone respetar a todos, garantizar
su educación, salud, trabajo, justicia, seguridad, libertad, tal como
reza en los documentos y declaraciones de las Naciones Unidas. Implican de
igual manera un respaldo jurídico que sirva de apoyo para la protección
y defensa de esos derechos y para castigar las violaciones de los mismos.
En tanto que estos derechos satisfacen necesidades materiales y espirituales
de los seres humanos, son susceptibles de ser interiorizados por ellos y convertidos
en motivos que orienten su actividad en las diversas esferas de la vida, en
lo personal y en lo social.
Así,
los derechos humanos son expresión de los valores humanos, los cuales
no se circunscriben tan solo a la moral individual, sino que expresan la interpretación
y acciones de muchos individuos en el mundo que les ha tocado vivir. Expresan
valores comprometidos con la vida social, y las necesidades en un determinado
contexto histórico y se desarrollan en el marco del proceso de socialización.
Es este un proceso de asimilación de valores en el cual la conciencia
del derecho se clarifica a partir de influencias histórico-culturales,
contextuales, relacionadas con el medio social, sobre la base de la experiencia
vital de los individuos, de su propia práctica y en medio de diversas
contradicciones
Es por
ello que a la hora de considerar como proporcionar una Educación para
la paz que englobe todos estos componentes y planteamientos teóricos,
se considere que la misma implica cuatro niveles fundamentales:
Un
nivel individual, que supone interiorizar en el individuo una ética
personal basada en la autoestima, que significa que cada ser humano se ocupe
del cuidado de su vida y su salud, del desarrollo de sus potencialidades intelectuales
y de su riqueza espiritual; de la protección a la naturaleza; así
como de potenciar sus habilidades para el trabajo como actividad vital; todo
lo cual le permitiría trazarse proyectos de vida de acuerdo con sus
posibilidades personales y con el contexto social en el cual se desenvuelve,
y alcanzar el éxito en ese empeño, como condición para
vivir en armonía consigo mismo. Se trata, como se ha dicho en el informe
Delors, aprender a ser, a conocer, y a hacer.
Un
nivel social, que pretende formar una ética en las relaciones
interpersonales en la familia, en la escuela, en los centros de trabajo, en
la comunidad, en los lugares públicos, sobre la base de la solidaridad
humana, el respeto a las diferencias, la tolerancia, la defensa de las opiniones
propias y de todos los derechos humanos. Es decir, aprender a vivir con los
demás, a vivir juntos como reza el mismo informe Delors.
Un
nivel nacional, que implica asimilar una comprensión reflexiva
y crítica de la situación social de su país, su historia,
sus luchas actuales, sus logros y dificultades, de manera que se pueda mantener
una actitud de verdadera participación social, de reconocimiento a
la identidad cultural y de preservación de la unidad y la soberanía
nacionales, sobre la base del desarrollo humano, que supone justicia social
y oportunidades para todos, lo que implica aprender a construir la paz en
la nación.
Un
nivel internacional, que posibilita comprender, de modo reflexivo
y crítico los problemas del mundo contemporáneo, y de cómo
se inserta y relaciona el propio país dentro de ese contexto global,
como elemento para la lucha por un mundo mejor, a través de acciones
concretas que demuestren la vocación internacionalista, como aporte
a una paz que garantice el desarrollo humano en el planeta, y promueva la
comprensión en el mundo, lo que implica aprender a contribuir a la
paz en el mundo.
En síntesis,
un sistema de Educación para la Paz comprende al sujeto como persona,
a los que le rodean, a su país, y a la humanidad en su totalidad. Es
por eso que uno de los derechos "más humanos" es el derecho
a la educación, pues la misma es la que posibilita que todas las personas
asuman su identidad, potencien su autoestima, se tracen proyectos de vida
que puedan ser alcanzados con éxito e interioricen valores que orienten
su actividad en la práctica social hacia las más altas metas
éticas, en lo individual y en lo social. La no garantía del
derecho a la educación limita lo humano de cada persona, lo lacera
como ser social.
En la
actualidad, y en concordancia con la propia transformación del concepto
de lo que es la paz, la tendencia más general ya no es la de oposición
a la guerra, sino uno más amplio, el de la oposición a la violencia,
de la cual la guerra es una de sus manifestaciones más críticas.
En este
sentido algunos autores como J. Galtung proponen que cuando no se satisfacen
las necesidades humanas básicas se pueden presentar cuatro tipos de
violencia, a saber:
1. La
violencia "clásica" o directa, que va desde la agresión,
el homicidio, hasta la guerra,
2. La
pobreza y las privaciones en el campo de las necesidades materiales,3. La
represión y privación de los derechos humanos,
4. La
alienación y la negación de las necesidades superiores del hombre.
Otros
autores no hablan de la violencia, e introducen la categoría del “conflicto”.
Estos
autores señalan que el conflicto suele tener como concepto de paz,
una interpretación negativa dominante, como algo no deseable, patológico
o aberrante, como una disfunción o patología y, en consecuencia,
como una situación que es necesario corregir y sobre todo evitar. Agregan
que la mayoría de la gente, y particularmente los diferentes sectores
de la comunidad educativa, tiene una visión negativa del conflicto,
asociándolo en ocasiones a la violencia, y confundiendo determinadas
respuestas a un conflicto con su propia naturaleza.
En este
sentido señalan que es necesario diferenciar entre agresión
o cualquier comportamiento violento, como respuesta negativa a un conflicto,
y el propio conflicto, confundiendo violencia con conflicto. Y si bien la
violencia puede ser uno de los medios para resolver el conflicto, no es la
única vía: La violencia es un medio, mientras que el conflicto
es un estado de hecho.
Consecuentemente,
estos autores asumen al conflicto como un proceso natural y consustancial
a la vida que, enfocado positivamente, puede ser un factor de desarrollo personal,
social y educativo. Así, por conflicto entienden un proceso de incompatibilidad
entre personas, grupos o estructuras sociales, mediante el cual se afirman
o perciben (diferencia entre conflicto real y falso conflicto) intereses,
valores y/o aspiraciones contrarias.
El conflicto
se manifiesta incluso en el plano escolar, estando presente en los centros
educativos, como en toda organización, apareciendo de forma crónica
y que abordado desde presupuestos democráticos y no violentos, constituye
una variable fundamental y estrategia preferente para facilitar el desarrollo
organizativo autónomo y democrático de los centros escolares.
Por ese motivo, la postura a adoptar ante un conflicto no es ignorarlo u ocultarlo,
sino afrontarlo de forma positiva y no violenta.
El concepto
de paz negativa ha conducido a confundir el conflicto con la violencia. Esta
confusión en la actualidad permanece en la opinión popular y
se mantiene en el propio uso de la lengua, así el Diccionario de la
Lengua española define al término paz como "situación
y relación mutua de los que no están en guerra" o "sosiego
y buena correspondencia de unos con otros, en contraposición a disensiones,
riñas y pleitos", mientras que en una de sus acepciones define
al conflicto como "lo más recio de un combate", lo que consideran
que por mucho tiempo influyó en que los investigadores de la paz se
dedicaran al estudio de la guerra y de los conflictos bélicos.
En el
criterio de estos autores la paz es una forma de interpretar las relaciones
sociales y una forma de resolver los conflictos que la misma diversidad que
se presenta en la sociedad hace inevitables. Por conflicto entienden no sólo
al conflicto bélico sino igualmente a la contraposición de intereses
entre personas o grupos o las diferentes formas de entender el mundo.
Entienden
el conflicto como un hecho natural de las relaciones sociales, lo que implica
que su solución no puede ser mediante la violencia, y en la sociedad
los mecanismos para resolver los conflictos radican en las capacidades de
la inteligencia humana: la comunicación., el diálogo y la cooperación.
Estas capacidades consideradas las básicas de una cultura de la paz,
deberían ser aplicadas en todos los ámbitos y escalas de la
sociedad: en la familia, en la empresa, en la política y también
a nivel local y a nivel internacional.
Es decir,
el conflicto suele considerarse negativo porque se percibe a través
de las consecuencias destructivas que tiene la forma habitual de resolverlos.
Pero el conflicto no es igual a violencia, es algo habitual en las relaciones
entre grupos sociales e interpersonales. Es la interacción de personas
con objetivos incompatibles. La violencia supone la ruptura, la negación
del conflicto, supone optar por resolverlo de forma destructiva.
Desde
este punto de vista la educación para la paz es un proceso contínuo
y permanente, fundado en el concepto de paz positiva y la perspectiva creadora
del conflicto, y que pretende desarrollar una cultura de la paz, ayudando
a las personas a posicionarse frente a la realidad compleja y conflictiva
y actuar en consecuencia.
Esta
perspectiva supera la tendencia que planteaba a la paz como la ausencia de
guerra, y la relaciona no sólo con el fin de las hostilidades bélicas,
sino con otros fenómenos estrechamente vinculados con la violencia:
la pobreza, las carencias democráticas, el pobre desarrollo de las
capacidades humanas, las desigualdades estructurales, el deterioro del medio
ambiente, las tensiones y los conflictos étnicos, el no respeto a los
derechos humanos, entre otros.
Para
este enfoque la educación para la paz persigue la reducción
de la violencia y busca conocer los mecanismos y dinámica de los conflictos
para encontrar vías de solución pacífica a los mismos,
a través del estudio de los cambios de comportamiento de las sociedades,
con métodos y estudios científicos que analicen situaciones
contrarias a la cultura de la paz, y aporten y orienten soluciones (investigación);
requiere la información y la formación de la ciudadanía
sobre las problemáticas mundiales para buscar y trabajar en la solución
creativa y positiva de las mismas (educación); y, exige la puesta en
práctica de medidas, recursos y esfuerzos humanos que construyan la
paz (acción).
Es decir,
se plantea que la Educación para la paz en la actualidad descansa en
dos conceptos básicos, que son el de la paz positiva y la perspectiva
creadora del conflicto, que es entendido como un proceso natural y consustancial
a la existencia humana, y a la agresividad como propia del comportamiento
humano, que no es negativa en sí misma sino positiva y necesaria como
fuerza que debe ser canalizada hacia actividades útiles.
Paulo
Freire destacado pedagogo brasileño fue un enfático defensor
de esta posición, planteaba que la lucha por la paz no negaba la existencia
de los conflictos, sino su confrontación crítica y la búsqueda
de sus soluciones correctas, y que la mejor manera de hablar a favor de la
paz era hacer justicia.
En definitiva
parece que es generalizado el criterio de que la paz absoluta es una entelequia,
y de que el mundo actual está preñado de conflictos. La diferencia
entre los enfoques parece estribar en que para algunos el conflicto es parte
del desarrollo y no puede pensarse en un mundo ausente del mismo, y para otros
es una expresión de la violencia con tintes siempre negativos. Cabría
entonces cuestionarse si el conflicto es una contradicción dialéctica,
un fenómeno normal y siempre presente del desarrollo.
La otra
diferencia radica, y es lo que va a determinar la necesidad de una Educación
para la paz, en que es posible que el conflicto pueda ser resuelto mediante
el diálogo, la confrontación pacífica, y la comunicación,
lo cual para algunos es una utopía inalcanzable en el mundo actual.
Derivada
de todas las cuestiones anteriores en la Educación para la paz se consideran
determinados principios que guían su quehacer social
y pedagógico. Entre ellos se encentran:
•
La educación para la paz supone enseñar y aprender a resolver
los conflictos. El conflicto, que ha estado omnipresente en el desarrollo
histórico de la sociedad como expresión de la diversidad de
intereses y cosmovisiones, pueden ser muy diversos: territoriales, culturales,
económicas, sociolaborales, étnicos, entre otros, y tradicionalmente
se han resuelto mediante el uso de la fuerza. La educación para la
paz se plantea hoy día formar los mecanismos sociales y humanos que
permitan resolver los conflictos dentro de una manera distinta y en una cultura
de la paz.
•
La Educación para la paz es una forma particular de la educación
de los valores. Ello parte del hecho de que al educar siempre se trasmite
de manera consciente o no una escala de valores. En el caso de la paz implica
construir de manera consciente valores como la justicia, la libertad, la cooperación,
el respeto, la solidaridad, la actitud crítica, el compromiso, la autonomía,
el dialogo, la participación, y se trata de evitar la formación
de otros como la discriminación, la intolerancia, la violencia, el
etnocentrismo, la indiferencia, el conformismo.
•
La Educación para la paz parte de la acción y se construye para
la acción. Ello implica activar y encauzar la iniciativa y el interés
en la actividad, de modo de crear modos de acción que se reviertan
en la actividad. Es un concepto que se construye, no un conocimiento dado.
•
La Educación para la paz es un proceso permanente. Es obvio de
que si se trata de formar actitudes y comportamientos, la misma no puede concebirse
como algo casual o aleatorio, sino como obligatorio. Desde este punto de vista
ha de constituir un contenido de los currículos educativos, tanto en
la vía institucional como la no formal, y la informal.
•
La educación para la paz se fundamenta en el concepto de paz positiva, lo que implica reconocer la existencia del conflicto y de afrontarlos
de manera no violenta.
•
La educación para la paz ha de constituir un eje transversal en el
currículo educativo, de modo tal que se relacione con todos los
contenidos, y con su organización y metodología.
•
La educación para la paz ha de tomar en su proyección todos
los agentes educativos y sociales (escuela, familia, comunidad, medios
masivos de comunicación, asociaciones y organizaciones, etc.)
Los
objetivos de la educación para la paz han ido siendo señalados
en esta unidad, pero de los mismos se pueden establecer conclusiones valorando
los diferentes aportes y autores, valorando que la misma es un proceso formativo
de la personalidad, para educar la concepción de que es posible vivir
en la no violencia, y que implica una ética personal y social fundamentada
en la convivencia en libertad, en la igualdad, y en la democracia.
•
Desarrollar una autoestima apropiada, que permita confiar en las capacidades
personales y en la realidad social que corresponda vivir, para superar las
propias limitaciones y dificultades, y que pueden contribuir a un desarrollo
positivo y optimista de la vida y el humanismo.
•
Desarrollar sentimientos positivos y la sensibilidad hacia los demás,
aprendiendo a aceptar las diferencias diversas de quienes nos rodean, y aceptar
que pueden no coincidir con los criterios propios.
•
Reconocer y afrontar las situaciones de conflicto de manera pacífica,
tomando decisiones negociadas para su solución de una manera, tolerante
y no violenta.
•
Aceptar la diversidad social y cultural con un espíritu abierto, respetuoso
y tolerante, reconociendo la riqueza de lo diverso como elemento positivo
del mundo que nos rodea.
•
Participar en diversas actividades de solidaridad con otros pueblos y culturas,
en un espíritu internacionalista que potencien relaciones de diálogo,
de ayuda, de armonía y de denuncia de situaciones injustas.
•
Conocer y respetar los derechos humanos, y mostrar una actitud crítica,
solidaria y comprometida frente a situaciones conocidas que atenten dichos
derechos.
•
Valorar la convivencia pacífica con los otros pueblos como un bien
común de la humanidad que favorece el progreso, el bienestar, el entendimiento
y la comprensión, rechazando el uso de la fuerza, la violencia o la
imposición, y asumir los mecanismos del diálogo, el acuerdo
y la negociación, en igualdad y libertad.
Estos
objetivos pueden ampliarse o reducirse, en la medida en que se considere enfocarlos
de manera más general o más específica, en definitiva,
la consideración de lo que constituye una educación y una cultura
para la paz es lo que debe estar en su esencia.
Múltiples
pueden ser las actividades que pueden llevarse a cabo para dar cumplimiento
a estos objetivos, que por supuesto han de ajustarse a los diferentes niveles
educativos y a las particularidades del desarrollo evolutivo de los alumnos.
Entre las mismas se pueden referir:
o Proporcionar
situaciones que favorezcan la autoestima como base importante de las relaciones
personales y sociales.
o Propiciar
situaciones que favorezcan la comunicación y convivencia con el interior
y el exterior de los contextos.
o Participar
en celebraciones y actos relacionados con la paz y la solidaridad.
o Realizar
intercambios en los que se fomenten la reflexión, el intercambio de
opiniones y la argumentación como defensa.
o Estimular
la comprensión de los puntos de vista de los compañeros mediante
diversas acciones que lo propicien.
o Fomentar
el trabajo en grupo y los proyectos colectivos.
o Utilizar
técnicas de reflexión y desarrollo moral: debates sobre experiencias,
clarificación de valores, discusión de dilemas, resolución
de conflictos, dramatizaciones, juegos de simulación, entre otros.
Es fácilmente
discernible que estas actividades que se proponen, entre otras muchas posibles
de hacer, se corresponden con los niveles primarios y medios, dado el hecho
de que esta unidad trata de los problemas y aspectos mas teóricos y
generales de la Educación para la Paz. Para las edades correspondientes
a la educación infantil en realidad no hay mucho establecido y poco
menos escrito, pero no obstante han de ser tratadas en las unidades posteriores.
Las
estrategias a utilizar en la Educación para la Paz pueden
ser muy diversas, y quizás la más importante sea plantear a
la misma como una educación que debe considerarse desde las más
tempranas edades, para formar desde los inicios de la vida aquellos valores,
normas y comportamientos que han de caracterizar una conducta de paz, y que
sean parte integral de la personalidad del individuo.
Ello
implica el incluir en los documentos oficiales y programas un conjunto de
actitudes positivas, conocimientos y comportamientos para una convivencia
pacífica y armoniosa, definiendo un conjunto de normas que resalten
el respeto y aprecio hacia uno mismo y los demás.
Si esto
es así, la propia formación de los educadores debe asumir los
contenidos de la Educación para la Paz, pues no se puede formar lo
que no se sabe, no se conoce, o no se posee. Pare ello es deseable concretar
en el perfil docente del personal una serie de rasgos distintivos que caractericen
los requisitos indispensables en un docente para considerarlo apto para esta
tarea, y donde se definan claramente elementos integrantes básicos,
tales como, entre otros, el de mantener actitudes pacíficas y la negación
de la violencia para la solución de los conflictos.
A su
vez la organización interna de los centros educativos debe permitir
la participación real de todos los miembros de la comunidad escolar,
abriendo suficientes cauces de colaboración, diálogo y negociación,
entre alumnos, padres, maestros, la administración y las organizaciones
sociales.
Una cuestión
importante es la revisión crítica de los programas y documentos
normativos, para sopesar en que medida sus contenidos están colaborando
a los objetivos de la educación para la paz, o por el contrario, ensalzan
aquellos valores que se pretenden erradicar. En suma, analizar el currículo
oculto de dichas normativas.
La utilización
de métodos y técnicas que permitan el debate abierto o coloquio
sobre los diferentes problemas que atañen a la educación para
la paz, es una estrategia valiosa. Ello es extensible a diversos procedimientos
metodológicos como el diagrama de áreas curriculares, la creación
de esquemas conceptuales, el funcionamiento de grupos operativos, por nombrar
algunos ejemplos.
De igual
manera la inclusión de talleres, intercambios grupales, con contenidos
de la educación para la paz, y en coordinación con diferentes
organizaciones e instituciones (Cruz Roja, ONG diversas, Amnistía Internacional,
etc.) constituyen una estrategia asequible al centro educativo.
1.8
Proyecciones de la Educación para la paz
Las proyecciones
más generales de la Educación para la Paz en el ámbito
educativo deben asumir acciones coordinadas e interdependientes en los siguientes
aspectos:
•
La Cultura de la Paz a través de la educación
•
El desarrollo económico y social sostenible
•
El respeto de todos los derechos humanos
•
La igualdad entre hombres y mujeres
•
El respeto a las diferencias y la no discriminación
•
La participación democrática
•
La comprensión, tolerancia y solidaridad
•
La comunicación participativa y libre circulación de información
y los conocimiento
•
La paz y la seguridad internacionales
En la
actualidad los cambios acelerados a los que vé sometida la sociedad
evidencian que el ejercicio ciudadano no remite sólo a disponer de
derechos políticos, civiles y sociales, sino también a participar
en las mismas condiciones que los demás en el intercambio comunicativo,
en el consumo cultural, en el manejo de la información, y en el acceso
a lose espacios públicos, entre otros aspectos.
Las proyecciones
de una Educación y una Cultura para la paz promueven la concepción
del centro docente como una comunidad de aprendizaje, en la que el centro
de su actividad respecto a estos contenidos pueda contribuir más eficazmente
en la construcción de esa cultura.
Si el
objetivo primario de la Educación para la paz consiste en formar ciudadanos
que promuevan alcanzar una sociedad pacífica, los centros educativos
deben tener como meta favorecer una organización cada vez más
participativa y democrática que por medio de la gestión no violenta
de las diferencias y de los conflictos, alcance sus objetivos a través
de la cooperación de todos sus miembros, puesto que comprender y resolver
los conflictos en los centros educativos es un rasgo esencial de su propia
organización democrática basada en el respeto mutuo, en la diversidad
y en el pluralismo.
Distintos
investigadores como Ehman, Lynch, Dimmock y Harber han concluído en
estudios recientes que los centros educativos más abiertos y democráticos
favorecen los niveles democráticos de la sociedad; los métodos
pedagógicos y cooperativos disminuyen los conflictos étnicos
y favorecen la comprensión entre las diferentes culturas; las prácticas
educativas democráticas responden mejor a las necesidades de aprendizaje
del alumnado; y los centros que favorecen las experiencias democráticas
en el aula y la escuela, las competencias, los valores y los comportamientos
democráticos contribuyen, mejor que otros centros, a la instauración
de una cultura de paz y de la no violencia. Es así que se hace imprescindible
proyectar al centro educativo de modelo centrado únicamente en la relación
tradicional entre profesorado y alumnado en el espacio cerrado de las organizaciones
escolares, a un modelo abierto a la comunidad. Pasar de los centros educativos
a las comunidades de aprendizaje.
Claro
está que la Educación y la Cultura de paz cuestionan la organización
escolar y el propio currículo, así como a la educación
y la sociedad, al promover la capacitación de actuar no sólo
en función de las condiciones sociales, económicas o políticas
del presente, sino en relación con la visión del futuro al que
aspiran. Este cuestionamiento obliga no sólo a rediseñar la
organización escolar para alcanzar mayores niveles de participación
democrática, sino que exige que estos mismos niveles estén presentes
en la sociedad.
Es sabido
que la escuela durante mucho tiempo se limitó casi exclusivamente a
transmitir los conocimientos científicos o técnicos que los
ciudadanos necesitan para desempeñar las funciones demandadas por la
sociedad, lo que supuso considerar que el saber académico correcto
tenía que proceder de dichos conocimientos científicos, organizados
a través de las diferentes materias o disciplinas. Pero en la actualidad,
los cambios que se están produciendo en el mundo de la ciencia, del
conocimiento y de la información han suprimido la existencia de verdades
absolutas, lo que impone la necesidad de un nuevo enfoque curricular en el
que la dimensión transversal constituya una condición básica
de los programas educativos, para evadir la enseñanza tradicional que
no prepara al alumnado para convertirse en ciudadanos de pleno derecho en
una sociedad democrática, al no permitirles el acceso de conocimientos
precisos sobre la problemática social del momento, desarrollar su propia
autonomía moral, construir su propio conocimiento y participar en la
solución de los graves problemas que afectan a la humanidad.
Por lo
tanto, las capacidades a formar ya no tienen que ver solamente con los conocimientos
que aportan las diversas materias curriculares o disciplinas, sino también
con cuestiones trascendentales en la época actual sobre las cuales
las sociedades reclaman una atención prioritaria. La educación
para la paz por consiguiente, debe posibilitar que los ciudadanos lleguen
a entender esos problemas cruciales, de los que se hace eco la comunidad internacional,
y a elaborar un juicio crítico respecto a ellos, para adoptar comportamientos
y actitudes basados en valores, racional y libremente asumidos.
1.9
Educación para la Paz en los diversos contextos sociales
Una última
cuestión conceptual respecto a la Educación para la Paz conduce
a una pregunta significativa: ¿Se enfoca la educación para la
paz de la misma manera en los diferentes contextos sociales? La respuesta
puede ser muy diversa, en la misma medida que lo son los diferentes contextos.
La educación
es el proceso de formación dirigida y sistemática del individuo,
en el que tiene lugar la apropiación de la experiencia social acumulada
por las generaciones anteriores, y que determina la formación de la
conciencia y el desarrollo de la personalidad. En este sentido la educación
es un producto social y una expresión del contexto en que se desenvuelve.
La educación
por lo tanto es un reflejo de la realidad social, y expresa los intereses
de la clase dominante en determinado contexto. Del punto de vista de que los
contextos pueden tener diferentes condiciones sociales y distintas relaciones
de clases, es probable que en cada contexto se den diferentes enfoques de
la educación para la paz.
Ante esta
disyuntiva y valorando que la respuesta puede ser afirmativa, a la Educación
para la Paz solo le queda apoyarse en los diferentes documentos internacionales
y declaraciones que por su propia esencia reflejan los intereses y las proyecciones
de la mayor parte de los seres humanos, esto permite relacionar principios,
objetivos y estrategias (que no es lo mismo que homogeneizarlos) de la Educación
para la paz procedentes de los diversos contextos, y darles un enfoque global
y holístico. De esta manera se satisfacen las proyecciones de la educación
para la paz, pues las necesidades básicas de todos los seres humanos
(educación, salud, cultura, seguridad, etc.) son las mismas en todos
los contextos sociales.
No obstante
la total identificación no es quizás lo mejor, y las diferencias
y la diversidad han de estar siempre presentes, pues las mismas enriquecen
el propio concepto de la educación para la paz. Unidad y diversidad
son las dos caras de una misma moneda, constituyen una realidad dialéctica,
unidad que no implica una identidad, o que una se desvanezca en la otra.
De esta
manera la Educación y la Cultura para la Paz tienen una significación
semejante en todos los contextos sociales, y aunque existan diferencias dadas
por la cultura propia, la tradición, las costumbres, el propio desarrollo
histórico las mismas no son antagónicas, y permiten el diálogo,
la conciliación y la comprensión, como vías de solución
de los posibles conflictos que puedan surgir, dentro de una proyección
pacifista de esas relaciones.
La diversidad
étnica, cultural, religiosa, económica, entre otras muchas,
enriquece la Educación para la Paz en lugar de constreñirla,
y la convierte en un instrumento del desarrollo humano en todos los confines,
en pro de una sociedad justa, pacífica y solidaria, lo cual constituye,
y ha constituido siempre, un sueño, que no quimera, de toda la humanidad.