Fermín es miedoso. Le tiene miedo a las tormentas porque son ruidosas.
Miedo a la oscuridad porque seguro que cuando está oscuro hay alguien que puede asustarnos.
Miedo a los perros, simplemente porque como tienen dientes pueden morder.
La gente que más lo conoce lo llama Fermínmiedo, como si fuera un nombre compuesto como lavarropas o secaplatos.
Los días de lluvia Fermínmiedo no quiere ir al colegio porque hay truenos ruidosos que lo pueden atrapar. Cuando se va a dormir no quiere apagar la luz de la habitación para que nadie lo sorprenda y lo asuste dormido. Y se pierde de ir a jugar a la casa Tomás para no cruzarse con el perro que lo mira con ganas de querer morderlo. |
Un día se levantó y el cielo estaba lleno de dibujos grises con relámpagos que aparecían y desaparecían como si estuvieran jugando a las escondidas. Aquello parecía tan divertido que Fermínmiedo decidió colgar sus miedos por un ratito en el placard y salir a investigar cómo sería jugar en un día tan distinto.
A la noche, mientras su mamá lo despedía dándole un abrazo apretado, Fermínmiedo miraba la lámpara de su habitación pensando que esta vez la apagaría para saber cómo sería dormirse con la habitación toda oscura.
Al día siguiente le pidió a su hermano mayor que le ayudara a ponerse los botines de fútbol y partió rumbo a la casa de Tomás sabiendo que se cruzaría con su perro al que le tenía muchos miedos juntos pero el que nunca le había hecho nada más que moverle la cola y pensó que tal vez en él podía encontrar un nuevo amigo.
Esa tarde la casa de Fermínmiedo estaba vestida de fiesta y de la puerta colgaba un cartel que decía “Feliz cumpleaños”. Fermín cumplía cinco, tantos como todos los dedos de un pie. Después de abrir los regalos, fue hasta su habitación con sus amigos y les mostró una caja gigante. La abrió y les dijo que allí había guardado todos sus miedos porque ya no le pertenecían y que si alguno quería llevarse uno, él se los daba, porque con ellos había vivido aventuras que valía la pena conocer.
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