Majo era una niña de 4 años, ya asistía a la escuela. Su abuelo Carlos le había contado que por las noches, allá en dónde terminaba el río, un grupo de diminutas hadas se reunía a cantar, a bailar y a contar historias maravillosas. Majo pensaba en todo momento en poder, algún día, ver a esas hadas y ser invitada a bailar con ellas.
Una noche calurosa la ventana del cuarto de Majo se quedó abierta así que ella decidió salir a caminar por el bosque esperando hacer realidad lo que más deseaba.
Caminó por un rato y se encontró con un hermoso árbol. Ese árbol tenía un tronco muy grande, tan grande que hasta Majo podía caber dentro de él. Se metió ahí creyendo que alguna hadita estaría también. Buscó y buscó hasta que sintió que el árbol se movía demasiado. |
-¿Pero qué haces niña? Preguntó el árbol. –Busco a una hada. Contestó Majo con una hermosa sonrisa. El gran árbol le explicó que ahí no encontraría a las hadas y que sería mejor que siguiera buscando en alguna otra parte del bosque. La hermosa niña se despidió y continuó su camino.
Poco tiempo después, Majo se encontró con una pastura muy alta, muy verde, muy fresca. Comenzó a abrir aquellos pedazos de pasto poco a poco hasta llegar a la tierra. Los pastos se rieron mucho, esa niña les hacía cosquillas.
-¿Pero qué haces niña? Le preguntaron los pastos. –Busco a una hada. Contestó Majo y sus ojos brillaban como dos estrellas. Los grandes pastos le explicaron que ahí no encontraría a las hadas y que sería mejor que siguiera buscando en otra parte del bosque. La hermosa niña se despidió y continuó su camino.
Así buscó Majo por mucho tiempo más. Buscó entre las flores, dentro de los nidos de los grandes pájaros azules, debajo de las rocas en dónde vivían los grillos, dentro de la cueva de los osos grises. Todos ellos le explicaron que ahí no encontraría a las hadas y que sería mejor que siguiera buscando en otra parte del bosque.
Majo estaba ya muy cansada, la luna se veía muy lejos, eso significaba que había pasado mucho tiempo buscando sin encontrar nada. Pero ella quería ver a las diminutas y bellas hadas, así que se mantuvo caminando, bien despierta, con muchas ganas, buscando y buscando hasta que llegó a la parte en dónde termina el río. Se sentó en una roca y no regresaría hasta encontrar algo.
En ese momento, Majo sintió una lucecita que la alumbraba y sus manos y su cabeza comenzaron a llenarse de un polvito rosa brilloso. Levantó la mirada y ahí estaban todas las hadas a su alrededor. La invitaron a bailar y a disfrutar de dulces frutos que tenían las hadas. La fiesta fue espectacular. Pero Majo ya estaba muy cansada y sin darse cuenta se quedó dormida justo ahí, a la orilla del final del río en dónde las hadas bailaban y cantaban.
Cuando abrió sus ojos, los primeros rayos del sol entraban por su ventana. Se enderezó rápidamente para ver en dónde estaba y se dio cuenta de que estaba sobre su cama. Se tocó la cabeza y se vio las manos; entonces una gran sonrisa iluminó su cara, ¡lo había logrado! Todavía tenía sobre ella un poco del polvo que le habían regalado las hadas. |