Chichí, el jabalí salvaje |
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Autocontrol, Confianza en sí mismo. |
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Había una vez un monte, en el monte una selva, y en lo profundo de la selva, después de caminar muchísimo por caminos circulares y todos en subida, encontramos a Chichí, un pequeño jabalí salvaje recién nacido. Chichí abrió los ojos, miró el mundo que lo rodeaba y le gustó. Miró a mamá jabalí que era enorme, vio que tenía leche y se la tomó. Cuando estaba bien llenito empezó a tambalear, parecía borrachito el pobre. Se acostó pegado a mamá jabalí y se durmió. Mamá jabalí era tibia y suave e iba marcando el ritmo con su respiración. Chichí supo que había nacido en un hermoso lugar y se sintió muy importante. Cuando despertó, bostezó tranquilo y satisfecho, y empezó a caminar lentamente pensando de qué manera podía impresionar a los otros animales. En eso vio que una familia de conejos curioseaban tratando de ver el recién nacido. |
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Entonces probó el primer truco. Con su patita empezó a rascar una y otra vez la tierra haciéndole sacar humo como si fuera una chimenea, abrió su boca y lanzó un gruñido espantoso. Después se quedó quieto como una estatua y muy serio con cara de “yo nací para mandar”. A los conejos no les alcanzaron las patas para desaparecer en un segundo como por arte de magia. A Chichí al principio el juego le pareció divertido y lo probó varias veces con distintos animales que querían conocerlo. Pero después se empezó a aburrir y se fue a acostar junto a su mamá. Mamá jabalí le preguntó: — ¿Ya te hiciste algunos amigos para jugar? Y Chichí, bajando la cabeza, se quedó un buen rato mirando una piedrita amarilla. Y después de pensar, contestó: —No mamá, todavía no pude. A la noche ya sospechaba que algo andaba mal. Se había corrido la voz que un monstruo terrible había venido a la selva y nadie se animaba a salir de su cueva porque pensaban que podía ser peligroso. Chichí se quedó muy quieto junto a su mamá jabalí y jugaba solo con su piedrita amarilla, que era redonda y lisa y cuando la empujaba comenzaba a rodar. Así estuvo pensando un largo rato... pero no se le ocurrió nada. Mientras tanto, unos chanchitos rosados lo espiaban desde atrás de un arbusto. Lo miraron y no les pareció tan temible, al contrario, lo encontraron un poco más grande y gris, pero bastante parecido a ellos, y su mirada triste les infundió confianza. —Hola, queremos jugar -dijeron a coro los chanchitos. Chichí los miró, y al verlos casi iba a gruñir ferozmente cuando cerró su boca y solamente sonrió y empujó su piedrita hacia los chanchitos. Y dicen que así fue como en la selva todos los animales aprendieron a jugar a las bolitas con piedritas de colores. |
AUTOR: María Mercedes Córdoba |