Esteban había nacido en un país donde la nieve cubre a la tierra la mayor parte del año. Como vivía junto a su familia en un lugar alejado, conocía a pocos niños pequeños. Sus padres le habían dicho que deberían irse a vivir al pueblo cercano para que Esteban pudiese ir a la escuela.
El niño estaba feliz. Sin embargo, comprendía que no iba a ser algo fácil, ya que su piel, su cabello y sus ojos tenían un extraño color azul. Esteban era un niño azul. Su madre le decía que era tan hermoso como cuando el cielo sin nubes se refleja sobre el hielo. Aunque todos sabemos que, para las madres, sus hijos son los más bellos de todo el mundo, Esteban comprendía que era diferente.
Una mañana de invierno, tan apacible que hasta parecía que el aire fuese menos frío que de costumbre, sus padres le dieron permiso de salir a jugar. Cerca de la casa había un bosquecito de pinos y una leñera donde el padre partía los troncos para poder calentar la casita. Esteban tenía como tarea ayudar al padre a juntar las ramas pequeñas y las astillas. Juntó algunas ramitas, intentando construir una casa de juguete; unas piedras harían las veces de los perros que su padre ataba al trineo. |
Una voz a su espalda lo hizo darse vuelta:-“Hola, Esteban”- El dueño de la voz era un hombrecito diminuto, ataviado con ropas abrigadas de leñador.-“Soy el duende Ignacio, siempre te veo jugar por aquí y quería ayudarte”-
-“¿Ayudarme? Yo nada necesito. A demás mis padres me advirtieron que no hable con extraños”- respondió Esteban.
-“Yo creo que, siendo un niño con la piel y el cabello azules no va a ser sencillo que vayas a la escuela. Los otros niños te encontrarán extraño y tal vez no quieran ser tus amigos”-Explicó Ignacio, no sabemos aún con qué intenciones.
-“Bueno… tal vez… ¿Cómo me ayudarías?”- Esteban sentía curiosidad.
-“Mira, es fácil. Solo debes hacer todo lo que yo te diga. Cuando tu padre vaya al pueblo mañana por la mañana debes enganchar los perros al trineo, pero cambiando el orden: los que van siempre adelante debes colocarlos atrás. Debes mantenerte firme y dejar los perros como yo te indico, a pesar de lo que te diga tu padres”- El duende se subió a una pila de leña para estar a la altura de Esteban cuando lo hablaba y poder así mirarlo profundamente a los ojos. –“ Si haces lo que te digo, inmediatamente tu piel se volverá del mismo color de los otros niños del pueblo”.
Esteban lo pensó, pero no estaba convencido: -“¿Y si no le gusta a mi padre lo que hago?”-
-“Bueno… se enojará un poco, pero tú serás como todos los niños. ¿No es eso lo que deseas?”- La voz de Ignacio sonaba convincente.
Esa noche Esteban pensó mucho sobre lo sucedido. Quería ir a la escuela y ser como otros niños, aunque sus padres lo amaban así como era. Pero jamás había desobedecido a su padre.
Al día siguiente, tempranísimo, la madre preparó un riquísimo desayuno y luego Esteban debía enganchar los perros al trineo. Estos se mostraron felices porque comprendían que saldrían de paseo. Cada perro conocía su orden en el trineo, por lo cual, cuando Esteban los cambió de posición, siguiendo las órdenes del duende, éstos se mostraron confundidos y desorientados. Cuando salió el padre con los bultos que llevaría se sorprendió de lo que había hecho el niño y le dijo: -“Esteban, te has confundido, los perros no deben ir enganchados así porque su guía es Yuri, por eso debe ir adelante. Solo a él siguen y obedecen los otros perros. Colócalos como deben ir mientras cargo el trineo”-
-“Esteban, recuerda: si quieres volverte como los otro niños, no obedezcas”- murmuró el duende, escondido detrás de unos troncos. Esteban se quedó parado, sin saber qué hacer. De pronto, comenzó a enganchar y desenganchar los perros para que quedasen en el orden en el que debían, con el perro Yuri adelante. Se volvió y le dijo al duende:-“Retírate, yo jamás desobedeceré a mi padre aunque siempre sea un niño azul y no llegue a tener amigos, porque mi padre me ama así como soy y hace todo por mí”-
Inmediatamente, el duende Ignacio desapareció. Cuando la madre salió a despedir al padre ambos miraron a Esteban: su piel, su cabello y sus ojos eran del mismo color que los de cualquier otro niño del pueblo. Los tres se abrazaron.
Ese era, en realidad, el secreto del duende Ignacio: al obedecer Esteban a su padre había obtenido el premio que esperaba ganar |