El Tren Mágico

Generosidad, creatividad, responsabilidad, honestidad, respeto al bien común.

Hace muchos, muchos años, cuando aún no existían los aviones ni los coches, había un medio de transporte que todo el mundo deseaba usar: el tren mágico. Como habréis adivinado este tren no era un tren normal y corriente, este tren te llevaba a los lugares más remotos : a China, a Rusia, a Venezuela, a Albacete... pero no sólo te llevaba a los sitios que aparecen en los mapas, también te llevaban a otros países que quedan un poquito más lejos pero al mismo tiempo un poquito más cerca: al país de las golosinas (donde puedes saborear todo tipo de gominolas y caramelos sin que se te piquen los dientes), al país del algodón (donde todo era tan blandito que podías saltar de una montaña a otra sin temor a hacerte daño), al país de las flores (cuya visita no era recomendada a los alérgicos), al país de los cuentos (donde podías pasarte el día entero leyendo o escuchando cuentos), etc.
El billete para viajar en este tren no podía comprarse, eran las hadas las que se lo concedían a aquellos humanos que cumplieran tres condiciones: la primera de ellas era desearlo con todas sus fuerzas, la segunda era compartir aquello que uno tenía con los demás, y la tercera era tocarse la punta de la nariz con el dedo gordo del pie izquierdo.

Todo aquel que cumpliera esas tres condiciones podría viajar en el tren mágico tantas veces como quisiera.
En un pequeño pueblo del sur de España vivía un hombre que a sus 48 años aun no había logrado viajar en el tren mágico, y es que este hombre no lo deseaba, eran tan rico, tan rico, que pensó que nada había en todos esos países a los que viajaba la gente que él no pudiese conseguir con el oro de su padre. Pero un día, su padre le confesó de donde procedía toda la fortuna de su familia, él sí consiguió viajar en el tren mágico, y en él fue hasta un país que nadie más conocía, el país del oro.
El hijo pensó que si con el oro que tenía era feliz, cuan feliz sería con el doble o el triple de oro, así que por primera vez en su vida deseo con todas sus fuerzas subir al tren mágico. Después de dos meses de duro entrenamiento consiguió tocar con el dedo gordo de su pie izquierdo su nariz, y muy a su pesar y a regañadientes compartió parte de su fortuna con las gentes de su pueblo.
Así fue como Genaro, que así era como se llamaba este hombre tan avaro, consiguió que las hadas le dieran su billete de tren. Cuando llego el momento de subir al tren y decirle su destino al hada conductora no lo dudo un segundo “al país del oro” dijo a viva voz, pues además de avaro Genaro era bastante indiscreto. La gente que oyó aquello pensó que estaba bromeando o que en su avaricia se había vuelto loco pues nadie conocía la existencia de tal país.
Pero Genaro volvió de su viaje cargado de sacos y sacos de oro, esto despertó la envidia de todo el pueblo, y del de al lado, y del de más allá, de forma que la voz se fue corriendo por todos los pueblos y ciudades del mundo y ahora el destino más solicitado era el país del oro.
Las hadas no estaban nada contentas con esto pues veían como los humanos cuanto más oro tenían más querían, y cómo se iban volviendo cada vez más egoístas y envidiosos a medida que el oro se iba agotando en aquel país.
Hasta que tal día como hoy hace tropecientos años las hadas se hartaron y decidieron castigar a los humanos destruyendo el tren mágico, sin embargo como las hadas tienen muy buen corazón y aprecian al ser humano a pesar de todo, decidieron dejar un regalo en la cabeza de cada niño, cada niña, cada hombre y cada mujer del planeta: la imaginación, gracias a ella podrían seguir viajando a todos esos países sin riesgo de corromperse por la avaricia.
Desde entonces para viajar allá donde nuestra imaginación quiera llevarnos sólo tenemos que hacer tres cosas:

    • Desearlo con todas nuestras fuerzas.
    • Compartir lo que tenemos con los que nos rodean.
    • Y sobretodo.... tocarnos la nariz con el dedo gordo del pie izquierdo.

 

AUTOR: Vanessa Ruiz Benítez

PAIS: España

E-MAIL: vanessasus@hotmail.com