Coraje, independencia, actitud positiva ante las dificultades, amor por laLucho era un duendecillo valiente. Todo el mundo lo sabía. Salía él solito a pasear por el bosque, sin necesidad de que nadie le acompañara.
Le gustaba visitar a las señoritas Ranas, que viven en hermosas mansiones de agua tapizadas de verdes líquenes. Y a las pequeñas Lagartijas que se calientan al sol sobre las piedras, y se te escurren riendo entre los dedos, como volutas de humo.
Pero pocos sabían que Lucho tenía un secreto. Y es que había nacido en una noche un poco especial. Porque cuando estaba a punto de asomar por primera vez su naricita de duende, una estrellita se resbaló del cielo cuando jugaba al corro con sus hermanas. Y cayendo, cayendo, fue a parar justo entre los rizos color miel de Lucho. Y allí se quedó.
Lucho ignoraba que no todo el mundo tenía una estrellita escondida, así es que no le dio importancia. Se rascaba un poquito, porque al principio le picaba, con sus manitas redondas de bebé duende, y luego lo olvidó por completo.
Sólo que cuando estaba feliz, todos murmuraban,
-Mirad, por ahí va Lucho.
Porque a su alrededor el aire del bosque resplandecía.
Y cuando estaba en casa, cerca de su mamá, su papá y sus cuatro hermanitos, se podía ver cómo una hermosa luz se filtraba hacia fuera, por entre los visillos de la salita.
Sí, ¡era Lucho el que brillaba, a causa de la estrellita que llevaba escondida en el flequillo!
Y entonces, un día de ésos llegó el otoño, cuando las ramas están cargadas de frutos. Lucho decidió salir con su cestita al bosque, a recoger escaramujos, nueces y avellanas para desayunar. Iba pensando también en pasar a saludar a sus amigos Osezno y Erizo, antes de que se ocultaran en sus madrigueras a pasar el invierno.
-Buenos días, Zorrín –dijo cuando se encontró con el pequeño Zorro, que venía en dirección contraria con una saca llena de bellotas recién caídas.
Y justo cuando el sendero hacía una curva para rodear el tronco de un cerezo añoso, comenzó a soplar el Viento del Norte tan furiosamente, que la cesta de Lucho voló de su mano. Él mismo tuvo que agarrarse con todas sus fuerzas de una brizna de yerba.
Cuando al fin parecía que la furia del Viento se iba a calmar, se levantó otra racha aún más terrible. Y se llevó a Lucho volando, volando sobre una hoja de cerezo.
Por más que trataba de agarrarse a las ramas de los chopos y de los robles que pasaban sobre su cabeza, no pudo evitar que el Viento del Norte le arrastrara muy lejos, y ya no era capaz de reconocer ninguno de los lugares por los que pasaban.
Finalmente, el Viento se cansó de sostenerlo y lo dejó caer, con un ¡plof!, sobre una seta que crecía entre el musgo, alta como un paraguas abierto. Y allí quedó, medio atolondrado, hasta que las lágrimas empezaron a fluir de sus ojos.
Se deslizó bajo el sombrero de la seta y, apoyado contra su tronco, que olía como la tierra húmeda, lloró y lloró hasta quedar dormido.
Mamá Duende, entretanto, empezó a echarle de menos. Buscó por aquí y por allá, preguntándoles a los habitantes de la pequeña aldea de duendes si sabían dónde estaba su crío. Pero todo lo que pudieron decir es que le habían visto brillar en dirección al bosque.
Así es que Mamá Duende fue a pedirle ayuda a su mejor amiga, la señora Zorzal, que estaba cantando tranquila en su nido mientras inclinaba la cabeza a un lado y al otro.
-Señora Zorzal –dijo- Por favor, ayúdeme a encontrar a mi hijito.
La señora Zorzal, sin dudarlo un momento, montó a Mamá Duende sobre su lomo pardo, y se fueron volando las dos por el sendero que había tomado Lucho.
El frío de la noche despertó al duendecillo. Se encogió, tiritando, y tuvo ganas de volver a llorar, porque el aire frío de la noche estaba lleno de extraños rumores y murmullos. Pero en vez de eso se levantó, valientemente, y se asomó a mirar el cielo estrellado.
La estrellita de su frente se puso a brillar, saludando a sus hermanas puestas allá arriba. Entonces el corazón de Lucho también se alegró, porque le vino a la memoria la imagen de su madre preparando la cena, y la de su papá y todos sus hermanos, que le echarían de menos.
Con todas sus fuerzas deseó volver a estar en casa con todos.
Entonces se oyó el canto de un pájaro que le era conocido. Mamá Duende le había divisado desde lejos, brillando allí abajo, en medio de la oscuridad. Y la señora Zorzal se puso tan contenta, que cantó como lo hacía mientras cocinaba un buen gusano.
Así es como Lucho fue rescatado en el Bosque Lejano, en una noche fría y sin luna. Y nunca se olvidó, desde entonces, que no es bueno dejar que el corazón se te empañe tanto por la desesperación y la tristeza, que no puedes brillar ni un poquito. ¿Por qué? Porque quienes te quieren mucho no podrían entonces saber dónde encontrarte, ni llegar hasta ti.
familia y la naturaleza, amistad, amabilidad, confianza y cooperación.
|