Erase una vez una niña que quería mucho a su abuelo. El abuelo le enseñaba canciones a la niña, le contaba historias de aventuras, la llevaba al colegio, paseaban juntos por el parque, le daban de comer a los patos del estanque y ¡muchas cosas más!
Pero un día, el abuelo no la esperaba a la salida de la escuela y, en su lugar, la esperaba su papá, con la carita triste y los ojos llorosos.

-Papá, ¿dónde está el abuelito?

-Hija mía, el abuelo ha tenido que marcharse…

-Pero… ¿a dónde, papá?

-El abuelo ha subido al cielo…

-¿Al cielo? ¿Y cuando va a volver?

-Hija, el abuelo se ha ido para no volver…

La niña desconcertada, bajo la cabeza y empezaron a resbalar las lágrimas por sus sonrosadas mejillas. Se sentía muy enfadada, porque el abuelo se había ido para siempre, sin despedirse de ella…Ya no podrían jugar juntos, ni pasear por el parque, y nunca más la esperaría en la puerta del colegio.
Cuando llegaron a casa, el padre sentó a la niña en su regazo, y la acurrucó entre sus brazos. Entonces, el padre le dijo a la niña:

-Pequeña mía, te voy a contar un secreto…

La niña, muy sorprendida, respondió:

-¿Qué secreto, papá?

-Esta noche, cuando vayas a dormir, asómate a la ventana…La estrella que más brille en el cielo, será la estrella del abuelito, que te estará cuidando desde ahí arriba, guiando con su luz para siempre.

Esa noche, antes de ir a la cama, la niña abrió la ventana y miró al cielo. Había millones de estrellas esa noche, pero sólo una brillaba igual que los ojos del abuelo. La niña se quedó mirando la estrella durante un buen rato, entonces sonrío, lanzó un beso al cielo y ya no volvió a llorar nunca más.
Desde esa noche, cada vez que llega el Día de los Santos y Difuntos, la niña y su papá van al cementerio, ponen hermosas flores al pie de la tumba del abuelo, donde los ruiseñores acuden a cantar, mientras recuerdan los momentos felices vividos con el abuelito.