EL GIRASOL Y EL CUERVO


Amistad -amor al esfuerzo y al trabajo conjuntos-cooperación y ayuda mutua-colectivismo-gratitud- -amor a lo nuestro- respeto a la diversidad

Había una vez, en un lejano lugar, un hermoso prado verde. En él vivían muchísimas flores silvestres de colores tan variados como los del arcoíris y de tan perfumados pétalos que los pájaros y las abejitas del lugar pasaban horas revoloteando por allí. Todas las flores del prado eran amigas. Las rosas jugaban a las escondidas con los claveles, las violetas y los jazmines se divertían encontrando formas entre las nubes, y cuando llegaba la tarde las campanillas comenzaban a retintinear tocando canciones para divertir a sus compañeras.
Un día el cielo se obscureció y el viento comenzó a soplar  muy,  muy fuerte, hasta que de repente miles de gotitas de lluvia cayeron regando el lugar.
-¡Qué llueva, qué llueva, la vieja está en la cueva!- cantaban las amapolas, mientras las margaritas giraban de un lado a otro salpicando al resto de las flores. De pronto un rosa exclamó:
-¡Miren todos, una semillita! Parece que el viento nos ha traído un nuevo visitante.
-Es cierto ¿de dónde se habrá desprendido esta pequeña?- preguntó asombrado un clavel.
-No importa - dijo la rosa-  desde ahora en adelante este será su hogar y entre todos la cuidaremos para que crezca fuerte y sana
-¡Viva, viva!- festejaron las flores comprometiéndose a colaborar en el cuidado.
Desde ese momento cada uno ayudó en la tarea de proteger a la recién llegada. Una promesa, era una promesa y las flores debían cumplirla.  Tal es así que un día una amapola tuvo que poner en riesgo su vida y cubrir con sus hojas a la semillita para esconderla de un cuervo, que al pasar por el lugar quiso comerse tan delicioso manjar. Afortunadamente el pájaro no pudo lograr su objetivo y regresó furioso a  su nido.
Y así los días fueron pasando y transformaron a la indefensa semillita en una hermosa flor, tan redonda y tan brillante como una moneda de oro que, extrañamente, siempre sonreía de cara al cielo. Las flores del prado nunca habían visto algo similar. “Es tan preciosa, debe haber sido una semilla de sol”- pensaban, y en algo tenían razón, porque cada vez que la flor desplegaba sus pétalos era como si el sol mismo hubiera bajado al prado para alumbrarlos desde allí. “¿Por qué no la llamamos girasol?”- sugirió una margarita y todos estuvieron de acuerdo en que ese era el nombre perfecto.
En el prado reinaba la felicidad, el girasol era amigo de todas las flores y pasaban horas enteras jugando y divirtiéndose. Hasta que una mañana, algo terrible sucedió. El cuervo que tiempo atrás había intentado comerse  a la semilla, regresó para vengarse. Entonces esperó a que todos estuvieran distraídos y se acercó al girasol.
- Pero que flor tan bella eres- dijo el cuervo- ¿Qué hace alguien como tú rodeado de flores tan comunes y corrientes? 
- Mis amigos dicen que un día de viento me desprendí del sol, y que desde entonces este es mi hogar.
- ¡Claro que no!, este no es tu hogar. Si te desprendiste del sol deberías vivir allí, rodeado de flores tan bellas como tú.
- ¿Tú crees?- preguntó confundido el girasol.
- Por supuesto. Si quieres yo puedo volar muy alto y llevarte con mi pico hasta allí.
-Pero si me voy del prado ya no vería a mis amigos.
- Allá también podrías tener amigos, pero amigos de verdadera belleza y no simples flores silvestres.
El girasol dudó por unos segundos pero finalmente aceptó. “El cuervo tiene razón”- pensó. “El merecía tener amigos de similar belleza”. Lo que la flor no sabía es que el pajarraco tenía malas intenciones. Sólo quería arrancarlo de la tierra y una vez que estuvieran muy lejos dejarlo caer en el río.
- Ahora voy a sacarte de aquí- dijo el cuervo y comenzó  a picotear el tallo del girasol para cortarlo.
- Pero me estás lastimando- gritó la flor.
- Debes aguantar y tendrás tu recompensa- insistió el ave.
- Detente por favor- suplicó el girasol- Ya no quiero ir contigo.
- Es muy tarde para arrepentirse, lo hubieras pensado antes- contestó el pájaro mientras picoteaba más y más fuerte.
Afortunadamente la rosa, que por los gritos se había despertado de su siesta, descubrió lo que estaba pasando y rápido alertó a todas las flores del prado: “Tenemos que ayudar a nuestro amigo”- exclamó. Y en menos de un segundo las flores se organizaron para atacar al cuervo. Las campanillas comenzaron a retintinear con todas sus fuerzas para aturdir al ave. Las enredaderas se enroscaron en sus patas para que el malvado pajarraco no pudiera volar mientras las margaritas sacudían polen en sus ojos para dejarlo ciego. Finalmente las rosas y los cardos, con sus espinas afiladas, pincharon al enemigo obligándolo a soltar al girasol. Atontado y dolorido el cuervo  huyó despavorido del prado jurando nunca más acercarse al lugar.
-Gracias amigos- dijo el girasol- Les debo unas disculpas. Pues aprendí que no hay nada más bello que la amistad verdadera. Este es mi hogar y no necesito nada más para ser feliz.
Desde ese día, cada vez que en el prado amanecía nubado el girasol desplegaba con fuerza sus pétalos para iluminar y entibiar a todas las flores silvestres, sus verdaderos y hermosos amigos.

Autor: Virginia Palazzi
País: Argentina
E-Mail: vikipalazzi@hotmail.com