Había una vez un bisabuelo, viejo y jubilado que vivía con su familia en un caserón. Todos; los grandes, los medianos, los pequeños y hasta los pequeñísimos que habitaban con él, estaban muy ocupados. Los grandes trabajaban, los medianos estudiaban y trabajaban, los pequeños iban a la escuela y los pequeñísimos al jardín.

El pobre viejo siempre se quedaba con la boca llena de palabras no dichas, con los brazos llenos de abrazos no dados, con el pecho henchido de te quiero no escuchados, hasta que decidió irse a vivir con los gatos.

Salió del caserón y se fue a la plaza donde habitaban los felinos abandonados y se convirtió en el bisgato y San se acabó....

Como bisabuelo esperaba que alguno lo extrañara, lo nombrara, lo reclamara. Nadie se daba cuenta de su retirada. En cambio era recibido con todos los honores y festejos cuando era bisgato. Para el bisgato el mejor sillón, las caricias más suaves, la comida más rica. Como bisabuelo no era nadie, no lo tenían presente, como bisgato era el centro de atención.