MANUEL, EL HOMBRE CON EL CUELLO MAS LARGO DEL MUNDO
CREATIVIDAD, COOPERACIÓN Y AYUDA MUTUA, RESPETO A LA DIVERSIDAD
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En la esquina de las calles Saucesito y Peñasco se encontraron Teodora y Sofía, vecinas de Aldea Santa Cándida.

-¿Vio quién vino a vivir a nuestro pueblo? - preguntó Teodora- es Manuel, el hombre con el cuello más largo del mundo.

- ¿De verdad, señora Teodora? - preguntó Sofía- y...¿cómo es de largo su cuello?.

- Assssí de largo- Respondió Teodora, haciendo un gesto con sus manos.

-¿Cómo el de una jirafa?- exclamó Sofía, sorprendida.

- Puede ser....- contestó Teodora.

-¿Cómo el tronco de un árbol?- dijo Sofía, incrédula.

-Tal vez... tal vez...- fue la respuesta.

Sofía apuntó con su dedo índice hacia el cielo y dijo: - Es largo... ¿cómo un edificio?-

- Puede ser... tal vez...- respondió Teodora.

Resulta que, en poco tiempo, todos en el pueblo sabían de Manuel. Al principio lo miraban con un poco de curiosidad. Claro, no les resultó fácil conocerlo, pues si lo querían saludar debían gritar fuerte para que los escuchara. Los que quisieran hablar con él debían tener paciencia y esperar hasta que acomodara su cabeza para poder hacerlo con comodidad. Pasó el tiempo y Manuel se hizo querer por todos porque era amable, trabajador y buen vecino. Manuel se sentía muy cómodo en el pueblo pues nadie se burlaba de él ni lo señalaban todo el tiempo con el dedo.

Para ir a su trabajo, Manuel usaba una bicicleta, y los días de lluvia viajaba en autobús. Para que pudiera hacerlo con comodidad Pedro, el conductor, había cortado un círculo de chapa del techo y luego, con plástico transparente, había confeccionado una especie de acordeón. Manuel no tenía más que sentarse, colocarse la chapa de sombrero y estirar el cuello: el plástico transparente subía junto con la cabeza y lo mantenía protegido de la lluvia, pudiendo a demás disfrutar del paisaje.

Ese otoño vieron algo desmejorado a Manuel: sus estornudos se escuchaban por todo el pueblo, incluso desde las ventanas más altas de los edificios. Los vecinos querían hacer algo para ayudarlo a que no se resfriara tan seguido. Rogelio, el médico del pueblo aconsejó para Manuel el uso de una bufanda que cubriese su larguísimo cuello.

Los vecinos sabían que debían actuar rápidamente, que iban a tener que trabajar mucho y en forma organizada. Un grupo adquirió la lana: inmensas madejas de lindos colores. Otros se iban a ocupar de tejer. Hasta la abuelita María, a quien siempre le dolían sus dedos, tejió algunas vueltas de aquella larga bufanda. Durante ocho días los habitantes de la aldea tejieron y tejieron sin parar. El día sábado la terminaron, ¡con flecos y todo!. El doctor Rogelio la envolvió en un papel de regalo con elegantes dibujos y, entre todos, se la entregaron al día siguiente a Manuel.

¡Qué emocionado estaba!, no paraba de sonreír y de dar las gracias.

Otro problema a solucionar fue el de cómo colocarla en semejante cuello. Duilio, el acróbata se ofreció para ayudar: Manuel debía pararse junto a un altísimo poste y sostener firmemente uno de los extremos mientras él trepaba con el otro extremo enrollado en su mano. Cuando llegó a una altura conveniente comenzó a bajar, enroscando con cuidado la bufanda alrededor del cuello de Manuel. Cuando Duilio llegó a la vereda hizo una graciosa reverencia y todos lo aplaudieron.

Llegó el invierno y Manuel no volvió a resfriarse, gracias a la bondad y a la paciencia de sus vecinos. Manuel, el hombre del cuello más largo del mundo, todavía vive feliz allí, en Aldea Santa Cándida.


AUTOR:
Alejandra Irene Hocher
PAIS: Argentina
E-MAIL: cberns@infovia.com.ar