El inicio del siglo XXI ha sido traumático para la humanidad. En apenas unos años transcurridos de los cien años del siglo, hemos visto los brutales actos terroristas de Nueva York, Madrid, Londres. Hemos asistido – casi en directo por la televisión – a crueles guerras. Casi todos los días vemos actos de auto inmolación en nombre no se sabe bien de quién, violencia de género en aumento y, descendiendo la edad, violencia y acosos en los propios colegios.
Los humanos nos hemos vuelto, aun más, insolidarios y ya sólo vivimos para nuestra propia supervivencia, sin importarnos los demás. Vivimos en la cultura de la violencia y del menosprecio.
Resulta evidente, tal y como decía Jorge Sampaio, Alto Representante de las Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones, en la Sesión de Clausura del Primer Foro de la AdC, “Se necesita actuar urgentemente para parar la degradación de las relaciones humanas”.
Ante esta realidad todo se pide que se actúe lo antes posible y se desarrollen actuaciones preventivas para frenar comportamientos no deseados. Se demanda que los poderes públicos y los diferentes agentes de socialización (familia, escuela, medios de comunicación…) se pongan de acuerdo y planifiquen propuestas que provoquen un cambio radical en nuestro modelo social. Por desgracia, estas demandas no han producido el resultado deseado, como la propia realidad se empeña en demostrarnos. Para nada han servido las voces de muchos solicitándolo.
Se atribuye a Martin Luther King la frase:
Terriblemente la frase tiene mucha razón. Si la analizamos fríamente al final llegaremos a la conclusión de que sencillamente “no hemos aprendido el noble arte de vivir como hermanos”, porque nadie se ha preocupado de educarnos para ello.
Sabemos que, cuando el niño nace, su cerebro, salvo una serie de reflejos que le permiten su supervivencia (reflejos incondicionados), está totalmente limpio de conductas genéticas y constitucionalmente heredadas, y lo que posee es una infinita posibilidad y capacidad de asimilar toda la experiencia social acumulada por la humanidad durante cientos de generaciones, y que le es trasmitida por el adulto que lo cuida y atiende. El niño, cuando nace, no sabe “volar como los pájaros ni nadar en las profundidades como los peces”. Hay que enseñarle. Sin duda lo mismo ocurre con el noble arte de vivir como hermanos. HAY QUE ENSEÑARLE. Las normas de convivencia, la asunción de la Paz como un modo de vivir no es consustancial con el ser humano. Si queremos vivir como hermanos tendremos que educar al niño para ello.
Por ello se han elaborado este programa, para educar, desde la primera infancia, en el noble arte de vivir como hermanos. Para poner en manos de los maestros elementos que le ayuden a educar a los niños mas pequeños en el amor y respecto al prójimo.
Este programa, será un lugar donde a través de las más diversas vías, colabore y posibilite a los maestros tener a su alcance procedimientos pedagógicos y metodológicos que les permitan formar en los niños normas, valores, conceptos y comportamientos hacia la asunción de la paz y el rechazo a la violencia como componentes esenciales de su personalidad. Nos proponemos una habituación continua en los niños que condicione cualquier actuación en el futuro, un traspaso de valores que permanezca a lo largo del tiempo, que se prolongue durante toda la vida. Pretendemos aportar algo más de un grano de arena a la formación de esa inmensa playa de la humanidad en la que todos quepamos y en la que podamos disfrutar de las ventajas de una sociedad cada vez más culta y más evolucionada, en la que poder CONVIVIR JUNTOS Y EN PAZ.
Porque creemos profundamente que solamente con una educación desde la primera infancia conseguiremos un mundo mejor, por que el cambio social preciso sólo puede venir por una educación para todos, para todos los niños del mundo.