Pablo
vivía en una casa que tenía un bonito jardín decorado con muchas flores.
Algunas todavía eran semillas que tenían que crecer.
Una
de ellas, sin saber cómo, se había salido de la tierra y se encontraba
sola, al lado de una fuente. Cada día que iba pasando, la semilla
se estaba poniendo enferma ya que no recibía más que unas gotitas
de agua de vez en cuando, que caían de la fuente. Así nunca podría
crecer ni llegar a ser una bonita flor como todas las demás semillas.
Un
día que Pablo estaba jugando en el jardín, vio la semilla y pensó
que lo mejor sería llevársela a casa y cuidarla para que se pusiese
fuerte como sus amigas.
Cogió
un pequeño semillero (que son como macetas pequeñitas para semillas),
lo llenó de tierra y metió a nuestra amiga abrigándola con la tierra
con mucho cuidado. Después buscó un lugar soleado y ventilado y colocó
el semillero. Todos los días, cuando Pablo se levantaba, iba a mirar
su semillero y si la tierra estaba seca le ponía un poco de agua.
A los pocos días empezó a salir una pequeña ramita verde, que cada
vez crecía más rápido.
Pero
su mayor asombro y su gran alegría fueron que un día al levantarse
vio que de la ramita verde salía una pequeña flor que le miraba como
sonriéndole. Desde ese día la semilla que ya se había convertido en
planta, nunca estuvo triste, porque sabía que tenía un gran amigo
que le daba cariño y que siempre cuidaría de ella.
Una
vez contado el cuento el profesor entablará un diálogo con los niños:
-
¿Porqué estaba triste la semilla? ¿Cómo la cuidaba?
- ¿Qué hizo Pablo cuando la vio? ¿Qué paso al pasar los días? .