LA EDUCACIÓN PARA LA PAZ
EN LA PRIMERA INFANCIA


Capítulo 2

LA EDUCACIÓN
PARA LA PAZ EN LA PRIMERA INFANCIA

2.1 Sobre el concepto de paz en los niños y niñas
2.2. El concepto de la paz y los educadores
2.3 La educación para la Paz y la Educación integral del niño y la niña
2.4 Escuela infantil, comunidad y Educación para la Paz
2.5 Contenidos, pilares y saberes de la Educación de la Paz en la primera infancia
2.6 Educación de la Paz, educación moral, formación de valores, y habilidades sociales
2.7La formación del personal docente para la Educación para la Paz

Capítulo 2
LA EDUCACIÓN PARA LA PAZ EN LA PRIMERA INFANCIA

1.1 Sobre el concepto de paz en los niños y niñas

En la primera unidad se realizó una exploración teórico bibliográfica sobre la definición de paz y lo que pudiera entenderse por una educación para la paz, y de este análisis se concluyeron cuatro importantes aspectos que atañen de manera directa a la educación infantil:

1. Existen muchas definiciones de la paz que van a determinar diversos enfoques respecto a una Educación para la Paz,
2. La Educación para la Paz es parte integral del desarrollo de la personalidad y, por lo tanto, ha de considerarse dentro del concepto general de formación de la misma,
3. La formación pedagógica de los valores, normas, comportamientos y demás rasgos de la personalidad que caracterizan a una educación para la paz, han de tomar en cuenta tanto los factores internos como los internos de formación del psiquismo,
4. La Educación para la Paz ha de comenzar desde las edades más tempranas.

Es a partir de esta unidad entonces que nos referiremos particularmente a la Educación para la Paz en estas edades, y las condiciones y características de la misma en la formación y desarrollo de los niños durante el transcurso de la etapa infantil.

Por supuesto, para poder hacer esto se hace necesario e indispensable comprobar el grado en que los niños, dadas las condiciones de su entorno, tienen alguna idea o referencia de algo tan abstracto como es el concepto de Paz, para a partir de ese diagnóstico, poder organizar el sistema de influencias educativas dirigido a la consecución de los objetivos de la educación para la paz en estas edades.

Para ello resulta verdaderamente útil analizar los resultados de una investigación realizada por la Asociación Mundial de Educadores infantiles respecto a que entendían los niños por Paz, y que por su carácter único tiene una relevancia significativa.

Para la realización de la misma se elaboró un cuestionario con varias preguntas que se consideraron particularmente importantes para poder recoger de los niños de los centros infantiles sus opiniones respecto a lo que ellos entendían por Paz, y que se envió a más de veinte países en Europa y América, entre los que se hallaban Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, San Vicente, Uruguay, y Venezuela, por la parte correspondiente a América; España y Portugal, por Europa, así como Australia y Pakistán como representantes de Asia y Oceanía, lo cual la hace una muestra importante de países.

El cuestionario era bien simple, pues no se pretendía hacer un estudio exhaustivo del concepto de Paz por los niños, lo cual económicamente no hubiera resultado fácil de hacer, pero sí llegar a algunas conclusiones de algo de lo que se tenía poca o ninguna idea, que es lo relevante de la investigación.

El mismo se aplicó durante todo el mes de julio del 2004.

Este instrumento contó de dos partes:

Una dirigida a los niños de tres a seis años, con una simple y sencilla pregunta: ¿Qué es la Paz?

Una segunda, dirigida a los educadores de esos niños, que contaba de tres preguntas abiertas que los mismos debían contestar:

1. ¿Qué quiere decir para ti la palabra Paz?
2. ¿Crees que una buena educación para la paz cambiaría el mundo?
3. ¿Qué propuestas harías para educar en la Paz?

El hecho de comprobar el criterio de niños y educadores respecto a un mismo tema es tremendamente importante a los fines de diseñar influencias educativas respecto a un contenido, porque muchas veces se da por sentado que los conceptos han de ser semejantes y, sin embargo, no es así. En este sentido, el autor recuerda una investigación realizada por él hace algunos años respecto al grado de importancia que tenían para los niños los contenidos de la educación de la sexualidad expresado a través de las preguntas que los mismos hacían cotidianamente a sus educadores, los cuales en la muestra seleccionada afirmaban enfáticamente que las mismas ocupaban la mayor parte de las preguntas diversas que se les hacían por los niños, y resultó que en análisis de los datos se comprobó que solamente el 14% de esas preguntas tenían un contenido referido a la sexualidad. Es decir, el 86% de las preguntas las referían a cosas que les interesaban mucho más, como el conocimiento de la naturaleza y la vida social, las acciones con los objetos, los contenidos de la lengua materna o la plástica y artes, entre otras, y solo el porcentaje referido a los aspectos de la sexualidad.

Ello tuvo una significativa importancia para la determinación de contenidos y procedimientos metodológicos que se elaboraron para la práctica pedagógica cotidiana del centro infantil, respecto a la interacción niño-educador y su actividad cognoscitiva.

En el caso de la Paz era necesario considerar el mismo enfoque, para contrastar similitudes y diferencias entre niños y educadores respecto al tema en cuestión.

Se recibieron más de 100 cuestionarios correctamente cumplimentados, a los que se unió un número mayor en los que fue posible, a pesar de diversos errores, extraer alguna que otras respuestas bien contestadas, lo que hace la tasa de aceptación y respuesta altamente satisfactoria. Con los mismos se hizo el recuento y procesamiento de los datos, clasificando por países, y por cláusulas contestadas, muchas de las cuales aportaron incluso la respuesta literal dadas por los niños y educadores, y no solamente el resumen de las cláusulas, lo que hace más rico el análisis de los resultados.

Los principales resultados de las encuestas realizadas a los niños se muestran a continuación:

Un 82% de los niños respondió que “Paz” quería decir “No pegarse”, que fue la respuesta más significativa.

A partir de dicha respuestas se procesaron otras definiciones de “Paz”, con las que podría escribirse un material sobre cosas curiosas dichas por los niños: :

• Cuando no sale sangre (México)
• Mi mamá (El Salvador)
• Hablar sin gritar (Argentina)
• Escribir una carta a los policías para que metan preso a los que roban (Argentina)
• No decir cosas feas (Perú)
• Que nadie muera (Colombia)
• Que no fumen los padres porque sino se les ponen los pulmones negros (España)

Es sorprendente que, a pesar de que la respuesta más significativa se corresponde en lo que para un niño sería una concepción de paz negativa, se encontraron respuestas referidas a entenderla como paz positiva, de acuerdo con las concepciones referidas en la primera unidad. Esto es harto significativo y alerta que un programa de educación para la paz para los niños de estas edades tiene que contemplar en sus objetivos y propuestas el hecho de que los pequeños manejan espontáneamente conceptos relacionados con ambos tipos de paz.

La respuesta “No pegarse” y que está relacionada directamente con no agredirse, no darse golpes, no maltratarse, no decirse cosas feas, hace referencia directa a la violencia directamente expresada, y podría hacerse equivalente a la respuesta adulta de “No pelear”, “No hacer la guerra”, lo cual demuestra que los niños tienen, a pesar de su corta edad, una intuición natural y un conocimiento ajustado a su edad de las cosas y hechos que les rodean.

Las referencias que ellos hacen a la paz positiva (es decir, de la violencia estructural, como son “Que nadie muera” o “Escribir a los policías…) se engarzan también con aquellas relacionadas con la presencia de conflictos (“Que no fumen los padres…)

Las respuestas en su conjunto denotan que para los niños lo referente a la paz está relacionado con su vida y actividades cotidianas, o aquellas cuestiones que están en su entorno inmediato, por lo que cualquier sistema de influencias educativas que se proyecte en este sentido ha de partir necesariamente de esa realidad, y paulatinamente trascender hacia lo más abstracto y lejano.

Todo eso en su conjunto apunta a considerar además, que dicho programa o sistema de influencias educativas de Educación para la Paz dirigido a los niños de la etapa infantil ha de promover en ellos la trasformación de los conceptos de paz negativa a los de paz positiva, algo sobre lo que se ampliará en su momento correspondiente.

2.2 El concepto de la paz y los educadores

Es importante valorar entonces como los adultos que trabajan con los niños y que son los responsables de educarlos, conceptúan a la Paz, y contrastar los resultados con aquellas respuestas dadas por los niños.

Ante la pregunta abierta de “¿Qué es para ti la paz”? los educadores respondieron de la siguiente manera:

38% Armonía y bienestar interior de la persona
36% Respeto al prójimo
22% Tranquilidad
16% Convivencia armoniosa
13% Tolerancia con los demás
11% Amor al resto de personas
9% Ausencia de conflictos bélicos
8% Comprensión hacia los demás
8% Establecimiento de una sociedad justa
5% Diálogo entre las personas
5% Solidaridad entre los pueblos y personas

Un primer análisis de estos datos destaca que solamente el 9% de los educadores encuestados responde que es la “ausencia de conflictos bélicos”, típica del concepto de paz negativa, y que el resto mayoritariamente se refiere a la paz positiva y aquellas derivadas de la violencia estructural.

Esto hace que haya una total divergencia entre los resultados obtenidos en los niños y aquellos de los educadores, lo cual es realmente interesante, ya que es de suponer que los educadores en su quehacer diario logren trasmitir a los niños sus propios conceptos y creencias, y sin embargo, los datos recogidos en esta investigación demuestran que ello no es así. Por supuesto, ello conduce por su propio peso a considerar que los métodos, procedimientos y actividades que realizan los educadores con sus niños respecto a la paz no parecen ser del todo efectivos (si es que se lleva a cabo esa labor), y obliga a valorar que hay que hacer para que dicha tarea sea realmente eficiente.

De igual manera se destaca un hecho significativo en los educadores: La gran mayoría interrelaciona el concepto de Paz con un estado interior del individuo, un producto de los factores internos que aparentemente se transmiten luego al resto de la sociedad. Y esto también nos lleva al cuestionamiento de si en su formación y capacitación se está haciendo lo que se debe, o si no hay una proyección definida hacia el tratamiento de estos temas en su preparación metodológica.

Las propias respuestas de los educadores respecto a lo que es la paz en cierta medida revelan lo que considerarían entre las propuestas para educar en la paz, como en tal caso serían lograr el amor, el respeto, la comprensión, y la tolerancia de y hacia los demás; la armonía, bienestar y la tranquilidad propias; el diálogo, la solidaridad y la convivencia social, el promocionar una sociedad justa y ausente de conflictos bélicos, entre otras.

Es decir, también con respecto a que hacer respecto a educar para la paz, revela acciones mayoritarias que parten de lo interno y se revierten luego en lo externo, y en menor grado a la inversa, lo cual a todas luces es importante conocer para posibles acciones a incorporar en sus planes de formación.

 

2.3 La Educación para la Paz y la Educación integral del niño y la niña

En la mayoría de los textos referidos a la educación de los niños se refleja que la misma debe dirigirse a posibilitar el desarrollo integral del niño. Esto que aparentemente es una cuestión que no admite discusión, se revela luego como algo particularmente complicado, a partir de lo que cada cual entiende por desarrollo “integral” del niño.

Así, hay proyectos educativos que establecen que están dirigidos al desarrollo integral del niño, y luego, al analizar la estructura de su proyecto curricular se descubre que solo se dirigen a la formación de los procesos cognoscitivos, o donde lo cognoscitivo es lo fundamental a considerar. O a la inversa, proyectos curriculares que hablan de una vertiente “humanista y personalizada”, y donde lo afectivo y de interrelación humana es lo determinante, y lo cognoscitivo un tema de menor trascendencia.

Con la categoría de “educación integral” pasa lo mismo, lo cual, por supuesto, es una derivación de la disyuntiva anteriormente planteada.

En este sentido, hay que partir del criterio de que todo proceso educativo implica en su esencia que mediante el mismo se alcancen los logros del desarrollo en todos los niños. No obstante, como ya se dijo, con frecuencia se habla de modelos curriculares que se enfocan hacia determinados aspectos del desarrollo, o priorizan unas áreas con respecto a otras. Esto se opone a lo que ha de constituir un principio educativo básico: que el niño y la niña se desarrollen plena y armónicamente, tanto en lo que respecta a lo cognitivo o intelectual, como lo referente a lo físico y motor, lo afectivo - motivacional, lo estético y moral.

Esto tiene dos implicaciones prácticas importantes: que las actividades pedagógicas engloben todos los aspectos del desarrollo y que tengan la secuencia apropiada para un aprendizaje exitoso por los niños y las niñas, y por otra parte, que las mismas mantengan la apropiada vinculación horizontal y vertical, a la vez que dentro de cada actividad, se procure activar las demás.

En el caso de la primera infancia esto tiene una importancia significativa. Este estadio de la vida considerado como la etapa del desarrollo que abarca desde el nacimiento hasta los 6 ó 7 años, es valorado por muchos como el período más significativo en la formación del individuo, pues en el mismo se estructuran las bases fundamentales de las particularidades biológicas, fisiológicas y físicas, y de las formaciones psicológicas de la personalidad, que en las sucesivas etapas del desarrollo se consolidarán y perfeccionarán.

Según A. Leontiev y otros muchos estudiosos, es el período más importante de la formación inicial de la personalidad, en el que se establece la formación fáctica de sus mecanismos psicológicos, y es precisamente por esto que la primera infancia es tan significativa a los fines del desarrollo.

Ello se debe a múltiples factores, pero quizás el más importante radica en el hecho de que en esta edad las estructuras biológicas, fisiológicas y psicológicas de la personalidad están en pleno proceso de formación y maduración, lo que hace particularmente significativa a la estimulación que pueda hacerse sobre dichas estructuras, y por lo tanto, de las cualidades, procesos y funciones físicas y psíquicas que dependen de las mismas. Es quizás el momento de la vida del ser humano en el cual la educación es capaz de ejercer la acción más determinante sobre el desarrollo, precisamente por actuar sobre formaciones que están en franca fase de maduración.

Esto se realiza en un constante proceso de actividad, pues resulta imposible considerar el problema de la formación de la conciencia y la formación de la personalidad independientemente de su relación con la actividad. Así, todas las cualidades de la personalidad, no solo se manifiestan en la actividad, sino que se forman en ella, en sus distintos tipos, por lo que el desarrollo psíquico del ser humano es ante todo el proceso de formación de su actividad, y, por supuesto, de todos los procesos psíquicos (cognitivos, afectivos, conductuales, etc.) que la forman y que van a crear su personalidad.

Todas las cualidades, aspiraciones, objetivos e intereses y capacidades del individuo se manifiestan en su actuación en los distintos tipos de actividad. En dependencia de lo que hace (o sea del contenido de su actividad), de cómo lo hace (procedimientos de la actividad), de la organización y condiciones de la actividad y de la actitud que la misma provoca en el sujeto, se forman las capacidades, los motivos, los rasgos del carácter: En suma, la personalidad se forma en la actividad.

La educación, como ya se afirmó, significa la consecución en los niños y niñas de aquellos rasgos y particularidades de la personalidad que propicien su desarrollo multilateral y armónico: multilateral, referido a los logros que se alcanzan en las diferentes esferas del desarrollo, tanto desde el punto de vista físico, sociomoral, cognoscitivo y estético, y armónico, por el equilibrio que debe mantenerse entre estas esferas del desarrollo. En su conjunto, el desarrollo integral del niño.

Así, se denomina como educación de la primera infancia al sistema de influencias educativas estructurado, elaborado, organizado y dirigido para la consecución de los logros del desarrollo integral de todos los niños desde el nacimiento hasta la crisis del desarrollo de los seis-siete años, y que en muchos países se relaciona con el tránsito a la educación escolar.

Sus objetivos generales, por lo tanto, se corresponden con dos tareas fundamentales que constituyen la base esencial sobre la que puede lograrse todo el posterior desarrollo, y que aparecen de una forma u otra reflejadas en la mayoría de los sistemas educacionales. Estas tareas son el lograr en cada niño el máximo desarrollo de todas sus potencialidades de acuerdo con las particularidades propias de la etapa, y alcanzar, como consecuencia de ello, la preparación necesaria para un aprendizaje escolar exitoso.

Todo este preámbulo es indispensable para valorar entonces por qué la educación para la paz ha de formar parte de ese desarrollo integral, y de cómo se ha de posibilitar la consecución de sus objetivos en esta etapa de la primera infancia.

Si se parte del hecho de que vivir en paz, y actuar en consecuencia para alcanzar una cultura de paz, es condición necesaria e indispensable incluso para la propia supervivencia de la especie humana en el mundo actual y futuro, es obvio que sentar sus bases en las primeras etapas de la vida, donde se forman las bases fundamentales de la personalidad, sea una cuestión de primer orden.

De esta manera al igual que se trabaja para que en el niño se formen conceptos sobre el conocimiento de la naturaleza y del mundo de los objetos, de las relaciones entre el mundo circundante natural que le rodea y de muchas otras relaciones de tipo material, es imprescindible trabajar sobre el conocimiento de la vida social y la convivencia humana, en las cuales la formación de conceptos sobre la paz y de comportamientos afines a la paz, ha de ocupar un lugar importante, sobre todo considerando un mundo actual tan convulso y violento.

Las metas o propósitos más generales de la educación para la paz en la primera infancia no son, por lo tanto, la incorporación de un conocimiento que se añade al mundo cognoscitivo del niño, sino la formación de rasgos de su personalidad, en el plano afectivo y el cognitivo, que le permitan sentir, ser y actuar en correspondencia con una cultura de la paz.

Por supuesto ello no quiere decir que los niños de esta edad lleguen a comprender en el plano abstracto del pensamiento lo que es la paz (lo cual es inasequible al desarrollo psíquico en esta etapa del desarrollo), pero sí que tengan vivencias positivas de lo que es una atmósfera de paz, posean mecanismos psicológicos que les posibiliten considerar porqué es mejor vivir y relacionarse de manera pacífica, y actuar mediante comportamientos no violentos, gregarios y solidarios, sobre una base de comprensión de los demás.

A esto, que los niños de vez en cuando oyen a los adultos decir que eso es lo que denominan bajo el nombre de “Paz”, es a lo que los niños de la primera infancia deben alcanzar, y se debe aspirar en la educación de la primera infancia.

Si somos entonces consecuentes con nuestra concepción de la significación de esta etapa del desarrollo, y de las implicaciones de una educación integral en la misma, se habrán sentado las bases de una proyección de los niños hacia la paz, que en las posteriores etapas del desarrollo se consolidarán, adquirirán un carácter más complejo y se convertirán en conceptos morales y valores estables que guíen su conducta como seres humanos, como personas, y como ciudadanos.

 

2.4 Escuela infantil, comunidad y Educación para la Paz

De todos los agentes educativos que intervienen en la formación de una cultura de paz en los niños, el lugar preponderante le corresponde sin dudas a la educación infantil, y en un segundo término, a la comunidad.

La familia, como primer agente educativo en la formación general del niño, tiene muchas limitaciones para llevar a vías de hecho práctico una educación para la paz, debido en primer lugar a la falta de conocimientos organizados de un tema tan complejo como es la paz, y en segundo lugar, por la simple razón de que la paz es un concepto que no puede realmente enseñarse fuera del conjunto de las interrelaciones sociales humanas, que está bastante limitado en el hogar, y que, sin embargo, tiene amplias posibilidades en las condiciones del centro infantil.

Porque, ¿cómo puede la familia, en las condiciones del hogar, demostrar al niño lo que es la cooperación y ayuda mutua con los demás? ¿O hacerle ver lo que significa el respeto a la diversidad?, por solo nombrar algunos ejemplos. Ello no quiere decir que la familia no pueda cooperar en el plano de la formación moral de estos conceptos, al contrario, tiene mucho peso para darle a los niños un concepto de valor, sino que le es muy difícil realizar actividades que propicien dicha formación hacia una cultura de paz, pues con los niños de estas edades, por las propias particularidades de su desarrollo psíquico, no les es posible consolidar conceptos abstractos que descansen en el plano verbal, sino realizar actividades que propicien la formación de dichas cualidades, y esto es mucho mas factible de poder hacer en el centro infantil, dentro del grupo de niños, en la interrelación humana que se da entre los niños, sus educadores, y el entorno que les rodea.

Pero, aún reconociendo el rol fundamental que tiene la familia en la formación del niño, a su vez se plantea la disyuntiva de si la familia, o todas las familias, poseen las condiciones económicas, sociales y educativas para garantizar el desarrollo integral de sus hijos, y por lo tanto, promover todas aquellas cosas que son indispensables para que el futuro ciudadano que en la misma se forma reúna en el futuro las cualidades que les son necesarias para un comportamiento social apropiado, del cual, su actitud ante la paz y la interrelación pacífica con los demás constituye un elemento importante en su bienestar social y colectivo.

Es así como el centro infantil se presenta como el principal elemento de socialización para el niño, en el cual va a aprender a compartir, a esperar y a respetar; lo que le hace adquirir una gran relevancia, ya que se presenta como la estructura intermedia entre la propia familia e integración del niño con las demás estructuras sociales.

En este sentido, el centro infantil constituye una institución social, que expresa en su esencia, las proyecciones y los criterios que una determinada sociedad establece para la educación de los niños en estas edades iniciales. Desde este punto de vista, la sociedad establece sus expectativas respecto a los logros del desarrollo a alcanzar en los niños de esa comunidad educativa, y los objetivos generales del centro infantil guardan entonces una estrecha relación con tales objetivos generales, de los cuales la consecución de una cultura de paz ha de estar entre los más importantes.

Pero, y esto es muy importante, el centro infantil no es una entidad que solamente reproduce los intereses de la clase dominante, sino que otros sectores de la sociedad que también cumplen la función de enseñar, de socializar la cultura, y de instrumentalizar a los educandos para la comprensión de esta realidad, ejercen una influencia sobre el mismo, dado el carácter abierto de esta institución. De ahí que el centro infantil sea un reflejo del mundo social y físico que le rodea, con sus complejidades, sus contradicciones, y sus proyecciones.

Al posibilitar que el proceso de aprendizaje de los niños se realice dentro de una metodología activa y participativa, donde se favorecen las situaciones de dicho aprendizaje con un enfoque humanista, que eduque y favorezca en los niños la autoiniciativa, la autodisciplina, la independencia, estos principios pueden llevar a los niños a adquirir capacidades y habilidades que les permitan analizar el mundo que les rodea, enfrentarse a los problemas y resolverlos, a convivir con otros de modo cooperador y participante, que son condiciones básicas dentro de una cultura de la paz.

Así, una finalidad importante del centro infantil la constituye consolidar en los niños una actitud de respeto, consideración y colaboración, educarlos en el amor a la paz y el amor y cuidado del medio ambiente que los circunda, de la naturaleza inanimada y la fauna y la flora, lo cual lo convierte en el agente educativo más significativo en la educación para la paz.

Esto lo puede llevar a cabo mediante un plan organizado de influencias educativas que, con los objetivos y propósitos de la educación para la paz, diseñe un sistema de actividades pedagógicas que de manera gradual y tomando en consideración las particularidades del desarrollo evolutivo de los niños, conduzca a la formación de las normas, valores, actitudes y comportamientos proclives a la cultura de la paz.

La comunidad, por su mismo carácter social, constituye también un agente educativo de primer orden para los fines de la educación de la paz, de nada vale lo que haga la familia, o promueva el centro infantil, si la comunidad ejerce una acción diferente y una influencia distinta hacia los objetivos y propósitos de una cultura de la paz.

En la gran parte de la bibliografía suele aparecer la definición de comunidad como “una unidad social, con ciertas características socioeconómicas y culturales que le dan a la misma una organización dentro de un área determinada”. En ocasiones se asume un enfoque ecológico, al decir que la comunidad es una serie de sistemas interrelacionados de personas, organizaciones y eventos. Así, en la primera definición se parten de los elementos estructurales de la comunidad, y en la segunda de los funcionales.

La comunidad como tal constituye el medio natural y sociocultural mas inmediato en el que se desenvuelve el individuo, y sus particularidades han de matizar la formación de todas las personas que habitan en la misma, lo cual se refleja en su desarrollo cultural, económico, intelectual, sociopolítico, emocional y motivacional, que se sintetizan en la personalidad de cada sujeto y, por consiguiente, en cada familia.

La estabilidad del núcleo familiar, la cantidad de adultos que intervienen en la educación de los hijos, la forma en que la familia participa en la vida de la comunidad y en que se incorpora a las actividades sociales, es determinante en la formación de actitudes y sentimientos de los que en ella se educan.

Estas estructuras interactúan con sus características e interacciones y definen el carácter subjetivo, psicológico, de la comunidad, y a su vez influyen de una manera u otra en el carácter objetivo, material, de la familia, en dependencia de su organización y su posición activa o pasiva respecto a las condiciones donde transcurre su vida y actividad.

Esto quiere decir que, independientemente de la singularidad de cada familia, la comunidad que le rodea determina formas afines de pensar y de actuar, de sus normas y valores, de sus creencias y criterios. Desde este punto de vista, por mucho que se incida en la transformación de la familia, este cambio es inestable y de poco alcance, si no se transforma al medio social inmediato.

Lo mismo sucede con el centro infantil, que enclavado en una comunidad, está también condicionado por las particularidades de su entorno inmediato, y a su vez condiciona dicho entorno, por lo que la interrelación entre el centro y la y la comunidad es básica a los fines de la educación para la paz. De esta manera lo que se plantee en el proceso educativo debe encontrar su confirmación en la comunidad que le rodea, y cuando no es así, por tener dicho grupo social particularidades no afines, ha de ejercer una acción para su transformación. Esto, por supuesto, no es una tarea fácil, pero es algo a lo que no puede renunciar la institución infantil, si desea que los cambios que se operan en los niños se refuercen cuando se integran a su comunidad respectiva.

Por otra parte, si de la comunidad surgen proyecciones hacia una educación de la paz, ello posibilita una mejor acción educativa del centro infantil, y ambos, puestos de acuerdo, incidir de forma más directa sobre la familia.

Es así como la trilogía familia-centro infantil-comunidad ha de convertirse en una proyección permanente de una educación para la paz, y de manera consecuente de una cultura de paz apoyada en bases firmes y estables.

A cada centro educativo infantil afluyen niños y niñas que aunque procedentes a veces de una misma comunidad, son criados en el seno de muy variadas familias, en las cuales se opera un proceso educativo particular que es enfocado como la actividad de un grupo socialmente condicionado con determinadas referencias.

Es decir, las condiciones en que se educan los menores están en concordancia con el micro medio en que esta célula primaria de la sociedad se mueve y desenvuelve, en relación con su comunidad.

El centro educativo, a su vez, está ubicado físicamente en un contexto comunitario determinado del cual proceden a veces los educandos y quizás una parte de sus propios trabajadores, y debe ejercer una influencia hacia esa comunidad.

Indiscutiblemente, los procesos culturales sociales, que en general acontecen en la comunidad trascienden y repercuten de una u otra forma en el centro infantil, ya porque de ellas son actores los propios miembros de la familia de los niños y niñas que allí se educan, o porque generan ideas, actuaciones o respuestas que, de no conocerse su procedencia, pueden ser inexplicables para los adultos educadores.

 

2.5 Contenidos, pilares y saberes de la Educación de la Paz en la primera infancia

La educación para la paz, como se ha dicho anteriormente, es un proceso que debe estar presente en el desarrollo de la personalidad, y como tal ha de ser continuo y permanente, para enseñar a los niños a vivir en la “no violencia", y resolver las problemáticas o conflictos que les puedan surgir en la vida mediante el diálogo, la concertación, y la comprensión. Es la formación de sentimientos y comportamientos sobre la justicia, el respeto a los demás, la tolerancia, en un proceso de enseñanza-aprendizaje de la cultura de la paz, que implica el haberse formado una ética personal y social fundamentada en la convivencia en libertad y en la igualdad, es decir, plenamente democrática.

En este sentido el siglo XX y este nuevo milenio que acaba de comenzar se caracterizan por una progresiva escalada de violencia que, generalizada a gran parte de este mundo convulso, ha generado las más disímiles situaciones de conflicto que se han expresado en confrontaciones bélicas por doquier, el surgimiento de nuevos fenómenos de trágicas consecuencias como son el terrorismo, el auge de diversas formas de la criminalidad, las convulsiones de tipo social y sus secuelas pertinentes tales como la presencia de grandes masas de población sin acceso a las más elementales formas de supervivencia por los efectos de un neoliberalismo rampante, el hambre, la muerte por enfermedades trasmisibles fácilmente combatibles de haberse dedicado los recursos, entre otros muchos problemas que se han convertido en el devenir cotidiano de la humanidad.

Si a ello se le suman los efectos de una devastadora depredación de los recursos naturales del planeta, el calentamiento del clima mundial con sus funestas consecuencias, el progresivo deterioro de la capa de ozono que preserva la vida, la deforestación ambiental, la mayor incidencia e intensidad de fenómenos y desastres naturales, entre otras muchos factores, dibujan un cuadro nada halagüeño de la actual situación que vive el mundo actual, y cuyos efectos, sean por causas naturales o sociales, inciden mayormente sobre los miembros más vulnerables de la población: las mujeres, los ancianos, los desvalidos, y los niños, los niños, los niños.

Todo esto en su conjunto determina que en el transcurso de su vida los niños se enfrentan al encumbramiento de valores negativos al desarrollo personal y social, y que crean una cultura de la supervivencia, del aislamiento, del individualismo más feroz.

Ello dibuja una situación crítica y desfavorable para el sano desarrollo de los niños y niñas en el momento actual y que se reflejan en sus propias ideas y formas de valorar la vida y su participación social, y en la que la sociedad actual está, de manera consciente o impremeditada, dirigida a la formación de valores en nuestros niños que se relacionan estrechamente con la presencia de la violencia como tal en sus más diversas manifestaciones, y que para sobrevivir en la vida, en un mundo tan rapaz, hay que formarse con aquellos valores y comportamientos que permitan la supervivencia en condiciones tan negativas, y donde la propia seguridad, individualidad y éxito personal, es lo único importante a considerar.

Para ello es necesario que los educadores se propongan acciones que, actuando sobre la mente de los niños y niñas que se forman, cooperen y viabilicen el crear en ellos normas, ideas, valores, conceptos, que propendan a la conciliación entre los hombres y a la aceptación de la enorme diversidad que es el género humano.

Uno de estos factores más importantes como ya se ha dicho es la asunción de que la paz entre los hombres es la única vía posible para posibilitar el desarrollo, y lograr a la larga una sociedad mas justa y humana.

Asumir que la paz es crear el mundo que permita el desarrollo, requiere de todo un proceso de formación en que idea y acción estén en correspondencia con los objetivos de toda la sociedad. Ello implica que solamente conseguiremos el mundo de paz que soñamos a través de una educación integral, que comenzando desde la misma cuna forme los valores, desarrolle las normas y reglas, construya las actitudes y comportamientos, que en conjunto configuran una personalidad del individuo en la que la conciencia de la paz, y la búsqueda de los medios y vías para relacionarse consigo mismo, con los demás, con su comunidad, con su sociedad específica, y con todo el mundo, descansen en criterios de paz y de formas no violentas para resolver las dificultades, los problemas, y los grandes males que aquejan al mundo de hoy.

A la educación corresponde este rol, y solo ella es capaz de alcanzar las metas que en la formación de los niños y niñas se plantea la sociedad. Formación que es básico comenzar desde las etapas más tempranas de la vida, pues es en la primera infancia, donde partiendo de lo que se logre en los años iniciales, y que por su esencia sienta los pilares del hombre como ser social, esta labor se continúe en las restantes etapas de formación de la formación de la personalidad, para alcanzar un ciudadano apto, capaz y proclive a resolver las problemáticas y conflictos del desarrollo mediante la cooperación, la solidaridad y la utilización de vías pacíficas para su solución.

Esto hace que la Educación para la paz constituya un contenido y eje central de la formación y educación general del ser humano. El problema es como, y mucho más, en las primeras etapas de la vida.

Por supuesto que una educación para la paz verdaderamente científica está estrechamente relacionada con la formación de valores, con los derechos humanos, con la formación ciudadana, en suma con la educación moral del niño. Pero también ha de tener contenidos que le sean afines, con los que se trabaje durante todo el transcurso de la primera infancia, sin que ello implique que se conviertan en conocimientos a asimilar como los referentes al mundo de los objetos o el del mundo natural.

Por su esencia los contenidos de educación para la paz están estrechamente vinculados con el conocimiento de la vida social, que constituyen una importante área del desarrollo del programa educativo de la primera infancia. Esta relación es conceptual y no estructural, porque la educación por la paz está presente en muchos contenidos, por lo que ella en sí misma constituye un eje o tema transversal dentro del programa. Dentro de los diseños curriculares aparecen los temas transversales que son aquellos que atraviesan los contenidos, los ciclos, las materias y las modalidades.

Considerar a la educación para la paz como un eje transversal no implica incluir nuevos contenidos, sino organizarlos alrededor de una determinada manera de asumir todos los contenidos del programa educativo.

Así, cuando el educador trabaja con los niños un contenido de educación ambiental, como puede ser el de la preservación del medio circundante, ha de vincular este a los de la educación para la paz, argumentando, por ejemplo, que para que el mundo tenga paz todos deben cuidar las plantas y los animales, porque ellos nos proporcionan alimento y abrigo, por lo que si ven a algún niño haciendo destrozos en el huerto, no hay que atacarlo o responderle agresivamente, sino llevarlo a comprender el daño que hace a los demás y así mismo con esa conducta.

De esta manera los contenidos de educación para la paz se reflejan en todos los demás, y colaboran a enfocar el proceso educativo con los niños de esta edad de forma globalizada.

Al respecto, existen ya muchos países, como es el caso de España, en que la Educación para la Paz aparece como un tema transversal en el marco de la reforma educativa.

Los contenidos de la Educación para la paz versan sobre el análisis del conflicto, la solidaridad, la tolerancia, el compromiso, la aceptación de la diversidad, la no discriminación, la vivencia de los derechos humanos, la cooperación, entre otros muchos, los cuales se ajustan de acuerdo con el nivel de enseñanza, como sucede en la educación de la primera infancia.

Así, si para un alumno de primaria o un estudiante de secundaria la aceptación de la diversidad puede vincularse con actividades de solidaridad con los compañeros inmigrantes o de diferentes etnias del aula mediante diálogos, coloquios o acciones de resolución de conflictos, en el aula de infantil puede asumir la forma de la celebración de un cumpleaños colectivo en la cual se ha de regalar dibujos hechos por los niños de la cultura dominante a aquellos procedentes de otras regiones del país o del extranjero. Al respecto puede consultarse el Anexo del capítulo 5 del libro “Los procesos multiculturales en los niños”, en el cual se sugieren diversas actividades para propiciar la aceptación de la multiculturalidad, y que se imbrica de manera directa con las concepciones referidas de la educación para la paz.

Todo lo anterior lleva a la conclusión que los contenidos de la Educación para la Paz estriban fundamentalmente en el desarrollo de acciones para crear valores, normas, comportamientos y actitudes, que acompañados de vivencias, moldeen rasgos permanentes de la personalidad que sean proclives a una cultura de paz y a una conducta ciudadana.

Ello no exime la existencia de contenidos o saberes como los de cualquier otra área del desarrollo. Incluso los niños de la primera infancia pueden conocer respecto a instituciones u organizaciones que colaboran en la consecución de la paz, el problema radica en como hacerles llegar estos conocimientos de una manera afín a su mentalidad infantil.

Por ejemplo, si se desea que los pequeños tengan una noción de lo que es la UNESCO y de sus funciones (para nombrar un caso extremo), por supuesto que no se les puede llevar ese conocimiento como a un alumno de primaria o secundaria, pero si hacerles asequible algunas nociones mediante formas como “Existe un grupo de personas muy buenas que trabajan en un lugar que se llama UNESCO y que buscan que haya paz entre las personas. Ellos hacen muchas cosas, tales como….”, y esto apoyarse con láminas, fotos, vídeos, en los que se observa el edificio que ocupa la organización, las acciones que realizan (que puede ser una foto de ayuda a niños de África), y esto reforzarse con una visita que se coordine a la institución. Como se vé inclusive la asimilación de conocimientos y saberes más complejos y abstractos pueden hacerse asequibles a los niños si se conocen las particularidades de sus procesos psíquicos, su manera de incorporar los conocimientos, los estímulos que los provocan, las formas pedagógicas de trasmitirles el contenido, entre otros factores a considerar.

Dentro de esta vinculación como eje, la educación para la paz se asienta desde el punto de vista de su contenido, de acuerdo con las concepciones modernas, en dos pilares básicos ya mencionados anteriormente: el concepto de paz y de paz positiva, y la solución de conflictos.

¿Qué puede considerarse para un niño de la primera infancia este nombre tan elaborado de “solución de conflictos”? Simplemente enseñarle que cuando desea obtener un juguete con el que juega otro niño, debe esperar a que aquel termine, o hablarle para que entre ambos, puestos de acuerdo, jueguen con el mismo a la vez. Tan simple como eso. Y así con todos aquellos contenidos tan aparentemente complejos que se señalan para las edades posteriores.

En suma en la concepción moderna de la paz también se reformula el concepto de conflicto, que ha sido tradicionalmente asociado con lo negativo, la violencia, la agresión, para valorarlo como un proceso natural y consustancial a la existencia humana, que es producto del desarrollo, y que es omnipresente (porque es bien difícil concebir la existencia y desarrollo humanos sin la presencia de conflictos), que históricamente han sido resuelto mediante la violencia, y que ahora se plantea hacerlo mediante el dialogo, la conciliación y la comprensión.

Así, educar para la paz en el centro infantil respecto al conflicto es canalizar la agresividad, encontrar vías para analizar y resolver los conflictos del grupo mediante formas pacíficas, y cultivar la tolerancia y la afirmación de la diversidad. El contenido director entonces va ha estar enfocado hacia la formación en los niños de nociones, actitudes, comportamiento y vivencias respecto a la aceptación de los demás, el respeto a la diversidad étnica, social, religiosa, los modos de conducta socialmente adecuados para la solución de conflictos, la promoción de valores respecto al contacto pacífico con los demás, la defensa socializada de los derechos, la convivencia y la solidaridad social, y la evitación de la agresividad negativa, la intolerancia, la intransigencia, y otros aspectos, para lo cual se apoya en las actividades de los contenidos del conocimiento de la vida social del currículo.

Promoviendo, además, el fomento de la autoafirmación, el desarrollo de la confianza en sí mismo y en los otros, y el refuerzo del sentimiento grupa, y de las conductas pro sociales.

Un procedimiento metodológico básico fundamental en la formación en el niño de esta edad de todos esos rasgos y comportamiento, radica en la utilización del juego de roles.

El juego de roles es aquel en el cual los niños asumen los papeles de diversos personajes en el juego (de médico, de chofer, de maestro, entre otros), entre los cuales se dan diversas relaciones a partir de estos roles. Esto es un gran avance en su desarrollo psíquico, y una vía importante de conocer el mundo social que les rodea.

Para el desarrollo del niño el más significativo de todos sus juegos en la etapa de la educación infantil, lo va a ser el juego de roles, ya que mediante el mismo el niño puede sustituir a la realidad y a las relaciones que se dan en dicha realidad, lo cual lo convierte en el medio ideal para el aprendizaje y la asimilación de las normas, valores y comportamientos propios la primera infancia.

El juego de roles de roles es social, tanto por su naturaleza, como por su origen, es un proceso socialmente adquirido no presente en los animales, y en los cuales los niños asumen los papeles de los adultos, realizan de manera creadora sus actividades y asimilan las relaciones sociales que se dan entre sí.

El juego de roles es una escuela de la vida social, donde el niño aprende las relaciones de dicho mundo social de la forma que le es mas afín a su naturaleza infantil.

Pero no solo las normas, valores y comportamientos se aprenden mediante el juego de roles, sino también los conocimientos que corresponden a cada rol, y de las relaciones cognoscitivas que se dan. Es por ello que se convierte en la actividad general principal del desarrollo a partir de los tres años de vida.

El juego de roles no se presenta completo desde un primer momento, sino que se va desarrollando a formas cada vez más complejas, hasta que alcanza su manifestación más plena a los cinco-seis años.

Pero no solo conocimientos, normas y valores se adquieren mediante el juego de roles, sino que este, como actividad principal del desarrollo, actúa sobre todos los demás procesos psíquicos.

Así, contribuye al desarrollo de la imaginación y el pensamiento, a la formación de la independencia y la creatividad, al fortalecimiento de la voluntad, a la educación moral (porque cada rol tiene “reglas ocultas” que hay que acatar y que son moralmente encomiables), al establecimiento de relaciones sociales en una actividad conjunta, entre otras muchas, y sobre todo, a promover el bienestar emocional del niño, porque a todos los niños les encanta jugar y aprender mediante el juego.

En el caso específico de la educación para la paz, el juego adquiere la mayor importancia pues mediante el mismo es posible reproducir situaciones que no serían posibles de hacer partícipes a los niños en la realidad. Por ejemplo, si se hace un juego de roles en el que los niños asumen el papel de médicos y enfermeras para ir a ayudar a los enfermos que hay producto de una situación de guerra (que va a colaborar en el desarrollo de rasgos de la personalidad como la ayuda, la cooperación, la solidaridad, entre otros), los niños pueden asimilar esas nociones y conocimientos en la situación del juego, y mediante la reiteración y otras formas del trabajo educativo, ir desarrollando acritudes y vivencias al respecto.

De esta manera es posible crear muchos juegos de roles para trabajar directamente y organizar actividades concretas sobre la educación para la paz, la solución de conflictos, y otros temas relacionados. Así pueden crear juegos para la cooperación, la solidaridad, la comprensión y aceptación de la diversidad cultural, para el colectivismo y la ayuda mutua, entre otros muchos en que la iniciativa y la creatividad del educador puede jugar un papel importante.

 

2.6 Educación de la Paz, educación moral, formación de valores, y habilidades sociales

El desarrollo de la personalidad es inseparable de la educación, que es la vía mediante la cual se ejercen las influencias sociales, y que operando a través de los sistemas de actividades y de la comunicación, transmiten al individuo en el plano personal, lo que resulta más significativo a un nivel social más general.

La influencia de lo social en el desarrollo de la personalidad, a través de las actividades y de la comunicación, ocurre en el transcurso de la vida cotidiana, tanto en las instituciones, como de manera espontánea, en al propia experiencia personal del sujeto. Estos son los espacios en que lo social alcanza un sentido personal en el individuo, integrándose a su personalidad, que se configura de modo irrepetible, singular y caracteriza su expresión individualizada.

Desde su nacimiento y aún antes, el niño y la niña se ponen en contacto con la cultura espiritual y material creada por la humanidad. Esta familiarización ocurre no de manera pasiva, sino activamente durante el proceso de la actividad, de cuyo carácter y de las particularidades de las relaciones que el niño y la niña establecen con las personas que lo rodean, depende en gran medida el proceso de formación de su personalidad.

Es decir, la personalidad se forma en el sistema de relaciones sociales en que el hombre se desenvuelve, el cual interioriza en su quehacer personal toda la experiencia social acumulada por las generaciones anteriores.

La Moral, por tanto, va a ser siempre una expresión de ese medio social, y puede entenderse como la actuación del sujeto acorde con las normas socio morales presentes en un grupo humano dado, y que es realizada de manera voluntaria.

El proceso educativo mediante el cual entonces el ser humano, el niño, asimila las normas morales que van a formar parte de su personalidad, se corresponde entonces con la educación moral.

La educación moral ocupa un lugar cimero en la concepción de una educación para la paz, pues de acuerdo con los preceptos morales que se forman, y la valoración que se incorpore de lo que es el bien, el mal, la amistad, la ayuda mutua, la honestidad y la veracidad, entre otras muchas cualidades, asimismo será la proyección del niño hacia el respeto de los demás, la asunción de formas socialmente aprobadas de resolver los conflictos, su conducta personal y social.

Por eso es que en un material que trate de los contenidos de la educación para la paz, no puede estar exentos aquellos que se corresponden con su educación moral, puesto que la educación para la paz es parte integral de la misma.

Lo mismo sucede con los valores. Un valor puede definirse como un elemento real, deseable, objetivo y conveniente al ser humano que se interioriza a través de la experiencia individual y se convierte en una norma moral de conducta.

Los niños, a través de sus experiencias seleccionan, eligen y hacen suyo un sistema de valores que les ayudará a desarrollar una conciencia moral y a adquirir el compromiso individual de organizar su conducta llevándolos a la práctica.

De hecho se destaca entonces que la formación de valores está estrechamente ligada a la educación moral, y consecuentemente a las concepciones de una educación para la paz, tanto que a veces se unilateraliza la formación de valores como el contenido de la educación para la paz, cuando, si bien es uno de los más importantes, no es lo único a considerar en la formación de una cultura de paz.

Independientemente de este análisis, si está bien claro que la formación de valores es un contenido que se asume en un sistema de influencias educativas dirigido a propiciar una educación para la paz y a la formación de una cultura de paz.

Por su importancia, y la necesidad de ampliar en aspectos tan importantes para la educación de la paz, tanto la educación moral como la formación de valores han de ser tratados en unidades subsiguientes, puesto que ahora solo han sido mencionados por tratarse de contenidos formativos que no pueden dejar de señalarse en esta unidad.

Pero la formación de normas y preceptos morales, así como la de los valores, requieren para su real interiorización que los niños desarrollen un cierto nivel de habilidades sociales que les posibiliten la puesta en práctica de aquello que en el plano interno se conforma, puesto que normas o valores siempre están en dependencia del contexto social en que se mueven. De ahí que como precedente para la profundización de la educación moral y la formación de valores se hace indispensable determinar como se forman esas habilidades sociales que van a ser parte integrante de dicha formación.

Una habilidad es una forma de asimilación de la actividad que consiste en el dominio de un sistema de operaciones, tanto psíquicas como prácticas, que permiten la regulación racional de una tal actividad. Implica un dominio de acciones que comprenden conocimientos, hábitos y operaciones orientadoras, ejecutoras, controladoras.

El dominio de una habilidad es sinónimo de saber hacer, cuando una habilidad se tiene se sabe siempre como hacer, de que manera operar, como actuar. Esto es muy importante de reconocer, porque un conocimiento es efectivo, existe realmente, cuando puede ser aplicado, ser utilizado en la solución de determinadas tareas.

Por lo tanto, saber hacer caracteriza a la habilidad, y en la medida en que el saber hacer se consolida, se habla entonces de una habilidad dada. Por lo tanto, la verdadera formación de conocimientos, como sucede con los referidos a la educación para la paz, conlleva necesariamente a la formación de habilidades.

Así, que un niño de la primera infancia sepa, o se aproxime a un concepto de lo que es la paz, no significa que “cacaree” que cosa es la paz, sino tiene que significar la posibilidad de operar con dicho concepto, utilizarlo, incorporarlo en su actividad cotidiana. Solo entonces es que puede afirmarse que el niño domina efectivamente el concepto de paz.

Por supuesto, cuando el conocimiento es de tipo teórico o conceptual se habla de habilidades intelectuales, si de tipo práctico, de habilidades prácticas o de la experiencia práctica, si de tipo social, entonces estamos frente a las habilidades sociales, que son indispensables formar en el niño para que pueda realmente poner en práctica lo que de manera mental conoce.

En este sentido las actividades que por lo general se realizan con los niños en su educación moral o en la formación de valores, requieren de esta “puesta en práctica”, para saber si realmente forman parte ya de los componentes de su personalidad en formación. Es harto frecuente que los niños de esta edad muestran en el plano mental y verbal determinados criterios respecto a una conducta “positiva” a seguir, y luego al actuar, lo hacen de manera totalmente diferente. En esto, por supuesto, juega la edad específica de los niños en el momento dado, y la real interiorización de lo que se les ha pretendido enseñar.

Por lo tanto, si se desea que los niños realmente lleven a vías de hecho lo que se pretende enseñarles de la educación para la paz, se hace imprescindible formarle las habilidades sociales que les posibiliten ponerlo en práctica en su quehacer cotidiano.

Todas las habilidades son el resultado de la sistematización de acciones que se subordinan a un fin consciente, y esta sistematización implica no solamente la repetición y reforzamiento de las acciones correspondientes, sino también de su perfeccionamiento, y siempre van a estar reguladas de manera consciente por el sujeto.

¿Qué quiere esto decir en el caso del niño de la primera infancia? Que si se pretende que se formen en el mismo determinadas conductas respecto a la paz, eso hay que reiterarlo de diversas maneras, que el niño actúe ante las condiciones que el educador organiza para que se dé el proceso de formación de la habilidad, que las mismas no pueden ser siempre iguales, y de que comprenda que está haciendo y porqué lo hace, para que pueda ser capaz de modificar su comportamiento de acuerdo con las circunstancias y en la medida en que el educador cambie las condiciones para perfeccionar dicha habilidad, social en este caso.

Mas claro aún, si se quiere que los niños aprendan como actuar de manera no agresiva frente a un conflicto, hay que propiciar su enseñanza de varias maneras, que tenga una conducta activa y no pasiva para la solución del mismo, que entienda que actúa de esa manera (pacífica, en este caso) porque tiene un problema que resolver, y que eso puede ser de forma distinta una próxima vez. Aunque de inicio un neófito pueda plantearse que eso no es muy posible de lograr en un niño de edad preescolar, la experiencia pedagógica demuestra que sí es posible cuando el educador sabe lo que tiene que hacer (lo cual es a su vez una habilidad pedagógica que el educador pone en práctica con sus niños).

En el caso de la educación para la paz en estas edades, si bien en cierta medida se desarrollan también habilidades de tipo intelectual o cognoscitivo, las principales radican en las habilidades prácticas y las sociales.

Las mismas requieren, como en el caso de cualquier habilidad, seguir los siguientes pasos en su formación:

1. Necesidad de planteamiento reiterado de objetivos que exijan la realización de un mismo tipo de acción (esto con vista a promover la sistematización y consolidación de la habilidad),
2. Mantenimiento de un carácter activo del aprendizaje, que exige la comprensión clara de los fines que se persiguen,
3. Realización gradual y progresiva de la formación de dichas acciones.

Con este esquema de formación el educador puede elaborar un sinnúmero de actividades que propicien la paulatina estructuración de dichas habilidades sociales en sus niños, si bien puede remitirse al anexo de la Unidad 5 de este mismo material, en el cual se plantean bloques de actividades para la educación para la paz que en su esencia responden a estos planteamientos señalados.

Para que el niño de estas edades desarrolle habilidades sociales lo primero que hay que tener en cuenta es que las mismas se realicen en una actividad conjunta (lo cual parece casi una verdad de Perogrullo), y que exista una motivación para hacerlo.

Es decir, de nada vale que el educador cree procedimientos metodológicos muy bien concebidos pedagógicamente, si sus niños no tienen creada una motivación que los impulse a actuar. En el caso de la educación para la paz esto es mucho más evidente, puesto que por su misma esencia son contenidos difíciles de poder llevar a la práctica pedagógica en estas edades, y por lo tanto, requieren de un entusiasmo y un deseo de hacer que balancee la falta de estímulo directo que dichos contenidos pudieran tener.

Las relaciones sociales de los niños en la primera infancia dependen entonces de los distintos tipos de actividad, y en la medida en que las mismas les sean interesantes dichas relaciones formadas en el seno del grupo han de influir en la propia eficiencia de la actividad en cuestión, en la creación de una determinada actitud hacia su realización, y en la formación de una motivación socialmente significativa.

Estas relaciones sociales que se dan en el grupo infantil son de tres tipos:

1. Personales
2. Valorativas
3. De trabajo

En realidad las tres suelen estar usualmente unidas, aunque en las personales predomina el componente emocional y en las valorativas y de trabajo, el racional.

Conociendo el educador de la existencia de este tipo de relaciones dentro de su grupo, puede organizar actividades-tipo que posibiliten la formación de las habilidades sociales necesarias.

Es importante a su vez reconocer que el nivel de las habilidades sociales que se puedan formar en el colectivo infantil, no se determinan solamente por los vínculos emocionales directos, sino que está mediatizado por el carácter de la actividad conjunta, cuya influencia forma una sociedad infantil particular, que crea un sistema de relaciones relativamente complejo y estable dentro del grupo.

La motivación para la realización de la actividad influye positivamente en el carácter de las relaciones y de las habilidades sociales de los niños, aunque el educador debe estar consciente que, por falta de una adecuación dirección de su grupo, la actividad conjunta no siempre tiene un efecto positivo en las mismas.

Así, si el grupo tiende a la desorganización y el educador no sabe como controlarlo, en lugar de conseguir que los niños utilicen formas socializadas de relación, puede que caigan en el extremo opuesto y apliquen formas agresivas de resolver el conflicto surgido, lo cual es obviamente contraproducente en una actividad que se supone esté dirigida a la formación de una cultura de paz.

Una actividad bien organizada es determinante en el sistema de las relaciones interpersonales de los niños, y la formación de sus habilidades sociales. De más esta decir que la actividad conjunta más importante en este caso es, por supuesto, el juego libre, y particularmente el juego de roles.

Ello quiere decir, que el juego de roles es la actividad principal para la formación de las habilidades sociales que son indispensables para una educación para la paz. Habilidades sociales que son las que posibilitan que las normas, comportamientos, actitudes y valores sociales y personales se pongan en práctica y paulatinamente se conviertan en modos de conducta interiorizados. Uno de los errores clásicos en la enseñanza de los contenidos de la educación para la paz consiste en la aplicación reiterada de métodos verbales y reproductivos, que determinan conocimientos externos pero no una integración interna de tales normas y valores.

El fin último de la formación de una habilidad social es que esta se convierta en un hábito social. La habilidad como tal puede perderse por la falta de reforzamiento o automatización (cuando el educador solo de vez en cuando trabaja los contenidos referentes a la paz), pero si se convierte en un hábito social pasa a formar parte ya de la estructura de la personalidad, que determina que el niño actúe de una manera dada ante cualquier situación que se le presente.

La educación para la paz debe aspirar a que estas habilidades sociales se conviertan en hábitos, en modos de conducta del niño, que se integren al núcleo central de su personalidad, para que formen parte de la misma, y ya de adulto, actúe correspondientemente con tal formación. De esta manera la educación para la paz pierde el carácter utópico que muchos le señalan, porque si todos los niños que se forman en la sociedad pudieran hacerlo con estas particularidades, el camino hacia la paz y la solución de los conflictos por vía pacífica sería una forma habitual de conducta de todos los ciudadanos (lo cual quizás sea la utopía mayor en este mundo actual tan convulso y violento).

 

2.7 La formación del personal docente para la Educación para la Paz

La introducción en los programas de los distintos sistemas educacionales de todos los niveles de enseñanza y modalidades, formal y no formal, de acciones educativas relativas a la paz, los derechos humanos y la formación ciudadana reviste una importancia fundamental. Sin embargo una mayoría de esos sistemas educacionales carecen de un programa dirigido a formar en sus educandos rasgos de personalidad proclives a una conducta y una cultura de paz.

Esto es extensible a las escuelas de formación de educadores, los cuales tienen que asumir estos contenidos en su práctica pedagógica mediante la preparación metodológica de algo para lo que no fueron entrenados durante su formación como docente.

En este sentido la Educación para la Paz requiere de un docente que posea una preparación adecuada para desarrollar esos contenidos y que a su vez tenga formadas, o formen parte de sus convicciones, cuestiones que son imprescindibles para poder crear en sus educandos una proyección favorable hacia la paz.

Así, este educador ha de tener características psicológicas, sociales y culturales personales que tengan una significación para el desempeño de esta labor, porque si posee una personalidad agresiva, o no cree lo que se supone debe predicar, o piensa que es inútil cambiar las condiciones de violencia imperantes, bien poco podrá hacer para llevar a los niños conceptos y acciones relacionadas con el tema.

Asumir una conducta pacifista se define en este caso como la defensa, construcción y mantenimiento de la paz y un orden social justo que respeta los derechos humanos y resuelve los conflictos por medios pacíficos y no violentos. A su vez la no violencia se entiende como la actitud de renuncia a matar y dañar a los demás seres humanos por medio del pensamiento, la palabra y la acción, lo que implica un respeto integral a la vida, la naturaleza y la libertad de los demás.

En los programas de formación de estos educadores para la paz sería necesario entonces introducir contenidos que favorecieran la adquisición de valores y aptitudes, tales como la solidaridad, la creatividad, la responsabilidad cívica, la capacidad de resolver conflictos por métodos no violentos y el sentido crítico.

De igual manera se deben introducir conocimientos sobre las condiciones de la construcción de la paz, las diferentes formas de conflictos, sus causas y efectos; los fundamentos éticos, religiosos y filosóficos de los derechos humanos, las fuentes históricas y la evolución de dichos derechos y su expresión en las normas nacionales e internacionales, y que se expresan en documentos tales como la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer, y la Convención sobre los Derechos del Niño; así como los fundamentos de la democracia y sus distintos modelos institucionales; el problema del racismo y la historia de la lucha contra el sexismo y todas las demás formas de discriminación y exclusión.

Consecuentemente, el problema del desarrollo y la historia de todos los pueblos, y de las funciones que cumplen los organismos internacionales que luchan por la paz como las Naciones Unidas, deberían ser objeto de estudio de dichos educadores.

En la reforma de los programas de estudio se debería hacer hincapié asimismo en el conocimiento, el entendimiento y el respeto de la cultura de los demás, dentro de cada país y en los distintos países, y vincular la interdependencia mundial de los problemas a la acción local. Habida cuenta de las diferencias religiosas y culturales, corresponde a cada país determinar qué enfoque de la enseñanza de carácter ético se adapta mejor a su contexto cultural.

Esta formación no puede, sin embargo, limitarse a asignaturas y conocimientos especializados, sino que las propuestas de cambio educativo, los métodos didácticos y pedagógicos, las modalidades de acción y las orientaciones institucionales han de promover la utilización de los métodos activos, de tareas en grupo, la discusión sobre cuestiones morales y la enseñanza personalizada, y fomentar la idea de utilizar procedimientos en el aula que gracias a modalidades eficaces de organización y participación, establecer una aplicación de una gestión escolar descentralizada y democrática, en la que tomen parte docentes, alumnos, padres y la comunidad local en su conjunto.

Esto debe conducir a que el educador que se forma vea los comportamientos para lograr la paz, los derechos humanos y la democracia como algo que pertenece a la práctica cotidiana y algo que se aprende a ser, sentir, hacer, y que se puede enseñar.

Por supuesto las escuelas formadoras han de desarrollar estrategias relativas a la educación para la paz, los derechos humanos y la formación ciudadana, en las que se incluya:

a) Ser globales y sistémicas, y tener en cuenta una gran diversidad de factores, como corresponde a un tema tan complejo como es la paz.
b). Poder aplicarse a todos los tipos, niveles y modalidades de educación, todos los agentes educativos (escuela, familia, comunidad) y agentes de agentes de socialización, incluyendo a las organizaciones no gubernamentales y las organizaciones comunitarias.
c) Ser susceptibles de aplicarse en los planos local, nacional, regional y mundial.
d) Desarrollar modos de gestión y administración, de coordinación y evaluación, que concedan una mayor autonomía a los centros de enseñanza, para que puedan elaborar formas específicas de acción y de articulación con la comunidad local, fomentar y favorecer una participación activa y democrática de todos los agentes en la vida centro escolar.
f) Estar adaptadas a la edad y el desarrollo psíquico de los educandos tomando en cuenta la evolución de la capacidad de aprendizaje de cada alumno.
g) Aplicarse de manera continua y coherente, evaluando resultados y falencias, para promover que las estrategias se adapten constantemente a condiciones que se transforman.
h) Proveerse de los medios y recursos de enseñanza y metodológicos necesarios para alcanzar los fines propuestos.

Ello requeriría transformar los centros docentes para que posibiliten las relaciones directas y los intercambios periódicos entre alumnos, padres, profesores y otros educadores, así como llevar a cabo proyectos conjuntos entre distintos centros de enseñanza para resolver problemas comunes.

Las instituciones de enseñanza superior que forman a los educadores pueden contribuir de múltiples maneras a la educación para la paz, y en este sentido se ha de considerar la posibilidad de introducir en los programas de estudios, conocimientos, valores y aptitudes referentes a la paz, los derechos humanos, la justicia, la práctica de la democracia, la ética profesional, el civismo y la responsabilidad social. Igualmente también han de velar porque los estudiantes tomen conciencia de la interdependencia de los Estados en una sociedad cada vez mas globalizada.

Al respecto cabe reproducir lo que la UNESCO refiere para los centros de educación superior:

"Cabe subrayar que la educación superior no es un simple nivel educativo. En este peculiar período signado por la presencia de una cultura de guerra, debe ser la principal promotora en nuestras sociedades de la solidaridad moral e intelectual de la humanidad y de una cultura de paz construida sobre la base de un desarrollo humano sostenible, inspirado en la justicia, la equidad, la libertad, la democracia y el respeto pleno de los derechos humanos."

Todo esto ha de redundar que la formación de educadores y resto del personal docente que intervienen en la educación de los niños de las primeras edades, concienticen que la formación de una cultura de paz, si bien es importante que consideren los factores internos en su concepción de lo que es la paz, no puede concretarse a estos factores, sino que también hay que actuar sobre los factores externos que son, en definitiva, los principales determinantes de un estado de paz en el mundo actual.

Ello también ha de ser considerado en su práctica pedagógica cotidiana en el centro infantil, promoviendo actividades que promuevan formas de acción y de actuación en los niños, y que paulatinamente se han de convertir en componentes internos de su personalidad en formación.

Todo ello pudiera quedar resumido en un adagio popular tradicional:

“Si quieres la paz, no prepares la guerra…
Si quieres la paz, prepara la paz…
Si quieres la paz, edúcate y educa para la paz”