Los abuelos disponen de todo el tiempo del mundo para pasear con los nietos, no tienen prisa, les explican cómo se llaman las plantas y cómo hay que cuidarlas, el nombre de los animales que encuentran por el camino, y mil cosas más. En el parque, no les importa empujar el columpio durante horas o cuidar de los pequeños en el tobogán hasta que se aburren.
Los abuelos son sabios, cuentan historias que sólo ellos conocen y relatan cuentos maravillosos tantas veces como les piden los nietos. Nunca se cansan de jugar con ellos aunque son mayores.
El abuelo mira con orgullo al pequeño cuando le muestra una habilidad nueva y los ojos se le llenan de lágrimas si le abraza y le dice “te quiero abuelito”.
La abuela prepara con mucho amor esa comida tan exquisita que tanto le gusta a su nieto y lo mira feliz cuando vacía el plato. Le gusta tener la casa llena de fotos de toda la familia, dar besos, abrazar, decir a los nietos lo mucho que los quiere y lo importantes que son para ella.
La casa de los abuelos es un lugar estupendo para jugar y, aunque los niños revuelvan todo el cuarto, ellos nunca se enfadan.
Los abuelos compran ropa, juguetes, golosinas y casi todo lo que piden sus nietos; por eso, los papás se molestan muchas veces con ellos. Las mamás suelen decirles que dan demasiados caprichos a los nietos y luego son “insoportables” en casa. Los papás se enfadan mucho con los abuelos, les reprochan que a ellos no les permitieran nada cuando eran pequeños, que estén “maleducándolos” y advierten que si siguen dando caprichos a los nietos, no les dejarán estar tanto tiempo con ellos.
En estas ocasiones, los abuelos se ponen muy tristes, no comprenden que los padres se enfaden porque ellos hacen todo por el inmenso amor que sienten por los nietos y también porque temen que no quieran estar con ellos.
Los abuelos no son los responsables de la educación de los nietos, aunque les transmiten valores que serán su referente en la vida. Educar a los niños les corresponde a los padres, los pequeños lo saben y los abuelos se lo recuerdan cuando les dicen que siempre deben obedecer a papá y a mamá.
Los abuelos siempre lamentan no haber dispuesto de más tiempo libre cuando sus hijos eran pequeños. En aquel tiempo tenían que destinar gran parte de su tiempo a trabajar y a mil quehaceres diarios para procurar que nada les faltara a sus hijos. Les ocurría entonces a ellos lo mismo que les ocurre hoy a todos los padres.
También lamentan no haber dispuesto de más formación. Cuando ellos eran padres jóvenes no existía tanta información como hoy y, en muchos casos, no disponían de medios para ofrecer una mejor educación a sus hijos. Ahora quieren ofrecer “todo” a sus nietos porque de esta manera se sienten útiles y, de algún modo, creen que compensan las posibles carencias.
Los abuelos jamás se equivocan con intención porque les mueve la ternura y el amor inmenso hacia sus nietos.
Pasarán los años y, cuando los nietos se conviertan en padres, contarán a sus hijos las historias que les contaban sus abuelos cuando eran pequeños. En esos momentos, su corazón se inundará de la sensibilidad, la afectividad y el amor que los abuelos les han transmitido.