En el primer minuto de vida, el Neonatólogo realiza una exploración física al bebé denominada Test de APGAR, comprobando varios parámetros: la frecuencia cardiaca (número de latidos del corazón por minuto), la regularidad de la respiración, la calidad del tono muscular, el color de la piel y la respuesta al estímulo del bebé (los reflejos). Cada apartado del test recibe una puntuación que, sumadas, dan entre 0 y 10. Cuando el bebé se encuentra bien, suele obtener una suma de los 5 parámetros igual o superior a 8 puntos en el primer test. Su adaptación al entorno aéreo es progresiva y normalmente alcanza una puntuación ideal en el segundo test que se realiza a los 5 minutos de nacer. Se realiza un tercer test 10 minutos después del nacimiento.
Un resultado entre 8 y 10 puntos indica que el recién nacido se encuentra bien y no precisa reanimación. Sin embargo, una puntuación que no alcanza los 4 puntos supone que el bebé necesita cuidados intensivos que restablezcan inmediatamente una respiración eficaz y una correcta circulación sanguínea, evitando que haya escasez de oxígeno en diferentes partes del cuerpo y especialmente en el cerebro. Estas medidas de urgencia permiten que un recién nacido con una puntuación de APGAR baja pueda recuperarse y ser un bebé sano. Una puntuación baja no implica necesariamente que el bebé tenga problemas neurológicos en el futuro, sino el tipo de reanimación que es necesaria para evitar esos problemas.
La primera revisión pediátrica se realiza en la primera hora. Tras la limpieza del bebé, le administran colirio ocular antiséptico en pomada o gotas para prevenir infecciones por gérmenes del aparato genital de la madre que pudieran causarle problemas oculares. También le administran vitamina K en gotas o por inyección intramuscular que reduce el riesgo de hemorragias porque, hasta que transcurren unos días, el organismo del bebé no es capaz de producir esta vitamina que regula los factores de coagulación.
El siguiente paso es medir la longitud del cuerpo, el perímetro craneal y el peso. El equipo pediátrico del hospital comprueba que no hay malformaciones, problemas en el sistema locomotor, ni alteraciones sensoriales. El pediatra también controla la evolución del bebé, proponiendo los ritmos de alimentación más idóneos.
En la revisión de la cabeza, se examina la presencia de posibles hematomas que pueden producirse cuando ésta se comprime al descender por el canal del parto. Normalmente, los hematomas no tienen importancia y desaparecen alrededor de los 15 días. Además, el pediatra explora las fontanelas que son zonas del cráneo no osificadas y que tardarán algún tiempo en cerrarse. La posterior se cierra antes y la mayor (entre los frontales y parietales) tarda más, aproximadamente hasta el año y medio.
En la piel, el pediatra evalúa el color y la elasticidad. En el rostro examina los ojos, los oídos, la nariz, el paladar, las encías y la garganta. Comprueba que la clavícula no se haya fracturado durante el parto y revisa el cuello que pudiera haberse afectado por la compresión dentro del útero o al nacer. También revisa exhaustivamente el tórax, la frecuencia y características de la respiración, los latidos del corazón y las mamas. En el abdomen realiza una palpación para comprobar el estado del hígado, el bazo, los intestinos y el cordón umbilical. Revisa cuidadosamente el ano y los genitales para descartar malformaciones. En la revisión de las extremidades, constata que la pelvis y el fémur están bien encajados porque muchos niños, y sobre todo niñas, sufren luxación de cadera al nacer que se corrige normalmente con el uso de doble pañal.
El Neurólogo, el Neonatólogo o bien el Pediatra examina los reflejos primarios que garantizan el buen estado neurológico del bebé.
En las primeras 48 horas, y de nuevo entre el 5º y 7º día, se comprueba que no existen alteraciones metabólicas congénitas y se realizan dos tipos de pruebas para descartar la fenilcetonuria y el hipotiroidismo, que son enfermedades metabólicas que, si no se detectan y tratan a tiempo, pueden provocar retraso mental u otros daños importantes. Con un pequeño pinchazo en el talón del bebé sale un poquito de sangre y con ella se impregnan los círculos de una tarjeta que se envía al Centro de Diagnóstico de Enfermedades Moleculares, que remitirá los resultados unas semanas después. En el caso de que los resultados sean positivos, el especialista confirma el diagnóstico e inicia el tratamiento para que el bebé se desarrolle con normalidad.
El siguiente examen rutinario suele realizarse a los 15 días. Además de comprobar la evolución correcta del bebé, el pediatra aclara las posibles dudas de los padres y aconseja los horarios y cantidades de alimento, ofreciendo también orientaciones sobre cómo atender las necesidades básicas del niño.
Si el pequeño goza de buena salud, durante la primera mitad del año las revisiones suelen realizarse una vez al mes y, en la segunda mitad, cada dos meses. A lo largo del segundo año, el pediatra suele indicar una revisión rutinaria cada tres meses y en el tercer año cada seis meses.
En estas revisiones, el facultativo comprueba la evolución del peso, la talla y el perímetro craneal; realiza una exploración general, un seguimiento bucodental, el control del calendario de vacunas y del desarrollo físico y sensorial, haciendo diagnósticos preventivos de posibles alteraciones en la estructura ósea del niño.
Debéis tener presente que la mayoría de niños que acuden a la consulta del pediatra, y todos los que están en la sala de espera de las urgencias pediátricas, lo hacen porque no se encuentran bien de salud. Los hospitales pueden ser lugares idóneos para el contagio de virus, por este motivo, es recomendable acudir al servicio de urgencias sólo cuando resulta imprescindible
Las visitas regulares al pediatra durante los primeros años son imprescindibles para que se realice el correcto seguimiento pediátrico que preserva y garantiza la salud del niño.
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