Criterios de calidad en el centro de educación infantil.
En primer lugar deseo agradecer a
los organizadores de este grandioso evento el honor que me hacen invitándome
a participar en é;l y poder compartir estos días de trabajo
intelectual y compañerismo con personas venidas de lugares tan
diversos. Estoy seguro que los intercambios entre todos nosotros va a
ser una experiencia de gran valor humano y científico.
El tema que se me ha encomendado desarrollar
tiene que ver con una de mis preocupaciones en los últimos tiempos:
el tema de la calidad. Ya tuve la oportunidad de hacer una intervención
sobre este mismo tema en el Congreso anterior. La intervención
de este año conecta con aquella y busca entrar más en detalle
en alguno de los supuestos que entonces presentaba. Por otra parte, hace
tan sólo un par de meses (a primeros de Septiembre de 1998) he
tenido el enorme honor de presidir la 8ª Conferencia Europea sobre Calidad
en la Educación Infantil que la EECERA ha celebrado en Santiago
de Compostela.
Justamente por ello, y para no resultar
redundante y pesado en la exposición, me remito para todo aquello
que afecta a la fundamentación y principios generales sobre la
calidad a aquella intervención y al trabajo recientemente publicado
en la editorial Narcea. En ese texto pueden encontrar desarrollados los
conceptos básicos vinculados al concepto general de calidad y a
las matizaciones que en dicho concepto es preciso incluir cuando lo referimos
a la educación y más en concreto a la educación
infantil.
Puestas así las cosas, esta
conferencia va a tocar 2 puntos importantes en el tema de la calidad:
1. La problemática general
del tema de la calidad con relación a la educación.
2. Los factores o grandes dimensiones
que resulta obligado considerar.
Espero que les resulte interesante
y de alguna utilidad.
I. Los problemas de definición
de la calidad.
Comenzaré; por señalar
algunas consideraciones que afectan a la visión de la calidad desde
el punto de vista pedagógico.
Definir lo que se entiende por calidad
no resulta, en absoluto, sencillo.
Parte de esa dificultad proviene de
la propia polisemia del té;rmino en cuyo nicho semántico
se han ido introduciendo numerosas dimensiones. Cuanto más se generaliza
una palabra, cuantas más cosas se le hace significar, más
va perdiendo su perfil propio y va haciendo borrosos sus límites
y aplicaciones.
Con la calidad ha sucedido
eso. Si la idea de calidad se aplica tanto a lo bueno, como a lo
útil, a lo valioso, a lo eficaz, a lo rentable,
a lo bien organizado, a lo preferido por la gente, etc.
etc. entonces nos encontramos con pocas posibilidades de saber a qué;
se está haciendo referencia en cada caso. Y tampoco resulta fácil
relacionar estimaciones surgidas de una u otra consideración de
la calidad (la misma cosa o aspecto que desde una de esas perspectivas
puede estarse valorando como valioso puede merecer, desde otra de ellas,
una valoración negativa).
Especial importancia adquiere este
punto inicial (la definición de calidad) porque, por lo general,
existe una gran divergencia entre los supuestos de calidad en los que
se sitúa tanto la percepción ordinaria (lo que la
gente normal piensa al respecto) como la visión burocrática
(lo que las Administraciones Educativas tienden a considerar calidad)
con respecto a lo que los teóricos de la educación insistimos
en resaltar como componentes básicos de la calidad educativa (visión
profesional).
Aunque en un punto posterior defenderé;
la necesidad de tomar en consideración la perspectiva de las familias
con relación a la calidad, al menos con relación a este
punto no queda sino ser cauteloso y ponerse en guardia sobre las insuficiencias
que la visión ordinaria, por llamarla de alguna manera,
de la calidad tiene. Podemos incluir en este apartado las opiniones de
los padres, de los periodistas, de la comunidad local en general. Por
poner un ejemplo, las razones por las que los padres escogen un colegio
u otro, gustan más de una maestra u otra y de un sistema de educación
u otro suelen estar demasiado expuestas a factores circunstanciales y
de escasa validez. Este tipo de visiones es demasiado sensible a aspectos
como la publicidad, el buen trato, la disponibilidad
de recursos materiales, la buena organización (sobre
todo en lo que se refiere al mantenimiento del orden y la coordinación),
la amplitud de horarios, los resultados a corto plazo (aprender
enseguida a leer, escribir, etc.) etc. Cualquiera de esos aspectos es,
sin duda, importante. No se trata de restarles importancia. Pero ni aisladamente
considerados, ni siquiera considerados en su conjunto constituyen una
base suficiente para poder hablar de calidad educativa.
La visión burocrática
de la calidad suele estar más pendiente de los aspectos formales
(que se cumpla la normativa en cuanto las disposiciones organizativas)
o materiales (componentes objetivos que pueden medirse: ratio,
equipamiento, etc.). A veces se otorga tambié;n importancia sustantiva
a los resultados (normalmente medidos a travé;s de pruebas
de diverso tipo). Y desde luego nunca faltan las consideraciones de tipo
económico (cuál es el costo global y el costo por
niño y hasta qué; punto resultan rentables las inversiones
realizadas). Estamos en el mismo caso que con respecto a la visión
ordinaria de la calidad. Tampoco es que las cuestiones aquí resaltadas
dejen de ser importantes. Es más, dado que se refiere a compromisos
sociales asumidos por la Administración Educativa, ninguna de esas
consideraciones podría estar ausente de una visión completa
de la calidad educativa. Pero así y todo siguen siendo insuficientes
para dar una perspectiva completa.
La visión profesional,
lo que va apareciendo en las publicaciones especializadas sobre el tema,
incorpora algunos otros elementos que resultan de gran interé;s:
los valores, el nivel de satisfacción, la acción formativa
de los profesores, la cultura institucional, el clima de las clases. La
calidad se convierte en una realidad más compleja y en la
que es preciso considerar muchos más elementos.
Quisiera traer aquí a colación,
aunque sea como mero recordatorio, los que a mi modo de ver son tres componentes
básicos de la calidad. Ya he hablado de ellos en publicaciones
anteriores:
Cuando pretendemos aplicar el concepto
de calidad a la educación, esas tres acepciones de la calidad (la
calidad referida a los valores, la calidad referida a los procesos y resultados
y la calidad referida al nivel de satisfacción) se complementan:
podemos decir que estamos ante una escuela de calidad o ante un programa
educativo de calidad o ante un profesor de calidad o ante un material
didáctico de calidad cuando podemos reconocer en ellos los cuatro
componentes citados:
- una identificación con
valores formativos claves: que esté; comprometido/a con los
valores educativos que forman parte del hombre de final de siglo, con
lo que la educación pretende aportar al desarrollo integral de
las personas y de la sociedad en su conjunto.
- un proceso educativo reconocible
como valioso en función de los parámetros aplicables a la
etapa de la educación infantil. Hoy en día se tienen ideas
ya notablemente avanzadas y compartidas con relación a las características
básicas de un buen proyecto formativo para niños y niñas
pequeños. No vale cualquier cosa. Y aunque podría haber
diferencias entre propuestas diversas (por el modelo teórico de
desarrollo que les sirva de punto de partida, por la orientación
ideológica del proyecto, por los sistemas de regulación
y financiación de que se cuente, etc.) creo que existe un consenso
básico sobre ciertas características de lo que significa
y contiene un programa de educación infantil de calidad. En el
apartado siguiente se identifican algunos de esos contenidos generales.
- unos resultados de alto nivel:
parecería absurdo pensar que un proceso, cualquiera que sea su
naturaleza, podría valorarse como de calidad si los resultados
obtenidos son escasos o pobres. Tampoco en educación la calidad
está reñida con la eficacia. Aún aceptando que el
propio concepto de eficacia es tan ambiguo como el de calidad y que precisa
de consideraciones matizadas cuando ha de proyectarse sobre asuntos educativos,
ello no obsta para que tambié;n sobre los asuntos educativos deban
aplicarse criterios de control de eficacia (no sólo económica
sino tambié;n educativa en sentido pleno y tambié;n en té;rminos
de rentabilidad del esfuerzo y del tiempo empleado, calidad de los productos,
calidad de los resultados, etc.)
Pero además, como condición
para todo ello pueda llevarse a cabo es preciso entrar a considerar otra
serie de aspectos que se refieren a las condiciones que enmarcan (como
elementos facilitadores o como fuentes de dificultad añadida) el
proyecto formativo o asistencial al que se hace referencia en esos tres
puntos iniciales:
- unas infraestructuras suficientes
y adaptadas a las características de la situación
Recientes evaluaciones en EEUU han
revelado un elevado porcentaje (en al menos 4 Estados rondaba cifras en
torno al 80%) de centros para niños que eran valorados como "mediocres
o pobres". En algunos casos (que podían llegar al 40% en algún
Estado) la situación llegaba a constituir un serio riesgo para
la salud o la seguridad de los niños acogidos en el local.
Las infraestructuras (como parte de
lo que he denominado en otro trabajo "calidad del diseño") acaban
constituyendo una condición básica tanto en lo que se refiere
a las condiciones de ubicación, edificio, espacios, mobiliario,
recursos, etc. como en lo que se refiere a los recursos humanos y organizativos.
- un clima de trabajo satisfactorio
para cuantos participan en la situación o proceso evaluado.
Como veremos en un punto posterior, sólo la satisfacción
de agentes y usuarios (incluyendo las familias, el personal que atiende
a los niños, las personas que colaboran en el proyecto, los propios
niños, etc.) garantiza que las actuaciones que se desarrollan y
los resultados que se logran sean del máximo nivel. Más
que ningún otro, la educación es un asunto en el que están
implicadas personas. La dimensión personal del proceso educativo
resulta básica. De ahí que los aspectos más ligados
a lo personal (satisfacción, motivación, sentimiento de
é;xito, nivel de expectativas, autoestima, etc.) resulten de obligada
consideración en tanto que variables condicionadoras de la calidad
de los procesos y sus resultados.
Pero además de eso, y puesto
que se trata de hablar de educación (o mejor aún, de práctica
educativa), convendría tener en cuenta otras consideraciones
interesantes vinculadas a la idea de calidad y sobre los cuales conviene
tambié;n reflexionar:
a) que la calidad puede ser analizada
como concepto general y referido a la política educativa o puede
aplicarse al análisis de la intervención concreta y directa,
es decir, aquel tipo de actuación que afecta realmente a los niños.
La "noción política"
de la calidad por su naturaleza extensiva y general acaba contaminada
por los aspectos materiales de las iniciativas y, a veces incluso, por
su mera existencia. Es bien frecuente escuchar: "Mire qué; bien
estamos que en nuestra región se han puesto en marcha en los últimos
años 200 centros o dispositivos de atención a la infancia";
o incidiendo en la vertiente económica: "Somos un país que
pese a sus escasos recursos dedica un x% de su presupuesto a políticas
de infancia".
Ni una cosa ni otra garantiza que
las cosas que se esté;n haciendo y la forma en que se hagan sean
de calidad. Simplemente se constata su existencia. Kagan, Cohen y Neuman
(1996) se quejan de que los centros para la infancia están muy
diseminados y dependen de instituciones y organismos muy diversos. Algunos
de tales organismos se contentan con el mero hecho de "tener centros"
sin entrar a considerar su nivel de calidad.
Por eso es importante, creo yo, llevar
el discurso de la calidad a la práctica real, a aquello que afecta
directamente al cuidado o educación del niño pequeño.
b)que la calidad tiene dos dimensiones
no siempre coincidentes: la dimensión objetiva, real, constatable
(con notables dificultades té;cnicas y metodológicas como
es fácil de suponer) y la dimensión simbólica
(la calidad como mito, como marketing, como seña de identidad).
La calidad se ha convertido, en ocasiones, en un eslogan, en una realidad
virtual en la que lo que cuenta es convencer, persuadir a las audiencias
de que existe calidad. Cuanto más indefinido subsista el contenido
de la calidad más fácil es hacer ese juego (mucho de eso
alimenta la controversia entre escuelas públicas y privadas, por
ejemplo). Es más importante lo que se parece o lo que se dice ser
que lo que realmente se es.
c) la calidad, al menos en lo que
se refiere a las escuelas, no es tanto un repertorio de rasgos que
se poseen, sino más bien algo que se va consiguiendo.
La calidad no depende sólo de las cosas sino de los agentes. La
calidad no es un estado conseguido sino un proceso de cambio y búsqueda
permanente. De ahí que la mejor definición de las "escuelas
de calidad" es identificarlas como "learning schools", escuelas que aprenden.
No hay buenas escuelas (en ese sentido estático de quien se sabe
guapo y que no precisa hacer nada para conseguirlo o mantenerlo), hay
escuelas que van mejorando, que hacen de la mejora permanente una de sus
orientaciones básicas.
Aproximaciones a la calidad
de las escuelas infantiles
En las referencias internacionales
podemos identificar tres grandes enfoques en el planteamiento de la calidad
de las escuelas infantiles. A grandes rasgos, esos enfoques estarían
centrados en las siguientes ideas:
1. - La calidad como condición
para el reconocimiento oficial.
Son muchos los países que cuentan
con una especie de catálogo de condiciones (unas referidas a elementos
estructurales, otras de tipo organizativo, muchas relativas a equipamiento
y recursos, etc.) que se exigen a las escuelas, centros o locales de atención
a la infancia para poder ser reconocidos como tales. Se les concede licencia
para poder atender niños pequeños en la medida en que reúnen
las características citadas.
El problema de este tipo de planteamientos
es que se trata de poner en relación los inputs del proceso
(la presencia de ciertos componentes o características en el momento
de inicio de la actividad: titulación de los docentes, recursos
del centro, equipamiento de espacios, condiciones con respecto a la ratio,
etc.) con los outputs (los resultados que se alcanzarán).
La idea está en que a mejores condiciones iniciales mejores resultados
y eso no ha quedado nunca claro en las investigaciones.
En todo caso, la exigencia de los
recursos se suele justificar más en criterios políticos
y administrativos que en constataciones objetivas de la necesidad a la
que se debe hacer frente. Por eso suele tratarse, por lo general, de listados
de condiciones o indicadores estándares, esto es, aplicables a
cualquier situación y bajo idé;nticos criterios. Por otra
parte, es bien sabido que la eficacia de los procesos educativos depende
más del uso que se haga de los recursos existentes que de su mera
existencia.
2. - La calidad como proceso de
desarrollo institucional.
En la línea de lo mencionado
en un punto anterior, muchos países han iniciado procesos de reforma
de sus sistemas educativos, incluido el nivel de la educación infantil.
Entre ellos está España.
Desde esta perspectiva la calidad
se afronta como la mejora de los dispositivos institucionales, tanto en
los aspectos normativos como en los sistemas de financiación, tanto
en sus aspectos cuantitativos como cualitativos, tanto en las dimensiones
organizativas como en las curriculares.
La calidad se construye a travé;s
de la incorporación de innovaciones tendentes a satisfacer las
nuevas expectativas generadas con respecto a la atención de los
niños pequeños. La aparición de los currículos
oficiales para la Educación Infantil, la incorporación a
la dinámica institucional de los Proyectos de Centro en los que
debe especificarse el proyecto formativo que se pretende llevar a cabo
en ese centro escolar, la convocatoria de iniciativas de formación
para el profesorado, la mejora de los recursos existentes en los centros,
etc. constituyen hitos de referencia en ese proceso de mejora de la respuesta
educativa que las escuelas están en disposición de dar a
las demandas de las familias con niños pequeños.
De todas maneras, como han resaltado
los investigadores de la calidad en educación, la búsqueda
de la calidad no es un proceso lineal de suma de características.
No se trata de ver cuáles son los rasgos de las escuelas de calidad
y tratar de incorporarlas en la propia. Los procesos de mejora funcionan
de manera bastante menos lineal y mucho más supeditados a los factores
situacionales. En cualquier caso, los cambios y la mejora deben afectar
no solamente a aspectos externos o formales de la estructura de un centro
educativo sino a los elementos culturales y dinámicos del mismo:
La mejora de los centros educativos
es un proceso en el que se desarrollan nuevas habilidades, conductas y
creencias, que requiere un liderazgo activo en el propio centro, que requiere,
igualmente, un permanente apoyo té;cnico y social, y todo ello debe
llevarse a cabo bajo condiciones organizativas que promuevan la interacción
y la búsqueda colaborativa de nuevos valores. (Fullan, 1986)
3. La calidad como proceso de implicación
de la comunidad.
En los últimos años
han ido surgiendo experiencias de generalización del compromiso
de la educación infantil a agentes e instituciones más allá
de las escuelas.
Esta ampliación del compromiso
educativo ha tenido muy fuerte repercusiones en la forma de plantear qué;
significa y como se consigue una educación infantil de calidad.
No es sólo que se pida a la comunidad que participe en la acción
educativa escolar sino que se le pide que se comprometa en definir
qué; se va a entender por calidad y en establecer un proceso
de actuación que permita poner en práctica esa definición.
Gormley, Kagan y Cohen (1995) han
señalado algunos aspectos mínimos que debe reunir cualquier
consideración de la calidad desde una perspectiva ecológica:
1- presencia efectividad y participación
de la comunidad en la planificación de la atención y educación
de los niños/as.
2- una formación amplia y accesible
de los consumidores en torno a qué; deben buscar, los aspectos normativos
que se precisa establecer y cómo extender esta información
por los barrios. Todo ello para que todo el mundo interesado se haga una
idea clara, amplia y correcta de la calidad.
3- un sistema de financiación
adecuado, coordinado y equitativo que amplíe, en lugar de restringir,
las oportunidades de las familias.
4- una comunidad local que demuestre
una implicación activa y que realice esfuerzos claros en la mejora
de la calidad de la atención y educación de los niños
pequeños.
5-oportunidades de formación
accesibles, rigurosas, reconocidas públicamente y acreditadas para
cuantos trabajan en educación infantil.
El caso italiano (sólo en el
norte de Italia) con el intento de establecer un sistema educativo
integrado en el que participen los diversos agentes e instituciones
del municipio constituye el mejor ejemplo en esa dirección. Escuela,
museo, iglesia, servicios de la administración local, iniciativas
de artesanos, asociaciones profesionales, etc. constituyen una red amplia
de recursos implicados en el desarrollo de una atención integral
y multidimensional a los niños pequeños.
Otra experiencia particular con una
orientación similar, aunque menos formalizada, es la que se ha
puesto en marcha a travé;s del movimiento de las ciudades educadoras.
Tambié;n en este caso estamos ante iniciativas tendentes a mejorar
la calidad de las respuestas ofrecidas a los niños tanto en lo
que se refiere al mobiliario urbano, como a la organización de
los espacios, al establecimiento de recursos para el aprendizaje y el
ocio, la potenciación de la comunicación inter-generacional,
etc.
Un sentido similar de implicación
de la comunidad se ha desarrollado en Nueva Zelanda a travé;s del
denominado "chartering system". Es la comunidad la que debe solicitar
la apertura de su escuela infantil. Solicitud que debe ir acompañada
de un proyecto que debe responder simultáneamente a las condiciones
generales marcadas por la legislación (en lo que se refiere a la
estructura básica, la ratio, el tamaño de los grupos, la
titulación del profesorado, etc.) y a las necesidades específicas
de la comunidad que solicita la escuela (para lo que se hace necesario
un proceso enormemente importante de discusión entre todos sobre
cuáles sean esas necesidades y cómo se puede hacerles frente).
Hoy parece consolidarse la idea de
que la atención a los niños pequeños trasciende la
acción escolar y que se trata de una tarea lo suficientemente abierta
como para que puedan y deban participar en ella y compartir la responsabilidad
todos los agentes sociales. En algunos países esta idea ha ido
concretándose en iniciativas bien interesantes:
- empresas que van abriendo guarderías
en sus centros para que los niños pequeños puedan estar
cerca de sus madres/padres o que establecen diversos sistemas de liberación
- flexibilización del trabajo para que, sobre todo las madres,
puedan atender mejor a sus hijos (en su primer año, cuando están
enfermos, etc.)
- asociaciones cívicas y de
voluntarios que colaboran de forma activa en el desarrollo de ciertas
partes del proyecto formativo (apoyando a las familias, llevando a cabo
acciones complementarias dirigidas a niños con necesidades educativas
especiales, financiando actividades o servicios, etc.)
Desde esta perspectiva se entiende
que la escuela (en el concepto tradicional que nosotros tenemos de ella)
no está en condiciones de cubrir adecuadamente y por sí
sola las demandas de los niños. Contando con la colaboración
de toda la comunidad se hace posible una mayor "calidad de vida" (no sólo
calidad de la oferta educativa) de los niños y niñas, y
tambié;n de sus familias.
En resumidas cuentas, la calidad constituye
una especie de paraguas bajo el que se cobijan ideas, propósitos
y condiciones de diverso signo. La cuestión fundamental, más
allá de cualquier disquisición conceptual o lingüística,
reside en que estamos hablando de que los servicios de atención
a la infancia funcionen bien (lo mejor posible) y ofrezcan una respuesta
adecuada a las necesidades de los niños y de sus familias. Esa
es la idea que ha manejado la Comisión Europea (a travé;s
de la Red de Atención a la Infancia de la Unión Europea)
al establecer sus criterios de Calidad en los Servicios para la Infancia.
Lejos de entrar en consideraciones complejas sobre la calidad, su mensaje
claro es que los servicios para la infancia deberían centrarse
en garantizar que los niños y niñas europeos tengan la oportunidad
de experimentar:
...una vida sana; unas vías
de expresión espontánea; el que se les reconozca y valore
como individuos; el reconocimiento de la dignidad y autonomía en
sus acciones; confianza en sí mismos y entusiasmo por aprender;
un entorno estable de aprendizaje y atención; la amistad y cooperación
de los demás; la igualdad de oportunidades sin que haya diferencias
por razón de sexo, raza, discapacidad, variedad cultural, etc.;
apoyo como miembros de una familia y una comunidad,; la felicidad...
II Los factores básicosde la calidad
En este segundo apartado quisiera
entrar a considerar los aspectos que definen y condicionan el análisis
de la calidad en la educación infantil. ¿Qué; tipo de aspectos
merece la pena considerar cuando estamos hablando de la calidad en la
educación infantil?
En el cuadro Nº 2 se presenta la calidad
en el centro de un polígono con cuatro vé;rtices. Cada uno
de tales vé;rtices se corresponde con uno de los factores señalados
como de necesaria consideración en el tema que abordamos.
En resumen, la calidad viene referida a 4 grandes ámbitos de referencia:
las familias, el ambiente escolar, el curriculum y los maestros/as.
Cada uno de esos espacios contiene
todo un conjunto de condiciones que puede ayudarnos a entender cuáles
son algunos de los parámetros de la calidad cuando la referimos
a la educación infantil. En el cuadro Nº 3 se enumeran esos aspectos.
Por supuesto que podrían mencionarse
otros o hacer una lectura distinta de los aspectos aquí mencionados.
No he intentado hacer un listado completo de factores sino una selección
de los que, desde mi punto de vista, resultan, como señalaba antes,
de necesaria consideración.
a- Las familias.
En el apartado de las familias están
incluidos cuatros aspectos de diversa naturaleza.
En primer lugar, conviene resaltar
que, dado que buena parte de los modelos de análisis de la calidad
provienen del mundo de la producción y los negocios, casi todos
ellos parten del reconocimiento general de la "satisfacción del
cliente" como un referente básico de la calidad. No hay, en ese
enfoque, una calidad en abstracto y, aunque la hubiera serviría
de poco alcanzarla si quienes son sus destinatarios no la valoran como
tal.
En este sentido, la idea de los padres
como "clientes" o consumidores de la oferta educativa para niños
pequeños pretende destacar la diferencia entre el mero usuario
de un servicio público que acepta aquello que le dan sin discutirlo
y el cliente que se considera legitimado para exigir un servicio
de calidad pues bien lo paga é;l (o se paga con sus impuestos) bien
se trata de algo a lo que tiene derecho (y por tanto no depende de la
voluntad o buena disposición del gestor del servicio).
El reconocimiento social de la atención
a la infancia como un derecho de los niños y de sus familias ha
supuesto un cambio sustancial en lo que se refiere a la forma de aproximarse
a los servicios de atención a la infancia. No se trata ya de que
se nos ayude, de cualquier manera, a atender a nuestros hijos. Ahora estamos
en condiciones de exigir lo mejor para ellos: lo mejor en instalaciones,
en profesionales, en recursos, en programa formativo, etc.
Este sentimiento, como tantas otras
cosas, ha evolucionado más en las ciudades que en las zonas rurales
(si sólo hay una escuela unitaria o un colegio en el entorno de
poco vale la posibilidad de exigir, al final uno acepta lo que tiene);
y es más patente en las familias con algún nivel cultural
que en las que carecen de é;l.
El segundo aspecto a destacar
aquí se refiere a la "visión de la calidad" de los
padres y madres. Con frecuencia los modelos de análisis de la calidad
están basados en las percepciones de los maestros y de los expertos
sobre el tema. Pero no puede dejarse de lado la idea que los padres se
hacen sobre qué; es y qué; características debe reunir
una educación infantil de calidad.
Es frecuente que los padres valoren
más la seguridad de los niños que la riqueza de las experiencias
formativas que se les ofrezcan, que al final se sientan más satisfechos
si ven que sus hijos aprenden rápidamente a leer y escribir que
si los ven jugando a los disfraces o sentados en la rueda de los cuentos.
La importancia de considerar la perspectiva
de los padres no se deriva de su acierto a la hora de identificar correctamente
los rasgos esenciales de la calidad. Con seguridad que algunas de sus
percepciones pueden ser erróneas o incompletas. Pero lo importante
es que se les toma en consideración, que se les implica en el diseño
y configuración del trabajo a realizar con sus hijos. Eso les aproxima
a la realidad de las aulas y a las auté;nticas posibilidades formativas
de las experiencias que allí se llevan a cabo. De esta manera tambié;n
ellos van evolucionando en su visión de lo que es más positivo
y menos positivo en educación infantil. Y no debemos olvidar lo
que su sentido común y su más intenso y directo conocimiento
de sus hijos puede aportar tambié;n a las maestras como referentes
para el trabajo a desarrollar en el aula.
Al final, la mejora de la calidad
viene vinculada al hecho de que maestras y familias van configurando una
estrategia compartida de apoyo al crecimiento del niño o niña
pequeño. Y esto nos lleva al tercero de los aspectos mencionados
con relación a las familias: la incorporación de estrategias
de implicación de las familias.
Uno de los rasgos comunes atribuidos
a las escuelas infantiles de alta calidad ha sido siempre el nivel de
implicación de las familias que habían logrado incorporar
a sus programas. La implicación pasa por diversos grados: desde
el simple conocimiento de lo que se hace en la escuela al reconocimiento
por parte de los padres del valor que eso tiene para el desarrollo integral
de sus hijos; de la simple asistencia "por cumplir" a las reuniones convocadas
por la maestra a la preocupación constante por la marcha de sus
hijos en cada una de las áreas del desarrollo; de la participación
en algunas actividades complementarias (una salida al campo, una visita,
una obra de teatro, etc.) a la implicación real y sistemática
en el desarrollo de las actividades formativas de la escuela.
Uno de los rasgos más mencionados
de las escuelas infantiles de calidad se sitúa, justamente, en
su capacidad para ir diseñando estrategias que hagan posible y
potencien la participación de las familias en la actividad educativa.
Y cuanto más intensa y sistemática sea su implicación
mayor nivel de calidad será atribuible a esa escuela.
Por contra, la realidad de las relaciones
educadoras - familias suele resultar bastante contradictoria. Por un lado,
no es infrecuente que las investigaciones detecten la presencia frecuente
de prejuicios entre madres y educadoras que tienden a cristalizar en una
especie de desconfianza mutua y a niveles bajos de comunicación
y apoyo mutuo. Y por el lado contrario, tambié;n se hace referencia
a que uno de los enemigos de la mejora de los centros de atención
a la infancia es la hipersatisfacción de las familias con respecto
a la atención que reciben sus hijos pequeños (esa satisfacción
lleva a la despreocupación y é;sta a la ausencia de exigencias
y presión hacia la mejora). Esta segunda situación es la
que nosotros mismos hemos podido constatar en un reciente estudio realizado
sobre las Escuelas Infantiles en Galicia
Aunque pertenece a otro rango de cosas,
no podemos dejar de considerar aquí, como cuarto aspecto,
la importancia de tomar en consideración la particular sensibilidad
multicultural que se haya generado en cada escuela infantil.
La forma en que se acepta y se integra
en la dinámica diaria a niños diferentes y a sus familias,
la forma en que el respeto a la diversidad y la valoración positiva
de las diferencias (de raza, sexo, condición social y cultural,
capacidades personales, etc.) están efectivamente integradas en
la cultura institucional (y en la vida de cada clase) constituye
un elemento básico de la calidad (por lo que tiene que ver con
los valores que defiende la educación) de las escuelas de educación
infantil. A veces los niños pequeños deben pagar la discriminación
que el medio social (e indirectamente la escuela) ejerce sobre sus familias.
Es probable que la escuela, por sí sola, no tenga fuerza suficiente
como para neutralizar esa discriminación del medio. Pero, desde
luego, puede imponer su propio fuero dentro de la escuela y tratar de
que el trabajo sobre las actitudes de los niños pueda llegar a
alterar poco a poco en los niños los estereotipos que dificultan
la visión multicultural de los mayores.
Y para finalizar, aunque se trata
de un aspecto básico de cualquier acción social o educativa,
el quinto aspecto a mencionar aquí se refiere a la cuestión
de la calidad en los servicios a la infancia no puede dejar nunca de lado
el tema de la equidad.
En la 8ª Conferencia Europea sobre
Calidad en la Educación Infantil a la que ya he aludido en un punto
anterior, se ha vuelto a insistir en el hecho de que todavía subsisten
escuelas ricas y escuelas pobres. Y que normalmente suelen coincidir con
escuelas para ricos (las escuelas ricas) y escuelas para pobres (las escuelas
pobres). Con lo cual, la discriminación, la falta de igualdad de
oportunidades comienza desde la infancia y se convertirá en una
bola de nieve cuyo destino inapelable es la exclusión social de
los afectados.
b- el ambiente escolar
La segunda gran dimensión de
la calidad de la escuela infantil tiene que ver con la forma en que está
organizado y la forma en que se saca partido al medio escolar. Cuando
hablamos de medio escolar hemos de considerar en é;l tanto
los aspectos físicos de la institución (los elementos estructurales,
los espacios, el mobiliario, el entorno físico en el que
se sitúa la escuela, etc.) como los aspectos formales de
la misma (la organización de los tiempos, los sistemas de gestión,
la normativa de funcionamiento, etc.) y tambié;n el clima o cultura
institucional (la relación entre las personas, el sistema de
trabajo, la identificación con la institución, etc.).
Desde hace mucho tiempo se sabe en
educación que las escuelas y las aulas no son sólo el locus
donde se produce la educación (algo secundario, sin incidencia
en el proceso educativo) sino que se convierten en un agente básico
a la hora de organizarla y enriquecerla: "dime cómo es tu escuela
y te diré; qué; tipo de educación hacé;is en
ella".
Varios aspectos ha ido recogiendo
la literatura especializada en torno al tema del ambiente escolar.
Se trata de componentes de diversa naturaleza (en consonancia con la pluralidad
de aspectos que se recogen, como acabo de señalar, en la denominación
ambiente escolar). Entre esos aspectos o condiciones del ambiente
convendría destacar los siguientes:
- que sea un ambiente rico en estimulaciones.
La función básica de
una escuela o un aula de educación infantil es justamente estimular
la curiosidad de los niños y niñas. Ellos y ellas se tienen
que sentir retados por la riqueza de estímulos que les ofrece el
nuevo espacio al que se incorporan: cosas para ver, para usar, para estar,
para organizar, para experimentar cómo son y cómo funcionan,
etc.
Por eso suele insistirse tanto en
la importancia de contar con un equipamiento polivalente que provoque
e invite a participar. Una clase casi vacía, con las paredes libres,
con materiales escasos (o muy especializados: tipo cuadernos y lápices)
deja siempre la sensación de monotonía y nula estimulación.
Todo lo contrario de las clases habituales en esta etapa donde las paredes
están llenas de imágenes llamativas y diversas; las estanterías
llenas de recursos de diverso tipo que parece que te están invitando
a tomarlos para jugar con ellos; el espacio de la clase dividido en ambientes
diferentes que son un mensaje patente de cosas que hacer.
Lo que aporta la etapa de infantil
a la familia es que aquí los niños y niñas van a
poder descubrir muchos mundos nuevos a los que les sería difícil
llegar en su casa. Y que lo van a hacer en compañía de otros
niños y niñas y de su maestra que harán, en ambos
casos, de catalizadores de nuevas experiencias y de espejo en el que mirarse
y aprender por imitación y estimulación mutua. Por eso la
estimulación (una estimulación real, que reside en la actitud
de las personas, en la naturaleza de las cosas que se hacen y en la disposición
de los espacios) juega un papel tan importante en el desarrollo de una
educación infantil de calidad.
- que sea un ambiente potenciador
de la calidad de vida.
Otro aspecto importante es que el
ambiente contribuya a la calidad de vida de los niños y niñas
que pasan en é;l una parte muy importante de su tiempo.
En este apartado hemos de considerar
tanto los aspectos que afectan a la seguridad e higiene como aquellos
otros que tienen más que ver con la potenciación de las
actividades propias de esta etapa.
Al primero de esos apartados (seguridad
e higiene) pertenecen aquel tipo de condiciones que forman parte de las
recomendaciones (arquitectónicas, de uso de materiales, de configuración
de los espacios) que suelen recogerse en los manuales al uso: columnas
y muebles sin aristas, objetos no cortantes, muebles que no puedan caerse
con facilidad (por ejemplo biombos, estanterías, etc.), objetos
que no se puedan tragar, que no sean tóxicos, etc. Pero a ese mismo
apartado pertenecen tambié;n otros aspectos que no siempre se toman
en consideración: que sea un espacio con luz abundante y natural;
que el espacio sea amplio de manera que no haya que estar siempre quieto
o molestando a los otros, que no haya un alto nivel de humedad, etc.
Al segundo de los apartados (optimización
actividades educativas) pertenecen aspectos como la disponibilidad de
un espacio amplio y polivalente, el poder contar con un espacio exterior
rico en posibilidades, el contar con espacios organizados de tal manera
que permitan combinar el descanso con la actividad, y la actividad reposada
con la actividad frené;tica, disponer de mesas y sillas que sean
cómodas, tener resuelto el tema de las barreras arquitectónicas,
etc.
En definitiva se trata de concebir
el espacio escolar como un espacio en el que se vive y en el que tanto
maestros como niños han de poder vivir con una buena calidad.
- contar con un entorno de calidad.
Los modelos de Educación Infantil
que tratan de resaltar la importancia de las relaciones de la escuela
con el entorno (recordemos la propuesta italiana del sistema formativo
integrado) son especialmente sensibles a este punto.
Puesto que se trata de abrir la escuela
al entorno para llevar a cabo un trabajo educativo bien combinado, resulta
insuficiente con considerar las condiciones de calidad que ha de reunir
el ambiente interior de la escuela. Importa tambié;n tomar
en consideración lo que el contexto exterior (al menos el más
próximo a la misma escuela) ha de reunir.
Algunas administraciones educativas
(sobre todo en el caso de Ayuntamientos responsables de la educación
de niños pequeños) han planteado una serie de exigencias
rigurosas a la hora de poner en marcha iniciativas públicas y de
aprobar, en su caso, las privadas: que la escuela tenga anexo un parque
al que los niños puedan salir, que no esté; en un entorno
contaminado, que no existan peligros importantes para los niños
(por el tráfico, accidentes geográficos u otros). En algunos
casos se busca la ubicación de un huerto escolar o de un espacio
capaz de albergar algunos animales que cuiden los niños, etc.
Al margen de estos dispositivos materiales,
la calidad del entorno se puede valorar tambié;n a travé;s
de los servicios de que se puede disponer para el mejor cuidado de los
niños. En algunos casos esos servicios pueden estar relacionados
con cuidados directos a los niños (por ej. los programas de salud
bucal con revisiones periódicas por parte de los servicios odontológicos
de la zona que se están llevando a cabo en algunos municipios madrileños),
en otros casos con compromisos vinculados al desarrollo de un programa
educativo de calidad (la visita guiada al museo, el pase de películas
en el cine, la visita a los artesanos, la visita a la escuela por parte
de los servicios municipales como la policía, los bomberos, etc.).
Phillips (1996) insiste en esta condición: al hablar de calidad
no podemos quedarnos en un análisis in-door (la calidad
de los recursos internos del centro o servicio) sino que es preciso considerar
todo el conjunto de infraestructuras y dispositivos de apoyo de que dispone
la comunidad.
- la gestión adecuada de los
recursos.
Tambié;n este aspecto, aunque
situado a otro nivel, cuenta como uno de los requisitos de una buena educación
infantil.
Es bien cierto que, a lo menos en
las escuelas públicas, el tema de la gestión de los recursos
nunca ha constituido un problema para las maestras. Sobre todo porque
no tenían recursos que gestionar. Los nuevos aires liberalizadores
han introducido algunas nuevas posibilidades aunque está por ver
hasta qué; punto se hace posible la obtención de financiación
suplementaria para los centros. Lo que sí ha de hacerse, en todo
caso, es exigir un mayor compromiso por parte de las autoridades locales
y quizás tambié;n por parte de otras fuerzas sociales dispuestas
a participar con la escuela en el desarrollo de un mejor trabajo educativo
con los niños pequeños.
La gestión de los recursos,
sean é;stos muchos o pocos, ha de ser coherente con los criterios
que aquí se van señalando: una clase rica en estimulaciones
y en posibilidades de acción; que permita un standard de calidad
de vida aceptable y que el tiempo que se haya de pasar en ella no sólo
sea fructífero sino agradable.
Además de todo ello habrá
que mencionar, aunque sólo sea de paso por su obviedad, las condiciones
de claridad, consenso y rigor contable que requiere la gestión
de los recursos.
- la atención a los componentes
organizativos sustanciales.
Los estudios sobre Educación
Infantil están llenos de referencia a cierto tipo de elementos
organizativos que constituyen aspectos esenciales en el desarrollo de
una educación de calidad en esta etapa educativa.
Se trata de aspectos tales como el
número de niños por aula, la ratio maestra
/ niños (número de niños a los que debe atender una
sola maestra), la ratio adulto/niños (número de niños
por adulto: es frecuente en muchos países que en el aula de infantil
esté;n actuando dos o tres adultos, uno de los cuales es el maestro
y los otros pueden serlo o no), el sistema de organización de
los grupos (si los grupos están organizados por edades o bien
si están integrados niños de diversas edades), el sistema
de organización del trabajo (si el trabajo se hace siempre
cada clase por separado o si hay momentos en los que trabajan niños
y niñas de diversas clases), etc.
Algunos de estos aspectos tienen que
ver tambié;n con los recursos de que se dispone y la capacidad de
uso que se tiene con respecto a ellos (el uso del patio: sólo los
niños pequeños o compartido con niños de cursos superiores;
el gimnasio, los baños, la biblioteca, etc.); con las actividades
que se desarrollan (siempre en la misma clase, en clases distintas y especializadas,
etc.).
Parece existir un fuerte consenso
entre los estudiosos de la educación infantil en la gran importancia
que tienen estos componentes organizativos a la hora de plantearse una
acción educativa de calidad.
Pero, además, los estudios
sobre calidad en la educación han ido identificando todo un conjunto
de factores o condiciones organizativas que aparecen como características
constantes y, en cierta manera, tambié;n como signos de identidad
de los centros educativos de calidad:
a) un liderazgo muy orientado a la
calidad de la acción educativa de la institución;
b) una fuerte preocupación
(en todo el conjunto de la institución) por los temas de la organización
del proyecto formativo;
c) buenas relaciones con la comunidad
local y dispositivos de apoyo por parte de é;sta;
d) una definición clara de
los propósitos educativos de la institución y expectativas
elevadas con respecto a su consecución por parte de todos los niños
y niñas atendidos;
e) un sistema eficaz de supervisión
y evaluación de los procesos;
f) un clima interno favorable a la
innovación y a la revisión de las actividades;
g) una buena atención a la
formación permanente del personal;
h) relaciones fuertes con las familias
y dispositivos que faciliten su implicación en las tareas de atención
a los niños.
3. el curriculum
El tercer aspecto básico en
la definición de la calidad de un programa de Educación
Infantil se refiere al CURRICULUM que se lleva a cabo.
La idea y el sentido de una perspectiva
curricular en esta etapa educativa ha resultado de una enorme importancia.
Hay que recordar que todavía existen muchos países en los
que no está definido el curriculum escolar para el trabajo con
niños pequeños. O dicho de otra manera, la educación
infantil no adopta el sentido formal y regulado que implicaría
su "curricularización". En unos casos la situación se debe
a deficiencias en el desarrollo institucional de este nivel educativo
(los gobiernos y los responsables educacionales no están dispuestos
a asumir el coste económico y el compromiso político que
supone su reconocimiento curricular), en otros casos se debe a posturas
contrarias a proyectar los modelos curriculares sobre una fase tan temprana
de la vida escolar de los niños y niñas.
Si bien los planteamientos curriculares
se han extendido a todos los países y tienen un reconocimiento
generalizado en lo que se refiere a la escolaridad obligatoria, no sucede
así con la etapa de la educación infantil (o educación
en los primeros años, como se denomina en muchos países).
En lo que se refiere a dicha etapa educativa existen aun fuertes controversias.
Sin embargo, aceptando las necesarias
matizaciones en la forma de entender lo que significa el curriculum y
la visión curricular de los programas formativos para niños
pequeños, no me cabe ninguna duda de que la incorporación
de esta perspectiva a la educación Infantil ha supuesto un cambio
sustancial y positivo. Justamente por eso, entiendo yo, que el curriculum
constituye uno de los referentes básicos de la calidad en la educación
Infantil: un buen curriculum marca la diferencia entre programas mediocres
y programas y escuelas excelentes.
Varios aspectos convendría
señalar en este apartado como condiciones curriculares para que
la actuación educativa en las escuelas infantiles resulte de calidad
reconocida.
a.- Entender la actuación
escolar como una ampliación del marco de experiencias de los niños
y niñas.
El proyecto formativo que se le encarga
a las escuelas infantiles tiene como idea básica la de crear un
escenario de juego, trabajo y convivencia en el que los niños tengan
la oportunidad de enriquecer sus registros experienciales.
La escuela está llamada a completar
las experiencias ordinarias de la vida del niño en su familia (incorporando
aquel tipo de situaciones que la familia no está en disposición
de ofrecer) y enriquecer el disfrute y provecho que los niños puedan
sacar de ellas (tanto a nivel intelectual, como social, de desarrollo
de habilidades y actitudes, etc.)
Una escuela monotemática en
sus actividades , poco estimulante en las propuestas que hace a los niños,
escasa en recursos y posibilidades de llevar a cabo procesos alternativos,
etc. Está en pobres condiciones para cumplir con esta condición
básica.
Por el contrario, una escuela llena
de estímulos, con espacios diversificados en los que los niños
pueden optar por desarrollar actividades muy diferentes y en condiciones
tambié;n diversas, con posibilidades claramente divergentes respecto
a las que los niños pueden tener en sus casas, está sin
duda en mejores condiciones de ofrecer un curriculum valioso a los niños.
b- Llevar a cabo una propuesta
curricular multidimensional.
La multidimensionalidad queda, en
este caso, vinculada a la visión comprehensiva del trabajo educativo
con niños pequeños. La cuestión fundamental es que
la escuela lleve a cabo un tipo de intervención formativa con capacidad
de producir, facilitar o dar cabida a mejoras mantenidas en los diversos
ámbitos del desarrollo infantil.
Este es probablemente el sentido originario
y más importante de la visión curricular de la escuela.
El compromiso educativo de la escuela, definido y concretado en el curriculum
que pone en marcha, está orientado a cubrir todas las áreas
del desarrollo. Eso es lo que trata de concretar el curriculum de esta
etapa y de las siguientes: qué; aspectos del desarrollo infantil
pueden ser reforzados y estimulados desde la escuela y a travé;s
de qué; medios.
Hace ya años que en los países
en los que existe un curriculum oficial nos hemos acostumbrado a pensar
en la educación infantil (y tambié;n en el resto de las etapas
educativas) como en el apoyo sistemático y controlado a todos los
ámbitos infantiles: la dimensión social, la dimensión
cultural, la dimensión cognitiva y la dimensión afectiva.
Cada una de esas dimensiones pueden
ser abordadas tanto individualmente (cada una de ellas por separado, con
actividades y experiencias destinadas a potenciar alguno de sus componentes)
como de forma globalizada (buscando actividades y experiencias que requieran
la aplicación conjunta de varios de dichos ámbitos).
En todo caso, al menos en mi opinión,
no sería una buena escuela infantil aquella que llevara a cabo
una acción sesgada sobre las diversas capacidades y dimensiones
del desarrollo. Tirar mucho de una de ellas desconsiderando las otras
(o suponiendo que los progresos en una de ellas traerán como consecuencia
natural los progresos en las demás) puede dar lugar, a la larga
e incluso a la corta, a un proceso desequilibrado de desarrollo e, incluso,
a pé;rdidas de difícil recuperación.
Ese es el riesgo que corren algunas
experiencias excesivamente centradas en el desarrollo cognitivo de los
niños con programas muy conductistas destinados a anticipar el
desarrollo de las capacidades intelectuales de los niños. Otro
tanto puede suceder con algunas posiciones que rechazan cualquier tipo
de intervención escolar porque se entiende que lo valioso en esta
etapa es que los niños jueguen solos o con otros niños son
preocuparse de más (es decir, que puedan desarrollar su dimensión
social sin preocuparse de nada más).
c- La continuidad
La idea de la continuidad constituye
otro de los elementos condicionantes de toda acción formativa.
Cabe suponer que la capacidad de impacto de una acción formativa
tiene mucho que ver con la gradualidad del propio proceso (de forma que
las fases posteriores del mismo se apoyen y continúen las anteriores
y todo el conjunto venga caracterizado por la coordinación y coherencia).
Continuidad se opone a asistematicidad,
a yuxtaposición, a atomismo. Es decir, a que las cosas se hagan
de forma puntual y sin planificar ("todos los días se nos ocurren
cosas interesantes que hacer, no es preciso tener un plan"); a que el
trabajo en las aulas no sea sino la mera acumulación de experiencias
cada una de las cuales se inicia al acabar la anterior pero sin que tenga
nada que ver con ella; a que las propuestas que se planteen a los niños
sean actividades simples y de escaso calado de forma que ellos van de
una a otra sin ningún tipo de orientación ni línea
de unión entre ellas (clases en la que hay mucha acción
pero siempre en formatos cortos y desconectados entre sí).
La continuidad tiene que ver con la
coordinación horizontal de las actuaciones formativas: lo que están
llevando a cabo los diferentes agentes de la formación del niño
(lo que hacen los adultos que tienen a su cargo el niño, si son
varios docentes, o entre los docentes y los otros adultos presentes como
conserjes, cocineros, jardineros, etc.) y lo que se hace en los diversos
ambientes de vida del niño (lo que se hace en la escuela, en la
familia, en los otros contextos de acción del niño). Lo
importante en estos casos es tener un horizonte formativo y de trato común
y complementario (lo que en absoluto significa que tenga que ser idé;ntico,
porque con ello se perdería la riqueza y variedad de experiencias
y relaciones que se le ofrecen al niño en cada uno de esos ambientes).
La continuidad tiene que ver tambié;n
con la coordinación vertical del proceso de trabajo con los niños
a lo largo de las diversas fases o momento de su escolaridad. El proyecto
educativo que se le ofrece debe estar organizado en el sentido que se
resalte esa gradualidad y progresividad en las propuestas de actuación
que se le presenten. Las actividades del primer año deben continuarse
enriquecidas (en cuanto a complejidad, extensión y profundidad
de las actuaciones) en los siguientes años, de manera tal que al
final de los tres años de Educación Infantil se tenga la
clara conciencia de haber recorrido con los niños un camino de
avance efectivo y sostenido en las diversas áreas de su desarrollo.
En estos momentos se está reclamando,
además, que la continuidad se establezca tambié;n en el cambio
de etapa de manera tal que el tránsito de infantil a primaria se
desarrolle sin rupturas ni saltos en el vacío. Italia acaba de
promulgar una legislación específica para facilitar ese
tránsito y son muchos los países europeos donde se llevan
a cabo programas de facilitación (intercambiando profesorado; desarrollando
actividades conjuntas en el último año de infantil y primero
de primaria; estableciendo una fase mixta, una especie de semestre intermedio
entre una etapa y otra, organizando los espacios de manera similar al
final de infantil e al comienzo de primaria, etc.).
d- incorporar contenidos y actividades
formativas de alto nivel.
Lo de "alto nivel" no ha de entenderse
aquí en función de su dificultad (como si quisié;ramos
que los niños pequeños pensaran y actuaran como niños
mayores) sino en su capacidad de impacto en el desarrollo. Contenidos
y actividades que supongan un reto permanente para el niño y que
le empujen a buscar nuevas soluciones.
La literatura especializada suele
insistir en la necesidad de enriquecer los curricula de esta etapa de
ciertos procesos vinculados al desarrollo sostenido del niño:
reforzar formas de representación simbólica
De manera que se realice el salto
gradual de los elementos más operativos e icónicos a los
de representación, con el consiguiente enriquecimiento de los repertorios
de signos y la posibilidad de establecer nuevos esquemas interpretativos
de la realidad.
incluir aprendizajes a partir de movimientos
exploratorios y acciones
Evitando un academicismo prematuro
de la etapa. El conocimiento se asienta mejor si el propio niño
puede desarrollar y vivenciar todo el proceso.
incluir experiencias de aprendizaje colectivo
que sirva de base a la apropiación individual del conocimiento.
Vigotski ha resaltado la importancia
de esa "fase coral" en el aprendizaje infantil. Los niños pasan
por un momento en el que imitan a los demás. Esa imitación
les sirve de exploración de su propia competencia y de ajuste de
la acción iniciada. Progresivamente irán independizándose
del modelo exterior para ir asegurando su propio estilo de acción
y estableciendo los esquemas conceptuales y las destrezas motrices que
exige su realización.
Nuestra tarea es ofrecerles oportunidad
para que este proceso se establezca y los unos vayan estimulando la acción
de los otros y recibiendo, a su vez, la estimulación de ellos.
incluir formas culturales de conocimiento e identidad
Otro de los esfuerzo formativos de
la Educación Infantil está orientado a mejorar la integración
cultural de los niños y niñas. Una integración que
parte del reconocimiento (y aprecio) de los rasgos culturales que definen
su identidad cultural. Las costumbres, las fiestas y celebraciones, la
música, las formas de producción, los sistemas de relación
social pueden ser aproximados a la percepción analítica
del niño y a su disfrute.
incluir el desarrollo personal y moral
La importancia del desarrollo intelectual
en esta etapa no puede hacernos olvidar que el niño progresa como
un todo y que todas las dimensiones de su personalidad se ponen en juego
en la experiencia escolar.
El niño se presenta en el aula
de infantil como una persona, como un individuo que se está construyendo
a sí mismo en un proceso apasionante pero difícil. Una especial
sensibilidad y un respeto consistente debe impregnar todas las acciones
escolares durante esta fase en la que no serán infrecuentes las
crisis, los retrocesos y los saltos.
Otro tanto cabe decirse con respecto
al desarrollo moral por parte del niño y niña pequeños.
La escuela les ofrece múltiples retos para sujetar sus impulsos,
aceptar las normas, a afrontar las frustraciones y, en definitiva, ir
asentando una moralidad incipiente.
desarrollar experiencias de aprendizaje que sirvan
de base a desarrollos posteriores.
La Escuela Infantil es el momento
adecuado para establecer los cimientos de lo que será un desarrollo
personal, afectivo, social y cognitivo equilibrado y bien enfocado. Pero
para que ello se produzca es preciso llegar a conseguir efectos educativos
profundos y estables en los niños: gusto por hacer cosas, actitud
de exploración, capacidad de implicarse en las iniciativas del
grupo, capacidad de hacerse preguntas y autoestimularse, autonomía
etc.
De ahí que sean tan importantes
los hábitos (o "tendencias" como los llama Carr) en esta etapa
educativa por cuanto sientan las bases de las capacidades y actitudes
ante las cosas, las acciones, las personas, etc.
Buena parte de los estudios que se
están haciendo en estos momentos para evaluar la calidad de los
programas de Educación Infantil entran a considerar principalmente
este tipo de progresos en los niños (Bertram y Pascal, 1998; Carr,
1998, Laevers, 1998)
e) Incorporar sistemas de evaluación
y autoevaluación orientados a la mejora del proceso.
Carece de sentido hablar de calidad
si no nos referimos simultáneamente al tema de la evaluación
(o "documentación" como prefieren denominarlo los italianos). La
evaluación actúa como una especie de "ojo de buey" que nos
permite chequear periódicamente cómo van las cosas y en
qué; medida vamos siendo coherentes con los parámetros establecidos
como guía general del proyecto formativo o asistencial que pretendemos
llevar a cabo.
Tambié;n este aspecto constituye
uno de los rasgos que se han hallado presentes en las escuelas y servicios
a la infancia que obtenían altos niveles de calidad. En mi opinión,
la evaluación o documentación constituye una condición
sine qua non de la atención a la infancia.
Sobre tres aspectos fundamentales
se ha de centrar esta evaluación: sobre los niños (considerados
individualmente y tambié;n en tanto que grupo), sobre el desarrollo
efectivo programa que se está llevando a cabo y sobre los propios
educadores. En este momento existen ya muchas propuestas e instrumentos
para operativizar esta función evaluadora.
4- los maestros y maestras.
La figura personal y profesional de
los maestros y maestras constituye el último, aunque seguramente
el más importante, de los cuatro ejes sobre los que he pretendido
articular la idea de calidad en la educación infantil.
No existe posibilidad ninguna de mejora
en los programas escolares que no pase por la intervención de las
personas encargadas de llevarlos a cabo. Podemos mejorar los espacios,
los recursos, la implicación de la familia, etc. pero al final
quienes se han de encargar de rentabilizar todo ello en beneficio de los
niños son los maestros encargados de su cuidado y educación.
Cuatro aspectos, para no alargar mucho
más esta reflexión, me gustaría destacar aquí.
a- La soledad
En realidad, se trata de un aspecto
negativo pero cuya consideración nos va a servir para destacar
el fondo personal y profundo que conlleva el desarrollo de la acción
docente con niños pequeños.
Las maestras y maestros de infantil,
al menos en España, han de enfrentarse a solas con un tipo de actuación
profesional que les va a implicar personalmente con los niños pequeños.
No se trata de un compromiso actuarial en el que uno lo que entrega son
sus conductas, sus acciones exteriores pero reservando y poniendo al margen
su identidad personal (su emocionalidad, sus vivencias personales, su
propia historia). Más bien sucede lo contrario, la situación
especialmente vulnerable de los niños y niñas pequeños,
su entrega total exige de los educadores que les atienden una aproximación
que va mucho más allá del rol y acaba abarcando todas nuestras
entrañas.
Ese aspecto marca una notable diferencia
entre ser maestra o maestro de educación infantil y serlo de otras
etapas en las que los niños ya han ido desarrollando sus recursos
personales, ya saben ser más autónomos y tienden a "apartarse"
del docente, a gestionar su propia identidad.
En la educación infantil la
dependencia es muy grande e intensa y eso nos hace especialmente vulnerables
frente a los niños, frente a los acontecimientos y frente a nosotros
mismos.
En este contexto es terrible trabajar
a solas, no tener con quien comentar, con quien compartir las incertidumbres
de lo cotidiano y las angustias que genera la propia inseguridad (sobre
todo cuando se siente que algunas cosas no funcionan bien y que no sabemos
cómo mejorarlas).
En bastantes casos resulta difícil
desconectar de esta situación, incluso una vez acabado el horario
de trabajo. Y uno llega a casa preocupado, pensando en qué; le pasaría
a tal niño o a tal otra niña, o desesperado porque las cosas
no han ido todo lo bien que se esperaba. Tambié;n hay días
buenos, por supuesto. Pero en ambos casos (por lo bueno o por lo malo)
el caso es que el impacto emocional de nuestro trabajo es muy intenso
y bastante duradero (llegando a contaminar, a veces, la propia vida familiar
pues sobre ella se proyectan las preocupaciones y el desasosiego).
Parte del problema radica, justamente
en la soledad. La maestra de educación infantil debe enfrentarse,
al menos en nuestro país, a solas con la atención y formación
a un grupo numeroso de niños pequeños (a veces muy pequeños,
sobre todo cuando trabajamos con niños de 3 años). La dimensión
material del trabajo es dura, aunque resulta soportable si uno posee la
experiencia y las té;cnicas apropiadas. Más difícil
resulta la dimensión emocional. Y ahí es donde nos vendría
bien el amigo, el colega, el compañero con el que poder intercambiar
experiencias y proyectos, al que poder solicitar una visión distinta
de los problemas que nos agobian, etc.
Los programas educativos de calidad
y las escuelas que los gestionan han de establecer dispositivos que permitan
mantener encuentros entre colegas de la propia escuela o con personal
de otras con vistas a disminuir la tensión y favorecer el intercambio.
En algunos países se ponen a disposición de los docentes
(sobre todo para los de educación infantil y educación especial
que son los que mantienen un tipo de implicación personal en el
trabajo más intensa) unos grupos de formación que tienen
como uno de sus objetivos principales el posibilitar una especie de "supervisión"
colegiada y estrategias de apoyo mutuo entre los profesionales (a veces,
ayudados tambié;n por un experto o facilitador).
b- la coordinación y
continuidad entre los profesores
Ya nos hemos referido en un punto
anterior a esta condición aplicada, en aquel caso, al curriculum.
Aquí hemos de insistir en ello con referencia a la actuación
de los profesores.
Obviamente la coordinación
y continuidad de los programas y del Proyecto Curricular en su conjunto
no se consigue si los profesores que lo han de llevar a cabo no las operativizan.
La particular cultura profesional
que nos caracteriza al colectivo de docentes es mucho más proclive
al trabajo individualizado que al trabajo colectivo o, cuando menos, coordinado.
Preferimos montárnoslo por nuestra cuenta que tener que perder
tiempo y esfuerzo en hacer una planificación conjunta con nuestros
colegas de etapa. Y eso, desde luego, actúa en detrimento de la
calidad.
En Italia, los legisladores para "forzar"
de alguna manera esta cooperación entre los docentes implantaron
el modelo de 3 para 2: tres docentes atendía dos clases. Ello suponían
que debían coordinarse para llevar a cabo el programa formativo.
Suponía, tambié;n, que habría momentos en que dos
profesores estarían juntos en la misma sala de clase. En algunos
casos la experiencia resulto exitosa, pero en otros la tendencia al individualismo
fagocitó la experiencia y lo que hicieron los maestros fue repartirse
las competencias curriculares (tú les das lengua y psicomotricidad
y yo trabajaré; las matemáticas y el juego...)
Coordinarse no implica solamente una
actitud o predisposición positiva a hacerlo (esta es una condición
necesaria pero no suficiente). La coordinación implica el conocimiento
de las té;cnicas aplicables al desarrollo de un proceso de actuación
integrado (saber planificar y secuenciar las acciones a llevar a cabo;
conocer y saber manejar dispositivos de revisión y reajuste; etc.).
Pero implica, tambié;n, ciertas condiciones organizativas que hagan
posible el trabajo combinado de los docentes: tiempos y espacios para
reunirse, posibilidad de utilización compartida de recursos, introducción
de dispositivos para la recogida de información, el análisis
de la misma y la toma de decisiones de mejora.
c- la formación.
Otro de los aspectos importantes para
el desarrollo de una educación infantil de calidad está
ligada a la formación de los docentes.
Suele ser una consideración
bastante común, y pese a ello equivocada, la de que enseñar
a niños pequeños "no supone mucha ciencia". Como son tan
pequeños, parece pensarse, lo que hace falta es paciencia y ser
afectuoso. Lo demás es menos importante. Ese es un grave error
y una notable injusticia con respecto a los docentes de esta etapa educativa.
De la formación se pueden tener
dos perspectivas diferentes con relación a la calidad. Normalmente
los modelos burocráticos (que antes hemos descrito como modelos
dirigidos a la acreditación) tienden a fijarse en la titulación
poseída por el cuerpo docente. Estar formado supone estar en posesión
del título básico exigido para ocupar ese puesto. Se considera
un plus de formación las titulaciones que se poseen más
allá de las exigidas. Esa es una visión apropiada pero notablemente
incompleta con respecto a la formación.
Más interesante parece el considerar
la formación como los esfuerzos sucesivos que ha hecho una persona
o un colectivo para ir mejorando sus competencias. Es decir, las iniciativas
formativas en las que ha participado a lo largo de su vida profesional.
Pero incluso valorando muy positivamente cualquier esfuerzo que un docente
haga para mejorar su formación, podemos establecer una doble consideración
en lo que se refiere a la formación permanente de los docentes.
Las actividades formativas a las que se adhieren los profesores pueden
tener dos orientaciones básicas:
- una orientación basada en
el propio crecimiento personal o científico.
Los profesores/as van formándose
en aspectos o ámbitos por los que se sienten personalmente motivados:
pueden hacer otra carrera que les gusta, participar en congresos o cursos
relacionados con su propia especialidad o área curricular de preferencia
(matemáticas, lengua, educación física, etc.), puede
integrarse en un equipo de investigación, etc. De esta actuación
formativa cabe esperar que se deriven beneficios que repercutirán
en el propio profesor. Puede que de ello se deriven tambié;n efectos
beneficiosos para sus clases pero ni es seguro que así sea ni,
en algunos casos, esperable que se produzcan (por la propia naturaleza
de la formación recibida).
En todo caso, puesto que mejora la
autoestima del docente, merece una valoración positiva aunque pueda
tener una relación escasa con la mejora de su desempeño
profesional.
- una orientación basada en
la mejora de la actuación docente.
En este caso, los profesores/as orientan
su formación en servicio hacia la resolución de los problemas
que ellos mismos o la institución afrontan. En este caso se puede
decir que los beneficios de esa formación sí se proyectan
directamente sobre la mejora del proyecto formativo.
Un maestro que se siente inseguro
sobre el mejor enfoque a seguir en los procesos de lecto-escritura y que,
a la vista de sus propias necesidades, se inscribe a un congreso sobre
ese tema está claro que orienta su formación a la resolución
de un problema real que tiene. Todavía resulta más impactante
(por la generalización de los efectos) la formación dirigida
a la resolución de problemas o necesidades suscitadas desde una
perspectiva institucional: si está previsto que en dos años
vamos a comenzar a recibir niños de 3 años y nos damos cuenta
que nadie del equipo docente tiene experiencia en ese terreno, lo interesante
es que alguien del equipo se prepare para poder llevar a cabo esa función.
En estos casos la acción formativa tiene repercusiones positivas
sobre toda la institución.
En cualquier caso, la formación
es el gran recurso para la mejora de los procesos educativos. Es poco
previsible que las cosas mejoren sin más o por arte de magia, o
que lo hagan por un simple acto de voluntad de los interesados (lo que
significaría, por otra parte, que si antes no lo hacían
mejor era porque no querían). Lo normal es que los docentes lo
hagamos lo mejor que sabemos. Y si no damos más de nosotros mismos
es porque no sabemos hacerlo. Lo que significa que si se quiere introducir
una innovación o si se quiere mejorar el desarrollo de lo que ya
se viene haciendo resulta imprescindible recibir información que
nos prepare para ello.
d- inserción en el entorno
La vida moderna, cada vez más
agitada y compleja, nos ha obligado a perder una de las formas más
claras de vinculación de la escuela y el entorno: la presencia
física de los maestros en el mismo ambiente social de los niños.
Aspecto é;ste, especialmente relevante en las zonas rurales.
Las nuevas posibilidades de comunicación
hacen que muchos maestros y maestras prefieran trasladarse a un lugar
de residencia más apetecibles para ellos mismos y sus familias.
Con ello, el tiempo de permanencia en las escuelas y las modalidades de
interacción con el grupo social que acude a la escuela es menor.
El tiempo acaba convirtié;ndose en una preocupación psicológica
por lo que ya no se vive relajadamente sino que se trata de rentabilizar
al máximo como bien escaso que es.
El magisterio como forma de vida y
de relación con los demás, ha dejado paso a una más
clara definición del rol profesional: ser maestro es enseñar
en una escuela durante un horario establecido. Fuera de ese horario cada
uno vuelve a su propio medio de vida (con frecuencia alejado social y
culturalmente del medio de trabajo) y se convierte en un ciudadano más.
Desde cierto punto de vista, esto
ha sido una conquista social de la profesión docente. Pero desde
otra perspectiva, este hecho ha supuesto una clara dificultad para incorporarse
efectivamente a la dinámica social de un territorio (en su sentido
geográfico y tambié;n social, cultural e incluso psicológico)
y mantener una línea de continuidad y complementación entre
el entorno y el trabajo en la escuela (lo que exigiría conocer
bien a las familias, conocer la dinámica social del entorno, saber
identificar sus necesidades y las posibilidades de actuar desde la escuela,
etc.).
Cuando un maestro o maestra llega
cinco minutos antes de comenzar sus clases (desde distancias que, a veces,
son importantes) y se va en cuanto concluye su horario tiene pocas posibilidades
de interaccionar efectivamente con el medio en que ejerce su magisterio.
La distancia física y cultural
(con frecuencia quienes enseñan en una zona rural viven en la ciudad,
quienes trabajan en un barrio de la ciudad viven en una zona cé;ntrica,
etc.) acaba convirtié;ndose además en tensión psicológica.
Uno se convierte en "avaro" de su tiempo, lo raciona y limita en la medida
de lo posible (porque tiene que volver, porque su familia lo espera, porque
tiene muchas cosas que hacer en su propio espacio, etc.) En definitiva,
si pudié;ramos hablar de un "dentro" (como situación psicológica
en la que uno se siente mejor, más cómodo) y un "fuera"
(como estado en el que uno se siente ligeramente incómodo, en situación
de expectativa de regreso a su nicho natural), podríamos decir
que mientras uno se siente desplazado para dar sus clases uno está
en situación de "fuera" y que por tanto trata consciente e inconscientemente
de regresar a una posición de "dentro" (su casa, su medio, sus
amigos, sus cosas).
Cuando el lugar y el tipo de trabajo
están incluido en el "dentro" de una persona es cuando se logra
el máximo de eficacia y, a la vez, de satisfacción en el
mismo.
No se trata, por supuesto, de reivindicar
que la calidad de la enseñanza exige que los maestros y maestras
de educación infantil tengan que residir en el mismo lugar donde
desarrollan su actividad profesional. Así fue en algún tiempo
y esa era la condición que se ponía, por ejemplo en mi tierra,
Navarra, a los maestros para contratarlos. Pero esa pretensión,
en nuestros días, rozaría la ilegalidad pues atenta contra
los derechos individuales de fijar su residencia y la de su familia donde
gusten. Pero no cabe duda que esta nueva dinámica social y laboral
ha afectado de forma significativa a los hábitos profesionales
y a la capacidad de impacto de los profesores. Es previsible que indirectamente
haya acabado influyendo tambié;n en la calidad del trabajo que se
lleva a cabo (al menos en lo que se refiere a la posibilidad de una educación
inserta en el medio y complementaria de los estímulos que en é;l
se ofrecen).
CONCLUSIÓN
Aplicar la idea de la calidad a la
Educación Infantil no es tarea sencilla. Y hay que huir de dos
extremos igualmente contraproducentes:
- de una idea vaga e indefinida de
calidad que nos lleve más hacia las percepciones globales que hacia
aspectos concretos. Uno (como maestro o como padre) puede sentir que la
escuela donde trabaja o el programa que ofrecen a sus hijos es muy bueno.
Que los niños están encantados y que se nota que aprenden
mucho. Pero más allá le resulta difícil concretar
qué; es lo que los hace valiosos.
- de una constatación atomizada
y farragosa de múltiples indicadores y variables virtualmente asociadas
a procesos de calidad. Este tipo de apreciaciones minuciosas, están
más próximas a la investigación de tipo cuantitativo
que al análisis profesional orientado a la mejora y acaban por
servir solo para hacer buenas descripciones de la situación pero
no para proceder a su mejora.
La perspectiva adoptada en este trabajo
trata de situarse en un espacio intermedio. La calidad se vincula efectivamente
a cierto tipo de condiciones. Cuando tales condiciones están presentes
en nuestro trabajo educativo podemos decir que nos hallamos en una buena
orientación. Cuando tales condiciones no se dan o si se dan aparecen
deterioradas entonces estamos en condiciones de introducir reajustes en
el proceso de forma tal que reiniciemos el camino de la mejora.
Las condiciones o rasgos señalados
no son ni rígidos en cuanto a su consideración (no se trata
de hacer una tesis doctoral, rigurosamente científica, sobre el
tema) ni tampoco confusos (son cosas fácilmente constatables en
la experiencia profesional de cada uno de nosotros). Tomándolo
como catálogo de compromisos podríamos evaluar con facilidad
el nivel de calidad en el que se mueve la Educación Infantil de
nuestras escuelas.
No olvidemos, en todo caso, que la
calidad no es una situación en la que se está instalado
sino un compromiso en el que se avanza. La cuestión no es tanto
si somos o no de calidad sino si estamos mejorando o no, es decir, si
estamos comprometidos con la elevación progresiva del nivel de
calidad de la educación que llevamos a cabo en nuestro centro escolar.