Al hablar de que cada niño es cada niño,
queremos hacer un llamamiento a la importancia que tiene la formación
de la personalidad del ser humano.
Podemos definir la personalidad
, como la unidad integrativa de un individuo, con todo el conjunto de
sus características diferenciadoras (inteligencia, carácter,
temperamento, constitución) y sus modalidades propias de comportamiento.
Nuestro papel como padres y educadores
será el aceptar a cada niño tal como es, propiciándole
una atmósfera social y forma de relación favorables para
el completo desarrollo de su personalidad.
El comportamiento de un niño
revela tendencias que son expresión de sus necesidades y aspiraciones.
Al principio una tendencia no es nunca buena o mala en sí. Constituye
una energía que hay que canalizar y orientar hacia fines lo más
válidos posibles. Es a través de una actitud educativa adecuada
como de la mejor y más natural forma posible, favorecemos este
movimiento liberador y constructor.
El carácter de un niño,
es portador de toda una herencia y va atravesando, mejor o peor , las
pruebas de nacimiento, del destete, de la adquisición de los ritmos
biológicos naturales y su relación con el medio que le rodea.
A partir de este momento, su personalidad comienza a afirmarse vigorosamente
y sus intereses, que están ya menos centrados sobre su propio cuerpo,
se van orientando hacia la conquista de los seres, de los objetos, del
espacio y del lenguaje.
Sin embargo, de los dos a los
tres años se sitúa lo que se llama "la crisis de la personalidad",
a lo largo de la cual, saliendo de un estado de simbiosis afectiva, el
niño comienza a tomar conciencia de su individualidad propia.
La progresiva formación
de la personalidad se centra alrededor de un "yo" consciente autónomo
que se va fijando sucesivamente sobre los distintos niveles de experiencia.
El "yo" comienza por entrar en
contacto con el medio, después, a través de una investigación
activa, procede a su análisis. Cuando llega a dominar este medio,
las facultades así constituidas e integradas en la personalidad
se subordinan al "yo" que accede a un nivel superior.
Por lo tanto nuestra acción
educativa en la formación de la personalidad irá dirigida
a ayudarle a funcionar mejor, a sacar mejor partido de sí mismo,
a saber descubrir sus propios fines y sus valores cada vez más
elevados.
Todo niño normal está
abierto, de una forma natural, a todo, le interesa cualquier cosa y está
dispuesto a investigar todo lo que se le presenta, a menos que las cosas
excedan por completo a sus capacidades de percepción y de comprensión
o que se aparten de sus intereses dominantes de ese momento.
Cuando se enfrenta a una experiencia
nueva y se ve contrariado o es traumatizante, el dominio se vuelve difícil
o imposible de alcanzar, la evolución normal de la personalidad
se encuentra gravemente comprometida. Conviene pues, que la fase de contacto
con experiencias nuevas tenga siempre un carácter positivo, sino,
corremos el riesgo de producir personalidades cerradas, timoratas, que
tienen miedo de todo lo que es nuevo y extraño, que se cierran
en perjuicios y fobias y a quienes le falta la confianza en sí
necesaria para alcanzar nuevas empresas.
Para que los aprendizajes en la
fase de contacto con experiencias nuevas sean completamente acertados,
hace falta que los descubrimientos de los niños, sus encantos y
sus asombros puedan encontrar resonancia en la conciencia de los padres
y educadores y que esto les haga reflexionar en ello, ampliarlo y profundizarlo.
Es decir, cuando el niño
vuelve a casa y nos recita un pequeño poema o nos canta una canción
que ha aprendido ese día, no es el aprendizaje en sí de
esa canción o poema lo que verdaderamente satisface al niño,
sino, la sensibilidad que mostremos, nuestra capacidad de acogida y la
resonancia que tenga en nosotros, lo que le hace valorar la importancia
de su aprendizaje.
Nada es verdaderamente humano
si no tiene un sentido, un valor. Es cerca de adultos conscientes, en
comunión con el mundo, como los niños pueden aprender a
darle sus múltiples sentidos y a instaurar sus propios valores.
Procurando un contacto feliz con
un universo físico, psíquico y social más rico, se
favorece la eclosión de personalidades abiertas, emprendedoras,
atrevidas, que se sientan en plena armonía con el mundo que les
rodea.
Debemos favorecer que el niño
actúe con autonomía y libertad. Pero favorecer el ejercicio
de la libertad de un "yo" infantil autónomo no quiere decir "dejar
hacer". Es solicitar la espontaneidad y la actividad más bien que
la pasividad y la repetición; la experiencia personal más
que la memoria; la creación más que la imitación.
Es permitir que los niños se muevan por sus intenciones personales,
cada vez más finas y más elaboradas, más que por
instrucciones recibidas.
El centro escolar puede ejercer
una influencia beneficiosa sobre la evolución de la personalidad
del niño, al ofrecerle la experiencia de un medio social más
amplio que el que ha conocido hasta entonces, el centro escolar extiende
su experiencia en esta esfera y aumenta su madurez. Este marco presenta
dos aspectos : uno espontáneo, fluido, creador, el de las relaciones
interpersonales que se traban, fluctúan y se desarrollan; el otro,
más rígido e institucional, el de las reglas, las conveniencias
y las prohibiciones.
En este ambiente, el niño
descubre las reglas de la vida en sociedad y comprende su necesidad y
su razón de ser.
La falta de experiencias de vida
social de los niños cuando llegan por primera vez al centro y su
poca madurez, hacen que la educadora desempeñe un papel delicado,
catalizando y cimentando sin cesar. No debe contentarse con acoger lo
que procede de un niño , debe reflejarlo con mucha sensibilidad
y enviarlo a todo el grupo para que éste se apropie de la aportación
del niño, que se enriquezca con ello, le inspire, lo discuta, lo
transforme o lo asimile.
A través de esta puesta
en circulación de ideas, sentimientos, creaciones , cada uno se
sitúa y se descubre en relación a los demás; toma
conciencia de sí, al mismo tiempo que toma conciencia de los demás
y de su originalidad propia.