Uno de los signos de
la autonomía en una persona es que sea capaz de ser responsable
de determinadas cosas. El adulto, normalmente, se caracteriza por esto,
entre otras cosas.
Nuestra labor como educadores
es conseguir de los niños, futuros adultos responsables y autónomos.
Para ello debemos plantearnos que tenemos que empezar desde el principio
a trabajar en ello. La educación de hoy en día no debe encaminarse
tan solo a la enseñanza de determinados conocimientos, sino que,
como ya sabemos, se trata de conseguir enseñar a los pequeños
una serie de procedimientos, conocimientos y actitudes dirigidos a conseguir
unos objetivos pedagógicos, pero sobre todo, unos objetivos a largo
plazo que permitan al niño moverse con autonomía y seguridad
en el mundo que le rodea.
A principios de nuestro siglo
María Montessori descubrió los beneficios de la educación
temprana y concibió una nueva manera de tratar al niño;
en lugar de someterle a una disciplina inflexible, se permitió
"dejarle en libertad" para que pudiera "autoeducarse". La misión
del maestro, en lo tocante a los niños más pequeños,
en edad preescolar, sería suministrarles los estímulos que
necesitan, los que su desarrollo exige.
Dentro de los estímulos
que el maestro está suministrando al niño, deben contemplarse
aquellos que dispongan al niño a ser responsable de multitud de
cosas, sin que éste se sienta presionado, ni obligado a nada, sino
que forme parte de su educación y maduración como persona.
Dentro del aula podemos diseñar
actividades que cumplan este objetivo teniendo en cuenta el desarrollo
evolutivo del niño. Debemos saber que una vez superado el primer
año de vida, cuando ya ha sido establecida una vinculación
afectiva fuerte, el niño tendrá que ir logrando independencia
en sus figuras de apego, lo que constituye un proceso bastante conflictivo,
por un lado quiere explorar, conocer, pero sin perder de vista la figura
de apego.
Por ello, debemos hacer saber
a los padres que la tarea educacional comienza en casa, dándoles
pautas a seguir en la educación de sus hijos. Debemos decirles
que el que sean pequeños no significa que sean inútiles
o que no puedan realizar algunas tareas. Además, en el caso de
la llegada de un hermano, por ejemplo, es de gran utilidad darle responsabilidades
al niño mayor para incrementar su autoestima y conseguir que se
empiece a sentir como el hijo mayor que es de gran utilidad para sus padres.
Algo importante a destacar es
que, muchas veces, pretendemos que los niños, cumplida determinada
edad, empiecen a realizar comportamientos autónomos, y nos sorprendemos
si vemos que no lo hacen. Esta es una de las quejas más frecuentes
de los padres: "mi hijo no me obedece cuando le digo que recoja sus juguetes".
Lo que es sorprendente es el por qué nos extrañamos, si,
probablemente, los responsables de este comportamiento seamos nosotros
mismos. No les dejamos hacer nada a ellos solos hasta que decidimos que
ya son suficientemente mayores. Es muy importante que empecemos a preparar
el terreno desde pequeños, los hábitos no se aprenden de
la noche a la mañana, conllevan una serie de aprendizajes previos:
por ejemplo, si queremos que un niño nos obedezca, tenemos que
estar seguros de que es capaz de seguir instrucciones, de que le estamos
dando la instrucción correcta y de que nos entiende.
En el aula, ser responsable de
determinadas tareas ayuda a los niños a identificarse como personas
autónomas e independientes del resto de sus compañeros y
del profesor, y a la vez le hace tomar conciencia de que su labor es imprescindible
para que funcione el resto de la clase.
No olvidemos, pues, que lo que
cosechamos hoy dará frutos mañana, y que los "jóvenes
irresponsables" de los que a veces nos quejamos fueron en su día
niños irresponsables. Dar responsabilidades a un niño no
es hacerle madurar demasiado deprisa si estas son adecuadas para su edad.