Había
una vez unos niños que siempre al salir del colegio, en vez de ir
a ver la televisión o jugar a las guerras, les gustaba pasear por
un campo cercano al lugar en el que vivían.
Los
días que hacía mucho sol y calor, no podían ir a pasear, porque en
el campo no había ningún árbol que les diese sombra y pasaban muuuuucho
calor.
Un
día, al salir a pasear después de clase, se sentaron cerca del río
que pasaba por el campo y sus caras se entristecieron al ver el agua
tan sucia que corría por él. Empezaron a hablar sobre lo felices que
serían si en el campo hubiese árboles. Entre los árboles podrían jugar
al escondite, sentarse a la sombra a contar historias y observar los
animales que pudieran vivir en él.
Hablando
y hablando, no se dieron cuenta que a lo lejos cabalgaba un señor
a caballo. Este, al ver a los niños se acercó a ellos y les preguntó:
-
¿Por qué estáis tristes, de qué habláis?
Los
niños le contaron lo que les pasaba. El señor, compadecido por las
palabras de los niños, les dijo:
-
No os preocupéis, yo os daré unas semillas mágicas, estas semillas
las plantaréis entre todos y cada día sembraréis unas pocas más. Así,
día a día, iréis sembrando semillas y con el tiempo tendréis frondosos
árboles que llenarán el campo de alegría. Pero no olvidéis que tenéis
que venir a cuidar las plantas que poco a poco nazcan.
Los
niños hicieron caso al señor y poco a poco fueron llenando el campo
de semillas. Conforme pasaba el tiempo, las semillas crecían y crecían
y el campo comenzó a llenarse de pequeñas plantas que no paraban de
crecer. Transcurridas unas semanas, las plantas se convirtieron en
pequeños árboles y en pocos meses se formó un gran bosque en el que
los animales comenzaron a habitar.
Los
niños cada día al salir del colegio, corrían hasta el campo para ver
crecer y cuidar su bosque. Los papás y mamás de los niños, asombrados
de la alegría que tenían siempre sus rostros y lo felices estaban,
quisieron saber cuál había sido el motivo de su cambio y un día los
siguieron al salir del colegio sin que éstos se dieran cuenta.
Al
llegar al campo y comprobar el milagro del bosque, se quedaron tan
asombrados que no podían creérselo. En el pueblo se armó un gran revuelo
y todos, ancianos, adultos, jóvenes y los demás niños iban a ver el
bosque.
Las
autoridades, al ver lo que habían conseguido los niños con su esfuerzo,
decidieron nombrarlo espacio protegido. Esto quiere decir que en él
no se pueden cortar árboles, ni arrancar plantas, ni dañar a los animales
que en él vivan.
A
partir de entonces, todos los habitantes del pueblo sembraban las
semillas de árboles que encontraban en el campo. Así, el campo que
en un tiempo estaba triste y desolado, se volvió verde, próspero y
rico, y el río comenzó a tener agua clara y abundante, gracias al
esfuerzo constante de los niños.