El trabajo preventivo es el sistema
de acciones dirigidas a garantizar que las condiciones educativas y socioambientales
en que los niños y niñas se forman y educan sean las más
propicias para el sano desarrollo de su personalidad y a evitar la aparición
de problemáticas en el comportamiento infantil. Este trabajo preventivo
abarca la promoción y materialización de métodos
educativos y estilos de crianza adecuados que propicien el desarrollo
de conductas sanas en los niños y la armoniosa estructuración
de sus cualidades psicológicas, su vida afectiva y funcionamiento
cognitivo. Además, el mismo implica la realización de una
labor pedagógica eficiente, que partiendo de la consideración
del niño como eje central de su proceso de enseñanza – aprendizaje,
organice el sistema de influencias educativas de la manera más
apropiada para alcanzar los logros del desarrollo de los niños
y niñas en cada período etario. Todo esto puede ser relacionado
con el primer nivel de prevención primaria la conocida clasificación
de Leavell y Clark.
El sano desarrollo del niño
depende de la plena satisfacción de sus necesidades, tanto las
fisiológicas: alimentación, sueño y otras; como de
las psicológicas: afecto, estimulación, socialización,
etc. tan importantes o más que las primeras. Este es el único
modo de lograr la completa formación del pequeño. Para ello
es pertinente la estructuración de un amplio trabajo preventivo,
que permite la adecuada atención a las mencionadas necesidades
del menor.
La concepción teórica
que se asume es aquella que reafirma el papel decisivo que tienen las
condiciones de vida y educación en todo el desarrollo de la personalidad
del niño; es decir de cómo los adultos eduquen al niño
desde los primeros años de vida teniendo en cuenta sus necesidades
psicológicas (en primer lugar la de afecto), como las fisiológicas,
ajustadas a un adecuado horario de vida y sin dejar de considerar el protagonismo
del niño en todo, este complejo proceso; dependerá en gran
medida la formación de toda una personalidad armónicamente
desarrollada.
Los niños de 0 a 6 años
son los que más necesitan la atención del adulto y la misma
debe ser tierna, sobre todo durante el primer año de vida. Este
trato afectivo proporcionará al niño la seguridad necesaria
para desarrollar una personalidad sana.
Los niños que crecen sin tener
satisfechas sus necesidades de afecto, suelen presentar alteraciones de
conducta, tanto en el aspecto intelectual como en el emocional. Hay que
subrayar el hecho de que importa más la calidad, diversidad y estructuración
de la estimulación que la cantidad de estímulos que se ofrecen.
Es de señalar que los niños hiperactivos tienen mayores
demandas en este sentido.
Si analizamos los factores por los
cuales un niño de cualquier edad, puede presentar alteraciones
de su comportamiento, los podemos clasificar en tres grandes grupos: factores
internos, cuando la problemática parte fundamentalmente de limitaciones,
consecuencias o derivaciones de particularidades individuales de tipo
constitucional, biológico o genético; factores educativos,
en los que las condiciones de vida y educación tienen el rol principal
en la génesis de las alteraciones del comportamiento y factores
de la actividad y la propia experiencia personal del niño y que
no dependen ni de los factores internos ni de las condiciones de educación.
En realidad, generalmente lo que se
observa no es el funcionamiento aislado de un tipo de estos factores,
sino su interrelación, y el predominio de uno de ellos.
Por otra parte, no verlo de esta manera
implicaría una escisión de lo somático, que es un
dualismo ajeno al pensamiento científico materialista. Cuando la
psique está perturbada existe siempre un correlato fisiológico,
y a la inversa, que corresponde a los efectos de uno y otro en los respectivos
sistemas. No obstante en las condiciones de nuestras edades de estudio
y por las particularidades del desarrollo psíquico de la etapa
infantil, las circunstancias de vida y educación desempeñan
el rol fundamental en el surgimiento de las alteraciones de conducta,
lo cual está avalado por la experiencia.
Así en la generalidad de los
trastornos de la conducta que presentan los niños de etapa infantil
en la mayoría de los casos, basta que se transformen los métodos
educativos utilizados con el menor, que se modifiquen las condiciones
de educación, para que se aminore la intensidad de los síntomas
y progresivamente se consiga la erradicación de los mismos.
Lo anterior depende estrechamente
de las particularidades psicológicas de la edad, que es una etapa
de gran plasticidad de los procesos psíquicos en los que las estructuras
están en plena fase de maduración y perfeccionamiento, de
una gran sensibilidad del cerebro para asimilar la experiencia social,
y de una muy directa relación de las condiciones mentales con las
particularidades concretas situacionales en las que desenvuelve la vida
del niño. Las condiciones perniciosas mantenidas, tendrán
una honda repercusión en la psique infantil; por otra parte las
concretas medidas educativas tendrán una mayor oportunidad y alcance
al ser aplicados en este momento del desarrollo humano.
La psiquis del niño en las
edades tempranas se caracteriza por una confusión de sus procesos
internos con los reales eventos exteriores, dada por las limitaciones
propias de su desarrollo en esta fase. Todo esto hace al pequeño
vulnerable a las cambiantes y en ocasiones potentes influencias ambientales,
por lo que conviene tener en cuenta todos los aspectos a los que se hará
referencia para priorizar la necesaria protección al infante que
le garantice una mente sana.
Dentro de las importantes premisas
biológicas del desarrollo humano, es pertinente hacer referencia
al temperamento que constituye una particularidad psicológica en
la estructuración de la personalidad. Tanto padres como educadores
tienden a preferir conscientemente o no, confesándolo o negándolo,
al niño tranquilo. En el caso del infante turbulento desde los
trabajos de Thomas se ha probado que un clima de comprensión y
estimulación permite un adecuado proceso de desarrollo infantil.
Los resultados son opuestos en medios no receptivos a las condiciones
psicoindividuales del pequeño.
Incluso en los casos en que los factores
internos tienen un papel preponderante, como puede ser un Síndrome
de Down, la utilización de métodos educativos apropiados
tiene una gran importancia para lograr adquisiciones o eliminar comportamientos
inadecuados, en suma, para una mejor acción terapéutica
y una conducta más positiva en el niño. Una educación
optimista y paciente tiene efectos insospechados aun para un infante discapacitado.
En este punto, puede trazarse una
interrogante: ¿cuándo se considera a un niño normal? No
hay nada más difícil de definir que el criterio de normalidad,
pues lo que es normal en una persona o una cultura, puede no serlo en
otra e incluso, una misma conducta puede ser normal o no, de acuerdo con
las circunstancias, el lugar o la época. Esto nos lleva a tratar
de definir la normalidad de un niño en un sentido práctico,
de acuerdo con lo que constituye la satisfacción de sus necesidades
básicas.
Si se definiera a un niño normal,
se podría decir que es aquel que, por lo general es activo, juega,
corre, salta, brinca; mantiene un estado de ánimo alegre, estable;
ingiere los alimentos con satisfacción y en la cantidad necesaria;
duerme bien y en los períodos establecidos; y asimila sin dificultad
el proceso docente educativo en que se educa; esto puede ser considerado
la normalidad ideal.
Por supuesto pueden haber variaciones
de estos aspectos entre los niños, las conocidas diferencias individuales,
y unos serán menos activos que otros, algunos comerán menos,
dormirán más y sin embargo todos son normales. Lo anormal
consiste en una marcada, intensa y permanente desviación de la
norma que le provoca sufrimiento al niño y a los demás.
Es necesario a continuación,
hacer referencia al modo de satisfacción de las necesidades fisiológicas
del niño por la estrecha relación que guardan con el bienestar
del pequeño. Respecto a la alimentación, proceso muy sobrevalorado
por los adultos, los premios y castigos son improcedentes. Hay que tener
en cuenta los estadios del crecimiento infantil con sus altas y bajas.
Obligarlo a comer es pernicioso, en esas circunstancias es mejor colocarse
en el lugar del niño. El momento de la alimentación debe
estar rodeado de una atmósfera agradable, exenta de ansiedades
tan dañinas para el pequeño.
El niño debe dormir solo en
un ambiente confortable, sosegado, tranquilo, con la adecuada temperatura.
En los momentos previos al sueño debe realizar actividades sedantes,
preparatorias. Tener en cuenta que es normal que determinadas contingencias
ambientales y temporales afecten el sueño y el apetito del vástago.
Hay adultos que castigan al niño en la cama: en forma de confinamiento,
esto es sin dudas perjudicial pues este sitio sólo tiene una función
obvia.
El entrenamiento en el control de
esfínteres debe empezar a temprana edad, garantizando siempre los
lugares específicos para satisfacer estas necesidades y la limpieza
del niño que debe ser alentado en sus progresos.
Muy relacionado con esta satisfacción
de las necesidades del niño, especialmente las que acabamos de
hacer referencia, está el cumplimiento del horario de vida que
permite la satisfacción de dichas necesidades orgánicas,
lo que contribuye a un mejor desarrollo físico, asegura un estado
de ánimo equilibrado, defiende el sistema nervioso contra la fatiga
y crea condiciones favorables para el desarrollo psíquico.
Este horario asegura: la cantidad
de horas sueño y de vigilia diarias, tomando en cuenta la edad
y las particularidades individuales de los niños, el ritmo correcto
del cambio del sueño, la vigilia y la alimentación de acuerdo
con la edad y la adecuada variación y dosificación de las
actividades durante la vigilia.
La cantidad de horas de sueño
que el niño necesita, varía con la edad, así durante
los primeros meses de vida por la inmadurez del sistema nervioso, los
niños se fatigan con facilidad y lógicamente el sueño
es más prolongado.
En la medida en que el sistema nervioso
se fortalece, la vigilia se va alargando, se desarrollan y relacionan
las funciones de los analizadores (sentidos), se intensifican las reacciones
de orientación, aumentan las posibilidades de conocimiento del
mundo circundante, se interesa más por las cosas que lo rodean
y la vigilia se va haciendo cada vez más activa.
Ahora bien, hay que tener en cuenta
que el niño puede llegar al agotamiento si se prolonga el período
de vigilia por encima de sus posibilidades y por ende se le retarda el
momento del paso al sueño. Un sueño insuficiente de forma
sistemática provoca agotamiento, que se traduce en irritabilidad,
y llanto y la reducción del período de vigilia que por otra
parte también provoca alteraciones y afecta el desarrollo.
Para formar un ritmo correcto de sueño
y vigilia hay que crear condiciones favorables, para que el niño
duerma rápido, profundamente y a las horas apropiadas, así
hay que favorecer una vigilia activa y para dormir se requiere un silencio
suficiente, evitar el exceso de luz, buena ventilación, incluso
cuando se pueda hacerlo al aire libre que ejerce una influencia adormecedora,
ropas cómodas y temperatura agradable.
La correcta organización de
la actividad se basará en la diversidad de impresiones externas,
cantidad suficiente de distintos objetos, comunicación frecuente
con el adulto y una correcta orientación y dirección de
la misma. Es importante que la actividad se clasifique según la
edad y que tenga una correcta alternancia con los períodos de descanso
y los tipos de actividad entre sí.
La inacción durante la vigilia
conduce a la excitación y con ello a determinadas alteraciones
de conducta, irritabilidad, manipulaciones, agresividad, entre otras.
Por otra parte, hay que tener en cuenta
también al organizar la vigilia evitar la uniformidad, pues esto
provoca desinterés y fatiga, por ejemplo, cuando a los niños
no se les da la posibilidad o no se les enseña a variar el juego,
pueden surgir disputas entre ellos, el juego no alcanzará el nivel
adecuado y se mostrarán desinteresados, no usando correctamente
los juguetes; en fin se desorganizará la actividad al cambiar el
carácter de esta, se garantizará un estado de ánimo
alegre y activo.
Por ultimo hay que enfatizar que el
horario de vida constituye una base necesaria para el desarrollo del trabajo
educativo, fundamentalmente en el aspecto de formación de hábitos.
La actividad infantil debe estar regida ante todo por una buena organización
lo que permite la creación de una secuencia correcta en la satisfacción
de sus necesidades, pues de ello depende la formación de hábitos
positivos desde la más temprana edad.
El adulto enseña a los niños
la habilidad de actuar organizadamente, orientándole las acciones
necesarias de forma consistente dentro de una atmósfera alegre,
emocionalmente adecuada y si el niño no cumple lo establecido hay
que repetírselo cada vez que sea necesario, teniendo en cuenta
que este es un trabajo que requiere constancia, paciencia y serenidad
pues la interiorización de estas acciones, su dominio y control
no se logran de forma inmediata.
También para el trabajo educativo,
es importante el ambiente que juega un gran papel en el desarrollo infantil,
debe ser abierto, el contacto con el aire libre posee un valor difícilmente
igualable. Debe ser rico en estímulos variados, novedosos. El pequeño
es explorador por excelencia.
En condiciones de infraestimulación,
el niño buscará en su medio estímulos activadores.
Una vez motivado por un estímulo, lo investigará, reduciendo
su curiosidad. Es sabido lo pernicioso de la privación sensorial
en las edades tempranas que provoca retardo en el desarrollo y pone en
peligro la salud infantil.
Nociva es también la hiperestimulación,
los ambientes recargados son agotadores para el niño y limitan
su actividad. Es necesario tener en cuenta variables tales como la densidad:
número de niños por sala y el hacinamiento: unidad de espacio
por cada niño, pues se ha comprobado que en su presencia se afecta
el rendimiento intelectual hay una reducción de la ayuda y un aumento
de la agresión entre ellos. El orden merece una consideración
especial por su vínculo estrecho con la formación del pequeño.
Los extremos deben ser evitados, las fluctuaciones son necesarias. No
caer en el desorden, ni tampoco en el orden riguroso a toda costa, la
personalidad compulsiva es muy peligrosa para la salud y fomentar conductas
como estas en fases tan tempranas es perjudicial.
Los adultos son un modelo para los
niños, su conducta ya sea violenta o cariñosa, ansiosa o
serena, tiene un potente impacto en el psiquismo infantil tan sensible
en estas edades. Además, el lenguaje, su riqueza y pobreza de vocabulario,
su tonalidad. Los juegos que sean capaces de desarrollar, de forma conjunta
y también el modo de pasar el tiempo libre con el amplio o nulo
disfrute de actividades culturales, deportivas o recreativas, constituyen
elementos importantes para el sano estado emocional del niño. El
estimular su autoservicio o hacérselo todo, impulsarlo a llevar
hasta el final aquellas tareas asequibles al niño y la calma, el
silencio o la paz tan fértiles para los descubrimientos interiores
son también otros procedimientos a tener en cuenta. Y por supuesto,
el control necesario, que prevenga las conductas no admisibles para el
grupo o la comunidad.
Se ha comprobado que cuando se le
brinda mucho cariño al menor, este deviene afectuoso, competitivo,
abierto. Todo vinculado a una estimulación positiva y un sistema
de sanciones moderado, explicaciones y una atmósfera favorable
a la independencia. En aquellos casos donde predomina la hostilidad, se
dan las cualidades opuestas en los niños.
En los ambientes polarizadamente severos,
rígidos, los niños devienen agresivos, dominantes o conformistas,
depresivos e incompetentes. En el otro extremo, cuando impera la permisividad,
a pesar de que se genera curiosidad, competencia, inconformidad, el niño
se vuelve desobediente y se le dificulta la adecuada interiorización
de los límites; lo que demuestra una vez más que los extremos
son malos.
La sobreprotección genera dependencia.
Lo que se requiere es una vigilancia del cumplimiento de las reglas cuidadosa
y consistente, es decir acuerdo entre los adultos al influir sobre el
niño y la permanencia de las exigencias con independencia de las
coyunturas; además es necesario un clima de estabilidad y apoyo
emocional, de aceptación que no utilice la negación de afecto
como procedimiento de disciplina. Así se logra una elevada autoestima
en el niño, que es muy influida por las percepciones y valoraciones
de los adultos, del reconocimiento que hagan de él como individuo,
lo que permite el desarrollo de su identidad como persona y una buena
adaptación al entorno. Todo esto es muy favorecido cuando se propicia
la participación del niño en los procesos de toma de decisiones
que también le proporciona una creciente independencia, cualidad
de inestimable valor.
Es conveniente que en la educación
infantil haya claridad en las normas establecidas, constancia en su aplicación.
No etiquetar al niño por sus eventuales conductas turbulentas,
creándose una aureola de "niño difícil". Tampoco
la comparación con frecuencia desventajosa con sus pares y por
ultimo no abusar del regaño que puede convertirse en un boomerang.
La familia es clave en el desarrollo
de la personalidad, que será positivo si aquella brinda un clima
de seguridad y aceptación al niño, satisfaciendo sus necesidades.
La familia es el protector por excelencia ante las contingencias ambientales,
que pueden ser violentas, además de ir facilitando la adaptación
del pequeño a ese medio exterior. En su interior debe existir un
marco coherente y estable donde el niño aprenda de sus derechos
y deberes en un clima de aceptación, vital para potenciar su autonomía.
La familia modela el nivel de actuación
del niño mediante una estimulación temprana varada y adecuada.
Desde su nacimiento él tiene una gran necesidad de afecto, que
el adulto satisface mediante un trato cariñoso, hablándole
suave y dulcemente, dándole seguridad y apoyo, satisfaciendo sus
necesidades con ternura. El niño que desde su nacimiento disfruta
del cariño y de la comprensión de las personas que lo tienen
a su cuidado, será un niño feliz.
Es necesario alertar sobre algunos
eventuales factores de riesgo que pueden desestabilizar la psiquis infantil;
uno de ellos es el divorcio, que por lo general conduce a un desmembramiento
familiar, casi siempre paterno, que afecta el desarrollo pleno del niño,
por lo que el padre debe continuar participando en la educación
de su hijo.
Otro factor puede ser el nacimiento
de un nuevo hermanito que objetivamente tiene un impacto en el tiempo
y la energía de los padres en especial la madre; aquí el
error clásico es tener a menos al primogénito que hasta
entonces monopolizaba todo el afecto. También pueden ser mal manejadas
las crisis del desarrollo del niño en las que aparecen cambios
normales y con frecuencia positiva, pues se trata de una progresión
en los logros infantiles; estas novedades pueden generar tensión
en los padres que a menudo los mal interpretan y enfocan.
La TV. puede provocar conductas violentas
en los niños y tener un impacto en su adecuado desarrollo, si no
es convenientemente regulada por los padres, al igual que la microcomputadora
cuyos vídeo – juegos pueden causar adicción y distorsionar
el normal desarrollo del niño que puede darle la espalda a actividades
educativas valiosas, como las institucionales y los juegos colectivos,
además de secuelas tales como el ensimismamiento. Lo que no quita
que bien dosificada esta actividad puede favorecer su atención
y los procesos cognitivos.
El juego es vital para el desarrollo
de los niños, es una absorbente actividad con un extraordinario
potencial educativo, que en sí misma previene que el niño
pueda entonces en su tedio o inacción inclinarse por conductas
negativas. El pequeño disfruta más su juego si de vez en
cuando puede intercambiar ideas con otros; el grado de estímulo,
colaboración y disciplina es fundamental en la formación
de la personalidad.
El juego con los coetáneos
es clave en la consolidación de una cultura de compañeros;
las relaciones de compañerismo son un importante indicador predictor
de salud mental. Existe un vínculo recíproco entre la vulnerabilidad
emocional y pobres relaciones con los compañeros de juego. La sociabilidad
presenta una positiva relación con la aceptación social
y negativa con la ansiedad y la inestabilidad. Respecto al aislamiento
se invierte la ecuación. Así, la buena disposición
del niño para participar en la actividad social está relacionada
con una eficacia social generalizada.
El ingreso en una institución
infantil es un evento importante para el desarrollo del niño, que
amplía el espacio generalmente restringido de la vivienda y lo
ubica en un rico contexto de intercambio con coetáneos, donde se
verifica un intenso aprendizaje de una cultura social que posibilita y
exige el dar y tomar, tanto ideas como objetos y relaciones. Y también
la enseñanza de un programa amplio y pedagógicamente concebido,
condiciones que, generalmente no brinda la educación circunscrita
al medio hogareño. Por supuesto que de estar presentes factores
de riesgo a los que ya se ha hecho referencia el proceso de adaptación
puede conmocionar el psiquismo infantil. Lo que debe ser enfrentado en
un estrecho y productivo marco de colaboración familia – institución,
que de ahí en adelante debe signar toda la formación futura
del niño.
Es importante tratar el tema de la
sexualidad en el niño por ser un campo que por sus características
hace proliferar una serie de manejos y conductas erróneas en los
padres que con frecuencia perjudican el normal desarrollo sexual en estas
edades, lo que trasciende a futuras etapas de la formación de la
personalidad.
Los adultos deben constituir modelos
apropiados para que los niños puedan alcanzar una correcta identificación
sexual. Es normal que los menores durante el proceso de su desarrollo
sexual presenten conductas tales como la autoestimulación de los
genitales que son muy sensibles, una reacción inapropiada de los
adultos puede provocar sentimientos negativos hacia el sexo y la percepción
de que se trata de zonas "sucias".
Este análisis es extensivo
a los juegos sexuales, que pueden ser incentivados por la exposición
de los niños a la pornografía televisiva o a medios de acentuado
hacinamiento o promiscuidad.
Una divisa en el trabajo de atención
psicológica al niño ha sido el de no hacer consciente de
su problemática, lo que contribuiría a implantar en su mente
una nueva fuente de preocupación que pudiera perjudicar su evolución
satisfactoria. Y en esta dirección se ha realizado el trabajo de
orientación a padres, no privilegiando métodos como el regaño.
Se tiene la convicción de que el trabajo directo con la conciencia
del niño es una vía propia de edades posteriores.
Se han expuesto hasta aquí
una serie de factores educativos y estilos formativos vinculados a las
diferentes esferas del desarrollo infantil en una de sus edades claves,
donde se sientan las bases de la personalidad del niño; matizando
diferentes efectos ya positivos o nocivos en la conducta del menor. Una
revisión atenta de lo expresado, obliga a la convicción
de que muchos de las alteraciones y problemas que sufren los niños
y familias han podido y pueden ser evitados pues se trata de la edad donde
las correctas influencias educativas tienen el mejor pronóstico.
Se tiene la esperanza de que lo analizado en este marco contribuya a situar
la compleja y hermosa tarea de la educación infantil en una perspectiva
adecuada.