Concepciones teóricas sobre la comunicación emocional y la oral en laformación de la lengua materna
La actividad del lenguaje presupone
la recepción de señales visuales y sonoras por una parte,
y por la otra, la producción de sonidos articulados, mediante los
diversos medios que proporcionan las estructuras fonatorio-motoras que
intervienen en este proceso. El análisis de estas señales
está sometido a las leyes generales de la actividad nerviosa superior,
y la actividad analítico-sintética de la corteza. Al incidir
un estímulo óptico-acústico sobre el receptor, el
oído humano, la excitación va por varias vías aferentes
hacia la corteza cerebral, se irradia por toda la corteza y luego se concentra,
en las zonas específicas en que se procesan estos estímulos,
la motora de Broca, la perceptiva de Wernicke en la parte temporal, y
se emite una respuesta que se traslada por la vía eferente, estimulando
al receptor, que de conjunto entonces permite la percepción sonora
y la identificación de los sonidos, y su correspondiente respuesta
motora.
En las primeras etapas del
desarrollo del lenguaje, las reacciones a los sonidos de la lengua no
están generalizados, y las confirmaciones positivas o negativas
provocan una inhibición diferenciadora que conduce la concentración
de la excitación en dichas partes del cerebro, que son la base
de la captación y producción correcta de los sonidos de
la lengua.
El daño en la corteza
cerebral sensorial o de Wernicke, responsable de la captación verbal
o sonora, puede provocar serios trastornos en la comprensión de
la palabra; el acaecido en la zona motora o de Brocá, puede provocar
a su vez dificultades en la expresión del lenguaje y trastornos
severos en su emisión.
Pero, además de las
conexiones que se dan entre los elementos de la lengua, aparecen conexiones
entre las palabras y los objetos y fenómenos correspondientes que
las mismas designan, por lo que, el niño no va solo dominando el
aspecto formal de la lengua, las relaciones entre las palabras, sino a
su vez, su aspecto semántico, es decir, las relaciones entre las
palabras y los objetos. Desde este punto de vista los componentes fonético
- fonológico y léxico - semántico de la lengua materna
se dan simultáneamente desde los primeros momentos, aunque obviamente
la captación de los sonidos de la lengua precede en algo a su significación.
La lengua oral es la forma
básica de todas las formas del lenguaje, y sobre su base se estructuran
las demás, el lenguaje escrito, entre otros.
En el proceso de asimilación
de la lengua materna, en relación con su base fisiológica,
es preciso recordar que, aunque hay zonas corticales con una estructura
funcional diferenciada, la percepción de los sonidos y su consecuente
respuesta no se concreta a dichas zonas, sino que existen zonas corticales
intermedias funcionales que ponen en comunicación las más
diversas partes de la corteza cerebral, que aseguran un carácter
funcional único de respuesta del cerebro, mediante estructuras
dinámicas de estas funciones. De acuerdo con Luria, la asimilación
de la lengua materna implica un sistema funcional complejo, en el que
intervienen varios analizadores – motor, auditivo – visual – que en su
conjunto garantizan la recepción sonora y su procesamiento. De
estos analizadores, el visual, aunque menos importante, no deja de tener
una cierta implicación, y así los niños ciegos, que
asimilan la lengua materna, tienen dificultades por lo general en su vocabulario,
por la pobre relación que pueden establecer entre las palabras
y sus significados, es decir, la relación entre los objetos y la
palabra.
En el niño lactante,
la concepción de la palabra como una señal especial, pasa
por un prolongado proceso, en el que en sus inicios la comprensión
del lenguaje se da dentro de una situación conocida, y donde el
niño reacciona más a la entonación que al
contenido de la palabra. Esto no significa, el reaccionar ante
el tono sonoro de la palabra que escucha, que en esta etapa ya entienda
el lenguaje, sino que solamente reacciona ante una situación que
ya le es familiar. La variación de las condiciones posibilita la
generalización, en la cual la palabra va adquiriendo su significado
de señal en un segundo plano, en un segundo sistema de señales,
que previamente estaba solo relacionado con el objeto, o primer sistema
de señales de la realidad.
Esta generalización,
al principio se da atendiendo a diversas cualidades:
Por la significación funcional.
Por el lugar de ubicación.
Por el parecido externo.
Por la imitación de los sonidos.
La generalización sobre
la base de una cualidad ocasional se convierte en no esencial, y solo
se relaciona con una situación determinada en la que, si varían
las condiciones, se pierde dicha generalización.
En este proceso de asimilación
de la lengua materna se dan interrrelaciones entre lo que constituye la
comunicación oral, la comprensión y el lenguaje activo,
que, no obstante, no coinciden evolutivamente, desarrollándose
de manera paulatina. Estos a su vez guardan una estrecha dependencia con
la comunicación emocional.
La comunicación emocional
comprende dos aspectos principales: la transmisión de los estados
afectivos provenientes de la interrelación entre las personas,
y de aquellas que surgen en la realización de las acciones con
los objetos, dentro de la actividad conjunta del niño con los adultos
que le rodean.
El establecimiento de la comunicación
oral entre el niño y los adultos comienza con la comunicación
emocional, que es la médula, el contenido principal, de las relaciones
mutuas entre los adultos y el niño en el período preparatorio
de desarrollo del lenguaje, en el primer año de vida. El niño
responde con una sonrisa a la sonrisa del adulto, pronuncia sonidos como
respuesta a la conversación cariñosa con él, a los
sonidos emitidos por los adultos, como si se contagiara con el estado
emocional de estos, con su risa y con el tono afectivo de la voz. Esta
es precisamente la comunicación emocional y no la oral, pero en
ella se sientan las bases para el futuro lenguaje, para la futura comunicación
mediante palabras pronunciadas de forma consciente y comprensible.
En la comunicación emocional
con el adulto, el niño reacciona ante las particularidades de la
voz y la entonación con la cual se pronuncian las palabras. El
lenguaje toma parte de esta comunicación solo como forma fónica,
como entonación que acompaña las acciones del adulto. Sin
embargo, el lenguaje, la palabra, significan siempre una acción
determinada (levántate, siéntate); un objeto concreto (la
taza, la pelota); determinada acción con objetos (toma la pelota,
dame la muñeca); la acción de un objeto (el carrito rueda),
etc. Sin esta diferenciación exacta de los objetos, de las acciones,
de sus cualidades y propiedades, el adulto no puede dirigir la conducta
del niño, ni sus acciones y movimientos.
El adulto y el niño manifiestan
en la comunicación emocional las relaciones más generales
entre sí, su satisfacción o insatisfacción, o sea,
sentimientos, pero no ideas. Esto no resulta suficiente; a partir del
sexto mes de vida cuando se amplía el mundo del niño, se
enriquecen sus relaciones con el adulto (así como también
con otros niños), se hacen más complejos los movimientos
y acciones y aumentan las posibilidades de conocimientos. Ahora es necesario
hablar de muchas cosas interesantes e importantes. En el lenguaje de las
emociones a veces es muy difícil hacerlo y, frecuentemente, hasta
imposible. Es necesario el lenguaje de las palabras, la comunicación
oral con el adulto.
En una situación de comunicación
emocional, el niño centra su atención primeramente en el
adulto. Pero cuando el adulto trata de desviar la atención del
niño hacia cualquier otra cosa, aleja de sí una parte de
ese interés, y lo traslada a un objeto, a una acción, o
a otra persona. La comunicación no pierde el carácter emocional,
pero ya no es la comunicación emocional propiamente dicha, ya no
es el intercambio de emociones como tal, es la comunicación
con respecto al objeto.
La palabra pronunciada por el adulto
y escuchada por el niño, lleva el sello de la emoción (en
estos casos se pronuncia con expresividad), comienza ya a apartarse de
la comunicación emocional y a convertirse para el niño,
poco a poco, en el símbolo del objeto, de la acción. Sobre
esta base, a partir del sexto mes de vida, en el niño se desarrolla
la comprensión de la palabra, del lenguaje. Se pone de manifiesto
una comunicación oral elemental e incompleta porque habla el adulto,
mientras que el niño responde solo con la mímica, el gesto,
el movimiento y la acción. El nivel de esta comprensión
es suficiente para que el niño pueda reaccionar conscientemente
ante las observaciones, peticiones y exigencias en las situaciones comunes,
bien conocidas por él. Al mismo tiempo, se desarrolla también
la iniciativa del niño con respecto al adulto: atrae la atención
sobre sí mismo, sobre un objeto cualquiera, o pide algo mediante
la mímica, los gestos, los sonidos. La pronunciación de
los sonidos, cuando se manifiesta iniciativa en el trato, tiene una importancia
muy especial para el desarrollo de la comunicación oral, surge
la intención de reaccionar articulando, de dirigir los sonidos
hacia otras personas. Son también muy importantes la imitación
de los sonidos y las combinaciones de estos que pronuncia el adulto. Esto
contribuye a la formación del oído fonemático, a
la formación de la capacidad de pronunciación, sin lo cual
es imposible imitar palabras completas, que más adelante el niño
tomará del lenguaje de los adultos que lo rodean.
Las primeras palabras comprendidas
se ponen de manifiesto en el lenguaje del niño a finales del primer
año de edad; ellas, sin embargo, son poco útiles para la
comunicación oral con el adulto; en primer lugar, no son suficientes;
en segundo lugar, el pequeño rara vez las utiliza por iniciativa
propia. Aproximadamente a mediados del segundo año de vida, en
el desarrollo del lenguaje del niño se opera un marcado progreso:
al dirigirse al adulto aparecen las primeras oraciones simples, comienza
a utilizar el léxico acumulado hasta ese momento.
Este lenguaje imperfecto en cuanto
a su forma y estructura gramatical, de inmediato amplía considerablemente
las posibilidades para que se establezca la comunicación oral entre
el adulto y el niño. El pequeño comprende también
el lenguaje que va dirigido a él, y puede, por sí mismo,
dirigirse a un adulto, expresar sus ideas, deseos y necesidades. Esto,
a su vez, hace que se enriquezca considerablemente el léxico. El
niño ya imita bien el lenguaje del adulto, las palabras escuchadas,
comprende bien el lenguaje dirigido a él, y puede combinar en la
oración las nuevas palabras asimiladas con las ya incorporadas
anteriormente.
Lo principal en el desarrollo del
lenguaje en este período (al final del segundo año de vida)
estriba no en el aumento cuantitativo del léxico, sino en que las
palabras que el pequeño utiliza en sus oraciones (ahora son más
frecuentes las de tres y cuatro elementos), toman la forma gramatical
correspondiente.
A partir de este momento, una de las
etapas más importantes del dominio de la lengua materna es el inicio
del dominio de la estructura gramatical de la lengua. La asimilación
de la gramática se hace muy intensiva, y el niño asimila
las principales leyes gramaticales alrededor de los tres o los tres años
y medio.
A esta fase de comunicación
oral con un relativo dominio de la estructura gramatical, y que
permite al pequeño establecer una comunicación más
amplia y en la que empiezan a intervenir de manera más directa
los elementos no situacionales, sigue otra de comunicación oral
con dominio del lenguaje coherente, que ha de posibilitar la plena
posibilidad de expresión del pensamiento mediante un lenguaje lógico,
con ideas relacionadas, con palabras y oraciones exactas y bien estructuradas.
En la formación del lenguaje
coherente se pone de manifiesto de forma destacada la estrecha relación
entre el desarrollo oral y el desarrollo mental de los niños, el
desarrollo de su pensamiento, de la percepción y la observación.
Para hacer una narración coherente acerca de algo, es necesario
representarse con claridad el objeto de esta (objeto o acontecimiento),
saber analizar, seleccionar las propiedades y cualidades principales (para
cada situación) y establecer las relaciones de causa-efecto, de
tiempo, etc., entre los objetos y fenómenos.
No obstante, el lenguaje coherente
es lenguaje y no un proceso de pensamiento, de reflexión. No es
sencillamente, una reflexión en voz alta.
Por eso, para lograr la coherencia
en el lenguaje es necesario no solo el contenido que debe ser transmitido,
sino también, utilizar los medios lingüísticos que
hacen falta para ello. Es necesario saber utilizar correctamente la entonación,
el acento lógico; saber resaltar las palabras clave de mayor importancia;
seleccionar las palabras más exactas para expresar las ideas; saber
estructurar oraciones complejas y utilizar diferentes medios lingüísticos
para unirlas y pasar de una oración a otra.
De esta manera, a partir de la simple
comunicación emocional ha de irse estructurando la comunicación
oral, que pasa por un período evolutivo de formas elementales hasta
una comunicación plena sustentada por la coherencia del lenguaje.
Esto puede resumirse en el siguiente
esquema:
Comunicación emocional
De emociones y sentimientos.
Respecto al objeto (sin pérdida de su carácter
emocional)
Comunicación oral
Elemental (en fase de comprensión del lenguaje)
Por primeras palabras (aun insuficientes, sin iniciativa
del niño)