El aprendizaje de la lectura y la escritura como construcción activa de conocimientos
RESUMEN
Este
trabajo se propone dar a conocer entre los profesores de distintos niveles
educativos algunos de los aspectos fundamentales en los que se basa el
aprendizaje de la lectura y la escritura como construcción de conocimientos.
Se trata de explicar, desde la perspectiva cognitiva, cuáles son
los procesos psicológicos implicados en el aprendizaje de la lengua
escrita. Ello implica que se concede una gran importancia a la estructura
y organización del conocimiento del alumno para aprender. Para
el logro de los propósitos señalados, partiremos haciendo
algunas reflexiones que intentan dar respuesta a tres interrogantes: ¿Qué
aportes brinda a los profesores la concepción constructivista del
aprendizaje?, ¿qué significa "aprender es construir"? y ¿porqué
el aprendizaje de la lengua escrita ha de ser concebido como un proceso
de construcción de conocimientos?
En virtud de que el objetivo del trabajo
es primordialmente de carácter explicativo, se presentan los planteamientos
teóricos en torno a la naturaleza del proceso de aprendizaje de
la lectura y escritura, de manera que le sirva al maestro de instrumento
de reflexión sobre su práctica educativa con relación
a la lengua escrita, y de marco de referencia para hallar explicación
a algunas preguntas que la mayoría de los docentes nos planteamos:
¿Qué significa aprender a leer y a escribir? ¿Cómo aprenden
mis alumnos?, ¿Porqué a veces no consiguen aprender en el grado
en que como profesores nos lo proponemos? ¿Qué puedo hacer para
ayudarlos a que aprendan? ¿Qué quiere decir que "aprenden"?: ¿que
memorizan?, ¿que repiten?, ¿que construyen conocimientos?. Si es esto
último, ¿qué es lo que se construye?, ¿de qué depende
esa construcción?.
Leer es una opción inteligente,
difícil, exigente, pero
gratificante.
Nadie lee o estudia auténticamente
si no asume frente al texto o al
objeto
de su curiosidad, la forma crítica
de ser o de
estar siendo sujeto de la curiosidad,
sujeto de lectura, sujeto del proceso
de
conocer en el que se encuentra.
Leer es procurar o buscar la comprensión
de lo leído;
de ahí la importancia de
su enseñanza...
Es que enseñar a leer es
comprometerse
con una experiencia creativa
alrededor de la comprensión.
( Paulo Freire, (1997, p. 31)
CONFERENCIA
A pesar del camino recorrido por la
docencia y la investigación en las dos últimas décadas
para hallar explicaciones y plantear nuevos enfoques metodológicos,
que permitan lograr el acceso de niños y jóvenes a la cultura
letrada, pareciera que hoy aún no se logra realizar una práctica
pedagógica favorecedora de procesos que permitan educar a los niños
y jóvenes en la lectura y la escritura. La calidad de lectores
y escritores que estamos formando revela serias dificultades. La preocupación
por encontrar puntos de encuentro entre la teoría y la práctica
sigue siendo una prioridad. Se necesita que el docente parta de una profunda
reflexión sobre lo que significan ambos procesos, así como
sobre lo que supone aprender a leer y escribir como procesos de construcción
de conocimientos; se necesita también que a la luz de los aportes
de la teoría, se realice un examen cuidadoso de las distintas situaciones
y estrategias que se proponen y de las condiciones que se crean en el
medio escolar para favorecer el desarrollo de la lectura y la escritura.
Este trabajo se propone dar a conocer
entre los profesores de distintos niveles educativos algunos de los aspectos
fundamentales en los que se basa el aprendizaje de la lectura y la escritura
como construcción de conocimientos. Se trata de explicar, desde
la perspectiva cognitiva, cuáles son los procesos implicados en
el aprendizaje de la lengua escrita y cuáles son las condiciones
didácticas necesarias para favorecer su aprendizaje.
Para el logro de los propósitos
señalados, dividiré mi disertación en tres grandes
apartados: partiremos, en primer lugar, haciendo algunas reflexiones generales
sobre lo que significa el aprendizaje desde la concepción constructivista
del aprendizaje escolar (Coll, 1993; Solé,1993), puesto que es
ése el marco de referencia psicopedagógico que comparto
. En segundo término, intentaré explicar qué es la
lectura y la escritura, cuál es la naturaleza del proceso de aprendizaje,
de manera que le sirva al maestro de instrumento de reflexión sobre
su práctica educativa con relación a la lengua escrita,
y de marco de referencia para hallar explicación a algunas preguntas
que la mayoría de los docentes nos planteamos: ¿cómo se
aprende a leer y a escribir? ¿Qué significa que el aprendizaje
de la lengua escrita es construir conocimientos?; ¿de qué depende
esa construcción?. Por último, partiendo de la pregunta,
¿Qué puedo hacer para ayudar a que los alumnos aprendan?, voy a
considerar aquello que es necesario para que la escuela favorezca el aprendizaje
de la lectura y la escritura.
LA CONCEPCIÓN CONSTRUCTIVISTA
DEL APRENDIZAJE.
Es importante iniciar este punto compartiendo
lo expresado por Coll y Solé, (1993), para quienes la concepción
constructivista no es en sentido estricto una teoría, sino más
bien un marco explicativo que partiendo de la consideración social
de la educación, integra aportaciones diversas provenientes de
teorías psicológicas, cognitivas y sociocognitivas
(Piaget 1969; Vigotsky,1979; Ausubel,
1976), para abordar el análisis de las situaciones educativas.
De esta forma, la concepción constructivista es un conjunto articulado
de principios para analizar y tomar decisiones fundamentadas sobre la
enseñanza y el aprendizaje.
Ahora bien, cuando se habla de constructivismo,
básicamente se hace referencia a la idea que sostiene que el individuo,
tanto en los aspectos cognitivos y sociales, como en los afectivos, es
el resultado de su propia construcción que se va produciendo día
a día como producto de su interacción con los otros y con
todo lo que constituye su realidad social y cultural.
En consecuencia, según la postura
constructivista, el conocimiento no es una copia de la realidad, sino
que es una construcción que el individuo realiza en virtud de las
operaciones e instrumentos que va poniendo en juego mientras opera sobre
el objeto de conocimiento. Esas operaciones e instrumentos con que se
realiza la construcción están constituidos fundamentalmente
por los esquemas que ya posee, los que ya construyó en su relación
estrecha con el medio.
Esa construcción que realizamos
a cada momento de nuestras experiencias no sucede espontáneamente,
depende de dos factores. De la representación inicial que tengamos
de la nueva información, y de la actividad interna o externa que
desarrollemos, es decir, depende de los esquemas previos que poseemos
y de cómo los activemos para engancharlos significativamente con
la experiencia o la nueva información o la nueva situación
que vivimos en ese momento. Los esquemas son determinantes en la construcción
del conocimiento, por ello, es importante comprender: a) que el niño
desde que nace va construyendo sus propios esquemas en su interacción
con su entorno y que estos constituyen la base para reconstruir los existentes
y construir los nuevos; b) que su representación del mundo dependerá
de los esquemas que va construyendo; y c) que la misma interacción
constante con la realidad hará que los esquemas o vayan cambiando
o se vayan enriqueciendo.
Desde esta perspectiva, aprender algo
equivale a formarse una representación, un modelo propio de aquello
que constituye el objeto de aprendizaje. Implica atribuirle significado
a ese contenido mediante un proceso de construcción personal, en
el cual éste construye, modifica, enriquece y diversifica sus esquemas
de conocimiento al relacionar de una forma no arbitraria y sustantiva
lo que ya sabe con lo que se propone aprender. Según Smith (1999)
no aprendemos memorizando partes componentes de un todo, los cuales luego
ponemos juntos para atribuirles significado. Aprendemos siendo ayudados
a hacer lo que nos gustaría hacer o a comprender lo que estamos
interesados en comprender., Para Smith: "Tu no aprendes a montar bicicleta,
por ejemplo, aprendiendo primero el nombre de todas sus partes, como tampoco
aprendes a leer memorizando aspectos superficiales del lenguaje escrito,
como el alfabeto. Aprendes a leer leyendo, y si aún no puedes leer
todo por sí mismo, alguien tiene que leer contigo o para ti. Esto
no es muy difícil" (p. 151).
De esta manera, en virtud de la peculiar
naturaleza social y cultural de los saberes que los alumnos deben aprender,
este proceso activo del alumno no puede confiarse al azar. Por lo tanto,
requiere de la actuación del aprendiz como constructor activo del
saber y de la acción del profesorado planificada y sistemática
que lo oriente y guíe en la tarea de construir el conocimiento.
Acción que debe entenderse como ayuda al proceso de aprendizaje,
en el sentido de apoyar al alumno y de mostrarle el camino para que pueda
aprender a aprender y de ayudarle a comprender que cuando aprende, debe
tener en cuenta no únicamente el contenido objeto del aprendizaje,
sino también cómo se organiza y actúa para aprender.
El alumnado es activo en su
aprendizaje cuando pregunta u observa atentamente para lograr una representación
clara del objeto de aprendizaje; cuando aborda los problemas que se le
presentan indagando, consultando con sus pares, otros adultos o su profesor,
cuando pide ayuda a alguien más experto. El aprendiz es activo
cuando si al experimentar una determinada situación se interroga
sobre las razones que la generaron, pide opinión a otros y relaciona
esta respuesta contrastándola con lo que él piensa, cuando
observa relaciones entre objetos o situaciones, identifica semejanzas
y diferencias y las utiliza para tomar decisiones. Todo esto nos permite
entender que la actividad que efectivamente realiza el sujeto es una actividad
mental intensa, la cual se caracteriza porque los aprendices establecen
relaciones no arbitrarias, sino pertinentes y valiosas, tanto cultural
como personalmente entre lo que conocen y lo que desean conocer, a fin
de conferir significado al contenido del aprendizaje. Esto hace que el
conocimiento se construya mediante un proceso de elaboración personal,
que cada quien realiza con su disposición, sus intereses y utilizando
sus conocimientos y estrategias de aprendizaje muy propias, fundamentadas
en la exploración, el descubrimiento, el conflicto, la formulación
de hipótesis y la elaboración de inferencias; la construcción
de conocimientos significativos, la cooperación y la reflexión.
Es en este sentido que consideramos al alumno como hacedor, constructor
y responsable último de su propio aprendizaje.
Bajo esta perspectiva, el rol del
docente también adquiere una nueva dimensión. Como ente
que lidera y guía las situaciones didácticas, le corresponde
ser mediador y favorecedor del desarrollo de las experiencias de aprendizaje
que se proponen a los alumnos, las cuales son las que permitirán
desarrollar la inteligencia, flexibilizar el pensamiento y lograr el manejo
del conocimiento, en cuanto al saber, saber hacer, saber ser y saber convivir.
Para ello, el docente precisa de herramientas,
que le posibiliten a través de los contenidos curriculares generar
interacciones de aprendizaje, que se focalicen en el desarrollo de las
funciones del pensamiento, las cuales permitirán a los estudiantes
aprender dichos contenidos, a la vez que utilizarlos para seguir aprendiendo
por sí mismos.
Tan importante es mediar adecuadamente
para facilitar la construcción del saber, como mediar la capacidad
de generalización del aprendizaje para que éste adquiera
real valor al trascender a la situación que lo provocó.
Esto quiere decir, que lo que se aprende debe ser transferido a otras
áreas de la vida, poniendo las habilidades desarrolladas al servicio
de las relaciones humanas y personales. Esto es medular en el aprendizaje,
lograr que el estudiante transfiera lo aprendido y lo aplique a situaciones
que debe resolver en su vida. Estas experiencias de aprendizaje le ayudarán
a aprender, a recoger datos, a explorar, a seleccionar información,
a distinguir lo relevante de lo irrelevante, a definir problemas, a plantearse
hipótesis, a tener estrategias para verificarlas, a usar modalidades
de comunicación adecuadas a las situaciones. En suma, esta forma
de orientar el aprendizaje ayudará al estudiante a desarrollar
habilidades metacognitivas que no sólo le servirán para
aprender los contenidos a los cuales está expuesto en ese momento,
sino para tener la flexibilidad de ir desarrollando e incorporando otros,
que necesita para abordar con capacidad nuevas situaciones.
En síntesis, en la concepción
constructivista del aprendizaje cobran sentido postulados tales
como: El conocimiento se construye, el aprendiz es activo, el aprendizaje
es social, se aprende en situaciones socio-culturales contextualizadas,
vinculadas a la vida, que demanden relaciones con sus experiencias personales.
El aprendizaje es fruto de una construcción
personal, pero en la que no interviene sólo el sujeto que aprende,
sino que éste proceso es el resultado de la interacción
con y participación de los otros. Sus compañeros, sus pares,
sus maestros y otros adultos que tienen influencia en su proceso, son
piezas imprescindibles para alcanzar esa construcción personal,
para la adquisición de capacidades de equilibrio emocional y de
inserción social y para lograr su desarrollo afectivo y espiritual.
Desde la perspectiva del aprendizaje
como construcción del saber y experiencias y desde la asunción
de que esta concepción se constituye para los profesores como un
marco de referencia para analizar y guiar su práctica, podemos
abordar ahora el segundo punto que deseaba tratar: qué es la lectura
y la escritura y porqué su aprendizaje ha de ser concebido como
un proceso de construcción de conocimientos.
LEER PARA CONSTRUIR SIGNIFICADOS
Y PARA APRENDER
La lectura implica construir significados,
es decir, comprender, pero también deviene en un instrumento útil
para aprender significativamente.
La lectura, de acuerdo con la perspectiva
psicolingüística es vista como un proceso de construcción
de significados, para lo cual es absolutamente necesario que se produzca
una transacción, una interfusión entre el lector y el texto,
de la cual ambos resultan transformados. Esta visión del proceso
no se centra, ni exclusivamente en el texto, ni en el lector, aunque sí
le otorga a este último el papel esencial, que efectivamente desempeña
como constructor activo de significados. El lector, hace uso de
su conocimiento del mundo, del tema sobre el cual lee y del texto mismo,
para procesar la información que el texto suministra y construir
así su propia representación. Así pues, la comprensión
que cada uno realiza depende de varias cuestiones, algunas relacionadas
con el texto y otras propias del lector, entre las que me gustaría
señalar: el conocimiento previo con que aborda la lectura, los
objetivos que la orientan y la motivación que siente al leer.
De esta forma, en la lectura el bagaje
de información propio de cada sujeto interactúa con la información
visual proveniente del material escrito, dando lugar a significados que
pueden ser diversos, pero que como señala Goodman (1986) pueden
acercarse, de alguna manera, al significado que el autor desea comunicar.
El lector permanece activo a lo largo
del proceso, para lo cual la activación y uso adecuado del conocimiento
previo, sus estrategias de procesamiento de la información, sus
hipótesis, que le permiten involucrarse en la elaboración
de inferencias se constituyen en actividades fundamentales a las cuales
necesita acudir permanentemente durante la lectura para procesar en
varios sentidos la información presente en el texto, enfrentando
obstáculos y superándolos de diversas formas, para construir
su propia representación sobre el sentido del texto. Sin la participación
de los esquemas previos y de los procesos inferenciales no sería
posible llegar a una interpretación adecuada de los contenidos
del texto.
Son todas estas operaciones las que
permiten al lector comprender, atribuir significado al texto escrito,
en un proceso que podemos caracterizar en términos semejantes a
los que Ausubel (1976) utilizó para describir el aprendizaje significativo.
El lector comprende porque está en capacidad de establecer relaciones
significativas, entre lo que ya sabe, lo que conoce porque lo ha experimentado
y toda la información que el texto le aporta.
Cuando leemos comprendemos lo escrito,
podemos atribuir significado a lo nuevo, en tanto somos capaces de relacionarlo
con información que ya conocíamos e integrar esa información
nueva en nuestros esquemas de conocimiento. Ello permite no sólo
comprender, sino también ampliar nuestro bagaje de conocimientos.
Es claro entonces, que el significado no reside en el texto mismo, sino
que éste es construido por el lector, y esto es posible a partir
de la activación de sus esquemas de conocimiento apropiados. Los
esquemas como paquetes estructurados de conocimientos y de procedimientos,
almacenados de manera organizada en la memoria (Rumelhart, 1980), nos
permiten formularnos preguntas e hipótesis y hacer predicciones
cognitivas, acerca de lo que estamos leyendo, confirmarlas, revisarlas
o rechazarlas para construir la representación mental de lo leído.
Otro factor responsable de la calidad
de relaciones y de las operaciones que acabamos de señalar y que
determina también la comprensión es el relacionado con
los objetivos o intenciones con que el lector aborda la lectura. Y
que determinan, en gran parte las estrategias que se activan para lograr
una interpretación del texto. Es decir, nuestra actividad de lectura
está dirigida por los objetivos que nos proponemos alcanzar. No
es lo mismo leer para buscar una información determinada, que cuando
lo hacemos para formarnos una idea general del contenido, o cuando necesitamos
leer para resolver un problema. Evidentemente, que en cualquiera de estos
casos emplearemos diversas estrategias para abordar el texto y compensar
las lagunas que se puedan presentar. Por otra parte, es muy importante
también que el lector encuentre sentido a la actividad que realiza
al leer, y esto sólo se logra si la lectura resulta placentera
y gratificante, lo cual exige conocer qué va a leer y para qué
va a hacerlo.
Sin embargo, es necesario advertir
que no comprendemos sólo porque disponemos de conocimientos previos
para relacionar e integrar información, ni porque tengamos claro
el propósito por el cual leemos. Comprendemos también porque
el texto nos lo permite en ese rol importante que juega en la lectura,
El texto en sí mismo posee una estructura, tiene una lógica
interna y nos brinda información que nos interesa; en una palabra,
el texto es comprensible. De esta forma, la estructura del texto, su vocabulario,
su género y estilo constituyen aspectos determinantes del éxito
y dificultades que los lectores puedan experimentar al leer e intentar
aprender. La investigación actual sugiere que la forma como está
estructurado el texto influye en la comprensión del mismo. Se ha
demostrado que los lectores poseen esquemas mentales previos relacionados
con el contenido y estructura de los textos y los utilizan para ayudarse
a comprender la información (Van Dijk, y Kintsch, 1983) empleando
claves (palabras y frases) que señalan al lector el tipo de organización
reflejada en la estructura superficial del texto. Estos esquemas influyen
favorablemente tanto en la comprensión como en la retención
y evocación de la información contenida en el material de
lectura.
Del mismo modo que el aprendizaje
en general, el proceso de lectura no resulta posible sin la implicación
activa del lector en función del contexto en sus varios niveles:
lingüístico, situacional, actitudinal. Se requiere fundamentalmente
que él encuentre sentido a la actividad de leer, de modo que pueda
implicarse en ella con su carga afectiva y motivacional. Sólo cuando
el lector tiene un propósito claro para la actividad de lectura,
cuando la encuentra interesante, cuando la percibe como una tarea que
cubre alguna necesidad sentida, cuando se siente capaz de hacerlo, cuando
siente que tienen recursos para hacerlo, o que puede recibir la ayuda
necesaria, es cuando el aprendiz puede afrontar el reto que supone leer,
comprender y aprender.
En síntesis, la comprensión
como proceso de construcción de significados, posible, precisamente,
en la transacción del lector con el texto, depende fundamentalmente
de varios componentes esenciales: a) de la existencia, accesibilidad y
uso apropiado de los conocimientos previos como unidades estructuralmente
organizadas en esquemas, puesto que el lector construye significados
para el texto, en función de la confianza que él tiene en
sus propias posibilidades como lector, de lo que sabe sobre lo que lee
y de la forma como usa activamente sus esquemas para relacionarlos con
la nueva información. Si el lector no usa activamente sus esquemas
una parte significativa del proceso de comprensión no se puede
dar y por lo tanto, la construcción del significado del texto será
deficiente, incompleta o errónea. b) de los propósitos o
las intenciones que guían la actividad de lectura, los cuales determinan
las estrategias que utiliza y c) del texto mismo, de su estructura,
de sus índices lingüísticos, de la manera en que se
organizan los contenidos y de sus marcas discursivas y de cómo
el lector las procesa para alcanzar la construcción del significado.
Para concluir, queremos señalar
que cuando un lector comprende lo que lee, está aprendiendo, está
construyendo nuevos conocimientos, en tanto, la lectura le permite acercarse
al mundo de significados que el texto le ofrece. Esto obviamente nos muestra
la potencialidad de la lectura en la formación integral de la persona.
ESCRIBIR PARA EXPRESAR SIGNIFICADOS
Y PARA CONSTRUIR NUEVOS CONOCIMIENTOS.
Estudios realizados en las últimas
décadas, basados en la psicolingüística y en la psicología
cognitiva, han permitido explorar la escritura como un proceso de construcción
de significados que requiere de un complejo trabajo cognitivo. Se trata
de un proceso que demanda la progresiva construcción de esquemas
conceptuales que permitan interpretar datos previos y nuevos datos para
transformarlos en conocimiento. En el caso de la construcción del
sistema de escritura, los trabajos de Ferreiro (1983) han confirmado esta
hipótesis. Se ha comprobado que para que el niño comprenda
la naturaleza del sistema alfabético tiene lugar una serie de pasos
ordenados, caracterizado cada paso por esquemas conceptuales particulares.
De acuerdo con Ferreiro, ninguno de esos esquemas conceptuales puede ser
caracterizado como una simple reproducción, en la mente del niño,
de informaciones provistas por el medio. Esos esquemas implican siempre
un proceso constructivo en el cual los niños toman en cuenta parte
de la información dada, e introducen siempre, al mismo tiempo,
algo propio. El resultado son construcciones originales que a nuestro
modo de pensar parecen caóticas, pero que tienen sentido para el
individuo en el proceso que realiza para transformar la información
dada, elaborarla y asimilarla.
Este proceso de construcción
de esquemas interpretativos propios, no sólo sucede en los pequeños
que están tratando de apropiarse del sistema de escritura, en niños
y jóvenes ya alfabetizados, el proceso ocurre de la misma forma,
al tratar de acceder a niveles de conceptualización más
avanzados, porque para todos ellos el desarrollo de la lectura y la escritura
es un proceso constructivo. A pesar de las prácticas escolares,
su problema no es comprender tal o cual regla de correspondencia sonora,
tal o cual escritura aislada. Para todos el problema es comprender la
naturaleza del sistema de escritura que la sociedad les ofrece. Para comprenderlo
en tanto sistema están obligados a reconstruirlo internamente,
en lugar de recibirlo como un conocimiento preelaborado.
De esta forma, niños y jóvenes
aprenden a escribir produciendo textos múltiples y diversos en
situaciones de comunicación real y con auténticos destinatarios.
Desde esta perspectiva, los chicos, en cualquier nivel en que se encuentran,
sea en los primeros niveles de adquisición o durante el desarrollo
de este proceso, para aprender a escribir requieren adquirir estrategias
de producción de textos, para lo cual, según Jolibert y
Jacob (1998), necesitan:
de su capacidad de representación, tanto
de la situación de comunicación, del propósito
y del tipo de texto que desea producir.
b) de sus competencias que le permitan
escoger, de un abanico de diferentes tipos de textos, aquél que
mejor se adapte a sus propósitos, identificando sus características
lingüísticas.
c) de la capacidad de procesamiento
para realizar la producción (preparación, elaboración
de borradores, revisión, reescritura), de modo de considerar los
niveles de estructuras del texto: situación de producción,
tipo de texto, enunciación, microestructura a nivel de la frase
y de la palabra
d) de competencias lingüísticas
generales (sintácticas, lexicales, ortográficas) que son
necesarias para componer todo tipo de texto.
Todo esto sucede a cualquier edad,
siempre que la situación de escritura sea significativa. Según
Ferreiro, los niños muy pequeños muestran estas capacidades
al producir mensajes significativos, realizando representaciones gráficas
a su manera, aún cuando sus producciones no hayan alcanzados el
sistema alfabético adulto. Para lograrlo es esencial facilitar
el aprendizaje de la escritura en situaciones auténticas, haciendo
revisiones, incitando confrontaciones y logrando que los niños
valoren los mensajes y textos que producen, favoreciendo su capacidad
de producción, la cual es mayor que su capacidad para representar
por escrito, mediante grafías, las ideas. Cuando esto sucede, mientras
los niños alcanzan esta habilidad el maestro debe actuar como transcriptor,
para pasar del texto construido oralmente por los niños individual
y colectivamente, al texto escrito, hasta lograr que alcancen por sí
solos la capacidad de realización de unidades de producción
escrita.
En niveles más avanzados del
aprendizaje de la escritura, habiendo ya resuelto la correspondencia alfabética
y participando de experiencias de composición de textos, cuando
escribimos, aunque ya el proceso se ha automatizado y fluyen con mayor
intensidad las ideas, el aprendizaje sigue siendo una reconstrucción
de conocimientos tanto respecto a la escritura misma como respecto al
tema sobre el cual se escribe.
El proceso de escritura hoy es descrito
como una actividad cognitiva compleja, debido a que el escritor, durante
esta tarea pone en funcionamiento una serie de estrategias y conocimientos,
es decir, un conjunto de operaciones que interactuan entre sí para
llegar a la construcción del texto. Para que la escritura pueda
desenvolverse de manera productiva requiere de subprocesos, que en íntima
relación, suceden simultáneamente, de modo recursivo en
la escritura: la planificación o preparación, la textualización
o elaboración de borradores, la revisión y la edición
definitiva (Smith, 1982; Murray; 1982; Cassany, 1996; Hayes y Flower,
1981; Calkins, 1993). Procesos que no se dan siempre obligatoriamente
al escribir, puesto que depende de las circunstancias de producción,
del tema, de los propósitos y de la audiencia. Para los estudiosos
de la lingüística textual o de gramática del discurso
( Halliday, 1987; van Dijk, 1989) cuando escribimos y también cuando
hablamos construimos textos y para hacerlo, partiendo de la intención
del escrito, de los objetivos del texto, tenemos que dominar un conjunto
de conocimientos y estrategias: discriminar las informaciones relevantes
de las irrelevantes, estructurarlas en un orden cronológico y comprensible,
escoger las palabras adecuadas, conectar las frases entre sí, usar
marcadores lingüísticos para dar cohesión a los enunciados,
construir párrafos. Las reglas fonéticas y ortográficas
sólo son una parte de los conocimientos que necesita el usuario
de la lengua. Hay otra parte formada por lo que se denomina propiedades
del texto: las reglas de adecuación, coherencia y cohesión
y estilo.
Cassany, (1998) considera que son
seis las propiedades del texto: adecuación, coherencia, cohesión,
gramática o corrección, presentación y estilística.
Cada una de estas propiedades se corresponde con un nivel de análisis
lingüístico o extralingüístico. Así, la
adecuación se encarga del dialecto y del registro; la coherencia,
de la información o del contenido; la cohesión, de las conexiones
o enlaces entre las frases o enunciados, la gramática de la formación
de las frases; la presentación, de la ejecución del texto
y la estilística de los recursos retóricos o literarios
utilizados. Según el autor citado, la frontera entre estas propiedades
es difusa debido a que todas se refieren a la misma realidad que es el
texto, y la conjunción de todas ellas hacen el texto, lo constituyen.
Desde esta perspectiva, el escritor
cuando compone se obliga a realizar un conjunto de operaciones tales como
reflexionar sobre sus ideas, reconsiderar, analizar y reorganizar lo que
desea comunicar. Al mismo tiempo que se plantea qué es lo que quiere
expresar, surge también en él la necesidad de buscar formas
alternativas y creativas sobre cómo decirlo con la mayor claridad
y precisión, atendiendo a las características del género
en que se abordará la escritura. A medida que se escribe, surge
la necesidad de ir resolviendo una serie de problemas sobre el contenido
a desarrollar y sobre cómo expresarlo. En el espacio del
contenido están incluidos el tema y los datos y creencias asociados
a él, es decir, todas las ideas generadas alrededor del tema, además
de estar presente una serie de operaciones como inferencias, verificación
de hipótesis, comparaciones que son las que permiten ir de una
idea a otra en el qué decir. El espacio retórico,
en cambio, incluye las operaciones que alteran el texto en función
de los objetivos, las operaciones sobre el cómo decirlo para relatar,
convencer, demostrar, explicar, persuadir, aclarar, etc. Por lo tanto,
para que el proceso de composición juegue un papel en la transformación
del conocimiento, debe haber una interacción entre el espacio del
contenido y el espacio retórico (Scardamalia y Bereiter, 1992;
Tolchinsky, 1993, Flower y Hayes, 1981; Smith, 1982).
Por otra parte, quisiera hacer una
última precisión. La escritura se constituye también
en un instrumento de elaboración de conocimientos, es decir, en
un instrumento de aprendizaje. En la composición, leemos y meditamos
sobre las ideas que queremos expresar, examinamos y juzgamos nuestros
pensamientos. Durante la composición del texto podemos "remirar",
valorar, reconsiderar y pulir nuestros planteamientos, ideas, creencias
y valores. Smith (1982) puntualiza: "la escritura separa nuestras ideas
de nosotros mismos en forma tal que nos resulta más fácil
examinarlas, explorarlas y desarrollarlas". Del mismo modo, Calkins (1993)
señala: "... la escritura nos ayuda a desarrollar nuestros pensamientos
precisamente porque nos permite revisitar nuestras primeras ideas" (p.
36).
De acuerdo con Serrano y Peña
(1998), esto significa que a medida que escribimos, en nuestro pensamiento
se van generando nuevas ideas, que se relacionan, se estructuran y se
expresan a través del lenguaje escrito y en el transcurrir de ese
proceso logramos "insights", encontramos explicaciones, descubrimos relaciones
entre hechos y elementos que antes nos sentíamos incapaces de establecer.
Por esta razón, la escritura no sólo nos permite expresar
nuestros pensamientos, sino que a la vez nos concede la posibilidad de
pensar y de reflexionar sobre nuestro pensamiento, separándolo
de nosotros mismos a fin de reestructurarlo en nuevas ideas (función
de "reificación", según Teberosky, 1995).
La posibilidad de reelaboración
que permite a través de los posibles borradores sucesivos hace
que se le atribuya una función epistémica del lenguaje (Camps,
1992). Como afirma Wells (1986), citado por Camps (1992), la escritura
ha transformado la relación de los individuos y de la colectividad
alfabetizada con el conocimiento. Por un lado, la sociedad alfabetizada
ha integrado la escritura como sistema de relación con el mundo,
lo cual hace que muchos conocimientos serían imposibles sin la
existencia de la escritura. Por otro lado, desde el punto de vista del
individuo, escribir incide en la transformación de sus conocimientos.
La razón descansa en el hecho, de que al escribir no sólo
se expresan los conocimientos que se tienen, sino que a través
de esta actividad el escritor establece nuevas relaciones, profundiza
en el conocimiento, es decir lo transforma y lo aprende.
De este modo, la escritura como ese
saber procedimental que parecía ser un don con el cual algunos
individuos nacían, hoy, de acuerdo con la psicolingüística
y en el marco de la concepción constructivista del aprendizaje,
se ha convertido en una herramienta de aprendizaje y en un saber que puede
ser aprendido y consiguientemente enseñado. Esto significa entonces
que en la escuela, la escritura debe ser concebida y utilizada de la misma
forma que en la vida social: como un instrumento necesario para acceder
al mundo del saber, para expresar puntos de vista, para comunicar sentimientos,
emociones, experiencias, reflexiones, para informar a otros y para dejar
constancia en el tiempo de saberes descubiertos. Por lo tanto, las situaciones
de aprendizaje de la escritura en la escuela deben tener una intención
comunicativa y un contexto social real, para que los estudiantes la perciban
como una actividad significativa y necesaria para su formación.
Cómo proporcionar estas experiencias en el contexto escolar es
lo que trataremos a continuación. Para ello, voy a considerar aquello
que es necesario para que la escuela favorezca el aprendizaje de la lectura
y la escritura, prestando especial atención a las condiciones didácticas.
CÓMO LA ESCUELA PUEDE FAVORECER
EL APRENDIZAJE DE LA LECTURA Y LA ESCRITURA COMO CONSTRUCCIÓN DE
CONOCIMIENTOS
Si bien es cierto que la enseñanza
del lenguaje en el medio escolar se propone como finalidades fundamentales
enriquecer el conocimiento lingüístico que trae el alumno,
al desarrollar sus capacidades para apropiarse progresivamente de los
variados usos del lenguaje impuestos por la cultura en la cual se desenvuelve;
competencias de comunicación tales como: intercambiar ideas, expresar
puntos de vista, informarse, transmitir ideas e informaciones, expresar
su pensamiento por escrito, crear mundos posibles a través de la
palabra oral o escrita; no podemos desconocer que la lengua escrita atraviesa
gran parte de las experiencias escolares que ofrecen las diferentes áreas
del saber y, en consecuencia, en el medio escolar debemos favorecer su
aprendizaje, de manera que el estudiante lo aborde como un proceso de
construcción.
Para que esto suceda, para que la
lectura y la escritura se constituyan en objeto de aprendizaje es necesario
que en la escuela se le otorgue sentido desde el punto de vista del alumno,
es decir, que cumplan una función para la realización de
propósitos concretos para el estudiante. De esta forma, cada situación
o experiencia de lectura y escritura que se ofrezca en el aula debe, según
Lerner (1996), responder a un doble propósito: aprender acerca
de la práctica social de la lengua escrita y cumplir con objetivos
que tengan sentido desde la perspectiva del alumno.
Por lo tanto, cualquier proyecto pedagógico
de aula que estudiantes y docente decidan desarrollar en cualquier grado,
ciclo o etapa educativa, ha de estar impregnado de múltiples actividades
de lenguaje: tanto de expresión oral, como de lectura y de escritura.
En este sentido, el trabajo pedagógico por proyectos requiere siempre
de procedimientos que permitan abordar su aprendizaje como un proceso
construcción, al introducir textos escritos en el trabajo pedagógico,
los cuales son necesarios leer para obtener información, leer para
resolver problemas, para conocer procedimientos, leer para buscar información
específica y para aclarar conceptos e ideas, para disfrutar; También
se requiere de la producción de textos para satisfacer diferentes
propósitos: registrar información, hacer solicitudes, informar
a otros, invitar a determinados eventos, indagar datos sobre algún
problema que interesa, producir algún texto. Así mismo,
en el trabajo de aula propiamente dicho la lectura y la escritura cumplen
funciones importantes para el aprendizaje de los saberes: confrontación
de puntos de vista, aclaración y ampliación de conocimientos,
análisis de ideas, conceptos y procedimientos.
Por estas razones, consideramos fundamental
que a través del trabajo por proyectos se asuman formas de relación
con el lenguaje escrito, tomando en consideración la diversidad
(Ferreiro, 1994, en Lerner, 1996), diversidad de propósitos, diversidad
de textos, diversidad de estrategias y diversidad de combinaciones entre
ellas; de modo que por medio de la lectura y la escritura se permita a
los estudiantes conocer las diversas funciones del lenguaje, los géneros
discursivos y los tipos textuales, que puedan vivir experiencias permanentes
que les permitan familiarizarse con el lenguaje que se escribe, con la
organización discursiva formal, con las formas de registros y tonos.
De esta forma, es imprescindible que
la escuela tenga suficiente claridad respecto a las capacidades que ha
de desarrollar en sus alumnos en su formación como lectores y escritores
autónomos.
En este sentido, con respecto a la
lectura, el estudiante debe desarrollar las siguientes capacidades:
Mostrar competencias funcionales útiles
para manejar los textos escritos de su medio ambiente.
Saber leer textos completos significativos
para él, con diferentes propósitos: comunicarse, recrearse,
informarse, resolver problemas.
Construir significados del texto y
usar estrategias de lectura: el muestreo, la predicción, la inferencia,
la formulación de hipótesis e interrogantes, la corrección
y autoconfirmación.
Identificar tipos de texto y sus funciones
Reflexionar sobre las ideas planteadas
por el autor
Aplicar conocimientos o principios
derivados de la lectura a la solución de problemas confrontados
en su trabajo escolar o en su vida cotidiana
Valorar la incorporación de
la lectura a la vida para la satisfacción de necesidades, resolución
de problemas, comprensión del mundo y de sí mismo.
Con respecto a la escritura la escuela
se propone que el estudiante:
Escriba textos variados, en situaciones
reales de comunicación y para auténticos destinatarios.
Muestre interés por la escritura
y aplique estrategias necesarias para abordar las diversas situaciones
de escritura en el aula: lee para apropiarse de formas lingüísticas,
consulta con el maestro, recurre a fuentes de información.
Escriba textos significativos respetando
el propósito de la escritura y los aspectos formales de la lengua
escrita.
Emplee la escritura como herramienta
para organizar el conocimiento y produzca textos que son necesarios en
la vida académica para aprender (resúmenes, informes, esquemas)
Aborde la escritura atendiendo a los
diferentes subprocesos: planifica, elabora tantos borradores como sea
necesario, relee, revisa, hace modificaciones tomando en cuenta sugerencias,
autocorrige, revisa y edita.
Valore la incorporación de
la escritura para la vida y para La satisfacción de necesidades.
Lógicamente que para alcanzar
estos logros, el maestro tiene que aprovechar todos los momentos y situaciones
posibles para trabajar con los alumnos la lectura de diversos textos,
la relación de ideas, la elaboración de inferencias, la
conversación directa con el texto a través de preguntas,
comentarios y opiniones, las reacciones posibles a los planteamientos
del autor; y en la escritura las expresiones adecuadas a la intención
comunicativa y al tipo de texto que se usa, los lenguajes posibles en
los que algo podría comunicarse, la adecuación a las normativas
relacionadas con la ortografía, la coherencia, la cohesión
textual, la legibilidad, la sintaxis y los elementos de toda esa complejidad
del lenguaje. Todo esto aunado a la organización de actividades
que favorezcan la participación de los alumnos en procesos de observación,
análisis, síntesis, comparación, clasificación,
elaboración de inferencias, anticipaciones los cuales contribuyen
al desarrollo de operaciones cognitivas fundamentales.
En síntesis, creemos que si
en la escuela se adopta el aprendizaje de la lectura y la escritura sin
simplificaciones, sino tal y como se usa en el medio social, con propósitos
claros para los apéndices, conservando su naturaleza y su complejidad
como práctica social (Lerner, 1996), es posible favorecer una formación
que permita en nuestros alumnos su crecimiento intelectual, afectivo y
social y una preparación integral y verdadera para la vida. Colomer
y Camps (1996) expresan:
La condición básica
y fundamental para una buena enseñanza de la lectura y la escritura
en la escuela es la de restituirle su sentido de práctica social
y cultural de tal manera, que los alumnos entiendan su aprendizaje como
un medio para ampliar sus posibilidades de comunicación, de placer
y de aprendizaje y se impliquen en el interés de comprender el
mensaje escrito (p.104).
Esto nos lleva a considerar la gran
responsabilidad que tiene la escuela para garantizar a todos los alumnos
auténticas oportunidades de formarse como lectores y escritores
autónomos, críticos y creadores.
Seguidamente queremos plantear cuáles
son las condiciones didácticas, que siguiendo a Lerner (1997),
se deben crear en el aula, como espacio de aprendizaje y formación,
para favorecer en los estudiantes su desarrollo como lectores y escritores.
Condiciones didácticas para
que los alumnos puedan desarrollarse como lectores y escritores ( Lerner,
1997)
Condiciones para que cada alumno se
forme como LECTOR AUTÓNOMO
/
Que tenga proyectos de lectura que sean para él proyectos de vida.
/
Que aprendan a leer con diferentes intenciones, es decir, para lograr
fines diversos: leer en su tiempo libre, recrearse, dialogar con otros
textos de su agrado, buscar información y resolver problemas. Esto
permitirá no sólo activar diferentes estrategias, sino valorar
la lectura como un instrumento útil para satisfacer necesidades.
/
Que tenga acceso permanente a textos escritos de diversos géneros,
de manera que pueda recurrir a ellos para satisfacer motivaciones y expectativas
/
Que participe en situaciones que le permitan hacer uso de estrategias
propias de lectores eficientes: explicar lo que ha leído a otras
personas, comentar y sugerir a otras lecturas que considera interesantes,
opinar sobre lo leído y comentar sus puntos de vista con otros
compañeros que hayan leído.
/
Que desarrolle capacidades para establecer relaciones entre las distintas
informaciones que lee, haciendo uso de operaciones mentales tales como
comparar, analizar, clasificar, simbolizar y transferir.
/
Que experimente en el aula, además de la lectura individual, el
trabajo cooperativo, de manera que asuma el error como parte de su proceso
de aprendizaje, que cuente con la ayuda de los otros y que se sienta responsable
de aportar al trabajo del grupo.
/
Que se sienta copartícipe de una red de lectores cada vez más
amplia, que trascienda los límites de la escuela hacia la comunidad.
Condiciones para formarse como ESCRITORES
AUTÓNOMOS
-
Que tengan proyectos de escritura que sean proyectos de vida.
-
Que tengan oportunidad de escribir variados textos, en situaciones de
comunicación real, dirigidos a destinatarios diversos y en función
de propósitos significativos para ellos
-
Que tengan la oportunidad de experimentar el poder y el placer que da
el dominio adecuado de la escritura, de modo que puedan expresar sentimientos,
sueños u opiniones, crear mundos nuevos, argumentar, divertir,
conmover.
-
Formen parte de una comunidad de escritores en donde puedan desplegar
sus propias posibilidades como productores de textos, contar con la colaboración
de sus compañeros, consultar con el profesor sobre lo que no pueden
resolver por sí mismos, recurrir a todas las fuentes de información
necesarias para encontrar respuestas a interrogantes, resolver dudas o
superar contradicciones.
-
Tengan oportunidad de emplear la escritura como herramienta de organización
del pensamiento, así como de producir frecuentemente aquellos textos
que son necesarios para desarrollarse con éxito en la vida académica
(resúmenes, informes, ensayos, comentarios, reacciones personales).
-
Sean convocados a leer y escribir textos diversos con la frecuencia e
intensidad necesarias como para que conozcan cada vez mejor el léxico
y la estructura de los géneros y puedan diferenciar el lenguaje
que se escribe del lenguaje conversacional cotidiano.
-
Sean copartícipes de un ambiente de producción cooperativa,
que les permita someter sin temores sus escritos a la consideración
del grupo.
En síntesis, los niños
y jóvenes aprenden a leer y a escribir cuando las condiciones son
adecuadas, condiciones que incluyan ante todo, su relación con
los libros y otros materiales de la cultura escrita, su relación
con la gente que puedan ayudarlos a leer y escribir. Estas condiciones
también incluyen al estudiante con su personalidad, su auto-imagen,
su disposición, sus intereses, sentimientos, expectativas y estrategias
y al maestro inductor, dinamizador, orientador de los procesos de aprendizaje
de sus alumnos, investigador de su propia actividad profesional, lo que
le requiere gran dosis de imaginación, reflexión y crítica
que lo haga competente para tomar decisiones y resolver los múltiples
problemas que se presentan en el seno del contexto de aprendizaje. Alumnos
y maestro capaces de realizar experiencias de aprendizaje basadas en el
diálogo como recurso didáctico para aceptar y comprender
las inquietudes y para facilitar la construcción de un andamiaje
común que permita comprender el discurso utilizado y el sentido
de las actividades educativas realizadas en el aula.