La lectura y la escritura como herramienta de aprendizaje
La lectura y la escritura son ejes
de la educación formal e instrumentos de aprendizaje permanentes,
ambas permiten la adquisición de conocimientos, el crecimiento
personal, la organización del pensamiento, la comunicación
a través del tiempo y del espacio, el registro de ideas, entre
otras múltiples funciones que cumplen.
Su enseñanza, a través
de todos los grados y niveles del sistema educativo, debe ser atendida
por un docente que esté formado en el saber, el ser y el haceres decir, que posea los conocimientos necesarios para abordar su enseñanza;
que tenga un adecuado grado de inserción social y de equilibrio
emocional y que haya desarrollado las competencias necesarias para actuar
didácticamente en el salón de clase.
Si la enseñanza de la lectura
y la escritura es impartida por un docente con esta formación,
se podrá lograr que los alumnos se conviertan en lectores y escritores
autónomos. ¿Qué es desde nuestra perspectiva un lector autónomo?,
e igualmente ¿ qué es un escritor autónomo?
Un lector autónomo es aquel
que se acerca al texto de una manera independiente, con un propósito
definido, que maneja fuentes de información de acuerdo a necesidades
reales: cumplir con una tarea escolar, saber qué película
están proyectando, aprender a manejar un equipo electrónico,
instalar un aparato electrodoméstico, conseguir en la guía
telefónica un número determinado, utilizar el diccionario
con propiedad y rapidez, que busca relaciones, que establece comparaciones,
que duda, que confronta, que construye significados (Peña, 1998).
Un escritor autónomo es el
que enfrenta la página en blanco para comunicarse, registrar ideas,
opiniones, expresar sentimientos, organizar el pensamiento. Es aquel que
escribe borradores, vuelve sobre lo escrito para tachar, cambiar una palabra
o una expresión, que comparte sus escritos con sus pares, con su
maestro, que confronta y discute (Peña, 1999).
Para lograr la formación de
lectores y escritores autónomos, el docente deberá partir
de la concepción constructivista del aprendizaje, en la que se
señala que el alumno es un ser activo, que llega al aula con sus
conocimientos y experiencias previas, que posee una determinada competencia
lingüística, así como actitudes, valores, creencias,
costumbres e ideales formados en el entorno social y cultural en el que
le ha tocado desenvolverse.
A partir de esta concepción
del aprendizaje y del sujeto que aprende se debe planificar el proceso
de enseñanza-aprendizaje de la lectura y de la escritura. Para
la lectura se requiere, en primer lugar, la utilización de materiales
significativos; proporcionarle a los alumnos las situaciones de aprendizaje
que les permitan desarrollar las estrategias para comprender el texto,
que aprendan a enfrentarlo con un propósito determinado, que conozcan
las diferentes funciones de la lectura. Igualmente, la enseñanza
de la escritura debe ser abordada desde la misma concepción constructivista,
que permite ver al escritor como un productor de textos, que puede plasmar
sus reflexiones, sus ideas y opiniones.
Los alumnos son quienes elaboran,
mediante la actividad personal, los conocimientos culturales. El papel
del docente es, entonces, servir de mediador entre el conocimiento y el
alumno, ayudándolo a construir los nuevos conocimientos. Desde
este punto de vista, aprender algo equivale a elaborar una representación
personal del contenido objeto de aprendizaje. Esta representación
no se hace desde una mente en blanco, sino desde la mente de un alumno
que posee conocimientos y experiencias previas que le permiten adquirir
el nuevo conocimiento y atribuirle significado. Este es un proceso activo
que le ofrecerá al alumno la posibilidad de reorganizar el propio
conocimiento y enriquecerlo.
Esta concepción se caracteriza
porque el alumno es un constructor activo y no un mero receptor y porque
el papel del docente es acompañarlo a construir conocimientos.
Los estudios, reflexiones e investigaciones
que, en los últimos tiempos, se han venido realizando en el campo
de la educación ‘imponen’ un cambio en los espacios de aprendizaje,
en donde tradicionalmente se ha privilegiado la lectura eferente, con
fines netamente escolares: aprender la lección para luego repetirla
al docente, o, como apunta Rosenblatt (1978), retener aspectos específicos
o particulares y ser capaz de hacer uso de ellos, orientando de este modo,
el lector, su atención selectiva hacia aquellos elementos del discurso
que le permitan obtener resultados positivos en las acciones propuestas,
una vez terminada la lectura. Yo diría que, vista la lectura de
esta manera, no hay una convivencia afectiva, entre el lector y el texto
para que aquel construya significados.
En cambio, plantea esta misma autora
la lectura estética, que es aquella que se realiza cuando el interés
del lector está centrado en el disfrute del texto, pudiendo ser
motivo de agrado desde el lenguaje utilizado, la manera cómo el
autor lo ha estructurado en la totalidad de la obra hasta la trama de
las acciones desarrolladas. Es así como el lector, de acuerdo a
su gratificación, orientará su atención selectiva
hacia el logro de su satisfacción inmediata.
La gran preocupación de la
escuela ha sido por lo que el alumno adquiere en conocimiento e información,
por la corrección con la que lee, por la correspondencia de sus
respuestas con las preguntas en un examen, pero bien poco se hace por
desarrollar, a través de la lectura, los procesos mentales superiores;
por formar un lector independiente, analítico, inquisitivo y crítico;
capaz de construir significado para el texto, conjugando la información
contenida en éste con sus experiencias y conocimientos previos.
Además, tampoco se trabaja
en función de que el alumno tome conciencia de cómo la lectura
le sirve para ocupar el tiempo libre, informarse, recrearse, confrontar
opiniones con bases sólidas, para imaginar, viajar, creer, dudar
y crecer.
La escuela, entendida ésta
en el sentido más amplio, vale decir, desde el preescolar hasta
el nivel superior, es el espacio considerado más idóneo
para propiciar el deseo de leer, para lograr que la lectura se convierta
en instrumento de aprendizaje permanente y de esta manera su utilización
trascienda las paredes del aula, en este sentido Ferreiro (1991), afirma
que "leer en la escuela y seguir leyendo fuera de la escuela, son actividades
necesarias para el lento proceso de construcción de un lector que
no deje de leer cuando haya terminado su escolaridad" (p. 8).
En relación a la escritura,
ha sido necesario dar a conocer los resultados de muchas investigaciones
para que ésta sea comprendida como una de las maneras más
eficientes de construir y reconstruir el saber personal, de reflexionar
sobre el mismo, de confrontarlo con nuestras experiencias y conocimientos
previos, en este sentido Smith (1982), señala: " ...la escritura
separa nuestras ideas de nosotros mismos en forma tal que nos resulta
más fácil examinarlas, explorarlas y desarrollarlas" (p.
137).
La escritura permite, además,
comunicarnos con personas ausentes a través del tiempo y del espacio;
explorar y presentar información; organizar y reorganizar el conocimiento;
expresar sentimientos y opiniones; registrar ideas, hechos, acontecimientos
y cualquier dato que sirva para usarlo después; tomar notas mientras
alguien habla; reflexionar sobre el propio pensamiento; elaborar resúmenes;
influir y modificar opiniones y comportamientos. Podríamos, finalmente,
afirmar que la escritura supone la transformación interna del escritor
a la vez que permite ejercer su acción sobre la realidad.
La labor de la escuela en este sentido
es fundamental, es en ese espacio en donde el alumno debe descubrir y
utilizar la escritura en las múltiples funciones que cumple y en
los usos que puede hacer de la misma, tanto en su vida personal como de
relación.
Por otra parte, debe dedicársele
también en el aula, suficiente tiempo al proceso por el que pasa
el escritor desde el momento en que decide escribir hasta la producción
definitiva de un texto. Así, para Lerner (1994) la escritura incluye
tres procesos íntimamente relacionados: planificación, textualización
y revisión. Señala la misma autora que estos procesos no
pueden considerarse como etapas, ya que son superpuestos y recursivos.
Durante la textualización se hace necesario, muchas veces, volver
a revisar el plan inicial y la revisión de lo que se va escribiendo,
es también permanente.
Aspecto muy importante lo constituye
el decidir sobre qué tema se va a escribir, éste podría
surgir de una necesidad planteada en clase, así, el docente podría
proponer varias alternativas para que cada alumno escoja, o dentro de
una misma proposición cada alumno pueda elegir diferentes aspectos
para abordar el tema, pero siempre pensando en un destinatario real y
con una intención comunicativa, es decir que las situaciones de
escritura que se propongan en el aula sean cercanas a la práctica
social.
Otra decisión, que debe ser
discutida, es si la escritura será individual o grupal, ambas formas
tienen sus pro y sus contra. El escribir individualmente sobre un tema
exige varias revisiones por parte del docente y mucho esfuerzo por parte
del alumno. En cuanto a la escritura grupal Lerner (1994) señala:
...la escritura en pequeños
grupos ofrece muchas posibilidades didácticas interesantes: como
hay que ponerse de acuerdo sobre lo que se va a escribir, la planificación
del texto se impone: cada miembro del grupo se ve comprometido a actuar
–simultánea o alternativamente- como autor y como lector; si quiere
que el grupo acepte su propuesta, cada niño deberá fundamentarla
adecuadamente. De este modo se hace posible que circulen saberes que no
circularían si la producción fuera siempre individual
(p. 9).
En la etapa de planificación,
también llamada preescritura, una vez definido el tema sobre el
que se va a escribir y saber cuál es el público potencial
de ese escrito, se pasa a determinar qué género se empleará
y a identificar y consultar bibliografía sobre el tema seleccionado,
realizar entrevistas si este fuera el caso, visitar los lugares en donde
se desarrollará la acción, es decir, recoger datos suficientes
y apropiados utilizando métodos adecuados. Es recomendable, también,
en la etapa de planificación que el alumno organice la información
que ha buscado y elabore un esquema.
Una vez realizadas estas actividades
es necesario que los alumnos compartan la información recogida,
la confronten con sus compañeros a objeto de que encuentren cuáles
son los aspectos más significativos para cada uno, descubran relaciones
que antes no habían descubierto y establezcan acuerdos sobre el
género.
Para este último aspecto es
conveniente que el alumno se familiarice con diversos géneros.
Aquí cabe señalar la reescritura de que hablan Teberosky
y Tolchisnsky (1995) porque la misma le permite al niño apropiarse
de las características implícitas de un género en
particular, el cual no puede ser enseñado explícitamente.
Agregan que, la reescritura, permite de manera indirecta repetir las formas
en que está codificada la información del texto y a través
de la misma los niños se van apropiando de los elementos textuales.
Pero, también recomiendan estas autoras, que primero el alumno
tiene que ser lector, permitiéndole esta actividad conocer modelos
convencionales de textos.
La textualización exige del
escritor tomar en cuenta una serie de aspectos. Así, deberá
anticipar posibles preguntas, incluir todos los datos que necesitará
el lector, elaborar una exposición ordenada, establecer y mantener
una línea de pensamiento y establecer conexiones entre las diferentes
partes del texto. Al decir de Lerner (1994):
Entre las propiedades del texto
escrito hay una que representa una intensa exigencia: a diferencia de
la conversación, que transcurre en la sucesión del tiempo,
el texto escrito se presenta como una totalidad cuyas partes pueden estar
presentes simultáneamente: para el lector es posible comparar el
principio del texto con el final, es posible acercar dos fragmentos muy
distantes del texto y analizar sus interrelaciones. Es por eso que el
texto escrito tiene una exigencia de coherencia –de articulación
interna- mucho mayor que el discurso oral ( p. 14).
Para la evaluación del proceso
de escritura se recomienda utilizar el portafolio como instrumento y las
entrevistas de contenido como procedimiento. El portafolio es una carpeta
en la que se recogen todas las producciones de los alumnos dentro del
proceso de aprendizaje, en una o varias áreas del conocimiento.
En el portafolio el alumno va recopilando sus trabajos y producciones
resultantes de la actividad realizada y que ponen de manifiesto su esfuerzo,
su talento, su habilidad, sus conocimientos y su mejores ideas, así
como las dificultades y problemas que están confrontando y que
necesitan resolver.
Entre otras muchas bondades del uso
del portafolio se puede señalar la que le permite al alumno involucrarse
en el proceso a través de la autoevaluación y, de esta manera,
poder apreciar su progreso como lector y escritor.
Las entrevistas consisten en conversaciones
sostenidas entre el maestro y el alumno acerca de su producción
escrita y tienen por finalidad ayudarlo a descubrir qué es lo esencial
del tema seleccionado, qué información falta, cómo
orientar una idea o cómo ampliar o iniciar sus borradores, Serrano
y Peña (1998). Las entrevistas permiten que el niño descubra
que la escritura le ayuda a trascenderse a sí mismo en el tiempo
y en el espacio, corregir, ampliar o suprimir información contenida
en sus escritos iniciales, razonar sobre aspectos que tengan que ver con
la secuencia cronológica y la organización lógica
de la presentación de los datos, con el vocabulario utilizado,
con la coherencia semántica al vincularse con un tema central y
presentar articulación entre los diferentes pasajes entre sí.
McCormick (1993) al referirse a las
entrevistas sobre escritura señala:
Como yo creo que la escritura es
un proceso de interacción con el propio texto que se está
componiendo, es importante hacer a los estudiantes preguntas que los ayuden
a interactuar con su obra, a lo que ha dicho para ver qué puede
descubrir. Después de leer un borrador, puedo decir: "Veamos, ¿qué
es lo que has dicho hasta ahora?. Luego el alumno y yo revisaremos el
texto, tomando como eje las zonas más significativas. Al hacer
esto, no sólo veo lo que se ha dicho sino que también ayudo
al alumno a reveer. Esta debe ser una parte inherente al proceso de escritura:
los alumnos deben moverse entre el rol del escritor y el del crítico
(p.158).
Esta actividad exige emplear varias
sesiones, por cuanto el proceso de revisión debe ser lento y cuidadoso.
Es importante señalar también que los alumnos elaboren previamente,
un esquema y recopilen diversos textos en los que se puedan apoyar para
elaborar su producción final, al respecto señalan González
y Charria (1992):
A partir de las actividades de
lectura los niños pueden producir sus propios textos, ayudados
por otras formas de expresión. A los niños de todas las
edades les encanta transformar en línea, forma y color, los personajes,
las situaciones o las ideas que han leído (p. 24).
Para crear espacios que favorezcan
la escritura dentro del aula, es preciso que el docente asuma el rol de
guía y orientador, que acompañe a sus alumnos en la tarea
de planificar la escritura, de componer, de ayudarlos a revisar sus escritos,
de valorar sus producciones, de descubrir la utilidad de la escritura,
pero sobre todo hacerle comprender al niño que sus escritos tendrán
un destinatario real, ya que como plantean González y Charria (1992)
El placer de escribir en la escuela
se acrecienta cuando el niño sabe que sus escritos van a ser leídos
por otras personas o van a ser escuchados por el grupo de sus compañeros.
Las discusiones o los comentarios posteriores a la lectura de un texto
de los niños son un buen estímulo para perfeccionar sus
escritos, en los aspectos de claridad y coherencia, que son los más
importantes (p. 22).
La lectura y la escritura, como herramientas
de aprendizaje, deben ser favorecidas en el aula de clase, porque las
mismas permiten entrar al mundo del conocimiento, satisfacer curiosidades,
informarse, crear, confrontar y desarrollarse plenamente.
Con base en los planteamientos teóricos
expuestos y desde una perspectiva constructivista, en donde el alumno
es concebido holísticamente, es decir, con sus conocimientos y
experiencias previas, su competencia lingüística, sus esquemas
conceptuales, activo, crítico y reflexivo, que a su vez exige un
docente facilitador y mediador del aprendizaje en general y del aprendizaje
de la lectura y la escritura en particular, nos propusimos planificar
un TALLER en el área de la lectura y la escritura, dirigido a profesionales
de la educación.
Entre los propósitos de este
TALLER tenemos:
Propiciar el análisis y la reflexión,
entre los participantes, sobre las situaciones didácticas que
favorecen la formación de lectores y escritores autónomos,
dentro del aula de clases.
Analizar principios que orienten el proceso de
enseñanza-aprendizaje de la lectura y la escritura como herramientas
de aprendizaje.
Planificar situaciones de aprendizaje que involucren
la lectura como construcción de conocimientos y la escritura
como registro de ideas, expresión de sentimientos, organización
del pensamiento e instrumento de comunicación.