"Sentirse
profesor es aprender a vivir con el dilema, la contradicción
y la paradoja y, en el mejor de los casos, experimentar
con su resolución las satisfacciones artísticas
del artista" (Nias, 1989)
Introducción
Mi
primera consideración no puede ser otra que agradecer
a los organizadores de este Congreso Internacional sobre
Educación Infantil y en especial a su alma
mater Juan Sánchez Muliterno, su invitación
a participar en él. No es la primera vez que
su amistad le lleva a contar conmigo para las actividades
de la AMEI y me siento muy honrado por ello.
Debo
reconocer que el tema que en esta ocasión me
han encomendado, la autoestima del educador,
es muy sugerente, tanto desde el punto de vista científico
como desde mis propias circunstancias personales. Por
lo que a estas se refiere debo confesar que hice mi
tesis doctoral sobre el auto concepto y la autoestima
de los jóvenes inadaptados y eso deja huella.
Aunque ya pasó mucho tiempo desde entonces, me
alegro mucho de poder volver a esas cuestiones. Cuestiones
que en sí mismas mantuvieron y mantienen un gran
interés para cuantos nos movemos en el ámbito
de la educación y la formación del profesorado.
Mucho se ha escrito últimamente sobre el vaciamiento
vocacional de la profesión docente, sobre las
fuertes presiones psicológicas y sociales que
deben soportar los docentes, tan fuertes a veces que
les llevan a la desmotivación y el burn-out
(el sentirse quemados profesionalmente). En el caso
de la Educación Infantil, el tema es aún
más complejo pues se trata de un tipo de intervención
que puede ser vivida de formas muy distintas (como madre
sustituta, como instructora, como maestra clásica,
como educadora, etc.) cada una de las cuales suele dar
lugar a un tipo de visión muy diferente de sí
misma y de la profesión que se ejerce.
Así
pues, he pensado que la demanda implícita en
el título de esta conferencia exige que me enfrente,
de una manera sucinta y breve, al tema del auto concepto
y la autoestima del profesorado de la Educación
Infantil. He intentado organizar mi aportación
a partir de los dos puntos básicos:
Un modelo
de análisis del auto concepto y autoestima
del profesorado de Educación Infantil.
Creo
que necesariamente hemos de partir de un modelo que
nos permita incorporar las diversas dimensiones que
constituyen tanto la dimensión cognitiva (auto
concepto) como emocional (autoestima) de la figura del
educador/a de niños pequeños. Una vez
establecido el modelo podremos ir adentrándonos
en un análisis y caracterización más
pormenorizado de cada uno de sus componentes.
El
modelo adoptado recoge 4 dimensiones básicas
del auto concepto profesional : a) la visión
de uno mismo como persona; b) la visión de sí
mismo como profesional; c) la percepción del
propio trabajo; d) la vivencia personal de las imágenes
de los "otros", del imaginario social.
b)
La proyección de esos factores sobre la formación
del profesorado de Educación Infantil.
Los
diversos factores condicionantes del auto concepto y
la autoestima del profesorado nos servirán de
marco de referencia para hacer una leve alusión
a la formación tanto inicial como en servicio
de los educadores. Analizo en este punto los tres componentes
de la formación del profesorado (el disciplinar,
el pedagógico y el de la formación personal)
e insisto en la importancia de este último para
poder gestionar adecuadamente la fuerte implicación
personal que supone el trabajo educativo con niños
pequeños.
Introduciré
aquí algunas reflexiones sobre el propio sentido
de la formación (formarse como persona o formarse
como maestro) en algunos planteamientos recientes en
Educación Infantil .
En
mi opinión, se trata de un conjunto de aspectos
de enorme interés para comprender más
profundamente la "vida profesional" de los
educadores de infancia. Ser maestro o maestra de Educación
Infantil no es una tarea sencilla ni exenta de riesgos.
Riesgos que las educadoras asumen con gran pasión
y entrega personal pese a que el reconocimiento social
de su función y su trabajo no siempre resultan
correlativos al desgaste personal que conlleva su desempeño.
Y eso puede llegar a afectar a la imagen que se hacen
de sí mismas y al valor que acaban otorgando
a la actividad profesional que desarrollan. Por eso
es tan importante tomar en consideración aspectos
como el que esta conferencia aborda. Cuanto más
sepamos de la forma en que los educadores viven su profesión
en mejores condiciones estaremos para hacer de ella
un sistema de vida gratificante y efectivo.
Un
modelo para analizar el auto concepto y la autoestima
del profesorado.
En
un trabajo ya clásico sobre el auto concepto,
decía Brownfain (1952) que el auto concepto era
"un sistema de significaciones básicas que
el individuo posee acerca de sí mismo y de sus
relaciones con el mundo circundante"
Para
el desarrollo de esta conferencia asumo como conceptos
vinculados el de auto concepto y autoestima.
El primero tiene un contenido más racional y
cognitivo: es la imagen que uno se va haciendo de sí
mismo a partir de las propias experiencias y, sobre
todo, de los mensajes que los otros le van transmitiendo
sobre él mismo y sus comportamientos. De esta
manera, el auto concepto, constituye el componente
cognitivo e intelectual de la visión que nos
hacemos de nosotros mismos y de nuestras circunstancias
(personales, sociales, laborales, etc.). Pero obviamente,
la imagen de sí mismo viene saturada de componentes
emocionales, de autoestima. Lo que uno sabe,
piensa o cree sobre sí mismo genera sentimientos
de satisfacción o frustración. Acabamos
valorándonos positiva o negativamente según
sea la imagen que vamos elaborando sobre nuestras disposiciones,
capacidades, comportamientos, etc. Y todo ello, obviamente
acaba llevándonos a una forma peculiar de ser
y de comportarnos, a un estilo de adaptación
particular y complejo porque constituye la síntesis
de un gran conjunto de dimensiones.
Tratando
de hacer una síntesis que nos sirva de punto
de referencia podríamos decir que el auto concepto
es el conocimiento vivencial (de ahí la integración
de elementos cognitivos y emocionales) que cada uno
de nosotros posee sobre sí mismo y que se ha
ido elaborando en función de la imagen de nosotros
mismos que han reflejado los demás y que nosotros
hemos ido interpretando. De esta manera el auto concepto-autoestima
incluyen:
Un componente
perceptivo : la visión de uno mismo
(la forma de vernos y las cosas que identificamos
en nosotros mismos).
Un componente
interpretativo: la interpretación
que hacemos del significado que tienen los mensajes
que los otros nos envían sobre nosotros mismos.
Tamizamos de una manera muy personal esos mensajes,
los traducimos según nuestro estado de ánimo
y nuestro carácter.
Un componente
actitudinal: el auto concepto no es una visión
neutra de sí mismo, viene siempre matizada
de valoraciones. Vamos elaborando "juicios"
sobre los distintos aspectos y contenidos reflejados
en el auto concepto. Eso es la autoestima
o autocalificación.
Un componente
cultural: ni los significados que atribuimos
a los mensajes, ni el juicio que nos merecen se
producen al margen de lo que en cada momento es
el contexto cultural y social. Cada país,
a veces incluso cada grupo social hace interpretaciones
distintas y valora de diversa manera hechos o situaciones
similares. El rol docente y la forma en que se "lee"
y "valora" la figura de los profesores
resulta absolutamente condicionado por ese contexto
cultural.
Un componente
conductual: la conducta traduce y expresa
hacia fuera lo que sabemos y sentimos sobre nosotros
mismos, lo convierte en acción. Esta acción
puede ser un comportamiento puntual (actuaciones
específicas en momentos determinados o como
respuesta a situaciones nuevas) o permanente (el
"estilo" y la forma de ser de un sujeto
o grupo de sujetos en base a la percepción
que tienen de su propio papel social).
Todos
estos elementos configuran una especie de fondo que
va condicionando la evolución del pensamiento
y la conducta de las personas. auto concepto y conducta
se hallan intensamente vinculadas en un proceso constante
de realimentación y reorientación mutua.
La forma en que abordamos cada fase de nuestra actuación
se halla condicionada por el auto concepto que poseemos
(que, a su vez, está condicionado por las experiencias
previas). Una vez realizada dicha acción y en
base al resultado obtenido (el resultado en sí
y sus consecuencias, especialmente la respuesta que
los demás den a esa actuación ) nuestro
auto concepto se verá afectado (reafirmado o
reajustado). Lo cual tendrá consecuencias en
la forma de abordar la actuación siguiente. Al
final, nuestra actuación personal y profesional
se ve afectada por el auto concepto y la autoestima
que poseamos y, a su vez, auto concepto y autoestima
se ven afectados por nuestra actuaciones.
Como
no se trata de desarrollar aquí el tema del auto
concepto sino se introducirlo para que nos sirva de
punto de referencia para el desarrollo de la conferencia
no insistiré más en este punto. Baste
con decir que parece obvio que la forma en que los profesores
nos vemos y la forma en que valoramos nuestro papel
va a jugar un importante cometido en nuestra actuación
como profesionales. En ese sentido, y como conclusión
de este primer punto podríamos dejar establecidos
los siguientes puntos:
El auto
concepto y la autoestima de los profesores se basa
en la percepción que tenemos de nosotros
mismos y en la "lectura" personal que
vamos haciendo de la forma en que los otros responden
a nuestra actuación.
Cabe suponer
que de forma directa o indirecta el auto concepto
"dirige" o condiciona nuestra actuación.
La forma
en que interpretamos las reacciones de los otros
a nuestra actuación tiene que ver, desde
luego, con dichas reacciones pero se halla también
fuertemente condicionado por nuestra particular
forma de leer y sentir esas reacciones.
El autoconcepto
y la autoestima no sólo condicionan la forma
que tenemos de actuar y de valorar nuestra actuación
sino que acaban teniendo una influencia notable
en la forma que tenemos de vernos y valorarnos a
nosotros mismos.
En
definitiva, el auto concepto y la autoestima tienen
que ver con nuestro desarrollo profesional pero tienen
que ver también con nuestro propio desarrollo
personal. No es que vayan a condicionar nuestra forma
de actuar como docentes sino que, a la postre, van a
condicionar la forma que tenemos de vernos y de valorarnos
a nosotros mismos como personas. Y, de la misma manera,
la forma en que tenemos de vernos como personal acaba
condicionando nuestra autovisión como profesionales
y la forma en que ejercemos como tales.
Para
poder explicitar esta circularidad de la autoestima
de los educadores he optado por el siguiente modelo:
La
lectura que se puede hacer de este modelo de análisis
es obvia y refleja gráficamente la circularidad
a la que me he venido refiriendo. En definitiva podemos
entender que el auto concepto y la autoestima de los
educadores vienen condicionados por lo que cada uno
de ellos (y todo el colectivo como grupo en caso de
que hubiera algunas constantes reconocibles) siente
de sí mismo como persona, de lo que sabe y siente
de sí mismo como profesional (el papel que le
toca jugar, la forma más adecuada para llevarlo
a cabo, etc.), de lo que siente de su actuación
profesional concreta (de sus éxitos y fracasos,
de sus puntos fuertes y débiles, de la reacción
que recibe de los niños y sus familias, de los
colegas, etc.), y finalmente, vienen condicionados también
por lo que los educadores percibimos sobre nuestro papel
en el "imaginario" social (la forma en que
leemos nuestra imagen social, lo que repite la prensa,
lo que forma parte de esa culturilla social sobre los
maestros, sobre el trabajo con niños pequeños,
etc.).
Analizar
en profundidad cada uno de estos componentes de la autoimagen
de los educadores sería más objeto de
una tesis doctoral (o de varias) que de una conferencia.
Por tanto, voy a intentar referirme tan sólo
a algunos puntos que considero importantes en relación
a las dimensiones mencionadas en el modelo. Me centraré
especialmente en las tres primeras, que tienen más
que ver con la visión de sí mismo y dejaré
"fuera de foco" la última de ellas
puesto que me llevaría a consideraciones de tipo
más sociológico.
El concepto
de sí mismo como persona.
Lo
que somos como personas y la forma en que nos vivimos
como tales es un factor de fondo importante para el
desempeño del papel de educador/a de niños
pequeños. Seguramente no existe ningún
otro trabajo (si exceptuamos algunos oficios médicos
u otros relacionados con la educación de sujetos
deficientes, etc.) en el que la dimensión personal
juegue un papel tan importante.
La
"vulnerabilidad" de los niños pequeños,
su "dependencia" del adulto, la forma confiada
en que se entregan a quien los cuida, constituye un
escenario que sobrepasa ampliamente su dimensión
profesional para convertirse en una relación
profundamente personal. Al educador no le van a valer
los trucos profesionales que haya podido aprender. Se
va a ver forzado a construir la relación en el
marco de condiciones muy personales.
Durante
los últimos años se ha ido prestando una
atención particular a este tipo de "visión"
del trabajo de los educadores. Numerosos estudios sobre
la importancia de las biografías de los educadores,
de la incidencia de los "ciclos de vida" en
la actuación profesional, etc. han ido remarcando
y mostrando evidencias de cómo nuestra propia
evolución como personas acaba teniendo una influencia
notable en nuestra actuación como profesores.
Nuestra forma de ser y, especialmente, lo que sentimos
sobre nosotros mismos, son los ejes sobre los que construimos
nuestra identidad en cada momento y condicionan fuertemente
nuestra actuación.
No
se trata de una consideración especialmente novedosa.
Neill, aquel famoso pedagogo de Summerhill, hacía
referencia en 1940, a la importancia del "Ego"
en los educadores. En su opinión (que tendré
oportunidad de contrastar en un punto posterior, en
lo que se refiere a los "intereses primarios"
de los educadores de niños pequeños) los
profesores actuamos ante un público (el grupo
de alumnos) y tendemos a preferir esa atención
al público sobre la atención a los sujetos
individuales porque tal cosa satisface más nuestro
"ego".
En
todo caso, esta dimensión del auto concepto tiene
mucho que ver con cómo se construye la identidad
personal en cada una de las fases de la vida por la
que van pasando los educadores. En ese sentido, dos
aspectos son especialmente destacables en la visión
de sí mismo como persona:
La visión
general de sí mismo que se constituye como
un fondo básico característico de la
personalidad de cada uno y que surge como consecuencia
del particular proceso de desarrollo personal.
Cada
uno de nosotros hemos tenido un proceso de crecimiento
particular a través del cual se ha ido formando
nuestra identidad. Algunos se sienten más fuertes
en unas facetas y otros lo hacen en otras. La forma
de vernos y valorarnos depende, como ya hemos visto
en el punto anterior, de muchos factores. Pero el resultado
final es que, efectivamente, acabamos consolidando una
determinada visión de nosotros mismos que actuará
como marco de referencia para nuestra forma de actuar
y de ir superando las diversas fases de la vida y de
irnos adaptando a las diversas circunstancias por las
que vamos pasando (la adolescencia, los estudios, las
relaciones sociales, los noviazgos, la familia, la vida
laboral, etc.).
La particular
forma en que cada uno de nosotros vamos construyendo
nuestra identidad a lo largo de la vida y como consecuencia
de los avatares que nuestra propia vida nos presenta.
Esta dimensión suele aparecer como un variable
juego de prioridades que, según el momento,
va poniendo el acento en unas cosas u otras (dentro
de nosotros o dirigidas hacia fuera).
Unas
veces son los ciclos vitales que nos llevan a centrar
nuestra atención y nuestras energías en
unos determinados asuntos (en la fase de enamoramiento,
cuando se tienen niños pequeños, cuando
se tienen padres mayores o enfermos, etc.). Otras veces
son los avatares de la vida (enfermedades, accidentes,
crisis matrimoniales o de pareja, etc.) los que condicionan
la forma en que organizamos nuestra cotidianeidad y
gestionamos nuestros esfuerzos.
En
definitiva, aunque se trata de un aspecto difícil
de abordar porque pertenece a la esfera de lo privado,
parece claro que la vida personal de los educadores
y educadoras tiene mucho que ver con la particular forma
con que cada uno de nosotros afrontamos nuestra vida
y nuestro trabajo.
El
particular papel que juegan las mujeres en nuestra sociedad,
haciéndose responsables de buena parte de los
cuidados educativos, sanitarios y afectivos dentro de
las familias, hace que, en su caso, estos factores externos
tensionen mucho más, si cabe, la esfera de la
autoestima de las educadoras y se proyecten sobre su
trabajo como exigencia incrementada de esfuerzo personal.
Por esa razón las investigaciones han prestado
especial atención a los ciclo de vida de las
mujeres educadoras y la forma en que ellas han ido viviendo
cada uno de esos momentos cruciales.
El
concepto de sí misma como educadora.
Los
profesionales de la educación, en especial quienes
trabajan con niños pequeños, van siguiendo
un proceso de desarrollo en el que se entrecruzan los
elementos de la propia biografía personal (tal
como hemos visto en el apartado anterior) y los avatares
originados por la evolución del trabajo que se
realiza.
Con
frecuencia, los primeros años de ejercicio profesional
son bastante dramáticos tanto por la novedad
que plantea la actividad a desarrollar como por las
normalmente precarias condiciones laborales en que ha
de ser llevado a cabo. Son momentos de adaptación
al puesto de trabajo (adaptaciones sucesivas si uno
ha de ir rotando como interino de escuela en escuela),
de ajuste entre expectativas y realidades, de acomodación
a las demandas de los niños y niñas, de
sus familias, de los otros colegas profesores, etc.
En
la tradición española no es habitual que
los nuevos profesores se vean apoyados durante estas
primeras fases de adaptación al trabajo por otros
colegas con más experiencia. Por lo general se
trata de una fase que cada uno ha de vivir de forma
solitaria y "buscándose la vida" para
sobrevivir.
Los
especialistas en formación del profesorado hablan
de que en el proceso de adaptación al trabajo,
los profesores pasamos por diversas fases. La profesora
Julia Formosinho, refiriéndose a las educadoras
de Infantil en Portugal ha señalado que el desarrollo
profesional es para ellas como "uma caminhada",
un peregrinaje a través del cual se va creciendo
en conocimientos, en capacidad de actuación y
en forma de ser. Siguiendo a Katz (1977) identifica
4 grandes fases o estadios en ese proceso y todas ellas
tienen una gran importancia por su influencia en la
configuración de la identidad profesional. Esas
fases son:
Estadio
1: Supervivencia
Es
una etapa importante porque supone el primer "shock
de realidad" que sufre el nuevo profesional. Suele
durar todo el primer año. Se trata de una etapa
en la que se precisa de mucha ayuda directa y en el
contexto del aula con vistas a superar las primeras
exigencias de adaptación y a adquirir competencias
básicas en el trabajo.
Estadio
2: Consolidación
Poco
a poco, los esquemas de adaptación van asentándose
y hacia el final del primer año las educadoras
comienzan a sentir que saben manejarse suficientemente.
A partir del segundo año comienza, pues, el momento
de ir consolidando los aprendizajes alcanzados e identificar
los puntos débiles (normalmente relacionados
con demandas específicas de niños concretos:
?cómo podré ayudar a este niño
o niña a mejorar su desarrollo?) que deberán
irse ajustando con nuevos periodos de formación
y con mucho diálogo con colegas o supervisores
sobre las prácticas cotidianas que desarrolla
en su clase.
Estadio
3: Renovación
En
función de la inquietud personal y, a veces,
de la propia biografía de las educadoras, a la
fase de estabilización y consolidación
de las estrategias profesionales básicas suele
seguir una nueva fase de búsqueda de nuevos caminos.
Suelen sentirse cansadas de hacer siempre cosas parecidas
y buscan nuevos retos (nuevas ideas, nuevos materiales,
nuevas estrategias). Esto genera nuevas necesidades
de formación que suele concretarse en mayor nivel
de asociacionismo (unirse a grupos de colegas para trabajar
juntos), mayor demanda de cursos, participación
en proyectos, etc.
Estadio
4: Madurez
Cuando
se llega a esta fase la educadora ya se siente plenamente
formada como profesional y desarrolla un fuerte nivel
de confianza en sí misma y en su capacidad para
llevar a buen término su trabajo. Es el momento
de hacerse crítica con el sistema y consigo misma
(la seguridad personal se lo permite). A veces son cuestiones
teóricas pero mucho más frecuentemente
son cuestiones prácticas las que le preocupan.
A las educadoras en esta fase les gusta continuar estudios
(postgrados, nuevas carreras, etc.), asistir a cursos
y seminarios, discutir con las colegas y con expertos,
etc.
Lo
curioso de este peregrinaje profesional es que no resulta
tan lineal como pudiera desprenderse de la estructura
de fases citadas. Las educadoras desarrollan procesos
de avance y retroceso que dependen de factores a veces
personales (su propia biografía) y a veces institucionales
(la incorporación de un nuevo modelo de atención
a los niños, un nuevo currículo, el cambio
de escuela, etc.). Los estudios han señalado
cómo no es infrecuente que profesionales que
se hallaban en la fase de madurez hayan retrocedido
a la fase de supervivencia ante cambios relevantes en
su contexto de trabajo. En el punto anterior señalaba
yo el impacto profesional causado por la llegada a la
escuela de niños de tres años. Pero otro
tanto ha pasado en nuestro país y otros con la
incorporación de nuevos proyectos curriculares,
con la aparición de nuevas tecnologías,
con la puesta en marcha de nuevos sistemas de organización
del trabajo, etc. Las seguridades alcanzadas por las
educadoras se rompen y deben a comenzar de nuevo el
proceso.
Este
proceso de consolidación progresiva tiene efectos
notables sobre el auto concepto y la autoestima de los
profesionales. Es un itinerario que las personas recorremos
en base al particular equilibrio que se vaya produciendo
en nosotros entre competencias asumidas y tensión
hacia el cambio (hacia el aprendizaje). En el fondo,
lo que nos sucede a los profesores es que vamos creciendo
tanto en competencias profesionales como en la imagen
que nos hacemos de nosotros mismos.
Aunque
no estoy muy seguro de su ortodoxia conceptual (por
eso lo dejo en letra pequeña), suelo plantear
a los profesores una especie de analogía entre
el crecimiento personal (visto desde el modelo freudiano)
y el crecimiento profesional. Justamente para resaltar
esa intrínseca conexión entre lo que somos
y sentimos sobre nosotros mismos y la forma en que abordamos
nuestro crecimiento profesional.
Pues
bien, según esta analogía freudiana, los
profesores pasaríamos por tres grandes etapas:
la oral, la anal y la genital.
En
la etapa oral vivimos, sobre todo, una fuerte
sensación de ansiedad, de necesidad de asimilar
cosas, de chupar cuanto encontramos a nuestro paso.
La vida profesional se convierte en un constante "chupar
de la teta". Necesitamos que los otros nos digan
cómo actuar, que nos den recetas. Vamos a congresos
y a cursos para tomar muchos apuntes y hacernos con
muchas fotocopias. Es una necesidad constante de recibir.
Sentimos como una especie de vacío personal,
de inseguridad que necesitamos colmar a través
de la aportación exterior.
La
etapa anal es una fase de realismo pesimista.
La lucha entre expectativas idílicas y realidades
tercas nos lleva a una cierta depresión. Si nos
comparamos con las maravillas que otros hacen (o cuentan
que hacen) nosotros somos "una mierda". No
nos gusta lo que hacemos, nos parece poco presentable
y preferimos ocultarlo. Es la fase del hacerse "invisible",
de no sentirse en condiciones de que nos vean, de que
se analice lo que hacemos, etc. Para evitar quedar en
mal lugar preferimos ocultar lo que hacemos. Muchas
veces nos enrocamos en posiciones defensivas haciendo
responsables a los demás (la Administración
educativa, la sociedad, las familias, etc.) de la precariedad
de nuestra situación. Pero la verdad es que nuestro
auto concepto y nuestra autoestima son bastante débiles.
La
etapa genital es más expansiva y abierta.
Uno acepta que lo que él es o hace no tiene por
qué ser maravilloso. Uno es lo que es y con esas
armas ha de jugar sus bazas. Todos tenemos cosas mejores
y peores, pero ahí está la gracia. Y se
acepta el riesgo de compartir, de exponerse, de entrar
en una relación horizontal. Es, sin duda, una
muestra de madurez. No se tiene problema en que vean
lo que hacemos, en que nos graven una clase, en compartir
nuestras propias experiencias. Con seguridad vamos a
ser criticados por unas cosas (porque siempre hay cosas
que se pueden mejorar) y alabados por otras (porque
también yo hago un esfuerzo y me siento relativamente
seguro con respecto a mis propias competencias profesionales).
Pero ése es justamente el motivo del intercambio
y la relación mutua: no sólo recibir (como
en la fase oral) sino compartir.
Creo
que es muy sugerente esta analogía de los estadios
profesionales. Desde luego, deja clara la relación
entre autoestima y trabajo profesional. Algunos
educadores nunca superan la fase oral. Es como
si su vida profesional fuera una constante búsqueda
de soluciones externas destinadas a colmar el vacío
que sienten. Pero sucede que mientras esas soluciones
las busquen fuera nunca estarán en condiciones
de construirlas ellos mismos y de adueñarse de
ellas, de hacerlas propias. Es como un itinerario profesional
parásito y basado en las aportaciones
externas. Otros educadores sí superan esa fase
y se comprometen con una actuación más
propia y autónoma. Pero si su confianza en sí
mismos y su formación son escasas, si posees
escasas herramientas para responder a las demandas que
le van a plantear tanto los niños como la propia
institución escolar, entonces corre el riesgo
de hundirse en las arenas movedizas de la propia descalificación
y de la frustración personal. La fase anal
en los niños es un momento de alegría
por la producción propia, aunque sólo
se trate de las propias deyecciones. Pero con los adultos
eso no funciona así y uno tiende a ocultar sus
miserias. El educador anal se sentirá inseguro
y preferirá mantener oculta su actuación
para evitar su enjuiciamiento externo (que debido a
su baja autoestima siempre tiende a pensar que será
negativa). En algunos casos esta situación provoca
regresiones (uno se instala en la fase oral) y en otros
reacciones defensivas o incluso de confrontación
(no hay mejor defensa que el ataque) descalificando
cualquier iniciativa de los demás. La mejor integración
entre auto concepto y autoestima se da, desde luego,
en la fase genital. Uno se reconoce como sujeto
y profesional con aspectos buenos y malos y acepta el
riesgo de su imperfección porque lo compensa
con la seguridad de sus valores. Sabe que puede aprender
de los otros pero que también puede enseñarles.
Y así, con esa confianza, se abre a la relación
y al intercambio. Y ahí es cuando se está
en inmejorables condiciones para aprender y desarrollarse
profesionalmente.
El
concepto del propio trabajo.
El
trabajo con niños pequeños aparece como
un crisol de perspectivas. Puede plantearse desde visiones
muy diversas entre sí. De hecho ésa es
una de las características que presenta la Educación
Infantil en la esfera internacional: los diversos países
presentan tradiciones muy diferenciadas con respecto
a sus políticas de infancia y a los dispositivos
que han puesto en marcha para favorecer el correcto
desarrollo de los niños y sus familias.
Esta
divergencia de posicionamientos puede situarse entre
un doble polo: el polo de los cuidados (a los niños
y a las familias) y el polo de una actuación
más educativa y centrada en el desarrollo psicológico,
cultural y social de los niños pequeños
(Moss, 2000: Zabalza, 2001).
En
ese marco legal e institucional divergente no resulta
extraño que también los profesionales
acaben formándose ideas bastante diferenciadas
de qué supone trabajar con niños pequeños
y sobre qué aspectos de la atención deben
poner el acento.
En
el libro de Didáctica de la Educación
Infantil recogía yo el interesantísimo
trabajo de Ashton (1975) tratando de identificar la
forma en que los educadores de niños pequeños
entendían su trabajo. Aunque los autores hablan
de profesores de Primaria hemos de recordar que en Inglaterra
no existe formalmente la Educación Infantil y
la escolarización primaria se inicia a los 5
años. Esto significa que, aunque sea con las
debidas reservas, podemos tomar en consideración,
sus aportaciones, al menos como un referente que nos
sirva para contrastar diversas visiones sobre el trabajo
educativo. Quiero referirme sólo a algunas de
las conclusiones que se puede extraer de dicho trabajo:
Apareció
con claridad que los objetivos a los que se adhería
cada profesor individual tenían sus raíces
en sus creencias fundamentales sobre el propósito
global de la educación como un todo. Esto es,
dependía de si cada uno de ellos percibía
la educación como proceso orientado a desarrollar
los talentos e intereses individuales de cada niño
o, por el contrario, la entendían como algo
dirigido a equipar al niño/a con habilidades
y actitudes apropiadas a la sociedad en que vive.
También
se hizo evidente la diferencia de puntos de vista
en torno a qué aspectos del desarrollo de los
niños debe centrarse la acción educativa.
Para unos lo fundamental era el desarrollo moral y
en ello había que centrar prioritariamente
el trabajo. Para otros, lo fundamental era el desarrollo
intelectual.
Y en definitiva,
el trabajo pudo constatar que los educadores variaban
en cuanto a la percepción de su propio rol
como educadores de manera paralela a como variaba
su percepción de los objetivos de la educación.
En otras palabras, los objetivos que los profesores
manifestaron como prioritarios en la educación
resultaban coincidentes con la percepción que
tenían de su propio rol como educadores.
Esta
triple constatación nos lleva a considerar que
los educadores de infancia poseemos una imagen del trabajo
que debemos hacer y que esa imagen sirve de fondo sobre
el que se construye nuestra propia identidad como educadores.
Y cabe suponer que esa misma imagen estará a
la base de la forma en que enfocaremos nuestro trabajo
(las cosas a las que daremos importancia, las estrategias
que utilizaremos, los modos de relación que priorizaremos,
etc.).
Esta
cuestión del sentido de la escuela infantil ,
por otra parte, no pertenece estrictamente al mundo
psicológico o profesional de cada educador sino
que, en ocasiones, la propia normativa acaba rompiendo
los esquemas previos e introduciendo nuevas perspectivas
de acción.
Buen
ejemplo de esta variación forzada de la "visión"
del trabajo (y consiguientemente de la visión
de uno mismo como profesional) ha sido, al menos en
España, la reciente incorporación de niños
de 3 años a las aulas de Educación Infantil.
El tipo de cuidados que este nuevo grupo de "clientes
escolares" precisaba era bien distinto al que estaban
acostumbrados a dar las educadoras. Ahora les llegaban
niños que aún no controlaban sus esfínteres,
que poseían un menor grado de autonomía
y precisaban, por tanto, de atenciones mucho más
personales y directas y más saturadas de afectividad.
En definitiva, un cambio sustantivo en los parámetros
de la actuación profesional a los que estaban
habituados.
Cuando
los cambios son importantes puede fácilmente
suceder que personas que se sentían seguras y
bien equipadas para responder a los retos profesionales
anteriores sufran un periodo de crisis y se resienta
su autoestima. Probablemente lograrán ajustarse
a las nuevas demandas pero también pudiera suceder
que los cambios acabaran produciendo en ellos y ellas
tan fuertes desajustes que no logren superar el desconcierto
(o que mantengan las mismas posiciones anteriores violentando
el nuevo enfoque del desempeño profesional).
La
percepción del trabajo que poseemos los profesionales
no es sólo una visión neutra y objetiva
de la actividad que desempeñamos, posee connotaciones
que la vinculan a nuestras propias expectativas. Al
final, acabamos desarrollando una especie de "conversación"
con nuestro trabajo ajustándonos a él
y, a la vez, ajustándolo a nuestros deseos y
necesidades personales. Los profesores no estamos en
la "cadena productiva" de una fábrica
de manufacturas. Nuestro trabajo es mucho más
flexible y adaptable. Tenemos la opción de buscarle
las vueltas para traerlo a nuestro terreno a nuestros
intereses.
Pollard
(1992) se ha referido, en ese sentido, a lo que él
denomina los "intereses inmediatos" (the
primary aims) de los profesores y los utiliza como
un punto de partida para identificar, analizar y contextualizar
algunos de los factores que influyen en las percepciones
y sentimientos que los profesores van elaborando sobre
su trabajo.
La
cuestión central de este planteamiento es identificar
qué nos produce satisfacción nuestro trabajo.
Siguiendo la idea de Pollard, Anastasia Vlanchou (1999)
planteó a algunos profesores la cuestión
de cómo vivían la enseñanza, qué
les gustaba y disgustaba más de su trabajo. Los
profesores consultados centraban las satisfacciones
en el hecho de "estar en contacto con los niños".
Eso era lo que le daba mayor cúmulo de satisfacciones
y sobre ese eje construían su propia identidad
profesional. Estar con los niños significaba
establecer relaciones con ellos, tratar de responder
a sus demandas, contribuir a su desarrollo personal
e intelectual, etc. Estar con los niños significa,
en lo operativo, actuar como compañía
adulta pero también como instructor y como agente
disciplinario.
Aquí
es donde entra la idea de Neill, antes mencionada, sobre
el "ego" de los profesores. Esa capacidad
de influir en los niños es lo que les da seguridad
y colma sus fantasías de omnipotencia. Los convierte
en "indispensables" o, cuando menos, en sujetos
importantes ("otros significativos") en la
vida de los niños, que con frecuencia son vistos
como sujetos incompletos que irán mejorando como
fruto de la interacción con sus profesores.
En
cambio, las insatisfacciones vienen, sobre todo,
de las exigencias burocráticas y administrativas
que se les exigen: completar las fichas, hacer informes,
preparar programaciones, gestionar la institución,
etc. Sienten que tales exigencias ejercen una fuerte
presión sobre ellos y que por mucho esfuerzo
diario que les dediquen nunca consiguen estar al día.
Sienten, además, que se trata de actividades
que les alejan de su interés fundamental que
es estar con los niños.
Forma
parte de esa idea de muchos profesores de que la programación,
la presentación y formalización de documentos
(PEC, PCC, unidades didácticas, proyectos de
innovación, etc.) forma parte de la "burocracia
pedagógica" y resulta, desde luego, mucho
menos gratificante que las actividades prácticas
en clase.
En
definitiva, también de esta manera, los educadores
establecemos una especie de prioridades sobre nuestra
actuación. Se refuerzan y destacan aquellas cosas
que nos producen especial satisfacción y se tratan
de minimizar aquellas otras en las cuales nos sentimos
menos fuertes (auto concepto) o de cuya realización
se derivan menos satisfacciones.
CONCLUSION:
LA
FORMACION Y EL APOYO COMO MECANISMOS DE MEJORA DE LA
AUTOESTIMA PROFESIONAL
Todas
las consideraciones anteriores nos llevan a resaltar,
una vez más, la importancia de la formación
y el apoyo como mecanismos para el desarrollo y la mejora
profesional de los educadores.
Una
de las características que más me han
llamado la atención de las escuelas infantiles
de alta calidad (afortunadamente he tenido la oportunidad
de conocer muchas de ellas en Italia, en Portugal, en
España, en Inglaterra, en Urugüay, en Chile,
en Cuba, etc.) es la seguridad que se les nota a las
educadoras de esas escuelas. Con estilos distintos,
con recursos muy diversos, con grupos de niños
muy diferentes, pero todas ellas tenían claro
qué era lo que querían hacer y cómo.
Su desparpajo y seguridad, su capacidad para justificar
el planteamiento que habían hecho era, sin duda,
la mejor expresión de que poseían una
autoestima elevada. Y no cabe duda que tal percepción
de sí mismas tenía mucho que ver con la
sólida formación que demostraban.
La
literatura especializada en formación del profesorado
presenta como algo fuertemente contrastado que la formación
del profesorado pasa por el desarrollo de una identidad
profesional que se basa en tres componentes sustanciales:
-
la formación disciplinar (relacionada
con el campo científico-doctrinal en que deberán
moverse: en nuestro caso concreto el conocimiento del
desarrollo infantil y de las actuaciones genéricas
y sectoriales que pueden favorecerlo, incluido el dominio
de las disciplinas que forman parte del currículo
de esa etapa)
-
la formación pedagógica (relacionada
con el desarrollo de aquellas competencias teóricas
y prácticas que tienen que ver con el conocimiento
de los alumnos, de la institución escolar y del
currículum escolar, es decir, todo aquello que
les capacitará para poder enseñar).
-
la formación personal (relacionada con
el propio desarrollo personal de los profesores en cuanto
individuos: madurez y equilibrio personal, autoestima,
capacidad de relación, "normalidad"
en los aspectos fundamentales de la personalidad y el
carácter, etc.).
Hasta
aquí esto es de cajón y parece una cuestión
de sentido común. Sin embargo parece claro que
el peso de esos tres componentes se distribuye de forma
desigual en la formación real (inicial y permanente)
de los profesores y profesoras actuales sea cual sea
el nivel educativo en el que ejercen su profesión.
Suele
decirse que en el nivel de la Educación Infantil
y Primaria predomina el componente pedagógico
sobre el científico. Justamente lo contrario
de lo que ocurre en el nivel de la enseñanza
secundaria y en la universidad donde se produce un claro
predominio de lo científico sobre lo pedagógico.
Pero
el aspecto común a todos ellos es la práctica
inexistencia de la llamada formación personal.
Los centros formativos que proveen la formación
inicial se sienten incapaces de integrarla en sus Planes
de Estudios porque resulta un tipo de intervención
peligrosa y de difícil articulación.
"?Cómo
demonios se podría hacer para formar la afectividad
de los futuros profesores?", se preguntan los responsables
de las Facultades de Educación. Y aunque se incluyera
algún tipo de iniciativa al respecto (dinámica
de grupos, tutoría personalizada, laboratorios
de desarrollo de competencias de tipo afectivo o emocional,
etc.) resultaría inviable obligar a cursarla
y más aún pretender evaluarla.
Algunas
experiencias se han comenzado a poner en marcha, de
todas maneras. Redón (2001) acaba de presentar
una interesante propuesta de "talleres de desarrollo
socio-personal" que ella misma lleva a cabo en
la Universidad del Mar en Viña del Mar de Chile.
Experiencias de este tipo deberían ser más
frecuentes en los programas de formación inicial
del profesorado de Educación Infantil.
Tampoco
resulta fácilmente abordable el desarrollo personal
desde la óptica de la formación permanente.
Las experiencias habituales de "grupos de discusión",
"sistemas de apoyo entre colegas", "supervisión
personal", etc. con ser muy interesantes resultan
hasta la fecha muy minoritarias y escasamente atractivas
para el profesorado en general.
La
cuestión que me atrevo a plantear aquí
es que, en mi opinión, el desarrollo de un auto
concepto y una autoestima equilibrados sólo es
posible mediante un fuerte refuerzo de esa dimensión
personal. Un buen ejercicio de la educación infantil
(pero también de la actuación en los otros
niveles educativos) nunca será posible contando
sólo con los dos primeros componentes del trípode
formativo antes mencionado. Por mucho conocimiento que
se posea en el ámbito disciplinar o en el pedagógico
, ese equipamiento resultará insuficiente para
entablar en buenas condiciones la profunda relación
personal que conlleva la atención a niños
pequeños. Sobre todo porque se produce una gran
demanda de implicación personal y en cierta
medida, también de compromiso. Se precisa,
para todo ello, de una especial sensibilidad personal
que sólo se obtiene a través de la formación
personal.
Lo
que hace que un profesor sea capaz de actuar con soltura
y dominio de la situación con respecto a los
niños pequeños es, creo yo, su capacidad
para descentrarse (en el más puro sentido
brechtiano del término), para abrirse
a laalteridad, para ponerse en el lugar
del niño y saber mirar desde esa óptica
el trabajo escolar. Puede que haya técnicas que
faciliten ese comportamiento, pero a buen seguro que
sólo las técnicas no lograrán un
buen resultado.
Es
bien cierto que también son importantes los componentes
científicos y pedagógicos. Sin ellos no
habrá la posibilidad de operativizar una buena
educación (la educación es un espacio
de actuación profesional que requiere de conocimientos
y técnicas específicas, si no, se convierte
en pura palabrería). No se está negando
ese principio de sentido común. Sólo trato
de insistir en que con eso no basta porque es preciso
un fondo de seguridad y disposición
personal que actúa como condición
previa.
En
mi opinión, y por mi experiencia, los profesores
y profesoras de Educación Infantil suelen poseer
una buena autoestima. Incluso, en algunos casos, una
autoestíma excesiva. Pero eso es más higiénico,
aunque no se corresponda con la realidad, que el poseerla
baja. No son infrecuentes, tampoco, los casos en que
se tiene escasa claridad con respecto a sí mismo,
al trabajo a desempeñar y a nuestra capacidad
efectiva para hacerlo de buena manera. Y cuando eso
sucede uno tiende al enclaustramiento, a la desvalorización
de las propias iniciativas y, desde luego, a evitar
la interacción e intercambio con los otros colegas.
Por
eso se precisan estrategias de formación que
impliquen una revisión de las percepciones y
también de los sentimientos. Analizar las propias
clases y el "estilo" personal de relación
y trabajo con los niños, revisar nuestras ideas
sobre qué supone hoy en día llevar a cabo
un proyecto valioso y efectivo de Educación Infantil,
chequear la influencia que nuestra biografía
puede estar teniendo en nuestra actividad profesional.
En fin, "iluminar" un poco ese amplio y generalmente
brumoso espacio en el que se asienta nuestro auto concepto
y nuestra autoestima. Cuanto mejor lo conozcamos en
mejores condiciones estaremos para gestionarlo adecuadamente
y para buscar optimizar nuestros puntos fuertes.