Al nacer
el ser humano es pura propensión al aprendizaje . Simplemente
aprende; no puede evitarlo, aunque quisiera. Así como no
sabe que aprende, también ignora si tiene alguna dificultad
para aprender , ya que todavía no le han "enseñado"
que aprender es difícil, ni ha aprendido esa lección,
tal vez una de las de consecuencias más radicales en su vida.
No le teme
a su ignorancia, porque se nutre de inquietudes, que convertirá
en preguntas simples ("mamá que hay debajo de la tierra",
inquiere la niña de 5 años), pero de una complejidad
inconmensurable , que requerirá de muchas precisiones para
ser respondida en todas sus magnitudes y relaciones que puede generar
. La niña no es conciente que ha entrado en un campo donde
las relaciones no están previamente descritas, sino que se
construyen a medida que los interrogantes emergen desde las nuevas
ignorancias que nacen incesantemente, a no ser que el proceso se
detenga por una imposición inhibidora , como aquellas tan
comunes en la escuela ("no pregunte tonteras", por ejemplo),
las cuales con mucha seguridad se pueden volver en contra del mismo
maestro)
Para poder
responder la madre tendrá que recurrir a su historia personal
y colectiva llena de emociones, creencias, condicionamientos y conocimientos.
Podrá dar muchas respuestas posibles, aunque ninguna definitivamente
verdadera, Le dirá, por ejemplo, que debajo de la tierra,
donde está instalada la casa, hay más tierra y muchas
rocas. La niña la escuchará atentamente solo para
volver a preguntarle qué hay más abajo y más
abajo. Así, indefinidamente, hasta que sus preguntas insistentes,
inocentes y no ingenuas , atraviesen la tierra y aparezcan al otro
lado del globo terráqueo donde lo que antes era "abajo"
ahora es "arriba".
La niña,
sin proponérselo y gracias a una facilidad asombrosa, llega
al relativismo y a la exigencia de tener que definir un criterio
para establecer los parámetros que eviten la anarquía.
Lo más probable es que se confunda y no comprenda.
La confusión
y perplejidad de la niña, originadas por las consecuencias
de su pregunta inocente, exige al adulto optar por varios caminos
explicativos. Uno, tan frecuente como nefasto, consiste en abandonarla
en su búsqueda imponiéndole una "verdad"
de Perogrullo, dogmática y sin sentido ("?es así
y no hagas más preguntas!"), que le entregará
criterios para entender, parcial o totalmente lo que significa la
afirmación.
El otro
camino, ubicado en el extremo opuesto, consistirá en ayudarle
a asombrarse ante tanto misterio que nos envuelve, permitiéndole
que goce del asombro que le depara, ante el cual muchas veces el
silencio y la contemplación son la mejor compañía.
Además, le permitirá disfrutar del en-si-misma-miento,
evitando la alienación, junto con aprender a ser y estar
consigo misma, con su intimidad y exterioridad, que no son más
que ella misma, es decir, su modo de "ser-en-el-mundo"
(Varela 2000)
En el primer
caso, la niña no comprende y todo se le vuelve complicado,
a diferencia de lo que sucede en el segundo caso, donde intuye la
complejidad escondida , aunque su comprensión sea mínima
o nula. Esto último, no importa en este momento. Más
adelante, será fundamental
En consecuencia,
de lo precedente desprendemos la siguiente sugerencia: un educador
deber convertir lo simple en complejo y lo complejo en simple. Nada
más y nada menos (Calvo 2000).
Este proceso
no tiene un comienzo predefinido de antemano, puesto que la historia
personal de cada participante determinará si parte desde
la simplicidad o de la complejidad. El proceso tampoco tiene un
término, pues cada uno lleva al otro, como el yin y el yang.
Este proceso es característico de las escuelas biófilas
-tal como las llamaba Paulo Freire en otro contexto- es decir, escuelas
que favorecen el diálogo, la creación y promueven
la innovación inédita .
Como contraparte,
cuando el punto de partida queda preestablecido antes de iniciar
el proceso, sin consideración a las historias personales,
sino en función de un criterio "externo", aunque
se lo fundamente como "pedagógico", es característico
de las escuelas necrófilas, que son aquellas que se han encadenado
a una relación didáctica que va de lo superficial
a lo complicado, a lo largo de un proceso con altos y bajos, sin
un retorno garantizado, pues normalmente es interrumpido, por no
saber como continuarlo. No fluye y se estanca, a diferencia del
anterior, que brota desde las alturas y busca el mar, a veces rápido,
otras lentamente, pero siempre buscando su destino, incluso cuando
algún obstáculo le impide el paso, pues se acumula
lentamente hasta que lo sobrepasa. Su destino está en el
mar, pero no para permanecer, sino para volver a las alturas y continuar
sempiternamente el ciclo.
Este es
un punto extraordinario, pues nos muestra la radicalidad de las
consecuencias de nuestro actuar. Si no mediamos a la niña,
esto es, si no nos interponemos entre ella y el estímulo,
la complicaremos en vez de ayudarle a aprender, de tal modo que,
cuando deba dar cuenta de ese saber, lo hará superficialmente,
si es que logra hacerlo. Si, por el contrario, le ayudamos a deslumbrarse
con lo misterioso será capaz de aprenderlo y dar cuenta de
ello de manera simple y clara, a pesar de todas las ignorancias
que podrán confundirla.
La niña
habrá vivenciado, aunque todavía no pueda comprenderlo,
que los procesos educativos son epistemológicamente paradojales
y no solamente lógicos, tal como le podrán enseñar
en la escuela o en el Jardín Infantil.
La paradoja
implica que se debe recurrir al contrario para entender su opuesto,
pero sin pretender resolverlo lógicamente, pues si fuera
posible hacerlo no sería una paradoja. Esto es, si quiere
comprender la complejidad hay que simplificarla, así como
si quiere trabajar con la simplicidad siempre se estará vislumbrando
sus complejidades. No se puede permanecer en uno sin tender hacia
el otro, sin permanecer en el otro. Comprenderá que son expresiones
de una misma realidad, tal como la luz y la oscuridad las requerimos
para ver. Si hay exceso de luz nos encandilamos, y si hay muy poca
luz no vemos. Para ver necesitamos a ambas en grados variables,
según los requerimientos.
Así
como la luz y la oscuridad en su relación con la visión
se nos presentan en una relación paradojal -para ver necesitamos
oscuridad-, análogamente el saber y la ignorancia también
mantienen una relación paradojal.
Lo que
una persona sabe no puede ser comprendido sin considerar las fronteras
establecidas por la ignorancia. Cada uno refiere al otro, puesto
que los límites del saber son las fronteras de la ignorancia.
Preguntarse por lo que uno conoce es indagar por lo que se ignora
y viceversa. Sin embargo, esta relación no es simétrica,
dado que la ignorancia es infinitamente mayor que cualquier saber.
Si pensamos en un iceberg podemos observar que la parte que sobresale
a la línea de flotación corresponde al saber de cualquier
persona, mientras que lo que está sumergido en el mar es
el equivalente a la ignorancia. La relación no es posible
cambiarla, puesto que por más que neve insistente y permanentemente
sobre el iceberg, no aumenta lo que sobresale, pues se va hundiendo
inevitablemente en la medida que recibe más nieve. No hay
forma de invertir la relación: la ignorancia siempre es mayor
que el saber. (Calvo 2000).
El aumento
de la ignorancia no es aritmético, sino exponencial, por
decirlo de un modo. Basta que formulemos una hipótesis para
que nos demos cuenta de cuantas relaciones podemos formular con
distintos grados de verosimilitud. De hecho, nadie inocente en la
búsqueda del saber podrá vanagloriarse de lo que ha
aprendido, por el contrario, será cauto respecto a sus afirmaciones,
pues sabe que al preguntar abre una caja llena de nuevos misterios.
Cada pregunta da pie a múltiples respuestas, muchas posibles
y pocas probables.
El rol
del educador consistirá en ayudar al niño a establecer
criterios que le permitan discriminar lo posible de lo probable.
Lo probable implica oportunidad de ocurrencia, mientras que la posibilidad
solo se refiere a que aquello puede ocurrir, aunque sea tan remoto,
como encontrar una aguja en un pajar.
Quien no
comprende esta situación paradojal, como lamentablemente
ocurre con muchos docentes ingenuos, estará convencido que
el saber es sumativo con lo que, a lo largo del tiempo y con esfuerzo,
creerá haber disminuido la brecha entre su saber y la ignorancia
que siempre lo acompaña. Olvidará la otra cara de
la medalla y se protegerá bajo el alero del desarrollo disciplinario.
Sin embargo,
a pesar de las apariencias de seguridad que podrá manifestar,
esa actitud no pasa de ser la expresión inadecuada de un
orgullo fatuo, permanentemente amenazado por la más simple,
inocente, novedosa e inédita pregunta que le derrumbará
su precario edificio. Basta un pequeño matiz para generarle
un desequilibrio total .
Todo profesor
ingenuo ha vivido en carne propia la lucha permanente por ocultar
su ignorancia ante alumnos ávidos por molestarlo, divertirse
o, simplemente, para desenmascararlo .
Esto es
extraño pues el niño busca aprender, antes que dedicarse
a molestar. Lo hace cuando se entraba su curiosidad. De hecho, más
que las respuestas le interesan las preguntas y antes que las preguntas
le fascinan los desafíos (Osho 1998). La observación
de la conducta de los niños nos enseña que buscan
desafiarse. Si debe optar por un camino seguro o uno riesgoso, sin
duda lo hará por el segundo. Solo si está enfermo
no busca el desafío. Lo mismo sucede con el aprendizaje.
Busca aprender y solo si está enfermo o en la escuela lo
rehuye. No debemos olvidar esta imagen, pues su verdad nos puede
encandilar y no percibirla.
El niño
acepta lúdicamente las dificultades. Las asume sin otorgarles
gravedad ni importancia. Solo aprende. Cuando algo le resulta demasiado
complejo para su capacidad actual, lo deja para "más
tarde", sin saber cuándo ni cómo; de hecho, no
le interesa.
Este comportamiento
tan aleatorio y desordenado confunde a quienes tienen una perspectiva
tradicional sobre el aprendizaje como resultado de un proceso ordenado
y fluido. Si bien se aprende en esos términos, también
es verdad que gran parte de los aprendizajes, si no la mayor, se
adquiere de manera informal (Calvo, Catalán y Salgado 1998).
Para los
primeros, el desorden carece de sentido y finalidad lo que es razón
suficiente para acabar con el lo antes posible y cómo sea
. Ese intento, generalmente fallido, excepto cuando genera patologías,
no conduce a nada bueno. Por una parte, afecta negativamente el
proceso de aprendizaje del niño y, por otra, no logra dar
cuenta de cómo el niño se convierte en un ser reflexivo.
Antes se
afirmaba que el niño lograba la capacidad de la razón
a los siete años. ?Significaba esto que antes de esa edad
el niño no era racional? La experiencia cotidiana corrobora
la falsedad absoluta de esta afirmación. Ciertamente que
es necesario precisar que hay diferentes niveles de abstracción,
pero no puede negarse el uso de la razón por parte del niño.
Ahora bien,
dado que el desorden nos acompaña permanentemente, pero no
solo sino en una unidad diálectica con el orden, ambos son
necesarios para explicar el aprendizaje en el niño. De manera
simple, pero no por ello superficial, el niño requiere tanto
del orden como del desorden para aprender. Habrá momentos
para el orden y otros para el desorden; cada uno lleva al otro a
lo largo de una dialéctica interminable. Son el yin y el
yang. El orden exige desorden y el casos se determina hacia el orden
(Briggs y Peat 1999 , Escohotado 2000).
El paso
del uno al otro, siempre e inevitablemente, implica incertidumbre
El orden permanente implica muerte, tal como la disciplina ciega
de las escuelas necrófilas, al modo como lo representó
la película "La noche de los poetas tristes". Nada
más penoso que un niño que permanece ordenado a lo
largo de una fiesta infantil. Los mismos padres sufrirán
si al retirarlo de la fiesta lo encuentran ordenadamente sentado,
bien peinado y tan limpio como cuando lo dejaron al inicio de la
fiesta. Por el contrario, desearán verlo transpirado, despeinado,
con la ropa manchada con helado y pastel. Al abrazarlo aspirarán
su olor transpirado, de una persona viva, gozosa de disfrutar de
la vida. Claro que al llegar a la casa, volverá la rutina
del orden: lo bañarán antes de dormir. Se recupera
el orden y dormirá muy bien, gracias al desorden gozado durante
la fiesta. El ciclo -orden / desorden- continúa sin término,
excepto por la muerte.
El niño
se mueve libremente entre estos polos, va del uno al otro, sin preferencia
por ninguno, gracias a su incansable afán por desafiarse.
No conozco niños que no deseen ser desafiados, excepto aquellos
que asisten a la escuela o cuando son hijos de padres obsesionados
patológicamente por el cuidado de sus hijos. El niño
asume el desafío por el simple placer de gozarlo, no para
superarlo o para ser vencido . Tal vez en el futuro le impongan
exigencias como las de ser exitosos, no perder nunca, etc.
El desafío
pone a prueba las funciones cognitivas del niño de manera
aleatoria y caótica , sin un orden previamente establecido
ni una terapia diseñada específicamente. Esta modalidad
es diferente, pero no opuesta , al tratamiento especializado, diseñado
a partir de un diagnóstico y que sigue un plan preciso.
Si bien
ambas perspectivas son útiles y convenientes, ya que cumplen
cometidos diferentes, es útil señalar que la puesta
a prueba de las funciones cognitivas en términos informales
es necesario, pues su ausencia es causal de deterioro, el que puede
expresarse como deprivación cultural. La segunda, el tratamiento
formal, no es inicialmente necesaria, pues su importancia dependen
justamente de la carencia previa.
El desafío
lúdico estimula en el niño el aprendizaje informal
, que tiene como característica relevante liberarlo de la
pre-ocupación por aprender, pues simplemente se ocupa
en hacerlo . Mientras aprende no distingue entre acción y
reflexión, ni entre "interior" y "exterior".
Es uno con todo. Se ocupa con total naturalidad .
Desde esta
perspectiva no nos parece que el niño viva una etapa pre-reflexiva
en sus primeros años, pues su reflexión, aunque incipiente,
es altamente compleja. Cualquier persona atenta al comportamiento
de un infante puede dar cuenta de la complejidad presente en sus
acciones, tal como le revela la observación y análisis
de los pre-requisitos del pensamientos presentes en el comportamiento
del niño .
Puesto
que el vivir del niño es el mismo aprender, es decir, dado
que el niño vive ocupado en aprender, simplemente aprende.
En una escuela primaria en la amazonía peruana, que atiende
a amueshas, se organizó un concurso sobre nombres de aves.
El niño vencedor ofreció 336, y ninguno de los demás
escribió menos de 100. Posteriormente se les pidió
que confeccionaran una lista con nombres de plantas. Uno de los
niños completó 661. La nota curiosa es que los padres
consideraron que sus hijos aún eran bastante desconocedores
del medio rural (Calvo 1994b).
Al aprender
el niño se sorprende, asombra y admira ante todo. No tiene
inhibiciones hasta que las aprende. Esto es paradojal y no lógico.
Por una parte, el mismo aprendizaje que le entrega todo es el que
lo encadena a sus propios convencimientos .
Más
tarde, y como consecuencia de la influencia de terceros aprenderá
que el mundo le es "externo", difícil de aprehender
y que para hacerlo debe seguir ciertos procedimientos específicos
que se enseñan y aprenden en la escuela. También aprenderá
que quienes no lo logran es porque son víctima de alguna
dificultad de aprendizaje o flojos incompetentes. Aprenderá
a culparse, autoatribuyéndose las fallas, al mismo tiempo
que liberará de culpabilidad a quien no ha sido capaz de
enseñarle o a quien es el causante de su ignorancia.
Feuerstein
grafica esta deplorable situación con la siguiente imagen:
cuando un profesor apunta con un dedo a un alumno culpándole
de su mal desempeño, no debemos olvidar que así como
hay un dedo que apunta al niño, hay otros tres que nos señalan
a nosotros.
Cuando
el niño no aprende -salvo casos excepcionales, inferiores
al 10% de la población- se debe a la ausencia de un mediador
que le ayude a recibir, procesar y entregar la información
proveniente del mundo interno y externo.
La ausencia
de un mediador que propicie experiencias de aprendizaje mediado
causa deprivación cultural. Por lo tanto, la deprivación
cultural es el resultado y no la causa de severas limitaciones cognitivas;
tampoco es consecuencia de la pobreza, ni está asociada inevitablemente
con ella , sino que es efecto vicioso de la inadecuada intervención
humana en el proceso educativo del educando.
Una persona
deprivada culturalmente es aquella que no ha logrado desarrollar
sus funciones cognitivas ni las operaciones mentales para poder
comprender la complejidad del mundo y de sus infinitas interrelaciones.
Dado que los estímulos la sobrepasan, se limita a la lectura
superficial de ellos, sin poder percibir la profunda riqueza de
sus interrelaciones que le resultan altamente complicadas.
Un rasgo
de la deprivación cultural es la dificultad de la persona
deprivada para generar estrategias que le permitan diseñar
uno o varios caminos para transitar entre lo simple y lo complejo.
Aquel que no ha sido mediado no sabe qué hacer con los datos
que recibe. No puede convertirlos en información que le permita
establecer relaciones virtuales, pues sólo percibe datos
complicados y la única manera de tratar con ellos es transformándolos
en superficiales .
Esto afecta
a muchas personas que camuflan lo maravilloso del misterio en generalizaciones
superficiales que no logran despertar entusiasmo, imponen verdades
parciales y relativas que matan la confianza en sí mismo
e inhiben la aventura de saber, desprecian la teoría y sucumben
ante la tentación de "lo concreto". Sustituyen
la riqueza de la teoría por la palabrería superficial
y caen en el activismo pedagógico . Nada de esto ayuda a
superar los graves problemas educacionales que nos afectan.
La superación
de la deprivación cultural es posible gracias a la intervención
intencionada y recíproca, significativa y trascendente de
una persona que se asume como mediador. Esta intervención
es simple, a pesar de su profunda complejidad. Se trata de cooperar
tan solidaria y esperanzadamente, como metódica y sistemáticamente
con el otro en el descubrimiento de sus potencialidades.
El mediador
lo ayuda diseñando estrategias que le permitan no solo resolver
el problema, sino comprender cómo se llevan a cabo. Si no
entiende el procedimiento no ha habido mediación ni se superará
la deprivación cultural. El mediador le propone ejercicios
de acuerdo a sus dificultades cognitivas, que implican un nivel
de exigencia superior a su capacidad manifiesta, de tal manera que
la persona mediada consolide los avances y no se limite a reforzar
estáticamente logros precedentes. El mediador le ayuda a
definir las estrategias para resolver la complejidad, evitando que
divague, pero sin presionarlo para que termine en un tiempo dado,
como en los test psicométricos. Finalmente, le ayuda a construir
"principios" que podrá aplicar en situaciones análogas
futuras: ?qué haría en una situación semejante!
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