El niño es el más
bello y perfecto producto de la Naturaleza. También es producto
de la cultura en la que le toca vivir. En el mundo civilizado, y en especial
en el medio urbano, la formación pedagógica del niño
se desarrolla de forma distinta a lo dispuesto por la Naturaleza. La satisfacción
de su existencia depende de su persona y del ambiente que le rodea, este
ambiente externo ha de serle favorable de modo que no amenace su seguridad,
ni obstaculice su necesidad de satisfacción. Gran parte de la infelicidad
no se deriva de las dificultades existentes inevitables, sino de muchas
de las reglas que nos imponen desde la primera infancia.
Actualmente el número de
personas que viven atormentadas por conflictos internos, que desarrollan
episodios neuróticos en su forma habitual de vida, alcanzan porcentajes
alarmantes. Psicólogos y Psiquiatras ven a menudo en sus consultas
a pacientes que no han vivido de acuerdo con su potencial, ni han realizado
plenamente sus cualidades innatas. Estas personas están emocional
e intelectualmente atrofiadas; estas atrofias y su frustración
crónica están ligadas a la ansiedad y la depresión.
La falta de autorrealización,
los logros inferiores a la propia capacidad, y síntomas como la
depresión y la ansiedad superiores a lo normal, están íntimamente
relacionados y con frecuencia se presentan simultáneamente.
Muchos de estos adultos pretenden
saber educar a los niños para «vivir bien», mientras ellos mismos
son conscientes de «vivir mal», algunos incluso proyectan sobre sus hijos
y alumnos una visión pesimista de sí mismos y de la vida.
Esta problemática tiene sus raíces en la educación
recibida y se inserta en una cadena secular de generaciones que transmiten
los errores pedagógicos que han padecido.
Nadie es perfecto. Nadie nace
siendo Educador (consideraremos Educadores tanto a los padres como a los
profesionales). Ningún Educador se equivoca por propia intención,
y es de los errores (propios y ajenos) de donde debemos extraer la experiencia
y conocimiento para mejorar nuestras actuaciones. Si somos capaces de
cometer menos equivocaciones con nuestros hijos y alumnos, no sólo
contribuiremos a favorecer su salud mental, sino que además ellos
podrán transmitir a las nuevas generaciones un patrimonio menos
contaminado que promueva una vida plena en la niñez y la satisfacción
y autorrealización en la vida adulta.
La Pedagogía y la Psicología
no son ciencias exactas porque se relacionan con la persona, y cada individuo
es único e irrepetible.
La elevada formación pedagógica,
el dominio de metodologías, el reciclaje, la lectura de libros
y artículos, son insuficientes si no aplicamos con intuición
los conocimientos a las personas cuyo desarrollo queremos promover.
LA SOCIEDAD Y LA FAMILIA
Es imposible querer analizar aquí
algunas líneas de la sociedad actual, limitándonos al mundo
desarrollado y extrayendo algunos rasgos, vemos que se trata de una sociedad
de abundancia y de consumo (siempre comparada con épocas anteriores).
Sin embargo se observa un deterioro en valores éticos y morales.
Los bienes materiales no están equitativamente repartidos y existen
grandes desigualdades sociales. Hay incertidumbre con respecto al futuro
y desorientación en el presente. En la era de la comunicación
los cambios se suceden con rapidez, lo que ayer era innovador, hoy queda
obsoleto.
La sociedad ya no transmite sus
normas de una generación a otra.
En este tipo de sociedad la disminución
de la natalidad es alarmante. En algunos países hay un aumento
de la población extranjera, relativizándose aún más
las normas sociales.
La familia ha evolucionado en
los últimos años, entre otros cambios, ha reducido el número
de miembros, en muchos casos la convivencia se limita a padres e hijos.
Con la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral, entre
otros cambios significativos, se observa una disminución cuantitativa
y cualitativa del tiempo que los padres dedican a los niños. Hay
cambios importantes en los roles tradicionales de los progenitores y disminuye
también la edad de la primera escolarización. No son pocos
los padres que consideran que su responsabilidad educativa se limita a
buscar un buen centro educativo para sus hijos, delegando de este modo
sus obligaciones en los profesionales de la enseñanza.
Según las previsiones sociológicas
para el próximo decenio, en la mayoría de los países
desarrollados aumentarán las familias monoparentales como consecuencia
de innumerables divorcios, y el porcentaje de niños que convivirán
de forma estable durante la infancia y la niñez con sus padres
biológicos de forma drástica.
Los Gobiernos gastan sumas
enormes para el aprendizaje de conocimientos teóricos y la instrucción
formal de los niños. Las familias acuden a profesionales cuando
se trata de vigilar el desarrollo físico e intelectual de los niños.
Sin embargo, cuando se refiere a la salud emocional queda confiado a la
intuición, a la buena voluntad de padres y educadores.
En líneas generales no
se presta la atención adecuada a prevenir desórdenes emocionales.
La prevención es nuestra más válida esperanza de
formar personas confiadas en sí mismas, estables, preparadas para
alcanzar la felicidad personal y convertirse en aporte fructífero
para la sociedad.
Las tendencias pedagógicas
actuales coinciden en otorgar al niño protagonismo en la familia
y en la escuela, pero esto conduce en muchos casos a crear ambientes familiares
cargados de permisividad, restando autoridad a los padres. En otros casos
los progenitores desean educar como ellos fueron educados adoptando autoritarismos
desmesurados. También hay Educadores que, con buena intención,
pretenden que sus alumnos se guíen por sus mismo criterios, que
sigan las pautas de comportamiento de los mayores y actúen como
«hombres pequeñitos».
Los padres, aunque les sea difícil
reconocerlo, demandan formación y orientación. Los Centros
de Educación Infantil pueden convertirse en Comunidades Educativas
donde, padres y Maestros puedan reflexionar sobre sus actuaciones para
clarificarlas, ayudando a los niños a ser «ellos mismos», sin imponerles
que sientan y actúen a imagen de los adultos. El mejor modo de
prevenir cualquier tipo de Psicopatología es proporcionar, en el
ámbito familiar y escolar UN AMBIENTE DE SEGURIDAD Y UN CLIMA AFECTIVO
QUE FOMENTE UNA ELEVADA AUTOESTIMA Y DESARROLLE EL POTENCIAL DEL NIñO.
ASPECTOS BáSICOS DE LA
SALUD MENTAL
AUTOESTIMA
Todo niño normal nace con
el potencial necesario para alcanzar la salud mental. Indispensable para
lograr este objetivo es poseer una autoestima elevada. Esta se fundamenta
en la creencia del niño de ser digno de amor y de que importa por
el hecho de existir, sintiendo que se valora y respeta su individualidad.
El niño posee cualidades
y recursos internos suficientes para gustarse a sí mismo; desde
que nace aprende a verse como considera que le ven las personas que le
rodean. Su imagen las construye en función del lenguaje verbal
y corporal, de las actitudes y los juicios que sobre él emiten
las personas que considera importantes. Se juzga a sí mismo comparándose
como los demás y según sean las reacciones de éstos
hacia él.
La autoestima alta surgen de las
experiencias positivas, produce en los niños seguridad, propia
aceptación y la confianza suficiente para poder realizarse en todas
las áreas de la vida. Las expectativas sobre sí mismo serán
apropiadas, alcanzando en el futuro la estabilidad emocional.
La autoestima pobre da lugar a
la inseguridad, una escasa resistencia a la frustración, un bajo
sentido de quién se es y provoca ansiedad. El niño se siente
inepto y carece de motivación para relacionarse de forma positiva,
o comenzar nuevos aprendizajes. Suele ser una de las principales causas
de las conductas desadaptadas en la infancia ya que cuando el niño
tiene un concepto negativo de sí mismo, cree que es «malo» y adecua
sus comportamientos a este juicio. Normalmente se le regaña, juzga,
castiga y rechaza, arraigando en él con más coherencia interna
evita que le lleguen mensajes positivos. Esta pobre opinión de
sí mismo afecta su estabilidad y en qué utiliza su potencial.
El modo cómo nos vemos
a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea, se crea
durante la infancia en el ámbito familiar y se amplía con
la experiencia escolar. Las impresiones que adquirimos entonces, nos acompañan
toda la vida.
Nosotros, como Educadores, debemos
fomentar una autoestima elevada en nuestros alumnos. También podemos,
y debemos, orientar a los padres para que, entre otras cosas:
EL NIñO SE CONSIDERA ACEPTADO
Y AMADO INCONDICIONALMENTE. No basta con que le demos todo nuestro amor,
debemos asegurarnos de que él lo siente y experimenta. Tiene que
percibir que se respeta y acepta su individualidad. Aceptar al niño
significa sobre todo no confundir el valor de su existencia con el de
su comportamiento.
TIENE QUE SENTIRSE VALIOSO, úTIL
Y CAPAZ, vinculado a los grupos que pertenece (familia, clase, etc...)
y recibir de éstos seguridad y confianza. Interiorizando formas
de conducta positivas porque no se hacen juicios de valor sobre su persona,
sino sobre aspectos de su comportamiento. Desarrollando seguridad interior
para afrontar con éxito las dificultades que se le presenten, para
ello se le pedirá que concluya las tareas que comience, se le asignarán
responsabilidades en función de su edad y capacidad, no se hará
nunca por el niño aquello que sea capaz de hacer sólo, se
le ayudará a aceptar las consecuencias de sus acciones y a medir
sus posibilidades antes de comenzar una actividad.
QUE PUEDA AFIRMARSE COMO INDIVIDUO.
Cada niño es único e irrepetible, necesita sentirse distinto
de los demás. No es cierta la creencia de que los padres deban
tratar a todos los hijos por igual, del mismo modo ocurre con el Educador
y sus alumnos. Cada niño deben sentirse que es especial y singular,
para ello es necesario proporcionar un ambiente sin condiciones para expresar
libremente sus sentimientos y cuidar las expectativas inadecuadas. Se
formará su capacidad crítica permitiendo que piense por
sí mismo, aunque no coincida con los pensamientos de Padres y Educadores.
Siempre cuidaremos de que su individualidad no se convierta en individualismo
egoísta.
QUE ADQUIERA UNAS PAUTAS DE CONDUCTA
Y UNA ESCALA DE CALORES PERSONALES que le sirvan de referencia para que
su forma de pensar y actuar adquiera coherencia, para que aprenda a distinguir
el bien del mal. Con este fin habrá que cuidar los modelo que se
le ofrecen al niño. Padres y Educadores son las personas cuya estima
y aprobación busca con más esfuerzo, por ello serán
los modelos que intente imitar, éstos deben ser coherentes en sus
mensajes y actuaciones.
CLIMA AFECTIVO Y SEGURIDAD
Creamos un clima afectivo cuando
sentimos sincero aprecio y valoración por los niños simplemente
porque existen, porque cada uno es un ser especial al que queremos con
independencia de que aprobemos o no lo que hacen. Este criterio es tan
válido para el hogar como para la clase. para sentirse apreciados
los niños valoran la cantidad y calidad del tiempo que les dedicamos
en exclusiva, con atención concentrada y abierta a sus cualidades
particulares, cuando cada uno siente que le decimos «me interesas». Nuestra
relación con los niños debe ser honesta, nuestros mensajes
verbales han de coincidir con los gestuales. Han de saber en todo momento
que cuentan con nosotros para ayudarles a satisfacer sus necesidades,
que no somos perfectos ni les exigimos perfección.
Evitemos los enjuiciamientos,
éstos provocan sentimientos de culpa que pueden derivar en desórdenes
emocionales. Hay que reaccionar ante los comportamientos omitiendo juicios
al respecto, el niño sentirá que su valor personal no está
supeditado a su conducta.
Evitemos los enjuiciamientos,
éstos provocan sentimientos de reaccionar ante los comportamientos
omitiendo juicios al respecto, el niño sentirá que su valor
personal no está supeditado a su conducta.
El niño tiene sus propios
sentimientos, cuando le decimos lo que debe sentir le pedimos que renuncie
a ellos, haciendo tambalear su seguridad psicológica.
Si somos empáticos no trataremos
de modificar sus sentimientos, le comprenderemos desde su punto de vista,
entendiendo cómo los experimenta él. Le escucharemos con
el corazón y el niño se sentirá comprendido y querido.
Tratemos los sentimientos del
niño de la misma forma en que quisiéramos que tratasen los
nuestros. Los sentimientos reprimidos no desaparecen y, a corto, medio
y largo plazo lesionan la salud física, emociona, intelectual y
creativa.
La ira, los celos y otros sentimientos
negativos, esconden otras emociones anteriores, son síntomas que,
con comprensión empática nos pueden conducir al núcleo
del verdadero problema: demasiadas frustraciones, exceso de competencia
y comparaciones, autoritarismo o disciplina exagerada, relaciones familiares
negativas, baja autoestima, etc. ...
PADRES Y EDUCADORES NO DEBEN
OLVIDAR CONCEPTOS COMO: LIBERTAD, AUTORIDAD Y DISCIPLINA
Los adultos solemos «temer» a
la libertad del niño, pero es necesario recordar que «Educar es
crecer en libertad» conduciendo al niño desde la total dependencia
hasta la autonomía plena de forma gradual, marcando márgenes
que se vayan ampliando en libertad y responsabilidad. El exceso de normas,
mandatos o prohibiciones no estimula la independencia ni la responsabilidad,
pero sí asfixia la libertad.
La autoridad es necesaria para
promover valores y capacidades, facilita la interiorización de
normas de conducta. La permisividad produce falta de control interno y
conduce al niño a una serie de conductas egoístas para conseguir
lo que desea.
La autoridad bien ejercida tiene
el objetivo de alcanzar la madurez y la responsabilidad del infante. No
se debe confundir con el autoritarismo que reprime la iniciativa, impide
el desarrollo de recursos internos y convierte al niño en conformista
que acata los criterios de los demás o vive en constante rebelión.
En el ámbito familiar la autoridad
debe ser ejercida de forma conjunta por el padre y la madre, es vital
que ambos estén de acuerdo en la línea educativa a seguir,
evitando contradicciones y diferencias de criterio.
Recordemos la valiosa opinión
de P. González Blasco: «Una autoridad débil no da libertad,
sino desconcierto. Una autoridad que grite, desconcierta o atemoriza,
pero tampoco educa».
Aunque el término disciplina
en los últimos años ha quedado desprestigiado, hemos de
considerar que es imprescindible para establecer y conservar el orden,
adaptando la conducta de los niños a las normas y restricciones
que impone la convivencia en sociedad. La disciplina no autoritaria evita
la amenaza y el castigo, conduce hacia la disciplina interior que autodirige
y canaliza las capacidades hacia la realización de una meta.
CONCLUSIONES:
Los primeros responsables de la educación
de los niños son los Padres. Los Educadores continuamos y completamos
esta labor con nuestra profesionalidad y capacitación pedagógica.
Educar para la salud mental significa amar,
conocer, respetar y dignificar al niño, con una visión
realista de sus cualidades, recursos internos, defectos y limitaciones,
como un ser humano único e irrepetible.
Prevenir psicopatologías en la infancia
supone crear ambientes familiares y escolares que ofrezcan seguridad,
comprensión y afecto incondicional al nivel. Donde se fomenta
la autoestima elevada y se motiva el desarrollo del potencial infantil.
En definitiva, los Educadores, como formadores
de hombres, podemos y debemos responsabilizarnos de crear auténticas
Comunidades Educativas que contemplen la orientación y asesoramiento
familiar, que cuenten con Escuelas de Padres para conseguir que el entorno
familiar y el escolar promuevan la salud mental de los niños,
siendo el mejor modo de prevenir cualquier tipo de psicopatologías
y favorecer nuevas generaciones socialmente responsables, solidarias
y comprometidas.