Involucración de los padres y madres en el proceso educativo
LA FAMILIA, PRIMER CONTEXTO
SOCIAL Y DE APRENDIZAJE
La familia, además de ser la transmisora
de la herencia genética, representa el primer contexto social donde el
niño o la niña se desenvuelve. Por lo tanto, es el pilar básico de la
educación y la socialización porque la personalidad infantil se forma
en la relación con los demás y de la calidad de las experiencias familiares
va a depender la madurez y el equilibrio emocional del niño o la niña.
La familia está constituida principalmente
por padre, madre, hijos e hijas que forman una comunidad basada en un
hogar común y las interrelaciones de sus miembros. Dentro de la comunidad
familiar, los principales educadores son el padre y la madre que se encargan
del bienestar y la salud física y psicológica, de establecer las normas
de convivencia y moldean la conductas de los hijos o hijas a través de
su experiencia y actuaciones.
La familia es un ámbito donde la persona
debe sentirse atendida, acogida, aceptada y amada incondicionalmente.
Todas las familias de una misma cultura comparten
criterios sobre las costumbres, las normas de comportamiento, los roles
y los valores. Enseñan al niño o la niña a comportarse según se espera
en la cultura en que vive acompañándole y dirigiéndole desde la total
dependencia hacia la autonomía y madurez.
Como todo entorno de convivencia, la familia
tiene reglas que, habitualmente marcan los progenitores. Con ellas se
definen las expectativas sobre el comportamiento de los componentes del
grupo en diferentes contextos y circunstancias y las consecuencias de
sus actos.
A través de la experiencia diaria el niño
va aprendiendo las reglas expresas porque los progenitores o los hermanos
mayores las reconocen y comunican abiertamente y el niño sabe claramente
lo que se espera de su comportamiento. Sin embargo, en todas las familias
existen reglas tácitas que el niño va comprendiendo a través de la experiencia
pero que no se reconocen abiertamente e incluso en muchos casos se niegan.
La mayoría de estas reglas niegan el derecho a tener determinados sentimientos
y emociones como enfurecerse, sentir miedo, tristeza o celos, discutir
para defender un criterio o postura o bien relacionarse a través del conflicto
o la discusión, etc. Además de la ansiedad que siente el niño por las
consecuencias de infringir una regla tácita, también existe la culpabilidad
por los propios sentimientos y emociones, además de la necesidad de ocultarlos.
La ansiedad que supone el temor a lo desconocido
y la culpabilidad son sentimientos corrosivos y paralizantes, por ello
el niño es capaz de comportarse como los padres esperan de él para evitarlos
aunque esto provoque otros sentimientos autodestructivos.
Los padres aprenden a controlar la conducta
del hijo a través de estos sentimientos y amenazan con privarle de su
afecto o provocándole temor a ser abandonado. Este tipo de acción es mucho
más eficaz que el castigo físico o la privación de beneficios, privilegios
o bienes materiales. El temor a ser abandonado o que los padres dejen
de quererle le provoca tal ansiedad que cambia su conducta para no sentirla.
También es habitual que los hijos se sientan
responsables del enfado y la ansiedad de los padres, aunque en alguna
ocasión ellos no sean los causantes. A través de estas experiencias dolorosas
aprendemos a respetar reglas que nadie nos ha explicado y de las que nunca
se habla pero también aprendemos que es arriesgado ser “uno mismo” y a
sentirnos culpables por nuestros sentimientos y emociones.
La familia es mucho más que la suma de sus
miembros. Cada uno desarrolla una personalidad propia en relación y como
respuesta a las otras personalidades que, a su vez, se desarrollan y modifican
como respuesta a la suya. Cualquier cambio o problema afecta a todos los
miembros y requiere un proceso de adaptación mutua para restablecer el
equilibrio. Del modo de adaptarse o reequilibrarse de cada uno de los
miembros va a depender no sólo el equilibrio del conjunto sino también
el bienestar general de la familia.
Los equilibrios y contraequlibrios que se
producen en la familia nos afectan para toda la vida.
Un matrimonio que forma su nueva familia
no es una entidad separada. La felicidad o los problemas no son sólo fruto
de la convivencia de dos personalidades. En realidad es el acoplamiento
de las experiencias en sus respectivas familias porque los valores y las
actitudes de cada uno con respecto a cualquier cosa o situación se forjaron
en sus propios ámbitos familiares, bien de forma similar u opuesta a la
de sus padres.
En palabras de Carl Gustav Jung “ Cuanto
más intensamente haya impreso la familia su carácter en el hijo, tanto
más tenderá el hijo a sentir y ver nuevamente su diminuto mundo anterior
en el mundo más grande de la vida adulta”.
LA FAMILIA EN LA ACTUALIDAD
Son grandes los cambios que la familia ha
sufrido en los últimos años. Ha reducido el número de miembros, en muchos
casos se limita a padre, madre e hijo o hija. Con la incorporación de
la mujer al mundo laboral hay mayor independencia económica de cada uno
de los cónyuges y un mayor reparto de las responsabilidades y tomas de
decisión. También se observa una disminución cuantitativa y cualitativa
del tiempo que los padres dedican a los hijos. Hay cambios importantes
en los roles tradicionales de los progenitores y disminuye la edad en
las que los hijos e hijas se escolarizan por primera vez.
El aumento de estructuras formadas por parejas
inestables, los divorcios, el número de familias monoparentales, etc,
nos hace pensar en una disminución del porcentaje de niños y niñas que
conviven de forma estable durante la infancia y la niñez con los padres
biológicos.
Sea cual sea el tipo de familia en la que
se desarrolla el niño o la niña, debe prevalecer su naturaleza formativa
y educativa.
En la era de la comunicación los cambios
de costumbres, normas y relaciones sociales se suceden con rapidez. En
una sociedad de abundancia y consumo (siempre comparada con épocas anteriores)
se observa un deterioro en valores éticos y morales. En su mayoría, los
padres y madres sienten incertidumbre con respecto a la sociedad del futuro
y desorientación en el presente.
Los padres no pueden educar a sus hijos e
hijas del mismo modo que fueron educados porque la sociedad ya no transmite
sus roles y normas de una generación a otra, los cambios son demasiado
rápidos y las normas se van estableciendo a medida que se suscitan nuevas
situaciones.
Ante la falta de claridad en la forma de
educar a los niños y niñas, cada uno de los progenitores tiende a restablecer
la dinámica de su familia original en la nueva que ha formado, repitiendo
muchos de los errores educativos sufridos y que siempre juró no cometer,
o bien haciendo todo lo contrario como forma de rebelarse. Al margen de
los errores mencionados, la situación lleva a la disparidad de criterios
entre los cónyuges, se crean ambientes cargados de permisividad, sobreprotección,
autoritarismos desmesurados, etc.
La familia debe ofrecer una educación correcta
que posibilite un progreso adecuado de los hijos e hijas optimizando los
potenciales de aprendizaje, de relación, de autonomía personal y social
porque, en definitiva, la educación está encaminada a la construcción
del hombre y la mujer.
Para lograr este objetivo prioritario los
padres y madres necesitan lograr una relación independiente con su propia
familia de origen. En el caso de no conseguirlo difícilmente lograrán
vincularse emocionalmente de forma positiva con los miembros de su familia
actual. Los progenitores no pueden resolver en su vida conyugal los conflictos
pendientes con sus respectivas familias y esto sólo puede conducir a rupturas
familiares donde los grandes perdedores son los hijos e hijas.
Algunos de los problemas no resueltos pueden
ser: procurar el menor contacto posible con la familia original tratando
de distanciarse emocionalmente de sus miembros; vivir en constante rebeldía,
actuando de forma opuesta a como lo harían el padre o la madre; considerar
que todos los problemas provienen del autoritarismo de los progenitores
y de su falta de afecto; hacer lo que desean el padre y la madre en un
intento constante de hallar reconocimiento; sentir resentimiento por la
dependencia emocional y no ser ellos mismos con su familia por miedo a
que no les quieran si expresan sus verdaderos sentimientos, etc.
Los adultos con alguno de estos conflictos
necesitan superarlos para no transmitir a su vez a los hijos e hijas los
errores educativos que han padecido. Sin duda atenuará el problema el
conocer y comprender a los propios progenitores como personas que tiene
sus propios problemas emocionales, averiguar como fue su infancia y las
relaciones en sus respectivas familias de origen; ser receptivos a los
aspectos positivos de su labor como educadores y hablar con el padre y
la madre, contarles aspectos de sí mismos para que logren un mayor conocimiento
y comprensión de ellos como adultos, y sobre todo, perdonar y lograr el
perdón.
Superados estos conflictos podrán alcanzar
la total independencia emocional, serán capaces de sentirse dueños de
su propia vida y ofrecer un patrimonio menos contaminado a sus hijos e
hijas.
El brevísimo análisis anterior no debe llevar
al desánimo, sino a la reflexión sobre algunos aspectos de la actuación
de los padres y las madres como educadores, entre los cuáles podemos destacar
los siguientes:
- Ejerce la autoridad con diálogo y tolerancia.
No se trata de mandar como ejercicio de poder, de discutir, de imponerse
por la fuerza, sino de buscar la razón y la coherencia que ayudan a formar
conductas responsables.
- El respeto a la individualidad y a la
dignidad del niño o la niña, que no es una propiedad o capricho de los
padres. Estos deben asumir su responsabilidad de ayudar y dirigir al niño
o la niña hacia su madurez ofreciendo, gradualmente, mayor libertad y
autonomía que le ayuden a sentirse útil, responsable de sus actos y asumir
las consecuencias que se derivan de ellos.
- Los padres y madres que vivieron su infancia
y adolescencia sometidos a la tiranía de unos progenitores autoritarios
y despóticos deben superar sus frustraciones alejando la intransigencia
y el autoritarismo de su relación con los hijos e hijas.
- El entorno familiar, como contexto social,
debe establecer una serie de normas, pero esto no justifica los hogares
excesivamente normados e inflexibles.
- Los hogares permisivos, donde los niños
y niñas hacen lo que les placen les convierte en desordenados, inseguros,
incapaces de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo, no
adquieren una conciencia que dirija su conducta y no tienen capacidad
de interiorizar normas morales. Estos hogares suelen ser fruto de los
padres egoístas que tienen desinterés por la educación de sus hijos o
hijas.
- Vivir implica superar pequeñas frustraciones
y dificultades diariamente. Los padres protectores en exceso evitan que
el niño o la niña se esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la
iniciativa por él y le facilitan todo. En estos casos, los niños o niñas
se sentirán ineptos, inferiores, inseguros y dependientes de sus padres.
- El amor entre el padre y la madre, y el
amor de ambos hacia el niño o la niña facilita el crear un clima de aceptación,
respeto, seguridad, confianza y afecto. En este clima no caben los juicios
de valor hacia las personas, tampoco las comparaciones, las luchas de
poder, no las expectativas desajustadas.
- Nunca debe olvidarse que los padres son
el modelo a imitar por los niños y niñas, el espejo en el que se miran.
Los pequeños hacen lo que ven hacer, no lo que se les dice que hagan.
Siempre está bien recordar las siguientes
palabras de Theodore Isaac Rubin sobre “El hogar cooperativo o motivador”:
“ Ningún hogar es del todo cooperativo y
pocos hay que sean totalmente destructivos. Pero el hogar donde hay cooperación
está principalmente vinculado al verdadero bienestar de todos sus miembros
y particularmente de aquellos que aún no son autosuficientes.
Respecto a esto, el ambiente debe ser seguro,
protegido e interesante. Esto significa que las personas pueden ser ellas
mismas, pueden expresar sus sentimientos, intercambiarlos, pueden equivocarse,
experimentar y crecer para adquirir una personalidad propia.
La familia ofrece un entorno lleno de sustento:
cuidados físicos, afecto y sustento emocional a través del intercambio
de pensamientos y sentimientos y estímulo creativo a través de la participación
enriquecedora.
El hogar saludable transmite a su miembros
alegría a través de la ayuda, el conocimiento mutuo y la autorrealización.
En vez de fomentar sentimientos competitivos, los logros y satisfacciones
individuales se sienten como éxitos de la familia entera sin afectar a
las necesidades o a la individualidad de cada miembro.
En la familia existe aceptación mutua, que
en gran parte es incondicional. Hay poca preocupación por lograr igualdad
o repartos equitativos, desterrando la rivalidad corrosiva, los favoritismos
y suspicacias. Los miembros de este tipo de familia consideran que lo
que obtienen está en relación con sus necesidades.
En la familia poco estimulante, el que dicta
las normas acostumbra a ser aquel que grita más, independientemente de
su capacidad. Sin embargo, en los hogares sanos las personas contribuyen
con sus conocimientos de forma positiva, la ayuda se recibe con alegría
y nadie se siente rebajado por ella.
En este entorno es imprescindible que sus
miembros tengan una identificación familiar sólida y traspasen los límites
de la familia nuclear en sus lazos afectivos, sintiendo que `pertenecen
a un grupo del que obtienen fortaleza, solidez y vínculos fuertes más
allá de las diferencias generacionales.
Los miembros de una familia sana demuestran
sentimientos firmes, valores, prioridades y conciencia social. Se escuchan
entre sí, no se comparan ni compiten, son flexibles, tolerantes, se dan
a sí mismos y no ponen condiciones a los sentimientos de cariño, afecto
y amor.
APTITUDES DE LOS PADRES Y LAS MADRES
QUE FAVORECEN EL DESARROLLO GENERAL DEL POTENCIAL DE LAS DIFERENTES INTELIGENCIAS
El padre y la madre no pueden comprender
al niño o la niña si no son capaces de colocarse desde su punto de vista
interior para ver las cosas como él las ve, Sólo con un grado elevado
de empatía le comprenden y aceptan incondicionalmente.
No podemos imponer a los niños y niñas las
pautas de comportamiento de los adultos, pretendiendo que actúen como
“hombres y mujeres con tamaño reducido”.
La permisividad produce falta de control
interno, convierte a los niños y niñas en egoístas y oportunistas e impide
su evolución hacia la madurez. La sobreprotección transmite sensación
de incapacidad e inseguridad, lesiona la autoestima y bloquea el crecimiento
emocional.
No hay que temer a la libertad del niño
o la niña. En realidad sólo se educa a sí mismo el niño o la niña que
crece en libertad, porque le conduce desde la total dependencia hasta
la autonomía plena de forma gradual. Los adultos deben ir marcando márgenes
y pautas que se van ampliando en libertad y responsabilidad a medida que
el pequeño o pequeña puede asumirlas. El exceso de normas, mandatos y
prohibiciones, no estimulan la independencia ni la responsabilidad, sólo
asfixian la libertad.
La autoridad y la firmeza son necesarias
para promover valores y capacidades. Es la actitud que facilita la interiorización
de normas de conducta. La autoridad bien ejercida tiene el objetivo de
alcanzar la progresiva madurez y responsabilidad de los niños y niñas.
La autoridad no debe confundirse con el autoritarismo que reprime la iniciativa,
impide el desarrollo de los recursos internos y convierte al niño o la
niña en conformista que acata los criterios de los demás o en continuo
rebelde.
En el hogar hay que mantener la disciplina.
Aunque este valor está desprestigiado, es imprescindible para establecer
y conservar el orden, adaptando la conducta de los niños y niñas a las
normas y restricciones que impone la convivencia en sociedad. La disciplina
no autoritaria evita la amenaza y el castigo, lleva a los niños y niñas
hacia la disciplina interior que dirige y canaliza las capacidades hacia
la consecución de objetivos y metas en la vida.
Los padres y las madres podemos y debemos
fomentar la autoestima elevada en nuestros niños y niñas. Con intuición
y habilidad de empatizar comprenderemos sinceramente desde su mundo interior
los sentimientos y las emociones, cuidando de no lesionar la opinión que
sobre sí mismos comienzan a forjar.
Esta pequeña muestra de actitudes puede resumirse
en el deseo de crear un clima afectivo y de seguridad para los niños y
niñas. Esto sólo puede conseguirse cuando sentimos valoración y sincero
aprecio por los niños y niñas simplemente porque existen, porque cada
uno es un ser especial al que queremos, con independencia de que aprobemos
o no lo que hace. Si conseguimos que cada niño o niña se sienta apreciado
por como es no por como nos gustaría que fuese, si valoramos la cantidad
y calidad de tiempo que les dedicamos en exclusiva con atención concentrada
y abierta a sus cualidades individuales. Sobre todo cuando el niño o la
niña siente que le decimos “me interesas y te quiero”.
Es imprescindible mantener la unidad de criterios,
no discutir delante de los hijos e hijas, evitar la violencia verbal,
física o psicológica y no contradecirse.
Debemos ser coherentes en todo momento, admitir
los errores, pedir perdón cuando sea necesario y saber perdonar de corazón.
Los dos progenitores tenemos que asumir las
responsabilidades educativas, definir claramente el tipo de educación
que deseamos, fijar las pautas de actuación y ser constantes en la labor
emprendida.
El padre y la madre, juntos, deben elegir
el Centro de Educación para los hijos e hijas cuyo Proyecto Educativo
persiga objetivos afines a los que busca la familia. También realizarán
un seguimiento de la labor educativa del Centro, asegurándose de que se
persigue la formación integral del hijo o hija y se tienen en cuenta habilidades
propias de las diferentes inteligencias.
Es necesario que participen en la Comunidad
Educativa y, sin llegar a intromisiones, mantener una comunicación continua
con los profesores.
El padre y la madre son los principales modelos
a seguir por los hijos e hijas y van a transmitir los valores morales
y sociales que poseen a través de sus actuaciones diarias. Sin una escala
de valores ajustada es imposible el desarrollo óptimo del potencial de
las diferentes inteligencias. Son muchos los valores necesarios para que
lleguen a sentirse seres humanos realizados, entre ellos resumimos y destacamos:
Conocimiento, comprensión y aceptación de
las personas del entorno tal como son, no como nos gustaría que fuesen.
Amor, afecto, cordialidad, amabilidad. Además
de querer a los miembros de la familia, debemos asegurarnos de que éstos
se sientan queridos.
Buen humor, optimismo, paz, serenidad y tranquilidad
para transmitir alegría de vivir.
Paciencia, autoridad, disciplina y firmeza
para que el inmaduro o inmadura pueda interiorizar una escala de valores
que sean punto de referencia en sus actuaciones.
Calor humano, confianza, sinceridad y respeto
que creen un hogar afectivo para consolidar la autoestima y la estabilidad
emocional del conjunto de la familia.
Disponibilidad y constancia en dedicar tiempo
de calidad para las relaciones entre los miembros de la familia.
LA PARTICIPACIÓN DE LA FAMILIA EN EL PROYECTO
DE POTENCIACIÓN DE LAS INTELIGENCIAS
Los Centros especializadas en la atención
y educación de niños y niñas de cero a seis años deben convertirse en
auténticas Comunidades Educativas donde la interacción familia-Centro
promueva entornos de aceptación, seguridad, comprensión, afecto incondicional
y ocasiones variadas para potenciar el desarrollo integral de los niños
y niñas.
Cuando un niño o niña asiste a un Centro
de Educación Infantil, es imprescindible compartir con la familia la labor
educativa, completando y ampliando de este modo las experiencias formativas
del desarrollo.
Para llevar a cabo correctamente esta labor
conjunta es necesaria la comunicación y coordinación entre los padres,
las madres y el educador. El equipo docente del Centro puede ofrecer apoyo,
información, formación, asesoramiento y comprensión a la familia, convirtiendo
a los padres y las madres en los principales colaboradores del proyecto
educativo que se pretende desarrollar.
Una de las tareas que competen al educador
y al equipo del que forma parte es determinar los cauces y formas de participación
de la familia en el proyecto de potenciación de las inteligencias.
El padre y la madre son las personas más
expertas para valorar las inteligencias del niño o la niña porque desde
que ha nacido han aprendido a conocerlo día a día. Observan como crece
y como aprende en diferentes circunstancias y también como utiliza habilidades
de las distintas inteligencias para resolver los problemas que le plantea
la vida cotidiana.
El educador puede convocar una reunión para
explicar a los padres y madres los aspectos más relevantes de la Teoría
de las I.M. de forma sencilla y amena.
Una buena manera de que comprendan esta teoría
es comprobando sus propias fortalezas y debilidades en las distintas
categorías. Recapacitando sobre como hacen uso de las habilidades
de cada categoría y reflexionando sobre los sentimientos que les provoca
el no haber podido desarrollar plenamente su potencial innato. (Anexo
I).
Les puede enseñar como observar los aspectos
en los que más destaca su hijo o hija y compartir la información para
que el educador pueda obtener una comprensión mayor sobre su estilo de
aprendizaje. (Anexo II).
El educador debe ofrecer orientaciones
y pautas de actuación en el ámbito familiar de forma que los padres
y las madres complementen acciones para alcanzar los objetivos propuestos
en el aula.
Los padres y las madres pueden implicarse
participando en actividades específicas organizadas por el Centro como
las que a continuación se indican:
Ø DIA DE LAS PROFESIONES. Eligiendo
un día a la semana o al mes para que un padre, una madre, el panadero,
el barrendero u otra persona de la comunidad asistan al aula para hablar
de su oficio, de las habilidades que requiere, los objetos que utiliza,
etc.. Es muy importante que participen al mayor número posible de padres
y madres porque consolidarán de este modo su implicación en el estímulo
y valoración de las inteligencias. Los abuelos y abuelas de los niños
y niñas participan encantados en este tipo de actividades, explicando
“historias” sobre la vida laboral que han desarrollado durante muchos
años y es el mejor modo de vincular a las diferentes generaciones.
Ø El Centro puede organizar una SEMANA
CULTURAL donde cada día se reserve para una inteligencia: padres,
madres, abuelos, abuelas, niños y niñas participan de esta manera de diferentes
actividades propias de cada inteligencia y cada día puede clausurarse
con una pequeña charla impartida por una persona de relevancia en la comunidad:
un contable, un periodista, un pintor, un deportista, un músico, un párroco,
un psicólogo, etc.
Ø Los padres y las madres pueden colaborar
participando en EXCURSIONES ESPECIFICAS para cada una de las inteligencias:
visitas a un laboratorio (I. Lógico-matemática), a la biblioteca (I. Lingüística),
al estudio de un pintor o fotógrafo (I. Espacial), a una fábrica de artesanía
(I: Cinético-corporal), a una emisora de radio (I. Musical), a un hotel
(I. Interpersonal) o a la consulta de un psicólogo (I. Intrapersonal).
Ø Cada familia puede elaborar en casa
UN MURAL REPRESENTATIVO de una inteligencia, procurando la participación
activa del niño o la niña.
Ø El padre y la madre ayudan a su
hijo para elaborar una BIOGRAFIA sobre el protagonista de un cuento
o sobre un personaje de dibujos animados, resaltando las habilidades con
mayor fortaleza y el modo de utilizarlas adecuadamente.
Ø Cada familia crea UN CUENTO,
UNA CANCION O UNA DRAMATIZACION y lo representan en el aula para el
resto de familias.
Ø Elaborar UN LIBRO VIAJERO
que se va completando con los dibujos, las narraciones cortas, las reflexiones
o comentarios de cada familia.
Ø En reuniones de padres y madres,
cada familia aporta cuadernos de recortes, casetes de audio, fotografías,
vídeos, cuentos, cuadros, dibujos, esculturas, etc., que han elaborado
con sus hijos o hijas y que ilustran el área en el que demuestran mayor
fortaleza.
Además el educador puede hacer partícipe
a la familia del programa de objetivos que piensa desarrollar en
un período de tiempo concreto e incluso indicar algunas actividades que
se realizarán en el aula para que los padres y las madres incidan sobre
los mismos aspectos en el ámbito familiar. (Anexo IV). También puede facilitar
información sobre juegos, juguetes y otras actividades como medio
para el desarrollo de habilidades de cada una de las inteligencias. (Anexo
III).
La intención del educador nunca debe ser
el convertir a los padres y las madres en educadores profesionales, sino
ayudarles en su misión formadora y educativa porque si la familia,
e incluso el contexto social, no apoyan la labor educativa del Centro
es imposible optimizar el desarrollo del potencial innato de nuestros
niños y niñas en las diferentes inteligencias.