La edad preescolar, considerada como
aquella etapa del desarrollo que abarca desde el nacimiento hasta los
6 o 7 años, y que en la mayor parte de los sistemas educaciones
coincide en términos generales con el ingreso a la escuela, es
considerada por muchos como el período mas significativo en la
formación del individuo, pues en la misma se estructuran las bases
fundamentales de las particularidades físicas y formaciones psicológicas
de la personalidad, que en las sucesivas etapas del desarrollo se consolidarán
y perfeccionarán. Esto se debe a múltiples factores, uno
de ellos el hecho de que en esta edad las estructuras biofisiológicas
y psicológicas están en pleno proceso de formación
y maduración, lo que hace particularmente significativa a la estimulación
que pueda hacerse sobre dichas estructuras, y por lo tanto, de las cualidades,
procesos y funciones físicas y psíquicas que dependen de
las mismas. Es quizás el momento de la vida del ser humano en el
cual la estimulación es capaz de ejercer la acción mas determinante
sobre el desarrollo, precisamente por actuar sobre formaciones que están
en franca fase de maduración.
Por otra parte, cuando el niño
o la niña nace su cerebro, salvo una serie de reflejos que le permiten
su supervivencia, tales como la respiración, la circulación,
la succión, entre otros; y otros elementales que hacen que precariamente
pueda alejarse de un irritador nocivo, como es alejar el brazo ante el
pinchazo de un alfiler, o por el contrario, orientarse ante un estímulo
fuerte y no dañino que entre en su campo visual, como sucede cuando
se le presenta una fuente de luz que se mueva cerca de sus ojos, salvo
estos reflejos incondicionados, este cerebro está totalmente limpio
de conductas genéticas y constitucionalmente heredadas, y lo que
posee es una infinita posibilidad y capacidad de asimilar toda la experiencia
social acumulada por la humanidad durante cientos de generaciones, y que
le es trasmitida básicamente, sobre todo en los primeros momentos
de la vida, por el adulto que lo cuida y atiende. A esta capacidad de
poder reflejar en sí mismo y asimilar la estimulación del
mundo que le rodea es lo que se denomina la plasticidad del cerebro humano.
Se han dado muchas definiciones de
a qué se le llama, o se conoce, por plasticidad del cerebro. Así,
por citar algunas, Gollen la categoriza como la capacidad, el potencial
para los cambios, que permite modificar la conducta o función y
adaptarse a las demandas de un contexto – con lo que se refiere principalmente
al cambio conductual – mientras que Kaplan la plantea como la habilidad
para modificar sistemas orgánicos y patrones de conducta, para
responder a las demandas internas y externas, que en cierta medida amplía
el concepto conductual. C. Cotman la define como una capacidad general
del cerebro para adaptarse a las diferentes exigencias, estímulos
y entornos, o sea, la capacidad para crear nuevas conexiones entre las
células cerebrales, y que permite que, aunque el número
de neuronas pueda mantenerse invariable, las conexiones o sinapsis entre
estas pueden variar, e incluso incrementarse, como respuesta a determinadas
exigencias. En la psicología histórico – cultural se refiere
a esta posibilidad de apropiarse de la experiencia social, concepto de
apropiación que implica no la simple asimilación, sino la
reproducción en sí mismo en el individuo, de la experiencia
cultural de la humanidad, que por darse como reflejo de la realidad incluye
lo planteado en las definiciones anteriores, pues, no obstante la aparente
divergencia, todas se refieren a una particularidad del cerebro que posibilita
la asimilación de los estímulos, su cambio y transformación,
como consecuencia de la acción del medio exógeno y endógeno
sobre las estructuras corticales, y que se conoce como la maleabilidad
o plasticidad de este órgano principal del sistema nervioso central,
función que no fuera posible de ejercerse si la corteza cerebral
estuviera impresa de conductas genéticamente determinadas, como
sucede en el caso de los animales.
Es precisamente la indefensión
que tiene el ser humano al momento de nacer, y que es un reflejo de su
cerebro limpio de comportamientos predeterminados, que radica el gran
poder de la especie humana, que puede así apropiarse de toda la
experiencia social previa, a través de esta facultad – la plasticidad
– al actuar sobre su cerebro la estimulación que el adulto proporciona
al niño o niña desde el mismo instante de su nacimiento.
Los recién nacidos tienen al
nacer miles de millones de células cerebrales o neuronas, entre
las cuales se establecen conexiones, llamadas sinapsis, que se multiplican
rápidamente, al entrar en contacto el neonato con la estimulación
exterior, y que alcanzan el increíble número de mil billones.
Estas sinapsis dan lugar a estructuras funcionales en el cerebro, que
van a constituir la base fisiológica de las formaciones psicológicas
que permiten configurar las condiciones para el aprendizaje. No sería
posible la creación de estos miles de millones de conexiones nerviosas
si el cerebro estuviera ya cargado de dichas interconexiones neuronales,
si no tuviera la posibilidad de la plasticidad, concepto que es básico
en la concepción de la estimulación en las primeras edades.
Sin embargo, a pesar de esta extraordinaria
cantidad de neuronas al nacimiento, y las posibilidades incalculables
de realizar sinapsis, la experiencia científica ha demostrado que
el recién nacido tiene muchas más neuronas que cuando alcanza
el tercer año de vida, y el doble de las que tendrán como
adultos. Esto indica, dado el hecho de que la neurona cuando muere no
es sustituida por otra y se pierde irremisiblemente, que la no estimulación
apropiada, o la falta de ella, no solamente impide la proliferación
de las células nerviosas, sino que hace que su número decrezca
progresivamente, a pesar de las condiciones tan favorables que tiene la
corteza cerebral, por el número de neuronas que posee cuando el
niño o la niña nacen.
De esta manera se destaca que la falta
de estimulación puede tener efectos permanentes e irreversibles
en el desarrollo del cerebro, pues altera su organización, y las
posibilidades de configurar las estructuras funcionales que han de constituir
la base fisiológica para las condiciones positivas del aprendizaje.
Datos aportados en 1994 por investigaciones
realizadas por la Carnegie Corporation, en Estados Unidos, revelan que
el medio ambiente, léase estimulación, no solo afecta el
número de células cerebrales, las posibilidades de sinapsis
entre ellas y la manera como estas conexiones se establecen, sino que
esa influencia temprana del medio exterior deja huellas definitivas en
la psíquis humana, y que su falta causa daños irreversibles
en el individuo.
Actualmente se reconoce que el desarrollo
del cerebro antes del primer año de la vida es mucho mas rápido
y extenso de lo que antes se conocía, y de que es mas sensible
a los factores del medio ambiente de lo que antes se reconocía.
Esto hace que las condiciones a las cuales el neonato se ve sometido,
van a tener un efecto inmediato en esta rapidez y sensibilidad del cerebro,
y como consecuencia, en las cualidades y funciones psíquicas concomitantes.
Si las condiciones son favorables y estimulantes esto tendrá repercusiones
inmediatas en el aprendizaje y desarrollo, si son desfavorables o limitadas,
actuarán de manera negativa, perjudicando dicho aprendizaje y desarrollo,
a veces de forma irreversible.
Se sabe que la deprivación
nutricional en el primer año de vida puede acarrear daños
irreparables en el desarrollo físico y mental del niño o
niña, y en los años a continuación traer como resultado
una disminución del peso y talla, una propensión marcada
a las enfermedades, dificultades en la atención y la concentración,
pobreza intelectual, entre otros. Pero también la deprivación
cultural y la falta de estímulos psicosociales van a afectar este
desarrollo, particularmente en lo intelectual y la formación de
la personalidad, lo cual es en muchas ocasiones imposible de retrotraer
por no haberse propiciado la estimulación en el momento preciso
en que debía ser proporcionada. Es muy conocido en la bibliografía
especializada la historia de Kamala y Amala, niñas que fueron raptadas
a edades muy tempranas por lobos en la India en las primeras décadas
de este siglo, y cuyo caso fue difundido por el psicólogo indio
Rid Singh, y que tuvo la oportunidad de estar en contacto con ellas. Este
caso es un reflejo de lo anteriormente planteado, y que tuvo una reedición
en 1986, cuando el mundo conoció la muerte de Ramce, niño
que igualmente que aquellas niñas, vivió una experiencia
similar.
La explicación científica
de este hecho está en las propias particularidades de la edad preescolar,
y en el conocimiento en la misma de los períodos sensitivos del
desarrollo. Por este término se entiende aquel momento del desarrollo
en que una determinada cualidad o función psíquica encuentra
las mejores condiciones para su surgimiento y manifestación, que
en cualquier otro momento de este desarrollo. De no propiciarse la estimulación
requerida en ese período, la cualidad o función no se forma,
o se forma deficientemente. No importa que la estimulación se aplique
con posterioridad, transitado ya el período sensitivo, es poco
lo que se puede hacer, o se puede lograr. Por eso Kamala y Amala, al igual
que Ramu, aunque fueron integrados a un medio social que les podía
proporcionar la estimulación, no pudieron realmente completar su
proceso de humanización, pues su mundo, cuando su cerebro estaba
sensible para asimilar la experiencia humana, no era un mundo humano sino
un mundo de lobos, un medio animal. Por ello, no es condición suficiente
para convertirse en un ser humano el hecho de poseer un cerebro humano,
se requieren condiciones humanas de vida para que el proceso de humanización
se lleve a cabo, y que tiene que considerar no solamente que existan las
condiciones, sino también que las mismas actúen en el momento
preciso.
El reconocimiento de este hecho no
es algo que haya estado dado por siempre, y la formación y educación
del niño en las primeras edades, ha recorrido un largo trecho antes
de alcanzar el criterio de cientificidad que hoy en día tiene.
Durante mucho tiempo se concibió
a la educación preescolar fundamentalmente comenzando a partir
de los cuatro años, y en muchos países solo a partir de
esa edad es que se concibieron sistemas de influencias educativas dirigidos
a alcanzar determinados logros en del desarrollo en los niños y
las niñas. Sin embargo, el acelerado desarrollo de la ciencia psicológica,
los avances en el campo biológico y neurológico, fueron
demostrando que los primeros años de la vida eran fundamentales
para el desarrollo humano, y que empezar a los cuatro años era
ya muy tarde. Esto fue un proceso lento de múltiples resultados
científicos, particularmente, de investigaciones experimentales
que fueron arrojando luz sobre las enormes potencialidades de estos primeros
años, y fue concientizando en la necesidad de promover, de estimular
el desarrollo, desde los momentos iniciales de la vida, cuando aun las
estructuras biofisiológicas y psíquicas están aun
mucho más inmaduras e inconformadas que a mediados de la etapa
preescolar, si bien la misma como tal es un período de formación,
maduración y organización de estas estructuras a todo lo
largo de su duración como etapa del desarrollo.
En esto tuvo mucho que ver el conocimiento
del anterior concepto analizado de período sensitivo del desarrollo,
al comprobarse que muchos de estos no comenzaban a mediados de la edad
preescolar, sino mucho antes, como sucede, por ejemplo, con el período
sensitivo del lenguaje, o el de la percepción, o el de la función
simbólica de la conciencia, por nombrar algunos.
La necesidad de proporcionar una estimulación
propicia en el momento oportuno, condujo inexorablemente a la consideración
de impartir esta estimulación desde los momentos mas tempranos
de la vida, surgiendo así el concepto de estimulación
temprana del desarrollo.
De esta manera, el conocimiento de
que las estructuras biofisiológicas y psíquicas se encuentran
en proceso de conformación durante la edad preescolar, unido a
la consideración de la plasticidad del cerebro humano, y a la existencia
de los períodos sensitivos del desarrollo, condujo, por su extraordinaria
importancia y repercusión en la ontogénesis del individuo,
a la concepción de la necesidad de estimular estas condiciones
del psiquismo humano desde las más tempranas edades.
Por supuesto, a esto se unieron los
resultados de investigaciones focales que fueron demostrando, en diversas
áreas de desarrollo, las potencialidades iniciales del cerebro,
particularmente en los primeros tres años, que históricamente
habían sido coto exclusivo de la educación familiar. La
idea de organizar entonces un sistema de influencias educativas para la
activación del desarrollo desde el mismo nacimiento fue paulatinamente
concientizándose, si bien en sus primeros momentos se valoró
como algo a realizar con aquellos niños y niñas que, por
diversas situaciones, no tenían posibilidades de recibir una estimulación
adecuada en su medio circundante, y que estaban en situación de
desventaja respecto a aquellos otros que, por tener un medio familiar
apropiado o condiciones de vida y educación satisfactorias, tenían
garantizadas hasta cierto límite y en relación con el nivel
de conocimiento científico, logrado hasta el momento, las posibilidades
de una estimulación en los momentos iniciales de la vida.
El término de estimulación
temprana aparece reflejado en sus inicios básicamente en el documento
de la Declaración de los Derechos del Niño, en 1959, enfocado
como una forma especializada de atención a los niños y niñas
que nacen en condiciones de alto riesgo biológico y social, y en
el que se privilegia a aquellos que provienen de familias marginales,
carenciadas o necesitadas. Es decir, como una forma de estimulación
a los niños y niñas discapacitados, disminuidos o minusválidos.
Este concepto de niños en riesgo
fundamentó en un principio la necesidad de la estimulación
temprana. Por niños en riesgo se sobreentendió aquellos
que estuvieran en condiciones deficitarias de índole biológica,
como resulta con las alteraciones que involucran funciones del sistema
nervioso central, entre ellos los infantes prematuros y postmaduros; los
menores con lesión directa en este sistema, tales como daños
encefálicos, las disfunciones cerebrales y los daños sensoriales;
los que tuvieran alteraciones genéticas, como los Síndromes
de Down, las cardiopatías, las leucosis; y finalmente, los niños
y niñas con trastornos de inadaptación precoz, bien fueran
menores perturbados emocionalmente por fallo de las relaciones familiares
y ambientales, o por las limitaciones en la comunicación, los casos
de hospitalismo, los autistas, los psicóticos.
De esta manera, la concepción
de estimulación temprana no surgió como algo necesario para
todos los niños y niñas, sino para aquellos carenciados,
con limitaciones físicas o sensoriales, con déficits ambientales,
familiares y sociales, lo cual va a traer en el curso de los años,
y cuando ya la estimulación en las primeras edades se valora para
todos los niños y niñas, confusiones semánticas y
terminológicas, que conducen inexorablemente a una diatriba sobre
la utilidad, el enfoque y el alcance del concepto de estimulación
temprana.
Pero en los primeros tiempos de acuñación
del concepto, éste se restringió a los niños en riesgo
y así, cuando ya se plantea que hacer con estos niños y
niñas, se difunde el término de intervención temprana,
que en cierta medida señala el carácter clínico de
la estimulación, más que su trasfondo educativo. Así,
en la reunión de la CEPAL – UNICEF, celebrada en Santiago de Chile
en 1981, se plantea a la intervención como acciones deliberadas
e intencionales dirigidas hacia grupos específicos de población,
identificados por sus condiciones de riesgo, con el fin
de prevenir un problema específico, lo que lo ubica en la prevención
primaria, tratarlo para evitar un daño potencial, o sea a nivel
de prevención secundaria, o buscar la rehabilitación del
individuo afectado, lo que implica la prevención terciaria.
El basamento fundamental de esta intervención
temprana, por su propio carácter enfocado a la deficiencia, va
entonces a estar enfocado hacia el favorecimiento de la proliferación
dendrítica de los contactos sinápticos, así como
el alertamiento y activación del sistema nervioso central, lo que
en cierta medida incluso impregnó los programas iniciales de estimulación
temprana dirigidos a los niños y niñas que no estaban en
situación de riesgo, como se analizará más adelante.
Esta valoración hacia los niños
en riesgo, tiene un fundamento eminentemente biologísta, y en el
cual el desarrollo se concibe fundamentalmente determinado por la maduración
del sistema nervioso, y donde la falta de estimulación podía
retardar ese desarrollo, pero no acelerarlo significativamente si no estaban
creadas las condiciones internas del mismo. De esta manera, el diagnóstico
de los reflejos innatos en el niño (tales como el reflejo de Moro,
el de prensión o "grasping reflex", el del tono asimétrico
del cuello, el de la marcha, el de extensión cruzada, entre otros),
el examen físico, la estimación del tono muscular, las medidas
antropométricas, entre otros datos eminentemente biológicos,
cobran particular importancia a los fines de un programa de intervención
y de las estructuras que deben ser estimuladas para compensar el déficit
o defecto, de cualquier índole que este sea. De ahí que
la estimulación sensorioperceptual y motriz se conviertan en las
áreas fundamentales a ejercitar en estos modelos de intervención
temprana. De este enfoque se han derivado instrumentos de uso común
en la práctica médica obstétrica cotidiana, y que
son muy útiles para determinar el nivel de normalidad al momento
del nacimiento, como sucede en la tabla APGAR, tan usada en los servicios
de obstetricia y neonatología.
Por supuesto que la atención
a los niños y niñas con déficits biológicos
o psicoambientales constituye un deber y una necesidad, además
de un derecho, de estos menores, de la sociedad hacia estos niños
y niñas, por las implicaciones que tales déficits y carencias
tienen para su desarrollo, y de cómo esto puede ser remediado,
al menos paliado, con la intervención temprana y una estimulación
que propicie el desarrollo.
La investigación de referencia
de la Carnegie Corporation señala las consecuencias trascendentales
que tienen las situaciones de alto riesgo o desventajosas para los niños,
y de cómo estas pueden ser evitadas por medio de una intervención
temprana. Datos de esta investigación revelan que menores considerados
en la categoría de alto riesgo y que tuvieron la posibilidad de
asistir a programas educativos durante los primeros seis meses de edad,
redujeron el riesgo de retraso mental hasta un 80%, y que a la edad de
tres años estos niños y niñas mostraban coeficientes
e inteligencia superiores en un 15 o 20 puntos comparados con otros, también
evaluados en situación de alto riesgo, y que no habían tenido
la oportunidad de asistir a estos programas. El seguimiento de estos casos
comprobó que a los doce años funcionaban todavía
a un nivel superior de inteligencia, lo cual era aun más significativo
al alcanzar los quince años de edad.
Estos datos sugieren que los programas
de estimulación temprana no solamente resuelven el déficit
o carencia en el momento, sino que pueden tener efectos educativos de
larga duración, lo cual está dado, por supuesto, por su
aplicación en el momento necesario, por realizarse en los períodos
sensitivos del desarrollo.
La misma investigación revela
que, no obstante, la estimulación propiciada algo más tardíamente,
como sucede cuando el niño o niña tiene ya tres años,
también logra mejorías en el desarrollo intelectual de estos
niños, pero nunca llegan a alcanzar el nivel de logro de los que
empezaron a una edad más temprana.
El hecho de alcanzar el año
y medio de edad sin un programa de estimulación en estos niños
de alto riesgo, determina en muchos de ellos la presencia de déficits
cognoscitivos que ya son valorados como irreversibles.
Si bien el hincapié está
dado en los primeros tres años, esto no implica que una atención
educativa de calidad en los primeros seis años de vida, no muestre
a su vez consecuencias importantes para el desarrollo. En este sentido
una investigación longitudinal, que durante casi treinta años
realizó Schweinhart, en el seguimiento de 123 niños y niñas
de bajos ingresos en su familia y condiciones sociales de riesgo, que
evaluó el impacto de una enseñanza de buena calidad y un
currículo activo a partir de los tres años y cuatro años
de edad, incluidos en los programas Head Start en Estados Unidos, demostró
un mejor desempeño escolar en estos niños que en otros no
asistentes al programa, y efectos positivos en el rendimiento educativo,
las responsabilidades sociales, el mejoramiento económico de la
propia familia, entre otros resultados. Esta investigación plantea,
a manera de conclusión más general, que la inversión
económica que se hace en programas de buena calidad y un currículo
activo con niños menores en la edad preescolar, se traduce, a largo
plazo en beneficios sociales, políticos y económicos para
estos menores, su familia y la comunidad.
De forma natural, los resultados de
las experiencias e investigaciones de la intervención temprana
en los niños y niñas de alto riesgo, influyó decididamente
en el enfocar estos programas de estimulación, no solamente para
esta población particular, sino para todos los niños y niñas,
estuvieran o no en situación de riesgo o desventaja social.
Es así como surgen los programas
de estimulación temprana para todos los niños, que han de
tener una multivariedad de enfoques, problemáticas y proyecciones,
en el decursar de su existencia.
Una problemática inicial es
la de la terminología, la cual está estrechamente relacionada
con el enfoque conceptual de la propia estimulación, y de la proyección
de lo que debe ser, abarcar o concluir, un programa de estimulación
temprana. Así, se habla de estimulación precoz, de estimulación
temprana, de estimulación adecuada, de estimulación oportuna.
Pero también se menciona el término de educación
temprana y de educación inicial, en estrecha relación con
los anteriores.
Este galimatías terminológico
es algo más que un simple problema gramatical o una mera cuestión
semántica, y se imbrica muy apretadamente con la propia conceptualización
de la edad, de sus particularidades, y de hacia donde ha de dirigirse
el sistema de influencias educativas que permita la consecución
de los logros del desarrollo y la manifestación de todas las potencialidades
físicas y psíquicas de los niños y niñas en
esta etapa de la vida. Y, consecuentemente, con las causas, interrelaciones
y condiciones, que explican el fenómeno del desarrollo y su vinculación
con el proceso de la enseñanza y educación, y en sentido
más estricto, con el de la estimulación en las edades tempranas.
El término de estimulación
precoz ha sido fuertemente criticado, y va siendo cada vez menos
utilizado para los programas de estimulación, a pesar de que en
un momento surgió a la palestra psicológica con gran fuerza.
Decir que algo es "precoz" implica que esta precocidad es una propiedad
inherente de la estimulación, e igualmente en que existen momentos
adecuados para la estimulación (lo cual es algo aceptado científicamente)
y otros en que esa estimulación no es apropiada (lo cual en cierta
medida también es valedero). Pero, cualquiera que sea la respuesta
a si lo es o no lo es, lo que está claro es que cuando se plantea
una estimulación precoz, se está aceptando que ello implica
adelantarse al momento en que la estimulación es apropiada. Que
no es lo mismo que la estimulación se imparta previo a la manifestación
plena del desarrollo, cuando se incide sobre la zona de desarrollo potencial
de niño o niña, concepto este ultimo que se analizará
cuando tratemos sobre el contenido de los programas de estimulación
temprana.
El termino más difundido de
estimulación temprana parece ser inicialmente más
apropiado, por referirse al período de desarrollo en el cual actúa
un determinado sistema de influencias educativas, organizado de manera
sistemática para propiciar el desarrollo del niño y la niña
correspondiente a ese momento. Sin embargo, este término también
tiene sus detractores, que lo señalan como parcialmente inadecuado,
por considerar que la problemática no radica en proporcionar la
estimulación en un momento dado, sino que lo que importa es la
oportunidad en la que esta estimulación se imparta.
De ahí se deriva un término
definido por los neoconductistas principalmente, que es el de la estimulación
oportuna, a veces llamado adecuada, aunque semánticamente no significan
lo mismo. Por estimación oportuna entienden no el
tiempo absoluto en que una estimulación se imparta, sino un tiempo
relativo que implica no solamente considerar al niño sujeto de
la estimulación, sino también al que promueve o estimula
el desarrollo, el adulto, como las condiciones bajo las cuales el desarrollo
que se promueve es funcional desde el punto de vista social. Este concepto
conductista, que es amplio y sobre el que volveremos después, se
ha limitado en el definir terminológico a la "oportunidad" de la
estimulación, es decir, considerar no solo el momento en que esta
se aplique, sino que sea "adecuada", no tomando en cuenta realmente lo
que implicaba el término para aquellos que lo acuñaron,
los neoconductistas. De ahí que a veces se hable de estimulación
adecuada, para indicar el momento y la oportunidad.
Luego nos enfrentamos al vocablo de
educación temprana, lo cual nos conduce a la diatriba de las relaciones
entre estimulación y educación, tanto en lo que se refiere
a la interpretación de esta relación como al período
que la misma abarca.
En gran parte de la bibliografía,
fundamentalmente la referida a los niños con necesidades educativas
especiales, cuando se habla de educación temprana se está
refiriendo a la educación a promover en toda la etapa preescolar,
y no exclusivamente en los tres primeros años de la vida. Esto
igualmente ha sido propalado por aquellos que usan el término de
educación inicial, o educación de los niños
y niñas desde su nacimiento a los seis años, en sustitución
del vocablo "preescolar" que tiende a supeditar esta etapa del desarrollo
a la siguiente, la escolar, como si fuera un apéndice o una etapa
preparatoria y sin significación en sí misma, algo que,
en cierta medida, trata igualmente de justificar el término de
educación infantil. Lo más interesante de
este galimatías es que en algunos países de Latinoamérica,
se designa por educación inicial solamente a la de los tres primeros
años de edad, coexistiendo con el más difundido de educación
preescolar para niños y niñas de cuatro a seis años.
Esta misma situación se da en los países de habla inglesa,
en el que se habla de "early chilhood education" y "pre – school education"
para denotar esta diferenciación. Como se ve el problema no es
solo semántico y gramatical, sino conceptual, con aristas políticas
y socioculturales.
Si se habla de educación, y
no exclusivamente del proceso de enseñanza, se habla de la consecución
en el niño de diversos rasgos y manifestaciones de la personalidad,
del desarrollo de sus potencialidades físicas y psíquicas
más generales. Entre el término enseñanza y educación
hay diferencias, existiendo una unidad dialéctica entre las mismas,
y en la que la educación es un proceso más abarcador y que
incluye la enseñanza, más referida a la instrucción,
al proceso de enseñanza – aprendizaje. Siempre que se habla de
educación se habla en este sentido más general de desarrollo
de la personalidad, y de los logros a alcanzar en una sociedad para todos
los niños comprendidos en la edad en cuestión. Desde este
punto de vista la educación preescolar, en su sentido más
amplio, abarca toda la etapa preescolar, desde el nacimiento hasta los
6 – 7 años, en que se presenta la crisis de esta edad, que permite
el tránsito a otra etapa del desarrollo, la escolar. Designarla
como educación preescolar, inicial o infantil, ha de implicar ponerse
de acuerdo en los foros internacionales, pues de ser así, cada
país la ha de seguir denominando de acuerdo con su tradición
pedagógica y cultural.
Pero, consideración aparte
del adjetivo, educación significa la consecución en los
niños y niñas de aquellos rasgos y particularidades de la
personalidad que propicien su desarrollo multilateral y armónico,
multilateral referido a los logros que se alcanzan en las diferentes esferas
del desarrollo, tanto desde el punto de vista físico, sociomoral,
cognoscitivo y estético, y armónico, por el equilibrio que
debe mantenerse entre estas esferas del desarrollo. A lo que se añade
una cuestión fundamental: para todos los niños y niñas
de la edad en esa sociedad dada.
En la concepción histórico
– cultural, el desarrollo se valora como un fenómeno irregular
y ascendente, que pasa por períodos de lentos cambios y transformaciones
en que todos los niños se asemejan entre si, las llamadas etapas
del desarrollo, y momentos de cambios bruscos y rápidos, de transformaciones
aceleradas, llamadas crisis del desarrollo, que permiten el transito cualitativo
de una a otra etapa, y que son, por lo tanto, una manifestación
natural del desarrollo.
Esta periodización del desarrollo
va a coincidir, en términos generales, con las de otros autores
y corrientes, por lo que cobra carácter de generalidad. Así,
se habla de una etapa de cero a un año, llamada lactancia; una
que abarca desde el año hasta los tres, que suele denominarse edad
temprana; y una tercera, de tres a seis – siete años, comúnmente
llamada edad preescolar propiamente dicha, cada una de ellas intermediada
por una crisis del desarrollo. Esta es una periodización psicológica,
ajena por completo a la pedagógica, que muchas veces no está
avalada por un verdadero conocimiento científico. Dentro de esta
vertiente suele llamarse entonces educación temprana,
al sistema de influencias educativas para los niños desde el nacimiento
hasta los tres años, momento del surgimiento de la crisis de esta
edad, tan significativa para los educadores en el centro infantil.
Partiendo del criterio de la definición
general de la educación, y de lo que esto implica, dentro del término
de educación temprana necesariamente tiene que estar inmerso el
de estimulación temprana, no habiendo contradicciones entre uno
y otro, uno más referido al concepto de educación, el otro
más cercano al de instrucción, entendiendo como instrucción
en estas edades, el proceso de estimulación.
Se acepte o no, sustituir estimulación
temprana por educación temprana, lo que sí ha de quedar
claro que la estimulación temprana es para la consecución
de los logros en todos los niños, e implica técnicamente
no solo la estimulación sensorial, afectiva y motriz, sino todos
los demás aspectos que implica el desarrollo multilateral y armónico
de los niños.
Esto fue uno de los errores iniciales
de los programas de estimulación temprana, que aun hoy tienen vigencia
en algunos planes y programas. Incluso los neoconductistas, tan dados
a la consideración del desarrollo como adquisición y ejercitación
de comportamientos, refutan abiertamente que la problemática de
la estimulación se centre en la sensorialidad y motricidad, como
hacen la mayoría de esos planes. Para ello la estimulación
no puede reducirse a un simple problema de incrementar la acción
en su variación e intensidad, frecuencia física y tipo de
movimientos que el niño ha de ser capaz de hacer, sino que tiene
que considerar lo que para ellos, los conductistas, es el problema central
de la estimulación: la naturaleza interactiva de esos movimientos
y de esta estimulación, algo sobre lo que volveremos a hablar más
adelante.
Por lo tanto, y tratando de encontrar
un consenso, si por estimulación temprana del desarrollo se concibe
a esta como educación temprana (valorando lo que el término
educación implica) no hay por qué alarmarse por el uso de
este término, lo nocivo es cuando el mismo se concibe solo como
estimulación de la sensorialidad y lo motor. No hay tampoco por
qué preocuparse si dentro del concepto de educación temprana
está implícito que esta sea oportuna y adecuada, en su exacta
comprensión. La problemática no es de terminología,
y cada corriente quizás no quiera renunciar a su propio vocablo,
sino de conceptualización, de comprender lo que realmente ha de
abarcar este concepto.
Una de las problemáticas más
frecuentes de los países latinos, en su gran mayoría muy
por debajo tecnológicamente de las grandes sociedades industrializadas,
generalmente de otra composición étnica, fue la aceptación
tácita de planes de estimulación temprana procedentes de
estos países más desarrollados, en el auge de la tecnología
educativa, que luego resultaban improcedentes, por no ser culturalmente
pertinentes y estar elaborados sobre la base de índices del desarrollo
neuropsíquico de los niños y niñas de dichas sociedades
ultradesarrolladas. Esto hizo que planes estatales para resolver el desarrollo
de los niños y niñas en las edades tempranas en estos países
menos desarrollados fueran rotundos fracasos, en lo técnico y en
lo social. Por supuesto, esto llegaba ligado a estas mismas concepciones
que hemos discutido previamente, y en la que, a modo de idea más
general, el desarrollo infantil se valora ajeno a las condiciones socioeconómicas
y culturales, como si fuera un simple problema de estimulación
sensorial, motora y en algunos casos, afectiva.
Así, cualquier programa de
estimulación temprana verdaderamente científico no solamente
debe considerar la acción sobre el componente sensoperceptual,
cognoscitivo, afectivo y motor, sino también lo sociomoral, lo
estético, la formación de hábitos y organización
de la conducta, los motivos, entre otros tantos aspectos, y que tienen
su base primigenia muchos de ellos en estas etapas bien tempranas del
desarrollo. Y enfocarse para todos los niños de una sociedad dada,
independientemente de que, por las diferencias individuales, unos alcanzarán
un nivel de logros diferente a los otros, pero partiendo de las mismas
oportunidades.
Los enfoques y problemáticas
de la estimulación temprana conducen inexorablemente a sus proyecciones,
a sus aspectos técnicos de contenido y procedimientos. Y en este
sentido, hay más coincidencias que divergencias entre las corrientes
técnicamente mejor fundadas, que permiten aglutinar las proyecciones
sin entrar a referirlas a enfoques conceptuales particulares, bien sean
constructivistas, conductistas y noeconductistas, histórico – culturales,
incluso hasta psicoanalistas, aparentemente alejados de esta discusión
teórica y que, sin embargo, han hecho aportes conceptuales importantes,
fundamentalmente en el plano afectivo y de formación de la personalidad.
Es importante el criterio que plantea
que cualquier acción preventiva, favorecida por la atención
temprana y progresiva, reclama de una didáctica especial y al conocimiento
del porqué de la misma, y no de la aplicación rígida
de técnicas inventariadas. Esto nos lleva a considerar que los
procedimientos metodológicos a incluir en un programa de estimulación
temprana tienen que contemplar la diversidad cultural, las particularidades
del grupo especial de niños y niñas a los que se ha de aplicar,
y a la aplicación creadora de técnicas, sin moldes y operaciones
que no admitan variación del procedimiento. Cualquier educador
que aplica un programa de educación temprana o preescolar, e incluso
en edades mayores, sabe que el lineamiento general hay que adecuarlo a
las características de su grupo de alumnos, a las condiciones locales,
en fin, realizar una programación. La mayoría de los planes
de estimulación temprana surgidos a consecuencia de la tecnología
educativa, pretendieron estandarizar pruebas y procedimientos, sin considerar
los factores particulares, culturales y sociales.
Las actividades a desarrollar en un
programa de estimulación temprana, bien sea para niños y
niñas de desarrollo normal, o de alto riesgo o deprivado, tienen
que tomar en cuenta que la evolución psíquica es una construcción
progresiva, en la que cada conducta prepara la siguiente, y las primeras
forman la base de las ulteriores. Este enfoque dialéctico del desarrollo
psíquico plantea en suma que nada surge de la nada, y que lo que
hoy es una cualidad o función psíquica manifiesta, tuvo
sus premisas en momentos o etapas anteriores, por lo que hay que conocer
bien el devenir evolutivo de cada propiedad o cualidad física y
psíquica, para promover la estimulación en cada instante
propicio.
Estas actividades van a depender de
diversos factores, entre los que se encuentran la maduración del
equipo sensoriomotor y de los mecanismos reguladores, la información
dada por el medio físico y social y, por supuesto, la actitud espontánea
del niño, lo cual hay que relacionar con el agente mediador que
imparte la estimulación.
Desde el punto de vista general una
estimulación que promueva el desarrollo ha de tener que tomar en
cuenta, de inicio, los niveles de reactividad del niño o niña
a quien se estimula; en segundo término, las características
cualitativas de su comportamiento en un momento determinado; y en tercer
lugar, de que el sujeto que imparte la estimulación disponga en
dicho momento del tipo de estímulo que sea necesario para producir
el cambio en el desarrollo, tomando, por supuesto, las particularidades
de la cultura dada.
Como se ve, cualquier actividad de
estimulación temprana, para ser efectiva y promover el desarrollo,
tiene que tomar en consideración tres factores: el niño
o niña al que se le aplica la estimulación, el sujeto o
mediador que promueve este desarrollo, y las condiciones bajo las que
el tipo de desarrollo que se pretende alcanzar sea funcional desde el
punto de vista social, esté acorde con el nivel de organización
social en el que se promueven estos programas de estimulación.
Con respecto al niño se hace
necesario considerar algunas cuestiones. En este sentido, el programa
de estimulación temprana tiene que considerar que el niño
ha de ser el eje central de este programa, posibilitándole por
sí mismo la búsqueda de las relaciones esenciales, la autoconstrucción
de sus estructuras, la consecución de los logros mediante su propia
actividad. Esto, claro está, es mucho más limitado en las
etapas estrictamente más tempranas, en las que el lactante, más
bien el neonato, es totalmente indefenso y necesita del adulto para su
supervivencia, pero en la medida en que ya adquiera sus primeras adquisiciones
motrices y cognoscitivas, ha de organizarse el sistema de influencias
de modo tal que posibilite su propia acción, y que no sea un ente
pasivo recibiendo estimulación, más bien, recibiendo información.
Se conocen de planes de estimulación temprana que prácticamente
conceptúan al niño o la niña como si fuera un receptáculo
que recoge información y que, por lo tanto, no importa que actúe
o no, sino que se le transmita o imparta la estimulación, la información.
Esto tiene una cierta base científica, como es el hecho de que
cualquier estímulo que incide sobre el cerebro no deja de causar
una excitación, que posteriormente podría el menor procesar
en su propio proceso de la acción; lo que no puede olvidarse –
y eso hacen estos programas de suministro de información sensorial
y propioceptiva – es que existe una unidad de los procesos afectivos y
cognoscitivos, que el desarrollo intelectual es indisoluble del desarrollo
afectivo, y que este ultimo proporciona al niño los móviles
de su acción, que a su vez van a incidir sobre el propio plano
afectivo. De esta manera, la información no significativa para
el individuo, que no está relacionada con su universo de afectos,
motivos, valoraciones, no solo no conduce al desarrollo, sino que se pierde
irremisiblemente.
La cuestión no es solo estimular,
sino que también el niño y la niña participen activamente
en el proceso de la estimulación, pues solo en la propia acción,
y no solamente por la presencia del estímulo, es que se posibilita
la formación de las estructuras cognoscitivas y afectivas. Por
supuesto, ahora no es el momento de entrar a dilucidar si esta unidad
implica o no una interdependencia y relación causal, o solamente
son estructuras isomórficas y paralelas, lo que no se discute es
que una no puede existir sin la otra, no existe un acto intelectual desprovisto
de su componente afectivo, como tampoco existe una vivencia afectiva que
no implique elementos cognoscitivos y, sorprendentemente aquí coinciden,
los más grandes teóricos del desarrollo infantil, llámense
Vigotski, Piaget o Bruner.
El niño y la niña en
el proceso de estimulación han de tener, por lo tanto, oportunidad
para la acción, asimilar la estimulación en el transcurso
de su actividad, pues es en dicha actividad donde se crean las condiciones
para posibilitar el surgimiento de las cualidades y funciones psíquicas
que permitirán su realización. Es en este proceso de la
acción donde el niño se autoconstruye , procesando, renovando,
transformando, inventando, reconstruyendo, sobre las condiciones que el
adulto propicia para el desarrollo de esta acción.
Así, el desarrollo no se garantiza
si solo se atiborra al niño de información, es necesario
que actúe, con o sin la ayuda del adulto, en el proceso de asimilación
de esta información. De ahí que aquellos programas de estimulación
temprana preocupados por el accionar sensoriomotor y afectivo, y por una
intensidad, frecuencia y variación de la estimulación, incurren
en un desconocimiento secular de cómo se da el aprendizaje del
niño en las tempranas edades.
La cuestión del que imparte
la estimulación es otro aspecto importante de esta problemática.
Siempre que se da un proceso de enseñanza – aprendizaje, no importa
como este se conciba, hay una situación de interacción entre
el sujeto del aprendizaje, y de quien imparte la enseñanza. Y esto
va a incidir decididamente en el resultado que se obtenga en esa relación.
Desde este punto de vista, y en esto tienen mucha razón los neoconductistas,
el problema no radica en presentar estimulación, sino de estructurar
la interacción que se da entre el niño o la niña,
y el mediador de la estimulación, sea el padre o la madre, un educador,
e inclusive, un coetáneo o un niño mayor.
Cuando se estructura la interacción,
hay que tomar en cuenta, decididamente, la naturaleza funcional de los
que imparten la estimulación, sus particularidades de la personalidad,
su nivel técnico, los momentos cualitativos en los que imparte
la estimulación, la correspondencia de su acción con lo
que en la cultura dada es funcional, factores todos que van a incidir
en los resultados del desarrollo en los niños y niñas.
En esta interacción, y aunque
en las primeras etapas, las más tempranas, es mucho más
difícil incidir directamente, el mediador, supongamos el educador,
tiene que tomar en consideración la zona de desarrollo próximo
o potencial del niño o la niña. Se habla de zona del desarrollo
próximo al espacio, a la diferencia que existe, entre lo que el
niño puede aprender por sí solo, y aquello que puede aprender
en la actividad conjunta con el adulto u otro niño mayor o más
desarrollado. Este concepto constituye actualmente una revolución
en la concepción del proceso de enseñanza – aprendizaje,
y muchos sistemas de enseñanza están en la actualidad introduciéndolo
en dicho proceso, de lo cual no están exentos los programas de
estimulación temprana.
Se sabe que el organismo no asimila
cualquier estímulo en cualquier momento del desarrollo, y que de
la oportunidad de dicho estímulo depende su éxito. Por otra
parte, y de eso se ha hablado en páginas anteriores, para que el
organismo sea capaz de dar una respuesta debe haber llegado a un cierto
nivel de competencia, que se traduce en una sensibilidad específica
a los estímulos del medio que hasta entonces eran ineficaces, lo
que se resume en períodos diversos de acuerdo con el tipo específico
de estímulo. Para actuar sobre la zona del desarrollo próximo
del niño o la niña, se hace necesario e indispensable un
conocimiento cabal de cuando la acción conjunta con el niño
ha de promover el desarrollo, y esto implica conocer bien el curso evolutivo
del desarrollo infantil, y los momentos en los cuales se ha de permitir
que el niño o la niña actúe por si solo, y cuando
se requiere la intervención del adulto.
Pero, estructurar la interacción
significa también que la estimulación impartida sea funcional
con la cultura, con los objetivos que se plantea la sociedad para los
niños y las niñas de la edad en cuestión. De ahí
se deriva que un sistema de estimulación temprana que no contemple
el acervo sociocultural, o que sea ajeno al mismo, no podrá ser
efectivo para alcanzar los niveles esperados de desarrollo. Este hecho
condenó al fracaso a tantos bellos planes de estimulación
temprana que se pretendieron aplicar en muchos países latinoamericanos,
por las inevitables diferencias entre los niños en los que se concibieron
estos planes y en los que se pretendieron posteriormente generalizar.
Porque, aunque no existen diferencias en la estructura del pensamiento
de unos niños y otros para el momento actual del desarrollo de
la especie humana, si existen marcadas divergencias en el contenido del
pensamiento, que no depende de la estructura, sino de las condiciones
generales de la vida y educación. Al igual que sin existir diferencias
estructurales en el proceso del pensamiento entre unos niños y
otros, son notables las que se dan en el contenido del pensamiento y,
consecuentemente en el desarrollo, entre el niño de clase media
y el niño marginal, entre el niño de la ciudad y el campo,
entre el niño indígena y el que no lo es, dados por sus
posibilidades de acceso a la cultura, a la enseñanza organizada,
a la estimulación apropiada. Pero esta verdad no fue concientizada
por estos programas de estimulación, y estuvieron destinados al
fracaso desde su propia concepción.
Antes de entrar en el contenido de
un plan de estimulación temprana, se hace indispensable tocar el
tema de los mediadores, es decir, de aquellos que han de impartir la estimulación.
Decididamente, quien es mejor, desde
un punto de vista técnico para impartir la estimulación,
es obvio que sea un educador, entrenado, preparado, para tal función.
Profesional que, dada su propia formación, es de suponer domina
las particularidades del desarrollo infantil, las condiciones del proceso
de enseñanza – aprendizaje, las implicaciones en el niño
y la niña, las expectativas sociales, su propia condición.
Este profesional, a su vez, es ducho en la utilización de los medios
para ejercer esta estimulación, en como realizar su evaluación,
lo que lo hace idóneo para ser el mediador.
Pero la realidad es que no todos los
niños y niñas pueden ir a un centro infantil, por no existir
capacidades cuando son estatales, por no tener los medios económicos
para acceder a una institución privada, o simplemente por propia
decisión de mantener al hijo en el hogar. Esto hace que la consideración
de la familia como mediador resulte una perspectiva acusiante en la realidad
económica y social actual.
Las posibilidades del desarrollo infantil
pueden ser aprovechadas sustancialmente si se trabaja con mediadores innatos,
como son los padres de familia y otros adultos que interactuan directamente
con el niño o la niña en el medio en que nace. La madre
es quien generalmente prioriza esta mediación, y bien orientada,
puede resultar un agente muy significativo en la calidad del desarrollo
de sus hijos. De la calidad de la relación de la madre, y otros
adultos que establecen relación con el niño en el medio
familiar, y de cómo organizan sus organizan sus interacciones ha
de depender en mucho la calidad de las destrezas del niño, comunicativas,
cognoscitivas, sociales. Este tipo de comunicación sienta las bases
para la formación de comportamientos, conocimientos, hábitos
y habilidades sociales, emocionales, intelectuales, que a su vez, posteriormente
incidirán en su conjunto en la formación de normas y valores.
Este potencial educativo de los padres
puede ser reforzado por la colaboración directa de los educadores
y otros profesionales, y de esta manera organizar multidisciplinariamente
un programa de estimulación temprana, que pueda aplicarse en las
condiciones del hogar. Así esos programas de estimulación
se convierten en integrales, que pueden tener estrategias diversificadas
donde participe la familia, particularmente la madre, y otros adultos,
como agentes educativos naturales. Se sabe, por las investigaciones realizadas
en países como Cuba, Ecuador y México, que la capacitación
ofrecida a los integrantes del medio más cercano al niño,
ha tenido un impacto en la familia que se revierte no solo en el propio
menor sujeto de la estimulación, sino en cambios conductuales del
propio hogar, y que se convierten en comportamientos más o menos
perdurables de dicho medio familiar.
Claro está, no en todos los
países puede generalizarse esta experiencia, por multitud de factores
diversos, y en otros quizás no se haga tan necesario, como puede
suceder, y habría que realmente comprobarlo, en los países
altamente industrializados, o del primer mundo.
De todas maneras, involucrar a los
padres en el proceso de estimulación temprana de sus hijos, es
realmente importante, y aunque el programa de estimulación haya
sido diseñado para su ejecución en un centro infantil, ha
de contemplar actividades que los padres realicen en el hogar, para hacerlos
sentir partícipes de los logros que van alcanzando sus menores.
En una investigación realizada
en Cuba durante los inicios de un programa de educación inicial,
y que posteriormente se generalizó en todo el país, se comprobó
que en las condiciones del hogar, con un programa bien concebido, y con
una persona profesional orientando a los padres, no solo se alcanzaban
los logros previstos del desarrollo, sino que también incluso superaban
a los de los niños en las instituciones habituales, al menos hasta
los dos años. El quid de estos resultados estuvo en que los padres,
entusiasmados por el programa que tenían en sus manos, estimulaban
todo el día a sus hijos, y esta estimulación permanente
e impartida por un mediador interesado, lograba un mayor desarrollo que
en aquellos niños que asistían a un centro infantil y que
no recibían una estimulación tan constante como los otros,
por el propio régimen y horario del grupo de niños. Por
supuesto, al incrementarse la edad, y ampliarse el horizonte cognoscitivo
de los niños, los padres ya no fueron técnicamente capaces
de responder a las demandas del desarrollo, y así, otras investigaciones
sucesivas demostraron que a partir de los dos años, se imponía
la necesidad de un adulto preparado y especializado para tal labor, y
los resultados del desarrollo se comportaron entonces de forma inversa
a los obtenidos anteriormente.
Pero, decididamente el potencial educativo
de los padres no puede ser dejado de tomar en consideración, y
de hecho se hace particularmente significativo incorporarlos al proceso
de desarrollo de sus hijos, y los programas de estimulación temprana
que se imparten en la institución han de contemplar actividades
a realizar por estos mediadores naturales, que han de reforzar y continuar
la acción técnicamente más dirigida que el educador
realiza en el centro infantil, lo cual ha de lograr mayores niveles de
desarrollo en los niños y niñas, que si solamente se centraran
en la acción institucional y en el mediador educador.
Los aspectos generales del contenido
de los programas de estimulación temprana están en estrecha
relación con lo que ha de ser esperable en cada momento del desarrollo,
y han de partir de sus determinantes, no pudiendo consistir en una simple
relación de áreas o dimensiones a estimular. Por determinantes
del desarrollo se significan aquellas directrices generales que
marcan la pauta de este desarrollo en un determinado período y
que guían, por decir así, su curso más general. Por
ejemplo, se sabe que durante el primer año de vida, sus determinantes
del desarrollo son la consecución de la marcha independiente, la
formación de las primeras palabras, y la realización de
las primeras acciones con los objetos. Estos determinantes, o aspectos
más significativos, marcan el desarrollo en este año de
vida, a través de toda su extensión temporal, y caracterizan
el contenido de la estimulación a impartir, de esta manera no puede
concebirse un programa de estimulación que no contemple estos determinantes,
que no dedique la mayor parte de sus actividades a estimular a los mismos.
Por supuesto, esto no quiere decir que otros aspectos del desarrollo en
el período no sean estimulados, pero decididamente, no tienen la
importancia capital de los determinantes, que son los que marcan o señalan
los logros fundamentales a alcanzar.
Por ejemplo, en la edad preescolar
"propiamente dicha", de los cuatro a los seis años, un determinante
crucial del desarrollo es el juego. Hay muchas cosas a lograr y estimular
en estos años: el dominio de las acciones perceptuales y del pensamiento
representativo, la formación de diversos sentimientos elementales,
entre otros, y los cuales hay que estimular, pero el juego es uno de los
determinantes del desarrollo en dicha edad, y alcanzar un nivel cualitativo
superior del juego, sobre todo por su influencia en los otros determinantes
de la edad preescolar, es indispensable tomar en cuenta y propiciar su
apropiada estimulación.
En ocasiones es tal el surgimiento
y transformación del desarrollo que, dentro de los determinantes,
se impone la consideración de líneas directrices, que marcan
la pauta dentro de un período más restringido de tiempo,
como sucede en el caso del primer año de vida. Estas líneas
directrices se ubican en cada trimestre, algunas están presentes
desde el mismo momento del nacimiento, otras surgen en los meses posteriores,
y señalan así el curso del desarrollo. Pongamos un ejemplo:
En el segundo trimestre del primer
año de vida existen cinco líneas directrices que se derivan
de los determinantes generales, indicando que es lo que significativamente
hay que estimular en ese momento: el perfeccionamiento y diferenciación
visual y auditiva; los movimientos prensores de la mano; los movimientos
preparatorios del gateo; las acciones preparatorias del lenguaje: el gorjeo
y el balbuceo; y el desarrollo de reacciones emocionales simples. Al pasar
al tercer trimestre estas líneas directrices son entonces el desarrollo
de los movimientos: desarrollo del gateo y premisas de la marcha independiente;
perfeccionamiento del balbuceo y comprensión del lenguaje adulto;
y la correlación de las palabras con los objetos y acciones dirigidas
a un objetivo, en las acciones con los objetos.
Las líneas directrices señalan
los aspectos prioritativos de la estimulación en ese período,
lo cual no quiere decir que no estimulen otros, o que no se continúe
lo que venía haciendo. Pero, al no existir una concepción
de la línea directriz a estimular en el momento, puede que no se
tenga en cuenta a la hora de estructurar la acción estimulatoria.
El autor ha revisado unos cuantos programas de estimulación en
los que ha observado una multivariedad de acciones estimulatorias a realizar
en un período específico y, sin embargo, no han contemplado
la estimulación de su línea directriz principal, o no le
dedican el tiempo suficiente a la misma. Esto está dado, claro
está, por un desconocimiento del curso del desarrollo en dicho
momento, y lo que realmente es importante estimular.
Unas línea directriz puede
abarcar todo el período etario en cuestión y, por lo tanto,
lo que hace es señalar dentro del determinante los distintos aspectos
a los que sucesivamente hay que prestar la mayor atención. Dentro
de este mismo primer año de vida, en el determinante de la consecución
de la marcha independiente, a lo largo de los cuatro trimestres se observan
cuatro líneas directrices consecutivas: ejercitación de
los músculos gruesos, movimientos preparatorios del gateo, desarrollo
del gateo y premisas de la marcha independiente, consecución de
la marcha independiente (generalmente aún incoordinada). Esto reafirma
un aserto previamente establecido: toda cualidad o función física
o psíquica tiene sus premisas en el nivel anterior de desarrollo,
integrándola en sí misma como una subestructura, al surgir
la nueva estructura.
Pero la línea directriz puede
no abarcar todo el año, como el determinante, sino aparecer en
un momento dado, y a partir de ahí ser mas significativa, como
sucede con la línea de la manipulación de objetos, que en
el segundo trimestre plantea la estimulación de los movimientos
prensores de la mano. Antes de ese momento había formación
de premisas, como es la ejercitación de los dedos de la mano, pero
es a partir de este segundo trimestre que se hace crucial comenzar significativamente
su estimulación.
De esta manera, conociendo los determinantes
y líneas directrices del desarrollo en cada momento del decursar
evolutivo del niño o la niña, se ha de organizar el sistema
de influencias educativas – léase programa de estimulación
– sopesando y valorando la correlación interna de tiempo y actividades,
y de esta forma el programa cobra un mayor carácter científico.
El tiempo de estimulación,
dentro del contenido, es otro aspecto importante a determinar, tanto en
lo que respecta al lapso de estimulación de cada dimensión
del desarrollo – lo que se conoce por los logros esperables, los determinantes
y las líneas directrices – como el grado de resistencia del organismo
infantil para la asimilación de dicha estimulación.
El sistema nervioso del niño
en la edad temprana es muy frágil, su actividad nerviosa superior
es muy inestable, y en la actividad analítico – sintética
de la corteza cerebral los procesos excitatorios predominan marcadamente
sobre los inhibitorios. Esto hace que el niño sea muy propenso
a la fatiga, pues sus neuronas aun no poseen una alta capacidad de trabajo,
y requieren de un tiempo prudencial para su recuperación funcional.
Por lo tanto, dosificar la estimulación es un asunto de extrema
importancia para la salud del niño, y cuando se excede la resistencia
de sus células nerviosas, sobreviene la fatiga y puede causarse
gran daño al menor. En este sentido hemos analizado programas de
estimulación que no hacen la menor alusión al tiempo promedio
por unidad de estimulación, y en otros, plantear un intervalo sencillamente
exhaustivo.
Las investigaciones realizadas en
Cuba por el autor y por M. López, sobre régimen de vida
y capacidad de trabajo y rendimiento del niño, respectivamente,
así como otras hechas en la antigua URSS, revelan datos importantes
al respecto. En este sentido se plantea que en los niños del primer
año de vida, las actividades estimulatorias por unidad de estimulación
no deben exceder de dos a tres minutos, uno a dos años no debe
exceder de 7 a 8 minutos, y que en el tercer año de vida, es decir,
de los dos a los tres años, no más de 10 minutos. Cualquier
exceso por encima no obtiene resultados positivos, y puede causar un efecto
muy nocivo y perjudicial para el niño o la niña, por sobrecarga
de excitación que excede la capacidad funcional de sus neuronas.
Esto no quiere decir que solamente
al lactante en el día se le pueda estimular esos dos o tres minutos,
sino que por unidad de estimulación, es decir, tiempo de la actividad
estimulatoria en cada momento, no ha de exceder dicho margen. Luego se
puede esperar la recuperación funcional del sistema nervioso y
realizar otra unidad de estimulación, y así en el curso
del día, aprovechando los momentos positivos de la vigilia. Tal
cosa fue lo que sucedió con los resultados del programa de estimulación
cubano en el hogar, y al cual hicimos referencia con anterioridad, y donde
los niños estimulados por sus padres superaron a los de la institución
infantil.
Como la madre en el hogar estaba muy
ocupada, pero tenía interés en promover el desarrollo de
su hijo, cada vez que tenía un tiempo corto ejercía la estimulación,
y continuaba con sus diarias labores, luego volvía a ejercitar
otro breve tiempo y así sucesivamente, y sin saberlo, permitiendo
la recuperación de la capacidad funcional de trabajo del sistema
nervioso de su hijo. Y los logros no se hicieron esperar.
Sin embargo, desafortunadamente, hemos
visto actividades estimulatorias en centros infantiles excesivamente prolongadas,
que no solo no alcanzan los resultados previstos sino que someten a los
menores a una estimulación que les resulta dañina. Lo importante
es la calidad, no la cantidad de estimulación, calidad que implica
que el contenido se dirija a lo que realmente se ha de ejercitar en cada
momento, y con el tiempo requerido.
Esta estimulación, como se
ha dicho, ha de ser adecuada, sistemática, continua, gradual, diferenciada,
bien dirigida cualitativamente. Y por supuesto, ha de incluir todo aquello
que es indispensable al desarrollo del niño y de la niña,
en la esfera sensoperceptual, lo afectivo, lo cognoscitivo, lo motor,
la formación de hábitos y organización de la conducta,
lo sociomoral, lo motivacional, en fin, constituir un verdadero programa
de estimulación científicamente concebido, culturalmente
pertinente, y en correspondencia con los objetivos sociales.
Existen programas de estimulación
temprana que han asimilado este enfoque, si bien hay algunos todavía
vigentes, que se reducen a la simple ejercitación sensoriomotriz
y afectiva. Esto, como se dijo anteriormente, es una concepción
que no resiste el actual análisis científico, y que puede
ser realmente iatrogénica para el desarrollo del niño o
la niña, o resultar en un desarrollo disarmónico y unilateral,
lo que también es perjudicial.
Naturalmente, en la corta extensión
de un artículo no es posible profundizar en todos y cada uno de
los aspectos tratados, sino señalar pautas generales en cuanto
a los enfoques, las problemáticas y las proyecciones de la estimulación
temprana, que hoy en día significa un tema de mucha actualidad,
por la concientización de lo que implica para el propio desarrollo
de la sociedad. No hay evento pedagógico o psicológico en
que no se traten las cuestiones de la estimulación en las primeras
edades, no hay foro médico o clínico en que no se suscite
este análisis, no hay reunión social o económica
en que no se analicen las implicaciones de la estimulación temprana
para el desarrollo social, para el devenir económico de la sociedad.
La importancia de la estimulación temprana está más
que justificada, y corresponde a los profesionales que laboran con los
niños y niñas en los primeros años de vida, hacer
que esta sea más científica y más humana.
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