La educación en valores en la educación de la infancia
El
verdadero objetivo de la educación, como el de cualquier otra disciplina
moral, es engendrar felicidad”.
W.M.
Goldwing
BREVE
ANALISIS GENERAL DE LA SOCIEDAD EN EL MUNDO ACTUAL
Si
educamos al niño o la niña para la vida en sociedad, debemos reflexionar
sobre el tipo de sociedad en la que va a desenvolverse, sus roles, normas,
pautas y valores, además de las pequeñas sutilezas implícitas en los
aspectos relacionales.
Para
conseguir una idea aproximada del tipo de sociedad futura debemos basarnos
en el conocimiento de las culturas actuales y los cambios rápidos que
hoy se producen en las costumbres, las normas y las relaciones sociales.
Sobre todo, es importante observar los problemas y los motivos que los
provocan, para promover una educación encaminada a mejorar la sociedad
actual.
En
la era de la comunicación el 20% de la población disfruta de la mayoría
de bienes y riquezas del planeta. Un porcentaje elevadísimo de mujeres
se encuentra en situación de inferioridad con respecto a los varones
y más de 100 millones de niños y niñas están sin escolarizar, mientras
otros 100 millones no llegan a terminar los estudios primarios.
Se
estima que en el mundo existen 800 millones de analfabetos que, habitualmente
se hallan en situación de pobreza extrema y, en muchos casos, están
sometidos a explotación. Esta población menos favorecida está compuesta
por los sectores marginales de los países más desarrollados y gran parte
de la población de África, Asia y América Latina, donde mueren al año
millones de niños y niñas a causa de enfermedades de fácil curación,
por falta de alimentos o víctimas de algún tipo de violencia.
En
el planeta hay una clara desigualdad en la distribución de riquezas
de todo tipo. En los países más prósperos un amplio sector de la población
dispone de formación académica superior, la mayoría de hogares poseen
ordenador, comunicación por Internet, televisión interactiva, telefonía
fija y celular y otros adelantos tecnológicos que les dan acceso al
conocimiento y a la cultura.
Las
zonas con recursos materiales disfrutan de los avances de las ciencias
consiguiendo sociedades democráticas con mayor libertad y dinamismo.
En
estas comunidades hay una tendencia muy extendida al consumo exagerado
y a la competitividad desmesurada, el estrés está generalizado, afectando
incluso a la población infantil. Los excesos en la alimentación, el
consumo de alcohol, tabaco y otras drogas ha disparado el número de
enfermedades. Los problemas de inestabilidad emocional son numerosos,
la ansiedad y la depresión están muy extendidas y el porcentaje de casos
de suicidios es superior al de épocas anteriores. Ha decrecido en cantidad
y calidad el tiempo que las madres y los padres dedican a sus hijos
e hijas en la misma progresión que aumenta la cantidad de bienes materiales
que les ofrecen, siendo éste uno de los problemas que los sociólogos
analizan cuando argumentan que la institución familiar está en crisis.
Estos
países más avanzados están sufriendo otra gama de “enfermedades”:
la violencia e inseguridad ciudadana, el racismo y los movimientos xenófobos,
los problemas de drogadicción y narcotráfico, la emigración que suele
crear guetos de miseria en los perímetros de las grandes ciudades, el
grave deterioro del medio ambiente, y un largo etc.
Las
desigualdades entre países ricos y pobres amenazan el equilibrio del
planeta ya que los más desarrollados parecen tener como objetivo aumentar
su abundancia (que no parece ofrecer felicidad generalizada entre la
población), mientras los desfavorecidos cada vez se ahogan más en la
frustración, la decepción, la amargura, el desánimo y la impotencia.
Hoy,
que tanto hablamos de la aldea global, debemos ser conscientes de que
nuestro planeta es uno solo y de que los efectos negativos de los desequilibrios
nos terminan afectando a todos. Un conflicto bélico o la hambruna de
una zona provoca una emigración masiva de sus ciudadanos hacia lugares
más prósperos que aumentarán los problemas antes mencionados. Los resultados
de los índices de las bolsas de Tokio o Nueva York desestabilizan la
economía de la mayoría del planeta, por citas algunos ejemplos.
Ya
que cualquier conflicto, problema o injusticia puede afectarnos a todos,
todos somos responsables de promover los valores humanos que
consigan la solidaridad, la apertura y la tolerancia a otras razas y
culturas. Compartir con los países más desfavorecidos parte de la riqueza
y los conocimientos y, a través de la solidaridad conseguir justicia,
igualdad y mayor libertad para todos los pueblos de nuestra aldea global.
Porque juntos, y a través del diálogo, podemos buscar soluciones a las
diferencias que existan y podemos realizar acciones conjuntas para frenar
el deterioro del medio ambiente.
La
solución a los graves problemas del mundo actual se halla en la educación
y los principales responsables somos los agentes educativos. Como nos
recuerda un proverbio oriental: “Si deseas prosperidad para un
año, planta arroz. Si deseas prosperidad para diez años, planta árboles.
Pero si lo que deseas es prosperidad para toda la vida, educa a las
nuevas generaciones”.
1.
¿QUÉ OCURRE CON LOS VALORES?
Un día cualquiera,
en cualquier rincón de nuestro planeta, si conectamos el televisor,
escuchamos la radio o leemos la prensa, ¿qué información recibimos?.
Sin duda, noticias sobre guerras, abusos de todo tipo, corrupción generalizada,
inseguridad ciudadana, sucesos violentos, aumento del alcoholismo, la
drogadicción y el narcotráfico, extensión peligrosa de la emigración,
el racismo y la xenofobia, y un largo etc. ¡Qué difícil mantener una
postura esperanzada e idealista!. Parece que el lado oscuro de la naturaleza
humana es el que triunfa en los héroes y heroínas de las películas y
las series de dibujos animados, pero también en el campo de la política,
los negocios, los deportes, y en la vida cotidiana. Francamente, es
difícil sentir confianza y solidaridad hacia nuestros semejantes.
El ambiente en
el que se desarrollan nuestros niños y niñas está contaminado de desesperanza
social. A todos nos preocupa la confusión en la que crecen y se desarrollan,
pero parece que las soluciones que podemos aportar individualmente no
ayudan a mejorar la situación.
Muchos han diagnosticado
ya el problema: “Hay crisis de valores”.
En la era de
la comunicación y de la alta tecnología, los seres humanos nos encontramos
inmersos en una especie de laberinto. Desarrollamos una carrera enloquecida,
incapaces de encontrar el camino que conduce a la salida. Todo lo hacemos
deprisa, como si se nos acabara el tiempo. Dedicamos muchas horas al
día al trabajo para poder adquirir bienes materiales, pero no tenemos
tiempo para disfrutarlos. Comemos deprisa y con ansiedad, pero después
salimos a correr para quemar las calorías consumidas y al regresar a
casa volvemos a comer de forma compulsiva. Deseamos la felicidad de
nuestros hijos e hijas, pero cada vez les dedicamos menos tiempo de
calidad y nos disculpamos alegando que debemos trabajar más para ofrecerles
más cosas materiales que les hagan felices. En el siglo XXI, los niños
y niñas siguen siendo felices al lado de sus padres. Y éstos son sólo
algunos ejemplos de las contradicciones entre sentimientos y actuaciones.
¿Por qué hay
tanta desorientación en nuestra vida?.
Muchos consideran
que esta forma de vida viene impuesta por una sociedad que no permite
vivir de otro modo ya que ha perdido los valores.
¿Qué podemos
hacer?. Parar esta carrera loca y sentarnos a reflexionar, atrevernos
a encontrar una racionalidad, un rumbo claro a seguir. Si encontramos
la causa del problema, estaremos en el buen camino para solucionarlo.
El tema de los
valores es relativamente reciente en el mundo de la filosofía y la educación.
En épocas anteriores se consideraban principios religiosos o costumbres
culturales. Actualmente la ciencia que se encarga de estudiar los valores,
se denomina axiología.
Los valores han
estado presentes desde el comienzo de la humanidad. Son producto de
cambios, modificaciones y transformaciones a lo largo de la historia,
adquiriendo distintos significados en diferentes épocas. La libertad,
la felicidad o la tolerancia son valores, pero su concepción actual
dista bastante de la que tuvieron las culturas griegas, egipcias o romanas,
por ejemplo.
La significación
social marca la diferencia entre los valores tradicionales y los que
vivimos en la sociedad actual.
Pero, ¿qué entendemos
por valor?. Un valor es una referente que orienta el comportamiento
humano hacia la realización personal y el bien social. Es un deber
que surge de nuestro interior y desde ahí dirige nuestros pasos en la
vida como si fuese una guía. Cuando tomamos una decisión, lo hacemos
en función de algún valor que, cuando es superior, puede sacrificar
otros valores inferiores.
Prieto Figueroa
afirma: “Todo valor supone la existencia de una cosa o persona
que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni
lo uno ni lo otro. Los valores no tiene existencia real sino adheridos
a los objetos que los sostienen. Antes son meras posibilidades.”
1.984, p. 186.
Aunque no seamos
conscientes, vivimos según los valores, de valores y por valores. La
fuerza de los valores es tan grande que nos lleva a reaccionar como
por acto reflejo o por instinto.
Los valores nos
son entregados por la educación, por la cultura y la tradición. Nos
convierten en seres humanos capaces de vivir satisfactoriamente en un
contexto social.
Hay crisis
de valores”. ¿Significa esto que ya no son válidos?, ¿O bien que
han desaparecido?.
Por fortuna,
los valores están intactos. El problema radica en la falta de
jerarquía. Cada contexto social, según el ambiente y la época, otorga
protagonismo a ciertos valores sobre otros. Unos son considerados fundamentales,
universales, esenciales, etc., mientras otros son relativos, particulares,
específicos, contingentes, etc. En la sociedad actual, todos se sitúan
en el mismo nivel, no hay valores superiores que velan por el bien común
del contexto social y valores inferiores para el beneficio personal.
Si los valores
son las señales a las que recurrimos para tomar las decisiones que dirigen
nuestro camino por la vida, necesitamos una jerarquía que nos sostenga
y nos oriente. En caso contrario, nos desorientamos, dudamos en la toma
de decisiones y no hacemos lo que debemos, pero tampoco lo que queremos.
En esa tesitura solemos actuar al azar o elegimos lo que elige la mayoría
para no pensar demasiado.
¿Por qué ha
desaparecido la jerarquía?. En parte, por la ausencia de
la autoridad que la enmarcaba.
Si repasamos
la historia de la humanidad, veremos que han existido, principalmente,
dos formas de justificar la autoridad de la vida en sociedad: la tradición,
donde los valores se transmitían de generación en generación y la religión,
que marcaba las normas impuestas por voluntad divina. Aunque estas formas
tiene en parte vigencia, su valor no está determinado por la autoridad
sino por la razón del hombre y la mujer.
Después de la
Ilustración se concedió a la persona un ámbito privado en el que no
debe interferir el poder público si no es con su consentimiento. Esta
defensa progresista ha posibilitado la libertad de expresión y de conciencia.
El liberalismo se ha convertido en la filosofía de vida en la sociedad
occidental. El ámbito privado es un espacio de soberanía del individuo,
siempre que no cause perjuicio o afecte a la libertad de los demás.
En palabras de Kant: “Es lícito a cada uno buscar su felicidad
por el camino que mejor le parezca, siempre y cuando no cause perjuicio
a la libertad de los demás para pretender un fin semejante”.
En las sociedades
occidentales aceptamos que cada persona posea pluralismo de formas,
objetivos y valores en su ámbito privado. Los sistemas normativos de
la moral, al estar relegados a la privacidad, no aseguran una jerarquía
común de valores para el contexto comunitario.
Hace
ya algún tiempo que sentimos insatisfacción por las consecuencias a
que nos ha llevado este enfoque liberal de la educación. Los docentes,
por miedo a caer en autoritarismos, intromisiones en la esfera privada
o adoctrinamientos, hemos llegado a pensar que cada niño o niña llega
a diferenciar por si mismo lo que “está bien” y lo que “está
mal”, y a adquirir sus propios valores. Como consecuencia de este
“analfabetismo moral” por abandono educativo, muchos jóvenes
se han convertido en adultos con cierta “desorientación ética
y moral”, y hoy son los responsables de una nueva familia.
En las últimas
décadas, y como consecuencia de la herencia liberal, la educación institucionalizada
ha excluido los valores como objetivo explícito en sus programas. Se
ha considerado el tema como potestad exclusiva de la familia, responsabilizando
a este ámbito de la transmisión de una escala de valores coherente.
Mientras, la educación formal se ha estructurado en función de enfoques
técnicos y academicistas.
Los docentes
nos encontramos con una demanda contradictoria: por una parte la sociedad
nos pide que promovamos el desarrollo ético y moral individual, respetando
la libertad de pensamiento, y por otra parte, que socialicemos eficazmente
a las nuevas generaciones para el mundo adulto.
La coexistencia
de ambos objetivos no es tarea fácil. MacInntyre (1.991) lo define así:
“Los maestros son la esperanza perdida de la cultura de la modernidad.
Porque la misión a la que los maestros de nuestro tiempo están destinados
es, a la vez, esencial e imposible. Es imposible, porque los dos propósitos
principales que se les piden, en las condiciones de la modernidad occidental,
son mutuamente incompatibles: adaptar al joven a cierto rol particular
y a una ocupación en el sistema social, y habilitarlo/la para pensar
por si mismo/a.”.
La educación hoy no puede limitarse
a transmitir conocimientos, sino educar para la vida, de modo que los
niños y niñas aprendan a ser y a convivir. La clave puede encontrarse
en la calidad de la educación encaminada a la acción moral, no al juicio
moral.
LA CALIDAD
DE LA EDUCACIÓN Y LOS VALORES
En las últimas
décadas hay un debate permanente acerca de la calidad de la educación.
En muchos países se emprenden reformas estructurales y aumentan los
presupuestos destinados a la enseñanza. No obstante, continua la sensación
de insatisfacción respecto a los resultados. Las familias, los alumnos
y alumnas, y la sociedad en general, sienten cierta frustración por
los rendimientos de la educación formal, acusándola de ineficaz. También
los profesionales de la educación nos lamentamos de no obtener unos
resultados de calidad por condicionantes del entorno sociocultural,
que están fuera de nuestro control.
Posiblemente,
el problema radica en la falta de definición, clara y consensuada, de
los términos de la calidad educativa y de sus objetivos. Todos los agentes
que intervienen en el proceso (Administración, medios de comunicación,
centros educativos, familias, etc.) deben llegar a un acuerdo sobre
el modelo de calidad educativa a la que aspiran, y desarrollar acciones
concretas para lograrlo.
Precisamente,
la calidad de la educación está determinada por la escala de valores
que sirve de referente para todas las decisiones que se expresan en
el currículo. A este código, escala o jerarquía de valores solemos referirnos
como “currículo oculto”, como si fuera algo sobre lo que
no debemos debatir.
Sin embargo,
los componentes del “currículo oculto” marcan la dirección
que toman cada uno de los aspectos que configuran cualquier Proyecto
Educativo. Cambiar o reformar el currículo visible, sin tener en cuenta
el oculto, supone cuestionar el cómo de la educación, sin plantear el
para qué.
Es necesario
plantearse las diferentes perspectivas desde las que podemos concebir
la acción educativa porque, según la opción elegida, los elementos que
intervienen en el proceso y los criterios de calidad, son muy distintos.
A cada perspectiva le corresponde un enfoque axiológico porque la escala
de valores de un centro educativo no está definida por la declaración
de intenciones, sino por la coherencia del programa curricular. Según
Abilio de Gregorio García (“Educación y valores”, 1.995),
las diferentes perspectivas educativas pueden dividirse en:
Perspectiva
Instruccional
Considera la
escuela como un lugar para la transmisión de conocimientos, la recepción
de información y el dominio de los lenguajes de cada disciplina. Los
contenidos se refieren a datos, hechos, conceptos y principios que el
alumno o alumna debe conocer, comprender y memorizar siguiendo el orden
de lo más simple a lo más complejo y de lo genérico a lo específico.
En esta perspectiva,
los objetivos se eligen dentro del ámbito cognitivo y consideran que
cualquier otra finalidad que no sea instruccional, es responsabilidad
de otras instancias ajenas al centro. El educador utiliza una metodología
que asegura la atención del alumno o alumna y la mejor estructuración
de los conocimientos para su comprensión y memorización. La organización
del Centro está basada en crear un clima disciplinario para la concentración
del alumno o alumna y rentabilizar su rendimiento académico.
En este modelo
no se considera importante la participación de la familia si no es para
reforzar las enseñanzas del aula.
La calidad está
determinada por la cantidad de conocimientos de los alumnos y alumnas
y el desarrollo de habilidades para adquirir nuevos conocimientos.
Perspectiva
Reproductora
En esta concepción,
la sociedad financia y determina los aprendizajes. La escuela satisface
las demandas de la sociedad facilitando la integración del alumno, ciudadano
y productor del sistema, para mantener sus estructuras sociales, culturales
y económicas. El currículo es un mecanismo de socialización que transmite
los conocimientos, las cualidades y las actitudes que demanda la sociedad.
El educador debe
conocer las demandas sociales y traducirlas a los contenidos, formando
a los alumnos y alumnas en las actitudes que el sistema va exigiendo.
En unos momentos se puede incentivar la obediencia o la disciplina y
en otros, la independencia o la competitividad. La organización de los
centros educativos debe parecerse al ambiente social al que facilita
la integración de los alumnos y alumnas.
La calidad está
determinada por la rentabilidad individual y social vinculada a aspectos
económicos, e incluso políticos.
Perspectiva Anticipadora
Aquí no se trata
de interpretar la sociedad en la escuela, sino de transformar la sociedad
a través de ella. La educación necesita anticipar los cambios que se
desea se produzcan en la sociedad.
En esta perspectiva,
siempre hay componentes ideológicos que definen los objetivos educativos.
Ante los problemas de la sociedad, habitualmente escuchamos: “esto
debe corregirse a través de la educación”, con estas palabras
se le pide a la educación una función anticipadora.
La misión del
educador es poner al alumno o alumna en contacto crítico con el entorno
para que comprenda sus disfunciones y crearle la necesidad de intervenir
para cambiarlo.
Los contenidos
respecto a los conocimientos son tan relevantes como los procedimientos
y las actitudes, La organización de los centros debe ser coherente con
el modelo que se pretende anticipar. Se busca un aprendizaje cooperativo,
reforzando las capacidades de transformar, de construir, de creatividad,
de iniciativa, etc.
La calidad educativa
debe apreciarse en el futuro, cuando se compruebe que la escuela ha
sido el agente propiciador de los cambios del entorno. En el momento
presente, los indicadores de la calidad están determinados por los comportamientos
que promueve y que se corresponden con el modelo social a alcanzar.
Perspectiva
Personalizadora
Desde este enfoque
se persigue que el niño o niña sea protagonista de supropia
educación, ayudándole para que sea cada vez más persona.
La formación es un medio, no un fin, para la construcción de su personalidad.
El contexto social es tenido en cuenta, pero no es un determinante,
y los cambios que pueda aportar a la sociedad los decide el alumno o
alumna como consecuencia de su crecimiento personal.
Los centros que
adoptan esta perspectiva suelen afirmar la pretensión de una educación
integral que desarrolle las potencialidades de cada niño o niña. Esta
aseveración carece de valor si no se clarifican cuáles son laspotencialidades que se le reconocen. Habrá que partir de una
concepción de persona para definir la práctica educativa.
Los objetivos
están formulados en términos de capacidadesque desplieguen
todas las potencialidades para que el niño o niña sea cada vez más
“simismo”, más independiente, más autónomo y
más libre. Estos objetivos deben hacer referencia a los diferentes ámbitos
intelectuales y emocionales, pudiendo establecer más subdimensiones.
Los contenidos
deben ser seleccionados para la personalización del niño o la niña,
estimulando su pensamiento autónomo y creativo, y teniendo en cuenta
las actitudes que abarcan todos los ámbitos de la personalidad.
La organización
de los centros ha de propiciar el crecimiento personal, la interacción
con las familias y con el contexto social.
El educador interactúa
con el niño o la niña, le acompaña, motiva, estimula, impulsa, etc.,
para que pueda realizar un aprendizaje significativo.
La calidad educativa
está determinada por factores cualitativos. No son tan importantes
los conocimientos como los procesos del aprendizaje y su importancia
para la formación de la personalidad.
La educación
personalizadora desarrolla un abanico amplio de valores y el
sistema jerárquico de los mismos está vinculado a la estructura de la
personalidad.
Este
tipo de educación se plantea como un proceso interno, cuyas etapas corresponden
a las de la conformación de la personalidad. A lo largo del proceso,
los niños y niñas van adquiriendo y consolidando, no sólo conocimientos,
también las actitudes que son la base de sus comportamientos y acciones.
Siempre teniendo en cuenta que, sólo se educa a sí mismo el niño o la
niña que crece en libertad, porque evoluciona desde la total dependencia
hasta la autonomía plena, de forma gradual.
Los
logros fundamentales del desarrollo de la personalidad consisten principalmente
en la formación de la autoconciencia y de una subordinación y jerarquización
de motivos. Gracias a esto, el niño y la niña adquiere un mundo interior
bastante estable, que le permite una participación activa y consciente
en el mundo que le rodea e imprime a su conducta una determinada tendencia.
SE IMPONE
LA REFLEXION
A través de la educación, debemos ayudar a los niños y niñas a crecer
como personas libres, con capacidad crítica, exigiendo lo mejor que
cada uno puede aportar de sí mismo a la sociedad, ayudando a formar
su carácter y a que aprendan a conducirse razonablemente a través de
la interiorización de roles y valores morales y sociales.
La
educación potencia las posibilidades que la naturaleza, la herencia
o el entorno han ofrecido al niño o la niña. Nunca debe tratar de cambiarle
según un patrón dado, sino estimular en él o ella lo mejor de lo
que lleva en sí mismo, encauzando y enriqueciendo su potencial.
A
través de la educación podemos formar nuevas generaciones que conozcan
y comprendan el mundo y se comprometan a mejorarlo día a día. Apoyándose
en el conocimiento de las diferentes culturas y los nuevos conocimientos
que aportan las disciplinas científicas, humanísticas y artísticas,
la educación debe adaptarse a los nuevos retos y oportunidades de la
sociedad contemporánea.
Para conseguir
este difícil objetivo, hay que conseguir la colaboración de la
familia y procurar el apoyo de toda la sociedad.
TODOS
LOS AGENTES EDUCATIVOS DEBEMOS TRANSMITIR UNA ESCALA DE VALORES COHERENTE
De este modo se orientarán los sentimientos, deseos y emociones para
que las nuevas generaciones sigan un modelo, un cauce determinado aunque,
a través de su experiencia, cada uno opte por elegir libremente otro
cauce, creando un modelo propio.
Sin duda,
aceptar el reto que supone una educación para el desarrollo de los valores
humanos, convierte a los educadores y educadoras de todo el mundo en
las personas capaces de cambiar las insatisfacciones de la sociedad
actual.
Como Goldwing, considero que nuestro objetivo
primordial es engendrar felicidad. Tal vez, algún día, al conectar la
radio o el televisor, o al leer la prensa, las noticias transmitan la
paz, la solidaridad, la esperanza, el entusiasmo y otros muchos valores,
que los educadores del mundo hayamos sabido transmitir a nuestros niños
y niñas.
LA
ESCUELA: UN LUGAR PARA APRENDER A SER Y A CONVIVIR
"El
espíritu de la educación es el conocimiento, no de los hechos, sino
de los valores!”.
William
R. Inge
La
infancia es un punto de partida para la creación de un proyecto personal.
En este proyecto casi todo es posible y, a medida que se va desarrollando,
se realizan los cambios necesarios para que el niño o la niña llegue
a ser.
Cada niño o niña
es un ser humano único, original e irrepetible, el más perfecto y bello
producto de la Naturaleza. También, y debido a las influencias del ambiente,
llega a ser el producto de la cultura en la que se desenvuelve.
En el mundo civilizado,
en especial en el medio urbano, la formación del niño o la niña se desarrolla
de forma distinta a lo dispuesto por la Naturaleza. La satisfacción
de su existencia depende tanto de su persona como del entorno que le
rodea, y este ambiente externo ha de serle favorable de modo que no
amenace su seguridad, ni obstaculice su necesidad de satisfacción.
La educación
debe respetar y potenciar la individualidad del niño o la niña pero
teniendo en cuenta que no es un ser aislado sino un sujeto social que
nace y crece en comunidad y evoluciona hacia la independencia en función
de la calidad de relaciones humanas que establezca.
El niño o niña
dispone de naturaleza sociable desde que nace, está concebido para la
convivencia. A medida que crece va siendo capaz de asumir responsabilidades
como miembro de la sociedad y de aportar a ésta su originalidad, que
nunca debe confundirse con egoísmos caprichosos.
Partiendo de
esta premisa y sabiendo que el niño o niña cuando nace desconoce los
roles, las normas, las pautas y los valores morales y sociales de su
comunidad, los agentes educativos nos convertimos en facilitadores de
experiencias y relaciones que promueven su madurez social, de forma
progresiva.
El ser humano,
a través de su experiencia, selecciona, elige y hace suyo un sistema
de valores y, llevándolo a la práctica, desarrolla una conciencia moral
y adquiere el compromiso individual de organizar su conducta. Por eso,
la educación ha de cargarse de un contenido moral que ofrezca una guía
de conducta al niño o la niña desde su primera infancia, promoviendo
la madurez interna necesaria para adquirir una conciencia moral autónoma.
No
basta con poseer un cerebro humano para que surjan cualidades psíquicas
humanas. El cerebro y la mente no existen de forma aislada, se ubican
en un cuerpo que se desenvuelve en un contexto cultural. El cerebro
dispone de potencial para desarrollarse plenamente en cualquier cultura,
pero la influencia del contexto en el que va a desarrollarse, es un
factor que determina en parte su estructura y organización desde que
comienza a formarse. Esta es una época apasionante, de grandes avances
en el conocimientos del funcionamiento cerebral. Sin embargo, aunque
lleguen a conocerse con detalle cada una de las funciones cerebrales,
nunca se encontrará un área encargada de procesar y almacenar los valores
morales y sociales porque intervienen demasiadas estructuras cerebrales.
La
educación, como proceso de formación de individuos para desenvolverse
con éxito en un contexto social y cultural, debe adaptarse a las características
de la comunidad en la que tiene lugar porque ese entorno tiene una cultura
preestablecida formada por su historia, sus creencias y costumbres,
sus valores sociales y morales, sus hábitos de comportamiento, etc.
El pequeño o
pequeña, en las primeras etapas del desarrollo, se abre al conocimiento
de sí mismo, del mundo que le rodea y de las personas de su entorno,
es decir, se educa influenciado por el ambiente en que se desenvuelve.
Este ambiente debe ofrecer unos modelos de roles y valores positivos
aceptados por la comunidad, ayudándole a alejarse de los valores negativos
o los contravalores.
Reconocer a la
escuela como un contexto para aprender a ser y a convivir, es un aspecto
educativo relativamente novedoso que implica la aceptación de que no
nacemos siendo humanos, sino con la capacidad potencial para llegar
a serlo.
Siguiendo las
directrices del informe elaborado por el Dr. Delors para la UNESCO,
la escuela ha de garantizar las experiencias necesarias que desencadenen
el proceso para que el niño o la niña aprenda a conocer, a hacer,
a vivir y a ser. Yo me permito añadir y “a convivir”.
El Dr. Delors afirma que la educación tiene una doble misión: ”Enseñar
la diversidad de la especie humana y contribuir a una toma de conciencia
de las semejanzas y la interdependencia entre todos los seres humanos.
Desde la primera infancia, la escuela debe, pues, aprovechar todas las
oportunidades que se presenten para esa doble enseñanza”.
Partiendo de
estas aceptaciones, la comunidad escolar debe asumir y compartir algunas
funciones educativas que, en épocas anteriores, la sociedad encargaba
exclusivamente a la familia. Para alcanzar el éxito en esta misión,
es necesario hablar menos de valores y pasar a la acción. Cada centro
escolar debe elaborar un proyecto en el que el ámbito familiar y el
escolar proporcionen experiencias coherentes que desencadenen los procesos
de aprendizaje que promuevan el “ser, conocer, hacer,
vivir y convivir”.
No podemos proyectar
la educación en valores basándonos sólo en la intuición o estimulando
valores al azar. Necesitamos informarnos y formarnos como lo hacemos
en cualquier otro ámbito de nuestro trabajo cotidiano. El profesor William
Damon lo explica en el prefacio de “The Moral Child”:
La investigación
científica sobre la moralidad de los niños tiene un gran potencial para
ayudarnos en nuestro deseo apremiante de mejorar los valores morales
de los niños. Sin embargo, se trata de una potencialidad que aún no
ha sido aprovechada porque gran parte de dicha investigación resulta
desconocida para el público, es ignorada como lago ajeno a la cuestión,
o es desprestigiada al considerársela un disparate sin contacto con
la realidad...En parte el trabajo erudito sobre la moralidad de los
niños resulta oscuro porque ha quedado limitado a publicaciones académicas
y se ha difundido en una serie de escritos profesionales desiguales.”
No se trata de
elaborar grandes proyectos idealistas, difíciles de realizar y evaluar.
La educación para el desarrollo de valores supone facilitar experiencias
para que cada niño y niña descubra su propia identidad, su deseo de
quién y cómo desea ser, de convertirse en protagonista de su propio
proyecto personal.
En este proyecto,
los adultos acompañamos su experiencia diaria para que reconozca los
pensamientos, los sentimientos y las emociones asociadas a las acciones
y aprecie las diferencias entre valores (amistad, solidaridad, ayuda,
altruismo, afectividad, etc.) y contravalores (individualismo, injusticia,
egoísmo, agresividad, etc,), además se ayudarles a superar los riegos
de las modas, el pensamiento único o las ideas colectivas.
En
la actualidad, un educador como facilitador de conocimientos solamente,
es un profesional prescindible. Ante todo, es un modelo valioso y un
espejo donde los niños y niñas se ven reflejados para llegar a ser y
a convivir de forma satisfactoria. Es una persona que ha recorrido un
largo camino para construir su propio proyecto personal, que vive en
valores y los transmite. Dentro de su jerarquía de valores, ha de situar
en lugar privilegiado el de ayudar a las familias para que obtengan
la orientación necesaria que contribuya a la formación de los niños
y niñas para que se conviertan en los hombres y mujeres que mañana mejorarán
nuestra sociedad.
LA
FAMILIA, ES EL PRIMER CONTEXTO SOCIAL
La
familia, además de ser la transmisora de la herencia genética, representa
el primer contexto social donde el niño o la niña se desenvuelve. Por
lo tanto, es el pilar básico de la educación y la socialización, porque
la personalidad infantil se forma en la relación con los demás y de
la calidad de las experiencias familiares va a depender la madurez y
el equilibrio emocional del niño o la niña.
La
familia está constituida principalmente por padre, madre, hijos e hijas
que forman una comunidad basada en un hogar común y las interrelaciones
de sus miembros. Dentro de la comunidad familiar, los principales educadores
son el padre y la madre que se encargan del bienestar y la salud física
y psicológica, de establecer las normas de convivencia y moldean la
conductas de los hijos o hijas a través de su experiencia y actuaciones.
La
familia es un ámbito donde la persona debe sentirse atendida, acogida,
aceptada y amada incondicionalmente.
Todas
las familias de una misma cultura comparten criterios sobre las costumbres,
las normas de comportamiento, los roles y los valores. Enseñan al niño
o la niña a comportarse según se espera en la cultura en que vive acompañándole
y dirigiéndole desde la total dependencia hacia la autonomía y madurez.
Como
todo entorno de convivencia, la familia tiene reglas que, habitualmente
marcan los progenitores. Con ellas se definen las expectativas sobre
el comportamiento de los componentes del grupo en diferentes contextos
y circunstancias y las consecuencias de sus actos.
A
través de la experiencia diaria el niño o niña va aprendiendo las reglas
expresas, los progenitores o los hermanos mayores las reconocen y comunican
abiertamente y el niño o niña sabe claramente lo que se espera de su
comportamiento. Sin embargo, en todas las familias existen reglas tácitas
que se van comprendiendo a través de la experiencia, pero que no se
reconocen abiertamente, e incluso en muchos casos se niegan. La mayoría
de estas reglas niegan el derecho a tener determinados sentimientos
y emociones como enfurecerse, sentir miedo, tristeza o celos, discutir
para defender un criterio o postura o bien relacionarse a través del
conflicto o la discusión, etc. Además de la ansiedad que siente el niño
o niña por las consecuencias de infringir una regla tácita, también
existe la culpabilidad por los propios sentimientos y emociones, además
de la necesidad de ocultarlos.
La
ansiedad que supone el temor a lo desconocido y la culpabilidad son
sentimientos corrosivos y paralizantes, por ello el niño o niña es capaz
de comportarse como los padres esperan de él para evitarlos, aunque
esto provoque otros sentimientos autodestructivos.
Los
padres aprenden a controlar la conducta del hijo o hija a través de
estos sentimientos y amenazan con privarle de su afecto, o le provocan
temor a ser abandonado. Este tipo de acción es mucho más eficaz que
el castigo físico o la privación de beneficios, privilegios o bienes
materiales. El temor a ser abandonado o que los padres dejen de quererle,
le provoca tal ansiedad que cambia su conducta para no sentirla.
También
es habitual que los hijos se sientan responsables del enfado y la ansiedad
de los padres, aunque en alguna ocasión ellos no sean los causantes.
A través de estas experiencias dolorosas aprenden a respetar reglas
que nadie les ha explicado y de las que nunca se habla, pero también
aprenden que es arriesgado ser “uno mismo” y a sentirse
culpables por sus sentimientos y emociones.
La
familia es mucho más que la suma de sus miembros. Cada uno desarrolla
una personalidad propia en relación, y como respuesta, a las otras personalidades
que, a su vez, se desarrollan y modifican como respuesta a la suya.
Cualquier cambio o problema afecta a todos los miembros y requiere un
proceso de adaptación mutua para restablecer el equilibrio. Del modo
de adaptarse o reequilibrarse de cada uno de los miembros va a depender,
no sólo el equilibrio del conjunto, sino también el bienestar general
de la familia.
Los
equilibrios y contraequilibrios que se producen en la familia afectan
para toda la vida.
Un
matrimonio que forma su nueva familia no es una entidad separada. La
felicidad o los problemas no son sólo fruto de la convivencia de dos
personalidades. En realidad es el acoplamiento de las experiencias en
sus respectivas familias porque los valores y las actitudes de cada
uno con respecto a cualquier cosa o situación se forjaron en sus propios
ámbitos familiares, bien de forma similar u opuesta a la de sus padres.
En
palabras de Carl Gustav Jung: “ Cuanto más intensamente haya impreso
la familia su carácter en el hijo, tanto más tenderá el hijo a sentir
y ver nuevamente su diminuto mundo anterior en el mundo más grande de
la vida adulta”.
LA FAMILIA
EN LA ACTUALIDAD
Son
grandes los cambios que la familia ha sufrido en los últimos años. Ha
reducido el número de miembros, en muchos casos se limita a padre, madre
e hijo o hija. Con la incorporación de la mujer al mundo laboral, hay
mayor independencia económica de cada uno de los cónyuges y un mayor
reparto de las responsabilidades y tomas de decisión. También se observa
una disminución cuantitativa y cualitativa del tiempo que los padres
dedican a los hijos. Hay cambios importantes en los roles tradicionales
de los progenitores y disminuye la edad en las que los hijos e hijas
se escolarizan por primera vez.
El
aumento de estructuras formadas por parejas inestables, los divorcios,
el número de familias monoparentales, etc, nos hace pensar en una disminución
del porcentaje de niños y niñas que conviven de forma estable durante
la infancia y la niñez con los padres biológicos.
Sea
cual sea el tipo de familia en la que se desarrolla el niño o la niña,
debe prevalecer su naturaleza formativa y educativa.
En
la era de la comunicación los cambios de costumbres, normas y relaciones
sociales se suceden con rapidez. En una sociedad de abundancia y consumo
(siempre comparada con épocas anteriores) se observa un deterioro en
valores éticos y morales. En su mayoría, los padres y madres sienten
incertidumbre con respecto a la sociedad del futuro y desorientación
en el presente.
Los
padres no pueden educar a sus hijos e hijas del mismo modo que fueron
educados, la sociedad ya no transmite sus roles y normas de una generación
a otra. Los cambios son demasiado rápidos y las normas se van estableciendo
a medida que se suscitan nuevas situaciones.
Ante
la falta de claridad en la forma de educar a los niños y niñas, cada
uno de los progenitores tiende a restablecer la dinámica de su familia
original en la nueva que ha formado, repitiendo muchos de los errores
educativos sufridos y que siempre juró no cometer, o bien haciendo todo
lo contrario como forma de rebelarse. Al margen de los errores mencionados,
la situación lleva a la disparidad de criterios entre los cónyuges,
se crean ambientes cargados de permisividad, sobreprotección, autoritarismos
desmesurados, etc.
La
familia debe ofrecer una educación correcta que posibilite un progreso
adecuado de los hijos e hijas optimizando los potenciales de aprendizaje,
de relación, de autonomía personal y social porque, en definitiva, la
educación está encaminada a la construcción del hombre y la mujer.
El
brevísimo análisis anterior no debe llevar al desánimo, sino a la reflexión
sobre algunos aspectos de la actuación de los padres y las madres. Los
educadores podemos y debemos orientarles con objetividad y profesionalidad
en temas tan importantes como los siguientes:
Ejercer la autoridad con diálogo
y tolerancia. No se trata de mandar como ejercicio de poder, de
discutir, de imponerse por la fuerza, sino de buscar la razón y
la coherencia que ayudan a formar conductas responsables.
El respeto
a la individualidad y a la dignidad del niño o la niña, que
no es una propiedad o capricho de los padres. Estos deben asumir su
responsabilidad de ayudarle y dirigirle hacia su madurez ofreciendo,
gradualmente, mayor libertad y autonomía que le ayuden a sentirse
útil, responsable de sus actos y asumir las consecuencias que se derivan
de ellos.
Los padres y madres
que vivieron su infancia y adolescencia sometidos a la tiranía de
unos progenitores autoritarios y despóticos deben superar sus frustraciones,
alejando la intransigencia y el autoritarismo de su relación
con los hijos e hijas.
El entorno familiar, como
contexto social, debe establecer una serie denormas,
pero esto no justifica los hogares excesivamente normados e inflexibles.
Los
hogares permisivos, donde los niños y niñas hacen lo
que les place, les convierte en desordenados, inseguros, incapaces
de realizar el mínimo esfuerzo para conseguir un objetivo, no adquieren
una conciencia que dirija su conducta y no tienen capacidad de interiorizar
normas morales. Estos hogares suelen ser fruto de los padres egoístas
que tienen desinterés por la educación de sus hijos o hijas.
Vivir implica
superar pequeñas frustraciones y dificultades diariamente. Los
padres protectores en exceso evitan que el niño o la niña se
esfuerce o que se enfrente a problemas, toman la iniciativa por
él y le facilitan todo. En estos casos, los niños o niñas se sentirán
ineptos, inferiores, inseguros y dependientes de sus padres.
El amor
entre el padre y la madre, y el amor de ambos hacia el niño o la
niña facilita el crear un clima de aceptación, respeto, seguridad,
confianza y afecto. En este clima no caben los juicios de valor
hacia las personas, tampoco las comparaciones, las luchas de poder,
o las expectativas desajustadas.
Nunca debe
olvidarse que los padres son el modelo a imitar por los niños
y niñas, el espejo en el que se miran. Los pequeños hacen lo que
ven hacer, no lo que se les dice que hagan.
Siempre
está bien recordar las siguientes palabras de Theodore Isaac Rubin sobre
“El hogar cooperativo o motivador”:
Ningún hogar es del todo cooperativo y pocos hay
que sean totalmente destructivos. Pero el hogar donde hay cooperación
está principalmente vinculado al verdadero bienestar de todos sus miembros
y particularmente de aquellos que aún no son autosuficientes.
Respecto
a esto, el ambiente debe ser seguro, protegido e interesante. Esto significa
que las personas pueden ser ellas mismas, expresar sus sentimientos,
intercambiarlos, equivocarse, experimentar y crecer para adquirir una
personalidad propia.
La
familia ofrece un entorno lleno de sustento: cuidados físicos, afecto
y sustento emocional a través del intercambio de pensamientos y sentimientos
y estímulo creativo a través de la participación enriquecedora.
El
hogar saludable transmite a su miembros alegría a través de la ayuda,
el conocimiento mutuo y la autorrealización. En vez de fomentar sentimientos
competitivos, los logros y satisfacciones individuales se sienten como
éxitos de la familia entera sin afectar a las necesidades o a la individualidad
de cada miembro.
En
la familia existe aceptación mutua, que en gran parte es incondicional.
Hay poca preocupación por lograr igualdad o repartos equitativos, desterrando
la rivalidad corrosiva, los favoritismos y suspicacias. Los miembros
de este tipo de familia consideran que lo que obtienen está en relación
con sus necesidades.
En
la familia poco estimulante, el que dicta las normas acostumbra a ser
aquel que grita más, independientemente de su capacidad. Sin embargo,
en los hogares sanos las personas contribuyen con sus conocimientos
de forma positiva, la ayuda se recibe con alegría y nadie se siente
rebajado por ella.
En
este entorno es imprescindible que sus miembros tengan una identificación
familiar sólida y traspasen los límites de la familia nuclear en sus
lazos afectivos, sintiendo que pertenecen a un grupo del que obtienen
fortaleza, solidez y vínculos fuertes más allá de las diferencias generacionales.
Los
miembros de una familia sana demuestran sentimientos firmes, valores,
prioridades y conciencia social. Se escuchan entre sí, no se comparan
ni compiten, son flexibles, tolerantes, se dan a sí mismos y no ponen
condiciones a los sentimientos de cariño, afecto y amor.
APTITUDES
DE LOS PADRES Y LAS MADRES QUE FAVORECEN EL DESARROLLO DEL POTENCIAL
INFANTIL Y LA INTERIORIZACION DE VALORES
Los
dos progenitores deben asumir las responsabilidades educativas,
definir claramente el tipo de educación que desean, fijar las pautas
de actuación y ser constantes en la labor emprendida.
El
padre y la madre no pueden comprender al niño o la niña si no son capaces
de colocarse desde su punto de vista interior, para ver las cosas
como él o ella las ve. Sólo con un grado elevado de empatía le comprenden
y aceptan incondicionalmente.
No
deben imponer a los niños y niñas las pautas de comportamiento de losadultos,
pretendiendo que actúen como “hombres y mujeres con tamaño reducido”.
La
permisividad produce falta de control interno, convierte
a los niños y niñas en egoístas y oportunistas e impide su evolución
hacia la madurez. La sobreprotección transmite sensación de incapacidad
e inseguridad, lesiona la autoestima y bloquea el crecimiento emocional.
No
hay que temer a la libertad del niño o la niña. Total. Los
adultos deben ir marcando márgenes y pautas que se van ampliando en
libertad y responsabilidad a medida que el pequeño o pequeña puede asumirlas.
El exceso de normas, mandatos y prohibiciones, no estimulan la independencia
ni la responsabilidad, sólo asfixian la libertad.
La
autoridad y la firmeza son necesarias para promover valores
y capacidades. Es la actitud que facilita la interiorización de normas
de conducta. La autoridad bien ejercida tiene el objetivo de alcanzar
la progresiva madurez y responsabilidad de los niños y niñas. La autoridad
no debe confundirse con el autoritarismo que reprime la iniciativa,
impide el desarrollo de los recursos internos y convierte al niño o
la niña en conformista que acata los criterios de los demás o en continuo
rebelde.
En
el hogar hay que mantener la disciplina. Aunque este valor está
desprestigiado, es imprescindible para establecer y conservar el orden,
adaptando la conducta de los niños y niñas a las normas y restricciones
que impone la convivencia en sociedad. La disciplina no autoritaria
evita la amenaza y el castigo, lleva a los niños y niñas hacia la disciplina
interior que dirige y canaliza las capacidades hacia la consecución
de objetivos y metas en la vida.
Los
padres y las madres pueden y deben fomentar la autoestima elevada
en los niños y niñas. Con intuición y habilidad de empatizar comprenden,
desde su mundo interior, los sentimientos y las emociones, cuidando
de no lesionar la opinión que sobre sí mismos comienzan a forjar.
Esta
pequeña muestra de actitudes puede resumirse en el deseo de crear
unclima afectivo y de seguridad para los niños y niñas.
Esto sólo puede conseguirse cuando sienten valoración y sincero aprecio
por los niños y niñas simplemente porque existen, porque cada uno es
un ser especial al que quieren, con independencia de que aprueben o
no lo que hace. Si consiguen que cada niño o niña se sienta apreciado
por como es, no por como les gustaría que fuese, si valoran la cantidad
y calidad de tiempo que les dedican en exclusiva con atención concentrada
y abierta a sus cualidades individuales. Sobre todo cuando el niño o
la niña siente que le dicen “me interesas y te quiero”.
Es
imprescindible mantener la unidad de criterios, no discutir delante
de los hijos e hijas, evitar la violencia verbal, física o psicológica
y no contradecirse.
Deben
ser coherentes en todo momento, admitir los errores, pedirperdón cuando sea necesario y saber perdonar de corazón.
El
padre y la madre deben elegir juntos el Centro de Educación para los
hijos e hijas. Comprobar que el Proyecto Educativo persiga objetivos
afines a los que busca la familia. También realizarán un seguimiento
de la labor educativa del Centro, asegurándose de que se persigue la
formación integral del hijo o hija en todas las dimensiones madurativas.
Es
necesario que participen en la Comunidad Educativa y, sin llegar a intromisiones,
mantener una comunicación continua con los profesores.
El
padre y la madre son los principales modelos a seguir por los
hijos e hijas y van a transmitir los valores morales y sociales que
poseen a través de sus actuaciones diarias. Son muchos los valores
necesarios para que lleguen a sentirse seres humanos realizados, entre
ellos se pueden destacar:
Conocimiento,
comprensión y aceptaciónde las personas del entorno tal como
son, no como nos gustaría que fuesen.
Amor,
afecto, cordialidad, amabilidad. Además de querer a los miembros
de la familia, debemos asegurarnos de que éstos se sientan queridos.
Buen
humor, optimismo, paz, serenidad y tranquilidad para transmitir
alegría de vivir.
Paciencia,
autoridad, disciplina y firmeza para que el niño o niña pueda
interiorizar una escala de valores que sean punto de referencia en sus
actuaciones.
Calor
humano, confianza, sinceridad y respetoque creen un hogar
afectivo para consolidar la autoestima y la estabilidad emocional del
conjunto de la familia.
Disponibilidad
y constanciaen dedicar tiempo de calidad para las relaciones
entre los miembros de la familia.
LA
COMUNIDAD ESCOLAR. LOS RETOS ACTUALES.
La
Comunidad Escolar es mucho más que un Centro Docente. Es un entorno
formado por personas que se interrelacionan y utilizan medios y recursos
para lograr sus fines, evitando la educación exclusivamente técnica,
porque la Comunidad Escolar trata de formar y educar, no de instruir
y enseñar.
Los
Centros Docentes deben asumir la responsabilidad de crear auténticas
Comunidades Educativas donde la interacción familia-Centro promueva
entornos que ofrezcan aceptación, seguridad, comprensión y afecto incondicional
a los niños y niñas. También pueden y deben ofrecer formación, información,
apoyo, asesoramiento, comprensión y afecto a los padres y las madres.
De este modo se logrará optimizar el desarrollo del potencial innato
de los niños y niñas, transmitiendo una jerarquía de valores morales
y sociales coherente.
La
tarea diaria de los docentes es la de llevar con amor los grandes principios
de la Pedagogía al terreno de lo concreto y lo cotidiano, conocer los
avances y descubrimientos de las ciencias que intervienen en la formación
del ser humano y transformarlas en práctica educativa, siempre con la
mirada dirigida al futuro de la sociedad.
El
Centro Escolar comprometido en la labor educativa debe adaptarse a las
características de la comunidad en la que desarrolla su labor para ser
eficiente y eficaz porque el entorno donde está ubicado tiene una cultura
preestablecida, formada por su historia, sus creencias y costumbres,
sus valores morales y sociales, sus hábitos de comportamiento, etc.
La
escuela supone una estructura intermedia entre la propia familia y la
integración del niño o la niña en los demás estamentos sociales, siendo
uno de los elementos básicos para la socialización y donde los aspectos
relacionales adquieren gran relevancia.
El
Centro Escolar está formado por espacios y materiales, pero también
por relaciones e interacciones que crean un ambiente propio que lo identifica
y dota de carácter propio. El niño o la niña desarrolla gran parte de
su vida en el entorno escolar, por eso es necesario crear un clima afectivo
que encuentre continuidad en la familia, evitando vivencias de doble
aspecto pedagógico.
La
organización del entorno ha de responder al modelo educativo que establecen
los educadores y facilitar las relaciones, las pautas de convivencia,
la autonomía, etc., siendo parte activa en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Garantizar
un ambiente que ofrece seguridad, calidez, confianza y afectividad supone
disponer de espacios acogedores para los niños y niñas, con un clima
que facilite el encuentro y la comunicación, que estimule la exploración,
la experimentación, la creatividad, etc. Pero, sobre todo, que acepte
los intereses, las necesidades, los sentimientos, las emociones y los
estados de ánimo de cada uno, para que puedan sentirse aceptados, queridos
y valorados.
Para
favorecer la maduración personal y el desarrollo social de cada uno
de los niños y niñas que integran un Centro hay que potenciar valores
como la solidaridad, el respeto y la afectividad en las relaciones entre
iguales y de éstos con los adultos. Es necesaria la colaboración positiva
para crear una educación coherente con las necesidades reales de cada
alumno o alumna y con el contexto social en el que se encuentra inmerso.
En
este ambiente, la calidad de las relaciones facilita la construcción
de una imagen positiva y ajustada, y la actividad docente se basa en
un sistema de refuerzos y motivaciones en vez del castigo, los juicios
de valor personal o la negación sistemática.
AUTOESTIMA
Y SEGURIDAD EN SI MISMO
La
autoestima es la forma de sentir respecto a nosotros mismos, el concepto
del propio valor o lo que pensamos de nosotros.
Todo
niño o niña normal nace con el potencial necesario para alcanzar la
salud mental. Indispensable para lograr este objetivo es poseer una
autoestima elevada, que se fundamenta en la creencia del niño o niña
de ser digno de amor y que importa por el hecho de existir, sintiendo
que se valora y respeta su individualidad.
El
niño o la niña posee cualidades y recursos internos suficientes para
gustarse a sí mismo. Desde que nace aprende a verse como considera que
le ven las personas que le rodean. Su imagen la construye en función
del lenguaje verbal y corporal, de las actitudes y los juicios que sobre
él emiten las personas que considera importantes. Se juzga a sí mismo
comparándose con los demás y según sean las reacciones de éstos hacia
él.
La
autoestima altasurge de las experiencias positivas, produce
en los niños y niñas seguridad, propia aceptación y la confianza suficiente
para poder realizarse en todas las áreas de la vida, Las expectativas
sobre sí mismos serán apropiadas, alcanzando en el futuro la estabilidad
emocional.
La
autoestima pobre da lugar a la inseguridad, una escasa resistencia
a la frustración, un bajo sentido de quien es y provoca ansiedad. El
niño o la niña se siente inepto y carece de motivación para relacionarse
de forma positiva o comenzar nuevos aprendizajes. Suele ser una de las
principales causas de las conductas desadaptadas en la infancia ya que
cuando el niño o la niña tiene un concepto negativo de sí mismo, cree
ser “malo” y adecúa sus comportamientos a este juicio. Normalmente
por ello se le regaña, juzga, castiga y rechaza, arraigando en él con
más firmeza la convicción de “ser malo”. Por necesidad de
coherencia interna evita entonces que le lleguen mensajes positivos.
La
pobre opinión de sí mismo afecta su estabilidad y constituye el núcleo
de su personalidad, determinando la forma en que utiliza su potencial.
El
modo como nos vemos a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos
rodea se crea durante la infancia en el ámbito familiar, y se amplía
con la experiencia escolar. Las impresiones que adquirimos entonces,
nos acompañan toda la vida.
Nosotros
podemos y debemos fomentar una autoestima elevada en nuestros niños
y niñas con sólo seguir unas pautas sencillas pero valiosas.
·
QUE EL NIÑO O LA NIÑA SE CONSIDERE
ACEPTADO Y AMADO INCONDICIONALMENTE. No basta con que le demos todo
nuestro amor, debemos asegurarnos que él lo siente y experimenta. Tiene
que percibir que se respeta y acepta su individualidad. Aceptar al niño
o la niña significa sobre todo no confundir el valor de su existencia
con el de su comportamiento.
·
TIENE QUE SENTIRSE VALIOSO, UTIL
Y CAPAZ, vinculado a los grupos que pertenece (familia, clase, etc.)
y recibir de éstos seguridad y confianza; interiorizando formas de conducta
positivas porque no se hacen juicios de valor sobre su persona, sino
sobre aspectos de su comportamiento.
·
DEBE DESARROLLAR SEGURIDAD INTERIOR
para afrontar con éxito las dificultades que se le presenten. Para ello
se le pedirá que concluya las tareas que comience, se le asignarán
responsabilidades en función de su edad y capacidad, no se hará nunca
por el niño o la niña aquello que sea capaz de hacer solo, se le ayudará
a aceptar las consecuencias de sus acciones y a medir sus posibilidades
antes de comenzar una actividad.
·
QUE PUEDA AFIRMARSE COMO INDIVIDUO.
Cada niño o niña es único e irrepetible y necesita sentirse distinto
a los demás. No es cierta la creencia de que los padres y las madres
deben tratar a todos los hijos por igual, del mismo modo ocurre con
los educadores y sus alumnos. Cada niño o niña debe sentir que es
especial y singular, para ello es necesario:
·
PROPORCIONAR UN AMBIENTE SIN CONDICIONES PARA
EXPRESAR LIBREMENTE SUS SENTIMIENTOS Y CUIDAR LAS EXPECTATIVAS INADECUADAS.
Se fomentará así su capacidad crítica, permitiendo que piense por
sí mismo, aunque no coincida con los pensamientos del padre, de la madre
o del educador.
·
CUIDAR QUE SU INDIVIDUALIDAD NO
SE CONVIERTA EN INDIVIDUALISMO EGOISTA.
·
QUE ADQUIERA UNAS PAUTAS DE CONDUCTA
Y UNA ESCALA DE VALORES PERSONALES que le sirvan de referencia para
que su forma de pensar y actuar adquiera coherencia, para que aprenda
a distinguir el bien del mal. Padres, madres y educadores somos las
personas cuya estima y aprobación busca con más esfuerzo, por eso serán
los modelos que intente imitar. Estos modelos deben ser coherentes en
sus mensajes y actuaciones.
CUALIDADES,
RECURSOS INTERNOS Y VALORES DE LOS NIÑOS Y NIÑAS
Las cualidades,
los recursos internos y los valores, en algunos casos, son la misma
cosa.
Las
cualidades y los recursos internos pueden ser innatos y evolucionar
hacia valores morales y sociales.
Lo
menos importante es identificar cuál es una cualidad, cuál un recurso
y cuál un valor. Lo que interesa es que todos germinen y proporcionen
los ingredientes básicos para lograr el desarrollo del potencial del
niño o la niña en todas las dimensiones del ser humano y les conduzca
a interiorizar una jerarquía de valores ajustada.
Muchas
cualidades existen desde el nacimiento y, según lo que ocurra a lo largo
de la infancia, evolucionarán en recursos internos y valores, o se atrofiarán
para siempre.
Sentir
desde la infancia que poseen estas cualidades y que pueden desarrollarlas,
las convertirá en fuerzas constructivas que los niños y niñas pueden
aplicar a todas las áreas de la vida.
Por
simples que nos parezcan, es importante reconocer las cualidades y apreciarlas,
no hay que dar por sentado que los niños y niñas las poseen y hay que
ayudarles a sentirse sueños de ellas, a utilizarlas y desarrollarlas.
Nadie
posee todas las cualidades, pero si la mayoría. Muchas están interrelacionadas
y el desarrollo o atrofia de una de ellas suele afectar a los demás.
Algunas
cualidades, virtudes, recursos internos y valores
Embarazo
y nacimiento normal. Historial de normalidad física y psicológica: en
factores internos (herencia genética, sistema neurológico, metabolismo
y sistema endocrino, etc.) y factores externos (cuidado físico, alimentación,
higiene, cuidados médicos, ambiente adecuado, clima afectivo, seguridad
emocional, etc.).
Autocuidado,
valoración de la propia vida, autoprotección, etc..
Vitalidad
y entusiasmo por la vida. Desarrollar esta cualidad evitará depresiones,
negativismos, resignación y otros problemas en la edad adulta.
Curiosidad,
que proporciona motivación por aprender, observar y explorar. La curiosidad
alimenta la vitalidad.
Sensibilidad,
para percibir y responder ante los estímulos. Complementa la curiosidad
y desarrolla el proceso de aprendizaje. Demasiada sensibilidad hace
a los niños y niñas más vulnerables ante cualquier problema, cambio
o desorden de su entorno.
Una
familia amorosa, esto es, amor del padre y de la madre entre sí y de
éstos hacia sus hijos, pero también el amor de cada miembro de la familia
por sí mismo. Este ambiente familiar proporciona seguridad, una forma
positiva de relacionarse y un elevado nivel de autoestima.
Padres
que consideran a sus hijos e hijas como personas independientes y no
como una prolongación de sí mismos.
Respeto
de la familia y el entorno escolar por las diferencias individuales.
La presión que reciben los niños y niñas para cambiar puede ser dolorosa
y lesiona su autoestima.
Estabilidad.Los
cambios frecuentes de vivienda, de ciudad, de colegio, de relaciones
familiares y sociales, golpean la seguridad interior.
Recibir
una educación consecuente por parte de la familia y del entorno escolar
que ofrezca un consistente conjunto de valores, sin dobleces, hipocresías,
favoritismos, etc.
Padres
y educadores sanos, me refiero a la salud física y emocional. Cada persona
es producto de la educación que recibe en la infancia y frecuentemente
reproduce con sus hijos los errores educativos que sufrió. La buena
salud emocional incluye, entre otros, la capacidad, la elevada motivación
y el deseo necesarios para relacionarse con iguales afectiva y respetuosamente.
Experiencias
positivas. Durante el embarazo y, por supuesto, después del nacimiento,
el niño o niña percibe sensaciones más o menos placenteras en función
del grado de empatía y entrega afectiva de los adultos que le rodean.
Si el niño o la niña tiene experiencias positivas en su relación con
el medio, será capaz, entre otras cosas, de establecer relaciones afectivas,
adquirir mecanismos de adaptación a diferentes situaciones sociales
y desarrollar una adecuada resistencia a la frustración.
Vivir en un ambiente alegre
y positivo fomenta el optimismo, la
esperanza y la capacidad para ser feliz.
Ambiente
familiar y escolar relajado y con libertad emocional durante
la infancia. Es importante que el niño o la niña pueda expresar e intercambiar
sentimientos de forma adecuada, sin miedo a represiones. Cuando las
emociones se aceptan y se comprenden, se crea un entorno seguro
Derecho
al propio “yo”, para
crear un sentido de identidad, individualidad, independencia y confianza
en sí mismo.
Identificarse
con un grupo sexual y relacionarse de forma positiva con iguales de
ambos sexos.
Experimentar
sentimientos sexuales, hablar abiertamente de ellos, encontrar aceptación
por parte de padres, madres y educadores, así como contar con una educación
adecuada al respecto.
Atractivo
físico y carisma. Cualidades valiosas en cualquier tipo de cultura,
siempre que el niño o la niña no se centre en ellas de forma exclusiva,
provocando algún nivel de narcisismo.
Dar
y recibir amistad desde la primera infancia con iguales de ambos sexos.
Entre otros muchos beneficios, facilita las relaciones futuras. Supone
el afecto personal, puro y desinteresado.
Sentido
del humor. Al igual que otras cualidades, necesita ser desarrollado.
La percepción y sensibilidad a la incongruencia, la respuesta a la broma
y la inventiva humorística aparecen a edad temprana. Desarrollar el
sentido del humor requiere utilizar la creatividad, la inteligencia
y distintas emociones para producir la inventiva espontánea. Es tremendamente
útil para relacionarse consigo mismo y con los demás, y hace soportables
las experiencias difíciles.
Capacidades
intelectuales, que incluyen otra serie de capacidades. El potencial
“normal” es enorme y su desarrollo está marcado por los
estímulos que reciba desde el mismo momento de nacer.
Orientación.
El estado de salud emocional es muy importante para que el niño o la
niña sepa, desde edad temprana, quién es, cuándo y dónde está.
Intuición o capacidad para
entender a los demás, está muy relacionada con la habilidad de
empatizar. Es muy útil en el crecimiento personal y en las relaciones
humanas. Imaginación
entre otras cosas, para experimentar situaciones en sentidos que nos
proporciones más información que lógica.
Capacidad
para expresar pensamientos y sentimientos. La expresión verbal
es una forma de autoexpresión y afirmación. La elocuencia es muy importante
en la interrelación con los demás.
Discernir lo que está bien de lo que está mal,
para ello es necesario adquirir un buen nivel de conciencia social
y un criterio ético y moral adecuado. Es decir, interiorizar un correcto
sistema de valores humanos. Cuando la conciencia social está empobrecida,
la forma de relacionarse es destructiva. La rebelión o la conformidad
son conductas que paralizan la autorrealización.
Integridad.
Surge cuando existe un firme sentimiento sobre la propia personalidad
y garantiza un sólido sentimiento de uno mismo. Con ella se fomenta
el respeto por los propios valores, pensamientos, sentimientos e ideas.
Facilita las relaciones y emociones saludables. Llevada a extremos
puede conducir a exigencias perfeccionistas en uno mismo o en los
demás.
Persistencia
y objetivos. Fijarse objetivos desde edad temprana y persistir,
solventando dificultades, eleva la autoestima y desarrolla la capacidad
de esfuerzo y paciencia.
Paciencia. El saber esperar nutre la capacidad
de aplazar la gratificación, que es una necesidad indispensable para
el entrenamiento, la realización de las destrezas o logros de cualquier
clase.
Resistencia a la frustración, que determina
en gran parte la capacidad para llevar a cabo procesos dirigidos a
la realización de objetivos. El aprendizaje viene acompañado por un
grado moderado de frustración, los niños y niñas han de desarrollar
su propia resistencia en estas situaciones para solventar y superar
la frustración que experimentan.
Tolerancia a la ansiedad. Cuando es insuficiente,
las relaciones, las tareas intelectuales difíciles, la actividad creativa,
etc., se evitan o abandonan con facilidad.
Satisfacción
en la escolarización temprana que, entre otros muchos beneficios,
proporciona el estímulo para intentar posteriormente experiencias
escolares más complejas y difíciles.
Tranquilidad
y paz interior durante la infancia, ayuda extraordinariamente al proceso
de aprendizaje y a desarrollar la capacidad de concentración.
Alegría
de vivir, entusiasmo, ilusión, esperanza, optimismo y alegría de compartir
con otros la propia experiencia.
Mantener
la atención favorece la concentracióny la continuidad necesaria
para completar tareas cada vez más complejas.
Espontaneidad,se
produce cuando hay contacto con los propios sentimientos, es la antítesis
de la impulsividad.
Independencia. Cuando el entorno es saludable,
el niño o la niña se independiza a medida que evoluciona su desarrollo.
Supone cuidar de uno mismo en función de la edad, también relacionarse
y cooperar con los demás sin perder los propios valores.
Adaptación
y flexibilidad, hacen posible adoptar soluciones y puntos de vista
ante situaciones desconocidas. Los niños y niñas disponen de un gran
potencial en esta capacidad y, como en el resto, su desarrollo o empobrecimiento
dependerá de las primeras experiencias.
Sentido
de la realidad como persona humana, que determina en gran
parte las expectativas. Si éstas son exorbitantes conducen a frustraciones,
desengaños, baja autoestima y depresión.
Autoaceptación, que se logra cuando se conoce
la propia realidad, las capacidades y limitaciones. Con aceptación
plena de la propia realidad se consideran irrelevantes la aprobación
o desaprobación de los demás.
Amabilidad para llevar a la práctica una actitud
afectuosa, afable y complaciente.
Solidaridad
y altruismo, prestando ayuda a los demás aún a costa de renunciar
a beneficios propios. Ponerse al servicio de los demás de buen grado
sin obtener algo a cambio, sino la satisfacción personal.
Comprensión y capacidad de ponerse en el lugar
de los demás para ver las situaciones desde su punto de vista.
Autoestima elevada, es decir la consideración
de que es digno de amor y que importa por el hecho de existir, sintiendo
que se valora y respeta la propia individualidad.
Bondad y generosidad que ofrecen el gozo de
dar y compartir, viviendo con humildad y disfrutando
de las cosas sencillas de la vida. La bondad supone grandeza de carácter
y de espíritu.
Calma, paciencia y capacidad de reflexión que
conduce al sentido común, evitando las tensiones y la ansiedad y conduce
al ambiente de paz y equilibrio y transmite tranquilidad, sosiego,
fuerza y serenidad.
Compasión
para sentir ternura y lástima por los problemas de los demás.
Es
imposible hacer un análisis completo de todas las cualidades, virtudes
y valores en el presente trabajo, además de los mencionados, podemos
añadir:
Los
valores negativos o contravalores son adquiridos, luego pueden modificarse.
El ámbito familiar y el escolar debe neutralizarlos porque destruyen
las cualidades y bloquean el correcto desarrollo de la personalidad
del niño o la niña.
Los
valores negativos, al igual que los positivos, interactúan y se alimentan
entre sí. Todos poseemos contravalores porque somos producto de la
educación que hemos recibido, y las personas que nos educaron también
los poseían. Comencemos por identificar nuestros valores negativos,
éstos casi siempre son reacciones a las influencias destructivas que
se encuentran en el entorno (familia, trabajo, relaciones sociales,
etc.), una vez que los reconocemos, podemos neutralizarlos para que
no se conviertan en contravalores para los niños y niñas cuyo desarrollo
queremos promover.
Todo
lo que es adquirido puede ser evitado o modificado.
Algunos
contravalores
Baja autoestima, se crea por el efecto de
todas las fuerzas destructivas e impide que el niño o la niña evolucione
de forma positiva en cualquier área de la vida.
Desesperanza. Es el sentimiento de que la
satisfacción por cualquier actividad no llegará nunca, que el padre
y la madre jamás estarán satisfechos, que no merece la pena realizar
nada. Las primeras señales consisten en el abandono de los intereses,
compromisos o actividades. Es producto de una relación destructiva
con uno mismo. Muchos de los niños y niñas llamados perezosos sufren
desesperanza, son incapaces de entusiasmarse y, si el sentimiento
permanece durante años, conduce a graves depresiones.
Rendición o dimisión. El niño o la niña se
aleja de la participación y el compromiso ya que esto significaría
preocupación por las cosas, y preocuparse le hace vulnerable al
fracaso, a las pérdidas y al conflicto. Desea evitar el dolor en
todos los asuntos conflictivos, de modo que no se implica. Esta
maniobra defensiva para evitar el sufrimiento emocional hace prácticamente
imposible el participar en el auténtico desarrollo o satisfacción
que puede ofrecer cualquier aspecto de la vida.
Dependencia malsana. El niño o la niña siente
debilidad e insuficiencia, busca siempre a alguien que le cuide
y solucione sus problemas. Tiene la impresión de que estará a salvo
si condesciende y se adapta a todos los que le rodean y procura
no causar problemas.
Agresividad maligna. Normalmente va acompañada
de presunción y afán de dominio, con un alto grado de narcisismo,
perfeccionismo, arrogancia, ganas de venganza y una noción alta
de la propia capacidad. Los niños y niñas con este tipo de agresividad
suelen manifestar ilusiones engañosas de grandeza y, para ellos
lo más importante es que les sobrevaloren, les admiren y les respeten
a toda costa. Habitualmente empiezan demasiados proyectos y son
incapaces de terminarlos. Pueden ser explotadores, ejerciendo presión,
manipulación e interferencia en otros niños y niñas, motivos por
los cuáles crean relaciones turbulentas.
Muchos
niños y niñas son animados por los padres y por las madres a ser
agresivos y crearse expectativas inadecuadas. Estos adultos posiblemente
sean modelos agresivos que los pequeños tratan de imitar. La agresividad
ocasiona con frecuencia graves fracasos por la exagerada valoración
de sí mismo, sintiendo odio hacia sí y algún tipo de depresión.
Hostilidad. Es consecuencia de una ira crónicamente
reprimida por lo que el niño o la niña parece estar siempre enojado.
Cuando en la infancia el ambiente reprime emociones como la ira,
no consigue desterrarla ya que ésta es síntoma de otro problema
anterior, no un problema en sí. Si el niño o la niña no puede manifestarla
adecuadamente, la enmascara y la expresa de forma perversa como
las mentiras, habladurías maliciosas, reacciones de rabia, perturbaciones
psicosomáticas, etc. Si las emociones se reprimen, las relaciones
sufren y se contribuye a afianzar comportamientos como el cinismo,
o sentimientos de culpa que, en gran parte pueden ser imitados de
los adultos.
Pesimismo.En contra de lo que puede parecer,
el pesimismo suele ser un defecto que aparece a edad temprana. El
niño o la niña mantiene la creencia de que el fracaso es inevitable,
en parte por los escasos éxitos que obtiene. Suele ser ocasionado
por un padre y una madre excesivamente protectores que impiden que
el niño o la niña experimente, afianzando en él el convencimiento
de que cualquier iniciativa tendrá un resultado negativo, luego
no emprende experiencias que puedan desarrollar sus capacidades.
Venganza.
El deseo de venganza concentra gran energía del niño o de la niña,
tiene un efecto autodestructivo e impide relacionarse de forma positiva.
El pequeño desea desquitarse para restaurar el orgullo herido y
mantener una situación de superioridad. El ambiente familiar o escolar
altamente crítico y confuso acerca de los auténticos valores fomentan
la necesidad de venganza.
Deseo de provocar envidia. Cuando el niño
o la niña se siente motivado por la envidia que provoca en los demás,
pone su destino en manos de otras personas. La familia y el colegio
que fomentan la competitividad y valoran sólo a los niños y niñas
que destacan, haciendo comparaciones constantes, están afianzando
envidias en unos y deseos de provocarlas en otros.
Culpar a los demás de los propios defectos
y actuaciones suele acompañarse de una exagerada necesidad de agradar,
ser admirado y respetado. Lo que piensen los demás tiene más importancia
que las propias ideas, por ello, cuando no hay aprobación exterior,
culpan a otros de sus actuaciones.
Envidia. El niño o la niña desea en todo momento
lo que poseen los demás y desarrolla la creencia de que todos tienen
más de lo que tiene él. No hablamos aquí de la ambición y el deseo
saludable, sino de la emoción firmemente arraigada en el pequeño
que impide su normal desarrollo.
Celos. Es la emoción que el niño o la niña
siente cuando se cree amenazado por la posibilidad de que alguien
o algo le sea arrebatado. Al igual que la envidia, enmascara sentimientos
de insuficiencia, fragilidad, baja autoestima, sentimientos de ser
indignos e ineptos. Los celos provocan amargura, culpabilidad y
relaciones destructivas con los demás y consigo mismo, requieren
tanta energía que impiden el sano desarrollo del niño o la niña
en todas las áreas de la vida.
Terquedad excesiva. Se presenta frecuentemente
con perfeccionismo y arrogancia. Impide la evolución sana ya que
el aprendizaje requiere la capacidad de aprovechar los errores cuando
hay equivocaciones. La necesidad de tener siempre la razón, o bien
de obtener resultados perfectos, produce en el niño o la niña miedo
a comenzar actividades por miedo a equivocarse.
Egocentrismo más allá de la edad normal y
considerado como cierto tipo de narcisismo. Se desarrolla cuando
el niño o la niña es privado de la experiencia de preocuparse de
otras personas y de tener con ellas relaciones normales de dar y
recibir. Si desde edad temprana el niño o la niña tiene una perspectiva
deformada de sí mismo y del mundo, con baja autoestima, refuerza
el egoísmo y la avaricia que le impiden desarrollarse en todas las
dimensiones madurativas, ya que esto sólo se produce a través de
un verdadero intercambio con los demás.
Falta
de interés. Habitualmente está causado por la ausencia de un ambiente
motivador y carente de oportunidades estimulantes. Todos los niños
y niñas tienen curiosidad natural y necesidad biológica de aprendizaje,
por ello la falta de interés denuncia la pobreza del entorno y la
baja autoestima del niño o la niña.
Timidez extrema. El niño o la niña es un ser
social, cuando no tiene seguridad para establecer relaciones se
siente infeliz. Habitualmente se considera la timidez como una reserva
e independencia saludables y no es cierto. La timidez va acompañada
de un sentido del ridículo extremo nacido de la inseguridad y de
la baja autoestima, también del sufrimiento cuando el niño o la
niña recibe atención aunque la desee, y la falta de enriquecimiento
de experiencias que provienen del libre intercambio con amigos
y amigas.
Actitud posesiva en exceso. Es una forma de
dependencia malsana en la que el niño o la niña necesita tener la
sensación de poseer a otra persona para sentirse seguro. Con frecuencia
es fruto de un proteccionismo exagerado por parte del padre y de
la madre que crea dependencia y una pobre autoestima.
Falta de imaginación. Su origen puede ser
un entorno carente de estímulos, demasiado autoritario o proteccionista.
También puede resultar de una gran ansiedad y miedo a la espontaneidad
provocado por un ambiente represivo con las emociones y sentimientos.
La culpa. Es especialmente nociva cuando se
usa como instrumento manipulador ya que tiene un efecto paralizador,
lesiona gravemente la autoestima y no conduce a ninguna transformación
constructiva.
Orgullo excesivo. Es utilizado para disfrazar
y compensar sentimientos de fragilidad. El niño o la niña aprende
a usarlo para fomentar una falsa imagen de sí mismo y aumentar conceptos
idealizados de su persona. Esto le conduce a una gran vulnerabilidad
porque la realidad le enfrenta repetidas veces con sus limitaciones.
Falta de conciencia como miembro de un grupo
social. Puede tener su origen en la tolerancia o permisividad excesiva
donde no se establecen límites de ningún tipo. También por crecer
en un ambiente cruel con privaciones materiales y emocionales. Puede
provocar en el niño o la niña desde una incapacidad para identificarse
y empatizar con otras personas, hasta no distinguir lo que está
bien de lo que está mal, careciendo de un mínimo sistema de valores
humanos.
PROBLEMAS
DEL COMPORTAMIENTO EN LA INFANCIA
La
mayor parte de los comportamientos infantiles son aprendidos
y se repiten según el efecto que producen en el medio que rodea
al niño o la niña. La conducta es el resultado de la interrelación
del individuo y su ambiente.
Cada
grupo social elabora unas normas y pautas de conducta. Hablamos
de problemas de comportamiento cuando, por defecto o exceso, éste
no se adapta a las pautas de conducta preestablecidas. Luego los
criterios de normalidad son relativos, y la anormalidad implica
una desviación en frecuencia, intensidad y modo de realización
del promedio.
El
niño o la niña no hereda la mayoría de comportamientos desadaptados,
son consecuencia de procesos de aprendizaje. El ambiente familiar,
el escolar o social los ha fortalecido.
Si
los comportamientos son adquiridos, pueden ser modificados,
además de poder prevenir los que aún no existen.
Para
poder cambiar un comportamiento desadaptado, debe modificarse
también el de las personas que rodean al niño o niña, ya que le
han ofrecido reforzadores, como la atención concentrada, ante
dicho comportamiento.
Al
hablar de problemas de comportamiento hay que distinguir entre aquellos
que el niño o la niña desarrolla de forma inadecuada y frecuentemente
(por lo tanto nos centraremos en que disminuyan y desaparezcan)
y los comportamientos que el niño o la niña debería de realizar
en función de su edad y no lo hace, o bien lo hace de forma incorrecta
(en este caso debemos crearlos o perfeccionarlos).
El
aprendizaje de la conducta se realiza principalmente por:
Experiencias anteriores. El niño o la niña
reacciona en respuesta a estímulos que guardan semejanza con otros
estímulos aprendidos con anterioridad y que le reportaron beneficio
o perjuicio.
Por refuerzo operante.
Los comportamientos han recibido refuerzos que pueden ser positivos
como un premio, o negativos como un castigo, inmediatamente después
de haberse realizado.
Por aprendizaje social,
por observación o por imitación.
Disminuir
y eliminar comportamientos desadaptados
El
niño o la niña realiza el aprendizaje por medio de ensayos y errores
o aciertos. Repite un comportamiento porque, tras realizarlo, ha
obtenido una ventaja, una gratificación o un beneficio.
Conviene
averiguar que reforzadores está obteniendo cada niño o niña ante
sus comportamientos desadaptados con el fin de suprimirlos.
El
castigo se utiliza para que el niño o la niña experimente
unas consecuencias desagradables por su conducta. Puede ser de cuatro
tipos:
Agresión física (azotes, bofetadas, etc.)
Agresión verbal (críticas, insultos, juicios
de valor, etc.)
Prohibición de algo agradable (no ver televisión,
no salir al parque , etc.)
Retirada de un privilegio (acostarse más pronto,
eliminar la propina, etc.)
Me
gustaría añadir otro tipo de castigo para nuestra reflexión, el
chantaje emocional o castigo psicológico, se utiliza cuando,
tras el comportamiento, los adultos mantienen interminables silencios,
malas caras, exageradas entonaciones de voz y estimulan los sentimientos
de culpa durante un tiempo interminable.
Está
demostrado que el efecto del castigo es temporal y en el momento
en que se modifican las circunstancias en que se aplicó, la conducta
vuelve a repetirse.
Puede
ocurrir que lo que el adulto considera desagradable para el niño
o la niña, en realidad no lo sea para él, y en vez de considerarlo
un castigo se convierta en un reforzador, aumentando el comportamiento
desadaptado en intensidad y frecuencia.
El
castigo suele ir acompañado de otros efectos emocionales como la
ansiedad, el miedo, etc. Cuando el niño o la niña lo recibe escucha
además juicios sobre su valor personal: “eres un desordenado”,
“eres malo”, “eres desobediente”, etc. Lo
cuál lesiona gravemente su autoestima. Las habilidades que el niño
o la niña esté realizando en ese momento pueden quedar perturbadas
por la ansiedad que siente, y las consecuencias erróneas se pueden
prolongar en el tiempo e interferir la adquisición de nuevos aprendizajes.
Si
el niño o la niña comete un error en su actividad escolar y se le
castiga, aumentará su ansiedad y es posible que cometa nuevos errores.
Cuando
el niño o la niña experimenta miedo o ansiedad ante el aprendizaje,
intenta librarse de este estado emocional evitando enfrentarse con
la situación que lo provoca, es decir, con el propio aprendizaje.
Por
todo lo relatado y otras muchas argumentaciones que serían largas
de explicar aquí, no considero el castigo como un método eficaz
de eliminar comportamientos desadaptados. Además la violencia física
o verbal que acompaña al castigo puede convertirse en modelo a imitar
por el niño o la niña, desarrollando nuevos comportamientos desadaptados
como la agresividad.
El
castigo, sobre todo físico y verbal, sólo es efectivo como descarga
emocional de los adultos.
Sugiero
aplicar el método de las consecuencias lógicas
El
método de las consecuencias lógicas
El
niño o la niña debe saber que todo comportamiento tiene unas consecuencias
lógicas que no son el castigo impuesto por los adultos.
1º.
- La consecuencia debe estar relacionada con el mal comportamiento.
El niño o la niña tiene que ver la relación entre lo que hace y
el resultado, en otro caso no sería eficaz.
Ejemplos:
Si Juan rompe un juguete con intención, se le retira, sin ofrecerle
otro a cambio. Si Daniel no se lava las manos, no puede sentarse
a la mesa para comer. Si Luis no recoge las piezas de construcción,
no puede sacar otros juegos.
2º.
– La familia o la clase, deben establecer normas claras
de conducta y enseñárselas a los niños y niñas.
3º.
- No decir por adelantado cuál será la consecuencia, esto
se convertiría en una amenaza y anularía el efecto de la consecuencia
porque el niño o la niña sabe con antelación lo que ocurrirá. Además
puede decidir enfrentar la consecuencia como “una lucha de
poder” y ver si el adulto sigue hasta el final.
4º.
- El tono de voz amistosa es más eficaz. Si el niño o la
niña percibe el enojo del adulto, está consiguiendo un posible beneficio:
conseguir toda la atención como fruto de su comportamiento. También
puede ocurrir que el enojo o la irritación provoque deseo de represalias
por parte del niño o la niña.
5º.
– Cuando el niño o la niña experimente la consecuencia
de su comportamiento no hay que decirle “te lo advertí”,
si machacamos sobre el resultado, anulamos el valor correctivo
y fomentamos la “lucha de poder” del niño o la niña
para ganar la batalla final. Cuanto menos se hable durante todo
el proceso, mucho mejor.
Además
tendremos en cuenta nuestro comportamiento al respecto:
Evitar la competitividad y la comparación.
Respetando la individualidad de cada niño o niña conseguiremos que
se responsabilice por sus propios actos.
No lamentarse por el niñoo
la niña cuando le ocurre algo. En vez de ayudarle a superarlo provocamos
lamentación por su parte y no le motivamos para que se sobreponga.
Con empatía comprenderemos sus emociones al respecto y le indicaremos
el modo de encauzar estas emociones de forma adecuada para superar
el problema.
No dar demasiada importancia a los temores y miedos. Cuando
el niño o la niña observa que se le presta atención por ello, puede
afianzarse el comportamiento, tampoco es conveniente hacer que se
enfrente bruscamente a la situación que provoca el temor. Siempre
es más positivo ayudarle a que aumente la seguridad en sí mismo
y, progresivamente, intentar que supere el temor.
No utilizar las charlas moralizantes.
El niño o la niña debe tener claro que la consecuencia de su comportamiento
no es algo que el adulto le impone, sino la propia situación. Evitar
las moralizaciones es evitar los juicios de valor, los rechazos
y fomentar la autoestima.
Empezar por modificar un
solo comportamiento tomando el tiempo que sea necesario.
Primero se conseguirá una disminución en la frecuencia e intensidad
del mismo. Eliminarlo lleva bastante tiempo, sobre todo cuando el
comportamiento está muy interiorizado. Cuando se observen cambios
positivos, puede trabajarse la disminución y eliminación de otros
comportamientos.
Cuando el adulto abandona los sermones, los
retos, las luchas de poder y las expectativas inadecuadas,
no sólo mejora el comportamiento del niño o la niña, también mejora
la relación.
El
niño o la niña busca entonces nuevas formas de ser aprobado
y reconocido, si le ofrecemos la posibilidad de que esto ocurra
cuando utiliza comportamientos positivos, muchos aspectos negativos
desaparecen.
No utilizar castigos físicos, verbales ni
emocionales. El niño o la niña aprende que la violencia
es la respuesta adecuada para resolver problemas, sobre todo cuando
existe frustración, que es en realidad lo que siente el adulto que
recurre a estos métodos.
Hay situaciones que no se prestan para tener
consecuencias eficaces o que no son apropiadas, bien porque el resultado
es perjudicial o peligroso, o porque la consecuencia no puede ser
inmediata y, en caso de aplicarla, se convertiría en un castigo.
Por
último recordar que para comenzar la eliminación de comportamientos
desadaptados conviene elaborar una lista de los mismos, anotando
la frecuencia, la intensidad y lo que sucede antes y después
de cada comportamiento. Esto nos ayuda a reflexionar sobre los
beneficios que obtiene el niño o la niña como consecuencia de dicho
comportamiento y lo que puede provocarlo. Si tenemos claros estos
datos estamos en el mejor de los caminos para alcanzar nuestro objetivo.
En
primer lugar de la lista colocamos el más desadaptado de los comportamientos
y, después de una semana de intento de modificarlo, volvemos a anotar
la frecuencia e intensidad para controlar si aparecen resultados
positivos.
Cuando
el comportamiento ha disminuido considerablemente, pasamos a hacer
lo mismo con el segundo comportamiento anotado en la lista.
Como
crear, aumentar o perfeccionar algunos comportamientos
Al
igual que en la disminución y eliminación de comportamientos desadaptados,
el mejor método para crear o perfeccionar conductas adaptadas consiste
en que el niño o la niña experimente las consecuencias positivas
que siguen al comportamiento.
El
primer paso a seguir será averiguar que cosas resultan gratificantes
para el niño o la niña y, en función de sus intereses variables,
cambiar el tipo de gratificaciones.
Estímulos
y recompensas
Las alabanzas, el reconocimiento de los logros
propios, la consideración de los demás, son los refuerzos
que más gratifican al niño o niña.
Si, inmediatamente después de un comportamiento
positivo, un logro o cooperación, prestamos especial atención
al niño o la niña con afecto cálido, valoración y aprobación,
asociará el placer de la alabanza con la tarea o conducta realizada
y las posibilidades de que se repita son muy elevadas.
Cuando el pequeño o pequeña se esfuerza por
realizar algo que consideramos positivo, debemos estimular y
valorar su esfuerzo mientras lo intenta, sin esperar a que termine,
de otro modo podría desanimarse y frustrarse.
Hay que reforzar los pequeños logros,
son la base de las realizaciones más importantes en el futuro.
Cuidado con reforzar todo y en todo momento,
se le puede estimular o reforzar por hacer poco o nada. Debe existir
cooperación, esfuerzo por un logro o intento de comportarse adecuadamente
para recibir una gratificación.
La base de toda evolución positiva consiste
en aceptar al niño o la niña y no confundir su comportamiento con
su valor personal.Si no nos basamos en este principio,
el pequeño o pequeña podría sentir que sólo es digno cuando logra
buenos resultados.
Los refuerzos recibidos con asiduidad hacen
que el niño o la niña se sienta apreciado, que gane confianza
n sí mismo y aumente su autoestima y su ilusión por alcanzar nuevos
logros.
Cuando una conducta positiva no es reforzada,
se debilita y desaparece. Aunque el niño o la niña muestre
esa conducta con frecuencia, hay que seguir reforzándola de vez
en cuando.
Siempre es preferible el estímulo o refuerzo
a las recompensas, aunque éstas últimas son muy eficaces
con niños y niñas que sufren algún retraso mental, perturbaciones
emocionales y algunos problemas congénitos.
El
modelo a imitar
El
niño aprende a comportarse según las pautas de conducta que observa
en otras personas que toma como modelo. Elige a esas personas porque
despiertan su interés o las valora de forma positiva. El padre,
la madre y los educadores deben tener presente en todo momento que
el niño o la niña hace lo que ve hacer, no lo que le dicen que haga.
Principalmente, son sus modelos a imitar.
Los
pequeños imitan comportamientos en los que observan resultados eficaces,
sin discernir si están bien o mal. Los héroes de las series televisivas
suelen triunfar gracias a comportamientos agresivos, engañosos y
faltos de escrúpulos morales y en el ambiente de la calle siempre
parece salir triunfador el que más violencia verbal o física ejerce.
Nunca
es demasiado pronto para inculcar en los niños y niñas unos valores
humanos sólidos, nuestra mirada atenta puede prevenir el que tomen
modelos inadecuados para imitar su comportamiento.
Unidad
de criterios
En
todos los aspectos de la educación la unidad de criterios de los
agentes educativos es de vital importancia. No está en nuestras
manos modificar los planteamientos de la administración educativa
o de los medios de comunicación, pero si es posible que en los agentes
más decisivos, el ámbito familiar y el escolar, los criterios sean
comunes en sus principios básicos.
El
padre, la madre y los educadores han de estar de acuerdo en las
pautas a seguir, acordar sus actuaciones ante los comportamientos
a crear o eliminar, y mantenerlas con firmeza, no con inflexibilidad.
No deben aclarar las dudas o las opiniones contradictorias delante
de los niños y niñas, ni comentar sobre ello cuando están presentes.
El
perdón también puede ser un acto pedagógico que le ofrece al niño
o la niña la seguridad de que creemos en él.
Nadie
es perfecto, todos nos equivocamos diariamente, y no es sano exigir
perfección a los adultos, mucho menos a los niños y niñas.
Nuestra
misión consiste en transmitir una jerarquía de valores ajustada,
no en exigir a los niños y niñas que den muestra de haberla adquirido
antes vivir las experiencias necesarias para su interiorización.
La
infancia es un período maravilloso que se otorga a los seres humanos
para que “lleguen a ser y a convivir”. La escuela puede
convertirse en un espacio donde es peligroso ser uno mismo o en
un lugar mágico que les ayude en su proyecto personal. La decisión
debe tomarla el educador.
EL
PROGRAMA DE EDUCACIÓN EN VALORES
Tenemos
que servir a los valores en los que creemos, aunque sólo lo podamos
hacer en un ámbito pequeñísimo”.
Hermann
Hesse.
Para
elaborar un programa de educación en valores en edades tempranas
hay que tener en cuenta que sea universal y que pueda adaptarse
a las diferentes culturas y comunidades, que sea sencillo de llevar
a la práctica y ofrezca un modelo positivo de roles, transmitiendo
cualidades o virtudes fundamentales.
Necesitamos
una labor educativa explícita, encaminada a valorar los modos de
actuar que no se adecuan a los que forman la tradición cultural
o configuran la propia comunidad escolar. De estos modos de actuar
y de los valores, se supone que es conocer y representante el educador.
La
labor educativa no puede desarrollarse desde la improvisación o
la experimentación. Requiere precisión, intencionalidad y organización.
El plan general de actuación debe especificar objetivos, contenidos
y actividades que respondan a las necesidades de los niños y niñas.
El programa ha de ser flexible, permitiendo las modificaciones necesarias
para la mejor adaptación a la realidad del aula y del centro. Para
realizar un programa coherente de formación en valores, es imprescindible
seguir estos pasos:
Debate
y toma de decisiones de todo el quipo docente del centro respecto
a las finalidades y objetivos del programa, estableciendo qué, cuándo
y cómo se va a enseñar.
Elaborar
las programaciones curriculares de aula.
Coordinar
las acciones de continuidad de los diferentes niveles.
Establecer
la colaboración y participación de las familias para que los niños
y niñas no vivan contradicciones entre el ámbito familiar y el escolar.
Establecer
los momentos y criterios de evaluación para realizar los ajustes
necesarios en el programa.
PRINCIPIOS
METODOLOGICOS A TENER EN CUENTA.
Cada
niño y cada niña tiene características individuales que le diferencian
del resto del grupo. El educador o educadora debe apoyarse en diferentes
estrategias didácticas para promover el proceso enseñanza-aprendizaje
de cada miembro del grupo.
La
motivación es un requisito imprescindible para que se produzca el
aprendizaje. Sólo aprende el niño o la niña que desea aprender.
Procurar
que cada niño y niñas tenga oportunidad de conseguir algo de éxito
en las tareas para que desarrolle la autoestima que promueva el
aprendizaje.
Prestar
la ayuda adecuada a las necesidades de cada miembro del grupo. Diversificando
la ayuda se garantiza la correcta evolución de cada uno.
El
sentido y la significatividad del aprendizaje:
Partir del
nivel de desarrollo del niño o niña.
Valorar los
conocimientos previos con los que cuenta.
Asegurar
la construcción de aprendizajes significativos.
Cultivar
su memoria comprensiva.
Basar la
labor educativa en el proceso de interactividad.
Buscar la
participación activa del niño o niña para establecer relaciones
entre el nuevo contenido y los esquemas de conocimientos ya existentes.
Trasladar
los aprendizajes a su vida cotidiana.
Adoptar un
enfoque globalizador.
Proponer situaciones
globales ya que aprender requiere establecer conexiones múltiples entre
el conocimiento previo (experimentado o vivido) y el nuevo que se plantea.
Comunicación y coordinación con las familias.
Información
sobre las características generales del período de edad.
Compartir
información sobre los objetivos propuestos.
Sugerencias
y pautas de actuación familiar.
Informes
sobre la evolución del niño o niña y entrega de la evaluación correspondiente.
Entrega
de dossieres sobre temas de interés.
La agrupación
de niños y niñas.
Dadas
las diferencias del ritmo de evolución de los niños y niñas, así como
los distintos horarios de asistencia, se utilizan sistemas de agrupamiento
flexibles y dinámicos, dependiendo de cada momento, de los objetivos
a desarrollar y de las posibilidades de material y espacio. Básicamente,
son los siguientes:
Todo el grupo.
Pequeños
grupos en función de los intereses y aptitudes.
Actividad
individual.
Organización
del ambiente. Criterios.
Las
necesidades de los niños y niñas:
Fisiológicas.
Afectivas.
De
autonomía.
De
socialización.
De
juego y movimiento.
De
expresión.
De
experimentación y descubrimiento.
Los materiales
Dentro
de los materiales del aula, se preparan aquellos que son necesarios
y adecuados para los objetivos y actividades planteadas, vigilando la
capacidad de estímulo de cada objeto en los diferentes momentos y su
renovación cuando sea necesario.
Al
realizar la programación de las actividades diarias se definen los materiales
que se necesitarán para cada sesión. Estos pueden ser:
Material
del aula.
Material
del Centro.
Material
aportado por las familias.
Los
tiempos
La
organización del tiempo en el aula siempre es flexible y está marcada
por los horarios de asistencia de los niños y niñas.
En
todo momento es preciso respetar el ritmo de cada niño o niña ya que
precisan de autoestructuración emocional, cognitiva y social, unido
al tiempo que cada uno necesita para establecer la comunicación, la
participación grupal, el cambio de actividades, el paso de una situación
a otra, etc.
En
las actividades y su distribución en el tiempo se permite que no todos
los niños y niñas tengan que hacer lo mismo y en el mismo tiempo.
A
lo largo de la jornada se tiene en cuenta:
El ritmo
de las distintas actividades.
El horario
de almuerzos, comidas, meriendas y el intervalo entre ellas.
Distribución
del período de sueño o descanso.
El número
y la duración de los períodos de juegos.
En
cuanto al ritmo de las actividades se considera:
Tiempo de
juego libre para que el niño o niña pueda experimentar, comunicar
y relacionarse.
Un tiempo
de rutinas para estructurar la secuencia de acontecimientos del
aula y del Centro.
Un tiempo
de actividades con distinta naturaleza en función de la programación.
Partes
de cada sesión programada:
Preparación
de las actividades.
Período de
ejecución de las actividades.
Recogida
de materiales (clasificación, orden, etc.)
Valoración
de las actividades.
LOS OBJETIVOS
DE LA EDUCACIÓN EN VALORES
LOS AGENTES
EDUCATIVOS DEBEN TRANSMITIR UNA ESCALA DE VALORES COHERENTE.
De este modo se orientarán los sentimientos, deseos
y emociones para que las nuevas generaciones sigan un modelo, un cauce
determinado aunque, a través de su experiencia, cada uno opte por elegir
libremente otro cauce, creando un modelo propio. Para conseguirlo, tendremos
en cuenta:
Sólo se educa
a sí mismo el niño o la niña que crece en libertad porque evoluciona
desde la total dependencia hasta la autonomía plena de forma gradual.
Definir claramente
el tipo de educación que se desea.
Fijar las pautas
de actuación.
Ser constantes
en la labor emprendida.
Empatía para
comprender y aceptar al niño o niña.
Ofrecer pautas
de comportamiento adecuadas a la edad.
Evitar la permisividad
que impide adquirir una conciencia que dirija la conducta.
La sobreprotección transmite sensación
de incapacidad e inseguridad, lesiona la autoestima y bloquea el crecimiento
emocional.
La autoridad y la firmeza son necesarias
para promover valores y capacidades, facilitando la interiorización
de normas de conducta.
En el hogar y en el aula hay que
mantener la disciplina imprescindible para establecer y conservar
el orden, adaptando la conducta de los niños y niñas a las normas
y restricciones que impone la convivencia en sociedad.
Podemos y debemos fomentar la autoestima
cuidando de no lesionar la opinión que sobre sí mismos comienzan a
forjar los niños y niñas.
Facilitando un clima afectivo y seguro,
con valoración y aprecio sincero, podemos hacer sentir a cada niño
o niña como un ser especial al que queremos, con independencia de
que aprobemos o no lo que hace.
La unidad de criterios
para evitar que los niños y niñas reciban mensajes contradictorios.
Ser coherentes en todo momento.
Admitir los errores.
Pedir perdón cuando sea necesario.
Saber perdonar de corazón.
Padres, madres, educadores y educadoras,
somos los principales modelos a seguir.
Transmitimos los valores morales
y sociales que poseemos a través de nuestras actuaciones diarias.
LOS BLOQUES DEL CONTENIDOS DEL PROGRAMA
EDUCACIÓN MORAL
Y PARA LA PAZ
EDUCACIÓN PARA
LA SALUD Y LA EDUCACIÓN VIAL
EDUCACIÓN AMBIENTAL
RESPETO A LA
DIVERSIDAD. IGUALDAD DE OPORTUNIDADES.
EDUCACIÓN PARA
EL CONSUMO
EDUCACIÓN
EN VALORES
(Ejemplo
de distribución de los bloques de contenidos en las unidades didácticas)
UNIDADES
E.
PAZ E. MORAL
E. SALUD
E.VIAL
E. AMBIENTAL
I. OPORTUNIDADES
R. DIVERSIDAD
E. CONSUMO
AMIGOS Y AMIGAS
X
X
X
X
¡UF, QUÉ
VIENTO!
X
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LAS FIESTAS
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TIRITO DE FRIO
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LOS JUGUETES
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EL CARNAVAL
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¡CÓMO
LLUEVE!
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ANIMALES Y PLANTAS
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HACE CALOR
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EDUCACION
MORAL Y EDUCACION PARA LA PAZ
EL
CONCEPTO DE SI MISMO
Autoestima,
aceptación y confianza en si mismo.
Discriminar
comportamientos adecuados.
Autocrítica:
reconocimiento de errores, valoración de la propia actuación.
Responsabilidad,
compromiso personal.
Regulación
del propio comportamiento, autocontrol.
Defensa de
los derechos y opiniones.
Autonomía e
iniciativa, planificación y secuencia de la propia acción.
LA
CONVIVENCIA
Participación
en el grupo y en el establecimiento de normas.
Desarrollo
de las habilidades sociales.
Respeto a los
demás, ayuda y colaboración.
Pautas de convivencia.
Interés por
compartir atenciones, amistades, objetos.
Uso de normas
lingüísticas en los diálogos.
Valorar las
normas y modelos de comportamiento.
Expresión de
efecto y de los sentimientos
LOS
CONFLICTOS
Resolución
pacífica y progresivamente autónoma de los conflictos.
Aprender a
dialogar.
Desarrollo
de hábitos cooperativos.
La no violencia:
actitud crítica frente a la cultura bélica que se transmite como valor
a través de juguetes, dibujos animados, películas, juegos informáticos,
etc...
EDUCACIÓN
PARA LA SALUD Y EDUCACIÓN VIAL
Alimentación y nutrición.
Educación sexual.
Cuidados personales.
Educación para
evitar dependencias.
Actividad física.
Prevención de accidentes.
Educación vial.
EDUCACIÓN
AMBIENTAL
Valorar
la calidad del entorno inmediato.
Ser sensible hacia la conservación del medio
Respeto a los animales
y las plantas.
Espíritu crítico ante situaciones concretas
o problemáticas ambientales.
IGUALDAD
DE OPORTUNIDADES. RESPETO A LA DIVERSIDAD.
Conocimiento, valoración
y respeto a las diferencias, evitando situaciones de discriminación respecto
a:
Diferencias
de clase social.
Diferencias
en función del sexo.
Diferencias
físicas o psíquicas.
Diferencias
de otras etnias, religiones o culturas.
Diferencias
respecto a tipos de profesiones u ocupaciones.
EDUCACIÓN
PARA EL CONSUMO
·Aprender a leer
los mensajes que la sociedad envía.
·Prevenir las actitudes
consumistas.
¿CÓMO CONSEGUIR LA COLABORACIÓN DE LA FAMILIA?
Labor
de orientación y asesoramiento familiar.
Reuniones de
padres y madres.
Escuela de
padres y madres.
Encuentros
de familias en el Centro (compartir una merienda elaborada por los
padres y las madres).
Día de convivencia de las familias
en el campo o en un parque.
Día de las
profesiones: un padre, una madre, un abuelo o una abuela hablan para
los niños y niñas sobre su profesión (responsabilidad, compromisos,
compañerismo, etc.).
Información
a las familias sobre el trabajo realizado en la clase, solicitando
su colaboración.
Canciones sobre
valores
Cuentos
sobre valores.
Cuentos para que los padres y
las madres lean a los hijos o hijas en casa.
Cuentos
de imágenes, sobre distintos valores, para que los padres y las
madres escriban el texto y lo lean con los hijos o hijas.
Libro viajero:
pasa de familia en familia y cada una anota una idea para desarrollar
un valor.
Cada niño
o niña lleva a la clase un cuento sobre un valor humano y lo intercambia
para que otro niño o niña lo lleve a su casa.
Los mensajes del niño o la niña:
En
una nota o en un separador de hojas para libros, el educador escribe
un mensaje que el niño o la niña quisiera transmitir a su papá y a
su mamá.
El kilo solidario:
El
padre, la madre, o ambos acompañan a su hijo o hija a una entidad
de ayuda a indigentes o ancianos para llevar un kilo de algún alimento.
El
juguete solidario:
Cada niño o niña lleva a clase un juguete
para regalar a otros niños o niñas que carecen de recursos (lo ideal
sería que los padres y madres asistieran a la entrega de regalos)
Pedir a las familias que acompañen a los niños o niñas para entregar
algún alimento que les guste mucho a una persona indigente que se
encuentre en la calle.
Orientar a las familias sobre acciones concretas:
Cuidar de animales
y plantas.
Respetar y valorar las plantas y el mobiliario de parques y
jardines de la ciudad.
Desarrollar hábitos de ahorro de energía.
Colaborar en la selección de basuras, hablarles sobre el perjuicio
de las materias que dañan el medio ambiente.
Cuidar los elementos del hogar, los juguetes,...
El deber de educar en valores antes lo cumplía la familia, lo refrendaba
la sociedad y lo consolidaba la educación formal.
Hoy, los lazos entre estos agentes educativos se han roto.
Para que
las nuevas generaciones no crezcan en el vacío debemos proporcionarles
un marco educativo que diseñe horizontes y marque las pautas de
los caminos a seguir.
NUESTRA
FUNCIÓN PRIMORDIAL DEBE SER EDUCAR EN VALORES
.
Para conseguir
este difícil objetivo:
Hay que conseguir la colaboración
de la familia y procurar apoyo en la sociedad.<