Son numerosos y variados los estudios que relacionan las insuficiencias
en el desarrollo del lenguaje oral con las dificultades encontradas
en el lenguaje escrito. Una clasificación muy superficial nos
muestra que dichos estudios se han llevado a cabo con tres tipos de
alumnos. En unos casos con alumnos disléxicos, Bravo (1985) compara
a alumnos disléxicos con lectores normales y afirma que los disléxicos
tienen una serie de aspectos lingüísticos peor desarrollados
que los lectores normales, tales como la memoria verbal inmediata, la
velocidad en la nominación de objetos, la evocación de
información mediante claves verbales y el procesamiento auditivo-fonológico.
De ahí que hayamos denominado teoría del déficit
verbal a la explicación de las dificultades lectoescritoras de
numerosos alumnos cuando se pone el acento en un déficit lingüístico.
En otros con alumnos de ambientes socioeconómico bajo (Bravo,
1999). Este investigador defiende la relevancia del lenguaje oral (vocabulario,
configuración sintáctica de las oraciones y la articulación
de palabras) en el desarrollo del lenguaje escrito, al afirmar que los
niños procedentes de ambientes socioeconómicos bajos han
requerido un reaprendizaje previo del lenguaje oral para facilitar el
reconocimiento de los fonemas. Y otros estudios se realizan con retrasados
lectores, como el trabajo de Bryant y Bradley (1998) quienes se preguntan
si en los lectores retrasados realmente existe un déficit y afirman
que, una vez abandonado la defensa del ‘déficit perceptivo
visual’, la teoría del déficit cognitivo y el déficit
lingüístico han sustituido a la explicación de las
dificultades lectoescritoras. Estos investigadores postulan que las
capacidades lingüísticas estén relacionadas con el
rendimiento en lectura y escritura, puesto que aprender a leer y escribir
no es más que aprender de forma escrita el lenguaje oral.
Los resultados comunes obtenidos en estos trabajos demuestran que existe
un déficit lingüístico como causa posible de la explicación
de las dificultades en lectura. Sin embargo, podríamos plantear
el siguiente interrogante al que intentamos dar respuesta en nuestra
investigación: ¿es realmente influyente el lenguaje oral
en el aprendizaje inicial del lenguaje escrito?
La preocupación por resolver esta incógnita ha motivado
entre los investigadores españoles la elaboración de pruebas
que predigan el rendimiento lector inicial, utilizando variables lingüísticas
como principales predictores (Molina, 1991; Mora, 1993). No obstante,
el hecho de encontrar una correlación significativa entre las
variables lingüísticas y el rendimiento lectorescritor no
justifica la existencia de una relación causal.
De los estudios mencionados se deduce la existencia de una relación
significativa entre algunas variables lingüísticas y el
aprendizaje de la lectoescritura, lo que no parece estar tan clara es
la naturaleza de esta relación, puesto que no será lo
mismo encontrar variaciones conjuntas entre las variables, como bien
podría definirse a partir de los coeficientes de correlación,
que encontrar una relación causal entre el lenguaje oral y el
lenguaje escrito, que sólo podría demostrarse a partir
de una metodología experimental o cuasiexperimental, mediante
la cual se pudiera establecer una relación de causa-efecto. Entendemos
que una causa debe preceder siempre a su efecto, por tanto si A es causa
de B, deberá producirse antes que B. De este modo, si A es el
origen de los problemas de lectoescritura debe ser posible detectar
su existencia antes de que los niños comiencen a aprender a leer
y, en cualquier caso, antes de que empiecen a tener dificultades. Sin
embargo, esto no sucede así en algunos de los resultados encontrados
por investigadores del tema.
El trabajo de Bishop y Butterworth (1980) puede considerarse como uno
de los estudios longitudinales más interesantes que estudian
la relación entre el desarrollo lingüístico y la
lectura. Estos investigadores afirman que si la teoría del déficit
verbal fuera correcta, dicho déficit debería existir antes
de que comenzaran las dificultades y, por tanto, antes de que el niño
comience a leer. No obstante, los resultados contradicen la teoría
del déficit verbal. Estos autores estudiaron a un grupo de alumnos
de cuatro años y medio y les aplicaron la Escala de Inteligencia
para Preescolar y Primaria de Wechsler (WPPSI). Después, volvieron
a evaluarlos cuatro años más tarde, pero en este caso
utilizaron la Escala de Inteligencia de Wechsler para niños (WISC).
Los resultados mostraron que en la segunda aplicación, cuando
los niños tenían ocho años, las pruebas verbales
tenían más relación con las dificultades de lectura
que las no verbales. Sin embargo, también encontraron en las
puntuaciones de inteligencia en la primera evaluación que la
relación entre los aspectos verbales y no-verbales con el éxito
posterior en lectura era la misma. Es decir, los niños con retraso
lector no realizaron especialmente mal las pruebas verbales; por el
contrario, su posterior déficit verbal se produjo después
de comenzar a leer y no antes. Este interesante trabajo de Bishop y
Butterworth demuestra que la relación entre dos fenómenos
no basta para establecer la causalidad de uno sobre otro. La alternativa
posible es que ambos fenómenos (A y B) pudieran estar determinados
por otro factor o factores desconocidos, en cuyo caso ni A ni B serían
causa uno de otro, sino que ambos podrían estar relacionados
e incluso depender de otra variable (C).
Otra de las investigaciones que contrasta la teoría del déficit
verbal es la realizada por Denckla y Rudel (1976). Estos autores decidieron
poner a prueba lo que llamaron ‘denominación rápida
automática’, para lo cual mostraron a los niños
una serie de dibujos muy familiares que tenían que nombrar lo
más rápido posible. Propusieron esta tarea a tres grupos
de niños, todos de inteligencia normal y con edades entre siete
y doce años. El primero era un grupo de lectores retrasados,
el segundo era un grupo de alumnos con problemas de aprendizaje escolar
pero competentes en lectura y el tercer grupo eran niños sin
problemas concretos, actuando este último grupo de control. Los
resultados mostraron dos hechos. Primero, los grupos más lentos
fueron los lectores retrasados y los alumnos de menor edad. La interpretación
que hacen las autoras es que para leer los niños tienen que aprender
a asociar las palabras habladas con su forma global, y cuanto más
lentos son en producir palabras, más difícil les resulta
establecer esta conexión. De ahí, que su lenta producción
de palabras les impida aprender a leer. La idea parece coherente, pero
también podríamos pensar que la diferencia encontrada
entre la rapidez de denominación podría devenir de los
distintos niveles de lectura, siendo esta la causa y no la consecuencia.
Así pues, ¿podríamos pensar que los alumnos con
mejor nivel de lectura pueden pensar con mayor rapidez en las palabras
que los retrasados?
Como contrapunto de las investigaciones precedentes, uno de los trabajos
que defiende la teoría del déficit verbal y las dificultades
de lectura es el realizado por Jorm (1979), quien demostró la
relación entre la memoria para repetir palabras y las dificultades
de lectura. En su estudio utilizó tanto a niños como a
adultos que habían perdido la capacidad de leer por sufrir un
daño cerebral. Ambos grupos (niños y adultos) tenían
como característica común las dificultades para memorizar
palabras. Los adultos lesionados cerebrales tenían dificultades
para recordar las palabras oídas previamente, mientras que a
los niños con dificultades de lectura les resultaba más
difícil recordar bien las palabras. No obstante, estamos de acuerdo
con la interpretación de Jorm al considerar que, al leer, los
alumnos retrasados no recuerdan tan bien las palabras como los no retrasados,
pero ¿es posible una explicación alternativa a la hipótesis
del déficit de memoria para recordar palabras como causa del
retraso lector? Ante los resultados obtenidos por la investigación
de Jorm, consideramos que la mejor memoria de los niños para
recordar palabras podría derivarse de sus experiencias de lectura,
puesto que una vez que dominan los procesos de decodificación,
dedican parte de su memoria operativa a mantener activa la información
que va obteniendo, ya sean palabras o el significado de las frases.
Concluimos, por tanto, que el déficit de memoria de palabras
para explicar las dificultades de lectura es, al menos, dudosa.
Los resultados de Bradley y Bryant (1985) tratan este mismo hecho al
examinar a 368 niños durante cuatro años, desde que tenían
cuatro o cinco años y no sabían leer hasta los ocho o
nueve años de edad. Una de las pruebas que aplicaron fue una
medida de memoria de palabras. Los resultados demuestran que la memoria
de palabras, evaluada a los niños en el primer momento, no predice
el nivel de lectura algún tiempo después. Por el contrario,
el nivel de lectura de los niños tomadas a los siete años
sí pudo predecir el nivel de memoria cuando estos niños
tuvieron ocho o nueve años. En opinión de Bradley y Bryant,
la investigación demuestra que es mucho más probable que
la lectura sea causa de la memoria y no a la inversa.
En suma, según las investigaciones descritas junto con las reflexiones
realizadas, ponemos en evidencia la defendida teoría del déficit
verbal, al no permitir clarificar que los niveles de lectoescritura
dependan causalmente de los factores verbales. En consecuencia, es necesario
dar respuesta al siguiente interrogante que está generando un
importante debate entre los profesionales dedicados a la enseñanza
de la lectoescritura y de la educación especial: ¿qué
aspectos del lenguaje oral son causa del aprendizaje lectoescritor inicial?
La respuesta a esta cuestión puede resultar clarificadora y de
gran interés, puesto que si se demuestran cuáles son los
factores verbales que realmente influyen en el aprendizaje inicial de
la lectura y la escritura, se debe recomendar su inclusión en
el conjunto de tareas que los maestros y maestras de Educación
Infantil deben realizar con sus alumnos, tanto para facilitar el aprendizaje
lectoescritor como para prevenir sus dificultades. Por tanto, el objetivo
de este trabajo es demostrar qué aspectos lingüísticos
influyen causalmente en el aprendizaje inicial de la lectura y la escritura.
MÉTODO
Muestra
La muestra está compuesta por 48
alumnos y alumnas del último nivel de Educación Infantil
(de 5 años y 4 meses a 6 años y 3 meses) de centros integrados
por familias de nivel socioeconómico medio y zona urbana (Mérida
–Extremadura-, España). La edad de ambos grupos resultó
equiparada, teniendo en cuenta que en el grupo experimental la mediana
de edad es de 5 años y 9 meses y la del grupo de control de 5 años
y 10 meses (la comparación entre la media de edad nos revela la
inexistencia de diferencias significativas según el valor de F
= 0,247 (p = 0,622). Otro aspecto común en ambas condiciones (experimental
y control) es que los alumnos fueron iniciados en lectoescritura por maestras
expertas utilizando métodos fonéticos. Para garantizar la
validez interna del estudio, seleccionamos 24 sujetos por cada una de
las condiciones equiparados en las siguientes variables extrañas:
género, nivel de estudios del padre y nivel de estudios de la madre.
En el grupo experimental, la distribución de la frecuencia muestral
en función del género es de 11 niños y 13 niñas.
En función del nivel de estudios de la madre: primarios, 5; secundarios,
15 y universitarios, 4. Y según el nivel de estudios del padre:
primarios, 7; secundarios, 11 y universitarios, 6. Por su parte, el grupo
de control contó una distribución similar teniendo en cuenta
los tres criterios señalados. Según el género: 11
niños y 13 niñas. En función del nivel de estudios
de la madre: primarios, 5; secundarios, 15 y universitarios, 4. Y según
el nivel de estudio del padre: primarios, 3, secundarios, 14 y universitarios,
7. Existió una mortalidad experimental de dos sujetos en el grupo
de control, al quedar incompleta la evaluación de los mismos.
Variables
La variable independiente es el Programa
de Lenguaje Oral (PLO) con dos niveles o condiciones: la aplicación
del PLO, o lo que se va denominar PLO-1, y la no-aplicación del
PLO que se consignará como PLO-0. En cuanto a las variables dependientes,
son las medidas de lectura, escritura, articulación, vocabulario,
memoria auditiva y conocimiento fonológico (habilidad del alumno
para identificar y manipular conscientemente las unidades más pequeñas
del lenguaje oral como son las sílabas -conocimiento silábico-
y los fonemas -conocimiento fonético-).
Instrumentos de evaluación
La evaluación de la lectura,
se realiza individualmente y utilizamos una lista de palabras seleccionadas
teniendo en cuenta los siguientes criterios: 1) abarcar el mayor número
posible de grafemas con el menor número de palabras para evitar
el cansancio de los alumnos, 2) utilizar palabras con distinta longitud
(bisílabas y trisílabas) y 3) incluir palabras con distinta
complejidad silábica (consonante+vocal –CV- y vocal+consonante
–VC-). Las palabras (mano, sapo, rata, velero, bigote, cazuela,
alto, isla, ancho, antena, ardilla, almeja) fueron presentadas en mayúsculas
y minúsculas, en letra manuscrita y con simplificación de
rasgos, similares a las presentadas en la dinámica de su enseñanza
y se concedió un punto por sílaba correctamente leída
(máximo, 30 puntos).
Para evaluar la escritura se utilizan las mismas doce
palabras y la presentación fue al dictado (palabra a palabra).
En este caso, se aplica colectivamente y se evita, en lo posible, que
los alumnos copien unos de otros. Se considera que una sílaba es
correcta si está bien escrita sólo teniendo en cuenta el
punto de vista fonológico; por tanto, no se consideran errores
los relacionados con la ortografía de la palabra. Por ejemplo,
se conceden tres puntos si ante la palabra ‘bigote’ los alumnos
escriben ‘vigote’, puesto que fonológicamente ambas
palabras son idénticas (actualmente en lengua española no
existe diferenciación fonética entre /v/ y /b/) –
Máximo, 30 puntos.
La articulación fue evaluada individualmente mediante
la prueba de Articulación de la Batería Evaluadora de las
Habilidades para el Aprendizaje de la Lectura y la Escritura (BEHNALE)
(Mora, 1993). Las palabras utilizadas tienen la característica
de ser largas y de difícil pronunciación por los alumnos.
Por ejemplo, trasatlántico, consuetudinario, horroroso, inspección,
...
Para evaluar el nivel de vocabulario se usan dos instrumentos
y dos procedimientos distintos. Por un lado, se aplicó individualmente
la prueba de vocabulario de la batería BEHNALE compuesta por 30
palabras que el alumno debe definir (coche, tenedor, gorro, ... amor,
misterio). Además, se utiliza la prueba verbal incluida en las
Pruebas de Diagnóstico Preescolar (De la Cruz, 1988). La aplicación
de esta prueba es colectiva, y se pide marcar el dibujo que el maestro
dice oralmente, por ejemplo, ‘señala la casa’, ‘señala
el gallo’, etc.
La memoria auditiva también fue evaluada con dos
instrumentos distintos. De la BEHNALE se utiliza la prueba denominada
Memoria Auditiva Lógica Inmediata y se pide al alumno (evaluación
individual) que responda a unas preguntas sobre un cuento una vez que
se lo hemos contado. Por otro lado, de la Prueba Diagnóstica de
Preescolar (De la Cruz, 1988) se aplica colectivamente la parte denominada
Memoria Auditiva y le pedimos que recuerden el nombre de algunos objetos
que después tendrán que señalar en su cuaderno de
trabajo.
Para evaluar el conocimiento fonológico se utilizó
la Prueba de Evaluación del Conocimiento Fonológico –
PECO - (Ramos, 2002). La aplicación de esta prueba es individual
y su finalidad es evaluar la capacidad del alumno para tomar conciencia
y manipular los elementos más simples del lenguaje oral, como son
las sílabas y los fonemas mediante tareas de identificación,
adición y omisión (similares a las presentadas en el anexo
A).
Procedimiento
Antes de aplicar el Programa de Lenguaje
Oral (PLO), se mantuvieron reuniones con las maestras de Educación
Infantil y seleccionamos al azar el grupo experimental y control, aclaramos
el significado de algunas actividades y cómo deberían llevarse
a cabo, acordamos el tiempo y los materiales a utilizar. En cuanto a los
materiales, se pensó que para trabajar el lenguaje oral lo mejor
sería no utilizar materiales distintos a los existentes en el aula
porque nuestra pretensión fue modificar en la menor medida posible
la situación natural de las clases. Comprobamos que éstas
contaban con materiales semejantes y con buenas condiciones de luz, sonoridad
y espacio. Los alumnos disponían de sus cuadernos de trabajo, existían
carteles y láminas motivadoras, rincón de libros y revistas
con imágenes, …
En definitiva, en las aulas, tanto en la condición experimental
como en la de control, se disponía de material suficiente para
la aplicación del PLO, sin que fuera necesario añadir ninguno
nuevo. En la condición de control no se llevó a cabo la
aplicación del PLO y no se realizó ninguna actividad distinta
a la planificada por su maestra para ese curso académico, aunque
se llevaron a cabo actividades para desarrollar el vocabulario, la articulación
y la memoria auditiva. No obstante, la diferencia fundamental entre la
actuación en ambos grupos es que el tratamiento en el grupo experimental
es muy sistemático, mientras que en el grupo de control no pudimos
garantizar este hecho.
El PLO fue aplicado al grupo experimental por la maestra de apoyo a la
Educación Infantil del centro, dedicando aproximadamente 30 minutos
durante cuatro días de la semana, desde el mes de noviembre de
2000 hasta finalizar en el mes de mayo de 2001, fecha en la que se llevó
a cabo la evaluación de las variables dependientes. El momento
de aplicación del programa fue en la primera hora de la mañana,
en un tiempo que las maestras denominan “asamblea”, en la
cual todos los alumnos están sentados en una gran alfombra formando
un círculo. Los 30 minutos que dura la aplicación del PLO
se distribuyen equilibradamente entre los distintos tipos de actividades.
En cuanto al conocimiento fonológico, durante el primer trimestre
se ejecutaron tareas de conocimiento silábico, mientras que las
de conocimiento fonético fueron realizadas durante el segundo y
tercer trimestre del curso.
Diseño
Para responder al problema de investigación,
se utilizó un diseño cuasiexperimental de dos grupos independientes
(experimental y control) con asignación aleatoria de los tratamientos
y manteniendo los grupos naturales, tal y como están formados a
comienzos de curso, aunque los sujetos seleccionados para formar parte
de la comparación fueron equiparados en las variables edad, género,
nivel de estudios de los padres y de las madres, método de enseñanza
de la lectoescritura y nivel socioeconómico. Para el contraste
de hipótesis se utilizaron las técnicas del Análisis
Multifactorial de la Varianza y de la Covarianza del paquete estadístico
SPSS (versión 11.0). A partir de este análisis, se pretendió
comprobar la influencia de cada uno de los aspectos lingüísticos
del PLO en el rendimiento en lectura y escritura, controlando o aislando
dichas variables con objeto de comprobar su efecto. Por tanto, los análisis
efectuados fueron los dos siguientes:
• Análisis comparativo
del nivel lingüístico de cada uno de los aspectos y del
rendimiento en lectura y escritura entre ambas condiciones (experimental
-PLO-1- y control -PLO-0-).
• Análisis comparativo del rendimiento en lectura y escritura
entre las condiciones, controlando el efecto de cada una de las variables
lingüísticas que actuarán como covariables.
RESULTADOS
La figura nº 1 muestra los estadísticos descriptivos y la
comparación entre las medias de la condición experimental
(PLO-1) y control (PLO-0) tanto en lectura como en escritura, así
como en cada una de las variables lingüísticas. Además,
comprobamos si se cumple la condición de la homogeneidad de varianzas
entre las condiciones en cada una de las variables de comparación,
para aplicar posteriormente el Análisis Multifactorial de la Varianza
o, en su caso, la alternativa no paramétrica (U de Mann-Withney)
en el caso de variables no homocedásticas. A partir del estadístico
de Levene comprobamos que la única variable que no cumple la condición
de tener varianzas estadísticamente iguales en PLO-1 y PLO-0 es
la escritura (F = 5,205 p = 0,027), por lo cual aplicamos la prueba U
de Mann-Withney y los resultados que obtenemos (U = 179,500 p = 0,025)
demuestran diferencias significativas a favor de la condición experimental
(PLO-1). Por su parte, la aplicación del Análisis Multifactorial
de la Varianza nos revela diferencias significativas sólo en escritura
(p = 0,032) y conocimiento fonético (p = 0,003). Estos resultados
demuestran que el conocimiento fonético y la escritura parecen
ir unidos al margen de los otros factores. Por tanto, observamos que algunas
variables del PLO no han provocado el efecto previsto, puesto que si todas
las variables lingüísticas del PLO fueran condicionantes del
rendimiento inicial de la lectura y la escritura, se debe demostrar que
el grupo experimental obtiene un mejor resultado en la evaluación
de estas capacidades lingüísticas. Los resultados no corroboran
este hecho en todos los casos, sino sólo en conocimiento fonético
y en conocimiento silábico. (Una aclaración: cuando una
variable vaya seguida de la letra ‘B’, es que ha sido evaluada
por la BEHNALE, mientras que si va seguida de una ‘P’ ha sido
evaluada por la Prueba Diagnóstica Preescolar).
Por tanto, si el Programa de Lenguaje Oral,
considerado globalmente, no influye en la mejora de las capacidades lingüísticas
del grupo de alumnos al que se aplicó, ¿qué variable
(o variables) ha provocado un rendimiento superior en escritura evaluada
mediante el dictado de las doce palabras? La respuesta a este interrogante
se obtiene mediante un amplio análisis efectuado (del que sólo
mostramos los resultados más relevantes), en el que se mantienen
constantes cada una de las variables lingüísticas evaluadas.
Es decir, aplicamos la prueba del Análisis Multifactorial de la
Covarianza (MANCOVA) utilizando como variables dependientes la lectura
y escritura de las doce palabras, como independiente el PLO, con dos niveles
(PLO-1 y PLO-0) y como covariables cada una de las variables lingüísticas.
Los resultados obtenidos a partir del MANCOVA demuestran que cuando el
conocimiento fonético actúa como covariable, y por tanto
se mantiene constante en cada uno de los grupos, se produce una equiparación
de los resultados en lectura y escritura, cuyos valores de F son, respectivamente,
0,518 (p =0,476) y 0,064 (p = 0,802). Del mismo modo este fenómeno
ocurre cuando se controla el conocimiento silábico, y sus valores
de F son 0,316 (p = 0,577) para la lectura y 2,655 (p = 0,111) para la
escritura, aunque en este caso se produce un hecho interesante, puesto
que esta variable muestra una media ligeramente más elevada en
PLO-1 (10,62) que en PLO-0 (9,27) aunque no significativa (F = 2,118;
p = 0,153), por lo que podríamos considerar que el conocimiento
silábico constituye un adecuado predictor en el aprendizaje inicial
de la lectura y escritura pero no es un factor causal.
Sin embargo, la equiparación que provocan tanto el conocimiento
fonético como el conocimiento silábico cuando actúan
como covariables no se produce con el resto de las variables lingüísticas;
y lo que es más sorprendente, tampoco se produce una equiparación
de los resultados en lectura y escritura cuando se controlan conjuntamente
todas las variables lingüísticas. A partir del MANCOVA, al
utilizar conjuntamente como covariables el vocabulario (P), la memoria
auditiva (P), la articulación (B), el vocabulario (B) y la memoria
auditiva (B) obtenemos en lectura un valor F = 2,085 (p = 0,157) y en
escritura un valor F = 4,464 (p = 0,041), resultados que no difieren significativamente
de los obtenidos en el primer análisis presentado en la figura
nº 1, luego el efecto de este control es prácticamente nulo.
CONCLUSIÓN Y DISCUSIÓN
La principal conclusión que obtenemos a partir de los análisis
efectuados es que no existe una relación causal entre el rendimiento
lectoescritor inicial y las variables lingüísticas que tradicionalmente
se han considerado relevantes para facilitar el aprendizaje de la lectura
y la escritura (vocabulario, articulación y memoria auditiva),
a excepción del conocimiento fonético, que demuestra poseer
una importante relación de naturaleza causal con la escritura de
palabras sencillas, mientras que la relación causal con la lectura
no está tan clara. Además, reconocemos que el conocimiento
silábico también constituye un buen predictor del aprendizaje
inicial de la lectura y de la escritura en un sistema alfabético
de enseñanza como el español. Esta afirmación merece
algunas precisiones.
En primer lugar, consideramos que el Programa de Lenguaje Oral (en su
conjunto) no ha influido en el rendimiento lectoescritor inicial y estos
resultados no resultan extraños teniendo en cuenta las exigencias
lectoescritoras en los primeros momentos del aprendizaje. La explicación
fundamental que aportamos deviene de las características de los
procesos cognitivos que realizan los alumnos en los momentos iniciales
del aprendizaje lectoescritor.
En cuanto a la lectura, un análisis de los procesos nos lleva a
la conclusión de que poco tienen que ver con las variables lingüísticas
trabajadas y evaluadas, a excepción del conocimiento fonológico,
principalmente de tipo fonético. Para leer palabras como ‘mano’,
‘sapo’, ‘rata’, ... debemos transformar las grafías
en sonidos, es decir, debemos acudir a la memoria a largo plazo para asignar
a cada grafema un fonema. Posteriormente, las unidades fonémicas,
o un conjunto de ellas (sílabas), se unen o ensamblan para obtener
el significado de la palabra completa. Obtener la pronunciación
y el significado de la palabra no es tarea difícil para el alumno,
si ejecuta correctamente los tres procesos descritos: 1) identificar la
existencia de un grafema, 2) asociar el grafema a un fonema y 3) ensamblar
los sonidos. Por otro lado, al trabajar con palabras bisílabas
y trisílabas no se requiere de una gran capacidad de memoria operativa
para la recodificación, pero está claro que aquellos alumnos
que más han automatizado los procesos de decodificación,
más facilidad tendrán para recodificar y acceder al significado.
En el caso de la escritura, el conjunto de procesos es distinto. Recordemos
que la escritura de estas palabras es al dictado y, por tanto, la entrada
sensorial es auditiva. Para escribir correctamente las palabras dictadas,
el alumno debe poner en funcionamiento estos cuatro procesos: 1) oír
correctamente la palabra, 2), aislar cada fonema, es decir, darse cuenta
del sonido que debe representar gráficamente, 3) asignar un grafema
a un fonema que lo representa, para lo cual acudirá al almacén
de memoria grafémica, y 4) colocar ordenadamente cada grafema en
su lugar para formar correctamente la palabra. A diferencia de la lectura
de palabras, en la escritura no se ejecuta el proceso de recodificación
por el que se obtiene el significado de las palabras, sino que es necesario
una gran capacidad de análisis para percibir los sonidos de las
palabras e ir desglosándola sonido a sonido, colocando los grafemas
ordenadamente en su lugar.
Los microprocesos descritos en los momentos iniciales del aprendizaje
lectoescritor exigen del alumno una gran habilidad para tomar conciencia
y manipular los elementos más simples del habla (sobre todo fonemas).
Sin embargo, el resto de los aspectos lingüísticos estimulados
a través del PLO (vocabulario, articulación y memoria auditiva)
son excesivamente globales y, en el caso de ser eficaces, podrían
mejorar estos mismos aspectos, pero no otros. Es decir, las unidades lingüísticas
que se desarrollan en el PLO, a excepción del conocimiento fonético,
son demasiado amplias para influir en un proceso tan reducido y abstracto
como es tomar conciencia de los fonemas (paso previo para asignar posteriormente
una grafía).
Como ya se comentó, actualmente existe un debate acerca de las
causas de las dificultades de lectoescritura. Una vez que el déficit
lingüístico ha sustituido al déficit perceptivo-visual
para explicar las dificultades lectoescritoras, surgen teorías
que ponen el acento en lo verbal. Y ciertamente, es muy atractivo sospechar
que las capacidades lingüística de un niño están
relacionadas con sus progresos en lectura y escritura, puesto que de hecho
la lengua escrita representa a la oral. Por este motivo, no es extraño
considerar que cualquier dificultad en la lengua hablada impedirá
su representación en la forma escrita. No obstante, hemos demostrado
a través de este estudio que de una variación conjunta de
puntuaciones no puede derivarse una relación de causa-efecto, y
se ha comprobado que, una vez controlada las variables extrañas
más relevantes, determinadas variables como el vocabulario, la
articulación y la memoria auditiva, tal y como se han trabajado
y evaluado en este estudio, no son la causa del rendimiento en lectoescritura.
Esto no implica que dejen de trabajarse los aspectos verbales, naturalmente
que deben trabajarse, pero con el objetivo de potenciar los aspectos lingüísticos
como base para la adquisición de la cultura, la comunicación
y la socialización de los alumnos, no como medio para favorecer
el aprendizaje de la lectoescritura, al menos en los primeros momentos.
Llegados a este punto, es necesario realizar algunas matizaciones sobre
los aspectos lingüísticos que sí podrían incluirse
en un programa de Educación Infantil para prevenir las dificultades
lectoescritoras y facilitar así el aprendizaje inicial. Nos referimos
al único aspecto que se ha revelado muy crucial. El conocimiento
fonético es la variable lingüística más importante,
al menos en el último nivel de Educación Infantil, pero
¿será la única? Pensamos que en los momentos iniciales
de la adquisición de la lectoescritura tiene lugar, en un sistema
alfabético como el español, el aprendizaje de lo que se
ha venido denominando “reglas de asociación grafema-fonema”.
A partir de la aplicación de estas reglas, convertimos en lingüística
una tarea que inicialmente se presenta como estímulo visual. Efectivamente,
para conocer el sonido de una letra, necesitamos distinguir sus rasgos
visualmente y asociarla a un sonido. El hecho es similar, aunque mucho
más complejo por su arbitrariedad, cuando asociamos el dibujo de
un objeto con el nombre que lo designa. Pero insistimos, ambas tareas
tienen en común que ponen en juego factores de elaboración
verbal, aunque la gran diferencia estriba en el grado de abstracción
de la realidad que se le presenta.
Resulta muy fácil para un niño de tres años decir
el nombre de objetos conocidos de una lámina. Por el contrario,
el hecho de reconocer o evocar el sonido de una letra implica poner en
juego un proceso de nominación específica con ausencia de
contenido semántico; es decir, se trata de un proceso totalmente
arbitrario, puesto que no hay nada en el signo gráfico que nos
induzca a identificar su sonido. Con el tiempo, incluso con algunas semanas
de diferencia, la mayoría de los alumnos son capaces de reconocer
el nombre y/o sonido de las letras como paso previo a la lectura y escritura
de palabras sencillas.
En definitiva, según los resultados obtenidos y los argumentos
expuestos estimamos que las variables lingüísticas más
relevantes en el aprendizaje inicial de la lectoescritura son dos. Por
un lado, el conocimiento fonético y, por otro, el conocimiento
del nombre y/o sonido de las letras.
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titulada Precisiones sobre la influencia del conocimiento fonológico
en el aprendizaje de la lectura y la escritura. Universidad de Extremadura.
Anexo A: Programa para la estimulación del lenguaje oral (PLO)
1. Actividades para prevenir dificultades de articulación
Las actividades de respiración han servido para que el alumno tome
conciencia y control de su propio cuerpo en una acción tan básica
como es la respiración. Con el autocontrol de la respiración
abdominal, por parte del alumno, intentamos enseñarle a auto relajarse
y a utilizar correctamente el aire para emitir sonidos. Básicamente
se han realizado actividades dirigidas al control de los labios, las mejillas
y la lengua. Los bloques de actividades más frecuentes fueron las
siguientes: Para los labios: desviar la comisura de los
labios lo más fuerte posible hacia la izquierda y hacia la derecha,
abrir y cerrar los labios lo más deprisa posible, bajar el labio
inferior, apretando los dientes y morder el labio superior. Para
las mejillas: inflar y desinflar las mejillas, entrar las mejillas
entre las mandíbulas, inflar las mejillas con oposición
de los dedos, soplar pelotas de ping-pong u otros objetos pequeños,
hacer pompas de jabón. Para la lengua: sacar y
meter la lengua lo máximo posible, mover lateralmente la lengua
de una comisura a otra, describir circunferencias con la lengua alrededor
de los labios, en el interior de la boca, llevar la lengua en todas direcciones.
2. Actividades para el desarrollo del vocabulario
- Utilizando láminas, mostrar
y decir el nombre de los objetos, animales,...
- Describir los objetos por su color, forma, utilidad, formando frases
con ellos.
- Decir palabras del mismo contexto o categoría: nombres de
animales, alimentos...
- Decir cosas que se encuentren en: cocina, baño, escuela,
una calle...
- Buscar y decir comparaciones: "Redondo como un balón..."
- Decir sinónimos y contrarios de palabras dadas.
- Pedir que terminen la frase : “El carbón es color negro
y la nieve es de color…”
- Describir la utilidad de determinados objetos: "El martillo
sirve para..."
- Adivinar el nombre de un objeto o de un animal por su definición.
3. Actividades para el desarrollo
de la memoria auditiva
- Formar oralmente frases con palabras
dadas.
- Decir una frase y aumentar progresivamente su longitud.
- Explicar acciones de viñetas dadas.
- Memorizar y repetir frases.
- Decir o repetir el significado de determinadas palabras en función
del uso.
- Memorizar y dramatizar sencillos poemas o canciones.
- Memorizar y repetir un cuento corto contado previamente.
4. Actividades para el desarrollo
del conocimiento fonológico (silábico y fonético)
Este conjunto de actividades consta de tres tipos de tareas (identificación,
adición y omisión), tanto de sílabas como de fonemas.
La tarea de identificación de fonemas implica que el alumno reconozca
un determinado sonido en una palabra, por ejemplo: presentar oralmente
tres palabras (cama, pan, sal) y decir en cuál de ellas se oye
/s/. Las tareas de omisión consisten en eliminar un fonema
para obtener una nueva palabra, por ejemplo: decir cómo suena
cuando a la palabra /gol/ le quitamos el sonido final /l/. Las tareas
de adición implican añadir un fonema para obtener una palabra,
por ejemplo: decir cómo suena cuando a la palabra /mes/ le
añadimos al final el sonido /a/. Similares ejemplos podríamos
señalar utilizando sílabas.