Retos y exigencias para el desarrollo de una educación infantil
Contextualización de la temática
objeto de investigación
La mejora, el desarrollo
de la Educación Infantil, al igual que ocurre con la de otras etapas
educativas en muchas ocasiones se ha visto abocada al fracaso al diseñarse
los proyectos de reforma y de innovación a espaldas de los
docentes.
Parece a todas luces evidente
que el incremento de la calidad de los programas de esta etapa educativa
ha de filtrarse -entre otros elementos o referentes- por los maestros
que los han de implementar. Y focalizar la mirada en los docentes
de Educación Infantil puede hacerse desde dos perspectivas:
* Aquella que toma como referencia
los patrones conductuales o de comportamiento que concretan su práctica
educativa, centrando el interés en el qué (contenido)
y en el cómo (forma) de su actuación.
* Desde la que entiende que
el principal foco de interés ha de ser la búsqueda del sentido
de tal actuación, teniendo como principal foco de preocupación
todo lo relacionado con el por qué y el para qué
de la acción pedagógica.
Ambos posicionamientos generan
en torno a sí formas peculiares de entender y desarrollar ámbitos
tan importantes como los relacionados con la formación de su profesorado(tanto
inicial como en ejercicio) y la investigación relacionada
con su actividad profesional.
La perspectiva en la que
nos ubicamos (sin obviar el valor que tienen los referentes conductuales
en la comprensión y la mejora de la acción educativa) es,
a todas luces la segunda ya que, al igual que opinan Spodek, Saracho
y Peters (1988) no sólo es importante que los profesores posean
un repertorio de destrezas conductuales y un conjunto de principios en
los que apoyar sus acciones sino que, también, es preciso analizar
el modo en el que ellos piensan sobre su práctica.
Hemos de ser conscientes
de que no nos podemos contentar con tener sólo en cuenta los códigos
técnicos de los docentes de esta etapa sino también
aquellos otros de carácter ético que estarían
vinculados a aquello que, desde su práctica, entienden como cierto,
como valioso. Porque, como nos apuntan algunos reconocidos investigadores
de nuestro ámbito (Spodek, 1987; Silin, 1985,1988), las
decisiones educativas importantes más que técnicas, son
de carácter moral.
Desde los anteriores planteamientos
entendemos con Katz (1985) que la mejora de la Educación
Infantil ha de pasar más por derivar teorías de la práctica
que por meramente traducir teorías a la práctica,
estando convencidos -como en otras ocasiones manifestábamos- (Argos,
1993, 1995,1998b) de que si verdaderamente pretendemos fomentar un
desarrollo profesional de los docentes de esta etapa que esté debidamente
fundamentado y que sea a la vez emancipador, deberemos de tomar como referencia
principal sus procesos de pensamiento que, subyaciendo a la práctica,
son los que informan, conforman y dan sentido a su quehacer educativo
cotidiano.
Nuestro estudio se inscribe
dentro del paradigma del Pensamiento del profesor, centrándose
en uno de sus campos: el de las teorías y creencias o, si
se quiere y utilizando un término y un marco conceptual de los
enfoques heurísticos más recientes, el del pensamiento
o conocimiento práctico de los docentes de esta etapa educativa.
A pesar del gran volumen
de producción generado por este paradigma desde la década
de los setenta, las investigaciones que inciden en esta etapa educativa
son ciertamente escasas. Este hecho lo hemos podido constatar en nuestros
rastreos efectuados en diversas bases de datos nacionales e internacionales,
resultando coincidente con el análisis efectuado por otros investigadores
desde diferentes contextos cronológicos y geográficos (Halliwell,
1980; Fuentes, 1986,1998; Charlesworth et al. , 1990).
2. El estudio empírico:
ubicación paradigmática, diseño y desarrollo
El presente trabajo que,
como anteriormente dijimos se inscribe dentro del paradigma del Pensamiento
del Profesor, empíricamente se ha desarrollado respondiendo
a un enfoque metodológico naturalista-cualitativo, ubicándonos
en una de sus tradiciones: la Antropología Cognitiva,
y utilizando una alternativa metodológica concreta como es la del
estudio de casos (de cuatro maestras de Educación Infantil),
al entender que de este modo podríamos acceder a una comprensión
más fiel y profunda del "mundo de significados" educativos mantenidos
por los docentes.
Nuestra pretensión
se centra en profundizar en el conocimiento práctico de
los docentes, es decir, en aquel conocimiento que mayoritariamente está
construido y fundamentado desde sus peculiares marcos contextuales y desde
su experiencia biográfico-profesional.
Las cuestiones o interrogantes
básicos de nuestra investigación fueron los siguientes:
* Cuáles son los principales
contenidos o elementos configuradores del pensamiento o conocimiento
práctico de los maestros de Educación Infantil.
* En qué nivel o grado
tienen esos docentes explicitado el contenido y las funciones que desarrolla
ese conocimiento práctico.
* En qué medida ese conocimiento
práctico es idiosincrático a cada docente o, por contra,
presenta una serie de elementos o contenidos comunes sustentadores de
la práctica educativa de diferentes maestros.
El desarrollo de la investigación
se conforma en una determinada secuencia heurística que queda reflejada
en el esquema adjunto y que consta e tres diferentes fases: exploratoria,
descriptivo-analítica y sintética, cada una
de las cuales integra una serie de propósitos, tareas y criterios
y procedimientos de rigor metodológico.
3. Algunas constataciones
derivadas de la investigación
La ubicación de nuestra
investigación dentro de un enfoque naturalista-cualitativo
supone, entre otras cosas, entender las situaciones estudiadas con un
carácter concreto e irrepetible y, por tanto, no obsesionarse en
la búsqueda de generalizaciones similares a las derivadas de los
estudios de corte racionalista-cuantitativo.
De otra parte, el sustentarse
nuestro estudio en una alternativa metodológica concreta, la del
estudio de casos, supone identificar y comunicar el carácter
distintivo que manifiestan una serie de contextos educativos específicos
mediante su descripción minuciosa.
Una de las limitaciones
que presentan los estudios de caso es el limitado poder de generalización
que poseen sus resultados, hecho derivado de los elevados niveles de profundidad
que ese tipo de estudios comporta. Así pues, la transferibilidad
de los resultados habrá de sustentarse fundamentalmente en una
exhaustividad descriptiva de los casos que permita el establecimiento
de comparaciones con otros marcos similares, ya sea desde un marco global
o específico de análisis.
Llegado a este punto, nuestra
pretensión se centrará en apuntar una serie de consideraciones
o de "conclusiones inacabadas" extraídas -tanto de constataciones
empíricas explícitas como de intuiciones heurísticas
del investigador- a raíz del estudio efectuado con cuatro maestras
de Educación infantil experimentadas y en relación con una
serie de grandes categorías o dominios que, de forma emergente,
aparecieron a lo largo del estudio y que fueron las siguientes:
La Educación infantil y la escuela
infantil.
La relación escuela infantil-familias.
La relación escuela infantil-escuela
primaria.
La maestra: sus roles.
Los niños.
Los principios metodológicos del proceso
de enseñanza-aprendizaje.
Los objetivos, contenidos y actividades.
Los espacios.
El tiempo.
Los materiales.
El control de la clase/ la disciplina.
La evaluación.
La programación del trabajo.
El perfeccionamiento docente/ el desarrollo
profesional.
De cada una de las anteriores
categorías y para cada una de las maestras que intervinieron en
el estudio confeccionamos una serie de mapas que nos permitieron
disponer y transformar los datos que fuimos obteniendo en nuestro trabajo
de campo.
La confección de
estos mapas comportó un arduo trabajo de "depuración"
progresiva de los contenidos de pensamiento extraídos de cada caso,
así como de sus unidades de análisis, en orden a ir esquematizando
y conociendo el contenido del conocimiento práctico de las
maestras. A continuación presentamos ejemplos de dos diferentes
categorías o dominios de dos docentes.
De nuestro estudio pueden
desprenderse una serie de constataciones o conclusiones de diferente alcance.
Las que referiremos en primer lugar ostentan un carácter más
genérico ya que hacen referencia, entre otros aspectos, las características,
el valor y la función del conocimiento práctico,
mientras que las integradas en un segundo grupo presentan un carácter
más específico al estar relacionadas con las diferentes
categorías del contenido de ese conocimiento que anteriormente
reseñamos. Presentamos a continuación ambas.
Constataciones genéricas
Considerando sólo
aquellas que nos parecen que aportan un mayor potencial explicativo, mencionamos
las siguientes:
En los docentes de Educación infantil
se constata la existencia de un territorio de pensamiento pedagógico
común en lo que respecta a los ámbitos de contenido o
a las grandes categorías que lo configuran.
Tal afinidad categorial
se aprecia no tanto a un nivel superficial o morfológico
(ya que es constatable una polimorfia, el uso de una variedad de
etiquetas dependiendo de cada docente) sino fundamentalmente en
una dimensión más profunda, la semántica,
que es la que se encuentra en estrecha relación con los planteamientos
conceptuales mantenidos por los maestros.
Este hecho contrasta con
los resultados obtenidos en los estudios de Spodek y Rucinski (1985)
y de Spodek (1988) en los que se observaba que el porcentaje
de los conceptos y creencias educativas mantenidos en común por
los maestros estudiados era ciertamente escaso. Creemos que la causa de
tal discrepancia se debe tanto a que su análisis se ubicó
más en la dimensión morfológica que en la
semántica, como a que se centraron más en contrastaciones
de matiz que en aquellas otras más profundas o estructurales.
Desde este presupuesto hemos
de resaltar la importancia que para la comunidad de docentes de esta etapa
educativa han de tener las tareas de "filtrado", de depuración
o de clarificación terminológica de cara a encontrar un
lenguaje pedagógico común que les permita y no limite
la comunicación, reflexión y actuación conjuntas.
2. Dentro de esta configuración
global común se constata la existencia de configuraciones topográficas
peculiares a cada docente, tanto en lo que respecta al diferente peso,
importancia o amplitud que poseen las diferentes categorías de
pensamiento, como a la estructuración interna de cada una de ellas.
3. Existen una serie de grandes
coordenadas o de parámetros definitorios del conocimiento práctico
de los maestros de esta etapa que se encarnan en las preguntas genéricas
de ¿dónde educar?, ¿a quién educar?, ¿para qué
educar? y ¿cómo educar? y en unas respuestas bastante
unívocas que respectivamente serían: desde la globalidad
de entornos, contemplando la unicidad del niño, pensando
en su formación y trabajando desde el paidocentrismo.
Es desde este entramado
filosófico-educativo desde donde cobran sentido y desde donde
mejor podemos esclarecer, entender y justificar otros planteamientos más
concretos relacionados tanto con la esfera teleológica como con
la metodológico-organizativa de la escuela infantil.
4. La existencia de tal comunidad
de pensamientos no afecta ni excluye la presencia en cada docente
de planteamientos claramente personales que se proyectarían fundamentalmente
en diferentes matices que aportan a sus concepciones y prácticas
educativas y que conforman (aunque no siempre son conscientes de ello)
lo que podríamos denominar reducto de pensamiento idiosincrático
y que manifiesta ser bastante limitado.
La presencia de estos planteamientos
de carácter personal han sido constatados, en mayor o menor grado,
en las escasas investigaciones similares a la nuestra de las que tenemos
conocimiento (Ayers, 1988; Fuentes Abeledo, 1986,1998; Halliwell, 1980;
Porter y Potenza, 1983; Pound, 1989; Spodek, 1988; Spodek y Rucinski,
1985; Yonemura, 1986).
5. El conocimiento práctico
de los maestros de educación infantil presenta una configuración
molar, holística y difícilmente fragmentable en parcelas
discretas susceptibles de analizarse de un modo independiente. Todo su
contenido (salvo en los focos de inconsistencia que en todos los casos
existen) forma un conjunto interrelacionado de elementos de pensamiento
que se encarnan o proyectan en conductas y tomas de decisiones específicas
relativas a los diferentes aspectos curriculares.
6. Sin desconsiderar el influjo
que pueden tener ciertos referentes teórico-pedagógicos,
el conocimiento práctico se nutre predominantemente de la
experiencia pedagógica de los maestros y también, en mayor
o menor grado, de la reflexión que de forma individual o compartida
efectúan sobre ella.
Este conocimiento práctico
se encuentra también íntimamente relacionado con las coordenadas
biográficas de los docentesy con sus contextos vitales
particulares que trascienden a los estrictamente pedagógicos. Estaría
relacionado con la importante dimensión de the whole person
(la persona considerada en su conjunto) contemplada por Ayers (1988)
en su investigación.
Ese conocimiento viene a
configurarse como un producto que se alcanza por una vía
fundamentalmente empírico-inductiva y que, lejos de presentar un
carácter estático, es fruto de contínuas reestructuraciones,
por parciales que éstas sean, influenciadas tanto por el contexto
vital como pedagógico de los maestros.
7. El conocimiento práctico
manifiesta ser el principal elemento sustentador de las prácticas
educativas de los maestros de esta etapa percibiéndose, en líneas
generales, al igual que se constató en otras investigaciones (Harvey
et al. ,1966; King, 1978; Charlesworth et al. , 1990,1993) un alto
grado de consistencia entre pensamiento pedagógico y acción
educativa.
De otra parte estos hallazgos
contrastan con los obtenidos en otros estudios que constataron la presencia
de incoherencias, más o menos acusadas, entre creencias y prácticas
educativas (Berlak et al. , 1975; Verma y Peters, 1975; Hitz y Wright,
1988; Kontos y Dunn, 1993).
8. El contenido del conocimiento
práctico de los docentes de esta etapa educativa no sólo
no presenta grandes desajustes respecto de las concepciones teóricas
que actualmente se mantienen sobre la Educación infantil sino que
apunta aspectos interesantes y perspectivas novedosas que bien debieran
ser tenidas en cuenta en diferentes esferas de la órbita
educativa entre las que cabría destacar la de la formación
inicial y en ejercicio del profesorado, la relacionada con las políticas
y estructuras organizativas de los centros y también la más
estrechamente ligada a las experiencias de desarrollo y de innovación
curricular efectuadas en esta etapa.
Constataciones específicas
Presentamos a continuación
un buen número (no todas) de las conclusiones extraídas
de nuestro estudio en relación con aspectos particulares de las
diferentes categorías elicitadas.
Entendemos que desde cada una
de ellas, de forma más o menos explícita, se desprenden
consideraciones interesantes en cuanto que pueden hacer emerger reflexiones
pedagógicas que nos permitan considerar la importancia que tienen
diferentes aspectos curriculares en el diseño e implementación
de una Educación infantil de calidad. En esta misma línea
encontramos otras aportaciones recientes e interesantes a las que podríamos
acudir, como la de Zabalza (1996) o como muchos de los trabajos
presentados a la 8th European Conference on Quality of Early
Childhood Education recientemente celebrada en Santiago de Compostela
(septiembre de1998).
Las conclusiones o constataciones
serían las siguientes:
Una Educación Infantil y una
escuela infantil de calidad han de inscribirse, como sus propios
términos apuntan, en una orientación marcadamente educativa.
Esto en ningún caso ha de hacernos desdeñar otras dimensiones
como la preparatoria y la asistencial que, lejos de ser excluyentes
de aquella, son totalmente compatibles, necesarias y que han de estar
en todo momento integradas en ella.
La Educación infantil y la escuela
infantil se empobrecerán si ignoran tanto su necesaria dimensión
de apertura como la irrenunciable demanda de exigencia que
han de tener para niños, maestros y demás miembros de
la comunidad educativa.
La apertura en esta vertiente
"intraescolar" se torna muchos casos dificultosa, debido en ocasiones
al "aislamiento físico" de las escuelas no graduadas y, en otras,
al "aislamiento pedagógico" (la ausencia o escasa interrelación
con compañeros de otros niveles y etapas) percibido por los educadores
integrados en centros de más de una unidad.
La compensación de carencias de
los niños es percibida como otra de las funciones que ha
de asumir la escuela infantil, carencias que pueden ser de diferente
tipo y que, en algunos casos, están tan arraigadas en el contexto
familiar o social de los niños que resultan de difícil
compensación desde el ámbito escolar. Esta función
se constata sobremanera en los docentes que desarrollan su práctica
en el contexto rural.
Aún partiendo todos los docentes de
una orientación marcadamente educativa de la escuela infantil,
las perspectivas que mantienen al respecto pueden variar en
función tanto de su situación personal y profesional
(estado de ánimo, motivación…), como de las expectativas
que se constatan en las familias o en su entorno social respecto
de la escuela y el maestro o, finalmente, de la situación
de los diferentes niños en cuanto a capacidad, nivel de estimulación,
actitudes, hábitos, experiencias…
La Educación infantil se percibe como
más fructífera y placentera cuando trabaja desde un modelo
educativo común y coherente que ha de construirse tanto
desde una continuidad educativa horizontal (escuela-familia-entorno
comunitario) como vertical (escuela infantil-escuela primaria).
La inexistencia de este modelo compartido (y que se puede proyectar
tanto en el nivel axiológico-teleológico como en el estrictamente
didáctico-organizativo) puede conllevar consecuencias educativas
muy negativas ubicadas en diferentes ámbitos: el de la motivación
y el aprendizaje de los niños; el de la motivación y desarrollo
profesional de los maestros considerados individualmente; el del desarrollo
pedagógico-organizativo de los centros, y el del desarrollo de
una cultura educativa comunitaria (no sólo escolar) que
posibilite el acceso a una orientación y conceptualización
más amplia, completa, fundamentada y sólida de la educación
de los más pequeños.
Las relaciones entre estas
instancias educativas son algo concebido por los docentes como
muy importante y a lo que aportan bastantes dosis de esfuerzo,
y se vincularía con un concepto de escuela entendida no como
una "propiedad privada", sino como algo que ha de estar abierto a
la realidad en la que está inmersa.
A pesar de la importancia otorgada a las
relaciones familia-escuela y a que en ocasiones estas sean satisfactorias,
se constatan situaciones en las que esta dinámica relacionalista
de ser la adecuada.
Entre las causas a
las que se puede atribuir esta comunicación deficiente
podemos mencionar: el desconocimiento familiar acerca de ciertos aspectos
educativos, la ocasión, comodidad y el desentendimiento de las
familias acerca de la educación de sus hijos, la no existencia
de la escuela de propuestas comunicativas de "ida y vuelta" e, incluso
en alguna las cortapisas surgidas desde el propio centro hacia la participación
familiar. Junto a estas, otra bastante constatada en el contexto rural
es la "pobreza" del entorno familiar de los niños, su falta de
exigencia, su limitada calidad educativa.
Las diferencias, los desencuentrosexistentes entre familia y escuela pueden ubicarse tanto
en un plano genérico (concepciones educativas), como reflejarse
en dominios más concretos (uno de los más significativos
y recurrentes sería el relativo a la lecto-escritura) consecuencia
del primero. Para dar respuesta a esta situación y mejorar
la calidad del proceso educativo será preciso potenciar, aún
más de lo que están, formas de relación variadas
en cuanto a su grado de formalidad (formales e informales), canal de
comunicación (indirectas, mediatizadas y directas), contexto
relacional (individuales y colectivas) y grado de implicación
(de intercambio de información y de implicación directa).
En lo relativo a las relaciones entre
escuela infantil y escuela primaria también se constata la
inexistencia o la fragilidad de un modelo educativo común y coherente
a ambas etapas. Este hecho puede deberse a desencuentros que
pueden afectar tanto a cuestiones de carácter periférico
o formal (distribución de la jornada escolar o la configuración
espacial de las aulas) como a otras que se ubican en un plano más
profundo del modelo educativo (roles a asumir por los docentes,
finalidades educativas contempladas, papel de las familias y relación
con éstas…).
Desde esta situación
parece totalmente imprescindible diseñar e implementar estrategias
relacionales variadas que mejoren los diferentes niveles de coordinación
existentes entre la escuela infantil y la primaria (Argos, 1998a).
Algunas de estas estrategias a implementar desde la etapa de Educación
infantil podrían inscribirse tanto en la esfera relacional
(por ejemplo, favoreciendo las relaciones de los niños con personas
y contextos escolares de primer curso de Primaria), como en la metodológica
(entre otras formas, incorporando determinados tiempos de "esfuerzo"
en el marco de propuestas más "homogeneizadoras") o en la
de objetivos y contenidos (atendiendo de forma especial a ciertas
metas y contenidos que puedan tener una cierta relevancia propedéutica).
Además de las vías
y estrategias mencionadas, la consecución de esta coordinación
debería de pasar, en primer lugar, por otorgar el justo reconocimiento
y valoración que merecen los docentes y la etapa de Educación
infantil ya que, al igual que Pound (1989) constató en su investigación,
los docentes estiman que aún existe una cierta minusvaloración
(no sólo por parte de las familias y de la sociedad en general,
sino por el conjunto de los docentes de otros niveles) de su status
profesional así como del de la etapa educativa infantil.
Los roles de los docentes de Educación
Infantil son variados y polimórficos y se inscriben en
diferentes ámbitos: de aula, de centro y comunitarios, destacando
sobremanera los que acentúan la figura del maestro como persona
y que se proyectan en funciones de dinamización, estimulación,
orientación y horizontalidad relacional.
La indiscutible importancia que se concede
a los primeros años de vida de los niños, a la infancia
temprana exige, a nivel educativo no sólo contemplar y considerar
ciertas características genéricas e idiosincráticas
de estas edades sino también y fundamentalmente ser conscientes
de la enorme variedad de las situaciones particulares y de la incidencia
que ellas tienen (en cuanto a posibilidades y limitaciones personales,
familiares y sociales) en el desarrollo del proceso educativo infantil.
La existencia en un mismo aula de grupos
heterogéneos en edad comporta para los docentes aspectos tanto
positivos como limitadores. Esto a últimos se acentúa
cuando existe una cierta descompensación numérica entre
los diferentes grupos de edad.
Los docentes de Educación infantil
comparten un planteamiento metodológico bastante común
y que se sustenta en una serie de principios que, aunque vinculados
a algunos referentes teórico-pedagógicos que podríamos
considerar como "clásicos" a esta etapa (actividad, individualización,
juego, intuición,), ostentan un marcado carácter inductivo-experiencias,
estando preñados de matices idiosincráticos a cada
docente y elaborados desde constataciones y reflexiones llevadas a término
a lo largo de su trayectoria y práctica profesional.
Estos principios aparecen
en estrecha interrelación, implícita o explícitamente.
Ello hace dificultoso su análisis independiente y nos induce
a pensar que para generar propuestas pedagógico-formativas de
calidad para los educadores, deberían plantearse estos principios
de una forma más natural, integrada y cercana a la realidad.
El principio de globalización
es reconocido como importante por los docentes, vinculándolo
a la idea del planteamiento unitario de la experiencia que tienen
los niños. Su implementación la tienden a ver más
eficaz y natural cuando se integra en propuestas que van en la línea
de los proyectos de trabajo que cuando se articulan en función
de centros de interés que generan más dosis de
artificialidad y un menor protagonismo de los niños. A su vez,
del pensamiento de los docentes se desprende que el desarrollo de este
principio es mejor cuando el contexto de la actividad es marcadamente
lúdico.
La afectividad es considerado como
un principio educativo de primer orden que se "filtra" en los
restantes principios dándolos consistencia y sentido hasta llegarse
en ocasiones a afirmar que "los niños aprenden en la medida del
afecto".
En relación con este
principio y a modo de apunte hipotético cabe plantearse si, como
afirma alguna docente, el valor otorgado al elemento afectivo se va
incrementando conforme se gana en experiencia educativa en esta etapa.
La atención a la diversidad
es un principio recurrente e importante para todos los docentes, pudiendo
adoptar dos dimensiones: de una parte la del respeto a las
diferencias individuales de los niños (experiencia, capacidad,
intereses,) y, de otra, la del fomento o potenciación de sus
manifestaciones diferenciales.
En complementariedad con este
principio estaría aquél que podríamos denominar
de relación/cooperación. El nexo entre ambos vendría
a ser otro elemento considerado como importante y que está presente
en el conocimiento práctico de las maestras: el del respeto.
En el pensamiento y práctica de los
docentes se constata una convicción común respecto de
la importancia de aprovechar cualquier momento o situación
como fuente de aprendizaje, lo cual supone entender la práctica
educativa como algo abierto e imprevisible. Este planteamiento emergente
se encuentra a veces con dificultades para llevarle a término,
concretamente cuando la actividad planificada "eclipsa" este principio,
hecho que suele ocurrir en aquellos días "no buenos" en los que
la "lucidez" del educador no está del todo presente.
El anterior principio aparece estrechamente
vinculado con otros como son el del interés y el de significatividad,
a los que también aluden los docentes. Si bien parece obvio que
es "absurdo intentar enseñar cosas que no interesan",
no lo es menos la idea de que, en algunos casos no solamente habrá
que limitarse a respetar los intereses de los niños sino que,
también, habrá que tratar de despertar algunos otros
que, a juicio de los educadores, son importantes.
Bajo este principio también
se cobijaría aquél que aboga por la importancia de respetar
las iniciativas y la lógica peculiar de los niños
de estas edades.
Otro referente metodológico que preside
el pensamiento y la práctica de todos los docentes es el que
alude a la importancia de apoyarse en lo real, lo concreto, lo tangible,
lo cotidiano, lo familiar. Aunque este principio no aparece explicitado
como tal por ninguno de los docentes, ellos lo tienden a contemplar
en sus prácticas educativas desde una doble vertiente: de
un lado conformando una secuencia de actividades que habitualmente
se apoyan en el ámbito sensorio-motriz para posteriormente
dar paso a otras que ostentan un carácter más abstracto
o conceptual y, de otro, otorgando protagonismo al contacto con el
entorno de la escuela como fuente importante de experiencias y aprendizajes.
Por lo que respecta al principio que podríamos
denominar de actividad, los docentes lo perciben en relación
estrecha con todos los anteriores, así como con los de creatividady autonomía. En relación con el primero,
los docentes tienden a contemplarla necesidad de experimentar de
diferentes formas con las cosas y situaciones (obsérvese
la estrecha relación que mantiene este planteamiento con la importancia
de fomentar las diversidades y peculiaridades de cada niño).
Por lo que respecta a la autonomía, un aspecto que se
considera fundamental es la potenciación de su dimensión
cognitivo-intelectual. El que los niños piensen y razonen
son actividades que han de estar en todo momento presentes en la actividad
educativa.
La actividad lúdica se presenta
como un referente metodológico fundamental de la educación
infantil. Los educadores de esta etapa no constatan en sus prácticas
una dicotomía manifiesta entre juego y trabajo aunque, en
ocasiones, el verdadero juego (el de carácter libre)
pierde protagonismo en detrimento de aquél otro más
dirigido más vinculado a actividades de corte más instructivo,
menos creativo y más homogeneizante.
Creemos que es preciso reivindicar
la construcción de una cultura educativa común
en torno al juego (que incluya, además de a los docentes
de Educación infantil, a las familias y a los maestros de otras
etapas educativas) de cara a dar sentido y a consolidar prácticas
educativas que se apoyen en él, no ya como un reducto de la actividad
escolar ni como un mero acompañante de actividades de carácter
estereotipado y cerrado, sino con el valor intrínseco y el protagonismo
que merece.
La consecución de los grandes objetivos
que se desprenden de una orientación acentuadamente educativa
de esta etapa pasa por concebir a los contenidos que los desarrollan
con un carácter amplio y emergente a cualquier momento y situación
(podríamos hablar de una especie de omnipresencia de los contenidos)
y también por articularlos en propuestas didácticas
que ostenten un carácter más natural (proyectos
de trabajo o similares) y menos apriorístico y mediatizado
por el maestro (los centros de interés que con frecuencia
están al uso y que en ocasiones se encuentran vinculados a propuestas
editoriales altamente formalizadas y no demasiado contextualizadas y
flexibles.
La concepción del espacio educativo
ha de situarse inexcusablemente en unas coordenadas amplias que no reduzcan
la tarea educativa a los contextos de aula ni incluso a otros del propio
centro de educación infantil.
Desde esta concepción
amplia (estrechamente relacionada con la idea de comunidad educativa
y con la característica de apertura que ha de ostentar
la escuela infantil) se hace totalmente necesario que las propuestas
pedagógicas también entren en relación dinámica,
directa o indirectamente, con el contexto físico y socio-cultural
en el que se enclava el centro educativo.
Asimismo se desprende que
la concepción, características y distribución del
espacio educativo, fundamentalmente el del aula, influye en buena medida
en la práctica educativa hecho que nos indica la conveniencia
de incorporar, con la relevancia que merece, el elemento espacial a
los procesos de planificación educativa de esta etapa (Ezquerra,
1998).
Respecto del elemento temporal los
docentes mantienen una concepción amplia al entender,
de una parte, que ha de trascender al tiempo de interacción con
los niños y, de otra, por presentar un carácter eminentemente
flexible y global superador de los planteamientos que trabajas desde
meras yuxtaposiciones de unidades temporales discretas relacionadas
con diferentes áreas curriculares o con ciertos tipos de contenidos.
Otro hecho que también
se constata es la estrecha relación que mantiene este elemento
con los restantes elementos curriculares, fundamentalmente con los metodológicos,
y con el carácter marcadamente abierto y emergente de las programaciones.
Los recursos materiales han de considerarse
desde sendos parámetros de amplitud y desmitificación
desde el momento en que no sólo "cualquier cosa" puede servir
para llevar a cabo una propuesta educativa concreta sino que, además,
el material ha de estar siempre subordinado a los niños y a los
maestros, no debiendo ostentar en ningún caso un protagonismo
que no tiene, ni ser un condicionante pedagógico de primer orden
ya que la carencia de éste puede ser la mayoría de las
veces suplida con la ilusión, el compromiso profesional y la
creatividad de los educadores.
La consecución de un cierto control
de la clase, de una cierta disciplina es algo fundamental en la
medida en que con ello se conseguirá la creación de un
buen clima de aula y de escuela, imprescindible para llevar
a cabo una adecuada tarea educativa.
La construcción
de este ambiente educativo idóneo se fundamente y articula
en torno a la existencia de unas normas a respetar (no excesivamente
numerosas, jerarquizadas y flexibles) y de unas responsabilidades
(tanto individuales como grupales) a asumir.
Los recursos y estrategias
utilizados para conseguir ese buen clima educativo son abundantes,
variados y altamente contextualizados a la situación y/o al tipo
de alumnos, concediéndose gran importancia a los procesos de
autorregulación de los propios niños.
Los docentes de esta etapa educativa consideran
a la evaluación como un elemento importante a considerar
en el desarrollo y mejora de su práctica educativa, si bien lo
perciben como una tarea muy complicada y que en muchos casos
les puede desbordar ya que ha de estar en estrecha relación con
el carácter marcadamente global de la etapa.
En esta evaluación,
además de someterse a análisis los procesos de aprendizaje
de los niños y el propio proceso de enseñanza, debiera
de contemplarse la valoración del contexto familiar de los alumnos
al entender que es un referente importante que condiciona enormemente
el desarrollo tanto de los niños como del conjunto de la práctica
educativa.
La programación o planificación
del trabajo por parte de los docentes ha de ser un proceso que,
lejos de entenderse como apriorístico, rígido y formalista,
ha de ubicarse en un contexto más natural, emergente,
flexible y contextualizado, en consonancia con el peculiar curso
del proceso didáctico.
Estas características
que son las deseables son, a su vez, las causantes de que los docentes
perciban a esta actividad planificadora como algo complejo de
desarrollar, al menos desde el modelo usualmente demandado por la Administración
educativa.
A su vez, los docentes han
de enfrentarse al dilema, la docotomía o la ambivalencia
de conjugar la necesidad la flexibilidad y de espontaneidad que ha de
tener la Educación infantil, con la necesidad de prever su actuación
docente.
La planificación
conjunta con otros docentes es percibida por los educadores como
algo interesante y necesario a la vez que complejo y, en alguna ocasión
inexistente. El individualísmo programador puede ser consecuencia
tanto de una situación de aislamiento físico padecida
por los educadores de escuelas rurales que constan de una sola unidad
de Educación infantil, como a la ausencia de una cultura participativa
cuando se trata de los centros graduados.
Finalmente, el desarrollo profesional
de los docentes es entendido por ellos como un proceso contínuo
que no está caracterizado por cambios bruscos, sino más
bien por transformaciones de matiz que en muchas ocasiones son difícilmente
apreciables.
Para su correcto desarrollo
debería de ubicarse en una dimensión socio-colaborativa
que integre el perfeccionamiento derivado de sus experiencias, del estudio
y de las reflexiones individuales y pasaría por efectuar ciertos
replanteamientos entre los que cabría destacar los vinculados con
el excesivo academicismo de la formación inicial y el marcado carácter
burocrático y formalista que, en ocasiones, presentan las demandas
y prescripciones de la Administración educativa.
Para finalizar, queremos dejar
constancia de que el conjunto de constataciones empíricas que acabamos
de presentar no hemos de entenderlo como algo repleto de certezas sino,
más bien, como propuestas abiertas que nos induzcan a profundizar
en el desarrollo y la innovación de esta etapa educativa.
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