Medición de la calidad en la educación infantil: Una aproximación conceptual
Resumen
En este trabajo pretendemos realizar
una aproximación al contenido de la calidad en la educación,
aplicándolo al ámbito concreto de la educación infantil.
Pensamos que el concepto de calidad tiene interés científico
como instrumento de evaluación de la actividad educativa, así
como interés práctico para la toma de decisiones respecto
a la política educativa.
El punto de partida de nuestro
análisis se basa en la definición de la función de
producción en los servicios sobre personas propuesta por Burkhead
y Hennigan, que descompone estos servicios en cuatro grandes vectores:
inputs, actividades, outputs y consecuencias. Se relacionan de esta manera
los resultados de la educación con los recursos utilizados en la
misma. Nuestra tarea consistirá en la descripción del contenido
de cada uno de los cuatro vectores mencionados, pensando siempre en las
características específicas de la educación infantil.
Las valoraciones que realiza cada
uno de los sujetos implicados en el servicio educativo sobre los cuatro
vectores suponen una aproximación al concepto de calidad. Así,
el análisis de esta función nos permitirá disponer
de una referencia para evaluar el alcance y contenido de los indicadores
más frecuentemente utilizados en la medición de este concepto.
Los resultados de esta evaluación pueden servir para valorar la
pertinencia de las políticas concretas de control sobre determinados
inputs educativos, realizadas en nuestro país en los últimos
años.
Introducción
La definición, caracterización
y medición de la calidad de la educación es uno de los temas
de la Economía de la Educación más complejos y escurridizos.
Tanto que en ocasiones es utilizado con ligereza o se le niega contenido
alguno. Existen multitud de ejemplos que ilustran el primer caso: en periódicos,
en boca de políticos, etc.; de manera que hay quien afirma que
"la expresión calidad de la enseñanza constituye una suerte
de jaculatoria". Para el segundo, y como consecuencia de lo anterior,
sirva de ilustración la postura de algunos autores, que consideran
el concepto de calidad como algo "innecesario, por ser básicamente
un concepto retórico utilizado por políticos y gestores,
sin apenas contenido, de hecho muy elusivo en la práctica. Lo que
en el fondo hay de interesante en este concepto ya lo resuelve la evaluación".
Pensamos sin embargo que el concepto
calidad de la escolarización tiene indudable interés, desde
el punto de vista analítico y como instrumento para la toma de
decisiones. Ahora bien, sólo aprovecharemos el concepto si huimos
de su utilización fácil, sólo si intentamos una aproximación
detenida y exigente a esta categoría. Este es el objetivo principal
de este trabajo: intentar avanzar en la clarificación del concepto
de calidad. Ello nos permitirá, por un lado, relativizar el contenido
de numerosos trabajos científicos y actuaciones públicas
cuyas conclusiones y regulaciones pierden gran parte de su validez si
ponemos de manifiesto a qué hacen exactamente referencia, si impedimos
que se camuflen en el término ‘calidad’. Por otro lado, queremos
que sea el primer paso de un proyecto de investigación que permita
una aproximación rigurosa a la medición de la calidad, especialmente
en el terreno de la educación infantil.
La educación infantil como
un servicio sobre personas.
Deberíamos empezar por
poner de manifiesto el contenido de la educación como un servicio
sobre personas, diferenciado de otro tipo de servicios y, sobre todo,
de la producción de bienes. Sólo en este caso podremos determinar
la complejidad del término ‘calidad de la educación’.
Lo que comúnmente entendemos
como educación es, desde el punto de vista económico, la
prestación de un servicio, radicalmente diferente de la producción
de un bien. En este sentido, el trabajo pionero de T.P. Hill puede aportar
luz al problema. Según este autor, un bien puede ser definido como
un objeto físico apropiable y, por lo tanto, transferible entre
unidades económicas. Un servicio, por su parte: puede ser definido
como un cambio en la condición de una persona, o de un bien perteneciente
a alguna unidad económica, producido como resultado de la actividad
de alguna otra unidad económica, con el previo consentimiento de
la primera persona o unidad económica" .
Esta definición pone de
manifiesto una diferencia fundamental entre bienes y servicios, cual es
su medición. Un bien suele medirse por el número de unidades
físicas producidas, intercambiadas o consumidas, que podrán
ser valoradas en su caso utilizando los precios. La cantidad de un servicio,
sin embargo, debe medirse recogiendo el grado de dichos cambios en los
consumidores. Es decir, en la medición de los bienes sólo
necesitamos de la intervención del productor, mientras que en la
medición de los servicios es fundamental contar con el concurso
del consumidor de dicho servicio. Como veremos más adelante, la
necesidad de recurrir al consumidor influirá en la descripción
y valoración de un servicio.
Respecto a la educación,
podemos añadir que se trata de un servicio especial, un servicio
sobre personas, que Hill define como los "cambios en la condición
física o mental del consumidor, que son consecuencia directa de
la actividad del productor, tales cambios producidos a petición
del consumidor". Esta especificación de los servicios no hace sino
poner de manifiesto la complejidad del problema al que nos enfrentamos
cuando tratamos de medirlos.
La función de producción
de la educación.
El aprendizaje de un niño
es ciertamente un proceso complejo, en el que intervienen muchos sujetos:
el individuo que aprende, los profesionales que intentan que lo haga,
los familiares, pero también la sociedad en su conjunto. Sin embargo
usualmente se reducen todas estas interrelaciones a unas pocas variables,
que se considera tienen especial importancia. La formalización
más usual establece una relación funcional o causal entre
las siguientes variables:
E = f (B, F, P, C)
Donde E representaría el nivel
educativo adquirido, B: las características biológicas o
genéticas de cada individuo, F: el medio ambiente familiar, P:
las relaciones con los compañeros, y C: las características
y actividades del centro.
Sin embargo, dado que B, F y P
son variables difícilmente modificables, es usual centrarnos en
lo que ocurre en los centros educativos. El punto de partida sería
una función de producción tradicional, donde se relaciona
la utilización de inputs con el output de dicho proceso productivo.
Ahora bien, esta relación funcional que puede ser un modelo aceptable
en la producción de bienes- relación
entre la utilización de los inputs tradicionales (capital y trabajo)
con el output, se muestra claramente insuficiente cuando hablamos de servicios.
A este respecto han sido varios los
intentos realizados para describir lo que ocurre en los servicios. Una
primera aproximación la realizan Bradford, Malt y Oates, introduciendo
una importante distinción entre outputs y consecuencias en determinados
servicios públicos. Señalan que es posible considerar un
vector de inputs en la producción de bienes públicos (I),
que mediante una función de producción (conceptual) se convierten
en un vector (D) de outputs directamente producidos. Sin embargo el ciudadano
no está interesado en el vector D. En lo que está interesado
el ciudadano es en las consecuencias de D, que describen como el vector
C. En su ejemplo: el output de la policía local puede consistir
en el número de patrullas realizadas. Sin embargo, en lo que están
interesados los ciudadanos es en la seguridad ciudadana. De esta manera,
el gobierno local compra I para producir D, pero está interesado
en C. Esta dicotomía entre outputs y consecuencias no se presenta
en la producción de bienes.
Jesse Burkhead y Patrick J. Hennigan
amplían el análisis anterior, incluyendo dos distinciones
adicionales. En primer lugar, en el caso de los servicios, y especialmente
en el caso de los servicios sobre personas, el productor efectúa
una serie de actividades sobre un bien o una persona que pertenece o que
es el consumidor. Tan importantes como los inputs utilizados en el proceso
son las actividades realizadas por el productor. En segundo lugar, introducen
un vector adicional, que denominan vector ambiental, que describe las
condiciones en las que se efectúa el servicio, recogiendo las necesidades
de la ciudadanía.
De manera esquemática podemos
representar estos cinco vectores de la siguiente manera:
RECURSOS
RESULTADOS
INPUTS
Servicios de trabajo y equipo de capital adquiridos.
ACTIVIDADES
Rutinas de trabajo basadas en los conocimientos
sobre las condiciones ambientales.
OUTPUTS
Modificaciones en el usuario en el momento de
la utilización del servicio.
CONSECUENCIAS
Modificaciones en el usuario a lo largo de la
vida.
VECTOR AMBIENTAL
Condiciones que generan las necesidades de la
ciudadanía, derivadas de las características de
los usuarios y de los demandantes
Una aplicación del esquema
de los cinco vectores para el caso de la escolarización obligatoria
puede encontrarse en Scheerens (1992). Lo que nos interesa, sin embargo,
es realizar un análisis de este tipo para el servicio de educación
infantil. Para ello una fuente interesante de información es la
legislación vigente en España respecto a la educación
infantil. En estas normas se introducen requisitos sobre inputs, y actividades,
y objetivos sobre outputs.
Entre los inputs utilizados en los
centros de educación infantil podemos destacar los servicios de
trabajo prestados por los profesores, personal de apoyo, personal de limpieza,
personal de gestión y dirección; los locales donde se efectúa
el servicio (aulas, aseos, comedores, patios de juego, etc.); mobiliario
y enseres; consumibles, etc.
Respecto a las actividades, las clasificaciones
posibles son múltiples. El Real Decreto 1330/1991 describe tres
tipos de actividades: aquéllas relacionadas con la identidad y
autonomía personal, las relativas el medio físico y social,
y las que se centran en la comunicación y representación.
Estos tres grupos se desglosan en actividades cada vez más concretas
en el Real Decreto 1333/1991. Por otra parte, podemos aprovechar los índices
elaborados por Telma Harms y Richard Clifford (ECERS e ITERS) para derivar
de ellos algunas actividades: rutinas de saludo, comidas, descanso/siesta,
cambio de pañales/aseo, comprensión y uso del lenguaje,
razonamiento, lenguaje informal, actividades motoras, música y
movimiento, actividades creativas y artísticas, juego libre, actividades
de grupo, interacciones, actividades con bloques, con arena, con agua,
y representaciones teatrales.
Los resultados son los cambios que
se producen como consecuencia del servicio, cambios que se centran principalmente
en el usuario del servicio, pero que también pueden afectar a otros
sujetos, por ejemplo a los padres. Esto se debe a que la educación
infantil es un servicio en el que no coinciden los usuarios y los demandantes.
En este caso la distinción de los resultados entre outputs y consecuencias
nos parece especialmente complicada. Para intentar diferenciarlos podemos
recurrir a varios criterios: plazo en que se presenta el resultado (el
output sería el que se produce en el momento de la utilización
y la consecuencia se manifestaría con posterioridad a dicha utilización),
resultado directo o indirecto del servicio educativo, sujeto que experimenta
el cambio (el usuario u otro), etc. Nosotros utilizaremos la idea de resultado
directo o indirecto. Así un output se producirá como efecto
del propio servicio educativo, mientras que la consecuencia va a ser el
efecto de uno o varios outputs.
Entre los outputs del servicio de
educación infantil se pueden distinguir entre los pretendidos y
los no pretendidos. Entre los pretendidos podemos citar, en primer lugar,
el desarrollo de ciertas capacidades en el niño (en concreto la
LOGSE menciona las siguientes: conocer su propio cuerpo y sus posibilidades
de acción, relacionarse con los demás, observar y explorar
su entorno y adquirir autonomía en sus actividades habituales);
en segundo lugar, la transmisión de un esquema preferencial o un
conjunto de valores; en tercer lugar, la custodia y protección
del mismo (aunque la legislación española no menciona el
segundo y el tercero, es evidente que se trata de resultados ampliamente
valorados por los padres). Como outputs no pretendidos puede mencionarse
a modo de ejemplo las enfermedades contagiosas que sufre el niño
o los problemas de integración. Conviene resaltar que en el servicio
de educación infantil no se presenta uno de los outputs más
relevantes de otras etapas académicas: el éxito académico,
medido habitualmente a través de la obtención de calificaciones
o de un título acreditativo.
Respecto a las consecuencias del servicio
de educación infantil, podemos destacar el tiempo que liberan los
padres mientras sus hijos permanecen en el centro escolar, consecuencia
de la custodia y protección del niño. Por otra parte, es
importante la mejora en las condiciones de acceso a las siguientes etapas
educativas. Según Suzanne Donovan y Harold Watts, la asistencia
a programas de educación infantil aumenta la probabilidad de que
un niño siga lo que se denomina un ‘progreso escolar normal’. Es
decir, se reduce la posibilidad de repetir curso o de rechazar el sistema
educativo. Esta mejora en el acceso puede ser contemplada desde el punto
de vista individual, pero también desde una perspectiva social.
En este último caso lo que se pretende es mejorar las condiciones
de acceso de los individuos más desfavorecidos (por el ambiente
familiar, por ejemplo), con el objeto de reducir al máximo las
distancias que separan a los individuos en el momento de su entrada en
la escolarización obligatoria. Por último, existen una serie
de consecuencias quizás menos evidentes. Por ejemplo, la inmunidad
que desarrollan los niños respecto a determinadas enfermedades
contagiosas, efecto de uno de los outputs descritos previamente.
En la descripción de la función
de producción del centro de educación infantil hemos soslayado
la mención de un elemento fundamental: el niño. Usualmente
se le considera como el input más importante de la función.
Sin embargo, en nuestra opinión este tratamiento no es correcto.
En un servicio sobre personas, el consumidor o usuario del mismo no puede
ser considerado como un input, sino como el sujeto sobre el que se aplican
los inputs y se realizan las actividades para conseguir unos determinados
cambios. Desde este punto de vista, pensamos que el niño debería
ser considerado como la característica de la función de
producción (la ‘f’ de la función de producción del
centro). En este caso se pretende poner de manifiesto la importancia del
niño como el centro del servicio educativo.
Los restantes factores de la función
de producción educativa (características familiares, sociales,
económicas, amistades, etc.) forman el vector ambiental. Estas
variables determinan las condiciones y las necesidades sobre las que se
va a desarrollar el servicio.
Cantidad, cualidad, y calidad.
Tomando como punto de partida
el esquema de vectores, el siguiente paso consistiría en introducir
la distinción entre cantidad, cualidad y calidad propuesta por
Miguel Olmeda. Pensamos que esta distinción puede ser útil
para avanzar en el contenido de la actividad que nos interesa: la educación
infantil.
Dimensión cuantitativa o de CANTIDAD: "se
trata sin más del número de unidades físicas de
cada uno de los componentes de los cuatro vectores del servicio"
inputs: número de horas prestadas por los
profesores y resto de personal; metros cuadrados de los locales; unidades
de mobiliario y otros bienes.
actividades: número de horas dedicadas a
actividades creativas; a la comprensión del lenguaje; a la comunicación
etc.
outputs: número de niños que han
aprendido a relacionarse; que han adquirido autonomía; que han
enfermado; etc.
consecuencias: horas de tiempo disponible de los
padres; número de niños que consiguen el ‘progreso escolar
normal’; número de enfermedades que se evitan, etc.
Dimensión descriptiva o de CUALIDAD: "características
y atributos de los elementos de cada uno de los vectores que componen
el servicio. Pueden definirse por varios objetivos y funciones, especialmente
su capacidad para el desarrollo del servicio".
inputs: nivel educativo, experiencia, edad, género
de los profesores y resto del personal; localización geográfica
de los locales y características de éstos y otros elementos.
Actividades (utilización concreta del tiempo
por parte de cada uno de los agentes): por ejemplo en el caso del uso
del lenguaje se puede llevar a cabo a través de dibujos, con
videos, con adivinanzas, leyendo un diccionario o escuchando la televisión.
Outputs (características de los cambios
operados en los agentes): respecto a la transmisión de un esquema
preferencial, se puede perseguir que el niño tenga una actitud
abierta y desenvuelta ante la vida, que adopte hábitos propios
de ciertas creencias religiosas, etc.
consecuencias: la mejora en las condiciones de
acceso a etapas educativas posteriores puede hacer referencia a la integración
del niño en el mundo escolar, a la introducción de ciertos
hábitos o disciplinas concretas, a su actitud frente al proceso
educativo, etc.
Dimensión normativa o de CALIDAD: "valoraciones
que sobre los distintos elementos de los cuatro vectores tienen los
distintos sujetos que intervienen en el servicio". Es decir, los alumnos,
los padres, los profesores, los directores de los centros, los gestores
políticos y los expertos valoran la calidad de cada uno de los
elementos de cada vector que interviene en el servicio educativo, de
acuerdo con sus propias preferencias.
Partiendo de estas tres dimensiones
podemos establecer tres niveles de análisis del servicio educativo:
de cantidad, de cualidad y de calidad. El paso de uno a otro supone un
aumento en el grado de dificultad en la elaboración, pero también
en el nivel de significación. Estos tres niveles de análisis
pueden ser realizados en cada uno de los cuatro vectores: inputs, actividades,
outputs y consecuencias. También aquí el grado de dificultad
y el nivel de significación son crecientes. Contamos así
con doce posibilidades, que pueden proporcionarnos otros indicadores del
servicio:
INDICADORES
DEL SERVICIO EDUCATIVO
INPUTS
ACTIVIDADES
OUTPUTS
CONSECUENCIAS
CANTIDAD
1
2
3
4
CUALIDAD
5
6
7
8
CALIDAD
9
10
11
12
Fuente: OLMEDA, Miguel: "Cantidad, cualidad y
calidad de la enseñanza universitaria: una distinción
útil", en Actas del I Congreso Internacional sobre la Calidad
de la Enseñanza Universitaria, Cádiz, 6-8 marzo
de 1991, pág. 373-374.
Los distintos estudios sobre
la calidad de la educación suelen tomar como referencia indicadores
de cantidad y/o cualidad, suponiendo que aumentos en estas dimensiones
se traducen en aumentos en la calidad del servicio. Pensamos que la veracidad
de esta relación hay que demostrarla. No podemos afirmar a priori
que cambios en la cantidad o en la cualidad se traduzcan en aumentos en
la calidad. No es inmediato que el aumento en el número de profesores,
en el tamaño de las aulas, o los cambios en las cualidades de unos
u otras se traduzcan en aumentos en la calidad, que sean mejor valorados
por los sujetos afectados. Serían necesarios estudios empíricos
que pusieran de manifiesto esta relación. Por otro lado, no tiene
sentido hablar de un único indicador agregado de la ‘calidad del
servicio’. En todo caso, deberíamos hablar de la calidad de los
inputs, de las actividades, de los outputs o de las consecuencias.
Dentro de los indicadores de la
tercera fila (9, 10, 11 y 12), ¿cuál de ellos es el mejor indicador
de la calidad? Como hemos visto, la ‘calidad del servicio’ no es una categoría
que podamos establecer como tal, podemos hablar de la calidad de determinado
input, determinada actividad, determinado output o de determinada consecuencia.
Es cierto que el nivel de significación aumenta de uno a otro,
pero también pueden tener distinta significación en función
del sujeto que realiza la valoración: probablemente el usuario
(el niño) está principalmente interesado en las actividades,
el profesor en los outputs, o los padres en las consecuencias. En términos
analíticos la relación entre un aumento en la calidad de
los inputs y las actividades y la calidad de los outputs y las consecuencias
es algo que también hay que demostrar. Es perfectamente posible
que se produzca un aumento en la calidad de los inputs y/o de las actividades,
sin que ello se traduzca en un aumento en la calidad de los outputs o
de las consecuencias. Por ejemplo, la construcción de un nuevo
edificio (valorado por los sujetos como un input de mayor calidad) no
tiene porqué traducirse en mejoras en la calidad los outputs y
las consecuencias.
Sin embargo, la mejora en la calidad
de un determinado elemento del vector de inputs o de actividades es preferible
per se, en tanto existe una mejor valoración por parte de
los sujetos implicados. Por poner un ejemplo extremo: los niños
pueden aprender a leer y escribir en barracones, sentados en el suelo,
con una pizarrita y una tiza; o pueden aprender a escribir en unas aulas
con calefacción y aire acondicionado, en pupitres adaptados a sus
dimensiones, a través de vídeos y programas de ordenador,
con juegos, etc. En ambos casos el output puede ser el mismo (aprender
a leer y escribir) y las consecuencias no serán radicalmente distintas,
pero en el segundo caso hay una mejora en la valoración de los
inputs y las actividades por parte de los alumnos, de sus padres, de los
profesores, etc. Es decir, medidas encaminadas a modificar inputs y actividades
son deseables si mejoran la calidad de los mismos a juicio de los sujetos
interesados en el servicio educativo. Otro asunto distinto a analizar
será si esas mejoras en la calidad de inputs y actividades se traducen
en mejoras en la calidad de los outputs y las consecuencias.
¿Qué se suele hacer?
Este esquema de vectores y dimensiones
pone de manifiesto la complejidad del análisis de la educación
infantil como servicio sobre personas. Partiendo de este esquema puede
ser útil analizar las regulaciones establecidas acerca del funcionamiento
del servicio, así como algunos trabajos que pretenden obtener conclusiones
sobre la calidad educativa.
Podemos empezar con la legislación
vigente en nuestro país acerca de la educación infantil.
Como hemos mencionado, la LOGSE fija para esta etapa una serie de objetivos,
que no son sino cualidades de algunos outputs (7 en el cuadro anterior).
Por otro lado, el Real Decreto 1004/1991 establece una serie de requisitos
mínimos que deben cumplir los centros. Estos requisitos consisten
en una serie de limitaciones sobre las cantidades y cualidades de algunos
inputs (número y cualificación del profesorado, características
del local, tamaño y características de las aulas, etc.;
números 1 y 5 en el cuadro). Por último, los Reales Decretos
1330/1991 y 1333/1991, que establecen el currículo, el tipo de
actividades a realizar, es decir, sus cualidades (número 6). En
resumen, se fijan objetivos sobre algunas cualidades de algunos outputs,
exigiendo el cumplimiento de unas cantidades y cualidades de determinados
inputs y cualidades de determinadas actividades. Como se puede apreciar,
estos elementos no nos permiten conocer la calidad de la educación.
Se obtendría un mayor grado de significación si la referencia
se hiciese sobre los elementos 9 al 12. Es de suponer que en este tipo
de regulaciones está implícita una valoración por
parte de los expertos, pero en ningún caso tenemos la valoración
de los demás sujetos implicados en el servicio (padres, niños,
profesores, etc.).
Un tipo de trabajos sobre el que
puede ser interesante aplicar el esquema mostrado son aquéllos
derivado del Coleman Report. En dicho informe se afirmaba que la cantidad
y cualidad de un output (el denominado resultado académico) se
explica principalmente a partir de las características familiares,
siendo de poca importancia las características del centro (cantidad
y calidad de determinados inputs). En el mismo sentido, el famoso trabajo
de Hanusek de 1986 supuso un jarro de agua fría sobre las expectativas
de gestores públicos y responsables de la enseñanza. En
nuestro esquema, podemos representar el trabajo de Hanusek como una relación
estadística entre las cantidades y cualidades de algunos inputs
(ratio profesor-alumnos; nivel educativo, experiencia y salarios del profesorado;
y gasto por alumno; 1 y 5) y la cantidad de un output (el éxito
escolar; 3). En sus propias palabras: "los resultados son sorprendentemente
consistentes y muestran que no existe una evidencia fuerte de que la ratio
profesor/alumno, la educación del profesor, ni la experiencia del
profesor tengan los efectos positivos esperados sobre el éxito
escolar … la administración y los servicios complementarios tampoco
muestran relaciones sistemáticas con el rendimiento".
A la vista del cuadro, la conclusión
obtenida por Hanusek no nos debería extrañar. Pensar que
un aumento en las cantidades y cualidades de unos inputs tiene que traducirse
en el aumento de la cantidad de un output es quizá esperar demasiado.
En primer lugar, existe una presunción implícita de que
el número y las características de los profesores es la
única variable relevante en la cantidad de output. Sin embargo,
el número y la importancia de las variables que no se controlan
en este análisis es tal que podríamos haber obtenido cualquier
resultado, sin que pudiésemos otorgarle demasiada importancia en
ningún caso. Por otro lado, lo que debería ser importante
en este tipo de análisis es la calidad de cada uno de los vectores.
Lo que interesa conocer es si la cantidad y características de
los profesores influye en la calidad de los mismos, partiendo de las valoraciones
de los agentes. Ese resultado (un aumento en la calidad de algunos inputs)
sería positivo en sí mismo, demostrando que "el dinero sí
que importa", en tanto es valorado por los alumnos, los padres, los profesores
y/o los expertos.
En segundo lugar, existe otra
presunción acerca de que un aumento en la cantidad de un output
es sinónimo de un aumento en la calidad del mismo, incluso de las
consecuencias (una mejora de 3 supone una mejora de 11 y 12). Tampoco
es necesariamente así. En nuestras universidades se está
extendiendo la idea de que con el nuevo plan de estudios aumenta el número
de licenciados. Sin embargo son pocos los que se aventurarían a
decir que se trata de un aumento en la calidad del output, y mucho menos
de las consecuencias.
Por último sería
interesante analizar algún trabajo sobre calidad de la educación
infantil. Entre la confusión a menudo reinante, uno de los trabajos
más atinados se debe a David M. Blau. En este trabajo el autor
intenta establecer una relación estadística entre la ‘calidad’
de la educación y una serie de variables explicativas. En la variable
‘calidad’ incluye los mencionados índices ECERS e ITERS, que básicamente
están compuestos por una estimación de la ‘calidad’ de algunos
inputs (por ejemplo, el mobiliario) y de un conjunto de actividades (mencionadas
antes). La valoración que da lugar a esta ‘calidad’ consiste en
la opinión de un encuestador, que ha recibido un cursillo semanal
intensivo, donde se le han proporcionado una serie de instrucciones sobre
cuál debe ser su calificación. Es de suponer que estas instrucciones
provienen de algún comité de expertos. No cabe duda de que
supone un avance respecto a las variables contempladas anteriormente.
Sin embargo, en esta valoración cualitativa están ausentes
todos los demás agentes del servicio.
Respecto a las variables explicativas,
Blau utiliza básicamente indicadores de cantidad y cualidad de
los inputs (1 y 5). De nuevo este estudio podría aportar información
sobre la relación entre cantidad y cualidad de los inputs, y calidad
de los mismos. Pero no puede obtener conclusiones válidas sobre
la calidad de los outputs y las consecuencias.
¿Qué se debería hacer?
Creemos que cualquier análisis
que quiera centrarse en el estudio de la calidad de un servicio sobre
personas, especialmente en el caso del servicio educativo, debe partir
de la búsqueda de indicadores de la calidad de cada uno de los
vectores del mismo. Para evaluar el servicio es fundamental contar con
las valoraciones de los sujetos que se ven directa o indirectamente implicados
en el mismo. Para conocer si un servicio es bueno, regular o malo, debemos
preguntar a los alumnos, a los profesores, a los padres, a los expertos
o a los políticos si los inputs son buenos, si las actividades
son buenas, si los outputs son buenos y si las consecuencias son buenas.
Si, según Hill, el resultado
de un servicio consiste en los cambios experimentados por el usuario,
deberíamos ser capaces de medir estos cambios. Partiendo de estos
resultados puede ser relevante el análisis de cualquier modificación
sobre la calidad de cada uno de los vectores. Por ejemplo, a la vista
del coste, ¿qué efecto tiene aumentar el número de profesores
sobre la calidad del servicio (relación entre 1 y 9-12)? ¿y aumentar
su nivel educativo o experiencia (5 y 9-12)? ¿qué efecto se espera
del cambio en las condiciones del mobiliario, en la superficie de las
aulas, en definitiva, en las condiciones del centro (1 y 5 sobre 9-12)?
Este tipo de relaciones son las que tiene sentido estimar cuando nos referimos
a la calidad, y en esa estimación hay que tener en cuenta las opiniones,
no sólo de los expertos, sino de todos los sujetos implicados en
la educación: los niños, los padres, los profesores, los
políticos, etc. En otro caso, la calidad seguirá en boca
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