"La cosa está en que un día
haya tiempo para todo: para hablarnos sin apuros, para compartir rocíos,
para ser fin de semana como si vivir fuera tiempo libre, espacio para
estar".
SILVIO RODRÍGUEZ
"La agresión es para el niño
el medio de significarnos su rechazo; tiene el sentido de una llamada
para ser oído, escuchado, reconocido, amado, para obtener un mejor
ser y estar existencial: en el fondo, se trata de una llamada a la comunicación"
BERNARD AUCOUTURIER
I- A MANERA DE PUNTO DE PARTIDA...
En los tiempos que corren, el tiempo
que nos toca vivir, el tema que nos convoca, AGRESIVIDAD (y con mayúsculas),
en su sentido más general y en sus particularidades y en sus especificaciones,
nos preocupa, no solo a los profesionales de la educación, sino
a todo o cualquier individuo que se detenga a mirar y reflexionar sobre
el acontecer diario. El tema a investigar, a desarrollar resultaría
extensísimo por tanto plantearemos nuestro parcelamiento reconociendo
la dificultad que esto podría conllevar si partimos de entender
el problema (más adelante aclararemos por qué lo conceptualizamos
como problema) como de un engranaje más social, en espiral continuo
con múltiples interacciones, matices, fases, cambios, necesidades,
influencias, y alternativas.
Al borde del año 2000, y desde
no hace tanto años haciendo una mirada retrospectiva, en los centros
de atención a la infancia nos hemos ido encontrando con la presencia
de niños cada vez más pequeños; hoy las plazas para
bebés desde los 3 meses de vida (y en algunos casos de 45 días)
se cubren a ritmos vertiginosos y las vacantes que se van produciendo
por los pasajes, debido a la edad del niño al grupo cronológico
superior, están cubiertas ya con bastante antelación. Es
decir que tenemos niños cada vez más pequeños en
nuestros centros. Y esa es hoy la demanda de la sociedad actual. Demanda
en cuanto a necesidad pero necesidad en cierto modo discutible, necesidad
en cierto modo creada. Necesidad en íntima relación con
una escala de valores, que si bien es individual, diferente y particular
para cada familia responde en líneas generales a un modelo de sociedad
actual demasiado distinto al de hace décadas. Con lo que estamos
expresando no queremos categorizar que todo tiempo pasado fue mejor ni
mucho menos, solo vamos exponiendo "sobre la mesa" nuestras reflexiones,
nuestros pensamientos, que intentan estar lo más desnudos posibles,
lo más transparentes posibles, para que transmitan, para que comuniquen
nuestra línea de análisis.
Retomando, que nuestros Centros de
Educación Infantil estén hoy poblados de bebés y
niños de primera infancia, niños pequeños, los más
pequeños no implica que nuestro trabajo sea menor sino por el contrario,
es mayor, tenemos una mayor responsabilidad, nuestros errores pueden ser
muy grandes, ¿y por qué? Pues, justamente porque todo lo que estas
personitas de 0-3 años reciban hoy, sentarán las bases de
las personas que serán mañana.
Conocer la evolutiva es fundamental,
pero no basta (además cada vez se hace necesario un cambio de ésta
a nivel de "ajuste" a la realidad de hoy), también nos tenemos
que conocer a nosotros mismos, con todo lo que somos (a modo de autoreflexión:
nuestras alegrías, nuestras frustraciones, nuestras limitaciones,
nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros miedos, nuestro carácter,...)
Retomemos aún más, cambio
de valores sociales, demanda social actual, necesidad creada, niños
pequeños escolarizados desde bebés, mayor responsabilidad
para los profesionales de los Centros Infantiles, mayor grado de complejidad
en nuestra tarea educativa: entendida como proceso de aprendizaje donde
el "estar" hace de por sí que nos involucremos, lo queramos o no,
lo hayamos pensado o no. Este no es un trabajo comparable a otro, o más
bien, es difícil de comparar. Mantenemos formas similares como
pueden ser cumplir un horario, tratar de hacerlo lo mejor posible, recibir
una remuneración por ello, etc., pero todo ello en cuanto a formas,
ahora bien, si hablamos de fondo nos estaremos involucrando, y allí
encontraremos las diferencias. Más nos involucramos que más
pequeño es nuestro saber y más nos interesamos por todas
las disciplinas que en mayor o menor medida convergen con la educación.
Es entonces donde nuestro interés pasa por la psicología,
la salud, la sanidad, el arte, la sociología,... Pero es también
entonces donde tenemos que hacer consciente que si nos sentimos involucrados,
sobre todo y prioritariamente en la interacción entre nosotros,
profesionales de la educación infantil, y los padres y los niños
y el entorno, estaremos IMPLICADOS, y la implicación hará
que el proceso educativo sea un aprendizaje sin límites para nosotros,
que nos enriquecerá y nos hará crecer.
"La educación tal como nosotros
la concebimos, no es una serie de aprendizajes definitivos, sino una búsqueda
permanente sobre temas que se encadenan espontáneamente unos a
otros. Búsqueda en la que jamás nada se termina, en donde
todo puede ser revisado, en donde cada obra, cada estructura construida
sigue siendo proyecto, susceptible de ser modificado, creado de nuevo.
Búsqueda en la que el error es considerado como una etapa a menudo
necesaria de la evolución y por lo tanto desculpabilizado"
Y es a partir de dicha concepción
donde en la implicación nace el vínculo como "estructura
dinámica en continuo movimiento donde la calidad de la relación
y de la comunicación afectiva es determinante". Dice Enrique Pichón-Rivière:
El vínculo es siempre un vínculo social, aunque sea con
una persona; a través de esa persona se repite una historia de
vínculos determinados en un tiempo y en espacios determinados".
Hasta aquí, a grosso modo queda
planteada una de nuestras líneas de análisis que va desde
el educador, con su implicación en el proceso educativo, con su
conocimiento de sí mismo, con su conocimiento del niño,
su interacción con éste y el entorno familiar y social o
viceversa. A partir de esta línea podemos ir haciendo el recorte
para tratar el tema que nos preocupa: la agresividad. Porque reflexionaremos
sobre las manifestaciones agresivas en nuestros Centros de Educación
infantil que a pesar, como decíamos anteriormente, de estar poblados
con niños de corta edad se hace sumamente necesario contar con
otras, quizás podríamos llamar nuevas, formas de abordaje.
A diario nos enfrentamos con este
problema, problema en tanto nos coloca en el importante lugar de tener
que resolverlo (no siempre como mejor quisiéramos) para en principio
que la agresividad no se transforme en agresión (por ejemplo que
un niño haga daño a otro) pero la cuestión radica
en él por qué de esas manifestaciones agresivas, en él
por qué de esas explosiones, esos estallidos, esas rabias y en
lo que todo esto día a día como una constante produce en
nosotros y repercute en nuestro trabajo con los niños. Nos ayudará
en la resolución encontrar unas buenas vías de canalización
que sean lo más adecuadas posibles, lo más aceptadas posibles
pero para ello tendremos que reflexionar sobre las situaciones conflictivas
cotidianas ante todo observándolas detenidamente (pudiendo tomar
cierta distancia), analizando qué pasa con nosotros, qué
nos provoca, que emociones o sentimientos nos despiertan esas situaciones
agresivas o ese niño "agresivo", intentando no conceptualizar el
término sino comprenderlo para luego poder aceptarlo y más
tarde ayudar a "modificarlo", es decir canalizarlo. Pero abramos otro
apartado para la discusión de esta problemática.
II- ¿QUÉ ENTENDEMOS POR AGRESIVIDAD?
Dice Eduardo Galeano: "Uno se asoma
a las estadísticas internacionales y se pregunta: Pero, ¿en qué
mundo vivimos? ¿Un manicomio gigante? ¿Un matadero? ¿Quién ha escrito
esta obra que estamos obligados a representar? ¿Qué loco o eufórico
verdugo? ¿Mentía la historia cuando prometía paz y progreso?
Diez mil personas mueren de hambre cada día pero cada día
gasta el mundo más de mil millones de dólares en ejércitos
y armamentos. El cortejo de las cifras militares con los datos de analfabetismo,
enfermedad y atraso produce estremecimientos de espanto si se piensa que
con el costo de un tanque se podrían equipar quinientas aulas escolares,
que un caza a reacción equivale a cuarenta mil farmacias y que
con lo que cuesta un destructor se podría proporcionar electricidad
a nueve millones de personas. Aunque las armas durmieran y no fueran disparadas
jamás, de todos modos estarían devorando los recursos de
la economía mundial. Y por cierto que sí se disparan. No
contra el hambre: contra los hambrientos".
Esto es agresividad, sin duda estas
palabras muestran, más allá de intereses políticos,
de posturas ideológicas, una intensión contundente de agredir,
una agresión real y constante. Si no miremos, aunque más
no sea de costado, al "Tercer Mundo". Esta agresividad, es a veces violencia
y siempre produce agresión. Agresión no solo en términos
de muerte, sino también de represión, de autoritarismo,
de miedo, de humillación, de silencio (silenciar el grito desgarrador).
Pero nos vamos muy lejos. Recortemos.
Retomemos. Busquemos otra de nuestras líneas de análisis.
Y relacionando este párrafo de Galeano podríamos citar una
frase de André Lapierre "La agresividad es el cemento de las sociedades
humanas." Afirmamos que lo expresado por el periodista y escritor uruguayo
es una agresividad mala, real y cierta, perjudicial y destructiva pero
la que intentamos analizar en este trabajo, con la que nos topamos a diario
en nuestros centros, tiene otro matiz, es otro tema. No tan complejo y
no menos complejo. Aunque resulte una paradoja. Es la complejidad en la
que nos encontramos inmersos los profesionales de la Educación
Infantil. Es la problemática cotidiana de nuestras escuelas que
va moldeando, tiñendo y estructurando las relaciones de los niños
entre sí, nuestras con ellos, de los niños con sus padres,
nuestras con ellos, de la familia con el medio sociocultural y nuestra
con ese medio.
La agresividad de la que hablamos
no es ni buena, ni mala. Es. Y como tal expresa y manifiesta un ser y
estar en el mundo. Es una necesidad de ser reconocidos. Reconocidos como
sujetos, como personas. Por el otro, por los demás. Es energía,
energía vital que todos, niños y adultos tenemos dentro
y que expandimos hacia fuera. Y de nuevo toma presencia esa espiral dialéctica
y vincular a que hacíamos referencia al inicio.
André y Anne Lapierre sitúan
la agresividad como una pulsión de vida (en oposición total
a los postulados freudianos): "Lucha y competición hacen parte
de la vida, individual y social. No debe ser culpabilizada y reprimida
en el inconsciente, sino asumida y dominada por el yo consciente, para
orientarla hacia investiduras positivas y constructivas, en vez de hacia
la destrucción y la violencia."
Entender la agresividad como pulsión
de vida, como expresión de movimiento es el camino para aceptar
la afirmación del niño como persona, de aceptar su manera
de ser, su deseo de ser, de existir. El encontrar las salidas, las desviaciones
socialmente aceptables para las manifestaciones agresivas es un tema que
abordaremos más adelante. Dicen Lapierre y Aucouturier: "La agresividad
es la resultante de un conflicto entre el deseo de afirmación por
la acción y los obstáculos y vetos que encuentra dicha afirmación."
De esta frase se desprenden tres puntas de análisis: la agresividad
como un resultado, el movimiento como afirmación del deseo de ser
y las limitaciones y prohibiciones (lo instituido socialmente). Y ¿qué
sucede cuando lo prohibido se interioriza? (en ocasiones llevándose
a un plano inconsciente). Pues que quizá mediante una actitud agresiva,
desobedecer, transgredir se superen modos de actuar que ponen en peligro
el desarrollo armonioso del crecimiento del niño. Hablamos de inhibiciones,
miedos, angustias, rabias, que acumuladas, guardadas, escondidas, reprimidas
obstaculizan la evolución del sujeto. Hablamos de las posibles
consecuencias. Hablamos de los escapes sintomáticos que evidencian
que algo no está funcionando bien. Hablamos de inhibiciones que
dañan, perjudican seriamente la autoestima del niño, que
le cuesta relacionarse, que le cuesta comunicarse; hablamos de ciertas
alteraciones a nivel de comunicación, de alimentación, de
sueño, de lenguaje; hablamos de niños que se autoagreden;
hablamos de dispersión de atención;...
El reprimir las manifestaciones agresivas,
el intentar mantener (para no perder) el control de la situación,
solo contribuirá a crear síntomas de los más variados,
además de consolidar la agresividad, de robustecerla, en el interior
del sujeto de intensificarla para que cuando la exteriorice, como explosión,
como estallido sea todavía más fuerte.
Por tanto la agresividad entendida
dentro de esta concepción dista bastante (cuando no se contrapone)
al significado que le da la psicología y hasta el mismo psicoanálisis.
Y no se trata tampoco de la búsqueda en el diccionario de la significación
del término. No podríamos comprenderla, aceptarla, desculpabilizarla,
asumirla, simbolizarla y canalizarla sino es desde esta connotación
que estamos planteando: como una energía que todos llevamos dentro,
que nos hace actuar, movernos para ser vistos, escuchados aceptados, reconocidos
por los otros. Agresividad como necesidad de ser reconocidos.
Energía que nos relaciona,
aunque a veces mal, con brusquedad, a golpes, a gritos, con los demás.
III- HIPÓTESIS:
Conociendo desde dónde partimos
y qué entendemos por agresividad, nuestra Hipótesis de trabajo
es la siguiente:
- Demostrar que con la educación
psicomotriz encontramos los medios de canalización y aceptación
social de la agresividad "infantil" que en realidad se deposita y se regenera
en los niños pero que es la consecuencia de la agresividad del
adulto, del entorno social que a su vez la provoca y reprime.
IV- OBJETIVOS GENERALES:
- Entender la agresividad como pulsión de vida,
como energía de movimiento.
- Comprender la relación entre agresividad
y tensiones cotidianas.
- Tomar conciencia de nuestra propia agresividad para
entender la de los niños.
- Conocer formas para abordar la agresividad.
- Acercar a los profesionales de la
Educación Infantil a la Psicomotricidad Relacional.
V- ¿NIÑOS AGREDIDOS O NIÑOS AGRESIVOS?
Fases y formas de manifestarse la agresividad:
"La agresividad es un modo de relación
con el otro, una comunicación"
Lapierre y Aucouturier
Es la manera más natural
de relacionarse con el otro, de darse a conocer al mundo. El niño
actúa, se mueve en su deseo de ser reconocido, aceptado y por
tanto su acción con su cuerpo la despliega con y sobre los otros,
con y sobre los objetos, en y sobre un espacio. Pero es en ese espacio
donde encontrará, de parte de los otros y de los objetos, distintos
niveles de limitaciones, de restricciones. ¿Y qué hace el niño
para superar estas limitaciones? Pues, reacciona agresivamente en oposición
a lo que traba, a lo que obstaculiza su deseo de afirmación.
Es la fase de la agresividad primaria. "Toda vida es necesariamente
agresiva en la medida en que se opone a otras vidas a las cuales debe
disputar su espacio y sus medios de existencia". Por ello, los adultos
debemos saber aceptarla, para comprenderla, aceptarla y no reprimirla
sino que fluya en determinado contexto (que expondremos detalladamente
en el Capítulo VI) para ser desculpabilizada mediante la simbolización.
Constantemente el niño
va midiendo sus límites a nivel del hacer, del pensar o del deseo.
Y natural y cotidianamente se enfrentará con limitaciones, prohibiciones,
resistencias y todo ello conllevará un registro, conformará
una matriz de aprendizaje Myrtha Chokler en una de sus obras cita a
Ana Quiroga y expresa que "... en cada experiencia, en cada contacto
del sujeto con el mundo, en cada exploración de la realidad,
se produce un aprendizaje explícito que se condensa y se objetiva
en un contenido, en la incorporación de una información,
en el desarrollo de una habilidad, en la internalización de una
norma o en la utilización de un código de comunicación...
Pero cada uno de estos aprendizajes
explícitos se realiza en una situación global, en un contexto,
en una secuencia, con un clima emocional, relacional, y afectivo al
que ese aprendizaje queda ligado, dejando huellas e inscribiéndose
en nosotros, instaurando o afianzando una modalidad particular de captar,
tomar, descartar, calificar, asociar y descalificar nuestras percepciones,
sentimientos, acciones es decir, una modalidad particular de seleccionar,
organizar, valorizar y simbolizar nuestras experiencias". Y esta forma,
este modo individual de cada sujeto conforma un modelo, interno y propio,
de aprender. Conforma una matriz de aprendizaje.
En esa experiencia, en esa apropiación
del conocimiento, en esos sucesivos encuentros con las limitaciones,
el niño podrá reaccionar con una agresividad destructora,
por no poder aún aceptar la frustración, aceptar el fracaso
de que las cosas no le "salgan" como lo preveía, como lo pensaba,
como lo idealizaba. Entonces el niño se revelará, destruirá,
pero será una fase necesaria para la construcción, para
la permanencia en una tarea, para aprender a ser paciente, para comprender
que en ocasiones solo la perseverancia hará que logremos nuestros
deseos o al menos nos mantendrá en el intento.
El lugar que en ese momento ocupe
el adulto, el lugar en el que se sitúa el rol del adulto, será
fundamental para la manera de actuar del niño, para la modalidad
que adopte en la resolución de las situaciones, para la seguridad
y confianza que vaya adquiriendo de sí mismo, para la construcción
de su personalidad. A partir del lugar y accionar del adulto habrá
niños que adoptan una actitud totalmente pasiva, dependiendo
totalmente del adulto, niños que adoptan una actitud de confrontación
permanente, incapaces de escuchar cualquier sugerencia, niños
culpables, moralmente malos, por no "encuadrar" dentro del deseo del
adulto, lo cual los lleva a sentirse de diversas maneras: rechazados,
no aceptados, no queridos, anulados, desinteresados, tristes,...
Encontramos a diario diversas manifestaciones
de la agresividad habiendo niños que producen una acción
sobre los otros niños (o adultos), de los objetos, el espacio
todo, violenta o muy violenta. Niños que pareciera que están
en cuatro sitios a la vez, de los que comúnmente se dice "no
paran", que se comportan como animalillos salvajes, en tanto y en cuanto
no respetan ninguna norma, tiran los juguetes, los materiales, los destruyen,
se tiran al suelo, dan patadas, pegan, tiran del pelo, muerden a la
menor ocasión. Otros que antes de llegar a la agresión
en sí, con su cuerpo, con sus gestos, con su voz, anticipan la
acción, niños que se ponen rojos de rabia antes de estallar,
que chillan amenazando, que se les desorbitan los ojos, que rigidizan
su cintura escapular y brazos, que aprietan fuertemente los puños.
Niños que con toda esta gesticulación dan la apariencia
de ir montando en cólera.
Y por el contrario, también
la agresividad puede manifestarse dentro del propio niño, bloqueada,
sin poder ser expresada al exterior, inhibida, pero latente. Cuando
nos encontramos ante un niño inhibido es erróneo pensar
que no es agresivo, y peor aún expresar "es tan bueno, tan tranquilo"
evidenciando un juicio de valor que no permitirá al niño
liberar sus sentimientos, sus deseos, por miedo a dejar de ser aceptado
y querido por el adulto, por miedo a pasar a ser "malo" y no merecer
ya el reconocimiento del adulto. Un niño que permanentemente
inhibe su agresividad en el momento que, creadas las condiciones, pueda
expresarla, liberarla podría hacerlo violenta, explosivamente.
Es el caso de los niños que se sitúan en un rincón,
apoyados a la pared, que miran de reojo lo que sucede a su alrededor,
que permanecen en un mundo interior, que prácticamente no sonríen,
que hablan poco o nada (en el caso de ya tener adquirido el lenguaje
oral), son niños que suelen aferrarse más tiempo al objeto
de apego, que esquivan permanentemente la mirada del adulto.
Pero si lo planteado en este último
párrafo llega a nivel extremo, donde no hay en absoluto participación
en lo que sucede fuera de sí mismo, se dan los casos de autoagresión.
Donde la comunicación se encuentra fuertemente alterada dado
un trastorno serio en su proceso de identidad, una desorganización
en la construcción de su personalidad. Pero tened en cuenta,
que estamos hablando de casos patológicos, no muy frecuentes
en los Centros. Estas autoagresiones provocan un daño real, heridas,
dolor. Con lo que solemos encontrarnos habitualmente en nuestra Escuelas
Infantiles son con rabietas tan fuertes, caprichos tan encolerizados
que hacen que el niño al no poder aceptar la norma, la frustración,
la limitación, por ejemplo se dé con la cabeza contra
la pared o contra el suelo, que si bien es una agresión hacia
sí mismo, por sobre todo es una llamada de atención, es
un grito de "aquí estoy", es un pedido de ayuda por existir un
poco mejor.
Por tanto, la agresividad, en un
primer momento, es una reacción a las diversas frustraciones
necesarias que genera el entorno, la realidad, el mundo en que ese sujeto
quiere afirmarse y ser reconocido.
Más tarde, la agresividad
en todas sus manifestaciones, es invadida por un sentimiento de culpa.
Donde el deseo del adulto, las prohibiciones que marca cobran un carácter
preponderante. La palabra también hace su juego, los "no" prohibitivos
reprimen, momentáneamente una acción, pero por sobre todo
impiden un escape hacia fuera. Y del abuso de los "no" prohibitivos
se deberá en parte la explosión violenta de la agresividad
en otros momentos. Destacamos también que en ocasiones no hace
tanto el "no" como el tono de voz elevado con que se lo dice, como la
mirada dura que acompaña la palabra, como el gesto autoritario
que lo enmarca.
Conociendo las fases naturales (y
necesarias) por las que atraviesa la agresividad comprenderemos y ayudaremos
mejor al niño. Entonces, hay una etapa primera, anterior a la
agresión hacia el adulto, que va desde bebé hasta el año
y medio, aproximadamente, que es la agresión de posesión.
Fase posesiva donde el niño se opone al otro por poseer lo que
le interesa, sea el adulto, sea un objeto. Los celos se manifiestan
en esta fase muy fuertemente. Luego, hacia los dos años la agresión
se ejerce ya contra el adulto. Y coincidiendo con la "fase anal" freudiana,
aparece la "pulsión de dominio", caracterizada por el deseo de
destruir todo lo que se opone a su poder de dominación del entorno,
a su deseo de dominar el mundo.
Agresividad en el ámbito social:
"La acción siempre está
involucrada en una relación con el mundo"
M. Basquín
La agresividad a través de
sus distintas fases es la respuesta con la que el niño se opone
y rechaza el entorno y los valores sociales.
Es este medio el que le pone obstáculos
a su deseo de ser, a su necesidad de explorar, de investigar, de descubrir,
de manipular, de experimentar. Todo es nuevo, muchísimas cosas
llaman la atención del niño, pero las limitaciones, las
prohibiciones, el peligro (aunque ante éstos sí es necesario
que actuemos contundentemente en un primer momento y lo expliquemos luego
tranquilamente) frenan el movimiento natural y espontáneo del niño.
¿Acaso que un niño esté quieto, permanezca quieto, no se
mueva o se mueva poco, que estemos constantemente invitándole a
moverse es sinónimo de normalidad? ¿Acaso no es lo contrario? Pues
entonces si el niño en sí es movimiento y el movimiento
se manifiesta a veces, y naturalmente, con agresividad, tendremos que
encontrar las vías de canalizarlo, desviarlo simbólicamente,
para que pueda ser aceptado socialmente.
Pero reflexionemos un poco sobre lo
cotidiano, sobre la vida que llevamos, sobre la rutina diaria.
La sociedad y sus modelos moldean
el deber ser, y en última instancia el ser. No es lo mismo, a nivel
de acción, de expresión corporal, a nivel de desarrollo
del pensamiento, de valores, un niño de capas sociales bajas, marginales,
a un niño de clase social alta, o un niño de gran ciudad
a un niño de pueblo pequeño, a un niño de campo.
Los ritmos sociales son distintos. Son otros. Los valores, ni hablar.
Las aspiraciones, las metas, los proyectos en sí de cada familia
según su contexto social, cultural, geográfico, político,
económico, tienen tanto de estructurante como de diferencia. Nuestra
psique se va determinando, condicionada por las influencias de ese entorno
social.
El tiempo, el espacio, las relaciones
que establezcamos con el mundo que nos rodea no son las mismas para todos.
Pero sí, son determinantes para todos y cada uno. Dicen L. Rubio
y J. Richard : "Espacio y tiempo son factores que condicionan fundamentalmente
la plasticidad psíquica".
El niño está ávido
de descubrir, explorar, investigar ese espacio cada vez más grande
que le circunda, así mismo encuentra cada vez más limitaciones
a su accionar, más prohibiciones, ¿qué va pasando entonces
con la percepción de ese espacio?, ¿cómo lo va viviendo
e interiorizando?, ¿cómo puede conocer ese espacio, accionar en
él?, ¿con qué tiempo cuenta?, ¿tiempo suyo, tiempo de los
adultos, del entorno?. El despliegue de una acción implica un proceso
en el tiempo, cierta duración desde el inicio hasta el fin. Una
acción conlleva (y necesita) una continuidad en el tiempo la que
permitirá al niño ir desarrollando su esquema de pensamiento.
El tiempo es un factor extremadamente
condicionante en la vida diaria (parcelando los entornos planteados anteriormente
y situándonos en la vida de ciudad). Nunca tenemos tiempo. No nos
alcanza el tiempo, siempre el tiempo nos alcanza y nos deja atrás.
No nos movemos con él, nos movemos contra él. Es como una
carrera, una maratón sin fin. ¿Adónde iremos tan deprisa?.
¿Se tratará de llegar primero?. Podríamos plantearnos innumerables
interrogantes al respecto, pero lo que nos interesa es que estas preguntas
nos conduzcan a dilucidar la problemática central: el tema radica
en el modelo social que perseguimos, tras el cual vamos. No se trata de
la utopía de detener el mundo, de producir cambios exponiendo recetas
mágicas. Solo se trata de reflexionar sobre lo cotidiano, el día
a día. Nuestros días. ¿Acaso tanta prisa no nos carga tensionalmente?.
¿No lo notamos?. ¿Nuestra disponibilidad es la misma con prisas que sin
ellas?. ¿Nunca expresamos esa carga de tensiones? ¿Y cómo la expresamos?.
¿Cómo la expresan los niños?. ¿Y el vecino, el frutero,
el funcionario?. ¿Cuáles son las diferencias (si es que las hay)?.
La agresividad se manifiesta a nivel
social todos los días. De mejor o peor manera. Más o menos
aceptada. Y en peores casos hay castigos sociales duros y no por ello
siempre acertados o justos. La agresividad sale fuera de nosotros. Siempre
sale. Antes o después. Produciendo en ocasiones agresiones más
explosivas o menos explosivas, más violentas o menos violentas
a las que el otro, los otros responden con su propia agresividad en igual
o mayor medida.
Si descubrimos nuestra propia agresividad,
si la reconocemos, si la analizamos, la desmenuzamos seguramente la desculpabilizaríamos.
Encontraríamos mil razones
que justifiquen sus manifestaciones. No importa si fueran ciertas o no,
justas o no. Lo importante es que serían nuestras razones, serían
el reencuentro con esa energía que nos contrapone al otro, con
esa pulsión que nos afirma como personas. Y en ese encuentro nos
sentiríamos un poco liberados (al liberarnos de la culpa), un poco
menos pesados (corporalmente).
En definitiva y de lo que en concreto
intenta tratar este trabajo, descubrir nuestra propia agresividad y
su relación, su condicionamiento social, su fuerte influencia del
entorno, nos hará comprender la agresividad que manifiestan los
niños, que no es otra ni distinta a la nuestra. Y al comprenderla
quizá entonces, la podamos aceptar, desculpabilizar, y ayudar a
simbolizar y canalizar.
Pero acerca de este último
deseo "ayudar a simbolizar y canalizar la agresividad" tenemos algunas
cosas que decir en el apartado siguiente.
VI- PSICOMOTRICIDAD, UN MÉTODO PARA SU ABORDAJE
"La relación psicomotriz
y psicotónica intervienen a cualquier edad, aunque pensamos que
reviste una importancia particular en el niño muy pequeño,
en el momento en que va a asumir su carencia del cuerpo, en el momento
en que se va a ver confrontado con la ambivalencia de sus deseos fusionales
y de sus deseos de identidad, en el momento en que, frente a una necesaria
frustración, deberá acceder a una comunicación simbólica
y mediatizada".
"La relación psicomotriz
es la única relación posible antes de la aparición
del lenguaje y continúa siendo un factor determinante durante los
primeros años."
Expresábamos al inicio de este
trabajo el grado de responsabilidad, la importancia del rol del profesional
de Educación Infantil, y basábamos esta importancia en tanto
y en cuanto los primeros años de vida, la primera infancia es fundante
para el desarrollo de la personalidad del niño. Su estructura mental,
su salud mental dependerá de su vida afectiva y emocional en estos
primeros años, de las relaciones que tenga, de la calidad de éstas.
En muchos de los casos, dificultades o trastornos, ya sean de alimentación,
sueño, atención, etc., no se deben a factores orgánicos
sino más bien de índole psíquica. Encontrando éstos,
íntima relación con la evolución de la vida afectiva.
Las primeras comunicaciones, que recibe y tiene el bebé, no son
verbales, son no verbales, son corporales, son gestuales, son tónicas,
son sensoriales y quedan almacenadas en su inconsciente, como base, como
matriz de aprendizaje al que hacíamos referencia anteriormente,
para toda su vida relacional posterior.
El niño a medida que va creciendo,
va adaptándose al mundo que va descubriendo, que va explorando,
con todo lo que ese mundo contiene, objetos y sujetos. De la forma mejor
o peor en que vaya adaptándose dependerá su mejor o peor
mundo relacional.
Ya en un trabajo anterior acerca de
"La Intervención Psicomotriz en la Educación Infantil" expresábamos
que: "Desde bebés y hasta los dos añitos, el niño
aún no habla y por tanto su campo relacional se constituye a través
de su cuerpo y sus movimientos que poco a poco va conociendo, descubriendo
y dominando. Es por ello que los gestos, las miradas, los tactos y los
contactos, las actitudes, los sonidos son las expresiones primarias del
niño y van constituyendo las comunicaciones relacionales que puede
ir estableciendo. Cobrando también importancia primordial, las
actitudes, las miradas, los gestos, los sonidos, los tactos y los contactos
de los padres (en un primer momento de la madre) y los demás adultos
que rodean de cotidiano al niño. De allí la importancia
de la continuidad, de la afectividad, de la seguridad, de la estabilidad
que la relación con el adulto brinde al niño desde sus primeros
días de vida (y hasta antes de nacer). Estas relaciones que se
expresan a nivel corporal y motor constituyen la comunicación a
nivel psicomotor. Por ello entendemos a la intervención psicomotriz
en el plano relacional, donde los lugares se modifican, lugares en cuanto
a roles; produciéndose una desestructuración en el modo
de ser pedagógico del educador, para lo cual es fundamental su
implicación en la relación."
Entendiendo la importancia que cobra
la comunicación a nivel psicomotor en edades tan tempranas es que
afirmamos que la Psicomotricidad es la vía, el método, el
camino que ayude a crear un espacio distinto donde el niño exprese
lo que es, lo que siente, lo que desee por medio de su propio cuerpo.
Hablamos de una psicomotricidad que nada tiene que ver con un enfoque
tradicional, mecanicista, organicista. Nos referimos a una psicomotricidad
relacional, a una psicomotricidad vivenciada.
Una psicomotricidad que va a observar,
analizar, estudiar la personalidad del niño (o del adulto) a través
de la expresión del cuerpo pero donde no sólo entran en
íntima relación lo psíquico y lo físico sino
que abarca la globalidad del sujeto, como unidad, como un todo psíquico,
afectivo, social, somático, cognitivo. Y el lenguaje del cuerpo,
el lenguaje no verbal es el que los psicomotricistas intentamos observar,
descodificar. Y, ¿para qué? Pues, para que pueda el niño
(el adulto) superar por sí mismo sus conflictos, sus angustias,
sus miedos, sus ansiedades, sus frustraciones, que actúan sintomáticamente
siempre con mayor o menor normalidad, con mayor o menor gravedad. En definitiva
para que el niño (o el adulto) puedan vivir su cuerpo lo más
armónicamente posible.
El ¿cómo hacerlo? Conlleva
una formación personal constante y continua, aunque a lo que nos
cerniremos en este trabajo es al planteo de las formas, la metodología,
las tácticas y estrategias.
La herramienta principal nos la da
el niño, no sólo en el estar, con su cuerpo y con lo que
es, sino por su manera más natural y espontánea de expresión:
por el juego. El juego libre y la actividad espontánea son permitidas
y aceptadas socialmente (casi en toda su dimensión) en las instituciones
educativas, sólo en el tiempo que se destina al recreo. Lapierre
y Aucouturier al respecto de la necesidad del niño de "recrearse",
en los recreos, y de la importancia de la significación de ese
juego, de esa actividad espontánea, dicen: "Es la vida largamente
contenida que explota. Precisamente en esa vida, ese movimiento, lo que
nos interesa y con los cuales queremos trabajar, toda vez que son la única
expresión verdadera del niño". Es desde ese movimiento con
lo que trabajamos en sala, movimiento que relaciona al niño y nos
relaciona, al mundo, movimiento de placer y de displacer, movimiento que
nos hace percibir las sensaciones, movimiento que nos hace encontrar las
prohibiciones, movimientos que se expresan en el plano simbólico.
En ese movimiento que nos relaciona
con el otro, con los otros, con los objetos naturalmente puede darse por
la agresión (que es lo que nos compete en este trabajo, no significa
que la relación no se dé por otras vías). Surge una
necesidad imperiosa de tirar, empujar, agarrar. Acciones que se dan en
un ritmo con un ritmo acelerado, acompañados de un tono alto. Es
como una relación hacia el otro por la oposición misma,
con agresividad. ¿Cómo ayudamos desde el rol de psicomotricista?
Pues acompañando este proceso, esta necesaria evolución
con nuestra disponibilidad corporal total y brindando los materiales necesarios
para mediar en las relaciones y simbolizar las agresiones. Entonces nos
serviremos de cuerdas, de telas, de "palos" (de gomaespuma), de pelotas
(de distintos materiales), de música, de papel, etc. "...La agresividad,
incluso la violencia, no son marcadas negativamente, lo que puede significar
en el niño agresivo una desculpabilización con relación
a lo que siente. Además, la aceptación de los sentimientos
situados en este registro autoriza al niño a sentirlos, a dejarlos
emerger, y a expresarlos, si esto le es posible."
Queda claro que en sala no se trata
de favorecer o provocar situaciones agresivas, ni mucho menos de reprimirlas.
Se trata de estar allí, aceptándolas y conduciéndolas
hacia investiduras simbólicas. De esta manera se descargarán
las tensiones agresivas y el movimiento, las acciones posteriores a esta
descarga nos harán sentir más aliviados, más ligeros,
más equilibrado, el ritmo será más tranquilo, más
lento, el tono más bajo, los gestos menos duros, el tiempo más
nuestro, el espacio relacional más armonioso. Flotará en
el aire una sensación agradable.
Cabe señalar que cada sesión
de psicomotricidad tiene tres momentos, todos importantes pero si desde
el primero no se exponen claramente las normas, esa permisibilidad de
la que hablábamos, esa disponibilidad corporal tan necesaria, estaría
constantemente en desequilibrio. Por tanto en el ritual de entrada es
fundamental aclarar que: "no podemos hacer daño", y a veces es
necesario recordarlo durante el transcurso de las sesiones, y en contraposición
con lo que se pueda creer, es más fácil aceptar esta prohibición,
esta norma dentro de este contexto de la sala de psicomotricidad, que
fuera de él; porque hubo un acuerdo previo, un compromiso previo
que el niño acepta cumplir desde el momento que el ambiente que
se vive en sala es especial, peculiar, es totalmente distinto al resto
de la escuela infantil o al de su vida diaria. Y si bien es cierto, que
en un tercer momento de la sesión, en el ritual de salida, se otorgue
más lugar a la palabra, así como a otros modos de expresión
del niño, como la pintura, el dibujo, el modelaje, se debe tener
presente que el lenguaje que prima en sala es el corporal, el no verbal.
Por tanto el psicomotricista acompañará al niño,
le sugerirá, le "dirá" por la mirada, los gestos, las posturas,
el tono. No significa esto, que el psicomotricista no hable en sala o
no permita la palabra, significa que la base de la comunicación
no tiene que ver con las palabras, significa que la base de la comunicación
es el lenguaje del cuerpo.
En un primer momento la agresividad
que el niño no pueda manifestar sobre el adulto, se desviará
hacia sus pares y generalmente sobre los más "débiles",
pudiendo así los mismos niños, sin la intervención
"paternalista", "protectora" del adulto, aprender a defenderse y a autoafirmarse.
Sí es conveniente y necesaria la intervención en caso de
riesgo a hacerse daño, por ejemplo en una lucha cuerpo a cuerpo,
donde preferiblemente convendrá desviar la agresión con
diversos mediadores: objetos, palabras,... Pronto, dependiendo de la actitud
de este adulto en sala, de su disponibilidad corporal, de su no enjuiciamiento
de la acción, la agresividad del niño se expresará
sobre el psicomotricista (por lo que representa como adulto, la ley, la
autoridad). Los juegos simbólicos irán desde la tortura,
el maltrato, hasta la lucha. Es decir que el niño deseará
atar, pegar, maltratar, ahogar, a ese adulto (volvemos a aclarar, no por
ese adulto en sí, sino por lo que ese adulto representa). Todo
ello en el plano simbólico. En un juego de "hacer como si".
Teniendo en claro las fases de la
agresividad podremos comprenderla cuando aflore en sala. Y entender que
su destrucción o su represión no permitiría la afirmación
del niño como persona, ni el encuentro con su identidad, el permitirla
es fundamental para ayudar a su canalización. Por tanto la oposición
del niño al otro, al adulto, a los objetos, las resistencias que
encuentre en todos ellos, las limitaciones a su deseo de acción
sobre ellos, le conducirá a tener que aceptar la frustración
de que su deseo de dominar ese mundo relacional de sujetos y objetos que
descubre y con los que interactúa día a día, tiene
límites, limitan su poder. Su espacio de poder. En cuanto invade,
agrede el espacio del otro. Este aprendizaje le conducirá al respeto
del otro; a descubrir los límites de su libertad y todo a partir
de la natural oposición al otro.
Los límites de la libertad,
los límites de nuestro dominio, de nuestro poder, con relación
al otro, son el inicio de la adaptación al mundo, el encauzamiento
de nuestra agresividad. "El niño, liberado de su agresividad primaria,
que ha podido al fin expresar, y liberado de su agresividad secundaria,
reaccional, por la aceptación del adulto, está ya disponible
para la búsqueda del acuerdo."
Todo lo planteado, puede resultar
utópico para unos, difícil para otros, imposible para muchos.
Tenemos que comenzar con nosotros mismos, con el análisis y la
observación de nuestra propia agresividad. Para poder luego actuar
ante la agresividad del niño, lo más adecuadamente posible.
Como profesionales de la Educación infantil, hay un sentimiento
que es necesario que reconozcamos ya que suele primar en estas situaciones.
Un niño agresivo, un niño que constantemente con su agresividad
entorpece un momento cualquiera, el relato de un cuento, una canción,
una actividad manual, cualquier momento, agrediendo de cualquier manera,
más bruscamente o menos bruscamente, pero que es repetitivo, que
es continuo, que es constante, ¿qué despierta en nosotros?, ¿qué
provoca?, lamentablemente, y en la mayoría de los casos a los maestros
estos niños no nos hacen mucha gracia y acaban finalmente con nuestra
paciencia. El sentimiento al que hacemos referencia es el de hostilidad.
Una hostilidad de la cual es necesario tomar distancia para objetivizar
la situación, encontrando en la búsqueda de la historia
de ese niño los posibles orígenes de ese comportamiento
agresivo. Quizá y seguramente nos lleguen datos acerca de las relaciones
que conformaron su vida afectiva desde su nacimiento y comprobaremos que
en ellas radica la carencia, las presiones, las frustraciones, que hoy
exprese violentamente, explosivamente, agresivamente, constantemente.
NECESIDAD DE CANALIZAR ESTA PULSION
"Las tensiones agresivas se resolverán
entonces en un juego que irá haciéndose cada vez más
simbólico y adquirirá progresivamente una independencia
que no es ya insumisión ciega ni oposición sistemática,
sino aceptación razonada, búsqueda de un compromiso y si
es posible de una armonización entre sus propios deseos y los deseos
del otro"
A. y A. Lapierre
Por lo arriba expuesto, en sala debemos
permitir las manifestaciones de esa agresividad, para que no quede bloqueada.
"El psicomotricista permite, pues, que la agresión se manifieste
porque es capaz de manipularla y porque sabe que su expulsión es
indispensable para la descarga de las tensiones y para llegar a un estado
de distensión que haga posible la creación y la comunicación."
Aucouturier. La practica psicomotriz en ed y terapia
Saber canalizar estas agresiones,
poder desviarla hacia investimientos socialmente aceptados no es fácil
pero es tarea del psicomotricista, Y esas desviaciones necesariamente
deben realizarse hacia el juego y la comunicación.
En "La práctica psicomotriz
en educación y Terapia", Bernard Aucouturier plantea la canalización
de la oclusión agresiva a través del área del juego,
de los soportes simbólicos, de las producciones sonoras y de las
producciones gráficas.
Desdramatizando las conductas agresivas,
dejándolas fluir, no oponiéndose a ellas sino transformándolas,
llevándolas a un plano lúdico, daremos otra salida a esas
reacciones, sin destruirlas, ni reprimirlas, ni prohibirlas.
Teatralizando, en una línea
de juego simbólico mediante la representación corporal,
podremos ser "el malo", "el lobo", "la bruja", podremos serlo en tanto
nuestro tono, nuestra gesticulación, nuestra voz, nuestra postura,
simbolice lo que creemos necesita el niño, por donde creemos que
pasan sus fantasmas.
Por medio del juego simbólico
no solo desdramatizamos las tensiones, sino que las liberamos pudiendo
así superar el conflicto, la angustia y la ansiedad.
En cuanto a la agresión hacia
el psicomotricista ya sea con las palabras o con la acción, mediada
con objetos o no, el niño atacará, atará, empujará,
cogerá, tirará al adulto. Posiblemente lo matará.
Y por lo general será con las palabras con lo que lo expresará
más duramente. La muerte simbólica del psicomotricista conducirá
al niño al plano simbólico y a la comunicación. Lo
que en su imaginario ha matado, ha silenciado, ha dominado es el símbolo
de autoridad y poder que representa ese adulto. Pero para afirmar positivamente
su propio poder, el niño necesitará cambiar las cosas, necesitará
resucitar al adulto, para imponerle su deseo, para independizarse de él.
Habrá un cambio de roles. Entonces el adulto ya no será
una amenaza, el "león" que devorando al niño lo hace objeto
de su deseo sino que se transformará en cualquier otro animal que
obedecerá los deseos del niño, al que éste dominará,
domesticará, o al que este cuidará o mimará. Pasando
el niño así, a ser sujeto deseante. "A partir del momento
en que el niño es capaz de identificarse con su agresor y, aún
más, es capaz de jugar a ser su agresor, el fantasma obsesivo de
la destrucción se aleja y el niño recupera la comunicación".
VII- PRAXIS
Escribir sobre una praxis en sí,
resulta un tanto paradójico. Por ello adjuntamos a este trabajo
sesiones de vídeo de cómo la práctica psicomotriz
se lleva adelante. Las sesiones de psicomotricidad se realizaron en un
Centro de Educación Infantil (0-3 años), de Madrid. Las
edades de los niños con los que se trabajó son de los 16
meses a los 2 años y de los 2 años a los 3 años.
El Centro es privado, acudiendo al mismo hijos de padres en su mayoría
profesionales con un nivel de estudios universitarios. No queremos extendernos
en el análisis de la contextualización del Centro, dejamos
que cada uno a partir de lo que expresábamos en el primer apartado
respecto a los modelos socio-culturales, concluya por sí mismo.
Pero como cuestión preliminar
a la presentación de las sesiones aclaramos que para permitir las
producciones agresivas es necesario plantear ciertas condiciones que limiten
las descargas de esta pulsión. Por tanto para el desarrollo de
nuestras sesiones de psicomotricidad nos hemos propuesto por un lado,
crear un clima segurizante que haga fluir la comunicación desde
la confianza hacia un vínculo afectivo. Por otro, proporcionar
distintos materiales que ayuden a simbolizar la agresión. Y por
último señalar claramente la norma de que en sala no hacemos
daño a nadie, como ritual de entrada para cada sesión.
A continuación citaremos algunos
materiales que propusimos para el desarrollo de las sesiones, que consideramos
serían favorecedores de la evolución de las conductas agresivas.
En algunas sesiones estos materiales, actúan como objetos mediadores
y se usan como "transmisores de tensiones":
La música: Para ayudar a liberar
el movimiento, para desbloquear, para distender. Para relajar pero sin
ser una música del todo suave, que sea una melodía que marque
ritmos importantes, que permitan la expresividad creadora del niño
una vez liberadas sus tensiones.
.
Palos: (de cartón y gomaespuma)
Con ellos instintivamente surge la agresividad. Pegar, golpear contra
objetos, contra los demás, pelear con ellos, es una acción
natural que se debe transformar al plano simbólico.
.
Las cuerdas: Para la afirmación
del poder. Con ellas dominan al otro. Le atan, lo rodean, o le castigan
con ellas. Asimismo, y aunque resulte contradictorio, unen, porque conectan
con el otro. También miden su fuerza a través de ellas (tensión-distensión).
.
Pelotas: Generalmente las utilizamos
para la relación, para favorecerla, para conectarnos con el otro.
Invisten un espacio al que quizá no todos se atreven a ocupar (sobre
todo al principio). Suelen ser buenos objetos mediadores, las de gran
tamaño actúan como sustituto del objeto transicional. Valen
tanto para fases agresivas: peleas por la posesión de un balón,
golpes al otro con el balón, botes fuertes sobre el suelo, contra
la pared (creando ritmos invistiendo así el espacio sonoro), guerras
con balones (a veces nos los hacemos de papel, cubierto con nylon); como
en momentos de carácter más relajante, más tranquilos,
de búsqueda profunda y afectiva. El movimiento del balón
y su dinamismo ayuda a la comunicación aunque previamente se utilice
agresivamente.
Papel: El placer que encuentra el
niño en la destrucción de éste, es enorme. Transgrede
lo prohibido con esta acción. Domina el deseo del adulto, que constantemente
enuncia, fuera de sala, "no rompas el papel", "no arrugues la hoja"...).
Hace bollos, rompe en mil trocitos, esparce y tira por todo el espacio,
se cubre con ellos, los utiliza como pelota, construye montañas,
colchonetas de papel,... El ruido que se genera con el arrugar del papel,
con el romperlo, da lugar a la alegría pero no deja de ser un placer
de matices agresivos. En el juego festivo que aflora poco a poco se satisface
la agresividad, la excitación se va agotando.
Telas: Los juegos que surgen a partir
de ellas tienen una carga simbólica muy fuerte y de diversas índole.
En cuanto a agresividad respecta, pueden con ellas tapar al otro, haciéndole
desaparecer, matándole, ahogándole, mostrándole su
rechazo, su oposición o su placer de dominarlo.
.
Objetos de percusión o sonoros:
Materiales que sirven para hacer ruido. Que primero irá invistiendo
el espacio sonoro a través de la realización de sonidos
mediante "instrumentos" y luego creación de ritmos. Aunque la finalización
por la liberación del sonido prohibido socialmente, el de la expresión
vocal, el grito. Pasada la fase de caos que genera este ruido tan prohibido,
habiendo liberado las cargas agresivas con su expresión, se podrá
ir creando (grupalmente o acompañando a otros, o imitando) ritmos
que irán de lo fuerte a lo suave, lo débil, de lo rápido
a lo lento,... en un juego de tensión y distensión que abre
el camino a la expresión musical a la vez que libera las pulsiones
agresivas.
En síntesis, quedan reflejado
los materiales más utilizados para el trabajo en las sesiones que
exponemos. Algunos los hemos obviado como los cojines, las colchonetas,
moquetas,... pero la intensión era simplemente dar una breve explicación
del uso que se puede hacer del material utilizado en sala.
VIII- CONCLUSIONES
-Con la práctica psicomotriz
en los Centros de Educación Infantil, y fundamentalmente, de 0
a 3 años, se favorecerá la vivencia de esta etapa base en
la evolutiva del niño. Pudiendo entonces, mediante su actividad
y juego espontáneos, expresar con su cuerpo sus angustias, miedos,
deseos agresivos, etc.; y con su liberación, simbolización
y canalización, superarlos para ir adquiriendo la autonomía
necesaria en su desarrollo, para que éste sea lo más armonioso
posible, y para abrirse a la comunicación y a la creación.
-Agresividad y tensiones cotidianas
están íntimamente unidas. El ritmo social de hoy impone
un ritmo acelerado de nuestras vidas, con el consecuente incremento del
grado de tensión individual y particular. En un medio agresivo,
que no respeta los tiempos de cada uno, que reprime los deseos de los
sujetos que lo componen, con adultos agresivos, sólo podrá
haber moños agresivos que a su vez están agredidos por todo
ese entorno.
BIBLIOGRAFÍA
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