Se considera enfermedad contagiosa aquélla
que resulta fácilmente transmisible a otras seres humanos. En el
período infantil son frecuentes la varicela, sarampión,
gripe... Pero no todos los contagiados contraen la enfermedad; las defensas
naturales del organismo pueden encargarse de neutralizar o de destruir
el microorganismo invasor. En el caso de que éste no sea destruido,
el receptor que alberga al organismo patógeno sin enfermar específicamente
puede en cambio convertirse en un portador e ir difundiendo la enfermedad.
En resumen, cuando un germen patógeno
penetra en un organismo superior puede correr tres tipos de suerte:
a) Ser destruido por las defensas
del huésped.
b) Albergar en el interior del mismo,
sin sucumbir, pero sin causar enfermedad, aunque sí capaz de difundir
y contagiar a otro individuo.
c) Causar lesiones o provocar reacciones,
con lo cual se habrá desarrollado la enfermedad infecciosa.
Las enfermedades infecciosas constituyen
una buena parte de las afecciones de la infancia y numéricamente
representa la causa principal de enfermar en el niño o niña.
Cada enfermedad es distinta según
el individuo que la padece. En patología infecciosa la alteración
viene determinada no sólo por el agente agresor, sino también,
en gran medida, por la reacción del organismo agredido. El niño
o niña tiene sus características especiales, que le hace
padecer sus enfermedades infecciosas con unas peculiaridades distintas
del adulto. Muchas de éstas son propias de la infancia, es decir,
se padecen en la edad infantil y ya nunca más vuelven a tenerse,
o sea, que los adultos en general están libres de ellas. Tal es
el caso del sarampión, tos ferina, etc.
A pesar de la vigilancia de los
padres, el invierno y la primavera acechan al niño o niña
con su cortejo de enfermedades contagiosas. No es raro que en los centros
durante estas épocas del año aparezcan epidemias. Estas
enfermedades, la tos ferina, el sarampión, la rubéola, etc.,
son muy contagiosas. Pueden ser comunicadas de un niño o niña
a otro por simple contacto, por estornudos, por la tos o incluso por objetos
contaminados por el germen causante.
Estas enfermedades en general
son benignas y escasamente peligrosas cuando se contraen durante la infancia.
Pero deben tratarse con cuidado por el médico. Confieren al niño
o niña una inmunidad, es decir, un estado de resistencia perdurable
contra el germen que ocasiona su aparición. Asimismo, es preferible
coger en edades tempranas enfermedades como la rubéola que pueden
ser peligrosas más tarde. Cuando atacan a una mujer embarazada.
Durante los tres primeros meses de gestación, puede provocar en
el feto malformaciones oculares, auditivas, cardíacas y encefálicas.
La mejor prevención contra
algunas de ellas son desde luego las vacunaciones obligatorias.
A todos nos resulta evidente que
en el marco de un centro infantil la prevención de enfermedades
infecciosas constituya una de las luchas continuas y permanentes. Dicha
lucha se lleva a cabo mediante la adopción de una serie de medidas
de profilaxis muy severas.
Debe extremarse una prevención
sanitaria, vigilando, por un lado, las condiciones higiénico-sanitarias
de dichos establecimientos y, por otro el estado clínico de los
niños o niñas en evitación de posibles focos de contagio.
La visita periódica del
personal facultativo para realizar exámenes sistemáticos
a los niños o niñas, junto con el estudio del equipamiento
sanitario-educativo de las instalaciones, describiendo anormalidades que
pueden ser corregidas fácilmente, indudablemente proporcionará
óptimos resultados a su funcionamiento. Los facultativos encargados
de la vigilancia sanitaria de estos centros, así como del control
médico seguido de las sugerencias adecuadas para conseguir su corrección,
sin prescribir medida terapéutica alguna, que es competencia exclusiva
del puericultor del familiar; en todo caso, sí debe advertir a
la dirección del centro de los posibles procesos patológicos.
A su vez, estos reconocimientos deben hacerse extensivos al personal educador
o laboral que más contacto habitual tenga con el niño o
niña.
No cabe duda que toda vigilancia
sanitaria será mucho más eficaz y se verá más
reforzada si se cuenta con la colaboración de los padres, sin la
cual muchas veces resultaría estéril. Es preciso que para
ello se mentalicen en el sentido de que cuando observen en sus hijos alguna
alteración anatomofisiológica, por pequeña que sea,
consulten de inmediato a su médico, e informen al centro para evitar
así la difusión de procesos patológicos que, aunque
muchas veces son de escasa importancia, pueden alterar la cotidiana vida
del centro.
Por otro lado, cuando el niño
o niña ingresa en el centro infantil, en un primer período
las enfermedades infecciosas son frecuentes, pero en general leves. Tal
frecuencia es a veces llamativa y desesperante cuando el pequeño
inicia su asistencia al centro, donde está sometido al continuo
contagio de las infecciones respiratorias de sus compañeros. Siempre
hay algún resfriado, por lo cual el contagio es fácil y
frecuente. Con el tiempo va disminuyendo progresivamente el problema de
las enfermedades en el centro. Por lo tanto, cuanto antes se supere este
período de inmunidad del organismo mucho mejor para el niño
o niña, ya que como hemos dicho anteriormente estas enfermedades
son benignas y escasamente peligrosas cuando se contraen durante la infancia.
Pero no toda la responsabilidad
sobre posibles contagios deben recaer sobre el centro. Los niños
o niñas pueden venir por múltiples razones enfermos de casa
y ser los precursores de una infección. Para prevenir es necesario
seguir también desde casa una actuación prófuga de
las enfermedades poniendo todos los medios que tengan a su alcance.