DESARROLLO
NEUROBIOLÓGICO Y LOS PROGRAMAS EDUCATIVOS
Cuando los educadores hablamos que nuestra
misión es Desarrollar la personalidad, las aptitudes
y la capacidad mental y física del niño
hasta el máximo de sus posibilidades, estamos hablando
del desarrollo integral del niño en todas y cada
una de sus facetas.
Así, tendremos que encaminar nuestra
acción al desarrollo de lo que desde hace tiempo
se conoce como desarrollo de las inteligencias múltiples.
Esto cobra preponderancia, pues ya sabemos que la apropiada
estimulación desde las etapas más tempranas
es la condición fundamental para garantizar la
proliferación de las conexiones sinópticas,
la complejización de los enlaces neuronales y,
consecuentemente, el desarrollo intelectual. Se conoce,
por investigaciones realizadas por la Fundación
Carnegie, de Estados Unidos, que al cumplir el niño
o la niña un año de edad ya ha perdido un
tercio del paquete de neuronas que tenía al momento
del nacimiento, y que a los dos años tiene solamente
la mitad del número total de células nerviosas
que poseía al nacer. Este cuadro dramático
nos alecciona sobre la necesidad de estimular de manera
adecuada al niño y la niña desde que nace,
e incluso desde su vida intrauterina.
El componente hereditario y genético
determina que en este niño o niña existan
predisposiciones biofisiológicas, potencialidades
internas relacionadas con las condiciones de su sistema
nervioso, la calidad de sus analizadores, las particularidades
de su actividad nerviosa superior, el tono y potencia
osteomuscular, su actividad vegetativa interna, su intercambio
metabólico con el medio, entre otros muchos factores,
que constituyen elementos que propician la formación
de determinadas facultades o propiedades físicas
y psíquicas, pero que estas para manifestarse de
una forma u otra requieren de la acción del medio
exterior, de la estimulación oportuna para posibilitar
que esas predisposiciones, u otras, se puedan manifestar
y constituir capacidades de un tipo u otro, que permitan
el desarrollo evolutivo de las mismas, en cada una de
las esferas de la actuación humana.
En esto juega un extraordinario papel
la actividad conjunta del niño o niña que
recién se abre a la vida, con los adultos que lo
cuidan y estimulan, actividad que, como ya se analizó,
es la que posibilita el desarrollo psíquico.
El sistema de influencias conformado
de manera consciente, organizado y dirigido a alcanzar
ese desarrollo, se expresa mediante los programas educativos
que, tomando en consideración todas las particularidades
del sistema nervioso de los niños y las niñas,
en especial las de su actividad nerviosa superior, y las
condiciones internas propias de cada uno, estructura de
manera científica dicho sistema de influencias,
para el logro de los objetivos que se plantea conseguir
en el desarrollo de esos niños y niñas.
El programa educativo se dirige a la
consecución de todas las potencialidades físicas
y psíquicas del niño, lo cual equivale decir
que ha de dirigirse a la formación y desarrollo
de todas sus inteligencias. Para su sistematización,
es aconsejable tomar como patrón la división
que de las mismas realiza Gardner, que relata la presencia
de siete inteligencias básicas (hoy algunos autores
llegan a describir mas de sesenta tipos de inteligencias),
a saber:
• La inteligencia lingüística, o capacidad
de emplear de manera eficaz las palabras, manipulando
la estructura o sintaxis del lenguaje, la fonética,
la semántica, y sus dimensiones prácticas.
• La inteligencia física y cinestésica,
o habilidad para usar el propio cuerpo para expresar
ideas y sentimientos, y sus particularidades de coordinación,
equilibrio, destreza, fuerza, flexibilidad y velocidad,
así como propioceptivas, táctiles y hápticas.
• La inteligencia lógica y matemática,
o capacidad de manejar números, relaciones y
patrones lógicos de manera eficaz, así
como otras funciones y abstracciones de este tipo.
• La inteligencia espacial, o habilidad de apreciar
con certeza la imagen visual y espacial, de representarse
gráficamente las ideas, y de sensibilizar el
color, la línea, la forma la figura, el espacio
y sus interrelaciones.
• La inteligencia musical, o capacidad de percibir,
distinguir, transformar y expresar el ritmo, timbre
y tono de los sonidos musicales.
• La inteligencia interpersonal, o posibilidad de
distinguir y percibir los estados emocionales y signos
interpersonales de los demás, y responder de
manera efectiva a dichas acciones de forma práctica.
• La inteligencia intrapersonal, o habilidad de
la autoinstrospección, y de actuar consecuentemente
sobre la base de este conocimiento, de tener una autoimágen
acertada, y capacidad de autodisciplina, comprensión
y amor propio.
Un programa educativo científicamente
bien concebido debe entonces comprender una serie de contenidos
que sirvan como experiencias cristalizantes o estimulantes
para cada una de dichas inteligencias, y que permitan
la máxima expresión de las mismas, a los
niveles que puedan ser posibles alcanzar en cada niño
o niña.
Desde este punto de vista un buen programa
de educación infantil ha de propiciar el desarrollo
de la inteligencia lingüística. Esto se garantiza
mediante contenidos que tengan que ver con la formación
y perfeccionamiento de la lengua materna, y en los que
se promuevan la narración, hacer juegos verbales,
escuchar grabaciones, aprender poesías y cuentos,
relatar vivencias, hacer el análisis de las palabras
y de los sonidos, expresar ideas de manera oral, valorar
el habla de los coetáneos y la propia, hacer rimas
y acertijos verbales, ver y escuchar títeres, participar
en dramatizaciones, participar en juegos de roles, en
suma, actividades que promuevan la comunicación,
el intercambio verbal, el hablar y escuchar sobre diversos
temas.
La inteligencia lógica y matemática
ha de ser estimulada en el programa educativo a través
de contenidos que tengan que ver con el uso de relaciones
cuantitativas, la utilización de la teoría
de conjuntos, las nociones elementales de la matemática,
la solución de problemas, la formación de
habilidades intelectuales generales como la identificación,
la clasificación, la agrupación, la comparación,
la seriación, la modelación, realización
de experimentos sencillos, el uso de juegos mentales y
acertijos numéricos, la utilización de rompecabezas
lógicos, entre otras tantas actividades.
Para formar la inteligencia espacial
deben haber contenidos en el programa de educación
infantil que promuevan la presentación de asuntos
en láminas e imágenes, la realización
de dibujos, modelado y construcción con bloques
y piezas disímiles, utilizar laberintos y rompecabezas,
visualizar libros ilustrados, vídeos y películas,
hacer degradaciones de color, jugar con mosaicos de formas
y colores, dominó de figuras geométricas,
animales y colores, manipulación y conocimiento
del mundo de los objetos y sus relaciones, conocimiento
y práctica de las relaciones espaciales (detrás,
delante, debajo, arriba, a la derecha, a la izquierda,
cerca, lejos, entre tantas otras), realización
de excursiones y paseos a la naturaleza y museos de arte,
etc. Los contenidos del programa de educación infantil
para el desarrollo de la inteligencia física y
cinestésica han de versar básicamente la
realización de actividades manuales y táctiles,
de actividades que promuevan los movimientos gruesos del
cuerpo como saltar, correr, brincar, escalar, reptar,
agarrar, que se expresan en la educación física
y la actividad motriz independiente, así como de
movimientos finos de la mano: modelar, dibujar, construir,
realizar danzas y manifestaciones de expresión
corporal, hacer juegos de imitación, jugar con
elementos y equipos de juegos de áreas exteriores:
deslizaderas, carruseles, escaleras, equipos de gimnasia,
escalar sogas, vencer obstáculos, manipular objetos
diversos, realizar todo aquello que promueva sensaciones
somáticas, de equilibrio físico, de aprendizaje
manual.
La inteligencia musical se promueve en
el programa de
educación infantil mediante contenidos que
estimulen la formación de habilidades musicales
diversas, tales como el aprendizaje de poesías
y narraciones cantadas, de canciones, conocimiento del
ritmo, el pulso y el acento de los sonidos musicales,
escuchar música a través de diversas fuentes:
la radio, la grabadora, los cassettes y compactos, aprender
instrumentos musicales sencillos, realizar danzas folklóricas
infantiles, expresar movimientos acordes con la música
que se escucha, participar en coros y bandas rítmicas,
definir los tipos de sonidos del medio ambiente, entre
otras muchas actividades.
Para el desarrollo de la inteligencia
interpersonal el programa educativo infantil ha de contemplar
contenidos que fomenten el aprendizaje cooperativo, la
enseñanza grupal, la ayuda mutua y la solidaridad,
el realizar juegos de mesa, hacer actividades conjuntas,
tales como juegos de roles, preparación de materiales
para fiestas y efemérides, hacer visitas a la comunidad,
traer personalidades al centro infantil para intercambio
con los niños, observar el trabajo de los adultos,
el realizar análisis del juego y la actividad de
los otros, participar en dramatizaciones, realizar acciones
laborales sencillas colectivas como recoger los juguetes,
limpiar las áreas de juego, cuidar el huerto, ayudar
al servicio de la alimentación en el grupo o en
el comedor, entre otras tareas.
A pesar de la tierna edad de los niños y las niñas,
el programa de educación infantil ha de propiciar
acciones para el desarrollo de la inteligencia intrapersonal,
lo cual se puede hacer mediante la inclusión de
contenidos en los que siempre el educador imprima sentimientos
a su presentación, hacer análisis de su
juego o comportamiento, propiciar momentos de actividad
libre e independiente, de juego ocasional en solitario,
ofrecer alternativas para la realización de una
actividad cualquiera, preguntar al niño como ha
llegado a un resultado al finalizar una actividad pedagógica,
permitir la opinión individual en la elaboración
conjunta de las actividades, hacer recuentos de actividades
realizadas en días pasados o en el hogar, explicitación
de vivencias personales, en suma, un con
junto de acciones que van formando premisas
para el
proceso de la autoinstrospección
en etapas ulteriores del desarrollo.
Estas actividades han de incorporarse
dentro de estrategias didácticas que posibiliten
que el programa educativo infantil diariamente ejerciten
las distintas inteligencias, para evitar la sobreestimulación
de unas en detrimento de otras. Esto se conjuga de las
más diversas maneras, combinando la estimulación
de unas mediante actividades pedagógicas propiamente
dichas, con la organización de condiciones que
permitan la acción libre e independiente en las
otras, estructurando tareas que propicien la manifestación
de todas y cada una de estas inteligencias.
Pero además, los programas educativos
deben proveer contenidos que promuevan la formación
de normas y valores éticos, de patrones y formas
socializadas de conducta, de formación de hábitos,
de nociones y sentimientos morales, de goce interno ante
las manifestaciones hermosas de la naturaleza y la vida
social, y de todos aquellos comportamientos y vivencias
relacionados con su esfera afectivo-motivacional que en
su conjunto van a incidir, tanto en lo que se ha dado
en llamar la inteligencia emocional, como impregnar cada
una de las otras inteligencias de un componente afectivo
que ha de posibilitar un mejor desarrollo y formación
de las mismas, partiendo del criterio de la estrecha unidad
de los factores afectivos y cognoscitivos en la formación
del desarrollo psíquico.
Esta unidad de los componentes emocionales
e intelectuales en la formación y desarrollo de
la personalidad, en el que cada acto cognoscitivo tiene
un correspondiente afectivo, y cada manifestación
afectiva esta compuesta a su vez de elementos cognitivos,
entre los que existe una íntima interrelación
e interdependencia causal, constituye hoy por hoy el enfoque
más actualizado del desarrollo psíquico,
y ha de impregnar, por lo tanto, cualquier acción
educativa dirigida a la formación de estos procesos
y cualidades psíquicas.
De esta manera las estrategias didácticas
del programa de educación infantil, concebido desde
una óptica racional que permita cotidianamente
ejercitar todas las inteligencias, ha de concienciar el
hecho de que la mayoría de las estructuras biofisiológicas
y psíquicas de los niños y niñas
en esta edad están en pleno proceso de conformación
y maduración y que, por lo tanto, la acción
educativa que se pueda hacer sobre ellas tiene un impacto
y significación mayor para el desarrollo que en
cualquier otro momento de la vida, sobre todo en aquellas
funciones y cualidades que dependan de estas estructuras.
Esto llevado a un plano más metodológico
significa propiciar situaciones de aprendizaje que actúen
para estimular el surgimiento y formación de dichas
propiedades y cualidades, en todas las posibilidades de
desarrollo de cada una de las inteligencias de estos niños
y niñas.
Desde el momento que se plantea que en
cada individuo coexisten estas inteligencias, el programa
educativo ha de compensarse internamente para que permita
el desarrollo por igual de todas, si bien ha de considerar
los momentos más propicios en los que cada una
de ellas encuentra las mejores condiciones para su manifestación,
es decir, valorar sus períodos sensitivos, lo que
obliga a un conocimiento profundo de las particularidades
del desarrollo infantil, para conocer los momentos más
oportunos de ejercer la estimulación.
Como la coexistencia de estas inteligencias
en el niño y la niña no implica un nivel
de desarrollo semejante en cada una de ellas, el programa
educativo ha de posibilitar actividades y contenidos de
igual dimensión y trascendencia para todas, de
modo tal que tengan las mismas posibilidades de manifestación,
y que luego, por la acción de las diferencias individuales
de cada niño y niñas unas se perfilen mejores
que las otras, pero procurando desarrollar el mayor número
posible de sus inteligencias hasta un nivel apropiado.
Por supuesto, es imposible que en un mismo niño
o niña todas sus inteligencias se desarrollen al
máximo nivel, pero el fin principal del programa
educativo ha de hacer que esto sea asequible hasta un
determinado nivel, lo que solo puede concebirse si el
programa proporciona experiencias de aprendizaje significativas
en todas las inteligencias. Esto se opone a los programas
que se dirigen exclusivamente a estimular los procesos
intelectuales, o de aquellos que se concentran en el desarrollo
afectivo y personal sin gran preocupación por los
aspectos cognoscitivos del devenir evolutivo del niño
y la niña, y se centra en reforzar programas educativos
integrales que contemplen todas las líneas del
desarrollo, a un mismo nivel de complejidad y de énfasis
metodológico.
Así, en un programa educativo
que considere el desarrollo integral, la formación
de todas las inteligencias en el niño y la niña,
tan importante es la actividad pedagógica relacionada
con las nociones matemáticas elementales, como
aquella que se refiere a la apreciación musical
o la que atañe a las destrezas físicas y
motoras. Esto, por supuesto implica una reorganización
y reestructuración conceptual y metodológica
de los contenidos y actividades, que en la actualidad,
por lo general, descansan en un reforzamiento del tiempo
metodológico dedicado al área intelectual,
en detrimento del referente a la esfera artística,
cinestésico-motora o lo interpersonal. Esto no
es una tarea fácil, pues implica romper esquemas
que por largo tiempo han caracterizado el enfoque pedagógico
de la educación infantil.
Esto tampoco puede llevarse de manera
mecánica a un extremo: la cuestión no es
dividir el tiempo de actividades por área de desarrollo
en partes iguales como se hace con una tarta de cumpleaños,
sino de encontrar en las bases del desarrollo evolutivo
los momentos más apropiados para reforzar unos
u otros contenidos, pues es conocido que cada inteligencia
(en estrecha relación con sus períodos sensitivos)
tiene su propio devenir evolutivo, el cual es necesario
conocer profundamente para saber como organizar de forma
más apropiada la correspondiente estrategia metodológica.
Por eso es imposible que en unos momentos
determinados del desarrollo, unos contenidos concernientes
a uno o varios tipos de inteligencia puedan ser tratados
metodológicamente con mayor intensidad o frecuencia,
pero aún en este caso el programa educativo ha
de velar porque todos puedan ejercitarse cotidianamente,
bien mediante la forma más organizada de la actividad
pedagógica, bien a través de la propia actividad
libre o independiente del niño y la niña.
La actividad libre de los niños
y las niñas, aquella en la que por sí mismos
determinan que hacer, como hacer y con quien hacerlo,
tiene que propiciarse de manera tal que sus condiciones
permitan la ejercitación de todas las inteligencias,
aunque en las actividades pedagógicas como tales
se haga hincapié en algunas de ellas, por corresponderse
con sus períodos sensitivos o su transcurso evolutivo
particular.
De esta forma se crean condiciones para
el desarrollo de cada una de las inteligencias, que forman
un sistema funcional complejo, y en el que todas se influyen
entre sí. Así, cuando el niño o niña
realiza una operación intelectual complicada, como,
por ejemplo, construir una pirámide de muchas piezas,
no solamente se desarrolla su inteligencia espacial, sino
que a su vez se requiere de una destreza motriz para insertar
correctamente las partes, lo que estimula su inteligencia
física y cinestésica por los movimientos
finos que ha de realizar, y obtiene igualmente un placer
por su obra realizada con éxito, lo que actúa
en la autovaloración por el logro de sus habilidades,
que refuerza su inteligencia intrapersonal, y le imprime
sentimientos positivos hacia esta actividad, lo que acciona
en su inteligencia emocional. Si a esto se le une que
verbalice el plan de acción que siguió para
realizar su tarea intelectual, como y en que elementos
se basó para hacerla, concientice su actuar, esto,
decididamente, ha de promover un desarrollo de su inteligencia
lingüística.
Ello hace que se puedan concebir actividades,
bien de tipo pedagógico, bien posibilitando condiciones
en la actividad libre, para que inclusive una misma tarea
ejerza una acción sobre varias inteligencias a
la vez, si se tiene conciencia y conocimiento de como
hacer esto.
Así, una inteligencia actúa
sobre la otra, y todas se entrelazan en un sistema funcional
complejo.
Pero a su vez, y particularmente en la
educación infantil, dentro de cada inteligencia
hay que posibilitar diversas maneras de ejercitarla, pues
hay muchas formas de ser inteligentes dentro de una misma
categoría. En una actividad que se dirige a promover
la inteligencia musical, habrá niños y niñas
que tendrán más posibilidades de aprender
canciones que otros y, sin embargo, aquellos podrán
ser más aptos para tocar un instrumento musical
simple, por lo que el programa educativo ha de contemplar
esta diversificación.
Todos los niños y niñas
han de tener oportunidades de aprender canciones, y todos
a su vez posibilidades con un instrumento musical, pero
no todos podrán ser capaces de lograrlo a un mismo
nivel, o en cada niño o niña tener igual
habilidad en ambas cosas, esto va a tener mucho que ver
con las diferencias individuales, las experiencias estimulantes
o negativas, las condiciones de vida y educación,
entre otras, pero el programa educativo ha de estructurarse
de forma tal que lo posibilite, en cualquier niño
o niña, y concebirse para que alcancen el nivel
de desarrollo que les sea posible, de acuerdo con sus
propias características.
Así, partiendo de lo que biológica
y constitucionalmente el niño o niña trae
consigo al nacimiento, el medio circundante ha de determinar
lo que se concrete o no de estas potencialidades, que
se organizan de manera científica en los programas
educativos.
Esto conduce en las relaciones entre
el cerebro, las inteligencias y los programas educativos,
a un último concepto en su análisis, que
es lo referente a la situación social del desarrollo.
Por situación social del desarrollo
se entiende una combinación particular de procesos
internos del individuo y de condiciones externas del medio,
que son típicas en cada etapa del desarrollo, y
que condiciona su dinámica en el período
y de las nuevas funciones que surgen hacia el final de
cada etapa.
Es decir, cada etapa se caracteriza por
un conjunto especial de vida y actividad, de condiciones
que actúan sobre las particularidades del desarrollo
y las estructuras que se forman bajo la influencia de
estas condiciones. Por consiguiente, el desarrollo psíquico
del niño y la niña exige la compresión,
no solo de las condiciones objetivas que influyen sobre
ellos, sino también de lo ya formado anteriormente
en el plano interno, a través de lo cual se refractan
las influencias de estas condiciones.
Más claramente: las condiciones
de vida y educación por sí solas y de manera
espontánea no son capaces de determinar el desarrollo
psíquico, es necesario considerar las propiedades
psicológicas formadas anteriormente, y que ya pertenecen
a un plano interno, y a través de las cuales se
refractan las nuevas influencias ambientales. Es decir,
lo interno juega un papel importante en cada momento del
desarrollo, por lo que para comprender la acción
del medio en la formación de las particularidades
del niño o la niña según la edad,
hay que tomar en cuenta, no solamente los cambios que
se suceden en este medio, sino también los ocurridos
en el propio niño o niña, que condicionan
el carácter de esta influencia externa. En esto
juega un papel principal su relación afectiva con
el medio, vivencias que son decididamente un producto
interno.
La situación social del desarrollo
tiene una importantísima repercusión en
los programas educativos y la formación de las
inteligencias, pues señala como cada etapa tiene
su propia particularidad que la distingue de las otras,
como en cada momento del desarrollo el niño y la
niña tienen una distintiva formación interna
de sus procesos psicológicos, y de que no es posible
concebir el desarrollo sin la interrelación dialéctica
de estos factores internos y externos.
Establecer cuales son las particularidades
en cada período del desarrollo, como estructurar
la influencia externa en concordancia con lo interno que
se ha formado, es una condición indispensable para
la formación de cada una de las inteligencias,
de su relación interfuncional, y de su apropiada
ejercitación.
De este modo es posible alcanzar un enfoque
realmente científico entre la significación
de los factores internos del desarrollo partiendo de su
substrato material, el cerebro, con los factores externos,
que se materializan en los programas educativos, y que
se dirigen a obtener el máximo logro de las potencialidades
físicas y psíquicas del niño y la
niña, en suma, al surgimiento, formación
y desarrollo óptimo de todas sus inteligencias.
En resumen, y como conclusiones generales
de lo anteriormente expuesto pueden señalarse las
siguientes aseveraciones más globales:
1. Los programas educativos, para ser verdaderamente
científicos han de considerar los factores internos,
biológicos, constitucionales, genéticos,
heredados, particularmente los referentes al cerebro,
su estructura y funcionamiento, y la actividad nerviosa
superior, que constituyen el substrato material sobre
el cual descansan la formación de los procesos
y cualidades psíquicas, y que surgen como reflejo
de la realidad.
2. Los programas educativos constituyen la expresión
más acabada de las determinantes influencias
externas, que condicionan el desarrollo humano, en particular
las condiciones de vida y educación en que se
forma la personalidad del niño y la niña.
En este sentido lo externo, el medio circundante, constituye
el factor principal en el surgimiento de las propiedades
y procesos psíquicos, como expresión del
reflejo de la realidad por el individuo.
3. Entre ambos factores, lo interno y lo externo
existe una interrelación dialéctica, uno
no puede existir sin el otro, y ambos condicionan el
desarrollo psíquico humano.
4. Los programas educativos han de considerar la
situación social del desarrollo en cada etapa
del decursar evolutivo del niño y la niña,
y estructurarse a partir de estas particularidades.
5. Los programas educativos han de tener un carácter
integral, por lo que han de dirigirse al logro máximo
de todas las potencialidades físicas del niño
y la niña, y consecuentemente, a la formación
y desarrollo óptimo de todas sus inteligencias.
6. Los programas educativos, independientemente
de la concepción teórica que se asuma
en su modelo conceptual y curricular, requieren de un
conocimiento profundo de los factores internos del desarrollo,
de su interrelación dialéctica con los
condicionantes externos, y de una dirección pedagógica
y metodológica que sea expresión cabal
de esta interrelación.
Por tanto, el cerebro, las inteligencias
y los programas educativos, constituyen no una identidad
sino una unidad, que ha de concebirse de manera dialéctica,
en la que a cada cual corresponde una función,
y donde de conjunto expresan el desarrollo humano, y que
en la etapa inicial de la vida determinan la base fundamental
de la formación de los niños y las niñas.
|