11.- EL NIÑO
ES NIÑO
Los adultos no podemos comprender al niño
o la niña si no somos capaces de colocarnos desde su punto
de vista interior para ver las cosas como él las ve, Sólo
con un grado elevado de empatía le comprendemos y aceptamos
incondicionalmente.
El niño o niña dispone de naturaleza
sociable, está concebido para la convivencia, es capaz de
asumir su responsabilidad como miembro de la sociedad y capaz de
aportar a ésta su originalidad, que no debe confundirse con
egoísmos caprichosos. Partiendo de esta base, y sabiendo
que cuando nace el niño o la niña desconoce las normas
y pautas de comportamiento de su grupo social, los padres, las madres
y los educadores debemos ser facilitadores de experiencias y relaciones
que estimulen su progresiva madurez social.
Si educamos al niño o la niña para
la vida en sociedad, debemos reflexionar sobre el tipo de sociedad
en la que va a desenvolverse, sus normas, pautas y valores, además
de las pequeñas sutilezas implícitas en las relaciones
positivas. Determinando esta sociedad, sabremos el tipo de hombre
o mujer que debemos promover y potenciar, pero siempre respetando
su individualidad.
No podemos imponer a los niños y niñas
las pautas de comportamiento de los adultos, pretendiendo que actúen
como "hombres y mujeres con tamaño reducido".
Como se ha dicho con anterioridad, la permisividad
produce falta de control interno, convierte a los niños en
egoístas y oportunistas e impide su evolución hacia
la madurez. La sobreprotección transmite sensación
de incapacidad e inseguridad, lesiona la autoestima y bloquea el
crecimiento emocional.
No hay que temer a la libertad del niño
o la niña. En realidad sólo se educa a sí mismo
el niño o la niña que crece en libertad, porque le
conduce desde la total dependencia hasta la autonomía plena
de forma gradual. Los adultos deben ir marcando márgenes
y pautas que se van ampliando en libertad y responsabilidad a medida
que el pequeño o pequeña puede asumirlas. El exceso
de normas, mandatos y prohibiciones, no estimulan la independencia
ni la responsabilidad, sólo asfixian la libertad.
La autoridad y la firmeza son necesarias para promover
valores y capacidades. Es la actitud que facilita la interiorización
de normas de conducta. La autoridad bien ejercida tiene el objetivo
de alcanzar la progresiva madurez y responsabilidad de los niños
y niñas. La autoridad no debe confundirse con el autoritarismo
que reprime la iniciativa, impide el desarrollo de los recursos
internos y convierte al niño o la niña en conformista
que acata los criterios de los demás o en continuo rebelde.
En el hogar hay que mantener la disciplina. Aunque
este valor está desprestigiado, es imprescindible para establecer
y conservar el orden, adaptando la conducta de los niños
y niñas a las normas y restricciones que impone la convivencia
en sociedad. La disciplina no autoritaria evita la
amenaza y el castigo, lleva a los niños y niñas hacia
la disciplina interior que dirige y canaliza las capacidades hacia
la consecución de objetivos y metas en la vida.
Los padres, las madres podemos y debemos fomentar
la autoestima elevada en nuestros niños y niñas. Con
intuición y habilidad de empatizar comprenderemos sinceramente
desde su mundo interior los sentimientos y las emociones, cuidando
de no lesionar la opinión que sobre sí mismos comienzan
a forjar.
Esta pequeña muestra de actitudes puede
resumirse en el deseo de crear un clima afectivo y de seguridad
para los niños y niñas. Esto sólo puede conseguirse
cuando sentimos valoración y sincero aprecio por los niños
y niñas simplemente porque existen, porque cada uno es un
ser especial al que queremos, con independencia de que aprobemos
o no lo que hace. Si conseguimos que cada niño o niña
se sienta apreciado por como es no por como nos gustaría
que fuese, si valoramos la cantidad y calidad de tiempo que les
dedicamos en exclusiva con atención concentrada y abierta
a sus cualidades individuales. Sobre todo cuando el niño
o la niña siente que le decimos "me interesas y te quiero". |