LOS PADRES Y LOS NIÑOS
PRESENTACION
1.- PREVIO
2.- MOMENTOS CLAVE PARA EL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD
3.- EL GRUPO FAMILIAR
4.- EL POTENCIAL EN LA INFANCIA
5.- AUTOESTIMA Y SEGURIDAD EN SÍ MISMO
6.- EL COMPORTAMIENTO HACIA EL NIÑO O NIÑA
7.- EL COMPORTAMIENTO POSITIVO
8.- EL MODELO A IMITAR
9.- LA ACTUACIÓN FAMILIAR
10.- LA SEGURIDAD AFECTIVA NECESARIA
11.- EL NIÑO ES NIÑO


2.- MOMENTOS CLAVE PARA EL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD

Entre los siete u ocho meses comienza la etapa de "crisis de ansiedad". El niño o la niña diferencia a su madre del resto de personas y empieza a comprender que está separado de ella, que puede desaparecer. Por eso el vínculo o apego se estrecha aún más, mostrando mayor dependencia. No tolera separarse de su madre, llora cuando no está en su campo de visión, la busca constantemente y desearía tenerla siempre junto a él. Este apego también se manifiesta con el padre aunque la intensidad es menor. La madre suele ser la figura principal de apego, mientras el resto son secundarias.

El niño o la niña de esta edad suele elegir un peluche, un almohadón u otro objeto como "sustituto afectivo" u "objeto compensatorio", tenerlo a su lado consuela la ansiedad que siente cuando la madre se aleja este le da seguridad.

La etapa de "crisis de ansiedad" va superándose a medida que el niño o la niña evoluciona en las diferentes dimensiones madurativas. Las adquisiciones intelectuales, motóricas, emocionales, lingüísticas y, sobre todo, afectivas, serán la clave del proceso que irá conformando las bases de su personalidad.

Alrededor de los dieciocho meses, la maduración general le lleva a desarrollar su identidad. La mayor independencia en los movimientos y en las acciones sobre el entorno le ayudan a progresar como entidad individual. Toma conciencia de sí mismo como ser con voluntad propia, capaz de transmitir sus deseos y necesidades. Este período se denomina de "oposición o negativismo". El niño o la niña aprende a decir "no", utilizándolo para expresar su voluntad, con la satisfacción de poder modificar diferentes situaciones. Se opone a todo cambio o situación que le resulta poco atractivo

En este período también manifiesta conductas egocéntricas y rebeldes como son las rabietas. Estos rasgos de la conducta, aún siendo negativos, son necesarios para reafirmar la conciencia de sí mismo. Su ausencia puede indicar que el niño o la niña sigue considerándose como prolongación de la figura materna y no como ser individual con capacidades propias.

De los dos a los tres años, sigue manifestando dependencia de los adultos. Esta va disminuyendo a medida que el niño o la niña avanza en madurez y autonomía. Aún reclama la atención y ayuda de los adultos de diversas formas. Esta dependencia física se complementa intensamente con la emocional, de forma que el niño o la niña busca aprobación e interacción afectiva en todo momento.

El niño vive en este período auténticos conflictos, sus comportamientos para reafirmar la conciencia de sí mismo reciben a menudo la desaprobación de los adultos. Estos olvidan en muchas ocasiones que el mal comportamiento se debe a que el niño o la niña busca, a través de la experiencia, la orientación de lo que debe o no debe hacer, desea más que nada la atención en exclusiva de las personas que para él son importantes, o simplemente constatar que tiene voluntad propia.

Los conflictos internos se agravan cuando el niño o la niña encuentra incomprensión, juicios de valor hacia su persona, represión de sus sentimientos, etc… Los sentimientos de culpa, la inseguridad, la baja autoestima y la desorientación, le conducen a intensificar los comportamientos desadecuados que le reportan de nuevo mayores efectos negativos.

Los comportamientos expresivos adquiridos en la primera infancia (de 0 a 2 años) comienzan después a reflejar personalidades individuales con actitudes específicas, preferencias marcadas y estilos de control propios que van a caracterizar al niño o la niña durante toda su vida.

Transcurrida la primera infancia, la maduración física, la capacidad creciente para diferenciar su experiencia y la consecución de logros, estimulan el progreso en autoconciencia y formación de actitudes frente a sí mismo.

Toma más interés y conciencia por su crecimiento físico, por las variaciones exteriores de su cuerpo y por las diferencias físicas entre los sexos, reconociendo su propia identidad sexual. Suelen preocuparse por las lesiones que puedan sufrir o por perder alguna parte del cuerpo, sobre todo los niños. Los psicoanalistas denominan a este temor de los niños "angustia de castración".

Las actitudes de los padres y madres ante estos cambios son determinantes. Mostrar alegría por su crecimiento, por sus logros, responder a su curiosidad sexual con información que puedan comprender y tomar en serio sus temores, estimulan la actitud positiva del niño o la niña hacia sí mismo.

La capacidad del niño o la niña para lograr el control comienza a formarse según respondan el padre y la madre a los primeros intentos para afirmarse como persona independiente.

La formación de la personalidad se acelera entre los dos y los siete años, sobre todo por la gran cantidad de habilidades motrices y cognitivas que adquiere y que facilitan la autonomía y la independencia. A medida que hace más cosas por sí mismo, comprende mejor lo que sucede a su alrededor y aumenta su capacidad para lograr el control. Si los padres estimulan esta independencia progresiva y el esfuerzo por perfeccionar habilidades, aumentará su sentido de capacidad personal y el placer de buscar su autodominio

Como formula Erikson: "Las investigaciones indican que la motivación de rendimiento de los adultos está directamente relacionada con el grado de entrenamiento positivo para ser independientes que reciben de sus padres durante los primeros seis años".

El padre y la madre pueden ayudar en el proceso estimulando las características positivas de sus hijos o hijas (las que poseen, no las que desearían que poseyeran). Observando los motivos que mueven a los niños a desear una actividad en vez de otra.

Cada niño o niña es único, pero fundamentalmente todos poseen más similitudes que diferencias. Cada uno necesita sentir que es un ser humano competente y digno, y desarrollar su capacidad intelectual, creativa y emocional al máximo, incluso en condiciones de grandes carencias.

Las capacidades y aptitudes de cada niño o niña se desarrollan a su propio ritmo, no existen los "niños promedio". Hay unas etapas aproximadas que sirven de referencia, pero no deben crearse expectativas que provoquen preocupación en el padre o la madre cuando una conducta o habilidad retrasa su aparición, casi seguramente alcanzará en poco tiempo el mismo nivel de otros niños o niñas de su misma edad.


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